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Centro Universitario Regional Zona Atlántica

Carrera: Ciencia Política

Asignatura: Ética Política

Año: 2019

Profesora: Medvedev, Eliana

Alumno: Berraz Oroño, Leandro


TRABAJO PRÁCTICO DE LA UNIDAD II

1- UN MAQUIAVELO ESTADISTA O UN MAQUIAVELO PRAGMATICO Y OTRO REPUBLICANO?

Asignación de Capítulos del Príncipe y los Discursos, de Niccolo Maquiavelli, para LECTURA,
DISCUSIÓN en clase y ENTREGA por escrito, como PRIMERA PARTE del Trabajo Practico de la Unidad
2.

Leandro Berraz: El Príncipe, Capitulo 15. Discursos, libro 1, capítulo 2.

NOTA: LA IDEA ES QUE PONGAN LOS TEXTOS ASIGNADOS EN TENSION. ESTAN ELEGIDOS Y
COMBINADOS PARA ELLO.

2- TOMÁS MORO. UTOPÍA O DISTOPIA. Subordinación de la política a la ética o deseos de


permanencia del status quo.

Para todas y todos las mismas indicaciones.


A partir de la lectura del Libro II de Utopía de Tomás Moro. Reflexionar sobre:

Cuáles son LAS INTENCIONES DE MORO?

• Pretende exponer el mejor de los regímenes de gobierno, mostrar un mundo mejor, basado
en la capacidad de organización de los seres humanos, desde una antropología positiva y
con una visión optimista y humanista, basada en la creencia en las posibilidades de la razón
y la bondad humana naturales.

• Plantea una gran ironía, la isla descrita por Hitlodeo sería en realidad una distopía, detrás
de la fachada de sociedad feliz se trataría de una sociedad opresora, hipócrita y aburrida y
Moro expresaría así una contundente crítica al optimismo racionalista.
1. Vastas son las consideraciones acerca de si la figura de Maquiavelo era la de un

estadista o si aquella denotaba una imbricación representada por sus consejos pragmáticos y

por su costado republicano: en esta ocasión mantendremos argumentos tendiendo hacia la

segunda postura.

Ninguna duda cabe de que Maquiavelo fue un hombre contemporáneo en su máxima

expresión, con una plenitud intelectual tal que le permitió discernir y dilucidar los entresijos

del poder, lo cual era evidentemente una tarea compleja si se tienen en cuenta los avatares

políticos suscitados en aquella época, principalmente en el territorio que él habitaba.

Concretamente, el escenario era complejísimo por las razones siguientes:

una ambigua condición social, la pertenencia a la pequeña nobleza empobrecida

ante el avance de una incipiente burguesía, la vida en una época de transición

entre el medioevo cristiano y el Renacimiento preanunciando la modernidad, en

una ciudad de pasiones agrietadas sin un gobierno estable y con movilidad entre

las clases, fueron las particulares circunstancias que incidieron en la mirada

extrañada y perpleja de Maquiavelo al observar su entorno (Sebreli, 2012, p.

77).

El preludio que Sebreli realiza anticipándose a sus consideraciones sobre la obra del florentino

no es casual, dado que considerar a un pensador -sin importar cuanta agudeza intelectual

demuestre- prescindiendo del marco contextual en que sus ideas fueron desarrolladas seria

faltar a la demandante tarea histórico-conceptual que todo investigador debería hacer,


peligrando en caer en aquello que caracteriza a los “profanadores de tumbas”1, utilizando -

inescrupulosamente- conceptos aparentemente desarraigados de su tiempo, aun cuando estos

sean perfectamente inteligibles en la actualidad.

Retomando, afirmaremos que Maquiavelo fue un hombre que tuvo que atravesar un periodo

vívidamente lamentable, en que, burdamente dicho, el deseo por ser testigo de una Republica

armónicamente conformada siempre fue para él un desiderátum, dado los vaivenes viciosos del

papado entrelazados con los de los gobernantes de turno.

