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Jesús explica cómo obtener la vida eterna, 19:16-30

En las secciones anteriores Jesús defendió la dignidad y valor de las mujeres y de los niños. En esta
sección procura rescatar a un joven de la esclavitud de los bienes materiales y devolverle la
dignidad humana. Aprovechó la ocasión para advertir a los discípulos del peligro de las riquezas.

Un joven rico busca la vida eterna, 19:16–22. El joven vino buscando la vida eterna y Jesús quiso
introducirlo a esa dicha. Para hacerlo, sin embargo, tuvo que llevarlo paso a paso a reconocer los
conceptos erróneos que tenía en cuanto a la vida eterna y como obtenerla. En efecto: Jesús le
mostró cómo no podía salvase para luego explicarle cómo salvarse.

Semillero homilético

¿Cuál camino lleva a la vida eterna?

19:16–22

Introducción: En el relato de la entrevista entre Jesús y el joven rico encontramos diferentes


caminos que los hombres muchas veces prueban para encontrar la vida eterna:

I. El camino engañoso de la moral y las buenas obras.

II. El camino equivocado de las riquezas y la justificación.

III. El camino verdadero de seguir a Jesucristo.

Conclusión: ¿Cuál es el camino que has de elegir? Decide dar la prioridad a Jesús y tendrás la
vida verdadera.

Se puede describir al joven como enérgico, pues en un derroche de energía, propio de jóvenes,
vino corriendo (Mar. 10:17); equivocado, pues quería hacer algo para poseer la vida eterna (v. 16);
estimado por Jesús, pues Jesús le amó (Mar. 10:21), y por el pueblo, pues era un principal, quizá
líder en la sinagoga o miembro del Sanedrín (Luc. 18:18); exigido, pues Jesús demandó que se
desprendiera de sus bienes materiales y le siguiera; entristecido, pues no estaba dispuesto a hacer
lo que Jesús demandaba para que obtuviera la vida eterna (v. 22). Además era rico en los bienes
materiales (v. 22); religioso y de alta moral, pues había guardado los mandamientos (v. 20); y
reverente, pues se arrodilló delante de Jesús (Mar. 10:17).

En la casa del joven rico seguramente había abundancia, pero en su corazón había miseria y
escasez. Tenía bienes materiales, pero no tenía paz y seguridad para con Dios. Su búsqueda de
vida eterna es una confesión implícita de la falta de ella. Los judíos generalmente pensaban que
había tres señales del favor de Dios: buena salud, muchos hijos y riquezas. Pero el joven ya sabía
que las riquezas materiales no aseguran la vida eterna.

Parece que Jesús le mandó al joven guardar los mandamientos como condición para obtener la
vida eterna; sin embargo, el testimonio uniforme de las Escrituras es que el obedecer a los Diez
Mandamientos es imposible para el hombre, y aunque fuera posible, tampoco asegura la vida
eterna. El propósito de la ley era llevar, como ayo o tutor, a los hombres a Cristo (Gál. 3:24). Es
decir, la ley le muestra al hombre su pecado para que esté en condiciones de arrepentirse y
confiar en Jesús. Jesús menciona cinco de los seis mandamientos que tienen que ver con las
responsabilidades horizontales (sociales), omitiendo el último que tenía que ver con la codicia.
Quizá el joven podía decir con sinceridad que había guardado esos cinco, por lo menos según la
letra. Sin embargo, el resumen —amarás a tu prójimo como a ti mismo (v. 19)— incluye el último
mandamiento. Seguramente, él tendría problemas en afirmar la obediencia a éste, pues más
adelante se muestra indispuesto a deshacerse de sus bienes.

El joven insiste diciendo: ¿Qué más me falta? (v. 20). Jesús responde demandando que él venda
todas sus posesiones y que reparta a los pobres. Parece otra vez que ésta sería la condición para
obtener la vida eterna; pero el hecho de hacer buenas obras, aun repartiendo todos sus bienes, no
es lo que Dios exige para obtener la vida eterna. Jesús sabía que el joven amaba sus bienes
materiales y confiaba en ellos. Por eso quiso guiarlo a eliminar el obstáculo que impedía su amor a
Dios y dependencia de él, actitudes esenciales para la salvación.

