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RESUMEN CRUZADA EN JEANS


Capítulo 1: “Salto en el tiempo”
Las navidades estaban próximas y Rudolf Hefting, apodado Dolf, es un joven de 15 años,
bastante alto, terco, insistente, valiente, apasionado en historia. Su padre el doctor Hefting es amigo
de los doctores Simiak y Frederics. Dolf tras meses de súplicas es autorizado a visitar el laboratorio
y conocer la máquina del tiempo, invento de los dos doctores y en la que estaban trabajando.
Se trataba de una enorme máquina que cubría todo un muro del laboratorio. Había un panel,
repleto de diales, botones y palancas con números y símbolos. Jamás había imaginado que el
transmisor de materia fuera tan grande. Tenía una sección central que parecía una cabina telefónica,
pero sus paredes estaban aisladas a conciencia y la puerta era transparente. Sin embargo, no estaba
hecha de vidrio, sino de un material sintético que, según decía el doctor Simiak, era indestructible.
Ahí colocaban las jaulas los animales o cualquier otro objeto que queramos transportar.
Los doctores Simiak y Frederics le presentan la máquina del tiempo explicando cómo esta
funciona y que han enviado animales para probarla, además planean en Año Nuevo enviar monos.
Simiak explica que si envían un animal enjaulado al pasado, deben aguardar tres horas antes
de recuperarlo porque el transmisor gasta mucha energía, se recalienta y hay que esperar que se
enfríe. Durante ese tiempo, la jaula debe permanecer en el pasado, en el mismo lugar en que quedó
colocada porque las coordenadas de la máquina están determinadas para ese punto. Si alguien retira
la jaula o si aterriza en un terreno inestable y se cae, no se podría recuperar.
Dolf les pregunta ¿Por qué experimentan sólo con animales que no pueden contar lo visto? Le
responden que antes de enviar personas al pasado hay que asegurarse de que no corren peligro,
pues si llega a una ciénaga (pantano) o a un lago no podría establecer contacto y se perdería. Además
el peso corporal también cuenta pues al usar un animal pesado, un mono, un chimpancé, la energía
gastada inutiliza todos los fusibles y las reparaciones suponen meses de trabajo.
Dolf se ofrece para ir como voluntario, poniendo como excusa que pesa menos que un mono
y que además tiene ojos y bocas para que así pueda contar lo que vio, después de varios intentos de
convencimiento los doctores aceptaron.
Basándose en un libro que había leído, Rudolf pidió ir en la máquina del tiempo a Montgivray
en Francia central el día 14 de junio de 1212 (siglo 13), donde se estaría desarrollando un torneo
organizado por el duque de Dampierre. Y agrega que es capaz de proporcionarles unas pruebas
científicas irrefutables y que no tiene miedo.
El doctor Simiak le advierte que de autorizarlo, cosa que no harían, sólo podría hacer una vez
el intento de traerlo y si fracasara y no se encontrara en el sitio adecuado en el momento oportuno,
se quedarían en la Edad Media el resto de tu vida.
Dolf se compromete w estar en el lugar y en el momento adecuado y que como la computadora
puede determinar exactamente el lugar al que sería enviado, podría llevar tiza para marcar el lugar
para encontrarlo fácilmente unas horas más tarde y un cuchillo para defenderse.
Miró el cronómetro colgado sobre el transmisor de materia. Era la una menos cuarto.
Sincronizó su nuevo reloj con el cronómetro y dijo: tenemos que determinar el momento exacto en
que debo estar en el lugar del que ustedes me traerán.
Dolf no supo si los dos hombres cedieron a su insistencia o a la tentación de someter su invento
a una prueba auténtica; pero ambos empezaron a asentir simultáneamente. El doctor Frederics
empezó a suministrarle información a la computadora.
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El doctor Simiak le entrega un rotulador negro y otro amarillo y un largo y afilado cuchillo de
mesa, que sujetó bajo su cinturón, y algunas cerillas, que se metió en el bolsillo.
Dijo que había que fijar el momento de regreso para dentro de cuatro horas exactamente a
contar desde el momento en que lo pusieran en la máquina.
El doctor Frederics le hace una última advertencia “Para mayor seguridad, déjate ver lo menos
posible, pues tu traje llamaría la atención”.
Con la puerta todavía abierta, el doctor Simiak le dijo que pusiera los pies en el centro del
cuadrado metálico y que no tocara las paredes. Cierra los ojos y quédate quieto. No te impacientes.
Nos costará tres minutos lograr la energía suficiente para… no toques nada, muchacho…
Dolf cerró los ojos y oyó cómo se cerró la puerta. Se quedó quieto como estatua y empezó a
contar hasta sesenta y tres veces y despacio, muy concentrado para dejar de pensar. Estaba en
minuto 2:59 cundo sintió que el mundo se había acabado y un impacto de una intensa fuerza que le
hizo doler todo su cuerpo. Se sintió envuelto en una neblina de matices azules y percibió sonidos
familiares: el zumbido del viento, el canto de pájaros. Sentía el calor del sol y cómo se despejaba la
neblina del interior de su cabeza. Abrió los ojos, había llegado, pero no sabía a donde.

Capítulo 2: “Perdido”
Dolf se encuentra sobre una piedra plana rodeado de laderas cubiertas de árboles y flores
silvestres. Su reloj marcaba la una y dos minutos. La piedra serviría como punto de referencia, con
los rotuladores trazó dos círculos alrededor de sus pies, uno amarillo y otro negro.
Avanzó cauteloso, observando el camino a su alrededor, para poder hallar a tiempo la piedra
y volver. El alto abedul de arriba serviría como señal y sería más fácil volver a las 5, la hora acordada.
Había mucho calor, era junio y vestía de invierno: jersey, medias de lana, chaqueta y jeans.
Descendió por la ladera, distinguió un valle. En la lejanía se divisaba una población que no era
moderna, pensó que era Montgivray. Distinguió torreones y murallas. Más abajo vio personas que
trabajaban en los campos del valle.
Pensó «He retrocedido a la Edad Media. Estoy en la Francia del siglo XIII». De pronto escuchó
gritos y ruidos de armas, se acercó y se dio cuenta que habían dos hombres a caballo que atacaban
a un tercero a pie, el que se defendía con un garrote. No eran caballeros pues sus caballos no
llevaban armaduras. Eran ladrones, enfurecido, tomó su cuchillo y le dio una cuchillada en la pierna
de uno, el otro ladrón huyó. Estaba a punto de llorar de vergüenza por haber herido a un ser humano.
El joven al que había salvado era Leonardo Fibonacci, de Pisa, compartieron pan y carne y le
convidó un líquido de su bota que era avinagrado y picante pero cesaba la sed.
Leonardo tenía pelo negro largo, ojos castaños y piel bronceada. Vestía capa verde con un
cinturón del que colgaba en su vaina una corta daga (como espada pero corta). Tenía botas pardas
y sombrero verde. Dolf se presentó como Rudolf Hefting, de Amsterdam (Holanda). En ese momento
se dio cuenta que tendrían problemas lingüísticos. No sabía francés, y menos francés medieval ni
dominaba el latín. Leonardo comenzó a hablar y se dio cuenta que era una especie de holandés
antiguo no muy difícil de entender cuando se habla despacio.
Leonardo le contó que era estudiante en Paris y que iba a Bolonia. Dolf le explicó que se dirigía
al gran torneo de Montgivray organizado por el conde de Dampierre. Leonardo le aclaró que estaba
cerca de Espira y no de Montgivray, a orillas del Río Rin y cerca de Worms, una ciudad de Alemania.
Al observar una Iglesia, Dolf recordó que hace tres años había pasado por Espira, cuando se
dirigía con sus padres a Suiza, se acordaba de que era una ciudad ajetreada, con industrias, un
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magnífico puente sobre el Rin, amplias avenidas y, una impresionante catedral del siglo XII.
Comprendió que no estaba en Francia sino en Alemania y que no podría asistir al torneo.
Leonardo le explica que están en el año 1212 (Dolf pensó que al menos en el año no había
fallado) en el Día de San Juan. Recordó que de la edad media sabía que: todos eran católicos, que
los emperadores alemanes disputaban el poder al Papa. Se construían catedrales como la de Espira.
Los caminos eran peligrosos y los viajes difíciles, que había cruzadas, torneos y luchas locales entre
príncipes y rivales. La ciencia apenas había nacido, y la gente era supersticiosa. Los hombres llevaban
amuletos y cuando las cosas salían mal, le echaban la culpa al diablo.
Le dice a Leonardo que es estudiante pero que no domina el latín, pero conoce de
matemáticas. Entonces Leonardo lo lleva a un arenal y con un palo traza un triángulo y un
paralelogramo. Dolf dibujó un cono truncado, un cuadrado y una pirámide. Ambos se dieron la
mano. Por diversión Dolf escribió en la arena el teorema de Pitágoras. Leonardo pareció
desconcertado y señaló los símbolos. Rudolf entiende que se utilizan números romanos, borra la
fórmula y escribe números romanos y pone debajo los números árabes 1, 2, 3 hasta el 10. Dolf le
explica que son números orientales y más fáciles de utilizar que los romanos. El empleo del cero
entusiasmó a Leonardo.
Se da cuenta que son las 4:30 y que no era posible visitar la ciudad. Había perdido las cuatro
horas de su viaje charlando, haciendo sumas y peleando. No tenía nada de la Edad Media que
mostrar al doctor Simiak. Se puso de pie y se despidió. Le regaló a Leonardo los rotuladores y este
una medalla de la Virgen María. Se despiden y comienza a subir la cima de la colina.
Al ir acercándose al lugar escucha unas voces infantiles que cantaban al ritmo de muchas
pisadas. Por el camino avanzaban centenares de niños hacia Espira. Tras varios intentos de localizar
la piedra, la encuentra, pero un niño está parada sobre ella, comienza a hacerse camino con los
codos y las rodillas, para llegar pero los cuerpos de los niños chocaban con él. El niño que se hallaba
sobre la piedra danzaba y gesticulaba. Estaba dando un espectáculo. La marea de niños lo aplaudía.
Intentando llegar, Dolf golpeó aterrado en todas las direcciones. Algunos niños retrocedieron
gritando. Al llegar a la piedra, miró hacia abajo y vio que estaba vacía. Subió desesperado, no se
atrevía a mirar la hora y pensaba “¿Qué habría sido del muchacho que momentos antes se
encontraba encima de la piedra?”, “¡Seguro que saltó!”, “Los niños gritaron porque les empujé, no
porque...”. Dolf entendió que el niño había sido transportado al siglo XX en vez de él. Recordó la
advertencia del Doctor Simiak: Si fracasa el experimento o no estás en el sitio adecuado en el
momento oportuno, te quedarás vagando por la Edad Media durante el resto de tu vida.
Respiró hondo y miró su reloj: eran las cinco y seis minutos, había llegado tarde. Examinó la
ligera muesca sobre la que se alzaba. Comprendió cómo se había producido. El doctor Simiak, para
evitar cualquier riesgo, habría cargado al máximo el transmisor de materia. La máquina habría
quedado inutilizada para varios meses… (Por el peso del niño que fue transportado)
Extenuado y desesperado, Dolf se derrumbó sobre la piedra y observó sin ver (estaba
pensando en otra cosa) a los niños pequeños pasar. Apareció un chico de más edad, que caminaba
dando grandes zancadas, vestía espléndidamente y calzaba botas de cuero y de su cinturón
recamado de plata colgaba una daga.
Una niña pequeña cayó al suelo frente a él. Nadie la ayudó y muchos pies desnudos tropezaron
con ella. Dolf corrió a ayudarla, pero estaba muerta. Dolf lloró. Leonardo la arrastró hasta la orilla
del camino y la colocó entre la maleza. Juntó las manos sobre el pecho, hizo la señal de la cruz,
murmuró una oración y empezó a cubrir el cadáver con piedras. Dolf se arrodilló a su lado para
ayudarle. A sus espaldas resonaban los pasos de más chicos. ¿Nunca se terminaría aquello?
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Leonardo le explicó que se trataba de la cruzada de los niños que iban camino de Tierra Santa,
para liberar a Jerusalén de los sarracenos (árabes). Rudolf no lo podía creer las cruzadas eran para
hombres, para caballeros con armadura, no para niños indefensos de entre 6 y 7 años. Los niños
bajaron silenciosamente hasta Espira, donde las campanas sonaban. Y hallaron cerradas las puertas.

Capítulo 3: “La tormenta”


El sonido de las campanas despertó a los habitantes de Espira y se encontraron en las murallas
con los niños. Sabían que iban camino a Jerusalén y los consideraban ladrones y saqueadores,
aunque algunas mujeres pidieron que los dejaran entrar los regidores se negaron ya que eran
demasiados niños, y pensaban que al entrar cogerían todo lo que pudieran. Los regidores les dijeron
a las familias de la ciudad que guardaran en sus casas a sus propios hijos, ya que está cruzada (la de
Nicolás) era conocida por atraer hijos, incluso de caballeros y nobles. Pero la mayoría eran
vagabundos y huérfanos que robaban a ciudadanos honrados. El jefe era el joven Nicolás que había
sido siervo y era un pastor estúpido y analfabeto que decía haber tenido visiones y oído ángeles.
Otros decían que Nicolás era un muchacho santo, el elegido de Dios.
La opinión de la ciudad estaba dividida; pero a la mayoría les preocupaban sus propiedades;
por eso insistieron en que se mantuvieran cerradas las puertas. Sin embargo, algunos compasivos
les arrojaron pan que fueron peleados con uñas y dientes. Los niños más pequeños y los más débiles
no consiguieron nada. Más tarde instalaron un campamento junto al río los muchachos podían
calmar su sed y capturar peces, además mucho niños se tiraron al río.
En la plaza de la ciudad un sacerdote daba un sermón y decía que Dios iba a castigar la dureza
de corazón, ya que les cerraron las puertas de la ciudad a niños necesitados, y culpa al pueblo de
que al rechazarlos impulsa a los niños a robar. Dice que han ofendido a Dios, pero aun así, las puertas
se mantuvieron cerradas, sonó el toque de queda y los ciudadanos se fueron a acostar a sus hogares.
En la tarde Dolf y Leonardo fueron a la ciudad pero estaban sus puertas cerradas, no les
quisieron abrir aun cuando ellos no tenían nada que ver con las cruzadas. Rudolf propone dormir a
orillas del camino, Leonardo rechaza la oferta argumentando que les cortarían el cuello y propone
ir al campamento y dormir entre ellos. Rudolf no quería dormir con los niños no soportaba tanta
miseria, pero al final aceptó. Dolf observó que los niños bebían del agua del río y se motivó a bañarse
en el río, advirtió que el agua se encontraba limpia.
De repente escuchó el desesperado grito de un niño que se estaba ahogando, se lanzó al agua
y lo llevó sobre la hierba y volvió al río a Salvat a otro que se estaba ahogando. Pero un muchacho
apareció nadando a su lado y salvó al chico. No sabía a cuántos niños había salvado y se preguntó
porque nadie vigilaba a esos niños. Los niños de las Cruzadas se comenzaron a secar junto a las
hogueras, molieron trigo e hicieron tortas calientes, pero duras y poco a poco se empezaron a
aquedar dormidos mientras comían. Los más fuertes conseguían más comida y las «camas» más
blandas. Leonardo daba pan y carne a sus dos protegidos y a varios niños más. Ni él ni Dolf comieron.
Dolf se acercó a Leonardo, quería hacerle preguntas, pero estaba muy cansado e intento
dormir, pero no pudo porque sus preocupaciones y el extraño entorno no lo dejaban. Recordaba
que hace 12 horas estaba en el siglo 20 y ahora estaba tendido en la fría y dura orillas del Rin, con
hambre y rodeado de niños. Pensó en su mamá porque sabía que ella estaría muy preocupada, se
sentía nostálgico, pero se consoló al pensar en el muchacho que había sido transportado al siglo 20
que debería estar más o igual perdido que él. Se quedó dormido con ese pensamiento.
De repente estalló una terrible tormenta y un trueno despertó a varios niños y a Dolf. La
hoguera se apagó y los niños murmuraban oraciones asustados. Una niña de 10 años se le acercó
temblando, él se sacó la chaqueta y le cubrió la espalda. La tormenta también afectó a la ciudad
Espira, un rayo impactó sobre la torre de una pequeña Iglesia y como era de madera empezó arder.
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El viento avivaba las llamas. Sobre los tejados de las casas próximas caían maderos en llamas. Era
inminente un desastre. Los habitantes salieron con baldes a apagar el incendio.
Dolf cree que la ciudad estaría en llamas, pero Leonardo le dice que no porque era tanta lluvia
que las casas estaban tan empapadas que el fuego se apagaba en cuanto las tocaba. Cuando el agua
se evaporaba y chocaba con las nubes de humo formaba una especie de cortina que envolvía la
ciudad, dicho espectáculo era infernal y se iluminaba con los relámpagos.
El estremecedor espectáculo les había hecho olvidar su miedo. Quizá tenían también la
sensación de que los habitantes de Espira estaban siendo castigados por la dureza de corazón.
Observaban cómo las llamas se levantaban por encima de las murallas formando lenguas de fuego,
desaparecían y volvían a arder en otra parte. Cada Iglesia hacía sonar su campana pidiendo ayuda.
Por fin terminó la tormenta y pensó si debía ayudar a la ciudad. Leonardo comentó que fue
mejor que no lo hayan admitido en el pueblo, ya que en campo abierto habían estado seguros.
Dolf oyó un murmullo de oraciones y observó cómo Leonardo se santiguaba y sintió el deseo
de hacer lo mismo para expresar su gratitud, este sentimiento causó sorpresa en él, ya que en su
familia no había ningún contacto con la religión.
El fuego de la ciudad estaba controlado y el clérigo del día anterior comenzó a predicar otra
vez, recordando las advertencias que había hecho del castigo que Dios les daría por no haber
prestado auxilio a los niños habían pagado con este incendio. Dijo que las oraciones de los niños
habían servido para retirar el fuego, y pidió que les llevaran ofrendas a los niños, ya que sin sus
oraciones habrían perdido todos sus bienes. Los habitantes se empezaron a dirigir a sus casas.
Los niños del campamento secaban sus ropas, otros arreglaban su pelo, se lavan la cara y
tomando agua del río. Estaban felices de haber sobrevivido esa noche y entusiasmado pensando que
cada paso los acercaba cada vez más a Jerusalén, la resplandeciente Ciudad Blanca de sus sueños.
Su llegada significaría el final de los sarracenos (árabes) y ahí serían felices para siempre.
Dolf le comentó a Leonardo que tenía hambre, y éste dijo que todos estaban con hambre. Dolf
se sintió avergonzado. Más tarde se desnudó y secó su ropa al sol, la niña se sacó su vestido y su
camiseta y los lavó en el río. Dolf para protegerla la siguió y observó cómo se bañaba y se lavaba el
pelo y se acordó que había aprendido en el colegio que los hombres de la edad media no se
preocupaban de su higiene personal y que por eso sufrían enfermedades, se dio cuenta que eso no
era exacto. La niña se llamaba María y era de Colonia. Le resultaba extraño que una niña se hubiese
unido a una cruzada. Ella le preguntó so nombre y cuando le dijo Rudolf Hefting, de Ámsterdam,
palideció y sus ojos reflejaron miedo pues pensó que se trataba del hijo de un noble, él aclaró que
su padre era un estudioso.
Las puertas de la ciudad se abrieron y centenares de hombres, mujeres y niños avanzaban al
campamento con cestos, platos y paquetes. Dolf vio a un muchacho vestido de blanco, lo seguían
dos frailes vestidos con hábitos oscuros. El muchacho hizo un gesto como si estuviera bendiciendo a
los hombres y mujeres de Espira cargados con sus paquetes y les dijo a los niños que esto era un
don Dios y que debían dar las gracias, éstos se arrodillaron y dirigieron al cielo una plegaria. Los
ciudadanos dieron comida en el campamento. Dolf no entendía por qué había cambiado la actitud
de los ciudadanos de Espira. Leonardo contesto que el incendio les había dado miedo.
Los niños comenzaron a abandonar el campamento en grupos y cruzaron las murallas de la
ciudad para seguir un antiguo camino militar que Iba hacia el sur a lo largo del río. Dolf se preguntó
si debía seguir cerca de Espira y de la piedra ya que esta era su única alternativa para poder volver,
pero el doctor Simiak seguramente no sabía que él se encontraba allí esperando, podría tardar dos
meses esperando, Dolf no se veía capaz de sobrevivir tantos meses. Leonardo cogió a una niña que
tenía el tobillo hinchado y que no podía caminar y la puso sobre su mula, comentando que iba a
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viajar con los niños ya que seguían el mismo camino que él y que, aunque era más largo era más
seguro. Dolf debía tomar una decisión de la que dependía su futuro. Observó a la niña sobre la mula
y los niños que pasaban junto a él. No podía abandonarlos, él era más fuerte, sabía más y era más
hábil que cualquiera de ellos. María lo necesitaba los niños lo necesitaban. Dolf le dijo a Leonardo
que iría con él, ya no podía volver atrás, había tomado la decisión, había roto el último lazo con su
mundo. María le dio la mano y se encaminaron a Jerusalén.

Capítulo 4 “El Rey de Jerusalén”


