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I.
La clase de hoy es sobre dos textos de Freud “Introducción del narcisismo” de 1914
y “Psicología de las masas y análisis del yo” de 1921.
Una primera cuestión que advertimos es el término masas. Una pregunta que
podríamos hacernos es: ¿por qué las personas se sienten confortables en situación de
masa?
¿En qué situación nosotros sentimos ese confort, ese estado de no cuestionamiento en
el que nos entregamos pasivamente y sin discusión a otro, junto a otros muchos? ¿En
un estadio de fútbol, en un recital de rock, en una fiesta con mucho alcohol, en el acto
del día de la bandera?
Imaginemos una instalación política crítica del sistema, un movimiento que intente
despejar las telarañas en nuestras pupilas, imaginemos que se proponga la decisión
colectiva de un día en el que los aparatos no se enciendan y en esa jornada hacer otras
cosas. Una protesta de televisores apagados.1 ¿Que pasaría?
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Se puede leer en Freud que la situación de masas ofrece un estado de confortabolidad
semejante al del enamoramiento y estamos diciendo aquí cada televidente sentado
frente a su aparato entra en una especie de sueño narcisista.
Durante los días de la crisis del 2001, reapareció en las calles de esta ciudad un
graffiti que decía: “Nos están meando y los medios dicen que llueve”. No importa
volver decir que los medios son empresas que producen realidad o formatean la
cabeza de los consumidores, importa -ahora- otro asunto: la versión “llueve” ofrece
confortabilidad, mientras la versión “nos están meando” (si no se transforma en
impulso de una acción con otros, lo cuál supone esfuerzos y molestias) nos llena de
inquietud y bronca impotente.
Masa: cuerpos que se sienten confortables a pesar de ser rociados por una lluvia
ácida.
Lo muy confortable, en un punto, se junta con el tedio y con el aburrimiento. Ésta es,
también, una de las paradojas del amor. El amor quiere confortabilidad, quiere
seguridad, no quiere amenazas ni abandonos; pero si consigue esas maravillas, decae.
La experiencia amorosa, a veces, se parece a la del televidente. La vivencia del
televidente termina confundiendo la percepción de sí o pone a la vista que eso que
llamamos nosotros mismos es un resto impreciso de imágenes que nos atraviesan.
Las voces académicas suelen llamar la atención sobre los daños que provoca la caja
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boba. Un estudio reciente publicado por la revista británica Biologist, afirma que la
televisión lastima la capacidad de atención de los chicos no tanto por los contenidos
(a veces, violentos y crueles que suele presentar), sino por la saturación y velocidad
de los estímulos visuales y sonoros que dispara. Niñas y niños incrustados frente a las
pantallas se habitúan a una vida editada que confrontada con la otra (que algunos
todavía llaman real) es más rápida, intrigante y sorprendente.
Suelen vincular el exceso de tele en la niñez con dificultades para dormir, obesidad e
incluso con riesgos de autismo. Dicen que mirar televisión hace que las personas
coman aunque no tengan hambre. Vivimos, por momentos, un estado mudo de
desorientación: de pronto, uno no sabe si tiene o no ganas de seguir comiendo, dicen
que la percepción de sí se encuentra trastornada: vivimos más inclinados a prestar
atención a señales visuales externas que a sumergirnos en oscuros y ambiguos
indicadores primitivos como la sed o el hambre. Dicen que los que comen distraídos
(mirando la tele) confunden sus respuestas fisiológicas.
II.
Freud piensa cosas que guardan relación con todo esto en 1921, “Psicología de las
masas y análisis del yo” es un texto que pone a la vista su teoría del amor para pensar
diferentes formaciones colectivas. La teoría del amor freudiano se arma con esta
serie: libido-amor-narcisismo-ideal del yo-identificación.
Al televisor se le dice “la caja boba” porque la gente queda como hipnotizada frente
a la pantalla. Algo parecido le ocurre al enamorado. Ella le gusta mucho, pero cuando
está cerca de la muchacha algo le pasa: se turba, comienza a transpirar, no le salen las
palabras y se lo escucha balbucear: la percibe tan perfecta que todo en él se vuelve
defectuoso: tarda en contestar o no responde nunca, vacila hasta cuando tiene que
decir cómo se llama, se le chocan las letras y las sílabas en la boca como cuando una
muchedumbre trata de escapar de un cine que se está incendiando.
