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Teórico miércoles 8 de abril del 2009. Primera parte.

I.
La clase de hoy es sobre dos textos de Freud “Introducción del narcisismo” de 1914
y “Psicología de las masas y análisis del yo” de 1921.

Una primera cuestión que advertimos es el término masas. Una pregunta que
podríamos hacernos es: ¿por qué las personas se sienten confortables en situación de
masa?

Piensen que el texto de Freud es de 1921, han pasado muchísimos años.

¿En qué situación nosotros sentimos ese confort, ese estado de no cuestionamiento en
el que nos entregamos pasivamente y sin discusión a otro, junto a otros muchos? ¿En
un estadio de fútbol, en un recital de rock, en una fiesta con mucho alcohol, en el acto
del día de la bandera?

¿Por que habitamos confortablemente situaciones de masa? ¿Cuál es la situación de


masa que más habitamos?

Una experiencia de confortabilidad de masas en todos los hogares es la de la


televisión. Alcanza con encender el televisor, sola o solo, en tu casa, para entrar en
situación de masa. Inimaginable pensar algo así en 1921.

La televisión forma parte de lo que se llaman medios de comunicación de masas. El


aparato no es sólo el aparato, es la pantalla en la que se tejen infinitas tramas
sociales.

Imaginemos una instalación política crítica del sistema, un movimiento que intente
despejar las telarañas en nuestras pupilas, imaginemos que se proponga la decisión
colectiva de un día en el que los aparatos no se enciendan y en esa jornada hacer otras
cosas. Una protesta de televisores apagados.1 ¿Que pasaría?

Nacerían más chicos y muchas parejas se separarían, algunos se pondrían a leer o


conversar o saldrían a caminar, otros nos aburriríamos y no sabríamos qué hacer. No
se trata de discutir, ahora, si la televisión es buena o mala o si muy pronto será
desplazada por Internet. Interesa pensar cómo esa experiencia de masas está
naturalizada en nuestras vidas.

Suele criticarse la televisión porque te atrapa y te vacía la cabeza, porque es una


fuente de alienación, porque crea dependencia o porque es una forma de escapismo o
evasión.
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Hace un tiempo se organizó una protesta que invitó a los italianos a apagar la televisión durante todo un fin de semana
y presentar su control remoto en distintos teatros, cines, museos, bibliotecas, librerías o galerías de arte de todo el país,
obteniendo así un descuento en la entrada. La consigna era “Tele basura NO. Apágala antes que ella te desconecte”

1
Se puede leer en Freud que la situación de masas ofrece un estado de confortabolidad
semejante al del enamoramiento y estamos diciendo aquí cada televidente sentado
frente a su aparato entra en una especie de sueño narcisista.

Narcisismo: sueño de confortabilidad plena.

La confortabilidad es una forma de comodidad. Una especie de narcisismo de


indumentaria como quien dice me siento cómodo con esta ropa.

La situación de masas es la ilusión de comodidad en la comunidad. El bienestar de


sentirse parte de una Unidad que nos protege de todas las molestias de la soledad.

Así, la confortabilidad es una forma de la entrega, de la aceptación sumisa a un poder


que impone condiciones para que cada uno se conforme a lo que se le ofrece.

La conformidad tiene tres condiciones: no crítica, no inquietud y no conflictividad.

La televisión ofrece la posibilidad de volver a cambiar de canal cuando la


confortabilidad roza el aburrimiento.

Durante los días de la crisis del 2001, reapareció en las calles de esta ciudad un
graffiti que decía: “Nos están meando y los medios dicen que llueve”. No importa
volver decir que los medios son empresas que producen realidad o formatean la
cabeza de los consumidores, importa -ahora- otro asunto: la versión “llueve” ofrece
confortabilidad, mientras la versión “nos están meando” (si no se transforma en
impulso de una acción con otros, lo cuál supone esfuerzos y molestias) nos llena de
inquietud y bronca impotente.

Masa: cuerpos que se sienten confortables a pesar de ser rociados por una lluvia
ácida.

Una formación de masa contemporánea es la del sentido común. El sentido común es


una red de argumentos y sentencias que nos protegen de la soledad y del desamparo
de no saber qué pensar sobre el mundo en el que vivimos. ¿Se puede vivir confortable
en medio del horror? El sentido común es un modo de desmentida del horror.