El campamento avanzaba por la ribera del Rin en dirección a Basilas. Leonardo, María y Dolf
iban en la parte alejada del ejército. La mula llevaba cuatro niños, dos de ellos muy enfermos. Dolf
sudaba con sus ropas de invierno. Se quitó el jersey, pero corría el riesgo de quemarse con el sol, por
lo que volvió a ponérselo. Sus zapatos no sentían lo áspero del camino. Se sorprendía al ver a los
demás pisar descalzos las piedras. Observó las plantas de los pies de María tenían costra de suciedad
y sangre. A veces veía al joven que se vestía majestuosamente, pensaba que era un cretino petulante
este se movía por las filas de los niños y su voz se escuchaba por encima de su canto.
Dolf distinguió a uno de los frailes que había aceptado las provisiones de Espira. Con su oscuro
hábito y sus sandalias recorría las filas de los niños. Parecía un general revistando a sus tropas, pero
¿dónde estaba el día anterior cuando aquel niño cayó muerto al suelo? Había un misterio que se
ocultaba tras la Cruzada de los Niños. Comenzó a preguntar a María, y supo que había salido de
Colonia diez días antes de Pentecostés porque Nicolás habló en la plaza de la Catedral y les dijo que
había oído a los ángeles que le habían revelado la voluntad divina de que organizara un ejército de
niños. Todos los niños tomaron la cruz y lo siguieron, eran muchos, de la ciudad y del campo.
María considera magnífico lo que está viviendo, pues es huérfana. Le contó que los ángeles le
dijeron a Nicolás que reuniera a los niños que pudiera, y que Dios los guiaría a Tierra Santa, pasarían
por montañas y luego por mar, en donde Nicolás extendería sus manos y el océano se dividirá, así
podrían cruzarlo para llegar a Jerusalén sin mojarse ni ahogarse. Tal como Dom Anselmus les había
contado había sucedió con Moisés. Dios los protegería de los turcos que habitaban Tierra Santa y los
quemaría con un rayo y hará que la tierra se los trague puesto que estos son hijos de Satanás.
Dolf pensaba de dónde Nicolás había sacado tanta tontería y si sería un loco.
María le dice que los frailes Dom Anselmus y Dom Augustus llegaron a Colonia con Nicolás y
les dijeron que este era mensajero de Dios pues había visto en el cielo una cruz enorme de la que
salían las voces de los ángeles. Dolf le preguntó quién cuida a los niños y María contesta que Dios, y
que es un estúpido al no darse cuenta que Dios ordenó a los habitantes de Espira llevarles comida.
Dolf entendió que los niños estaban en la cruzada para ver el milagro de Nicolás y siente que
es el único que sabe que eso es imposible. Le comenta a María que sería mejor dejar las cruzadas a
Godotredo de Bouillon, María se sorprende pues éste había muerto hace 200 años. Él recuerda que
había aprendido en historia que la primera Cruzada fue el año 1096. Por lo que dice que se confundió
de fechas, y que se refería a Ricardo Corazón de León, María le dice que este también estaba muerto.
Dolf dice que las cruzadas son para caballeros sin miedo, no para niños indefensos.
Dolf se comenzó a preguntar cómo podía ayudar a los niños. Observó cómo Nicolás llevaba a
un niño sobre sus espaldas y corría, pensó que debía ser muy fuerte. Leonardo llevaba a un niño en
cada brazo. María cuidaba de enfermos y heridos para que no se cayeran de la mula. Vio también
que muchos niños sujetaban a lo más pequeños.
Dolf tenía las piernas cansadas y sed. Había perdido la posibilidad de volver a su siglo, ahora
vivía en el año 1212 y tenía que adaptarse a esa época. Pensó que podría quedarse en Bolonia con
Leonardo pues él lo consideraba un brillante matemático que conocía los números árabes y se podría
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hacer contable porque quizás en el siglo XIII faltarían contables. Tenía que aprender a vivir en la Edad
Media, y pensaba cuando viejo escribir sus aventuras como viajero perdido en el tiempo.
El ejército llegó a un campo a pasar la noche. Los niños que no estaban cansados recolectaron
leña, otros fueron a buscar peces, pero regresaron sin nada el terreno era pantanoso.
A los niños les costaba conseguir fuego, esto no le debería importar ni a él ni a Leonardo, pero
igual le preocupaban los niños, María vestida escasamente y los dos niños enfermos habían tiritado
de frío todo el día. Apenas prendieron la hoguera Dolf se dispuso a hacer una sopa. Al pasearse por
el campamento buscando una olla, observó niños dormir, otros con fiebre, otros heridos en sus pies,
rodillas, con hemorragias nasales. La mayoría estaban sanos y alegres, cantando y jugando.
Les pidió una olla a unos niños que estaban sentados en la hoguera y los chicos le explicaron
que no habían probado ni un bocado pues Bertho se había acabado el pan en la tarde. Dolf los invitó
a probar sopa. Leonardo consiguió dos huevos y los chicos seis huevos más y un pato.
La sopa resultó mejor de lo que Dolf había esperado, una extraña mezcla, espesa (por los
huevos y guisantes) y sabrosa (por las hierbas). María les dio de tomar a los niños enfermos gracias
a una cuchara de madera que Leonardo tenía.
Al estar alrededor de la hoguera los niños se presentaron: El más alto Frank (Dolf creía que
tenía unos catorce años), era hijo de un curtidor de Colonia y no tenía claro por qué se había unido
al ejército de los niños. Peter el nadador era bajo y de fuerte complexión, tenía doce años, y había
vivido a orillas de un lago en las posesiones del arzobispo de Colonia. Hans era más pequeño, su
padre era leñador y tenía gran conocimiento sobre los árboles y los animales. Bertho alto y fuerte
se negó a hablar de su vida anterior, argumentando que ahora era un cruzado, y eso solo importaba.
Dolf se presentó como Rudolf Hefting de Ámsterdam. Su nombre impresionó a los demás.
Comentó que el lugar en el que estaban no era bueno para acampar. Frank dice que Nicolás decide
dónde pasar la noche pues es el jefe, pero por lo general sigue los consejos de Dom Anselmus.
Dolf decide hablar con Nicolás. Frank lo lleva a la tienda de Nicolás, en el camino le dice que
bonita es su pulsera (era un reloj del siglo XX). Él dijo que su padre se la había regalado y le explica
que escapó pues le gustan las aventuras. Dolf sospechó que Frank se había unido por lo mismo.
En un terreno seco, había un grupo reunido alrededor del fuego y había una tienda vieja y
circular, dos bueyes y un carromato con toldo, guardado por veinte chicos, armados de garrotes.
Estaban cenando y el olor a comida deliciosa fatigó a Dolf. Sobre el fuego había aves asadas. El grupo
estaba constituido por el muchacho de blanco, los dos frailes y unos ochos niños de noble cuna.
Dolf se presentó y dijo que tenía hambre e inmediatamente un niño le entregó un pedazo de
carne. Esta élite lo consideraba como uno de su clase, pero la vestimenta de Dolf era un misterio.
Había una niña muy bonita que vestía un traje largo de lino fino, llevaba una cruz que colgaba de una
cadena de plata. A su lado había un niño que vestía una capa rojo oscuro, polainas amarillas y un
cinturón de plata, del que colgaba una daga con gemas en su empuñadura.
El muchacho de blanco era Nicolás. Al hablar Dolf bajó el tono de su voz para que no notaran
su extraño acento. Dijo que el día anterior se había unido a la Cruzada y que tenía intenciones de ir
a Jerusalén. Los frailes hicieron gestos de aprobación. Dijo que venía de Holanda y que la gente allí
se vestía y hablaba diferente. Comentó que el ejército de niños no le gustaba, que las cruzadas
estaban mal organizadas pues nadie cuidaba a los niños ni atendía a los heridos.
Nicolás dijo que Dios cuidaba de ellos, a lo que Dolf respondió que no estaría mal que ayudaran
un poco a Dios. Nicolás dijo que Dios alimentaba a los niños que no tenían qué comer. Dolf le di
“Nicolás. Dios te mandó que condujeras a estos niños a Tierra Santa y los confió a tu cuidado. Tienes
la misión de llevar a todos sanos y salvos a Jerusalén. El viaje es largo y peligroso, pero podría evitarse
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sufrimientos con mejor organización. No puede ser voluntad de Dios que la mayoría mueran en el
camino. Dios te ha confiado la dirección y significa cuidar del rebaño”.
Carolus, un chico que se encontraba junto a Nicolás le encontró razón, y agregó que ya se había
quejado de esto antes y que le complacía que Rudolf de Ámsterdam lo apoyara.
Dom Anselmus le dijo a Dolf que está no era una cruzada ordinaria, que ellos no querían
derramar sangre ni tomar Jerusalén a la fuerza, si no que los sarracenos huirán ante su inocencia.
Rudolf argumentó que todos los niños esperaban ver Jerusalén, y que así las cosas sólo una
décima parte sobrevivirá pues los dirigentes se preocupan de ellos mismos y señaló los restos de la
cena, la tienda y el carromato. Luego dijo que ellos no iban a pie, no pasaban hambre ni frío porque
estaban abrigados en sus tiendas.
Dolf dijo a Nicolás que Dios sometería al ejército a pruebas, no para destruirnos y que como
jefes, tenían el deber de que todos los niños sobrevivan y lleguen a Jerusalén. Dios nos ha
encomendado esta misión a todos no solo a ti y desea que nos ayudemos unos a otros con mejor
organización. Cada cual debe explotar sus posibilidades. Para gloria de Dios...”
Dolf comenzó a decir que había que dividir a los niños en grupos y asignar a cada uno una tarea
en específico. El grupo que mantendría el orden, otros serían responsables de la seguridad de los
niños; impedirán las peleas entre ellos y los protegerán contra los ataques del exterior, sería dirigido
por los chicos mayores, y los dotarían de armas como un garrote.
El grupo de cazadores, tendrá la tarea de proporcionar carne fresca. Nicolás se opuso pues la
caza estaba protegida, es decir los animales pertenecen a los señores de la región. Dolf dijo que para
él podrían robar debido al hambre. Carolus formaría un grupo de cazadores y les enseñaría a hacer
arcos y flechas. No podían permitir que los niños murieran de hambre. Carolus menciona que es Rey,
Dolf queda sorprendido, pero no dijo nada.
El grupo de pesca, estará conformado por nadadores, Frank lo formaría. El grupo encargado
de mantener el orden estaría al mando de Fredo, quien dice que es necesario vigilar pues se han
robado niños en la noche. El de enfermería se encargaría de los lesionados y enfermos. Hilda de
Marburgo, niña que vestía lujosamente, los cuidaría pero no caminando iría en carro.
Tendrían que organizar la marcha de distinta forma, a la cabeza irá vigilantes que alejen los
peligros, los seguirán los más pequeños y los débiles, con algunos chicos mayores que los ayuden. Y
que podrían utilizar el carromato para transportar a los que no son capaces de andar, además, en
cuanto lleguen a una ciudad grande, buscarían alojamiento para enfermos y heridos. Finalmente los
vigilantes protegerían la retaguardia para que ningún niño se quedara atrás.
Fredo opinaba que el plan de Rudolf era magnífico.
Dom Augustus le dijo que parecía que estaba acostumbrado a dar órdenes y le preguntó por
las propiedades de su padre y que si era el primogénito. Dolf creyó que pensaban que tenía 18 y le
respondió que le causaba dolor hablar de su juventud y pasado y rogó no más preguntas.
Continuó con la organización necesitarían un grupo que recoja leña, uno que cocine y otro que
monte guardia. Deben reunir ollas y cuencos y los cocineros prepararán la comida para todo el
ejército. Durante la noche, los más fuertes y los más altos montarían guardia.
Anselmus dijo que eso llevaría mucho tiempo y que deberían cruzar las montañas antes del
otoño. Dolf replicó que cuando todos sepan sus obligaciones caminarán mejor y más rápido. Cada
niño debería escoger en qué actividad quería participar. Esto causó sorpresa ya que en la Edad
Media, cada quién nacía dentro de una categoría en la que permanecía de por vida. Por ello dejar
que cada chico eligiera su propia tarea y además "en beneficio de todos" era nuevo.
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Dolf le preguntó a Dom Anselmus qué ruta seguirán hacia Tierra Santa. Dom Augustus comentó
que llegarían al mar por Génova, entonces Dolf entendió que debía cruzar los Alpes, se acordó de
qué los romanos había cruzado con Aníbal y los elefantes pero la idea de pasar con los niños la
cordillera más alta de Europa daba escalofríos. Conocía bien los Alpes, había estado con sus padres
en Suiza, Austria e Italia. Pero siempre en un auto cómodo, por carreteras pavimentadas, con pocos
riesgos. Sabía que esta vez sería diferente. Era imposible ir de Génova a los Alpes, pero igual
preguntó cómo lo harían para llegar si la distancia entre las ciudades era miles de kilómetros.
Dom Anselmus dijo que Dios haría un milagro, el mar se dividirá y así podrán ir a pie hasta
Tierra Santa. Dolf se preguntó si el fraile lo creía verdaderamente.
Dolf propuso cruzar los Alpes por el paso del Brennero, el más bajo de los puertos alpinos, pero
Dom Anselmus dice que habían decidido seguir el antiguo camino militar que cruza por el monte
Cenis porque era el más corto. Dolf replicó que lo conocía y que era terrible, casi tan malo como el
Gran San Bernardo. Dolf había viajado mucho pues a su madre no le gustaba el avión. Por eso su
familia viajaba en auto cruzando todos los puertos de los Alpes. El padre de Dolf consideraba esto
como un deporte e incluso no pasaba por los túneles para observar todo mejor.
Dolf propuso ir de dirección en Estrasburgo, ya que así podrían ir por la Selva Negra, Baviera y
el macizo de Karwendel para llegar a Innsbruck, el paso del Brennero empieza exactamente al otro
lado, luego irían directamente hacia Bolzano. Era un camino largo pero significaba la única
posibilidad de que miles de niños crucen con vida las montañas. Dom Anselmus se negó pues
encontró sin sentido el “rodeo” y además el macizo de Karwendel estaba lleno de salteadores. Dolf
dijo que eso ocurría en todas las montañas. Dom Augustus comentó que en el monte Cenis existe
una famosa abadía que ofrece a los viajeros alimento y techo, pero Dolf lo interrumpió diciendo que
no a ocho mil, ni siquiera a cuatro mil, pues estaba seguro que de llegar habrían perdido a la mitad.
Leonardo apareció apoyado en su garrote, se presentó como Leonardo Fibonacci de Pisa, un
estudiante que viaja a Bolonia y dijo estar familiarizado con los Alpes y de acuerdo con Rudolf porque
la ruta del monte Cenis era imposible y que muchos niños morirían al cruzarla, además de que en las
noches habría hambre y mucho frío. Según él, el Brennero no era tan alto ni tan inhospitalario, pero
Dom Augustus se opuso diciendo que en el Karwendel los osos los destruirían, Dolf preguntó por
estos y Nicolás dijo que al parecer no tenía tanto conocimiento de las montañas.
Leonardo dijo que también había osos y lobos en las laderas del monte Cenis y los frailes
tuvieron que reconocer que era cierto. Dolf no había contado con los osos y los lobos, pensaba que
podrían pasar con vida.
Dolf advirtió que Leonardo irradiaba superioridad y lo admiró cuando golpeó el suelo con su
garrote y dijo que con su amigo (el garrote) no tenía por qué temer a los osos. Carolus entusiasmado
dijo que no podían ignorar el consejo de dos viajeros experimentados, pero la chica con capa azul lo
hizo callar diciéndole que a ella le asustaban los osos y lobos, sin embargo Dolf repuso que si
tomaban precauciones y contaban con grupos de cazadores y guardianes valientes, conseguirán
mantener alejados a los animales salvajes. El veredicto final fue seguir la ruta del monte Cenis, el
camino propuesto por Leonardo y Dolf.
Hilda se había quedado dormida sobre el hombro de Carolus, debería tener no más de doce
años, era una chica bonita, con trenzas rubias, Carolus la observó con cariño y Dolf le preguntó que
si era su hermana. Carolus dijo que ella era Hilda de Marburgo, hija del conde y que se había criado
en el palacio de su tío, el arzobispo de Colonia, pero fue educada por monjas, el arzobispo le había
dicho que viajara con ellos, y que él sería coronado rey de Jerusalén, vivirá en el palacio blanco con
Hilda, su esposa. Carolus nombró a Dolf primer escudero tocándole el hombro añadiendo que esto
le daba derecho a dormir en la tienda, pero Dolf dijo que prefería dormir junto a la hoguera, además
los niños necesitarían su protección, Carolus lo entendió.
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Dolf se fue junto con Leonardo y Frank. Leonardo le preguntó que qué opinaba de Anselmus y
Augustus, y este respondió que eran unos estúpidos sobre todo Anselmus, impostores pues no creía
que fueran verdaderos monjes. Leonardo también los encontraba poco sinceros y consideraba muy
arriesgado lo que había propuesto. Además le dijo que tuviera cuidado porque por las cosas que
había dicho eran un herejía, aun cuando lo consideraba muy inteligente y no entendía como a su
edad tenía tanto conocimiento y experiencia. Dolf no entendía las ideas religiosas del siglo XIII.
Leonardo le dice a Dolf: “Crees en eso tan poco como yo. He viajado bastante y he visto mucho.
Nicolás es honrado, pero es engañado por los frailes que no son frailes. Porque no han puesto
objeción a lo que tú decías. Ni el fraile más estúpido te hubiera dejado seguir. Tengo la impresión de
que ganarán algo si consiguen que lleguen a Génova sanos y salvos el mayor número de niños.”.
Dolf coincide con Leonardo. Éste le insiste que debe ser más prudente y le dice que él vigilará.
Dolf le pregunta si cree que el mar se dividiría ante Nicolás, y si cree en los milagros. Leonardo le
responde “Tú eres un milagro. En el preciso momento en que pude haber perdido la vida, apareciste,
además sabes los números árabes y en medio de la Cruzada de los Niños resultaste ser un consejero
con más sentido y experiencia que todos los demás, ¿Y me preguntas sí creo en los milagros? ¡Todo
esto son milagros!”.

Capítulo 5: “Refriega con un jabalí”


El ejército comenzó a organizarse mejor. Cada mañana, después de las oraciones y un sermón,
en el cual Anselmus recordaba a los niños cuál era su objetivo. Dolf, Leonardo. Frank, Peter. Fredo y
Carolus organizaban los grupos. Al principio era un poco desordenado pero después mejoró. Los
enfermos descansaban en el carro donde Hilda los atendía y esta lo hacía no sólo para no caminar si
no que en el convento en que se había criado le enseñaron a cuidar enfermos. Eligió gente que le
ayudaría, les enseñó a preparar infusiones, comidas para enfermos y reconstituyentes, como no
tenían vendas los niños se encargaron de fabricarlas, recogiendo hierbas resistentes que tranzaban
y formaban anchas bandas que enrollaban y guardaban. Las heridas que sangraban eran cubiertas
con hierbas frescas masticadas por niños sanos pues mezclada con saliva contenía la hemorragia y
prevenía la infección. Dolf podía confiar a Hilda el cuidado de los enfermos. María no tenía ninguna
habilidad especial ya que su educación era escasa, pero trataba de ser útil y con Frieda, que se
había criado en el campo y sabía mucho de bayas, hierbas y raíces comestibles se encargaban de
recoger plantas nutritivas, moras y hierbas medicinales para Hilda y ayudar a combatir la fiebre.

Nicolás no caminó ya que alguien tenía que manejar el carromato, pero a Dolf le molestó que
los dos frailes trataran de subir y les dijo que tenían que compartir lo pesado del camino con los
demás y estos, al no querer perder su autoridad con los niños se vieron obligados a ir en pie pero
Anselmus le lanzó una mirada de odio a Dolf, pero a él no le importó mucho.

Fredo, al ser hijo de un caballero, sabía organizar a los guardianes que Dolf consideraba el
brazo armado de la Cruzada. Comenzaron a fabricar arcos, flechas y porras. Carolus les enseño a usar
arco y flechas, mientras que Leonardo a utilizar el garrote. Ellos vigilaban el campamento por la
noche. Los turnos se hacían cada dos horas y durante el día estaban en diferentes puntos del ejército,
protegiendo la vanguardia y la retaguardia y manteniendo alejados a los animales salvajes o
campesinos irritados porque sus cosechas fueran pisoteadas o sus granjeros saqueados y de nobles
arruinados que querían raptar a los niños para venderlos o para hacerlos trabajar.

Dolf sin pretenderlo y con la ayuda de Leonardo se volvió jefe activo de la Cruzada de los Niños,
además al ser parte del siglo XX tenía sentido de responsabilidad y conciencia social. Además para
Dolf todos los hombres eran iguales, juzgaba a cada chico según sus méritos y confiaba las tareas a
quienes consideraba aptos para realizarlas, como por ejemplo Peter que pasó de ser un siervo a ser
jefe del grupo de pescadores, les enseñó a hacer redes, a distinguir las corrientes peligrosas en los
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ríos y a localizar peces, además todos los de su grupo sabían nadar y eran tratados con respeto pues
proporcionaban gran parte de la alimentación.

Carolus, el jefe de los cazadores, escogió a Hans y a Bertho como ayudantes y enseño a su
grupo con entusiasmo. Consientes que esta caza podía ser interpretada como caza furtiva, un delito
que en la Edad Media que se castigaba con muerte, por eso evitaban encontrase con cazadores
aristócratas, sin embargo cuando topaban con un guardamontes enojado, con un campesino de mala
disposición o con un noble enfurecido, salían corriendo o dejaban que Carolus explicara que Dios
había otorgado a los niños el derecho a alimentarse de lo que pudieran hallar en la tierra. Pero, los
cazadores adquirieron la destreza para realizar su tarea y escapaban con éxito.

Dolf observaba con preocupación los pies descalzos, sangrantes y con ampollas pues llegarían
a las ásperas montañas y le comentó sus inquietudes a Frank, que siendo hijo de un curtidor les fue
quitando la piel a los animales cazados para que reuniendo pieles de distintos animales, los niños
limpiaban, cortaban y cosían y fabricaron zapatos. También utilizaban cortezas de los árboles.

Los niños se alimentaban con lo que pescaban y cazaban los grupos que había organizado Dolf,
pero lo sucedido en Espira se difundió con rapidez, todo el mundo sabía que por no ayudar a los
niños fueron castigados por Dios con fuego y que fueron salvado por las plegarias de los niños. Por
eso recibían comida de los habitantes de aldeas y ciudades por las que pasaban.

A mediodía se les permitía a los niños comer un poco de pan y se consideraba pecado cualquier
intento de reservarse algo pues, explicaba Dolf, cualquiera que se apropie de más de lo que le
corresponde comete un pecado contra el sagrado ejército de los niños y es indigno de ver Jerusalén.
Siguieron avanzando a lo largo del Río Rin, camino de Estrasburgo.

Algunos días eran más difíciles pues salían nubes negras de tormenta y había viento frío que
alborotaba las aguas del Rin y hacia peligrosa la pesca. Esos días los niños mal vestidos pasaban frío
y los enfermos aumentaban. Cuando los niños no le encontraban sentidos a su sufrimiento (sus pies
se arrastraban por el barro, la ropa no se secaba o se usaba leña húmeda para calentar la comida),
Carolus con su extravagante vestimenta y sus botas de piel de ciervo, parecía encontrase en todas
partes al mismo tiempo, atendía a los niños que lloraban y temblaban, o que tenían los pies heridos,
y una vez le prestó su capa a una niña que estaba azul de frío, y en otra ocasión tejió un paraguas
con ramitas y largos tallos, con el que pudieron protegerse cuatro niños de la lluvia. Algunos niños
copiaron su método, reuniéndose en grupos de a cuatro bajo un paraguas, cantando mientras
saltaban los charcos, Dolf no pudo evitar reírse ante esto, además él cada vez estaba apreciando más
a Carolus. Un día Carolus salió a cazar y encontró unas ovejas, impidió que las sacrificaran pues
podían dar lana que se podía hilar y hacer ropa de abrigo. Nicolás propuso no comerlas sino que
llevarlas para después sacrificarlas y comerlas. Carolus no estuvo de acuerdo y llamó a Dolf, para que
dirimiera y el veredicto fue que los animales serían sacrificados solo si corrían peligro de morir de
hambre.

Nicolás que no era tonto, sino sólo ignorante, porque nadie se había tomado la molestia de
enseñarle otra cosa que a rezar y cuidar rebaños, se empezó a dar cuenta que le temía un poco a
Rudolf, sabía que él había hecho muchos amigos dispuestos a dar la vida por él. Había visto como
una turba desordenada de niños rápidamente se había transformado en un ejército bien organizado,
pero aún no entendía “¿De dónde procedía la autoridad de aquel extranjero? ¿A qué se refería
cuando decía «todos para uno y uno para todos»?” Nicolás, comenzó a temer que Dios haya elegido
a Dolf y no a él, no debía oponerse a Rudolf. Así que las ovejas se mantuvieron vivas, el propio Nicolás
ayudó a esquilarlas y la lana quedó en buenas condiciones, lavada y cepillada y la repartieron entre
quienes sabían hilarla.
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Dolf contempló fascinado como los chicos y las chicas enrollaban la lana en torno a un palo
Iban separando con cuidado las fibras, una por una, y las trenzaban entre sus dedos hasta formar
ásperas hebras que, para sorpresa de Dolf, eran muy resistentes. Otro chico se encargaba de coger
la hebra terminada y de enrollarla en otro palo hasta formar una pelota. «No sé cómo pueden hilar
así -pensó Dolf- Yo creía que se necesitaba una rueca (instrumento usado antiguamente para hilar a
mano)» Al principio no reparo en que en 1212 no se había inventado todavía semejante máquina.

Nicolás y los frailes apuraban a los niños y se enojaban si se demoraban, pero aun así el
progreso era considerable, los enfermos iban en el carromato y se perdía poco tiempo cazando. Dolf
estableció la jornada de camino hasta las cuatro de la tarde porque así quedaba tiempo para pescar,
levantar la tienda, cuidar los bueyes y reunir leña, esto, no le agradó a los frailes ya que Anselmus,
quería que los chicos caminaran hasta la puesta del sol y a esta hora los chicos estaban cansados. Si
terminaban más temprano, la cena tb terminaba temprano y aprovechaban las últimas horas de luz
para hilar, curtir pieles, lavar, remendar sus ropas y fabricar armas. Dolf los animaba a bañarse, pero
siempre los mejores nadadores mirando, nadie más se ahogó.

Llegaron a Estrasburgo y fueron muy bien acogidos y recibieron víveres. Cruzaron el Rin y
pensaban ir primero por el valle del Kinzig y luego por el Danubio, para llegar al lago de Constanza.
Dom Anselmus intentó convencer a Dolf de tomar el camino más corto, en vez de la ruta más larga
por Baviera. Pero Dolf dijo que si querían llegar a Génova con vida tiene que seguir una ruta que los
niños puedan soportar. Dolf se preguntó por qué Anselmus tenía tanta prisa. En cambio Dom
Augustus era cordial y sabía animar a los niños en los días difíciles. “Augustus puede ser sinvergüenza
pero al menos resulta simpático.” Los más pequeños confiaban en él en cambio, Anselmus los
asustaba.

Llegaron a Selva Negra y entraron, se alzaban montañas cubiertas de bosques, separadas por
un río estrecho y de aguas claras, había truchas, los animales no huían y eran presa fácil para los
cazadores. Dolf nunca acompañó a Carolus, Hans y Bertho en las cazas, porque, aun sabiendo que
esta era necesaria no quería contemplar el sacrificio a animales.

Habían muchos animales salvajes, como por ejemplo jabalíes, que suponían un riesgo para
muchos niños así que Dolf se quedaba siempre en el campamento, por eso no sabía con los riegos
que vivían los chicos cuando salían a realizar sus tareas. Bertho fue herido por un jabalí y fue llevado
al campamento con el muslo completamente abierto. Hilda se quedó blanca al verlo, no perdió
tiempo y envió a buscar a Dolf, necesitaba coser la herida, cuatro chicos lo sujetaron con fuerza y la
aguja fue introducida, Bertho se contrajo de dolor, pero no emitió ningún gemido, a su lado Carolus
lloraba, explicando que el jabalí lo atacó a él pero que Bertho se había interpuesto, Dolf lo tranquilizó
y prohibió la caza de jabalíes.

Capítulo 6: El milagro del pan


POR FIN llegaron a Rottweil, ciudad situada a orillas del Neckar. Las puertas de sus murallas se
cerraron al instante. Al parecer no tenían noticia de lo sucedido en Espira o, si la tenían, estaban
dispuestos a creerla. Lloviznaba y los niños necesitaban calor, alimentos y un lugar. Decidieron
establecer el campamento en una ligera pendiente no lejos de la ciudad. El Concejo accedió a
negociar con una pequeña delegación formada por Nicolás. Dom Anselmus y Peter.