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El muchacho se pregunta por qué puede ser desenvuelto, ocurrente y divertido con las
chicas que no le gustan. El fascinado es una especie de sometido. La fascinación es
una imagen que se nos impone por el poder que tiene sobre nosotros: nos cautiva.
Pero el poder de la imagen idealizada se corresponde con la sensación de no potencia
o de poca potencia que tiene el embobado. Si el que idealiza no cuenta con la mirada
a su favor de la idealizada, se vive débil y poca cosa.
La caja boba fascina. Y la fascinación es uno de los lechos en los que descansa el
narcisismo. La fascinación es la telaraña.
Narcisismo: estado de fascinación con nosotros mismos que nos envuelve de una
sensación de seguridad y plenitud.
La expresión “His Majesty the Baby” que Freud utiliza en “Introducción del
narcisismo” (1914) condensa muchos de los sentidos que el término narcisismo
transporta. La expresión “His Majesty the Baby” hace referencia al título de un
cuadro que ilustra a dos policías londinenses que detienen el tráfico para que una
niñera pueda cruzar la calle con un cochecito de bebé. La cita en la que aparece es la
que sigue: “His Majesty the Baby, como un día lo estimamos ser nosotros. Deberá
realizar los deseos incumplidos de sus progenitores y llegar a ser un gran hombre o
un héroe en lugar de su padre, o, si es mujer, a casarse con un príncipe, para tardía
compensación de su madre. El punto más espinoso del sistema narcisista, la
inmortalidad del yo, tan duramente negada por la realidad, conquista su afirmación
refugiándose en el niño. El amor parental, tan conmovedor y tan infantil en el fondo,
no es más que una resurrección del narcisismo de los padres, que revela
evidentemente su antigua naturaleza en esta su transformación en amor objetal”.
Recordemos que en Londres decir “su majestad” no es decir cualquier cosa. Hay que
imaginar el valor que tiene esa palabra en una sociedad monárquica. Majestad
significa grandeza, superioridad y autoridad sobre todas las otras cosas. Así se trata a
un dios, a un emperador o a un rey. El niño del psicoanálisis es la semblanza de un
nuevo narcisismo familiar y burgués: el niño, pequeño dios, posesión de los padres.
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El juego de las definiciones no es alarde de claridad o exactitud, sino insinuación de
la potencia del lenguaje cuando no practica tanto la determinación como el
deslizamiento. Interesa la huella que cada palabra deja cuando se arrastra suave hacia
otra. Un concepto no es el encierro de la cosa en un término, sino la serie de refugios
que encuentra una idea para pasar la noche hasta volver a partir. El concepto es el
trayecto mismo de ese viaje sin fin. Narcisismo es un concepto que se mueve hacia
amor hacia mirada hacia espejo hacia imagen hacia ideal hacia plenitud hacia
perfección hacia totalidad hacia Amo y, así, sin quedar detenido en el terreno
pantanoso de una definición.
Admiración: (1) don de la mirada, (2) contemplación que hace sentir al niño que es
un ser extraordinario.
Narcisismo: apogeo de sí, estado completo en el que tengo todo lo que necesito.
Freud responde en 1906 a una encuesta “Sobre la lectura y los buenos libros” que un
editor solicita a treinta y dos personalidades de la época (entre las que se encuentra
Hermann Hesse), así: “Ustedes me piden que les nombre «diez buenos libros» y se
rehúsan a agregar una palabra aclaratoria. Entonces, no sólo me dejan librado
elegir los libros, sino explicitar la demanda que me dirigen. Habituado a prestar
atención a pequeños indicios, no puedo menos que atenerme al texto en que
envuelven su enigmático pedido. No dicen «las diez obras más grandiosas» (de la
literatura universal), a lo cual yo habría debido responder, con tantísimos otros:
Homero, las tragedias de Sófocles, el Fausto de Goethe, Hamlet, Macbeth de
Shakespeare, etc. Tampoco «los diez libros más importantes», entre los cuales
habrían debido hallar cabida hazañas científicas como las de Copérnico, las del
antiguo médico Johann Weier sobre la creencia en las brujas, el libro de Darwin
sobre el origen del hombre, etc. Ni siquiera han preguntado por los «libros
predilectos», entre los que yo no habría olvidado al Paraíso perdido, de Milton, ni al
Lázaro, de Heine”.