Lo muy confortable, en un punto, se junta con el tedio y con el aburrimiento. Ésta es,
también, una de las paradojas del amor. El amor quiere confortabilidad, quiere
seguridad, no quiere amenazas ni abandonos; pero si consigue esas maravillas, decae.
La experiencia amorosa, a veces, se parece a la del televidente. La vivencia del
televidente termina confundiendo la percepción de sí o pone a la vista que eso que
llamamos nosotros mismos es un resto impreciso de imágenes que nos atraviesan.

Las voces académicas suelen llamar la atención sobre los daños que provoca la caja
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boba. Un estudio reciente publicado por la revista británica Biologist, afirma que la
televisión lastima la capacidad de atención de los chicos no tanto por los contenidos
(a veces, violentos y crueles que suele presentar), sino por la saturación y velocidad
de los estímulos visuales y sonoros que dispara. Niñas y niños incrustados frente a las
pantallas se habitúan a una vida editada que confrontada con la otra (que algunos
todavía llaman real) es más rápida, intrigante y sorprendente.

La televisión aprovecha recursos técnicos sutiles para componer el mundo: cortes,


cambios de cámara, zooms, paneos, sonidos repentinos y atrevimientos de montaje
que mantienen fascinado al espectador. Comparado con el de la televisión, el ritmo de
vida de una persona que anda fuera de la pantalla es lento y tedioso, monocorde y de
cámara fija, los cambios de plano son escasos o excepcionales. Alcanza con ver cómo
cuando en el cine asistimos a una escena filmada en tiempo real, un minuto es eterno.

Suelen vincular el exceso de tele en la niñez con dificultades para dormir, obesidad e
incluso con riesgos de autismo. Dicen que mirar televisión hace que las personas
coman aunque no tengan hambre. Vivimos, por momentos, un estado mudo de
desorientación: de pronto, uno no sabe si tiene o no ganas de seguir comiendo, dicen
que la percepción de sí se encuentra trastornada: vivimos más inclinados a prestar
atención a señales visuales externas que a sumergirnos en oscuros y ambiguos
indicadores primitivos como la sed o el hambre. Dicen que los que comen distraídos
(mirando la tele) confunden sus respuestas fisiológicas.

II.
Freud piensa cosas que guardan relación con todo esto en 1921, “Psicología de las
masas y análisis del yo” es un texto que pone a la vista su teoría del amor para pensar
diferentes formaciones colectivas. La teoría del amor freudiano se arma con esta
serie: libido-amor-narcisismo-ideal del yo-identificación.

Al televisor se le dice “la caja boba” porque la gente queda como hipnotizada frente
a la pantalla. Algo parecido le ocurre al enamorado. Ella le gusta mucho, pero cuando
está cerca de la muchacha algo le pasa: se turba, comienza a transpirar, no le salen las
palabras y se lo escucha balbucear: la percibe tan perfecta que todo en él se vuelve
defectuoso: tarda en contestar o no responde nunca, vacila hasta cuando tiene que
decir cómo se llama, se le chocan las letras y las sílabas en la boca como cuando una
muchedumbre trata de escapar de un cine que se está incendiando.

La tontería es un tributo de los fascinados. Un enamorado es un fascinado. Un


fascinado ante la belleza perfecta de una muchacha, a veces, se comporta un poco
tonto. Fascinación, perfección y bobería nos aproximan a la cuestión del narcisismo.
Narciso queda embobado ante su propia imagen, como el enamorado inmovilizado
ante la imagen que lo fascina, los asistentes a un recital cautivados por una voz o por
cómo suena una banda, el televidente en su sillón hipnotizado ante las imágenes que
titilan a una velocidad nunca vista.

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El muchacho se pregunta por qué puede ser desenvuelto, ocurrente y divertido con las
chicas que no le gustan. El fascinado es una especie de sometido. La fascinación es
una imagen que se nos impone por el poder que tiene sobre nosotros: nos cautiva.
Pero el poder de la imagen idealizada se corresponde con la sensación de no potencia
o de poca potencia que tiene el embobado. Si el que idealiza no cuenta con la mirada
a su favor de la idealizada, se vive débil y poca cosa.

La caja boba fascina. Y la fascinación es uno de los lechos en los que descansa el
narcisismo. La fascinación es la telaraña.

Narcisismo: estado de fascinación con nosotros mismos que nos envuelve de una
sensación de seguridad y plenitud.

Narcisismo: sueño del héroe.

Narcisismo: embobamiento de sí.

Narcisismo: trampa perfecta.