Nicolás mostró falta de tacto para la negociación la que estaba condenada al fracaso desde el
principio. Trató con altanería a los regidores y al canónigo y habló de su misión divina. Es posible
que hubiera causado alguna impresión si Dom Anselmus no hubiera exigido amenazadoramente que
alimentaran a los chicos acampados fuera de la ciudad. Al comienzo del día había prometido a los
niños una tarde de abundancia, porque suponía que los habitantes de Rottweil serían generosos.
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Le dijo al concejo que Dios castigaba a quienes niegan alimento a los niños y ayuda, pero los
habitantes no estaban dispuestos a que los engañen unos impostores, además los acusaron de que
podrían haber armado el incendio en Espira. Sin embargo le permitieron que los niños gravemente
enfermos fueran llevados a la ciudad para ser cuidados. Pero, les advirtieron que estaban
equivocados sin pensaban que la ciudad era lo suficientemente rica como para alimentar a miles de
niños, pues aún no habían recogido la cosecha, y que eso si estaba bien cuidada y que cualquier
intento de robar ganado y/o grano, darían la orden de ataque.
Después de este discurso Anselmus preguntó que si temían a la ira de Dios, a lo que el concejo
respondió que no. Los padres de la ciudad habían observado que el cielo y comprobado que esta
noche no hay riesgo de tormenta.
Peter que se había mantenido callado, por fin habló dando a conocer que cuatro niños
padecían una fiebre muy alta, y el canónigo (cura) prometió que un médico los visitaría, pero Peter
le recordó que se les había dicho que los podía traer a la ciudad, así que al canónigo no le quedó más
opción que aceptar. Al final, la delegación se fue con las manos vacías, pero Dolf se alegró que al
menos de que los niños enfermos pudieran ser atendidos en la ciudad. Dolf no sabía que
enfermedad tenían pero sabía que no sobrevivirían.
Dolf echó un vistazo a la ciudad, y esta era tal cómo la imaginaba: calles estrechas y tortuosas,
llenas de gente y de actividad, los artesanos trabajaban en la calle bajo entoldados. Eran casi las siete
de la tarde, y la mayoría de los habitantes de la ciudad estaban cenando.
Mucha gente miraba a Dolf, no sólo por su ropa sino porque también su cara resultaba extraña
en esa época, los mendigos le pedían limosna, pero él no tenía nada que darles. Aun cuando el
cuchillo de mesa le había resultado muy útil no se comparaba con las dagas de plata que se exponían.
Costaban 20 monedas de plata, sacó dos florines de su pantalón pero al armero no le impresionaron
y preguntó qué clase de dinero era ese a lo que respondió que era de Holanda, pero el armero dijo
que sí quería comprar tendría que cambiar su dinero en la próxima calle.
Intentó cambiar dinero ya no para comprar las dagas (cuchillo de plata), sin embargo cuando
el hombre le preguntó de donde era Dolf le digo que de Holanda y que los alquimistas (esotéricos)
de Holanda habían descubierto este metal, era más duro y valioso que la plata y más valioso que el
oro. Le contó que el conde Guillermo tenía en su corte tres alquimistas que le fabrican este metal
blanco y que en el Norte había demanda de estas monedas.
El hombre observaba con a tención los florines, en especial la efigie de la reina Juliana de
Holanda. Dolf le explicó que ella era Santa Juliana, la patrona de Holanda. Estaba sorprendido.
¿Cómo esa paupérrima (pobre) Holanda podía producir monedas tan maravillosas?
Entre Dolf y el armero empezaron a negociar, primero este le propuso darle 10 denarios a
cambio, Dolf propuso 50 denarios por las 5, pero el armero se negó. Dolf se presentó como Rudolf
Hefting, de Amsterdam, causando temor en el armero, suplicando perdón. Luego Dolf le preguntó
cuántas hogazas de pan podía comprar con un denario y armero le contestó que por lo menos 50,
después le menciona si conoce a alguien que quiera hacer pan esa noche y el armero le propuso a
Gardulfo.
Dolf dijo que quería muchas hogazas, ya que había más de 8 mil niños hambrientos en el
campamento que tenía que alimentar porque no tenía el corazón tan duro como los habitantes de
Rottweil. Dolf sacó sus monedas y consiguió un total de 20 denarios. Al llegar donde el panadero,
este empezó a protestar porque no podía hacer tantas hogazas en tan poco tiempo y que en un rato
más sonará el toque de queda y finalizará su trabajo, más encima sus 2 ayudantes estaban
durmiendo.
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Dolf le rogó al panadero que los hiciera porque habían niños hambrientos, de lo contrario la
ciudad sufriría la venganza de Dios, pero lamentablemente Gardulfo no creía en la historia de la
ciudad de Espira. Dolf siguió agitó la bolsa de las monedas de plata diciendo que se podía ganar todo
eso en una noche, Gardulfo se entusiasmó con el dinero y aceptó, pero le advirtió que necesitaría
todo un carro de leña.
Dolf se dirigió corriendo al campamento, diciendo que necesitaba leña seca porque el
panadero hará hogazas para todos ellos, sus palabras fueron recibidas con gritos de alegría. Peter
fue el único que se interpuso, argumentando que no tenían donde meter tanta leña, ya que el en
carromato habían otros 5 enfermos con dolor de garganta, manchas en la cabeza, fiebre y vomitos.
Peter le menciona a Dolf que de esta enfermedad siempre mueren niños, era necesario aislar
todos los casos sospechosos para que no se contagiaran con la epidemia el resto de los niños. Se dio
cuenta que sería imposible traer ochocientas hogazas al campamento en el carro, que ahora estaba
infectado y se puso a llorar. Conversando con un fraile que no era ni Anselmo ni Augustus supo que
se trataba de la muerte escarlata, y no de la peste escarlata. La muerte escarlata los niños deliraban
y tenían las cabezas rojas e hinchadas. De sus cuerpecitos parecía brotar calor. Era contagiosa.
Dolf le preguntó si iban a morir, pero el fraile le contestó que eso quedaba en manos de Dios.
Le pidió a Hilda y Frieda que se quedaran con los niños en el carromato, pues ellas no se
contagiara porque en general sólo atacaba a niños pequeños.
Dolf ordenó que trasladaran el carro a otro lugar y observó aliviado como el fraile partía junto
con los muchachos cargando leña a la ciudad.
Mientras tanto Leonardo y Peter recorrían el campamento y cuando distinguían algún niño
con el rostro rojo o con dolor de garganta lo colocaban en una hoguera aislada y luego de reunir a la
mayoría de los infectados y aislarlos. Leonardo ordenó darles una fuerte infusión de hierbas a cada
uno. Dolf dijo que no se podía quedar vigilando al grupo aislado ya que tenía que ir a la ciudad a
ayudar al panadero hacer las hogazas, pero antes de irse se desifecto para no contagiar a los hijos
pequeños del panadero. Se metió al agua y también su ropa, se vistió y salió corriendo.
Finalmente cuando llegó a la ciudad un centinela no lo quería dejar pasar, este le reprochó a
Dolf que él había dicho que iba a venir un carro cargado de leña, pero que en vez de eso habían
llegado cincuenta niños cargando leña, iban con un fraile y que si no fuera por él no los hubieran
dejado entrar, además el centinela le había ordenado a los niños que en cuanto dejaran la leña se
devolvieran.
Cuando llegó jadeante a la puerta de la ciudad, el centinela no quería dejarle entrar porque le
había dicho que vendría en carromato y no con niños. Dolf en agradecimiento le dio al hombre un
muñeco de plástico que había encontrado en su bolsillo, diciendo que era una imagen de San Juan y
tenía grandes poderes, el centinela lo dejó pasar.
Cuando llegó a la casa de Gardulfo vió a Frank, debido a que este se había quedado a ayudar.
Se quitó el jersey mojado, que el panadero puso a secar, y comenzó a trabajar.
En la noche comenzaron a salir del horno las hogazas, Cuando ya estaban terminando Gardulfo
le preguntó a Dolf por el dinero, y este le dio la bolsa y vio como a Gardulfo se le iluminaban los ojos,
Penso que Quizá había pagado demasiado, pero no le importaba: ahora podría desayunar el ejército
de los niños.
El panadero preguntó si se iban a llevar los panes en el carro, pero Dolf tuvo que excusarse
diciendo que el carro estaba averiado, pero en ese momento Frank dijo que iría al campamento y
enviaría chicos para cargar el pan y unas horas más tarde aproximadamente cien niños iban camino
a la ciudad para recoger las hogazas. Los habitantes de Rotteweil al observar esta acción,
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comenzaron a armar un rumor de que durante la noche un ángel había bajado del cielo y había
cocinado centenares de hogazas para los niños.
Dolf no acompañó a los niños, tenía algo pendiente, a punto de desmayarse de fatiga se dirigió
al hospital y le dijo al hermano que los cuatro enfermos que había llevado el día anterior tenían la
muerte escarlata. Y el hombre le dio las noticias: uno de los niños había muerto en la noche, mientras
que de los otros tres, dos parecían encontrarse algo mejor, mientras que el tercero llegaría hasta la
tarde. Dolf le pidió que los mantuviera alejados del resto.
El hermano le preguntó que por qué habían traído la enfermedad a la ciudad, pero Dolf le
explicó que ellos no sabían qué enfermedad tenía. El hermano le dijo que como sucedía si se suponía
que los niños estaban bajo la protección divina, pero Dolf le dijo que ellos también tenían que pasar
por pruebas.
Cuando Dolf salió de la ciudad Leonardo quién lo puso sobre su mula y se durmió

CAPITULO 7. LA MUERTE ESCARLATA


Cuando Dolf se despertó en la mañana el campamento estaba casi vacío los niños ya se
encontraban en camino, pues el Concejo les había obligado a partir antes del mediodía.
Leonardo, Frank y Peter iban tras ellos, Fredo conducía a los bueyes que llevaban los
carromatos con los enfermos. Dolf se enteró que había 24 casos nuevos. Comprendió que aunque
creía que los habitantes de Rottweil eran crueles, ellos sólo trataban de proteger a sus niños.
Llegaron a orillas de un lago, Dolf supuso que era el lago Constanza, instalaron el campamento
en una pequeña colina sobre la ribera. Los niños fueron en grupos al lago a bañarse y lavar su ropa.
A los pequeños se les obligó a beber infusión de hierbas y a limitar el contacto entre ellos para
evitar el peligro de contagio. Habían 80 enfermos. Carolus ideó cómo tejer una manta con hierbas y
pajas. Entonces cuando moría un niño se quemaba su manta y los cuencos de los enfermos estaban
separados de los enfermos, estos se lavaban con agua caliente y arena luego de comer. El agua no
faltaba, habían app 100 niños recogiendo leña, otros tejían mantas y colchas y el grupo de los
pescadores y cazadores realizaban su tarea sin excepción.
Tres días después la enfermedad llegó a su auge, en 24 horas murieron 30 niños y se
presentaron 42 nuevos casos. Dolf ordenó que se cavara un fosa profunda (tumba colectiva).
La muerte era en la Edad Media una constante compañera del hombre. Era temida, pero
también deseada, porque significaba el paso de una existencia terrena a otra espiritual. Quienes
creían no haber cometido pecados demasiado graves morían tranquilamente porque esperaban que
el cielo se apiadaría de ellos. Se creía que los niños que morían iban directamente al reino de los
cielos, porque Dios ama la inocencia, y los niños son inocentes por definición.
Al cuarto día en la noche, murieron 18, se registraron 12 nuevos casos. El carromato empezó
solo a trasladar muertos hacia la fosa, los que sepultaban eran voluntarios y dirigidos por Peter, ya
que él creía que los pescadores podían estar sin él. Por alguna razón Peter se sentía fascinado por la
enfermedad, estaba dispuesto a trasladar los cadáveres y a quemar las yacijas, después de un tiempo
en la parte de los sanos.
El séptimo no hubo casos nuevos, pero murieron 15 niños.
Los niños sanos del campamento jugaban, reían y estaban tranquilos, aun con tanta muerte a
su alrededor. Cuando un niño se enfermaba se le trasladaba al campamento de los contagiados, ahí
moría o se curaría.
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Hilda tenía las mejillas delgadas y con mal aspecto, poseía unas arrugas alrededor de los ojos.
Daba órdenes a las demás niñas, recorría las filas de los enfermos, limpiaba a los niños y sus vómitos.
Carolus estaba orgulloso de ella, mientras Frieda ayudaba muchísimo con sus infusiones, Fredo
dirigía el grupo encargado de mantener el orden y hacía un buen trabajo, Frank y su gente fabricaban
20 pares de zapatos y Leonardo ayudaba a Dolf y entretenía a los niños con juegos, cuentos y
enseñanzas.
Al cabo de unos ocho días, Dolf creyó entrever la victoria sobre la muerte escarlata. No se
habían registrados casos durante dos días, quedaban 78 enfermos pero recuperándose. En una
semana o dos podrían seguir su camino.
Esa tarde fue invitado para visitar a Nicolás, Dolf estaba cansado pero aun así fue, creía que
quizás quería darle las gracias por haber evitado un desastre. Dolf no sentía estima por Nicolás pero
no le había dicho a nadie, pues para los niños Nicolás era un santo, pero veían que Dolf era un jefe,
duro pero justo. Sus órdenes se podían seguir porque era muy prudente. Confiaban en él porque
había hecho su marcha más llevadera. Pero Nicolás era más que un buen guía: era un elegido del
cielo.
Dolf fue recibido en la tienda por Nicolás y los dos frailes. Anselmus le dijo que como quedaban
pocos enfermos partirían mañana pues ya se habían retrasado mucho y que los niños que
sobrevivieran esta noche se irían en el carromato. Pero Dolf dijo que con esta enfermedad que era
una epidemia nadie admitiría a los contagiados en ningún hospital y nos lo podía abandonar.
Pero Nicolás dijo que se le había aparecido un ángel que decía que Dios está enojado con su
tardanza. En ese momento Dolf le gritó a Dom Anselmus: “¿Sabes? ¡Me gustaría que cayeras
enfermo y que supieras lo que es pasar días enteros tendido en un carro que se bambolea mientras
los huesos te duelen y la cabeza te arde!”
Dom Anselmus encontró estas palabras un pecado, pero Dolf dijo que era peor pecado
exponer a los niños enfermos a sufrimientos que no son necesarios. Agregó que entendía que
querían llegar a Génova lo más rápido posible, y que estaba seguro que allí los niños se llevarían la
peor decepción de sus vidas.
Anselmus estaba furioso y afirmó que iba a haber un milagro en Génova. Dolf no creía que el
mar se dividirá pero Nicolás protestó diciendo que Dios se lo había prometido, Dolf añadió que si el
milagro no ocurría los niños lo harían pedazos.
Nicolás le pregunto, si no creía en el milagro porque se esforzaba tanto. Rudolf le dijo que
como no podía detenerlos. Agregó que habían engañado a los chicos con un cuento de hadas. Pero
advirtió que si estos ocho mil niños se quedan vagando llorosos por Génova, sin su ilusión ajustaría
cuentas con ellos.
Dolf conocía a Nicolás y Anselmus y sabía que si o si mañana seguirían con la marcha, pero no
entendían por qué tenían tanta prisa. Su ira se estaba transformando en miedo, inquietud y tristeza.
Le preguntó a Peter si deseaba ir a Jerusalén, y este le contestó que sí, que todos lo anhelaban. Peter
le contó que había escapado de su casa porque recibía más palos que comida y que se había enterado
que en Jerusalén siempre brillaba el sol y que nadie trabajaba, explicó que era el mayor de seis
hermanos, pero que hace unos años había muerto tres de muerte escarlata además él se había
enfermado pero había sobrevivido. Dolf se dio cuenta que por eso Peter había reconocido tan rápido
la enfermedad, entonces le preguntó a Peter si sabía que los niños estaban enfermos de muerte
escarlata cuando les rogó a los habitantes de Rotteweil que los acogieran, Peter reconoció que si
sabía, Dolf le dijo que cómo pudo haber hecho eso, pero Peter dijo que los habitantes habían sido
muy tacaños con ellos y que los habían recibieron para que ellos admiraban su riqueza.
17

Sin embargo, dijeron a Nicolás que sus campos y sus rebaños estaban vigilados y que atacarían
sin piedad a cualquier niño que merodeara por allí. Dom Anselmus amenazó a los regidores con la
ira de Dios. Les narró lo sucedido en Espira, pero se rieron.
Dolf le preguntó como pudo no acordarse de que llevaba enfermos a una ciudad sana en que
viven muchos niños.
- Fue la voluntad de Dios -masculló Peter-. El me inspiró las palabras.
Dolf no podía creer cuánto rencor y odio tenía Peter,
Pensaba que lo hombres en la edad media no obstante ser muy piadosos y creyentes en dios
tenían oscuridad en su alma. Le asustaba la facilidad con que responsabilizaban sus acciones a
deseos de dios Era Dios quien gobernaba el mundo, no ellos. Atribuían a Dios o al diablo sus más
profundas emociones, sus deseos de venganza o sus ilusiones.
Dolf trató de entenderlo de pero no logró comprender esa forma de pensar.
Dolf se encontró con Don Thaddeus y este le explicó que los había estado acompañando desde
las últimas dos semanas, caminando, y dijo que venía del monasterio de Haslach, al este de
Estrasburgo.
Dolf le dijo que sabía la causa de la enfermedad, e intentó decirla adaptándose al lenguaje
religioso de la época: se supone que unos animales que entraban a la garganta y llegaban a la sangre
pero que no podían matarlos porque eran muy pequeños, y que los podían mantener alejados con
agua limpia, fuego y humo, porque si la sangre estaba antes de que entraran los animales limpia y
sana, los diablillos se ahogaban en ella, y el niño se recupera, por eso era importantes tener a los
enfermos en un campamento separado y que se quemaran los camastros de los muertos porque
estaban infectados de demonios, se tenían que bañar con frecuencia además de comer bien y beber
una infusión de hierbas. Esto era una batalla larga ya que el diablo no se rendía fácil, y que casi la
habían ganado porque en dos días no habían casos nuevos y la mayoría de los enfermos se están
recuperando. Sin embargo el demonio ha recomendado a Nicolás y a los frailes de que partieran al
otro día. Eso constituiría una gran desgracia, pues los niños enfermos volverían a unirse con los
sanos.
Dom Thaddeus respondió que Dios era mucho más poderoso que el diablo y que si Él no quería
que partieron lo iba a impedir, además dijo que se alegraba de que Dios le haya brindado a Dolf de
conocimientos y sentido común, y que Dios velaba por ellos, pero Dolf agregó a esto que sólo cuando
se mostraban dignos de que Dios lo haga y que su paciencia tenía un límite cuando los hombres eran
demasiado necios para entender qué quería Dios de ellos.
Dolf dijo que lo único que quería era que los niños lleguen todos sanos a Jerusalén y le pidió a
Don Thaddeus que lo ayudara, y este le respondió que si lo que le había dicho era cierto Dios iba a
impedir que partieran y que tuviera confianza.
Miró a Dom Thaddeus y pensó que este era un buen hombre pero que no servía de mucha
ayuda. Cuando llegó al campamento vio que Leonardo estaba sirviendo en la tienda a jóvenes y
amos porque sus sirvientes estaban preparando la partida de mañana. Dolf comenzó a llorar y no
cachó que Leonardo le había hecho un guiño.

Capítulo 8: EL HEREJE
Al final no partieron a la mañana siguiente. Al amanecer Anselmus y Augustus se levantaron
con mucho dolor de vientre, cuando Dolf fue a visitarlos se encontraban con la cara verde y la frente
llena de sudor. La frente de Anselmus estaba perlada de gotas de sudor y era evidente que en sus
cuarenta años de vida no había sufrido un dolor semejante. Junto a ellos estaba Carolus y Nicolás.
18

Nicolás advirtió de que no podrían seguir con la marcha ese día, Dolf fríamente les dijo que por
qué no lo iban a hacer después de tantas prisas. Irían en el carromato,
Augustus pidió que los dejaran allí porque dolores de vientre no son contagiosos. Dolf temió
que fuera cólera. También tenían diarrea.
Dom Thaddeus acudió en su ayuda. - Tal vez sea contagioso Sería mejor para todos que los
enfermos no tengan contacto con los sanos.
- ¿Y quién cuidará de ellos? -preguntó Carolus indignado.
- Yo -respondió Dolf resuelto.
Dolf, comento preocupado a Leonardo que podía ser el cólera
Leonardo le dijo que no y que no era una enfermedad contagiosa. Dentro de una semana. los
dos estarán perfectamente bien, te lo aseguro.
Leonardo le había echado algo en su cena.
En el campamento de los enfermos había ahora setenta pacientes que se recuperaban, con los
demás no había solución y murieron. No hubo nuevos casos y la muerte escarlata ya había
desaparecido, habían ganado la batalla. Rellenaron la fosa y la cubrieran con piedras. Volvieron a
hacer allí grandes hogueras, que ardieron durante veinticuatro horas. Levantaron sobre el montón
de piedras una cruz de madera.
Nicolás y los frailes no querían continuar sin el carro, Dolf decía que era peligroso porque los
niños enfermos habían estado allí. Nicolás decía que se lo había regalado el arzobispo de Colonia. Si
dices que es un peligro para nosotros, cargas tu conciencia con un pecado grave.
El fraile Thaddeus decía que confiara en Dios, pero a él le parecía una chorrada.
Dolf decía que el carro era un grave peligro. Ya no es un regalo del arzobispo, sino un vehículo
del diablo.
Aquella misma noche ardió misteriosamente el carromato. Los centinelas afirmaron que no
habían visto a ningún sospechoso cerca del carro.
Dom Anselmus hubo de reconocer que el fuego era otra prueba que les había enviado un poder
superior. Se iba apoderando de él un miedo supersticioso. Siempre que se oponía a los deseos de
Rudolf de Amsterdam, ocurría algo…
Cuando Dolf oyó las noticias disimuló su alivio. Pero comenzó a mirar a Dom Thaddeus con
otros ojos.
Ahora tenían que cruzar las montañas, allí no tendrían comida y morirían, por eso Dolf propuso
la idea de parar durante unos días para los preparativos antes de entrar en el estrecho valle que
conducía al macizo de Karwendel. Una vez más, Anselmus se opuso con todas sus fuerzas a la
demora. Debía recolectar comida. Nicolás decía que no que Dios cuidaría de ellos.
Apoyado por Leonardo y por todos sus amigos se puso a trabajar. Acamparon cerca de un lago
de aguas cristalinas. Dolf ordenó a Peter y a sus pescadores que fueran al lago provistos de redes y
no dejaran en él ni un pez. Cazaron suficiente, pescaron y cogieron cebada, maíz y cereales de los
campos de cultivo.
19

Un día Simón un niño de unos siete años lloraba desconsoladamente porque unos niños
mayores le habían dicho que un oso le comería en las montañas. Fue Leonardo el que le calmó. Dolf
pensaba que distinta la vida en su época ahí Simón habría sido un niño que iría feliz y contento a la
escuela elemental. Pero aquí era un cruzado en camino hacia Génova y expuesto a todos los peligros
del camino.
Leonardo dijo mostrando su garrote que si nos topamos con un oso le daré tal golpe en la
cabeza que quedará muerto antes de caer al suelo. Le quitaré la piel y te haré con ella un abrigo,
Simón. Así podrás entrar en la Ciudad Santa con la piel de un oso, como si fueras un rey.
La víspera de su partida hacia las montañas, Dolf cometió un error que provocó otro estallido
de rabia por parte de Anselmus y Nicolás, propuso matar dos bueyes porque sería muy difícil viajar
con ellos por las montañas,
- ¡No ! -gritó Nicolás-. Son un regalo del arzobispo de Colonia.
Nicolás le dijo - Rudolf de Amsterdam, no eres más que un agitador y siempre estás
desafiándome. ¿Quién es aquí el jefe? ¿Tú o yo? Dices que quieres ayudar a los niños a que lleguen
a Jerusalén tan pronto como sea posible; pero no haces más que provocar demoras y suscitar
desconfianzas.
- Los niños nunca te han necesitado, Dios vela sobre nosotros. El nos alimentará y nos
proporcionará fuerzas para superar todas nuestras pruebas.
Dolf replicó Dios también espera que nos ayudemos a nosotros mismos y que seamos capaces
de reflexionar.
- Hablas como un hereje -gruñó Anselmus.
Nicolás dijo que - Rudolf de Amsterdafn, eres un enviado del infierno. Intentas conducirnos
por falsos senderos e impedir que cumplamos la voluntad de Dios.
Los niños retrocedieron horrorizados, y Dolf creyó leer en sus rostros una pregunta aterradora:
¿es Dolf un siervo del demonio?
Entonces comprendió que se hallaba en peligro. De repente recordó la imagen de la Virgen
que colgaba de su cuello; cogió la medalla y la besó. - La Madre de Dios me protege, Dom Anselmus
-dijo amenazador-. No podéis injuriarme impunemente.
- No blasfemes, Rudolf. ¿No vendiste a un cambista de Rottweil monedas acuñadas por el
demonio?
«¿Cómo se habrá enterado? -se preguntó Dolf-. ¿Habrá hecho que me vigilen
constantemente?
- ¿Y no incendiaste el carromato durante la noche con procedimientos mágicos? -prosiguió el
fraile ¿Y no tienes un cuchillo que no se oxida porque ha sido forjado en las mazmorras del infierno?
«Ahora resulta que procedo del infierno porque tengo un cuchillo de acero inoxidable», pensó
Dolf. Tenia miedo
- Eres un hereje, un diabólico hereje, y mientras estés con nosotros nos perseguirá la desgracia.
concluyó Dom Anselmus gritando.
Algunos niños lo defendieron y eso le dio valor
Anselmus le dijo que vestía ropa extraña hablaba un lenguaje extraño. Cuando otros caen
enfermos, tú te conservas sano. Cuando otros se hallan exhaustos, a ti todavía te quedan fuerzas.
Eres hijo de satanás.
20

Dolf se defendió diciendo que él le trajo pan a los niños cuando los inhumanos habitantes de
Rottweil estaban dispuestos a que murieran de hambre, el dispuso que sus pies llagados fueran
envueltos en pieles de conejo. Le preguntó a los niños si alguno podía acusarlo de crueldad o de
dureza de corazón y si los había maltratado?
- Nunca -gritaron algunos-. Rudolf nos ha cuidado como un señor bondadoso.
Simón surgió entre la muchedumbre y cogiéndole la mano le dijo - Rudolf es un héroe -dijo
con voz clara.
Nicolás gritó - ¡Si Rudolf de Ailisterdam sigue entre nosotros, nunca llegaremos al mar!