Todos los pasos anteriores tenían el propósito de guiar al joven a dejar de confiar en sí mismo y en
sus bienes, y poner toda su confianza en Jesús, siguiéndolo. Esta es la condición absoluta y final
para obtener la vida eterna. No es la pobreza, ni la religiosidad, ni la sinceridad, ni el prestigio
humano que salva, sino la confianza en Jesús y el seguirlo obedientemente.

Si comparamos el relato del joven rico en los sinópticos, descubrimos que Mateo no sigue el texto
de Marcos y Lucas. Estos dos presentan al joven dirigiéndose a Jesús con la salutación: Maestro
bueno, ¿qué haré para obtener la vida eterna? (Mar. 10:17; Luc. 18:18). Mateo cambia el texto así:
Maestro, ¿qué cosa buena haré…? (v. 16). Aquí nuestra versión traduce este pasaje
correctamente, en contraste con la RVR de 1960. También acierta nuestra versión en v. 17 con la
pregunta: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno?, nuevamente en contraste con la RVR de
1960. Con toda seguridad Marcos escribió su Evangelio primero, pero Mateo se sintió libre para
variar el texto ligeramente, puesto que fue testigo ocular.

Dios es el primero

Un locutor radial confesaba durante su programa que cuando él se sentía mal acudía a Dios para
que lo sacara de esa situación adversa. Tenía como lema de su vida la conocida leyenda "Dios es
mi copiloto", pues Dios venía en su ayuda cuando el locutor no podía controlar su vida. Ante esa
declaración, un pastor le escribió animándole a seguir confiando en el Señor pero deseaba
aclararle una cosa. Que Dios no es un copiloto; no es un segundo, no es el "ayudante", sino que
él es el piloto, es el primero, es quien conduce la vida de los hombres. El Señor no está a nuestro
lado "por si acaso le necesitamos". Sólo que debemos permitir que él sea quien maneja el
timón, el volante o los comandos de toda nave. De esta manera, conduciendo él nuestra vida,
podremos llegar a buen puerto y bien seguros. El locutor, agradecido, invitó a ese pastor a que
lo acompañara en su programa de radio.
Esta variación en el texto podría atribuirse al hecho de que la lectura de Marcos y Lucas parece
implicar que Jesús no aceptaba el título Maestro bueno, afirmando: Ninguno es bueno, sino sólo
uno, Dios (Mar. 10:18; Luc. 18:19). Mateo eliminó este aparente problema con su arreglo del
texto. Sin embargo, se puede entender que en el texto de Marcos y Lucas Jesús estaba diciendo en
realidad: “¿Por qué me llamas bueno, un título que se reserva para Dios, cuando no me reconoces
como Dios?”

Esta demanda de deshacerse de los bienes materiales no debe tomarse como una norma uniforme
para todos los que desean entrar en el reino, pues fue dirigida a una persona que tenía una
necesidad particular. El joven estaba poseído por sus posesiones, esclavizado por las riquezas.
Toda persona que se encuentra en esta condición tiene que tomar medidas radicales para poder
entrar en el reino. Jesús tampoco enseñó que hay una virtud especial ni superioridad espiritual en
el hecho de hacer “voto de pobreza”. Hay múltiples ejemplos de hombres ricos en la Biblia y en la
historia cristiana que han contribuido generosamente con sus bienes para aliviar la necesidad
física y espiritual del hombre y extender el reino de Dios.

Vanidad de las riquezas

Hay quienes lo poseen todo, pero aun así viven en la infelicidad. Muchos conocen el cuento de
León Tolstoi acerca de aquel rey que estaba enfermo y que sólo podía curarse si traían ante su
presencia a un hombre que no tuviera ambiciones y que por lo tanto era feliz. Si se encontraba
ese hombre, el rey se curaría y encontraría la felicidad con sólo ponerse su camisa. Después de
buscar por todas partes al hombre feliz, finalmente lo encontraron. El rey ordenó traerlo ante su
presencia para pedirle la camisa y ponérsela. Pero el hombre feliz, para sorpresa de todos, no
tenía camisa.1

1
Carro, D., Poe, J. T., Zorzoli, R. O., & Editorial Mundo Hispano (El Paso, T. . (1993–). Comentario
bı́blico mundo hispano Mateo (1. ed., pp. 253–256). El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.

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