La expresión “His Majesty the Baby” que Freud utiliza en “Introducción del
narcisismo” (1914) condensa muchos de los sentidos que el término narcisismo
transporta. La expresión “His Majesty the Baby” hace referencia al título de un
cuadro que ilustra a dos policías londinenses que detienen el tráfico para que una
niñera pueda cruzar la calle con un cochecito de bebé. La cita en la que aparece es la
que sigue: “His Majesty the Baby, como un día lo estimamos ser nosotros. Deberá
realizar los deseos incumplidos de sus progenitores y llegar a ser un gran hombre o
un héroe en lugar de su padre, o, si es mujer, a casarse con un príncipe, para tardía
compensación de su madre. El punto más espinoso del sistema narcisista, la
inmortalidad del yo, tan duramente negada por la realidad, conquista su afirmación
refugiándose en el niño. El amor parental, tan conmovedor y tan infantil en el fondo,
no es más que una resurrección del narcisismo de los padres, que revela
evidentemente su antigua naturaleza en esta su transformación en amor objetal”.

Recordemos que en Londres decir “su majestad” no es decir cualquier cosa. Hay que
imaginar el valor que tiene esa palabra en una sociedad monárquica. Majestad
significa grandeza, superioridad y autoridad sobre todas las otras cosas. Así se trata a
un dios, a un emperador o a un rey. El niño del psicoanálisis es la semblanza de un
nuevo narcisismo familiar y burgués: el niño, pequeño dios, posesión de los padres.

Narcisismo: mirada de amor.

No hay sentimiento de sí sin mirada de otro.

Narcisismo: envoltura de una mirada que me hace sentir amado y protegido.

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El juego de las definiciones no es alarde de claridad o exactitud, sino insinuación de
la potencia del lenguaje cuando no practica tanto la determinación como el
deslizamiento. Interesa la huella que cada palabra deja cuando se arrastra suave hacia
otra. Un concepto no es el encierro de la cosa en un término, sino la serie de refugios
que encuentra una idea para pasar la noche hasta volver a partir. El concepto es el
trayecto mismo de ese viaje sin fin. Narcisismo es un concepto que se mueve hacia
amor hacia mirada hacia espejo hacia imagen hacia ideal hacia plenitud hacia
perfección hacia totalidad hacia Amo y, así, sin quedar detenido en el terreno
pantanoso de una definición.

Narcisismo: eso que me pasa cuando me encuentro reflejado en el espejo de la


perfección hasta el punto en que no puedo discernir dónde está la perfección y dónde
estoy yo, porque el espejo y yo somos uno y la misma cosa.

Narcisismo: cuerpo que coincide con la ilusión totalizadora de un ideal. Cuerpo no


sólo que se refleja en un espejo, sino cuerpo que se mira en el espejo siendo mirado
por otro.

El niño se mira reflejado en el espejo y ante su sorpresa se encuentra con la mirada de


la madre que lo mira mirándose y, entonces, ella con un gesto preciso, contundente,
dice: “Todo está bien, mi amor; ésta es la visión maravillosa de mi hermosura, la
imagen que ves es la tuya: ¡su majestad el yo! Mi bebé es mi rey”.

Admiración: (1) don de la mirada, (2) contemplación que hace sentir al niño que es
un ser extraordinario.

Narcisismo: admiración de sí.

Narcisismo: apogeo de sí, estado completo en el que tengo todo lo que necesito.

Freud responde en 1906 a una encuesta “Sobre la lectura y los buenos libros” que un
editor solicita a treinta y dos personalidades de la época (entre las que se encuentra
Hermann Hesse), así: “Ustedes me piden que les nombre «diez buenos libros» y se
rehúsan a agregar una palabra aclaratoria. Entonces, no sólo me dejan librado
elegir los libros, sino explicitar la demanda que me dirigen. Habituado a prestar
atención a pequeños indicios, no puedo menos que atenerme al texto en que
envuelven su enigmático pedido. No dicen «las diez obras más grandiosas» (de la
literatura universal), a lo cual yo habría debido responder, con tantísimos otros:
Homero, las tragedias de Sófocles, el Fausto de Goethe, Hamlet, Macbeth de
Shakespeare, etc. Tampoco «los diez libros más importantes», entre los cuales
habrían debido hallar cabida hazañas científicas como las de Copérnico, las del
antiguo médico Johann Weier sobre la creencia en las brujas, el libro de Darwin
sobre el origen del hombre, etc. Ni siquiera han preguntado por los «libros
predilectos», entre los que yo no habría olvidado al Paraíso perdido, de Milton, ni al
Lázaro, de Heine”.
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En esta breve explicación, Freud traza cuatro categorías: una, la de “diez buenos
libros” que enumera al final sin meditar mucho (lista que no incluí en la cita
recortada); otra, la que llama la de “las diez obras más grandiosas de la literatura
universal” sobre las que supone un consenso inapelable; la tercera, la que denomina
“los diez libros más importantes” que distingue como hazañas científicas y, por
último, la de “los libros predilectos”, entre los que menciona “El paraíso perdido”
un poema narrativo que escribió John Milton (1608-1674), considerado un clásico de
la literatura inglesa.