Dolf dijo que las acusaciones eran graves como herejía y de prácticas demoníacas; pero no
tienen derecho a condenarme sin proceso. Hay que presentar pruebas. Exijo un proceso en el que
estén presentes todos los niños. Prometo someterme a la sentencia final, sea cual fuere. Nada
temo, porque un inocente nada tiene que temer.
¡Pobre Dolf! Si hubiera conocido un poco mejor la mentalidad medieval no se habría sentido
tan preocupado. Habría sabido que podía contar con la inquebrantable lealtad de sus amigos, una
lealtad que mantendrían a pesar de las supersticiones y los miedos y aun con peligro de sus propias
vidas. Pero Dolf era un muchacho del siglo XX, época en que imperaban el oportunismo y se violaba
con facilidad una palabra dada o un juramento solemne y se apreciaba poco la amistad y la
solidaridad.
Dolf estaba sentado con la cabeza inclinada, embargado por un sentimiento desconocido y
extraño y murmuraba «Ayúdame, Salvador de los pobres y los oprimidos, ayúdame…».
Dom Thaddeus se hallaba junto al lago viendo pescar a los chicos, los amaba por eso se unió
con ellos, resuelto a ayudarles siempre que pudiera. Poco después de unirse a la columna en la Selva
Negra reparó en un muchacho cuya talla y maneras imperiosas indicaban un origen noble. Al
principio, Thaddeus pensó que sería Nicolás, el zagal, y sintió que su corazón estaba con él. Pasó
algún tiempo antes de que descubriera su error.
A Nicolás se le reconocía a distancia por su impoluta indumentaria, su devota mirada y una
dignidad afectada que no le cuadraba. Thaddeus quedó muy decepcionado cuando hizo este
descubrimiento.
¿Quién era entonces aquel muchacho extraño? Durante los tres días que tardaron en llegar a
la ciudad de Rottweil, el fraile advirtió muchas contradicciones. El joven Rudolf, que sin duda era hijo
de un noble, no dormía en la tienda con los otros chicos de noble cuna. Rara vez se dirigía a Nicolás
y a los dos frailes, pero cuando les hablaba era siempre para discutir. Thaddeus supo que aquel
misterioso muchacho procedía del norte, se había unido a los niños en el camino y había dejado
sentir inmediatamente su presencia. Apenas hablaba latín pero parecía un erudito, un doctor
prodigioso que había viajado mucho; y era valiente, pero nunca iba a cazar o a pescar; no participaba
en tareas como cocer panes, curtir pieles o tejer mantas. Sin embargo, siempre estaba ocupado y
aparecía en todos los momentos en que los niños necesitaban consejo o ayuda. Era el organizador y
el que tomaba las decisiones, y los chicos le obedecían sin titubear. Dom Thaddeus jamás había visto
nada semejante en un chico tan joven. Pero ¿qué edad tendría Rudolf? Tenía cara de un niño, cuerpo
de un adulto y sabiduría de ermitaño…
Sólo cuando lo halló sollozando en el carromato a las afueras de Rottweil comprendió Dom
Thaddeus que era un niño. ¿Lloraba por sí mismo? No, lloraba por la amenaza que la muerte
escarlata representaba para los niños y porque podía prever la tremenda aflicción que sufrirían. Le
sorprendió la energía con que Rudolf combatió la epidemia, y cuando los otros dos frailes se negaron
21

a quemar el carromato, Dom Thaddeus comprendió que sólo cabía hacer una cosa: cumplir el deseo
del muchacho.
Únicamente así podrían proseguir los niños felices y sanos. Pero ¿dónde habría obtenido
Rudolf de Amsterdam su conocimiento de la medicina? ¿Cómo podía saber lo que todos ignoraban,
la causa de la
muerte escarlata?
Sumido en sus pensamientos, Dom Thaddeus contemplaba a los niños que pescaban. Amaba
a todos
aquellos chiquillos de caras inocentes, voces agudas y pies incansables. Pero eso no era nada
en
comparación con el profundo afecto que sentía por aquel misterioso muchacho, Rudolf de
Amsterdam. Y
eso le preocupaba, porque temía estar cometiendo un pecado. Su deber era amar a todos los
niños por
igual y no a uno más que a los demás. Thaddeus, hombre inteligente pero humilde, pidió a Dios
que le
perdonara su preferencia.
También le preocupaba el propio Rudolf. El muchacho era increíblemente ingenuo en cosas de
fe.
Con su cara inocente podía decir cosas que hacían palidecer a Thaddeus. ¿Era un hereje?
En lo más íntimo de su ser, Thaddeus apreciaba poco a Nicolás y a los dos frailes que habían
partido de Colonia con el ejército de los niños. Pero jamás se le hubiera ocurrido poner en tela
de juicio
su sagrada misión, como hacía Rudolf incluso en público. Thaddeus sabía que tenía que amar
a Anselmus
y a Augustus como a hermanos suyos. Pero no podía hacerlo por culpa de Rudolf y de sus
insinuaciones.
Y eso le hacía sufrir. Además, Thaddeus podía advertir que el conflicto entre Rudolf y Anselmus
haría
crisis un día, y no sabía qué partido debía tomar. Su deber era defender a la Iglesia y, por ello,
a
Anselmus. Pero sentía tanto afecto por el muchacho…
Los niños cargaron en la muía la pesca conseguida aquel día y, cantando, se pusieron en
marcha en
dirección al campamento. Al pasar, Leonardo lo saludó alegremente con la mano, pero el fraile
no lo
advirtió. Con la cabeza inclinada siguió observando al grupo de pescadores; era un hombre
honrado a
quien desgarraban las dudas.
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Capítulo 12.- El ataque de los demonios


LA FORTALEZA de Scharnitz se alzaba sobre el valle. Había centinelas y las luces indicaban la
posibilidad de que el conde Romhild y su familia celebraran una fiesta.
De a poco los chicos se fueron acercando al castillo para no ser vistos, llegaron al bosque y
titubearon un instante, solo había silencio. Los chicos se reunieron en torno a Dolf quien les dijo
que atacarían a las cinco de la mañana.
¿Qué sucedería si nos topáramos con un oso? -susurró Mateo al oído de Dolf. – Los osos no
cazan de noche, a diferencia de los lobos. Muchas veces, Dolf no sabía si lo que decía era cierto o
falso; pero con frecuencia hacía afirmaciones para tranquilizarse él y para tranquilizar a los demás.

Dolf había estudiado muy bien su plan, tenía que funcionar; de no ser así morirían.

La oscuridad era total. Forzando la vista, pudo distinguir las siluetas de los centinelas, se
arrastró hasta un lugar desde donde pudiera observar el castillo sin ser advertido. Esperó hasta que
amaneció, sacó dos cuencos de madera, un bramante engrasado, varios trozos de carbón vegetal y
dos puñados de excrementos secos de pájaros.

Machacó en un cuenco los excrementos y el carbón hasta convertirlos en polvillo. Los


excrementos de aves contendrían salitre, las cabezas de las cerillas proporcionarían el azufre y con
el carbón vegetal, no podrían no tener éxito… Aunque la bomba no estallara, apestaría y provocaría
mucho humo.

Mientras el día clareaba, mezcló con el polvillo las cabezas de las cerillas y luego cubrió el
primer cuenco con el segundo y los ató con fuerza, dejando asomar entre ambos el extremo del
bramante engrasado.

Había diecisiete correas para el ataque, a las que se había cosido un cuerno. Se desnudaron
por completo y se pusieron faldones de hierbas.

Se ciñeron las correas a la cabeza. Ahora los cuernos apuntaban amenazadores hacia arriba.
Ennegrecieron sus rostros con carbón vegetal y grasa; finalmente desordenaron sus cabellos y se
pusieron algunas plumas entre las greñas. Para tener un aspecto más horripilante, Dolf pintó líneas
sobre sus pechos y espaldas. Tenían una apariencia aterradora: diecisiete diablos rayados con
cuernos, pies peludos y dientes brillantes.

Dolf tomó su «bomba» y descendieron hasta el nivel de la fortaleza y se ocultaron entre los
matorrales. Dolf Colocó la bomba en el suelo y retrocedió hasta el matorral, desenrollando la mecha.

El puente descendió y dos soldados continuaron montando la guardia. Había empezado el día
en el castillo de Scharnitz.
23

Dolf brilló una cerilla y se encendió la mecha y emitió un aullido. Los dos guardias se pusieron
en pie asustados, la bomba estalló, se alzó una nube de humo sucio, oscuro y fétido (hediondo) los
chicos saltaron al frente y corrieron entre la humareda. Para los sorprendidos guardias, aquella
visión era aterradora. Los soldados quedaron paralizados por el miedo, los diablos llegaron al puente
y los vigilantes pensaron que los demonios venían a arrastralos al infierno y huyeron.

En la galería de madera apareció el conde de Scharnitz y los diablos le pidieron a los niños
sagrados, se los entregó pues temía que las legiones de Satanás se apoderaran de su castillo.
Comprendía que a los demonios les interesaran más las almas de niños inocentes que las pecadoras
como él.–

Les entregaron a los 52 niños cautivos, pero éstos se asustaron. Dolf murmuró al oído de Frank:
- No te preocupes, soy yo, Dolf. Haz que los otros se calmen. Sólo entonces reconoció a su amigo.

Los diablos agruparon a los prisioneros y los empujaron hacia la puerta y al bosque para
alejarlos del castillo. Los cincuenta y dos chicos rescatados se hallaban locos de alegría y mostraron
deseos de unirse a la Cruzada. Pero Dolf se opuso. De momento dijo nos ocultaremos en el bosque
pues deben creer que os hemos llevado a los infiernos. Si nos ven cruzar el valle se darán cuenta
del engaño. En consecuencia se ocultaron

Al anochecer empezaron a bajar de la montaña Y al amanecer llegaron al campamento que


habían montado la tarde anterior. Allí se ocultaron en la maleza para dormir unas horas. Prosiguieron
durante la tarde y en la noche llegaron al Campamento que estaba en la última parte del macizo de
Karwendel.

Llegaron muy cansancio y sucios sin decir palabras ¡Sólo querían comer y dormir…! A Dolf ya
no le quedaban fuerzas para narrar lo sucedido. Soñó con su madre y con el baño de su casa. La
ducha no funcionaba bien y salía agua fría. Era porque en las montañas de Karwendel llovía a mares.

Capítulo 13.- LOS ALPES


EL EJERCITO caminaba por las montañas de Karwendel por caminos estrechos y malos junto a
corrientes de agua; había bosques, matorrales y pendientes. Llovía y hacía mucho frío. En las partes
en que el camino era llano (liso) el barro les a los tobillos. Los fardos que llevaban a sus espaldas se
mojaban y pesaban. Los zapatos les llagaban (herían) los pies.

En el día combatían el hambre mascando tortas duras; no podían hacer fuego porque la leña
estaba mojada. Por la noche, cuando realmente era necesario el fuego cortaban troncos, pero sólo
ardía bien la parte del centro, rica en resina. La leña estaba mojada y no había ramas secas para
avivar las llamas.

Seguían subiendo tiritando de frío y cansados, con la esperanza de que al otro lado mejorara
el clima. Dolf no supo cuántos niños perecieron (murieron) durante los tres días que tardaron en
llegar a la cumbre. La neumonía, las fieras, las serpientes eran sus enemigos. Un niño pequeño se
quedó atrás y fue atacado por un águila. Bertho, mató al águila. Pero el niño murió por las heridas.

Aquel mismo día gris, Leonardo venció a un enorme oso. Cuando al encontrar un lugar para
instalar el campamento y Wilhelm al explorar cuevas para poner a los enfermos, se encontró con
un enorme oso pardo, más alto que Wilhelm, que gruñía y lanzaba zarpazos. Los niños gritaron y el
oso se asustó y atacó a Wilhelm. Leonardo con un garrote (palo) le pegó en la cabeza. El animal
retrocedió y cargó contra unos de los niños. Leonardo persiguió a la bestia y esta desapareció.
Cuando Leonardo regresó halló a Wilhelm muerto por un zarpazo del asustado animal. Otros tres
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niños estaban heridos. De boca en boca pasaron la heroica hazaña de Leonardo, que solo con un
garrote había hecho huir a un oso tan grande como una casa.

Al llegar el día se pusieron en marcha, el pescado ahumado se estaba poniendo mohoso


(podrido), las tortas estaban empapadas y la carne seca olía mal. La lluvia el viento y el cansancio
habían embotado (agotado) a los niños que caminaban como autómatas (robot). Rezaban para que
volviera la luz y el calor, pero llovía cada vez más. Pidieron protección a la Santísima Virgen, y vieron
caer despeñado a un cazador como el terreno era duro no podían abrir una fosa; por eso cubrieron
el cadáver con pedruscos, aunque sabían que los animales salvajes se comerían el cadáver.

Continuaron subiendo con lluvia y niebla, los pequeños perdían pie al andar, caían o se
quedaban rezagados (atrás) Pero lo peor era la gripe. Pero subían animados por su deseo de liberar
Jerusalén. Poco antes de llegar a la cumbre perdieron al segundo buey, que cayó por una grieta. Era
imposible rescatarlo. Bertho lanzó algunas flechas para matarlo, pero fue inútil.

Llegaron al puerto al final de la tarde del tercer día. El valle se hallaba cubierto por nubes, casi
no podían ver que estaban en la cumbre. Ya no llovía y no había viento. Ahora bajaban, pero el
descenso era por un camino resbaladizo y los niños rodaban y se estrellaba contra el tronco de un
árbol, donde se quedaba magullado (rasmillado) y lloroso hasta que alguien los volvía al sendero.
Muchos chicos y chicas mayores llevaban a niños lesionados, enfermos o que sollozaban. Ya no eran
unos cruzados que cantaban y rezaban, sino bestias de carga.

En la noche acamparon en una ladera boscosa del Karweride. Los fuegos que encendieron
apenas daban calor. Dolf, estaba empapado y tiritando junto a la hoguera. Pensó con rencor en
Nicolás, en los chicos nobles y en los dos frailes, que estaban secos en la tienda. Pero pensaba que
no tenía derecho a tener rabia y que los demás niños, tan empapados, helados y faltos de sueño
como él, no se quejarían de esta desigualdad.

Dolf admiraba la fuerza y la resistencia de los chicos y sintió crecer dentro un calor y entendió
el significado de la Cruzada de los Niños. Estos niños por primera vez en sus miserables vidas, habían
hecho algo por sí mismos. Tenían un firme propósito y nada ni nadie los apartaría de él. Dolf se sintió
orgulloso de ellos, de su valor y de su capacidad para resistir el sufrimiento. Entendió que merecía
ayuda y por eso había acudido a ayudarlos.

Habían cruzado el primer puerto de los Alpes. A pesar de los sufrimientos, el campamento
estaba alegre. Todos conocían las dos heroicas hazañas: la expedición al castillo de Scharnitz y la
lucha de Leonardo con el oso. Surgieron leyendas pintorescas (curiosas). El garrote de Leonardo se
convirtió para ellos en el arma de un gigante. El valle del Inn era ancho, bastante llano y fértil.

A cierta distancia se alzaba majestuosa la ciudad de Innsbruck. Pero los esperaban aún
montañas altas cerca de Lombardía. Llegaron con sol a Innsbruck, los habitantes los recibieron
hospitalariamente. Por primera vez en mucho tiempo, los pequeños comieron verduras y tomaron
leche. Cambiaron 3 ovejas que habían sobrevivido el paso del Karwendel por jamón y embutidos.

Los niños se restablecieron y recobraron el optimismo. Las montañas les habían infligido un
golpe terrible. Pero la espina dorsal de los niños no se había roto. Todos contemplaban con confianza
el paso del Brennero.

Dolf le preguntó a Carolus si los chicos lo habían nombrado rey de Jerusalén y éste le contesto
que había sido designado por el conde de Marburgo y que él no había huido como Fredo, porque
había jurado lealtad al conde, quien le encargó cuidar de su hija, Hilda, reina de Jerusalén… Dolf,
le dijo que ya había un rey de Jerusalén, un noble cristiano.
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Carolus le dijo que eso no significaba nada mientras la ciudad estuviese en manos de los turcos.
Además como era un título heredado el sería el verdadero rey. –

Dolf no le encontraba sentido ni sabía por qué adultos influyentes como el conde de
Marburgo, el arzobispo de Colonia y otros pensaban que la cruzada de los Niños tendría éxito, y
embarcaron a chicos allegados a ellos. El conde había estado dispuesto a enviar a su hija y el
arzobispo a organizar con la ayuda de Anselmus y Augustus y dio a Nicolás un carromato (Carro
grande de dos rueda), dos bueyes y una tienda.

- En la tienda había mal ambiente porque Anselmus y Augustus discutían ya que Anselmus
quería que se apuren y Augustus consideraba que los chicos necesitan descansar. Carolus
consideraba un mal ejemplo para los niños ver discutir a dos frailes. Para Carolus Augustus era
agradable y buen hombre y Anselmus tb, y además piadoso y estricto lo que era necesario con los
niños. Carolus prefería a Augustus. Agregó que DomAugustus y DomThaddeus, discutían por un tal
Boglio Augustus sostiene que Boglio esperaría y a Anselmus le preocupaba que no los esperara.

Dolf se preguntó qué planes tendrían los frailes para cuando llegaran a Génova.

Comenzaron de nuevo a escalar por senderos tortuosos, El sol había convertido el barro a
polvo que obstruía las narices de los caminantes e irritaba gargantas y ojos.

Subían y subían, la ciudad desapareció de su vista, los rodeaban montañas y bosques con
animales salvajes, torrentes de agua, matorrales de espino, zorros, halcones. El paisaje abrumaba
por su belleza. Se encontraron con asaltantes que huyeron por la cantidad del ejército de niños,
también algunos asustados por la larga fila de chicos, les lanzaron piedras.

Sufrieron mordeduras de serpientes, se desgarró sus ropas y perdieron sus zapatos. Se


alimentaron de tortas mohosas, de cecina semi podrida y de cabras montesas. Bebieron agua
helada, que les provocó dolores de estómago. Los bosques estaban llenos de aves y de árboles, y los
niños las cazaban con flechas o con la mano. A Dolf le dolió ver como Carolus retorcía el cuello de
una paloma; pero eso significaba que un niño comería.

Tras alcanzar una alta cumbre descendieron a otro valle regado por un río espumoso. Para
cruzar el agua los mayores formaban una cadena para que pasaran los pequeños. El agua bajaba con
fuerza y un par de veces se rompió la cadena, y algunos chicos fueran arrastrados por las aguas. Así
cruzaron el Brennero.

Frente a todas las dificultades, el ejército de los niños no sufrió demasiadas pérdidas, pero
todos los niños quedaron con chichones y moraduras. Las montañas habían cobrado la vida de
débiles e indefensos; pero a los sobrevivientes gracias a las montañas tenían un cuerpo sano,
músculos y un corazón lleno de libertad y felicidad.

Llegaron a la ciudad de Bolzano, iluminada por el sol. Los habitantes se maravillaron a ver a los
siete mil niños que cantaban felices, semisalvajes y con harapos, que habían cruzado un infierno.

Capítulo 14.- La batalla del valle del Po


Para los niños, Bolzano era otro lugar de descanso. Los ciudadanos les dieron albergue. El
campamento estaba fuera de la ciudad, y los niños disfrutaban del sol y de la comida, en especial
fruta.

Anselmus tenía prisa, pues Génova estaba todavía lejos. Pero esta vez los niños no se dejaron
atemorizar. Hacía mucho tiempo que iban en camino a Jerusalén y una demora de unos días no tenía
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importancia. Habían cruzado las montañas y se encontraban en un mundo nuevo, lleno de sol, luz y
flores. Se sentían a gusto y creían que se habían ganado unos días de descanso. No pensaban sobre
las dificultades que esperaban aún. Lo único que sabían era que al otro lado de las montañas estaba
el mar, y que el mar los dejaría pasar.

Dejaban que otros decidieran lo habían hecho ya sus padres: las órdenes se cumplían, pues
cuando uno hacía lo que le exigían estaba seguro. Así, seguían siempre a sus jefes, lo mismo si los
llevaban por las montañas que por los valles. La mayoría de ellos no había conocido otra cosa: las
desgracias y la miseria habían estado siempre en sus vidas.

Pero no todos eran así. Muchos pensaban en la libertad, y para ellos el viaje había sido una
revelación. Esos niños habían empezado a transformarse en seres humanos capaces e imaginativos.
Amaban la Cruzada, pese a sus dificultades, peligros e incomodidades. Chicos que habían sido
mendigos analfabetos empezaban a estudiar la vida de las plantas y animales. Otros tallaban
madera, tejían cestos o fabricaban utensilios, hacían telares, tejían prendas con fibras vegetales y
confeccionaban camisas.

Leonardo le explicó a Dolf que los habitantes de Bolzano se mostraban tan dispuestos a
ayudarlos por los rumores que decían que el ejército de niños había salido de Colonia con treinta
mil chicos y que había dejado en el camino unos veinte mil muertos. Por eso los acogían como a
supervivientes.

Leonardo reflexionó que de los ocho mil, llegaron siete mil a Lombardía y que había que
descontar a ochocientos que se fueron con Fredo, además no todos habían muerto en el camino,
quedaron algunos en ciudades y pueblos. Por eso concluyó podían sentirse satisfechos del trabajo.

María dudaba y pensaba que algo no encajaba: el mar estaba más lejos de lo que creían y
habían muerto muchos niños. Dolf escuchó complacido la conversación. Si María estaba empezando
a dudar, cabía suponer que no era la única. “¿Qué harían los niños -se preguntó- cuando al cabo de
unas semanas no se produjera el milagro de la división de las aguas del mar?!

Siguieron el curso del Isarco, que los llevó una vez más a las montañas. Aunque el tiempo era
caluroso y el camino estaba en mal estado, al menos las montañas eran más bajas. Cada día les
proporcionó nuevas aventuras, sufrimientos, esperanzas y felicidad. Cruzaron valles y colinas. Al
cabo de una semana alcanzaron un magnífico lago entre las montañas. A Dolf le sorprendió la belleza
de aquella región fértil y poco poblada.

El lago Garda, que él recordaba de las vacaciones con sus padres, era muy diferente: se trataba
de una zona comercializada con hoteles, campings y tiendas.

Dolf apenas podía dar crédito a lo que veía: grullas (aves), ibis (ave) y espátulas (ave blanca de
pico negro). En lo alto de los muros del castillo había nidos de cigüeñas y cisnes silvestres. El agua se
cubría de diversas aves que se alimentaban de peces. Los niños cazaban las aves para comer. Debido
al sol Carolus busco protección para las cabezas con sombreros de paja o hierbas entretejidas, a
menudo adornados con flores.

Al abandonar el lago llegaron a la ciudad de Brescia, donde los habitantes aterrados cerraron
las puertas y pidieron a los niños que se fueran de la región. Sin quejarse, los niños acedieron y
tomaron rumbo al sur, camino de Génova…

Los niños preguntaban donde estaba el mar, pero solo veían la llanura del río Po.
27

Dom Anselmus les decía que cruzando las llanuras y después de unas colinas, estaba el mar.
Dolf sabía que la distancia era enorme; pero prefirió guardar el secreto, pues sabía que si los niños
estaban insatisfecho les seria fácil darse cuenta que los estaban engañando.

En la llanura del Po murieron más niños, y con cada muerte crecía el espíritu de rebelión.
Morían de insolación, por deshidratación o mordidos por serpiente. El agua era escasa y las tierras
no estaban cultivadas, y una zona que sería más tarde el granero de Italia (muy cultivada) era ahora
solo una seca llanura. (Lombardía)

Los Lombardos que habitaban la región atormentada por la sequía no eran cordiales, además
sus granjas habían sido tantas veces destruidas por los emperadores germánicos, que tenían razones
para desconfiar de un ejército alemán. Además se veían como salvajes y desobedientes. Era una
banda de ladrones que nada respetaban y se comían todo lo que podían encontrar. Irrumpían en
casas y graneros. empuñando armas y exigiendo comida.

El difícil recorrido por las montañas había endurecido a los niños. La actitud fría de la población
los irritaba. Querían comida y agua, y cuando no se la daban la quitaban.

En dos meses, los piadosos niños que habían salido de Colonia cantando y rezando, se habían
convertido en una banda de ladrones y de soldados seguros que a nada temían. Las dudas y la
insubordinación hicieron lo demás. Tal vez no llegarían a Jerusalén, tal vez Dios había cambiado de
opinión. ¡Pero ellos tenían que comer!