Hágase nuestra la consideración del maestro Kovadloff al respecto: “el escritor florentino

aspiraba a una sociedad más justa que aquella en que le tocaba vivir” (S. Kovadloff, Locos de

Dios, p. 133). Para Kovadloff, el empeño intelectual de Maquiavelo estuvo dirigido en dos vías

confluyentes entre sí, caracterizadas por el “estudio del mundo antiguo y la observación del

moderno” (ibidem, p. 134), siendo importante destacar -creemos- la palabra estudio, por un

lado, y la palabra observación por el otro.

Aunque sea una diferenciación sutil, nos parece relevante que la contemplación que

Maquiavelo hacía del presente estuviera profundamente ligada a sus indagaciones sobre la

republica clásica romana, lo que eo ipso es mucho decir.

Por eso es por lo que, como señala Sebreli, “el florentino era un realista que describía con toda

minuciosidad los métodos usados por los políticos de su época, pero su Estado modelo no era

la dictadura sino la republica romana” (Sebreli, El malestar de la política, p. 78). El gran logro

1
Fue el filósofo oxfordiano, Derek Parfit, quien dividió a quienes se dedican a la historia de la filosofía
en dos categorías nítidamente distinguibles: aquellos que son considerados como una especie de
arqueólogos del pensamiento, quienes intentan entender el pasado per se, interpretándolo en los casos
en que la evidencia demuestre ser imperfecta; y, por otro lado, a los mencionados profanadores de
tumbas, quienes tienden a considerar una obra, por ejemplo, en la medida en que eso les permita
consolidar una idea propia soslayando el uso originario que ese artefacto pudo haber tenido.
de Maquiavelo fue, precisamente, llevar a cabo conclusiones paradigmáticas originadas por su

comparación entre la res publica romana y la Italia renacentista.

Pero, además, no solo nos parece indispensable poner de relieve aquella “combinación

intelectual” singular del pensamiento maquiaveliano, sino que también es importante rescatar

las profundas lecciones del dominico ferrarés Girolamo Savonarola hacia el florentino, así

como la incidencia de aquellas enseñanzas en la propuesta político-militar del segundo

(Kovadloff dixit).

Siguiendo a Germán Moldes, “(…) sus acerbas críticas al lujo y el dispendio de la corte papal

romana, su vida frugal y ascética y su conducta incorruptible, eran toda la fuente de su poder”

(G. Moldes, Maquiavelo, ayer, hoy y mañana, p. 14). Queremos dar un freno aquí, para

mantener que, claramente, hay un componente evidentemente moral en la visión de Savonarola

sobre la política de su tiempo, a lo que se agrega que “el entusiasmo por estos principios de

austeridad y continencia no podía ser muy duradero en aquella ciudad de banqueros,

comerciantes y usureros” (ibidem).

De hecho, el ferrarés fue excomulgado por Alejandro VI, encarcelado y, mas tarde, ahorcado

en la Plaza de la Señoría; naturalmente, Maquiavelo “comprendió la insuficiencia de los buenos

propósitos para garantizar la conducción del Estado. Algo mas se requería para que la ética

encontrara algún sustento en el poder” (S. Kovadloff, Locos de Dios, p. 135).

En su obra más conocida, El príncipe, se encarga Maquiavelo de explicitar sus postulados mas

controvertidos sobre el accionar que “debía” tener el Príncipe para conquistar y conservar el

Estado, entre otras cosas.

En cada capitulo imprime un sello teórico caracterizado por su realismo político, al dirigirse

frontalmente a la “verdad objetiva de los hechos”, en contraposición a “su imaginaria

representación” (Maquiavelo, El príncipe, p. 51). Algo inauditamente novedoso en ese tiempo,


que luego va a ser entendido como la inauguración de una nueva concepción de la política

alejada del dogma religioso y de la moralización del proceder político. Véase, sino, la frase

atribuida por Maquiavelo a Cosme de Medici sobre que los Estados no pueden gobernarse con

el pater noster en la mano, teniendo en cuenta que la moral dominante de ese momento se

desprendía de los códigos típicos de la religión cristiana.