La predilección es una inclinación amorosa. Podemos imaginar que Freud leía con
pasión ese libro. No es un disparate, entonces, conjeturar que muchas ideas
naturalizadas, ahora, en el psicoanálisis vienen de ahí.

La infancia se piensa como un paraíso perdido, como vivencia perfecta, como


circunstancia plena. El paraíso es el imaginario del cuerpo único de la madre
abrazando a su hijo. La idea del paraíso viene del relato bíblico. Se ha convertido en
metáfora del placer (“me sentí en el paraíso”, “ese lugar es paradisíaco”).
Maravilloso jardín en el que vivían en eterna felicidad Adán y Eva antes del pecado
original.

El paraíso es el lugar ideal en el que uno tiene todo lo que necesita. Es posible que
esa imagen extraordinaria se represente hoy como una casa en el Tigre o en la costa,
con un supermercado, un gran paseo de compras o una televisión con un cable de
trescientos canales y banda ancha para Internet.

¿Qué pasaba en el paraíso? La respuesta es nada. El paraíso es un sitio protegido por


Dios. Un lugar sin hambre y sin frío, sin enfermedad y sin muerte, sin dolor y sin
angustia, sin nostalgia y sin memoria. Un lugar sin deseo. No hay hacia dónde ir, no
hay horizonte por delante, no hay porvenir ni por perder. Un sitio pleno sin sombras
ni oscuridades.

Más allá de las narrativas del viejo testamento judeo cristiano, muchas leyendas
orientales y occidentales hacen referencia a la idea un paraíso perdido. Suele
simbolizar un estado espiritual en el que no caben interrogaciones ni diferencias.

Preguntar y diferir son dos condiciones de los exiliados de ese mundo feliz.

Si el territorio del paraíso es el jardín lleno de delicias, el de la vida (tras la


expulsión) es el laberinto.

Sin embargo, en el relato bíblico, Dios pone en el paraíso el árbol del fruto prohibido,
introduciendo (así) el conflicto: la posibilidad de la desobediencia. La existencia de
una prohibición pone en marcha la historia misma. La presencia de un límite
posibilita el deseo.
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Pareciera que el psicoanálisis hubiera trasladado, en la historia humana, la idea de
paraíso a la experiencia de la infancia. La idea de las religiones que sostiene el ideal
de un lugar paradisíaco que perdimos, se aplica a una teoría de la evolución de cada
criatura humana. Se construye, así, una teoría nostálgica de la subjetividad. Una
posición que siempre mira hacia el pasado. Una subjetividad que vive de espaldas al
porvenir.

Una percepción de sí afectada por la tristeza de lo perdido y por la obsesión de


realizar un reencuentro (siempre fallido) con sustitutos que ofrecen el amor y la
cultura. Pertenecemos a esa cultura de la añoranza. Muchos de nosotros somos nietos
y bisnietos de personas que creyeron, al venir a América, que venían al paraíso.
Algunos, con el tiempo empezaron a sentir que el paraíso era lo que habían dejado
allá y murieron pensando volver y mirando hacia el mar. La nostalgia es una afección
en la que se siente que hay algo mejor que lo que tenemos y que ya lo perdimos.

III.
Recordemos que las ideas que aparecen en “Psicología de las masas y análisis del
yo” son las de libido, amor, narcisismo, ideal del yo, identificación. Cada una de esas
palabras es un camino posible para retornar imaginariamente al paraíso perdido.

Trazamos una proximidad entre la formación de masas que analiza Freud y la


televisión. Ambas situaciones están atravesadas por el fantasma de la perfección y la
plenitud. El estado de confortabilidad del televidente se sostiene con la provisoria
ilusión de un momento sin conflictividad.