Anselmus no hacía nada por detener la relajación de la disciplina. Augustus era el mismo
siempre: un hombre afable que amaba a los chicos. Nicolás no le interesaba nada estaba
obsesionado por ir a Jerusalén y realizar su sagrada misión; lo que sucediera en el camino no le
preocupaba. Dolf, Leonardo y Dom Thaddeus hacían todo lo que estaba en su mano por mantener a
los chicos bajo control, pero no les hacían caso. A estas alturas del viaje, los chicos sabían que lejos
de ser Dios quien les proporcionaba comida, debían conseguirla ellos, y eso era lo que hacían.

Pero poco a poco crecía la irritación de los habitantes de la región. Y esa irritación conduciría
a una batalla entre los enfurecidos campesinos y el ejército de los niños.

Caminaron varios días con calor hasta llegar al pequeño río Oglio. Se lanzaron al agua Aunque
eran temprano no quisieron seguir y acamparon. Los chicos preferían pasar el resto del día y toda la
noche entre los árboles y cerca del agua clara. Dolf, sonrió ante las muestras de rebelión de los
chicos, les ayudó a reunir leña y hierbas secas para hacer fuego.

De repente el campamento fue atacado por unas docenas de hombres armados con horcas,
garrotes, cuchillos y pedazos de hierro mohoso…

Los niños pequeños y los ñiños enfermos se quedaron al centro del campamento y fabricaban
flechas. Los chicos se defendieron con violencia hasta los mas chicos se lanzaron a la lucha, arrojando
tizones a los rostros de los asaltantes y quemándolos el pelo y las cejas. Los campesinos dieron media
vuelta y huyeron gritando.

Dolf contempló horrorizado la carnicería. Habría estado dispuesto a luchar por defender su
vida si alguien lo hubiera atacado; pero acaudillar (guiar) una batalla no le iba.

De pronto toda la llanura ardía u el campamento y el campo de batalla se había convertido en


un océano de llamas. No quedaba rastro de los campesinos. Era imposible saber cuántos chicos
habían muerto en la batalla y cuántos ahogados o quemados. Los caídos en la lucha con los
campesinos no pudieron ser recogidos y fueron pasto del fuego.
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Los chicos acamparon en la otra orilla del rio. Dolf encontró a María y a Leonardo con Peter,
Frank y Carolus. A lo lejos estaba Nicolás, los tres frailes, Frieda e Hilda.

Al día siguiente, Dolf y otros muchachos enterraron a los muertos, completamente


irreconocibles. Contaron veintiséis cadáveres de adultos y treinta y dos de niños.

Carolus, el pequeño rey, sollozaba incapaz de dominarse porque Hans había desaparecido, era
un valiente muchacho, amigo y cazador que no conocía el miedo.

Constituían un tropel (conjunto de personas) casi siete mil sucios y salvajes en ruta hacia Tierra
Santa.

Capítulo 15.- La última voluntad del rey


FRANQUEARON el río Po por la ciudad de Cremona y, tras caminar varios días llegaron a las
estribaciones (pies) de los Apeninos. La perspectiva de otra cordillera estuvo a punto de provocar un
motín entre los chicos. Logró Anselmus convencerlos de que éste era el único obstáculo que habrían
de superar antes de llegar a Génova. Se demorarían cinco días y llegar y allí verían cómo las aguas
del mar se separan ante Nicolás.

Pero los chicos se mostraban recelosos. -Estamos perdidos. Este no es el camino de Jerusalén.
Hemos estado dando vueltas y ahora volvemos otra vez a las montañas.

Anselmus les dijo que esas montañas no eran los Alpesm sino los Apeninos, y no son tan altos
ni tan fríos como las montañas del norte. Lo sé. Yo nací aquí…; bueno, quiero decir que he vivido
aquí muchos años.

Preguntad a Rudolf de Amsterdam, si confiáis en él más que en mí. Él ha estado aquí y conoce
las ciudades y las comarcas. No es culpa mía ni de Dom Augustus que el viaje haya sido tan largo.
Quien insistió en que diéramos un rodeo fue Rudolf de Amsterdam. Si queréis quejaros de lo
dilatado y peligroso del viaje, quejaos a Rudolf de Amsterdam.

Augustus les dijo que tuvieran paciencia. Rudolf obró bien al convencernos de que seguir el
camino más largo. No tenemos prisa. En esta región el tiempo es cálido. - No es tan difícil como
parece escalar estas montañas. Pero si no queréis seguir adelante, nada impide que nos volvamos a
casa. - ¿Quién quiere volver a casa?

Lo dijo en un tono que parecía indicar que esperaba que los siete mil respondieran «yo». Pero
no fue así. ¿Volver cuando ya estaban tan cerca de Génova? ¿Volver cuando dentro de muy pocos
días se hallarían junto al mar para ser testigos del gran milagro?

Discutieron algún tiempo entre ellos; luego uno decidió preguntar a Rudolf de Amsterdam si
los Apeninos eran el último obstáculo antes de llegar al mar. Pero ¿dónde estaba Rudolf?

En ese momento Frank los condujo a donde Carolus que enfermo, gemía de dolor tendido en
el suelo.

Dolf en un principio creyó que la causa de sus dolores podría ser alguna baya venenosa o
algún alimento en mal estado; pero Carolus murmuró que hacía dos días que no había probado
bocado.

Carolus fue trasladado a la tienda. Dolf no permitió que entrara nadie, excepto Hilda,
Leonardo y DomThaddeus. Luego llamó a María, porque no podía contar con Hilda, que solo lloraba
al ver sufrir a su futuro esposo.
29

Como es natural, todo el mundo esperaba que Rudolf de Amsterdam practicara en Carolus
otra de sus milagrosas curaciones. Pero Dolf no sabía qué hacer. No tenía idea de la causa de aquel
mal. Palpó el vientre de Carolus hasta que localizó donde procedían los dolores. Era ¡Apendicitis!

En la época de Dolf la apendicitis no tenía mayor importancia que se operaba pero en la edad
media una operación era imposible entonces era una enfermedad irremediable.

Le pusieron paños de agua fría sobre el estómago cambiándolos cada pocos minutos. Le
preguntó a Carolus que deliraba, desde cuándo tenía dolores, rezando para que no fuera demasiado
tarde. Hilda le dijo que No había comido nada desde que salieron de Cremona. Dolf se quedó
perplejo. Carolus había caminado durante cuarenta y ocho horas con fuertes dolores y un ataque
agudo de apendicitis y no se lo había dicho a nadie. Un rey tenía que ser capaz de soportar los
sufrimientos.

Serían inútiles el reposo y el agua fría y probablemente moriría antes de que amaneciera el día
siguiente. Dolf se echó a llorar. En un rato en que Carolus recobró el conocimiento dijo a - Rudolf de
Amsterdam, mi heredero, te ordeno…

Dolf al alzar la vista, sus ojos se encontraron con los de Nicolás, que estaba de pie en la entrada
de la tienda. El zagal (muchacho) no dijo nada, pero la expresión de su rostro reflejaba lo que estaba
pensando.

Pasaron la noche en vela junto al agonizante. Al romper el día, el pequeño rey de Jerusalén se
despidió de sus subditos. Dolf permaneció inmóvil como una estatua, mientras Dom Thaddeus le
cerraba los ojos y juntaba sobre el pecho las manos crispadas (enrojecidas). Jamás había
experimentado una sensación tan profunda de pérdida. Él había vencido a la muerte escarlata,
dominado el hambre mientras cruzaban los Alpes, rescatado a unos chicos del castillo de Scharnitz
y derrotado a los campesinos de la llanura del Po. En todas estas ocasiones habían muerto chicos;
pero Dolf siempre había considerado tales hechos como victorias sobre un mundo cruel e
implacable. Esta vez, en cambio, había perdido. Había sido incapaz de salvar la vida del chico al que
más quería.

Dom Thaddeus les dijo a los niños que Dios había llamado a su lado a su siervo Carolus y
mencionó que su última voluntad era que Rudolf de Amsterdam fuera su heredero. Carolus,
revestido de sus mejores galas, fue colocado en unas parihuelas
(Cama estrecha y portátil que sirve para transportar difuntos) ante la tienda. Los chicos pasaron
ante él en larga fila y le rindieron el último homenaje. Arrojaron flores a su cabeza y a sus pies. Fue
una procesión fúnebre que se prolongó durante casi todo el día. Nadie pensó en comer, bañarse,
cazar o pescar. Había muerto un rey y los chicos deseaban expresar el amor que por él sentían y
manifestar su tristeza.

Como no tenían féretro (ataúd), lo envolvieron en su roja capa. Cubierto de flores, lo llevaron
a una fosa abierta junto a un viejo árbol. Cuando el cadáver fue bajado con cuerdas, todo el ejército
entonó un himno. Dolf, el nuevo rey, tuvo el privilegio de arrojar a la tumba el primer puñado de
tierra. El túmulo (sepulcro levantado en la tierra) quedó cubierto de flores y de plantas. Algunos
chicos habían hecho una cruz de madera y con el cuchillo de Dolf, Leonardo grabó un lema sobre
ella. Fue un funeral digno de un rey.

Rudolf de Amsterdam se negó con firmeza a ocupar su puesto en la tienda de los hijos de noble
cuna. Y cuando Dom Thaddeus le recordó la última voluntad de Carolus, respondió que su puesto
estaba entre los chicos.
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No sentía el menor deseo de verse rey de siete mil chicos engañados.

Pero los chicos no podían entender la negativa de Dolf a cumplir la última voluntad de Carolus.
Y todavía entendían menos por qué debían ellos elegir un rey.

Para aliviar sus preocupaciones. Dolf les prometió que sería el rey al llegar a Jerusalén. Por el
momento dijo era un cruzado mas.

La muerte de Carolus produjo un impacto tan grande que la disciplina retornó al ejército. Dom
Anselmus llevaba una especie de diario del viaje y calculó que llegarían a Génova hacia mediados de
agosto. Era tres semanas más tarde de lo pensado, pero quizá no era tarde, una vez más apuró a los
chicos quienes estaban ansiosos de finalizar la caminata.

Con este espíritu llegaron a las montañas. Aquella región árida y seca estaba escasamente
poblada.

Los chicos consiguieron suficientes provisiones con la caza, la pesca y recogiendo bayas. Bertho
demostró ser tan buen jefe de cazadores como había sido Carolus y, por añadidura, mucho más
precavido. Bajo la dirección de Leonardo, la defensa se hallaba mejor organizada. Se preocupaba de
que los vigilantes cumplieran sus obligaciones. A veces parecía tener tanta prisa por llegar a la costa
como Dom Anselmus y Nicolás.

Dom Augustus empezó a comportarse de una forma muy curiosa. Se negó a dormir en la tienda
y caminaba como si estuviera abrumado de preocupaciones. No sólo estaba afectado por la muerte
de Carolus, sino que tenía miedo. Dolf no sabía a qué atribuir semejante cambio.

Capítulo 16.- ¡Por fin, el mar!


MAÑANA veremos Génova. ¡Mañana llegaremos al mar! Nicolás, tan impaciente como
cualquier otro, marchaba al frente. Como de costumbre vestía su blanca ropa pero se ceñía con un
cinturón con incrustaciones de plata. Era el cinturón de Carolus.

Dolf creía que todas las pertenencias de Carolus habían sido enterradas con él; pero, al parecer,
Nicolás no había podido resistir la tentación de reclamar para sí aquella presa.

Dolf consideraba tal comportamiento bastante infantil, pero no le preocupó. Por


impresionante que fuera su apariencia, Nicolás nunca sería un verdadero jefe. Siempre sería una
marioneta de Dom Anselmus, incapaz de pensar por sí mismo y carente de verdadera dignidad.

Sin embargo, Dolf ignoraba que en la Edad Media la apariencia era muy importante, y que él
había perdido ascendiente entre los chicos por permitir que Nicolás luciera insignias de la realeza.

Todos creían que podrían ver Jerusalén desde la playa de Génova. Casi habían llegado. Sólo
tenían que aguardar a que se dividieran las aguas del mar e irrumpirían en la Ciudad Santa.

De repente, el ejército de los niños se detuvo. Estaban frente a una torre de piedra en la que
vigilaban unos arqueros. El camino se hallaba cerrado por una barrera. Génova se alzaba junto al
mar abierto, pero era la ciudad mejor fortificada del Mediterráneo por la amenaza de ladrones.

- La ciudad ya estaba enterada de que llegábamos. El duque no permitirá que los chicos
franqueen (salten) las murallas, pero les dejará llegar al mar por un camino diferente. Así
alcanzaremos la playa que hay al sur de Génova.

Dom Anselmus estaba irritado y lo demostró. - Génova se acordará de esto… -dijo. Los
amenazó con ira, pero los soldados fueron inflexibles. Nadie pondría trabas en el camino de los
chicos hasta el mar; pero no pasarían por la ciudad. Génova no los quería.
31

Dom Augustus, seguía comportándose de una forma extraña sollozaba.

Los soldados no se apartaron y todos comprendieron que había que dar un rodeo.
Remontaron la colina y abajo vieron… ¡el mar! A lo lejos, en un amplio valle, se extendía Génova,
resplandeciente al sol. Desde esa altura, la ciudad parecía una joya que un gigante había arrancado
de la roca y deslizado entre sus dedos.

Dolf contempló esta poderosa fortaleza, el puerto más rico y mejor defendido de la Europa de
1212. Era una ciudad de contradicciones: magníficas iglesias y puercas (sucias) posadas, palacios y
tugurios (viviendas miserables), almacenes y vertederos (basureros). Por otro lado se trataba de una
ciudad de misterios e intrigas y que albergaba tesoros artísticos de todo el mundo.

Más allá de la población se extendía un mar que parecía no tener límites, el Mediterráneo, que
en el siglo de Dolf constituía una atracción irresistible para los veraneantes del norte. Pero en esta
época representaba un verdadero peligro. Los chicos contemplaban con la boca abierta el inmenso
mar. Poco después llegarían a la playa, Nicolás extendería sus brazos y las aguas se dividirían ante
ellos. Pero ahora que lo tenían delante de sus ojos y podían ver que era inmenso dudaron ¿Cómo
podría dividirse tanta agua?

Muchos de los pequeños creían que la ciudad que había a sus pies era Jerusalén. Algunos
trataron de llegar a la ciudad, pero fueron detenidos por los soldados y les hicieron devolverse, pero
esta actitud no desanimó a los pequeños. Contemplaban el horizonte, más allá debía estar
Jerusalén, la resplandeciente ciudad de sus sueños. Observaron hambrientos la costa.

- ¡Mañana realizará Nicolás el milagro! -gritó Anselmus-. Vamos a levantar su tienda. Nicolás
tiene que prepararse para el milagro ayunando y rezando.

Pese a su impaciencia, los niños montaron la tienda bajo las ramas de unos abetos, y Nicolás
se retiró en silencio a su interior. A nadie se le permitió entrar, ni siquiera a los chicos de sangre
noble. Dolf casi llegó a apiadarse del pobre zagal, porque éste creía que se produciría el milagro.
Nicolás estaba predestinado al fracaso y Dolf se compadeció de él. Pero lo que más temía era la
reacción de los chicos cuando advirtieran que no se producía el milagro.

Augustus empezó a temblar, pero Anselmus lo hizo callar “Ocúpate de que los chicos se pongan
a trabajar. Yo tengo que ir a la ciudad. Todavía estamos a tiempo”.

- ¡No lo hagas! ¡Anselmus, no lo hagas! ¡Te lo suplico!

Dolf escuchó. Anselmus pateó al fraile y le dijo que se levantara y que recordara la plata que
esperaba. Dolf se alejó. Debía hablar con Augustus para saber las intenciones de Anselmus. Pero
¿qué trataba de impedirle a Anselmus? ¿Por qué estaba preocupado por los chicos? Augustus sabía
por qué quería Anselmus ir a Génova y había suplicado que no lo hiciera, pero que no hiciera ¿qué?

Los niños capturaron langostas, cangrejos y otros mariscos pero no sabían qué hacer con
ellos. Dolf les enseñó a limpiarlos y prepararlos y les dijo que bien preparados eran sabrosos.
Muchos pescadores sufrieron mordeduras y pinchazos en los pies producidos por las langostas y los
cangrejos. Se mostraron más precavidos y pronto descubrieron cuáles eran los mejores medios para
capturar mariscos sin daño.

Los cazadores también cazaron y descubrieron un manantial de agua dulce. Los genoveses no
se mostraron hostiles a los niños, salvo en lo que respecta a la entrada en la ciudad ni le prestaron
ayuda alguna. No entendían por qué habían ido los niños a Génova. «Tampoco yo lo entiendo -pensó
Dolf-. ¿Por qué Génova? Se halla lejos del camino lógico.»
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Dolf encontró a Augustus rezando cerca del campamento. Se sentó junto a él.

- ¡Déjame solo! -replicó el fraile entre sollozos. - Tengo miedo del mar…

Dolf pensó que empezaba a entender la angustia de Augustus. Si Nicolás no conseguía dominar
el mar, nadie sabía qué podría suceder y los jefes de la Cruzada se verían forzados a admitir que
habían engañado a los chicos.

- Yo también tengo miedo, reconoció Dolf. Dudo como vos del milagro. El fraile le dijo que no
se trataba del milagro aunque tampoco creía.

- Las naves -susurró-. No puedo dejar de pensar en los pobres niños que metieron en Marsella
en aquellas naves. Dolf no sabía de qué le estaba hablando. - ¿Qué niños?

- Los niños franceses, hace cinco semanas. Cuando el mar no separó sus aguas los llevaron a
bordo de cinco naves De esas cinco, tres zozobraron (hundieron) en una tempestad. Se dice que las
otras dos lograron llegar a la costa de Túnez, donde los chicos…

De repente Dolf recordó que Leonardo le había hablado de otra cruzada de niños en Francia.
Era muy semejante a ésta y había partido al mismo tiempo.

Entendió que se trataba de una trampa. Iban conducidos por dos hombres y por un zagal. Los
chicos creían que se dirigían a Tierra Santa y que Esteban, el pastor, ordenaría al mar que dividiera
sus aguas, el mar no se dividió, y los chicos se sintieron decepcionados. Los aguardaban los cinco
barcos, y los jefes dijeron que las naves los conducirían a Tierra Santa.

- ¿Y por qué fueron a Túnez?

- Los chicos fueron llevados a los mercados de esclavos de África del Norte. Esa era la intención
desde el principio.

Transcurrieron unos minutos antes que Dolf comprendiera la magnitud de la traición y


engaño.

- Así que los niños iban destinados. Habían naves en el puerto de Génova para llevarnos a
África, donde nos venderán como esclavos. Esperan llevarse a los niños a África, cuando ellos piensan
que irán a Palestina.

Le he suplicado a Anselmus, pero no quiere oír. Está resuelto a no perder sus bolsas de plata.

Dolf se da cuenta que todo estaba planeado. Sabían desde el principio que los niños eran
engañados con ese cuento de hadas.

Le dijo que ellos no lo habían planeado pero si lo pusimos en práctica.

Dolf le pregunta ¿Qué va a pasar ahora?

- No lo sé -murmuró el hombre, desesperado-. Hemos llegado con retraso. Ruego a Dios que
sea tarde y que las naves se hayan ido. Es agosto y deberíamos haber llegado a Génova hace un mes.

Nos prometieron mucho dinero. Cuando llegáramos a Génova recibiríamos un denario por
cada chico fuerte y sano. Dolf ya sabía apreciar el valor de la plata en el siglo XIII. Siete mil denarios
era una fortuna.

Augustus dijo que los chicos eran inocentes y que no quería ser parte del plan. Además les
había tomado cariño. Le dice que no merece que lo llamen Dom. Pues ya no era monje
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- Ya no soy monje… hubo un tiempo en que yo tenía buen corazón y quise ser un hombre de
Dios. Pero fui débil y me expulsaron del monasterio por indigno. Me hice vagabundo y tuve que robar
para vivir. En Génova conocí a Anselmus, que se hallaba más o menos como yo. Pero era más listo…
y tenía menos escrúpulos.

Frecuentaba la compañía de los peores villanos, piratas y contrabandistas… Un nombre


llamado Boglio, al que él conocía, nos pidió ayuda. No sé a quién se le ocurrió el plan; pero Boglio
nos dijo que en Túnez se pagaban bien los chicos fuertes y rubios del norte. A los árabes les gustan.
Se dice que los árabes son amos humanitarios y que sus esclavos viven bien siempre que acepten su
condición. Además estos chicos son huérfanos y miserables, vagabundos que vivían de robos y de
la mendicidad. Casi me parecía cristiano venderlos. Así irían a un país cálido, donde gente ricas y
civilizadas y donde su vida sería mucho mejor de lo que hubieran podido imaginar…

- ¡Pero como esclavos!… -exclamó Dolf.

- ¿Y por qué tenían que ser del norte?

- Porque a los paganos les gustan rubios y de tez pálida. Además aquí, en el sur los Lombardos
y los de Toscana no se interesan por las cruzadas. A los italianos les encanta ganar dinero con los
cruzados, pero no unirse a ellos. En el norte, por el contrario, ir a las cruzadas es una tradición en
especial entre las personas sencillas para liberar Jerusalén.

Anselmus y yo procedemos de Lombardia, pero hablamos bien el alemán y fuimos a los


estados germanos para ver cuántos chicos podíamos reunir. Fueron más de lo esperado.

Dolf reflexionaba ¡estos chicos que valientemente habían superado las dificultades, que por
fin han descubierto el significado de la libertad…! ¡Queríais venderlos como esclavos!

- Tenemos que detenerlos -añadió Augustus, aliviado del peso de su secreto, evitar que los
lleven a los barcos. Agregó que Nicolás no sabía nada y que creía en las cruzadas. Le cuenta como lo
engañaron y lo fácil que resultó hacerle creer que era un santo capaz de milagros.

A finales del invierno, Anselmus y él cruzaban las montañas en busca de un zagal (joven)
robusto para embaucarlo con «milagros». Hicieron una cruz de madera, le prendieron fuego y la
alzaron en el aire sobre una colina, y se ocultaron para ver sin ser observados. Nicolás se arrodilló y
alzó sus manos al cielo. Recurrimos además a otros trucos. En la noche, mientras dormía Nicolás,
Anselmus le murmuró al oído que estaba oyendo la voz de un ángel que le ordenaba conducir a
Tierra Santa un ejército de niños. Siguieron engañándolo tres noches con el fuego mágico y las voces

Luego nos acercamos vistiendo hábito y nos arrodillamos ante él en señal de veneración y le
dijimos que en una visión nos habían revelado que él era el elegido para conducir a Tierra Santa un
ejército de inocentes, y que nosotros habíamos sido designados para ayudarle.

Nicolás creyó que había sido elegido por Dios. Debe tener una elevada opinión de sí mismo.

- El truco lo habían ensayado antes en dos ocasiones. En la primera, el muchacho corrió


chillando hacia una ciénaga y se ahogó. El segundo echó a correr y fue donde el párroco y le contó.

- Los tres con Nicolás fuimos a Colonia. Por el camino Nicolás predicaba. Reunimos un
numeroso séquito. Cuando llegamos a Colonia teníamos centenares de niños, y Nicolás predicaba
diariamente en la plaza frente a la catedral, y los niños acudían. Anselmus y Nicolás fueron llamados
por el arzobispo y lo convencieron del carácter sacro de su misión. El arzobispo nos dio un carromato,
dos bueyes y una tienda y envió a su sobrina Hilda y a Carolus para que la cuidara. Anselmus se
preocupó cuando se unieron chicos nobles, pues a nadie le preocuparía no saber de vagabundos y
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huérfanos; pero si llegaba a conocerse que habían sido vendidos como esclavos hijos de la nobleza
habría problemas. Dos semanas antes del domingo de Pentecostés salimos de Colonia.

- Temía la venganza de los padres de los chicos nobles, pero no eran muchos y fueron tratados
con respeto. Por eso me alegró que Fredo se marchara antes de iniciar la ascensión de las montañas.
Nunca creímos que siguieran a Nicolás tantos niños y por eso el caminar fue más lento. Además
surgió el problema de alimentarlos. Y luego Leonardo y tú. Al principio creímos que eras hijo de un
noble porque te mostrabas muy seguro. Nos reprochaste que no cuidábamos de los chicos, y tenías
razón. Yo estaba avergonzado y empezaba a cansarme del proyecto. Me pareciste enviado por el
cielo porque enseñaste a organizamos y murieron menos chicos. Pero, aun así, no confié en ti.

Porque como te preocupabas tanto del bienestar de los chicos sospeché que Anselmus y tú
pretendíais lo mismo. Es decir que eras un mercader de esclavos, pero nunca estuve seguro. Advertí
que Anselmus te odiaba y trataba de utilizarte como a Nicolás.

También pensó en algún momento que era un siervo del diablo, pues el plan solo podía ser
obra del demonio, y tú ayudabas a Anselmus haciendo que los niños siguieran con vida. Las demoras
me alegraban pues mientras más tiempo nos costara llegar a Génova, más probabilidades de que
los chicos pudieran escapar a su destino. Luego descubrí que tú tampoco querías que se dieran más
prisa, pero me sentí inseguro, cuando sobrevino la muerte escarlata que juzgué que era un signo del
cielo: Dios no quería que llegáramos a Génova. Pero tu Venciste al mal y ahí no entendí nada.

