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El resultado de la fallida paz en 1840 continuoó diluyendo la figura del monarca como
absoluto y deslegitimando su funcioó n, de modo tal que la Monarquíóa ya no apelaba a
ese ideal nacional de unidad. Un dato importante es el periodo comprendido entre
1833 y 1875, ya que se inicia la guerra Carlista y se instaura la Monarquíóa
constitucional y en tales procesos la direccioó n políótica y gubernamental del paíós fue
orquestada por el ejeó rcito. La figura del pronunciamiento permitíóa el cambio de
Gobierno de manera poco sangrienta; un ejemplo de ello fue el periodo liberal de
amadeo de Saboya y la primera Repuó blica de corta duracioó n bastante ineficiente: era
evidente la imposibilidad de ejercer autoridad por víóa legíótima.
El conservador Caó novas del Castillo consideraba a la dinastíóa de Borboó n como la uó nica
legíótima pero veíóa las funciones del ejeó rcito, predominantes en aspectos políóticos,
como un peligro para la paz civil y por ello proponíóa cierta libertad en la actividad
burocraó tica. Como resultado, para 1874 la Monarquíóa de los Borbones se restauroó
encabezada por Alfonso XII y en 1876 ya regíóa una Constitucioó n en donde las Cortes
continuaban sesgando sus funciones por la asignacioó n de cargos. La limitacioó n del
sufragio era un condicionante que restaba significado políótico, el turno pacífico entre
conservadores y liberales alternaba el poder bajo un pacto informal de ambos partidos
emergentes, impidiendo en el aó mbito electoral el sentido de la responsabilidad políótica
en Espanñ a. Como consecuencia de un sistema ineficaz y corrupto por parte de los
funcionarios puó blicos que se relevaban las funciones administrativas, la Monarquíóa se
veíóa insuficiente en la creacioó n de instituciones que realmente tuviesen una dimensioó n
de representacioó n viable. No obstante, para el anñ o 1917 ambos partidos se
desintegraban raó pidamente y la agitacioó n anarquista tuvo lugar; abriendo lugar a la
famosa semana trágica de Barcelona, donde se arrojaron bombas y se propicioó la
beligerancia con la gesta de incendios.
La tierra empezoó a tener fuerte relevancia para los procesos republicanos de Espanñ a,
pues el latifundio en manos de la Iglesia buscaba ser reducido por las aspiraciones
liberales que pretendíóan poner en venta tales terreros para volverlos productivos en
agricultura y favorecer a los pequenñ os productores del campo. A pesar de esta
determinacioó n, las tierras fueron compradas por quienes teníóan la capacidad
adquisitiva, es decir, la eó lite terrateniente, condensando auó n maó s la desigual
concentracioó n de la riqueza.
Por otro lado, el autor reconoce el auge industrial de Espanñ a a pesar de su debilidad y
concentracioó n geograó fica en las periferias, sostiene que la industria espanñ ola brindaba
oportunidades de empleo, generaba artíóculos de consumo y como resultado
progresivo fue creciendo el nivel de vida urbano en las deó cadas siguientes a 1931. De
tal progreso industrial adviene la Repuó blica, no soó lo por un componente hegemoó nico
en materia corporativa y de administracioó n, sino tambieó n por el resurgir cultural en
las artes y las ciencias: filoó logos, novelistas, filoó sofos, poetas y demaó s artistas
impulsaron un nuevo aire esteó tico, asíó como diversos movimientos, ideologíóas y
corrientes intelectuales tomaban forma, como el krausismo (liberal/orientacioó n laica)
y un regenerado catolicismo. Estas nuevas manifestaciones sociales muestran el sentir
antiteó tico de la sociedad vulnerada y apaciguada por las fuertes desigualdades,
instaura un sentido cientíófico, moral, de lo bello, la historia del arte y la necesidad de
comprender las tanto las ciencias sociales como las naturales, apelando siempre a la
institucionalidad educativa. Francisco Giner representoó estos ideales por medio de la
Institucioó n Libre de Ensenñ anza. En contraste, tambieó n el autor resalta la participacioó n
de una Iglesia catoó lica nueva en criterios que buscaban principalmente la accioó n social
y la educacioó n como pilares fundamentales. Finalmente, se expone la incidencia de
varios movimientos regionales que combinaba a la clase media y el campesinado, a
saber: el nacionalismo Catalaó n, el nacionalismo Vasco y el carlismo.
Sin duda alguna, la amenaza maó s incidente para la Monarquíóa fueron los movimientos
de masa de la clase trabajadora: el anarcosindicalismo y el socialismo, ambos
proyectos buscaban colectivizar el entramado social como justificacioó n de la
transformacioó n revolucionaria y el autor hace una descripcioó n perioó dica de sus
manifestaciones.
3. Aporte personal.
Considero que el traó nsito de un modelo de gobierno a otro suscita inevitablemente
grandes enfrentamientos a nivel social con el ente centralizado, pero ademaó s, una
fuerte disputa por mantener aquellos principios y valores que mejor representen las
aspiraciones de cambio en una sociedad. El arraigo cultural siempre se expresa como
motor principal de los levantamientos subversivos, que pretenden diluir la inmanencia
que concentra el poder por víóa de ciertos intereses particulares. El arte y la ciencia
deben entenderse de manera conjunta, pues el íómpetu esteó tico, moral y políótico tienen
sus raíóces en tales instancias del conocimiento.
Sin duda los antecedentes de la Repuó blica espanñ ola tienen especial relevancia en el
estudio de la tierra y su distribucioó n, asíó como en la articulacioó n de medidas puó blicas y
administrativas a la que les hace frente los movimientos sociales subyacentes. Los
regíómenes no soó lo obedecen al aó mbito institucional como regulador de praó cticas,
tambieó n el factor cíóvico juega un rol de legitimacioó n y reproduccioó n bastante
importante que, a la postre, construye el sentido de una nacioó n en dicha dialeó ctica del
gobernado y el gobernante.