Nuestro autor, al enfrentarse de cara a la realidad indeseable que se hacía palpable en ese

momento, afirma -sin concesiones- que las republicas y principados pensados en torno al deber

ser nunca iban a ser genuinas/os, ya que se aprendería de ello más bien la inexorabilidad de su

ruina que su conservación plena.

Entonces, el príncipe ¿debe ser bueno o no? Maquiavelo nos dice que es preferible que no lo

sea, dependiendo de las circunstancias. De ahí su clásico consejo de ser fuerte como el león y

audaz como el zorro; el príncipe, según el capitulo que me ha sido asignado2, debe diferenciarse

claramente del “hombre común”, haciendo uso de cualidades consideradas poco nobles a

simple vista, teniendo en cuenta que, en ocasiones, es más factible inclinarse hacia la crueldad,

la traición, la soberbia, etc., en pos de conservar el Estado y de no privarse del mismo por vicios

(Maquiavelo dixit) que, prima facie, pueden parecer laudables.

Así, al príncipe no debería importarle “la fama que da el practicar los vicios sin los que la

salvaguardia del Estado es imposible, pues si se considera todo debidamente” aquel se hallará

con “algo que parecerá vicio, pero que al seguirlo le procura seguridad y bienestar” (ibidem, p.

52).

Ahora bien, veamos lo que escribe el mismo autor en el capítulo II de sus Discursos…, “puede

llamarse feliz a una república donde aparece un hombre tan sabio que le da un conjunto de

2
El capitulo XV de su obra, llamado De las cosas por las que los hombres, y sobre todo los príncipes,
son alabados o vituperados.
leyes bajo las cuales cabe vivir seguramente sin necesidad de corregirlas” (Maquiavelo,

Discursos sobre la primera década de Tito Livio, p. 259). Esa afirmación tajante e implacable,

¿habría que entenderla según los deseos del propio Maquiavelo de asistir a una república

genuina o tan solo como una descontextualización producto de una investigación estrictamente

histórica?

Preferimos, en este caso, pensar que se dio por la primera razón; aun concerniendo su estudio

estrictamente a otro momento de la historia, no deja de ser, al menos, curioso que se refiera

Maquiavelo a la república como un régimen de gobierno que llegaría a ser feliz en caso de estar

integrado por hombres sabios que le procuren las mejores leyes sin distinción temporal alguna.

Además, Maquiavelo señala una posibilidad en la que las repúblicas podrían mejorar hasta

volverse perfectas cuando carezcan de una constitución tal, lo cual conllevaría precisamente

fundarla -a la constitución- mediante buenos principios.

En Maquiavelo veremos una nítida primacía del gobierno republicano por sobre los gobiernos

unipersonales o monárquicos; en este caso, me quiero remitir a un párrafo muy claro al

respecto:

Respecto a la prudencia y a la constancia, afirmo que un pueblo es más prudente

y constante que un príncipe. No sin razón se compara la voz del pueblo a la de

Dios, porque los pronósticos de la opinión pública son a veces tan maravillosos,

que parece dotada de oculta virtud para prever sus males y sus bienes. Respecto

al juicio que de las cosas forma cuando oye a dos oradores de igual elocuencia

defender opiniones encontradas, rarísima vez ocurre que no se decida por la

opinión más acertada y que no sea capaz de discernir la verdad en lo que oye.

Y si respecto a empresas atrevidas o juzgadas útiles se equivoca algunas veces,


muchas más lo hacen los príncipes impulsados por sus pasiones, mayores que

las de los pueblos. Sus elecciones de magistrados también son mejores que las

de los príncipes, pues jamás se persuadirá a un pueblo de que es bueno elevar a

estas dignidades a hombres infames y de corrompidas costumbres, y por mil

vías fácilmente se persuade a un príncipe (Maquiavelo, 2017, pág. p. 399).

Por cierto, tenemos muy en cuenta que Maquiavelo no desconocía la falibilidad de las distintas

formas de gobierno, que es por lo que se dedica a explicar la espiral cuasi-inevitable de cada

una -al menos, de las más importantes-: la monarquía, que deviene en tiranía; la aristocracia,

que deviene en oligarquía, y la democracia que deviene en licencia.