Dijo que temía a Anselmus. Si hubiera descubierto que yo ya no quería que los chicos fueran a
parar a la esclavitud, me habría arrojado desde una montaña. Tampoco tenía confianza en ti… Recé
durante todo el viaje para que se produjera un milagro, algo que obligara a devolvernos Cada
calamidad era una alegría pero los chicos no renunciaban a ver el mar y el milagro de Nicolás.

Dolf dijo que habría que advertir a los chicos e impedir que Anselmus se ponga en contacto
con los corsarios y para eso habría que matarlo.

Augustus le advirtió que los niños no le creerían y que si Anselmus descubre que sabía sus
planes lo asesinaría. Le dijo que estaba asustado y que no quería morir todavía, pues como era
pecador se condenaría en el infierno.

Confió en ti. Vi cómo te odiaba Anselmus y cómo trató de acabar contigo ante el tribunal de
los niños. Entonces supe que no eras cómplice suyo, sino su mayor enemigo.

Agregó que no dijo antes nada porque esperaba… que Dios interviniera. Creía que no nos
dejaría llegar a Génova. Pero llegamos.

Probablemente, Anselmus estaba con sus compinches preparando el embarque de los


chicos. Seguramente aparecerá cuando Nicolás no pueda realizar el milagro y ante los niños
decepcionados por no poder ver Jerusalén les comunicará que Dios ha realizado un milagro distinto
y les ha proporcionado naves. Los chicos irrumpirán en las naves sin dudar, cantando de alegría.

Le dijo a Augustus que debía hablar con Dom Thaddeus y contarle todo. Es un hombre bueno
y sabio. No tiene la menor sospecha pero posee gran influencia sobre los chicos. Quizá conozca
alguna forma de detenerlos.

Augustus volvió a temblar a Dolf le sorprendió que tuviera más miedo al cordial Dom Thaddeus
que al enfurecido Rudolf de Amsterdam.

- Dom Thaddeus me maldecirá -murmuró el hombre pálido de miedo.


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Encontraron a Dom Thaddeus donde Hilda cuidaba a los enfermos. Dolf dejó a los dos hombres
y fue en busca de Leonardo y le contó todo y le dijo que había que impedir que los chicos subieran a
las naves.

Leonardo dijo que la solución era que el duque de Génova prohibiera que las naves dejarán el
puerto de Génova. Es un hombre muy poderoso. Iría a la ciudad con Hilda de Marburgo. Pues al ser
hijo de un rico mercader conseguiría recomendaciones que permitirán entrar en el palacio del duque
y contaré todo. A él no le preocuparía el futuro de niños alemanes sin hogar; pero no permitirá que
sean vendidos como esclavos hijos de la nobleza cristiana. Por eso debería ir Hilda, para demostrar
que no se trata de un ejército de desharrapados.

También dijo que Dom Thaddeus debía informar al obispo de Génova. Todos los chicos son
cristianos, y el obispo no puede tolerar que sean vendidos a infieles.

Leonardo se fue a la ciudad y Dolf no sabía cómo decirle a los niños, pero de repente supo la
respuesta y dijo que celebrarían un consejo.

Capítulo 17.- Consejo en la playa


DOLF pidió convocar a los jefes de las diversas secciones de vigilantes para celebrar consejo
en la playa. Les dijo que estaba a punto de pasar algo y que debía estar preparados.

Dolf condujo al grupo hasta un lugar donde no pudieran escucharlos.

Dolf no sabía cómo decirles la mala noticia y les dijo que había un problema y que Jerusalén
no se encontraba al otro lado del mar cuyas aguas pretendía dividir Nicolás.

Les dijo que un anciano sabio le había enseñado la distribución del mundo y al otro lado del
mar mediterráneo estaba África, donde todos son infieles y no quieren a los cristianos. Hemos
tardado muchas semanas en llegar a Génova. Sin embargo, aún no estamos a mitad de camino de
Jerusalén, pues hay que cruzar el mar, pero no este.

Un vigilante fornido dijo que como podía negar lo que Dios prometió que el mar se dividiría en
Génova.

Dolf les dice que Dom Anselmus os ha engañado. No es sacerdote, ni fraile. Es un aventurero,
un truhán. Quería ser sacerdote. Pero se desvió y fue expulsado de la escuela.

Otro dijo si trataba de decirles que Nicolás no era santo y que no ha oído las voces de los
ángeles y no ha visto una cruz en llamas?

Dolf indicó que Nicolás había sido engañado también.

Les contó que la cruz en llamas que había visto Nicolás era una cruz de madera, hecha por
Anselmus, a la que prendió fuego. Llevó la cruz a una colina para que Nicolás creyera que había
tenido una visión. Las voces de los ángeles fueron también un engaño. Anselmus necesitaba poder
presentarun zagal como santo. Quería que Nicolás se convenciera de que era un elegido del cielo.
Por eso le susurró palabras piadosas mientras dormía. Y Nicolás creyó que había oído a los ángeles.

Anselmus es lombardo, y ya habéis podido comprobar que los lombardos no son de fiar. Se
avergonzó de recurrir a una argumentación tan absurda. Pero tenía que conseguir que los niños
creyeran. Todos recordaban la batalla del río Oglio, en la que habían perdido la vida más de treinta
muchachos valientes. Dolf vio que los chicos y chicas asentían sin reservas.
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Anselmus concibió un plan astuto. Viajó por los estados alemanes buscando chicos para los
mercados de esclavos de África del Norte. Sabía que no lo seguiría si le decía que iba a llevarlos a
África para venderlos a los infieles. Por eso inventó la peregrinación a Jerusalén y el pastor elegido.
Pensó que si encontrar a un muchacho que se creyera enviado por Dios, nadie descubriría el engaño.

Anselmus quería traeros a Génova porque tiene seis capitanes piratas con sus naves vacías
que los esperaban. No son suficientes para transportar a siete mil chicos, ni siquiera hacinados. Pero
eso no le preocupa a Anselmus. Seleccionará a los más sanos y los de mejor apariencia y los meterá
en las naves. A los demás los dejará abandonados a su suerte.

- Pero si el mar se divide no necesitaremos nave alguna -dijo Cari.

Así lo cree Nicolás, pero Anselmus sabe que eso no sucederá y que mañana sufriréis una
profunda decepción. Porque no fue Dios quien hizo las promesas a Nicolás; fueron dos falsos frailes,
dos villanos que pretendían conducir a la esclavitud a miles de chicos. ¿Creéis que Dios va a separar
las aguas del mar para que podáis ir a pie a los mercados de esclavos?

- Pero nosotros no hemos visto nave alguna -señaló Frank dubitativo.

- Dolf dijo que creía que estaban en el puerto, pues por las demoras sufridas hemos tardado
más de lo que calculaba Anselmus. Le angustiaba la posibilidad de que las naves no esperasen.
Conozco sus planes. Mañana, cuando el mar permanezca inmutable a los pies de Nicolás, Anselmus
les dirá: “ Dios ha escuchado las oraciones de los genoveses, que tienen su sustento en el mar, y no
ha permitido que sus aguas se separaran. Pero en su gran misericordia ha realizado otro milagro:
nos ha enviado naves que os llevarán a Tierra Santa” y ustedes correréis a las naves.

Por fortuna, amigos míos, aún no es demasiado tarde. Todavía tenemos tiempo de impedir
que el santo ejército suba a las naves

- Rudolf de Amsterdam, estás mintiendo -gritó un muchacho de elevada estatura-. Mañana se


secará el mar. Nicolás nos lo ha prometido, y Nicolás no miente.

Dolf dijo que también le gustaría ver ese milagro, pero te juro que eso no sucederá, porque
Nicolás ha sido engañado por Anselmus. Para reforzar sus palabras sacó debajo del jersey la medalla
de la Virgen y la besó.

María preguntó cómo había averiguado todo eso, Rudolf.

- ¿Y desde cuándo lo sabes? -preguntó Peter velozmente.

- Desde hace unas horas y, por lo que se refiere a la primera pregunta, dijo que Anselmus
tenían un cómplice en el engaño: Dom Augustus.

- Pero no es tan malvado como Anselmus. Es cierto que al principio participó en esos criminales
manejos. Pero luego se arrepintió. Cuando murió Carolus, su corazón quedó destrozado. Esta tarde
me lo ha dicho todo. No podía soportar que los chicos se convirtieran en esclavos de infieles. Luego
ha ido a repetir su confesión a Dom Thaddeus, que tampoco sabía nada.

Tan pronto como Dom Thaddeus se ha enterado de la monstruosa conspiración, ha marchado


a informar al obispo de Génova. Leonardo ha ido también a la ciudad con Hilda de Marburgo.
Quieren que los reciba el duque. ¿Y sabéis dónde está ahora Anselmus?

En el puerto. Lo veréis aparecer mañana por la tarde, seguido de un grupo de piratas y


diciéndoos que no desesperéis… Cree que su abominable plan todavía es un secreto. Ignora que
Augustus ha confesado y nos ha revelado sus intenciones.
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- Pero Augustus nos ha hecho venir en vano a Génova -replicó Peter Y no hizo nada cuando
murieron en la ruta centenares de chicos y permitió que siguiéramos caminando por las montañas y
las llanuras y sabía lo que nos aguardaba en Génova y no dijo una palabra.

- Pero ahora ha hablado, Peter. Y aún hay tiempo.

Los chicos murmuraban, algunos no podían creer que hubieran sido engañados. Frieda, Frank
y Peter fueron en busca de Augustus. Dolf con conchas de la playa hizo una especie de mapa para
demostrarles que frente a Génova estaba África y que Jerusalén se hallaba mucho más al este. Media
hora más tarde, llegó Augustus. Al ver al centenar de chicos y sus rostros amenazadores y
encolerizados, retrocedió con miedo.

- No temas, Augustus -dijo Doif-. Están dispuestos a escucharte. Cuéntales lo que me has dicho
esta tarde. Respetan a un pecador arrepentido. Les contó todo. Su oscuro pasado, su desesperación
y su anhelo de riquezas. Describió cómo habían engañado a Nicolás. Les explicó cómo había crecido
su amor por los niños y, con él sus sentimientos de culpabilidad.

Los chicos no se sentían capaces de odiarlo. Había sido bueno con ellos: los había consolado y
les había ayudado cuando lo necesitaban. Además, su sincero y profundo arrepentimiento los
predispuso al perdón. También hablaba en favor que fue incapaz de proseguir con su engaño. En
este hombre, el amor se había impuesto al mal, y esa victoria impresionó a los chicos.

Cuando Augustus terminó su confesión, los niños estaban convencidos de que Dolf decía la
verdad.

Dolf les dijo que mañana era el día decisivo. Nicolás nada sabe de esto, pues la tienda está
vigilada y nadie puede entrar. Además, no creería si le dijéramos que ha sido engañado por
Anselmus; pero mañana lo averiguará por sí mismo. El mar no se dividirá. Los chicos se sentirán al
principio decepcionados; después se enfurecerán. Tratarán quizá de asesinar a Nicolás; pero
debemos impedirlo, porque él no es culpable.

Pero lo que hay que evitar es que sean atraídos hacia las naves. Debemos preparar a los chicos
cuando falle el milagro: tenemos que proteger a Nicolás y cuando Anselmus aparezca diciendo que
aguardan las naves tenemos que lograr que calle inmediatamente.

Dolf sentía temor. Comenzó a afilar su cuchillo y deseó que estuviera allí Leonardo. Se
preguntaba si sería capaz de dominar a los fieros vigilantes sin la ayuda de su amigo. Ni siquiera
estaba seguro de que los chicos confiaran en él. «Y no me sorprendería -se le ocurrió de repente-
que mañana, cuando falle el milagro, Nicolás trate de culparme de todo el desastre.»

Capítulo 18: El ajuste de cuentas


Los niños se desperezaron alegremente, recordaron que aquel era el gran día, el día del
milagro, y se levantaron felices. Los pequeños iban de un lado a otro impacientes y preguntaban sin
cesar: «¿Aún no es mediodía?».

Miraban ansiosamente hacia la tienda impenetrable, preguntándose qué estaría haciendo


Nicolás.

Mientras tanto, Dolf y los suyos comenzaron a preparar a los esperanzados chicos para la
desilusión que habían de experimentar. Como es natural, nadie quería creerlos. Los vigilantes se
llevaban a un grupo de chicos y empezaban a murmurarles la historia; pero no les creían Aquello les
resultaba tan inverosímil que acudieron directamente a Rudolf de Amsterdam, quejándose llorosos
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de que otra vez se burlaban de ellos los mayores. Pero Dolf no pudo consolarlos y los envió a
Augustus que tampoco él era capaz de consolarlos.

A medida que avanzaba la mañana iba creciendo la tensión. Los vigilantes mejor armados se
habían situado junto a la playa. Los niños ya se habían congregado creyeron oír el rugido de los cielos.
De hecho, tierra adentro había estallado una tormenta. Pero sobre ellos el cielo aparecía azul, sin el
menor indicio de lluvia.

La medición del tiempo en la Edad Media era aún primitiva y corría a cargo de frailes que
carecían de instrumentos y a menudo sólo podían hacer suposiciones. Normalmente no le importaba
que el reloj le señalara una hora únicamente aproximada; pero en aquellos momentos, mientras la
tensión aumentaba a cada minuto, echaba de menos la segura precisión del siglo XX.

Bajó a la playa con María y ambos se subieron a una peña (roca grande) que avanzaba hacia el
mar. No sentía deseos de estar entre los chicos cuando Nicolás hiciera su vano intento de ordenar
a las aguas del mar que se separaran.

Presentía que Nicolás conseguiría cargar sobre él las culpas del fracaso.

Anselmus no aparecía por ninguna parte. Dolf no sabía si debía alegrarse. Si Anselmus llegaba,
advertiría inmediatamente que sus planes habían sido descubiertos. Si no llegaba, ¿cómo iba a
probar Dolf que era culpable? No es fácil luchar contra un enemigo invisible.

Mientras tanto, en la playa crecía la excitación, estaba ya cerca el mediodía. En cualquier


momento comenzarían a sonar las campanas de Génova. A la orilla del mar, los niños luchaban por
reservarse los mejores puestos. Muchos habían subido a las cimas de los montículos circundantes,
desde donde oirían poco, pero verían todo.

Dolf observaba atentamente a los millares de chicos apretados unos contra otros, aguardaban
el momento de la verdad. Nada quebrantaba la fe de los niños.

De pronto vio el oscuro hábito de Anselmus, acompañado de tres tipos barbudos. El corazón
de Dolf comenzó a latir con fuerza. ¡Había llegado el villano! Al parecer, no sabía nada de las
revelaciones de Augustus. Probablemente, los tres hombres eran piratas. Su presencia inquietó a
Dolf considerablemente.

Tal vez Leonardo no había logrado una audiencia con el duque. Quizá Dom Thaddeus no había
podido convencer al obispo. ¿Qué les habría sucedido a sus amigos? Ahora los necesitaba.

El reloj de Dolf señalaba ya las doce y diez. A cada minuto aumentaba la impaciencia de los
niños. Algunos pequeños por los empujones y la muchedumbre, habían caído al agua y lloraban. El
murmullo de miles de voces era como el zumbido de un enjambre de abejas.

Cuando empezaron a sonar las campanas, se hizo un profundo silencio en la playa y apareció
Nicolás. Su apariencia era magnífica. Llevaba sus vestiduras blancas. Se ceñía con el cinturón de
Carolus. Sus largos y rubios cabellos, cuidadosamente peinados, brillaban al sol.

- El arcángel Gabriel -susurró María.

Y ése era verdaderamente su aspecto. Parecía haber adelgazado en las últimas veinticuatro
horas. Con rostro pálido y tenso, la mirada perdida, comenzó a caminar hacia la playa con las manos
juntas a la altura del pecho y la cabeza inclinada.

Dolf advirtió que el silencio no era sólo de expectación, sino también de duda.
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Las campanas habían dejado de tañer (sonar). El único sonido era el golpear de las olas contra
las rocas. Cuando llegó a la orilla del mar, Nicolás siguió hasta que sus pies descalzos fueron cubiertos
por las aguas y su vestidura flotó sobre las crestas de las pequeñas ondas. Entonces se paró, levantó
los brazos y dijo:

- Oh, poderoso mar, te ordeno que te retires ante los hijos de Dios.

Los siete mil niños contuvieron la respiración. Se sentían hechizados por la sencillez de las
palabras y el tono de profunda convicción con que fueron expresadas. Era una intensa experiencia.

Pero el mar siguió como estaba.

- Mi Señor y Protector, te suplico que hagas que el mar se divida ante tus sagrados hijos que
han acudido para liberar Jerusalen.

Pero nada; sólo el ancho, enorme, inquieto océano.

El zagal continuó de pie frente al mar, con los brazos levantados y los ojos fijos en la superficie
de agua y un soplo de viento agitó el mar e hinchó sus vestiduras.

Aquella brisa reavivó la esperanza en los corazones de los niños. ¡Ahora sucedería!

Nicolás se irguió aún más, como si tratara de tocar el cielo azul con las puntas de sus dedos.

- ¡Retírate, oh poderoso mar! ¡Retírate ante los hijos de Dios! Déjanos pasar.

De repente, Nicolás les pidió rezar

Algunos niños trataron de arrodillarse; pero apenas les quedaba espacio. La mayoría, sin
embargo, permaneció de pie. No unieron sus manos, ni dirigieron su mirada a las alturas. Tensos,
mudos e inmóviles observaban a Nicolás.

Nicolás se volvió de nuevo hacia el mar y ordenó abrir camino para la Cruzada de los Niños,
con la voz quebrada de desesperación. Se recogió las vestimentas y empezó a avanzar como si tratara
de caminar sobre el agua. Le llegaba a la cintura cuando pisó un erizo de mar.

Cuando se pisaba una de ellas, sus agujas se quebraban y permanecían clavadas en el pie.

Tropezó y volvió a la playa, donde hubo de enfrentarse con los encolerizados rostros de los
chicos. Rápida y desesperadamente se volvió hacia el mar. Sentía un terrible dolor en el pie y el mar
no le obedecía. El muchacho, que sólo unos minutos antes era una encarnación del arcángel Gabriel,
ahora era un siervo lujosamente vestido pero carente de dignidad.

Los chicos estallaron. Rudolf tenía razón. El milagro había fallado. Habían sido engañados, les
habían hecho recorrer centenares de leguas con peligros mortales, pasar frío, calor, hambre y
calamidades. ¡Y todo por nada! No pensaron que Nicolás había sido tan burlado como ellos.

El zagal buscó un sitio por donde escapar como un animal acorralado. Aullando y chillando, los
niños se lanzaron enfurecidos contra él. Indudablemente, lo habrían hecho pedazos si no hubieran
aparecido los vigilantes, apartando a los histéricos niños.

Dolf ya estaba en acción. Saltó de la roca y se abrió camino entre los chicos, cruzó entre la
rabiosa muchedumbre. Los vigilantes se dirigieron hacia el centro del hervidero infantil para
proteger a Nicolás, quien pudo salvar la vida gracias a la cota de malla (armadura metálica).
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Estaba tendido sobre la playa; tenía desgarradas las vestiduras y varias heridas en la cabeza.
María tiernamente levantó la cabeza de Nicolás y la apoyó en su regazo. Las lágrimas corrían por
sus mejillas. Alzó los ojos y gritó a los chicos: - ¡Deberíais avergonzaros de lo que habéis hecho!

Lavó la cara ensangrentada con agua del mar. Al sentir el escozor de la sal, Nicolás abrió los
ojos. - ¡Dios me ha abandonado! -murmuró con infinita tristeza.

Anselmus le dijo Dios no nos ha abandonado.

- Queridos niños. Dios no ha dividido el mar. Sin embargo, no nos ha abandonado, sino que ha
enviado una flota de naves para que lleguéis sobre las aguas a Tierra Santa.

Dolf saltó y le dijo que mentía.

- Y yo te digo, Rudolf de Amsterdam, que no eres digno de poner los pies en las naves que Dios
en su misericordia nos ha enviado…

- ¡Naves de esclavos, querrás decir! -Dolf escupió sus palabras ante la sorpresa del otro-.
Ninguno de estos chicos pisará esas naves, pues seremos vendidos en los mercados de esclavos de
Túnez

Anselmus palideció. Brilló un cuchillo. Dolf se lanzó a las piernas de Anselmus que perdió el
equilibrio y cayó hacia adelante sobre el muchacho.

Se produjo un tumulto. Anselmus fue separado de Dolf y acometido (atacado) por centenares
de chicos. La playa parecía un torbellino. Había gritos y golpes. Dolf trató de incorporarse, pero fue
derribado otra vez. Después se encontró en el agua. Reinaba el caos. Finalmente pudo ponerse en
pie y apenas pudo creer lo que veía.

La mayoría de los chicos corrían de vuelta al campamento. Algunos habían tomado a Nicolás y
lo conducían a la tienda. No lejos de él, algunos cuerpos se arrastraban lentamente por la playa.
Gritos de terror venían de la montaña de chicos que peleaban. Comenzó a disminuir el tumulto. Mas
allá diviso a los tres marineros, que corrían desesperadamente colina arriba, perseguidos por
centenares de niños.

El grupo de la playa se desintegró y Dolf vio surgir a Peter con sangre en las manos. Distinguió
a Bertho, que corría hacia el mar para lavar su ojo hinchado. Los chicos retornaban al campamento.
De repente vio lo que quedaba de Anselmus. Su cara era irreconocible. Su cuerpo aparecía retorcido,
como si no le hubiera quedado un hueso sano. Los cabellos habían desaparecido de su cráneo. Dolf
sintió que se le revolvía el estómago y vomitó sobre los guijarros (piedars pequeñas) mientras sus
ojos se nublaban de lágrimas. Había odiado a Anselmus, pero le repugnaba su destino.

Con piernas temblorosas regresó lentamente al campamento. Uno de los atemorizados niños
nobles se presentó ante él y lo condujo a la tienda. En su interior Frieda afanada lavaba y vendaba
las heridas de Nicolás.

Dijo a los vigilantes que había que enterrar a Anselmus pues no podían dejarlo tendido en la
playa.

Descubrió que era incapaz de mirar a Peter a los ojos. No pensó que pudiera ser tan peligroso
el ejército de los niños. Deseó secretamente que los piratas hubieran escapado.

El campamento era presa de profunda excitación, y Dolf con todo el cuerpo magullado, se
sentía profundamente desgraciado. Tratando de calmar a los chicos, empezó a dar órdenes. Todo el
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mundo debía estar ocupado. La mayoría se plegó a sus deseos; pero persistió la atmósfera de
confusión.

¿Qué había sido del piadoso ejército de niños que dos meses antes salía de Colonia entre
oraciones, himnos y esperanzas? Los siete mil supervivientes eran ahora más ejército que nunca,
pero parecían haber perdido la piedad y la inocencia.

Pensó Dolf que «En adelante será cada vez más difícil controlarlos. Desvanecido el sueño de la
Ciudad Blanca, nada los frenaría. Lejos de sus hogares y sin oficio al que dedicarse, ¿qué pueden
hacer sino robar y pelear para mantenerse con vida? Nada detendrá su paso: ni montañas, ni
llanuras, ni gentes.»

Le hubiera gustado convocar una nueva conferencia de los vigilantes para decidir qué deberían
hacer ahora. ¿Volver a Alemania? ¿Cruzar la llanura del Po y pasar otra vez los Alpes? Comprendió
que sin Nicolás era inútil reunir una asamblea. La tienda, el hogar de Nicolás y de los chicos de noble
cuna, era una especie de santuario. Allí el zagal estaba seguro, pero si salía…

Casi una hora más tarde, un grupo regresó en triunfo al campamento. Traían un trofeo un
enorme y curvo cuchillo arrebatado al único capitán que habían podido capturar. Dolf no necesitaba
preguntar qué le había sucedido al hombre. Podía imaginarlo.

Capítulo 19.- ¿Pervive el sueño?


Dolf, Leonardo y Dom Thaddeus regresaron al día siguiente, acompañados de soldados y un
grupo de distinguidos señores de la ciudad de Génova.

Leonardo contó que había llegado al Concejo de la ciudad a contarles su relato. El Concejo
había ordenado que los barcos fueran registrados antes de abandonar el puerto. Comprendieron
que en Génova habían miles de cruzados abandonados. El obispo (quien ya había sido informado
por Dom Thaddets) ordenó a los párrocos recolectar ropa, alimentos y zapatos para el campamento.

El Concejo había decidido acoger a veinte o treinta niños. Los demás serían devueltos
acompañados hasta Milán.

Uno de los nobles a caballo le preguntó a Agustus si no era él uno de los falsos frailes que
llevaron a los chicos hasta Génova, pues tenía órdenes de detenerlo.

Leonardo intercedió por Augustus pues los chicos lo necesitan. Sería expulsado y jamás se le
permitiría retornar a Génova bajo pena de muerte.

Dolf preguntó por Hilda. Leonardo le contestó que el duque de Génova la había tomado bajo
su protección y le había ofrecido un puesto en su mansión. Ella estaba encantada pues no tendría
que lavar más heridas malolientes ni dormir sobre la paja. Probablemente le encontrarán un hombre
para que se case.

Dolf pensó que tal vez Leonardo tendría razón y sería lo mejor para ella.

Leonardo le contó que el duque no le había ofrecido nada a los otros chicos nobles, pues se
había desinteresado al saber que sólo eran hijos de insignificantes caballeros.

