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Fue el diputado John William Cooke el que defendió el proyecto de ley para
formar la Asamblea Constituyente. En la sesión bicameral, el joven diputado argumentó
que la Constitución de 1853 había servido siempre “para justificar las grandes entregas
de la soberanía, porque lo mismo se la invocaba para malvender un ferrocarril
construido por el esfuerzo de los argentinos que para regalar a un ferrocarril extranjero
una legua a ambos lados de la vía”. El final de su discurso resonó en la Cámara en
medio de los aplausos: “…esta reforma constitucional va a ser la reforma de una
revolución argentina que está dispuesta a cumplir su destino histórico como generación
argentina y americana”.1 La asamblea parlamentaria aprobó, con el voto de los dos
tercios de los congresistas presentes, la Ley 13.233 de necesidad de la reforma.
1
Diario de Sesiones Cámara de la Cámara de Diputados, tomo IV, pp. 2679, 1948. Todas las citas que
siguen a continuación, en: Diario de Sesiones de la Convención Nacional Constituyente – Año 1949.
Buenos Aires, Imprenta del Congreso de la Nación, 1949.
1
Progresista se abstuvo, mientras los socialistas, tras un debate interno, propiciaron el
voto en blanco. Los conservadores (Partido Demócrata Nacional) decidieron ser de la
partida al igual que los comunistas, quienes veían en la reforma similitudes con el
nazismo y el falangismo. Sin embargo, en rigor de verdad, sólo los radicales podrían
ocupar parte del escenario con alguna expectativa. Estos se encontraban sumidos en un
conflicto interno entre las corrientes unionista e intransigente del partido. Entre la
propuesta de abstención de los primeros y de participación de los segundos, finalmente
llegaron a un punto medio de acuerdo. Los intransigentes se presentarían a las
elecciones con el visto bueno de los unionistas, pero sólo para sostener los principios
históricos del radicalismo y con el mandato de defender a capa y espada la constitución
vigente en tanto baluarte de la “libertad ciudadana y de la justicia económica y social”.
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El discurso de Perón ante los constituyentes puede resumirse en el argumento de
que Toda revolución requiere de una constitución. Para Perón, esta relación se
establecía entre dos etapas históricas, la “era emancipadora” y la “era constituyente”,
respectivamente. A la gesta sanmartiniana -era emancipadora- le había correspondido la
Constitución de 1853 -la era constituyente. De igual manera, aquella relación sucedía
ahora entre la revolución peronista y la Constituyente de 1949. En síntesis, el argumento
de Perón destacaba tres elementos principales:1) La legislación dictada en una época
determinada se desnaturaliza por los cambios sociales posteriores; 2) el clamor popular,
que había sido acallado durante la era del fraude, fue interpretado por la obra de la
revolución y 3) la crisis de la democracia liberal abrió paso a la democracia social.
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Cuando, en otro tramo, el radicalismo cuestionó la formación de los
constituyentes de origen obrero, Hilario Salvo, obrero metalúrgico, les respondió con
las siguientes palabras: “[..] nosotros, los que estábamos identificados con la ideología
radical, nos pusimos al frente del glorioso 17 de octubre para demostrarles a los
dirigentes políticos envejecidos que, si ellos habían perdido autoridad para dirigir a las
masas ciudadanas, estas estaban en condiciones de recuperar lo que creían beneficioso
para sí […]; esas fuerzas obreras se movilizaron por el retardo y la cobardía de los
políticos radicales […] Pero en la elección del 24 de febrero comprobamos el servilismo
de los hombres que nos habían dirigido hasta entonces […] Yo represento a uno de los
gremios mayoritarios del país, a uno de los que ha realizado mayor número de huelgas
[…] Los que llevamos el luto de Vasena, gracias a la libertad de este gobierno hemos
podido colocar la placa recordatoria de los barridos por las balas, justo cuando la Unión
Cívica Radical regía los destinos de la patria”.
Decía Sampay respecto del concepto de la carta magna y su forma que “La
Constitución es una estructura de leyes fundamentales que cimienta la organización
política del Estado, fijando sus fines y enunciando los medios adecuados para
conseguirlos, y que establece, además, la manera de distribuir el poder político y elegir
los hombres que lo ejercen […] es el orden creado para asegurar el fin perseguido por
una comunidad política, y la que instituye y demarca la órbita de las diversas
magistraturas gubernativas. Estas dos partes de una constitución, que acabo de definir
glosando a Aristóteles y a su gran comentarista medieval, son las llamadas por la
doctrina de nuestros días, parte dogmática y parte orgánica, respectivamente”.
Luego abordó la función de la Constitución respecto del rol del estado con el
siguiente argumento: “La realidad histórica, señor presidente, enseña que el postulado
de la no intervención del Estado en materia económica, incluyendo la prestación de
trabajo, es contradictoria en sí misma. Porque la no intervención significa dejar libres
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las manos a los distintos grupos en sus conflictos sociales y económicos, y por lo
mismo, dejar que las soluciones queden libradas a las pujas entre el poder de esos
grupos. En tales circunstancias, la no intervención implica la intervención a favor del
más fuerte […]”.
Después hizo eje en la conducta adoptada por las clases propietarias de Estados
Unidos y Argentina frente al intervencionismo de estado. Narró Sampay que en 1935 la
Suprema Corte norteamericana había declarado la inconstitucionalidad de los principios
intervencionistas del New Deal amparada en la defensa de la propiedad privada. Para
evitar que en nuestro país sucediera lo mismo con los recientes derechos, proponía la
reforma de la ley fundamental. Solo así, se constitucionalizaría la revolución:
Respecto del grado de la intervención estatal, afirmaba que este “se mide por las
contingencias históricas, pues toda la legislación intervencionista tiende a compensar la
inferioridad contractual, la situación de sometimiento en que se halla el sector de los
pobres dentro del sistema del capitalismo moderno”. Y ese sesgo -afirmaba Sampay-
estaba siendo cumplido en el país por la revolución nacional, lo que Perón denominaba
la conversión de la democracia política en democracia social, “una economía humanista
[…] el desenvolvimiento armónico de la economía para alcanzar el bien de todos, para
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lograr la libertad democrática que es la que asegura al máximo de libertad al conjunto
del pueblo, y para derogar la libertad de explotación, la libertad de los poderosos que
siempre traba la libertad de los débiles”.
Desperonización
La nueva carta magna incluyó en su letra mucho más que la reforma de los
mecanismos electivos de las instituciones republicanas. La incorporación al Preámbulo
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de las banderas históricas de la revolución nacional tenía por objeto, al decir de Sampay,
constituir una suerte de declaración preliminar que sintetizase la filosofía y el proyecto
que la nueva Constitución propiciaba.