Las consideraciones de Maquiavelo, por momentos, denotan una total falta de confianza en la

capacidad humana para perpetuar gobiernos duraderos, solidos y felices, y lo ejemplifica muy

bien cuando habla de cómo las generaciones venideras se contraponen a aquellas que

instauraron gobiernos de cierto tipo, provocándose un desentendimiento entre la vieja y la

nueva al punto de generar una ruptura súbita que cambiaria el estado de cosas en otro totalmente

divergente al previo. También, según su análisis, se producen enfrentamientos perjudiciales

entre las mismas generaciones.

Sin embargo, concebimos la última cita en términos contrarios a lo expresado luego de la

misma: vemos en Maquiavelo también una apelación a cierto sujeto -léase, como él lo

menciona, el pueblo- para juzgar de una manera correcta las cosas; Andrés Rosler, en su libro

sobre la república, lo señala diciendo que “la superioridad republicana depende precisamente

de la capacidad de “juzgar las cosas”, lo que, en efecto, “depende completamente de la

capacidad de juicio de los ciudadanos” (A. Rosler, Razones públicas, p. 81), a propósito de una
cita idéntica a la de nosotros -sobre Maquiavelo, por supuesto- que hace para dar cabida a la

noción del “juzgar correctamente”.

Claramente, el prestigio de los ciudadanos no estaba a la orden del día precisamente mientras

que Maquiavelo vivía, lo cual es otro cantar. Sin embargo, no tendrían ningún sentido las

expresiones de Maquiavelo mencionadas más arriba si no hubiera propugnado por una

república, aun con sus luces y sus sombras.

Evidentemente, su rol de consejero no le benefició demasiado en ese sentido; sin embargo,

también mantenemos coincidencias con Kovadloff sobre su “principal” libro, cuando dice que

El príncipe es una

parodia notable de la mentalidad rústica y la conducta despiadada que dominó

en su tiempo; curso tragicómico de pedagogía criminal y demagógica para

aspirantes al trono; brújula orientada hacia un pragmatismo descarnado por

parte de aquellos que se condenan a acabar como empezaron: muertos en manos

de quienes, al derrotarlos, aplicarían su misma lógica para gobernar (Kovadloff,

2018, pág. p. 136)

Se desprende de ello que lo que hizo Maquiavelo no fue reproducir su propio pensamiento

transmutándolo en libro, sino que, por el contrario, observaba -con méritos superlativos- el

entorno que lo rodeaba, el cual era bastante funesto y denotaba las criminalidades de los

poderosos.

Volviendo a una de las obras que nos convoca, los Discursos, habría que poner de relieve que,

pese a la desconfianza y la remarcación del ciclo incesante de gobiernos que devienen malos,
hay una forma de obstruir este eterno retorno según Maquiavelo: se trataría de rescatar la figura

del legislador cuya phronesis le permitiría discernir tales defectos perjudiciales para eludirlos

y tratar de establecer un régimen de carácter mixto, el cual adquiriría su sentido y consistencia

mediante la coexistencia de la monarquía, la aristocracia y la democracia, conformado una

triada fundamental que sospecharía la una de la otra, vigilándose y, en casos necesarios,

contrarrestándose entre sí para evitar abusos de todo tipo.

Habría que destacar que, en caso de que existiera algo así como un gobierno mixto, la idea sería

lograr conjugar los bienes propios de cada régimen particular. Así, habría que considerar la

decisión en el caso monárquico; la sabiduría propia de la aristocracia y la representatividad de

la democracia.

Después de todo, hay vastos pasajes en que Maquiavelo deposita su confianza en el legislador,

en el pueblo, etc., superando el rol unívoco del estadista pragmático, por decirlo de algún modo.