Dolf meneó la cabeza. Jamás entendería las enormes diferencias de rango de este siglo.

Tenía la impresión que había concluido la Cruzada de los Niños. Pero estaba equivocado. En
su tiempo, chicos tan cruelmente tratados habrían perdido la esperanza y se habrían aferrado a la
oportunidad de regresar. Pero éste no era el caso de aquellos chicos del siglo XIII.
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Por otro lado, pensaba ¿qué atractivo tendría regresar a los estados alemanes, donde la lluvia
azotaba los campos y el invierno era largo y frío y sus vidas miserables?

Dolf, Augustus y Leonardo empezaron a organizar el viaje de regreso. Pero los jefes de grupo
se oponían a regresar. No comprendían que el sueño de la Ciudad Blanca fuera una fantasía que
jamás se realizaría.

Nicolás que había captado el estado de ánimo del campamento, dijo que Dios se había negado
a hacer el milagro porque en el ejército se encontraban rufianes, traficantes de esclavos y mentirosos

Ofreció a los niños que quisieran ver Jerusalén seguirlo, pues ahí realizaría el milagro.

Dolf se quedó atónito, y su sorpresa fue mayor cuando miles de chicos aceptaron. Se
preguntaban si habría perdido la razón.

Lo que sucedía era que no querían volver, pues había cobrado significado los placeres y fatigas
de un duro vivir. Habían visto parte del mundo y se dieron cuenta que era más maravilloso y grande
de lo que pensaban y querían seguir caminando hacia un sueño.

Se dividió el ejército de los niños: algunos de los más pequeños querían regresar a sus hogares,
unos pocos se quedaron en Génova. Dolf comprobó que querían volver a casa los sumisos, los
pequeños y los más tontos. Pero entre ellos no figuraba el pequeño Simón, que aún quería expulsar
a los sarracenos. Ni tampoco Frank, Peter, Frieda, Bertho.

María quería continuar con Nicolás hacia Jerusalen, primero debían pasar por Italia. Dolf trató
de convencerla de que regresara a su casa. Pero ella no quería volver a Colonia. Dolf le dijo que se
quedara en Génova en donde podría criada o doncella de Hilda. Pero María no quería quedarse en
esa gran ciudad, le recordaba a su Colonia natal, las mismas calles estrechas, las mismas plazas, las
mismas gentes sólo interesaban por lo suyo.

Dolf no sabía qué hacer, había pensado ir a Bolonia con Leonardo. Pero éste ahora quería ir
continuar con el Ejército porque primero iría a Pisa (Italia) a ver a su familia. Iría a Bolonia el año
próximo. Dolf había aprendido que la gente medieval decía una cosa cuando pretendía lo contrario,
y esa característica estaba acentuada en los italianos. Leonardo jamás había dado indicios (signlos)
de sentir nostalgia de su casa. ¿O era María la verdadera razón?

- Dolf decidió quedarse también, pues no parecía tener otra alternativa.

El ejército de los niños estaba constituido por cinco mil chicos y chicas que se pusieron en
camino por los Apeninos. Todavía era numeroso para amedrentar (asustar) a los montañeses. Era
un ejército de aventureros temerarios (imprudente) que caminaban sin prisa, bajo el sol cálido,
cazando, pescando y cantando.

Con ellos fueron Dom Thaddeus y los dos chicos nobles. Allí iba Mathilda, una presuntuosa
(creída) muchacha que quería ser reina de Jerusalén. Rufus, hijo de un barón empobrecido; era
tímido y le aterraba la idea de volver a su hogar. Había escapado del castillo de su padre por temor
a sus hermanos mayores y ahora proseguía el viaje, callado, asustado y desanimado.

Llagaron a la Toscana con Nicolás a la cabeza y como jefe oficial, recorrieron regiones poco
pobladas haciendo lo que querían robaban animales, recogían grano de los campos y manzanas de
los árboles. Se reían de los enfurecidos campesinos, de los caballeros, de mercaderes y sacerdotes.

Iban armados y se creían invencibles. Habían desarrollado una táctica que hacía temblar a
Thaddeus y divertía a Dolf: En toscana en las ciudades o comarcas muy pobladas se transformaban
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en niños santos que se dirigían a Jerusalén y daban la imagen de la Cruzada de los Niños que sería
descrita en los libros de historia. Adoptaban expresiones de sufrimiento y decían a quien quisiera
escuchar que sus ropas estaban rotas, que pasaban hambre y frío. Los habitantes de la bella Toscana
se impresionaban y les daban panes y tortas y les llevaban al campamento agua limpia y jamón
ahumado. No podían creer los rumores que circulaban acerca que estos niños eran una horda de
vagabundos (grupo que actúan de forma violenta y salvaje). Parecían chicos elegidos de Dios.

Dolf se preguntaba quien habría inventado la táctica (habilidad que se emplea para lograr un
fin) y creía que era Peter, que era inteligente y carente de escrúpulos (moral).

Apenas perdían de vista una ciudad, volvían a los viejos hábitos (costumbres), saboreaban la
libertad y avanzaban desvergonzados (sin vergüenza). Cuando llegaban a lugares bellos con algún
lago con orillas con flores o riachuelo en campos fértiles, cien o doscientos niños se quedaban,
construían chozas, cazaban, capturaban y domesticaban cabras y comenzaban una nueva existencia.
Dolf no sabía si esas colonias podrían sobrevivir. A veces sentía deseos de quedarse, pero los que se
quedaban atrás ya no lo necesitaban.

Durante los largos meses de caminata habían aprendido a valerse por sí mismos. Aunque
parecía que en aquel país (Italia) no terminaría el verano, llevaban el recuerdo de largos y fríos
inviernos, de hambres y de escasez de leña. Comenzaban a hacer preparativos ante la posibilidad de
que el invierno llegara también a la Toscana. Hacían chozas, cuadras y graneros y levantaban
empalizadas (casas). Trabajaban duramente y disfrutaban porque era en beneficio suyo.

El ejército disminuía, pero Nicolás parecía no advertirlo, estaba obsesionado con la brillante
Ciudad Blanca del este y no se da cuenta que ya no tenía sentido para la mayoría de sus seguidores.

Llegaron a Pisa, allí tendrían que decir adiós a Leonardo. Dolh había estado el año anterior con
sus padres y se había decepcionado pues le había parecido un lugar insignificante. Los miles de
turistas permanecían sólo un día para ver la famosa torre y recorrer la Plaza de los Milagros. Pero a
comienzos del siglo XIII era diferente, era una ciudad laboriosa (trabajadora, dinámica), más fuerte
que Florencia, más grande que Roma y más activa que Génova. Ya estaba construida la catedral,
completada con la torre inclinada. Allí estaban las fortalezas y las murallas en toda su gloria y no
como en la actualidad en que sólo hay ruinas de un famoso pasado.

Leonardo le propuso a Dolf que se quedara como invitado de la familia Bonacci. Era una
proposición tentadora… - Pero ¿y María?

- También puede quedarse con nosotros. Dijo Leonardo.

Dolf dudaba de si debía abandonar el ejército de los niños… Pero en realidad se sentía incapaz
de abandonar la vida salvaje y libre. Se despidieron los amigos entristecidos. María no podía
contener las lágrimas. Extrañarían a Leonardo.

Peter y Frank tomaron en silencio la mano del estudiante. Bertho lo abrazó y le dijo: -
Acuérdate alguna vez de Carolus.

El ejército se puso en marcha entre maravillosas colinas, ciénagas (terreno pantanoso) y


bosques, en dirección al sudeste.

Para entonces sólo eran dos millares (dos mil). Muchos se habían quedado en Pisa y otros se
dirigieron a Florencia, pues se decía que necesitaba brazos y estaba preparándose para la guerra.

Al poco tiempo podían verse diseminados (repartidos) por toda la Italia central grupos de
chicos alemanes buscaban trabajo, comida y pronto fueron aceptados y acogidos por la población.
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Fue un pequeño ejército de unos mil quinientos el que alcanzó la provincia de Umbría (región
del centro de Italia) a comienzos de septiembre. Tenían hambre y eran salvajes y temerarios.

Capítulo 20.- En una trampa.


LAS COSAS se iban poniendo cada vez más difíciles para este ejército de pequeños vagabundos.
El verano estaba terminando, las cosechas se habían recogido y los campesinos y los caballeros
defendían sus graneros. Los señores organizaban partidas de caza y pobre del chico que fuera
sorprendido cazando. El hambre comenzó a hacerse presente, pero el paisaje hacía que Dolf olvidara
el hambre que sentía.

Llegaron al lago Trasimeno, los chicos ilusionados conque estaría lleno de peces para atrapar.

El conde de Trasimeno, Ludovico que estaba en guerra contra la ciudad de Perusa y


amenazado por la rebelión de sus campesinos. Había enviado una expedición para castigar a los
rebeldes campesinos, pero la rebelión no terminó. Los campesinos se aliaron con los Perusanos para
acabar con Ludovico, quien no sólo les prohibía pescar en el lago, sino que cobraba altos peajes al
tráfico de comerciantes entre Florencia y Perusa.

Algunas horas antes de que el ejército de niños llegara, se había avisado a Ludovico que una
gran masa había salido de Perusa y avanzaba hacia el castillo. Al otro lado de la ciudad habían salido
centenares de campesinos furiosos dispuestos a luchar.

El castillo de Trasimeno era fuerte estaba construido sobre una península y protegido por agua.

A los ojos del conde, los chicos llegaban en el momento preciso. Como nada sabían los
utilizaría. Envió a soldados a darles la bienvenida, les brindó hospitalidad, les ofreció poner su
campamento cerca del castillo y pescar. Invitó a los jefes de la Cruzada a su castillo, Nicolás se sintió
encantado y aceptó acompañado por Mathilda y Rufus, a éste último lo habpia nombrado oficial en
remplazo de Leonardo al ser el único hijo de noble cuna y comenzó a dar órdenes a los pocos
vigilantes que quedaban. No era la persona adecuada para ese puesto. Tímido y asustadizo, estaba
a merced de Mathilda. Aunque Dolf y Bertho era quienes organizaban la protección de los chicos,
los jefes oficiales seguían siendo Nicolás y Rufus.

Dolf al oír la invitación quiso ir argumentando que quería ver un castillo de Umbría por dentro
ya que estaba seguro que nunca más se le presentaría la oportunidad, pero Peter se lo impidió pues
desconfiaba de la amabilidad del conde. Dolf le dijo que eran tontería ya que Ludovico era un hombre
religioso y que creía en la santa misión. Peter replicó diciendo que los cruzados no les interesaban a
menos que pudieran sacarle partido.

Dom Thaddeus tampoco confiaba pues lo que había visto lo había llevado a pensar que esta
región estaba en guerra (caseríos en ruinas, aldeas incendiadas, mujeres llorando).

Dolf pensó que Peter lo sorprendía con su crueldad a veces, pero también lo asombraba su
inteligencia, por eso confiaba en él. Si Peter decía que algo iba mal, era así y se quedó.

Mientras tanto en el castillo Nicolás, Rufus y Mathilda fueron tratados como de la realeza y les
ofrecieron un banquete. Afuera los niños asaban pescado, y comían el pan enviado del castillo.

En la mañana se rompió la paz. Por el bosque aparecieron más de 100 campesinos armados
con cuchillos, hachas y garrotes. Se quedaron entre las sombras de los árboles. Los niños estaban
nerviosos, no sabían si los iban a atacar. Mientras que por el sur aparecieron caballeros montados
y armados con espadas y lanzas. Este ejército bloqueó el paso y los niños quedaron atrapados.
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Eso era lo que había esperado Ludovico, con una sonrisa observaba desde su torre como la
península quedó bloqueada, por lo que sería imposible a sus enemigos atacar el castillo al estar
rodeado por mil quinientos chicos armados. Los tres invitados estaban en las mazmorras (celdas).

Apareció un oficial que preguntó a los chicos quién era su jefe, unos contestaron ¡Bertho!,
otros ¡Rudolf!, pero este último negó ser el jefe argumentando que era Nicolás, pero el oficial
informó que Nicolás estaba preso junto a los otros dos chicos y que no los pondrían en libertad.

Dolf no podía creer lo que oía. Ludovico quería utilizar el ejército de los chicos para protegerse.
¡Qué truco tan miserable! Necesitaba ganar tiempo y fingió no entender el idioma. No podía permitir
que los chicos se sacrificaran ni siquiera para abrirse paso entre los ejércitos sitiadores y escapar.
Ello terminaría en una matanza, y nada les garantizaba que salvarían a los tres rehenes.

Los chicos escucharon que Nicolás estaba preso y les dio rabia pues, pese al fracaso de Génova,
admiraban que Dios haya elegido a un sencillo siervo para dirigir una cruzada de niños. Más que un
jefe era un símbolo de los desposeídos pues a los ojos de Dios eran iguales que los hijos de nobles.

Dolf dijo que estudiarían la propuesta y se fue a conversar para estudiar la situación. Echaba
de menos la serenidad de Leonardo y la imaginación de Carolus.

Como el ataque podía empezar en cualquier momento, Dolf dijo que trataría de lograr un
pacto, de lo contrario todos morirían. Escondió un cuchillo en el forro de su chaqueta, y se dirigieron
con las manos en alto hacia el ejército que estaba en el extremo de la península.

En el camino se toparon con un oficial de Perusa que les dijo que si venían de parte del conde
Ludovico, no querían negociar y que el castillo debía rendirse inmediatamente. Dolf apenas entendió
y mezclando expresiones latinas y alemanas logró explicar que no tenían nada que ver con el conde
y que eran una cruzada de niños hacia Jerusalén, que el conde les había puesto una trampa, y que
no querían luchar con caballeros cristianos, sino que quería que los chicos pudieran marchar en paz.

El caballero preguntó quién era y Dolf dijo “Mi nombre es Rudolf Hefting, de Ámsterdam. Soy
del condado de Holanda. Y ésta es mi hermana María. Y ésta es Frieda, nuestra enfermera”, el
caballero dudó porque no parecía un noble, tenía los pantalones y chaquetas destrozados y parecía
mendigo. Dolf contestó que llevaba meses peregrinando con los niños.

María miró con sus ojos grises al caballero, la expresión de este se ablandó, Dolf creyó que
quizás tenía una hija de la edad de María. El oficial preguntó que cómo se podía asegurar que ellos
no tenían nada que ver con el conde.

Dolf suplicó que los dejaran cruzar en grupo, además agregó que no era posible que fueran
capaces de atacar a unos niños. Insisió en que el conde los había engañado con falsa amistad y
hospitalidad, pero que ellos eran unos cruzados que no querían guerra. Dolf dijo todo esto con
dificultad ya que no manejaba el italiano medieval.

El oficial dijo que había oído que eran una tropa de niños saqueadores (ladrones) que sabían
luchar pero no niños pacíficos, Dolf argumentó que en el camino se había tenido que enfrentar a
muchos peligros “Mi general” (general es un grado más alto que oficial en el ejército). El oficial se
mostró complacido por el trato de Dolf.

Un campesino rudo dijo que sus hombres querían saber cuándo atacar. Dolf entendió que se
refería al castillo. El soldado le dijo que él daría la orden cuando llegara el momento, pero el
campesino dijo que no querían negociaciones sino la sangre del conde. El oficial dijo que él igual pero
que no podía atacar a los niños.
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El campesino indicó que los niños eran una plaga, que habían robado lo poco que Ludovico no
había destruido, que eran unos trúhanes, unos vagabundos y que los matarían con placer.

Dolf abandonando su humilde talante (ánimo) dijo “ataquen entonces a unos niños inocentes
y pacten con el diablo. Asesinarlos y escuchen el grito de horror que conmoverá a toda la Umbría”.

El campesino estaba a punto de echarse encima de Dolf pero el soldado lo impidió, y le exigió
a Dolf jurar por lo más sagrado que la petición de paso libre no era una estrategia de Ludovico. Dolf
sacó la medalla de la virgen, la besó y la tuvo en alto y dijo: “María, Madre de Dios, es testigo de que
digo verdad. Nada tenemos que ver con Ludovico. Lo odiamos tanto como vosotros. Nos ha atraído
a una trampa de la que ahora pretendemos escapar”.

El soldado les dio una hora para pasar en grupo, pero les advirtió que si daban un paso en falso
los matarían a todos, Dolf agradeció y le contó que tres de ellos estaban como rehenes en el castillo
y le pidió que no los mataran cuando ocuparan el castillo. El oficial se comprometió.

Los vigilantes inmediatamente organizaron la evacuación. Los grupos avanzaron hacia los
soldados sitiadores, que se hicieron a un lado para dejarlos pasar. Ludovico observó que se
derrumbaban los muros vivos (chicos que partían) que para su defensa había erigido. Comenzó
indignado a dar órdenes, así muchas flechas y ramas encendidas cayeron sobre los niños, estos
asustados rompieron la formación e irrumpieron en las filas de soldados y campesinos, quienes se
dividieron aún más para dejarlos pasar.

Descendió rápidamente el puente levadizo y cincuenta caballeros de Ludovico partieron al


galope. Al advertir el peligro, la voz del oficial de Perusa ordenó estrechar las filas y formaron una
compacta muralla. Unos quinientos chicos de la retaguardia, entre los que se hallaban María, Dolf y
Peter, quedaron atrapados entre los dos ejércitos y en peligro de ser arrollados.

Los soldados del castillo avanzaban salvajemente. Golpearon a los chicos que hallaron en su
camino. El jinete que iba a la cabeza estaba casi sobre Dolf, éste sacó su cuchillo y atacó al caballo

El choque entre los soldados de Ludovico, los campesinos rebeldes y los soldados de Perusa
fue aterrador. Los chicos, atrapados en el centro, cogieron todo lo que tenían a mano -espadas,
cuchillos, piedras, ramas y garrotes- y empezaron a pelear como locos contra los hombres de
Ludovico, porque querían vengar a Rudolf, pero este no estaba muerto, había caído y encontrado
refugio bajo un caballo derribado, miró hacia todos lados pero no encontraba a María. Se abrió
camino al bosque y se encontró con los niños que habían logrado escapar y que construían arcos y
flechas. Con golpes, magullado y sangrando llegó al límite del bosque donde encontró a Frieda,
preguntó por María pero nadie lo sabía.

Los soldados de Ludovico no podían con la superioridad numérica de sus adversarios. Además,
los niños los atacaban como un enjambre de abejas. Por eso se retiraron tratando de ganar el puente
levadizo; pero sólo siete lo lograron, el resto fue atrapado. Cuando los siete se hallaron a salvo dentro
de la fortaleza echaron los cerrojos y alzaron el puente.

Ludovico no se entregó, pese a que sabía que no podía seguir defendiendo el castillo con un
puñado de hombres. Envió al techo del castillo a cualquiera que podía estar de pie y luchar y trataron
de defenderse de la invasión con agua hirviendo, flechas y grandes piedras.

Algunos chicos cruzaron el foso nadando e intentaron cortar las cadenas del puente y
recibieron una lluvia de flechas y piedras, los campesinos olvidando su antiguo odio los ayudaron y
lograron derribar el puente de madera y los soldados de Perusa atacaron dando muerte a todos.
Ludovico abandonó el castillo por un pasadizo secreto y subió a una lancha pero los niños y 20
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pescadores se lanzaron al agua y hundieron la lancha, el conde se ahogó por su pesada cota de malla,
al igual que 10 niños. Encontraron a los 3 chicos en las mazmorras, asesinados.

Levantaron un campamento nuevo en el bosque, había muchos heridos, Frieda se encargó de


ellos junto con sus ayudantes y los heridos de gravedad fueron admitidos en el castillo.

Dolf preguntaba por María y Peter. La muerte de Nicolás y los otros le fue indiferente, no los
había querido como a Carolus, María o Peter. Fue a la península y comenzó a buscar entre los
cadáveres. Habían 3 fosas: una para los campesinos y los soldados de Perusa, otra para los chicos y
la tercera para los enemigos. Observó cadáveres pero no estaban ni María ni Peter, pensó que quizás
habían sido empujados al lago y se habían ahogado, o que estaban tan desfigurados que eran
incapaces de reconocerlos. Buscó durante horas, con el temor de encontrarlos muertos.

El fraile le daba confianza. «Déjame en paz -pensó Dolf enfurecido-. AI empezar el combate -
se reprochó- sólo he pensado en mí mismo. He tratado de salvar mi piel, mientras María…»

Regresó al campamento avanzada la noche lo recibió Frank con un brazo vendado pero ileso y
le dijo que Peter quería hablar con él y que estaba con María en la hoguera. Dolf se puso a llorar.

Capítulo 21.- La tumba de San Nicolás


Reanudaron su camino. Volver era casi tan absurdo como seguir adelante; además, hubiera
significado reconocer la derrota. La mayoría seguí por hábito; pero aún había chicos que creían en el
mito de la brillante Ciudad Blanca.

Frieda, algunas enfermeras y los heridos graves se habían quedado en el castillo de Trasimeno.
Más tarde irían a Perusa. El comandante consideraba que era mucho lo que tenía que agradecer a
los chicos, y estaba tan impresionado por la rubia y resuelta Frieda.

Tras muchas semanas de viaje, los chicos alcanzaron finalmente la costa del Adriático. Nadie
trató de realizar milagros con las aguas y se dirigieron hacia el sur por playas arenosas, ciénagas y
colinas. Se vieron afligidos por la malaria. Las ciénagas rebosaban de miles de mosquitos, aunque
sólo Dolf sabía que eran ellos la causa de la enfermedad. Cada tarde Dolf ordenaba grandes
hogueras para alejar a los insectos. Además procuraba que se bañasen en el mar tan a menudo como
fuera posible y les prohibía que se secaran, para que quedará sobre la piel una delgada capa de sal,
que alejara a los mosquitos.

No estaba seguro de que fuera realmente verdad pero los mosquitos los picaron menos y
disminuyó el número de casos de malaria.

Habían acampado cuando llegó Leonardo a caballo. Le explicaron que habían perdido a
muchos chicos pues al pasar por una ciudad algunos se quedan. Esto no es ya una cruzada. Nos
hemos convertido en vagabundos profesionales en busca de un futuro.

Leonardo dijo que se había cansado de Pisa y mi padre me ha buscado una esposa que no me
gusta. Además Pisa está a punto de lanzarse a otra guerra contra Florencia, y se llevan a filas a todos
los jóvenes. No tendría tiempo para estudiar. No me agradaba casarme y menos ser soldado. Pensé
en llegar este invierno a la corte imperial de Palermo. El emperador Federico es un hombre culto y
yo conozco los números árabes.

Se volvió hacia María y le sonrió y le preguntó porque su piel tenía sal.

Dolf le explicó que era una precaución contra la fiebre, pues es menos probable que te piquen
los mosquitos, y la picadura de los mosquitos provoca la fiebre. Estas picaduras son venenosas y son
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muchos ya los que han muerto por la enfermedad, y no estaré a gusto hasta que dejemos atrás esta
región insalubre (sucia).

Le contaron que Frieda se había quedado en Perusa.

Leonardo les contó que un amigo de su padre le había contado sobre la batalla de Trasimeno
y de la muerte del jefe.

Dolf pensó : «Leonardo ha creído que me habían matado a mí y ha venido por… ¿por María?».

María dijo que había visto caer a Rudolf y que intentó ayudarlo pero Peter no la dejó.

- No deberías haberte enojado con Peter, María -repuso Dolf rápidamente-. Te salvó la vida y
le estoy profundamente agradecido.

- No quería que me salvaran -replicó María con presteza-. Te vi caer y quería ayudarte…

Dolf le dijo a Peter que nunca olvidaría que había salvado a María.

- Tú me rescataste del castillo de Scharnitz -repuso Peter quedamente- Ahora estamos en paz.

Dolf no entendía aún por qué Leonardo se había reintegrado al ejército de los chicos. Le
encantaba tener otra vez consigo a su amigo; pero no lograba comprender por qué Leonardo había
preferido las fatigas del camino a los placeres de la vida en Pisa. ¿Había creído realmente que había
muerto Rudolf de Amsterdam y acudía para ayudar a María?

Caminaron a través de la Umbría hasta llegar al reino de Sicilia, que constituía casi la mitad de
Italia. Pasaban hambre. A juzgar por su apariencia, la vida de los habitantes de esta comarca de costa
baja no era mucho mejor. Parecían enanos esqueléticos y se mostraban desconfiados y hostiles. La
salud del ejército se deterioraba gravemente. La malaria seguía reduciendo su número, y Leonardo
los instó a dirigirse hacia las colinas del sur.

Llegaron por fin a la antigua ciudad de Bari, que fue motivo de asombro para Dolf. Con sus
padres no había llegado nunca tan al sur. Por eso no sabía cómo sería la Bari del siglo XX.

Bari era completamente diferente a las ciudades que habían conocido. Se trataba de un activo
puerto marítimo en constante tráfico con el Oriente. La ciudad estaba dominada por su poderoso
castillo, una fortaleza romana, sólida e inexpugnable.

Leonardo sabía que, en cuanto llegaban a una ciudad italiana, Dolf se lanzaba a buscar iglesias
y catedrales, incurriendo en los hábitos de los turistas del siglo XX. Por eso le dijo que en Bari pasaría
los mejores momentos de su vida.