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En esta breve explicación, Freud traza cuatro categorías: una, la de “diez buenos
libros” que enumera al final sin meditar mucho (lista que no incluí en la cita
recortada); otra, la que llama la de “las diez obras más grandiosas de la literatura
universal” sobre las que supone un consenso inapelable; la tercera, la que denomina
“los diez libros más importantes” que distingue como hazañas científicas y, por
último, la de “los libros predilectos”, entre los que menciona “El paraíso perdido”
un poema narrativo que escribió John Milton (1608-1674), considerado un clásico de
la literatura inglesa.
La predilección es una inclinación amorosa. Podemos imaginar que Freud leía con
pasión ese libro. No es un disparate, entonces, conjeturar que muchas ideas
naturalizadas, ahora, en el psicoanálisis vienen de ahí.
El paraíso es el lugar ideal en el que uno tiene todo lo que necesita. Es posible que
esa imagen extraordinaria se represente hoy como una casa en el Tigre o en la costa,
con un supermercado, un gran paseo de compras o una televisión con un cable de
trescientos canales y banda ancha para Internet.
Más allá de las narrativas del viejo testamento judeo cristiano, muchas leyendas
orientales y occidentales hacen referencia a la idea un paraíso perdido. Suele
simbolizar un estado espiritual en el que no caben interrogaciones ni diferencias.
Preguntar y diferir son dos condiciones de los exiliados de ese mundo feliz.
Sin embargo, en el relato bíblico, Dios pone en el paraíso el árbol del fruto prohibido,
introduciendo (así) el conflicto: la posibilidad de la desobediencia. La existencia de
una prohibición pone en marcha la historia misma. La presencia de un límite
posibilita el deseo.
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Pareciera que el psicoanálisis hubiera trasladado, en la historia humana, la idea de
paraíso a la experiencia de la infancia. La idea de las religiones que sostiene el ideal
de un lugar paradisíaco que perdimos, se aplica a una teoría de la evolución de cada
criatura humana. Se construye, así, una teoría nostálgica de la subjetividad. Una
posición que siempre mira hacia el pasado. Una subjetividad que vive de espaldas al
porvenir.
III.
Recordemos que las ideas que aparecen en “Psicología de las masas y análisis del
yo” son las de libido, amor, narcisismo, ideal del yo, identificación. Cada una de esas
palabras es un camino posible para retornar imaginariamente al paraíso perdido.
Pero perfección y plenitud son también atributos del amor. A una muchacha hermosa
le decimos diosa, a una famosa de la televisión le decimos diosa. Se dice de una
actriz que es una diva para indicar como el atributo de la fama participa de la idea de
dios. La posición del espectador sentado en la cocina de su casa es semejante a la del
creyente y a la del enamorado.
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Una de las formas utilizadas para describir la sensación de éxtasis es la del
embelesamiento. Estar embelezado significa sumergirse en un placer tan grande que
nos hace olvidar del resto del mundo. El enamorado, embelezado, declara: “lo único
que quiero en la vida es estar con vos”.
IV.
Narcisismo, paraíso, éxtasis son tres palabras que aluden al imaginario de la plenitud
y tres representación que nos aproximan a sentirnos como dioses.
Sentirnos como dioses es una de las grandes obsesiones humanas. El pequeño dios
contemporáneo es el consumidor. A la vez que consumimos un objeto, consumimos
una ilusión de poder. Mirar televisión, hacer el amor, emborracharnos, llenar el
carrito en un supermercado, ir de compras a un shopping, consumir lo que esté más a
mano, son prácticas que nos hacen sentir provisoriamente plenos. La del consumo es
la experiencia narcisista más difundida en las sociedades capitalistas.
“Psicología de las masas y análisis del yo” es un texto que permite entender por qué
estamos capturados, fascinados, hipnotizados por el consumo. El consumo como la
experiencia de pequeños dioses.
No podemos dejar de decir que en nuestro mundo, a media hora de este salón, hay
niñas y niños que no pueden ser abrazados así. Porque para que una madre pueda ser
una hermosa mujer dadora de la sensación de dios a su criatura querida, tiene que
tener trabajo, hogar, luz, gas, unos pesos en la cartera o un marido empresario o
sojero que la sostenga. Para que todos los recién nacidos puedan ser envueltos con
esa ternura narcisista, se necesita una sociedad con mas justicia, con mas igualdad,
con más protección social, con mejores trabajos.
En medio de tanta desigualdad, los excluidos no pueden amar a sus hijos como
pequeños dioses. No saben qué hacer con su yo, no saben cómo darles de comer, no
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saben cómo sostenerse a si mismos. Asistimos, así, al genocidio narcisista de una
parte de la población.