Por supuesto que, muchas veces, el gobernante tiene que ceder ante ciertas prácticas muy

criticables, e inclusive execrables, supeditando su moral a los avatares políticos de la época;

sin embargo, esto no impide pensar que en Maquiavelo no dejamos de encontrar a un aspirante

lucido, contrariado, pero con firmeza a la hora de declarar los principios más honrados que

debería perseguir un gobierno que decida perpetuar la felicidad de una república.

Es paradójico, de hecho, que -si nos atuviéramos a esa corriente de pensamiento que considera

a Maquiavelo un ávido consejero inmoral (o amoral)- el libro haya sido prohibido y provocado

escándalos de todo tipo, tanto en el campo católico como así también en el protestante,

incluyendo a las lecturas peyorativas la famosísima de Federico el Grande, rey de Prusia.

Kovadloff mantiene que “la burda estrategia de sus enemigos consistió en atribuir a

Maquiavelo las atrocidades que, en la sombra, ellos mismos no dejaban de cometer” (S.

Kovadloff, Locos de Dios, p. 138).


Quisiera finalizar el trabajo con algunas consideraciones sobre el ultimo capítulo3 de El

príncipe, porque se hacen nítidos otros aspectos que difieren completamente de los capítulos

precedentes, y que se trata de la manifestación de Maquiavelo sobre la aparición de un nuevo

príncipe que pudiera superar los grandes problemas que enfrentaba Italia en su momento, con

el propósito de llevarla a la gloria.

Maquiavelo se refiere a este “nuevo” príncipe destacando que “es necesario a un hombre

prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de gobierno, por la cual, honrándose a sí

mismo, hiciera la felicidad de los italianos” (Maquiavelo, El príncipe, p. 227).

Este último capitulo es evidentemente muy revelador, puesto que claramente emergen

elementos importantísimos tales como la virtud que debería tener un príncipe nuevo para lograr

la unificación de Italia, nada menor si se tienen en cuenta las consideraciones sesgadas de un

Maquiavelo pretendidamente inmoral e, inclusive, amoral.

No por nada Maquiavelo dice que “para conocer la virtud de un espíritu italiano, era necesario

que Italia se viese llevada al extremo en que yace hoy…” (Maquiavelo, El príncipe, p. 228),

declarando una especie de condición sine qua non lamentable mediante la cual -únicamente-

la emergencia inusitada de un espíritu insólito lograría llevar a la población a la felicidad de la

república, curando a “Italia de sus heridas” (Maquiavelo dixit).

En palabras de Kovadloff, “para Maquiavelo se trata de transitar de un tipo a otro de

mandatario, y ello, para bien de la república”, comprendiendo que “la satisfacción del súbdito

es indispensable” dado que la “disconformidad del pueblo, al verse reiteradamente desoída,

arrastra a la desesperación y el pueblo termina alzándose contra el príncipe” (S. Kovadloff,

Locos de Dios, p. 139).

3
El ultimo capitulo es el XXVI, titulado de la siguiente manera: Exhortación a liberar a Italia de los
bárbaros.
Claro que Maquiavelo hace solamente una especie de sugerencia al respecto, contraponiendo

esa sutil insinuación al énfasis desarrollado en su otra obra tan importante; en este sentido, seria

pertinente no olvidar que Maquiavelo le dedica su obra nada menos que a Lorenzo de Médici.

Entendemos, en definitiva, que Maquiavelo no habla en El príncipe de su pensamiento político

precisamente, sino que se refiere específicamente al arte de preservar y reforzar el estado del

príncipe; en cambio, creemos que es en su obra de los Discursos… en donde, de manera plena,

se explaya y traza un recorrido enmarcado en las configuraciones más deseables que debería

tener una republica que quisiera alcanzar la felicidad en términos de una aspiración irreductible.

Nos gustaría finalizar con algunas palabras que Maquiavelo le expresa a Francesco

Guicciardini -gobernante de Modena y Reggio- en una carta fechada el 17 de mayo de 1521:

“Porque yo creo que el mejor modo de encaminarse hacia el Paraíso consistiría en conocer el

camino del Infierno, a fin de evitarlo” (Maquiavelo, Epistolario, p. 233).

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