- Ahora podrás probar de nuevo tu piedad, Rudolf. Aquí encontrarás la tumba de San Nicolás.
El obispo de Mira, patrono de marineros, viajeros y niños. Hace más de un siglo unos marinos habían
robaron sus restos de Mira y los llevaron a Bari. Dicen que la peregrinación a Bari otorga salud,
protección en tiempos de peligro y un corazón resuelto.

Lentamente, los chicos empezaban a perder las esperanzas. Se acercaba el otoño, y aunque ya
habían llegado a las colinas, que se mostraban secas y bellas, los problemas eran prácticamente los
mismos: ¿qué les aguardaba? ¿A dónde podían ir?

Sin embargo, a Dolf le entusiasmó la ciudad. ¡Aquí estaba enterrado San Nicolás o Santa Claus,
por darle su otro nombre! San Nicolás, el santo patrón de Amsterdam y protector de los niños, los
marineros y los fabricantes de juguetes. ¿Y qué decían de él las gentes del siglo XX? Afirmaban que
Santa Claus era una leyenda. Que no había existido.
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Bari se mostró muy cordial con los chicos; quizá algo tuvo que ver en esa conducta la influencia
del santo. No se les prohibió entrar en la ciudad, aunque los burgueses les pidieron que acamparan
fuera de las murallas porque las calles estaban ya superpobladas.

Muchos chicos decidieron quedarse en el lugar para probar fortuna. Dom Thaddeus, María,
Dolf, Leonardo, Peter y Frank acudieron juntos a visitar la basílica de San Nicolás. Todos menos Dolf
rezaron por el alma del zagal asesinado. El muchacho del siglo XX observaba todo con los ojos de un
turista fascinado por lo antiguo y extraño.

La iglesia era magnífica uno de los más bellos templos románicos que había visto.
Descendieron a la cripta, donde un féretro cubierto de flores y de tesoros traídos por los peregrinos,
guardaba los huesos de San Nicolás. Dolf se sintió profundamente emocionado.

Hubo una vez un obispo llamado Nicolás que cuidó de los niños pobres y desamparados, de los
viajeros y marineros en apuros. Llevó felicidad y alegría a las vidas de muchos y extendió su mano
protectora sobre niños de todas clases: chicos sin hogar y chicas sin medios de fortuna como María,
carente de futuro. San Nicolás no era un mito, ahí estaba la prueba. Era imposible averiguar a quién
habían pertenecido aquellos huesos, ahora ya medio desmenuzados en polvo. Dolf creyó en aquel
hombre y, como sus amigos, se arrodilló y rezó. Los científicos modernos podían decir cuanto
quisieran; pero Dolf creía en la existencia de Santa Claus. Dolf le dio las gracias al Santo: por su salud,
por su fuerza, por la dulce María, por la confianza y la amistad de Leonardo, por la bondad de Dom
Thaddeus y por haberlos librado de todos los peligros. Pero sobre todo por ser un viajero del tiempo,
perdido, que todavía pudiera tener un futuro en algún lugar de este siglo XIII.

En la plaza que se extendía ante la basílica, una cajita pulida brillaba al sol. Nadie había
reparado en aquel objeto.

Capítulo 22.- Mensaje del futuro


DESPUES se dirigieron a Brindisi, allí residía el obispo Adriano, uno de los hombres más
piadosos y de mejor corazón que han servido a la Iglesia. Había sido informado de la llegada del
ejército de los chicos; cuando se presentaron desanimados ante las puertas de las murallas apenas
eran ya mil. Adriano estaba preocupado por la suerte de los chicos. Pensaba que era increíble que
fuesen treinta mil cuando partieron y ahora solo hubiesen llegado mil a Brindisi.

La mítica cifra de los treinta mil, inventada en Bolzano, se había difundido por las ciudades
italianas. Nunca sería puesta en duda y los libros de historia se referirían a este fantástico número.

El obispo, rogó al pueblo que fueran misericordioso con los niños. Pero los burgueses se
negaron a acoger en sus casas a aquellos chicos desmandados. A éstos nada les importó que les
obligaran a acampar fuera de la ciudad con tal que tuvieran algo que comer.

Tras un verano seco y cálido, el otoño comenzó con lluvias. Los olivares (aceitunos) cobraron
una apariencia triste y húmeda. El sol se empezó a ocultar tras nubes cargadas de agua. El viento
azotaba las olas y hacía peligrosa la pesca. Temblando de frío, los chicos buscaban en la playa los
mariscos que el mar arrojaba y se adornaban con collares.

El obispo Adriano al ver su miseria les ofreció refugio en las ruinas de una antigua abadía. Allí
podrían acampar hasta que mejorara el tiempo. Los enfermos fueron trasladados a diferentes
monasterios. Los demás se instalaron en la derruida (ruinas) abadía. Entre lluvia y lluvia recogían
madera con la que fabricaban bancos y mesas. Vivían como una banda de gitanos y no se moverían
de allí hasta que no mejorara el tiempo.
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Si no lograban embarcarse en Brindisi para Tierra Santa, aquel sería el final de la Cruzada,
porque más allá no había nada. Al final cesaron las lluvias y apareció el sol.

Leonardo le comenta a Dolf que encontró algo extraño y le muestra una cajita metálica. La
había encontrado en la calle en Bari, frente a la basílica de San Nicolás y por curioso la recogió.

Dolf la tomó en sus manos y la estudió. El cierre estaba muy ajustado y tuvo que introducir su
cuchillo para abrirla. Tenía un mensaje. Leonardo dijo ¡Pero qué pergamino tan fino!

- Es papel -murmuró Dolf.

- No entiendo nada. ¡Esto son letras! ¿Puedes leerlas?

Dolf estaba aturdido ante palabras escritas a máquina. Pero al menos había una cosa clara: se
trataba de un mensaje del futuro que decía: «Querido Dolf: Si encuentras esto, escribe un mensaje
en este mismo papel, vuelve a meterlo en la cajita y colócala en el mismo lugar en que la encontraste.
¡No alteres la clave que figura abajo! Recuperaremos la cajita veinticuatro horas después de su
llegada, estamos tratando de localizar tu situación exacta. Dr. Simiak.»

Al final del papel había una línea llena de números y símbolos. El reverso estaba en blanco para
que Dolf pudiera redactar su nota. Estaba nervioso, confundido y temblaba. Le preguntó a Leonardo
donde encontró la cajita?

- En Bari, al salir de la cripta de San Nicolás. Estaba tirada en la calle, cerca de la entrada.

- Pero eso fue hace más de una semana -musitó Dolf desilusionado.

Así que cuando el doctor Simiak trató de recuperar la cajita, ésta no volvió. Dolf tenía
emociones contradictorias: pena, decepción, pero también cierto alivio. Era demasiado tarde; una
vez más era demasiado tarde.

Pero ¿cómo había podido averiguar el doctor Simiak que ese día estaría él en Bari? Le zumbaba
la cabeza y corrió la abadía. Se refugió en un rincón del dormitorio y trató de reflexionar: lo estaban
buscando y habían estado a punto de lograrlo. Dolf tiritó como si tuviera fiebre.

Estaba confundido echaba de menos su hogar y a sus padres, pero… ¿deseaba verdaderamente
volver? ¿Volver a Amsterdam, volver a los tiempos modernos, volver a la escuela?

Miró a su alrededor y comprendio que Brindisi era el final del viaje. No había otro lugar al que
pudieran ir y tampoco podían regresar pues llegaba el invierno.

Pero Dolf se sentía responsable de los pequeños ¿Qué futuro tendrían María, Frank, Peter o
Bertho? - No los he protegido todo el camino para abandonarlos al final -murmuró angustiado.

Sin razón aparente, pensó en Carolus y se entristeció aún más. El pequeño rey de Jerusalén
jamás habría abandonado a sus subditos, ni aunque le hubieran ofrecido tesoros.

Leyó el mensaje una vez más. La advertencia de no alterar las cifras le inquietaba. Las cifras
eran sin duda importantes porque el científico habría enviado cajitas a diferentes lugares. Pero ¿qué
sistema habría empleado? Como Leonardo había encontrado la cajita cerca de la iglesia, supuso que
la iglesia debía seguir allí en el siglo XX. Su padre les habría dicho a los científicos que a Dolf le gustaba
visitar iglesias antiguas. ¿Estarían bombardeando con cajas de aluminio todas las iglesias? ¿Cómo
podían saber que Dolf se había unido a la Cruzada de los Niños?
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De repente lo entendió. Debieron haberse comunicado con el muchacho que fue trasladado al
siglo XX en lugar de él, quien les habría informado de los chicos que iban a Jerusalén. El jamás había
leído nada, pero tal vez el doctor Simiak estaba informado de que la Cruzada llegó a Brindisi.

María le dijo que el obispo Adriano quería ver a los dirigentes de la Cruzada de los Niños. María
sentía miedo que la gente quisiera expulsarlos otra vez. Se preguntaban si esto ocurría a donde
podrían ir. María le dijo que Leonardo tampoco quería abandonarlos y que tomaría a Frank, Peter y
Bertho como criados. Así podría cuidarse de que asistieran a la escuela.

Rudolf abrazó a María y pensó que no podía llevarla con él al siglo actual. Aquella tarde tomó
una decisión. Durante la cena les mostró la cajita a los niños y les pidió que si veían alguna igual se
la trajeran pero era importante que le indicaran el lugar en que había sido encontrada.

Ante las preguntas de los chicos que estaban sorprendidos por el poco peso de la cajita y le
preguntaron si se trataba de una brujería, les dijo que la cajita se le había perdido alguien de su país.

Leonardo que era un estudiante inteligente no estaba dispuesto a aceptar respuestas ilógicas.

Dolf dijo que las cajitas eran preciosas solo para quien conoce su significado y que Leonardo
tenía razón, realmente nadie las ha perdido. Les explicó que su padre lo estaba tratando de encontrar
y dejaba cajitas porque él era el único que conocía su significado. Le insistió en que si alguien
encontraba una se la trajera indicando el lugar exacto en que la había encontrado.

Los chicos no tenían razón para desconfiar, pero Leonardo parecía dudar, tratar de ubicarlo
usando cajitas era una forma extraña de localizar a alguien.

A la mañana siguiente Dom Thaddeus, Dolf y Leonardo, fueron recibidos por el obispo que en
latín les dijo que los niños debían regresar a sus casas porque no podían proseguir viaje, pues no
existía camino más allá de Bridisi y nadie podría pensar que los niños liberarían Jerusalén.

Dom Thaddeus respondió que los niños no tenían casa, pues eran huérfanos y abandonados.

El obispo lo sabía pero era imposible seguir manteniéndolos en Brindisi. Pero unos mercaderes
y capitanes de naves de su plena confianza los trasladarían a Venecia, pero los niños pagarían su
transporte con trabajo. También mandaría una carta al obispo y a los regidores de Venecia
pidiéndole que cuidaran a los chicos, que los alojen y que los ayuden a seguir su camino después del
invierno. También dijo que si alguno quería quedarse en Venecia, encontraría el modo de resolverlo.

El obispo indicó que las naves zarparían en tres días. Dolf estaba feliz, ya no sería responsable
del ejército de los chicos y tenía libertad para regresar al siglo XX, con tal que lo encontrarán obvio.

Leonardo dijo que él no iría a Venecia, sino que a Palermo, a la corte del emperador Federico.

Dolf no sabía qué hacer ¿Debía despedirse de Leonardo e ir a Venecia o quedarse con la
esperanza de hallar alguna cajita del doctor Simiak? Finalmente decidió lo último y volver a su casa

Le preocupaba María no podía llevarla con él. Leonardo le dijo que se iría con él.

Dolf se puso contento pero se sorprendió cuando Leonardo le dijo que era la chica más
maravillosa del mundo. La llevaré a Pisa, a casa de mis padres, para que se eduque. Me marcharé a
Palermo con Frank y Peter. Si consigo un puesto en la corte del emperador me casaré con ella.

- ¿Y si no quiere casarse contigo?

- Claro que querrá, a menos que estés tú allí.


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Dolf estaba desconcertado. Por un momento se sintió celoso; pero luego comprendió que era
lo mejor para la chica.

Pronto crecería y se convertiría en una mujer maravillosa: bella, inteligente y cariñosa. Quería
a Leonardo casi tanto como al propio Dolf.

Dolf pensaba que era muy joven aún

Leonardo le dijo que tenía 12 años y que dentro de 3 años tendría edad para casarse

Dolf recordó que en esa época las chicas, especialmente las de la nobleza, se casaran a los
trece o catorce años. Pero le preguntó si su familia no se opondría porque María era pobre.

Leonardo dijo que él no necesitaba dote pues el corazón de la chica era de oro y eso solo le
importaba (Dote era lo que en esa época pagaban los padres al marido cuando se casaban sus hijas).

Frank le dijo a Dolf que había encontrado una cajita en la ciudad afuera del palacio del obispo.

«Habrá sido hacia las diez», pensó Dolf. En su interior había un mensaje idéntico al de la cajita
hallada por Leonardo. Pero las cifras de la parte inferior eran distintas.

Frank le mostró el lugar exacto en donde la había encontrado en la callejuela que conducía al
palacio episcopal. Dolf examinó los guijarros (piedras) irregulares, pero vio solo barro seco, polvo y
suciedad. No había indicio que permitiera identificar el punto.

Estoy seguro de que yo estaba aquí -murmuró Frank-. Porque ese saliente de la pared se me
clavaba en las piernas. Y ha aparecido aquí, junto a mi pie izquierdo. Sobre esa piedra roja.

Dolf pensó que debía marcar el lugar para encontrarlo mañana. Le dijo a Frank que lo esperara.
Fue al episcopado y le pidió al secretario un lápiz para enviar un mensaje a su padre.

El hombre se sorprendió que supiera escribir si vestía harapos.

Entregó a Dolf una pluma de oca y un cuenco de tinta y observó con asombro cómo sacaba
algo blanco del bolsillo, mojaba la pluma en la tinta y empezaba a trazar extrañas letras.

¿Podríais decirme qué día será pasado mañana?

¿Pasado mañana? ¡San Mateo, claro!, dijo el Secretario.

En realidad aquello nada le decía a Dolf; pero supuso que en el siglo XX podrían averiguar de
qué día se trataba. En el reverso del mensaje del doctor Simiak escribió: «Estoy en Brindisi. Puede
utilizar las coordenadas que figuran en el anverso. Yo estaré en ese lugar veinticuatro horas después
de que usted haya leído esto. No conozco la fecha; pero dicen que es le festividad de San Mateo.
Hágame volver. Dolf.»

Le pidió el tintero el hombre estaba dudoso de prestárselo.

- Seré muy rápido. Sólo quiero un poco de tinta para hacer una cruz ahí afuera. Le explicó que
no era nada malo y que en su país era un acto muy piadoso.

Dolf se agachó, limpió el pavimento, tomó el tintero y vertió un poco de tinta sobre la piedra.
Con el dedo pintó una cruz, sabedor del inmenso respeto que las gentes de la Edad Media sentían
por este símbolo y devolvió el tintero al asombrado eclesiástico.

Dolf observaba la cruz. A la mañana siguiente colocaría en aquel lugar la cajita con el mensaje
y aguardaría a que desapareciera.
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Le dijo a Frank que había vivido una aventura maravillosa aun cuando habían pasado
momentos malos.

Frank le contó que con Peter había decidido ir a Venecia con Dom Thaddeus. Queremos seguir
hasta el final.

Dolf había aprendido a respetar la lealtad de la gente de la Edad Media.

Al volver a la abadía los chicos estaban felices por ir a Venecia, habían empezado a reunir sus
cosas. Leonardo y María no estaban allí porque habían ido a la ciudad en busca de un barco que los
llevara a Pisa.

A la mañana siguiente, muy temprano, Dolf en la esquina del callejón junto al palacio episcopal,
colocó la cajita de aluminio sobre la cruz y se sentó al lado, resuelto a impedir que nadie le diera una
patada o se la llevara. Se quedó esperando. A las diez menos cuarto la cajita desapareció.

Continuó mirando en silencio la cruz. Su corazón latía. La cajita ya no estaba allí. El transmisor
la había recuperado. ¡Había funcionado! En aquel mismo momento, el doctor Simiak estaría leyendo
el mensaje y correría al teléfono avisando que lo habían encontrado y que dentro de 24 horas lo
traerían. Le pediría al Doctor Frederics cargar el transmisor a toda su capacidad.

De pronto comenzó a llorar de alivio y se encontró con Dom Thaddeus a quien le contó que se
iba a su casa. El padre le comento que él seguiría con los chicos hasta que todos hayan encontrado
un lugar o hayan regresado a sus casas.

- ¡Qué excelentes sois las personas de este siglo!- exclamó Dolf. Le dijo que le daba pena dejar
todo esto e indicó las casas, apretadas una contra otra, la plaza frente a la iglesia y las calles estrechas
y los callejones y le dijo que todo este mundo… cambiaría por completo. Y pensó que era una lástima.
Siempre creí, dijo, que ésta era una época magnífica en que se podía ver a caballeros revestidos de
sus armaduras, montados en sus espléndidos corceles, a bellas damas y a trovadores. Había
esperado ver hermosas iglesias en construcción y procesiones de gremios; pero ha sido todo muy
distinto. Apenas he contemplado el interior de un solo castillo, no he presenciado un solo torneo y
he tratado de rehuir el encuentro con caballeros armados. Pero he visto los campos, los campesinos,
los mendigos y los niños abandonados. No he conocido a los hombres famosos de que hablan los
libros, sino que a gente vulgar que a veces habían sido crueles y necias; otras, bondadosas y
serviciales… Pero había aprendido mucho. Le dijo a Dom Thaddeus que de él había aprendido la
Bondad, el amor al prójimo y la lealtad.

Penso Dolf que “en los siglos transcurridos se había olvidado ese amor. Quizá no del todo.
Ahora contamos con leyes sociales que garantizan que los enfermos, los pobres y los inválidos no se
morirán de hambre, como aquí, en el siglo XIll. Pero si se había perdido el amor sencillo casi oculto
que practica Dom Thaddeus”. Lo hemos perdido y reemplazado con impresos por triplicado (serán
tarjetas de saludos)

Se levantó muy temprano, miró a María, que dormía, su cara estaba bañada en lágrimas. Se
habían despedido la noche anterior y había sido muy duro. Miró a Leonardo, dormía, a Frank, a
Peter y al pequeño Simón. Tomó su chaqueta y la extendió con cuidado sobre Frank. Besó
dulcemente a María en la frente y se fue.

Le pidió a los centinelas de la abadía que no dijeran que lo habían visto partir y les deseo buen
viaje hasta Venecia. Luego tomó el camino de Brindisi.

Capítulo 23: ¿Funcionará?


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Llegó muy temprano, estaba sentado e inmóvil, sobre la cruz y observaba la plaza de la
catedral. Le fascinaba la visión de una ciudad que empezaba a vivir. Muchos vestían sus mejores
ropas como si fuera domingo. ¿No era día de trabajo?

Aguardó. La plaza y las calles empezaron a llenarse de hombres, mujeres y niños. ¿No llegarían
nunca las diez menos cuarto?

Miró su reloj y comprobó con sorpresa que señalaba las cinco menos cuarto. Durante meses
le había servido fielmente. Pero ahora cuando más importante era saber la hora se había parado.

Cualquiera que hubiera vivido unos meses en la Edad Media habría acabado por ser
supersticioso. Dolf sintió de repente que algo iba mal, que fallaría el transmisor o que lo llevaría a
cualquier otro lugar, o que sucedería algo inesperado como en Espira, o… Perdió toda la confianza.
Sintió calor, se quitó el jersey y lo arrojó al polvo. Vestía su descolorida camisa y los deshilachados
vaqueros.

La gente se movía, ¿a dónde iban? Parecía que la población entera se estaba congregando ante
la catedral. Alguien puso una moneda en su mano. ¡Creían que era un mendigo! Sin embargo, se la
guardó en el bolsillo. Comprendió que era el día de San Mateo, quizás era una fiesta religiosa
importante, con procesión y feria…

Dolf miró preocupado a su alrededor. Sus pies se apoyaban en la cruz. Estaba resuelto a que
nadie lo moviera de allí. El callejón estaba ya repleto de personas que miraban en dirección a la
catedral como si estuvieran aguardando algo.

Dolf vio salir de la catedral una procesión, encabezada por el obispo Adriano que, caminaba
bajo un palio sostenido por muchos muchachos vestidos de blanco. Lo seguía sacerdotes, acólitos y
muchachas con vestiduras blancas. Llevaban en una talla de madera a la Virgen en andas. La imagen
estaba adornada de joyas. Al verla, Dolf recordó a Hilda. Las gentes de la plaza y de las calles se
arrodillaron en el polvo. «Dios mío, espero que no vengan por aquí –pensó, querrán que me aparte
y no puedo hacerlo. Tengo que seguir aquí. Ya debe estar cerca el momento.»

La procesión se aproximaba lentamente. La multitud empezó a presionar contra él. Le


temblaba todo el cuerpo; pero se mantuvo en su sitio.

- ¡Allí está Rudolf! -gritó una voz familiar-. Fingió no haber oído nada.

Reconoció la voz de Peter. Probablemente muchos de sus amigos se hallaban entre la


muchedumbre; pero no quería verlos. - ¡Rudolf! -era la voz de Leonardo.

- ¡Vete! -susurró Dolf. Rezó para que no estuviese allí María.

La procesión tomó justo aquella calle, en la que se encontraba el palacio episcopal. Dolf se
hallaba casi frente a frente al obispo Adriano. Se arrodillaron todos menos Dolf, quien sentía como
si el corazón fuera a escapársele del pecho.

- ¡A un lado! -le gritó una voz en el dialecto de Brindisi. - Abre paso…

- ¡No! ¡Dejadme! -gritó Dolf frenético.

De repente se ennegreció todo y sintió una mano que tiraba de él. Se resistió con todas sus
fuerzas, luchando y gritando.

- ¡Dejadme! ¡Quitadme las manos de encima!

Pero aquellas fuertes manos no lo soltaron.


55

- Dolf…

- ¿Quién le llamaba Dolf? El era Rudolf Hefting, de Amsterdam.

Parpadeó. Tiró de las manos que lo sujetaban y agitó los brazos en el aire, gritando con todas
sus fuerzas: - ¡Vete al infierno! ¡Ayúdame, Leonardo!

Buscó desesperadamente su cuchillo y mostró sus dientes…

Una voz aguda perforó su cerebro:

De pronto comprendió que la voz y el lenguaje le resultaban familiares. La niebla se disipó, las
manos lo soltaron. Miró hacia abajo la cruz había desaparecido.

Abrió poco a poco los ojos y vio la cara de una mujer, una mujer extraordinariamente alta
cuyos ojos grises lo miraban con ansiedad. Había otras personas, curiosamente vestidas, que
también lo miraban. ¿No eran aquéllos los ojos de María? No; pero él los conocía muy bien. La
extraña lengua resonaba en torno a él como un torbellino, y entendía cada palabra.

- Dejad que se recobre.

- ¡Dios mío! Parece que se siente mal.

- Es el choque…

- Dolf…, mi querido Dolf…

Entonces advirtió que se hallaba de pie y que empuñaba amenazadoramente su cuchillo. La


mujer que sollozaba se le acercó y le tocó ligeramente el brazo. Poco a poco se percató de la realidad.
Estaba en el laboratorio del doctor Simiak. La mujer de bellos ojos grises era su madre. El hedor
(hediondez) que podía percibir era el transmisor de materia, medio fundido, y el hombre que
cariñosamente lo condujo a una silla era su padre. El cuchillo cayó de su mano sin fuerzas y se clavó
en el suelo, vibrando.

Rudolf de Amsterdam estaba en casa.


56

PRUEBA
1.- ¿Por qué puede llamarse así la obra?

2.- ¿Quién es Rudolf Hefting?

3.- ¿En qué trabajaba el Dr. Simiak

4.- ¿Por qué Dolf dice que pesa menos que un mono?

5.- ¿Por qué Dolf requería estar en un horario preciso y lugar preciso para ser devuelto a su siglo?

6.- ¿Cuál es el argumento principal para que viaje en el tiempo Dolf?

7.- ¿Crees que fué poco preparado el viaje?

8.- ¿En qué lugar estaba ubicada la piedra dónde debía ser transportado Dolf?

9.- ¿Qué importancia tenía la fecha 14 de Junio de mil docientos doce?

10.- ¿Cómo fue la relación entre Dolf y Leonardo?

11.- ¿Cuáles fueron las primeras impresiones que tiene Dolf de la cruzada de niños?

12.- ¿Por qué se compadeció Dolf de los niños que ivan en la cruzada?

13.- ¿Qué nombre se puso Dolf?

14.- ¿De dónde decía que procedía?

15- ¿Cómo logra organizar la cruzada Dolf?

16.- ¿Por el sacerdote de Espira planteó como un castigo el incendio de esta?

17.- ¿Por qué los niños se ahogaban en el río?

18.- ¿Quiénes son don Anselmus, Carolus y Nicolas?

19.- ¿Logra organizar la cruzada Dolf'?

20.- ¿Quiénes quedan acargo de los cazadores y pescadores?

21.- ¿Dónde viajarían los niños enfermos?

22.- ¿Cuál es el trayecto que pretendían recorrer para llegar a Jerusalen?


57

23.- ¿Se abrió el mar en Génova?

24.- ¿Qué sucedió con el viaje por los Alpes?

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