La ausencia de conflictividad es una de las condiciones del paraíso perdido: como si


se buscara recobrar algo de ese imaginario pleno a través de los sustitutos que ofrece
la cultura. Perfección y plenitud son tanto atributos de dios como del narcisismo.

Narcisismo: potencia de un sentimiento de sí que nos iguala a los dioses.

Pero perfección y plenitud son también atributos del amor. A una muchacha hermosa
le decimos diosa, a una famosa de la televisión le decimos diosa. Se dice de una
actriz que es una diva para indicar como el atributo de la fama participa de la idea de
dios. La posición del espectador sentado en la cocina de su casa es semejante a la del
creyente y a la del enamorado.

Un término emparentado con el de narcisismo es éxtasis. Éxtasis, antes de ser esa


pastilla que, en pocos minutos, nos permite alucinar un mundo de placer, significa
alegría de la confortabilidad. Representa un ideal de felicidad: un estado de
excitación y felicidad donde no cabe más felicidad.

Narcisismo: estado de felicidad en el que no falta nada, porque se es Todo.

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Una de las formas utilizadas para describir la sensación de éxtasis es la del
embelesamiento. Estar embelezado significa sumergirse en un placer tan grande que
nos hace olvidar del resto del mundo. El enamorado, embelezado, declara: “lo único
que quiero en la vida es estar con vos”.

Narcisismo: embelesamiento de sí.

Otra forma para decir la vivencia de éxtasis es la embriaguez. La embriaguez es un


estado que comparten los bebedores, los enamorados, las personas que miran
televisión y los enloquecidos por comprarse todo. También se llama éxtasis al estado
místico: esa disciplina espiritual en la que los practicantes suspenden el llamado de
sus sentidos para unirse al cuerpo de dios experimentando así una felicidad
indescriptible.

IV.
Narcisismo, paraíso, éxtasis son tres palabras que aluden al imaginario de la plenitud
y tres representación que nos aproximan a sentirnos como dioses.

Sentirnos como dioses es una de las grandes obsesiones humanas. El pequeño dios
contemporáneo es el consumidor. A la vez que consumimos un objeto, consumimos
una ilusión de poder. Mirar televisión, hacer el amor, emborracharnos, llenar el
carrito en un supermercado, ir de compras a un shopping, consumir lo que esté más a
mano, son prácticas que nos hacen sentir provisoriamente plenos. La del consumo es
la experiencia narcisista más difundida en las sociedades capitalistas.

“Psicología de las masas y análisis del yo” es un texto que permite entender por qué
estamos capturados, fascinados, hipnotizados por el consumo. El consumo como la
experiencia de pequeños dioses.

La expresión “pequeños dioses” es en sí misma una broma. La cualidad de dios (ese


ser supremo que no conoce existencia superior) no se conjuga con pequeño. Sin
embargo, esa broma enunciativa es la composición más poderosa de la experiencia
amorosa. La madre más hermosa abraza a su pequeño diciéndole suavemente “mi
corazón, mi vida, mi Dios”.

No podemos dejar de decir que en nuestro mundo, a media hora de este salón, hay
niñas y niños que no pueden ser abrazados así. Porque para que una madre pueda ser
una hermosa mujer dadora de la sensación de dios a su criatura querida, tiene que
tener trabajo, hogar, luz, gas, unos pesos en la cartera o un marido empresario o
sojero que la sostenga. Para que todos los recién nacidos puedan ser envueltos con
esa ternura narcisista, se necesita una sociedad con mas justicia, con mas igualdad,
con más protección social, con mejores trabajos.

En medio de tanta desigualdad, los excluidos no pueden amar a sus hijos como
pequeños dioses. No saben qué hacer con su yo, no saben cómo darles de comer, no
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saben cómo sostenerse a si mismos. Asistimos, así, al genocidio narcisista de una
parte de la población.

Genocidio narcisista: exterminio o eliminación sistemática de una experiencia de sí,


matanza de la vivencia de plenitud como confianza amorosa que nos abraza para
siempre.

La imposibilidad de esta experiencia narcisista es un problema político. En la


exclusión no puede haber ternura o sólo queda la ternura brumosa del alcohol o la
ternura mortífera de la pasta base de la cocaína.

Sobre todo esto se puede pensar leyendo “Introducción del narcisismo” y


“Psicología de las masas y análisis del yo”.

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