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Tebas es la ciudad de los grandes templos del antiguo Egipto (Luxor y Karnak), y de las célebres
necrópolis de la ribera occidental, donde se enterraron a los faraones y nobles del Imperio Nuevo de
Egipto, denominados el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas.
El templo de Luxor, fue realizado durante el Imperio Nuevo. Estaba unido al templo de Karnak mediante
una avenida (dromos) flanqueada por esfinges. Fue construido por dos faraones fundamentalmente,
Amenhotep III (construyó la zona interior) y Ramsés II, que finalizó el templo. También otros faraones
contribuyeron al embellecimiento del recinto con decoraciones, construcciones menores, bajorrelieves y
otros cambios, como Ajenatón, Tutankamón, Horemheb, Nectanebo I y Alejandro Magno.
Dromos en Luxor
El templo, constaba de dromos, dos grandes obeliscos, situados a cada lado de la puerta de entrada (uno
fue trasladado y erigido en la Plaza de la Concordia de París en 1833), y dos grandes estatuas sedentes,
ante los pilonos, del monarca Ramsés II.
Estatuas del Faraón Ramsés II y obelisco
Dispone de un gran patio, columnata procesional, atrio, sala hipóstila, salas de Mut, Jonsu, y Amón-Min,
cámara del nacimiento, sala de ofrendas, vestíbulo, santuario de la barca y varios santuarios.
Templo de Karnak:
Durante siglos, este lugar fue el más influyente centro religioso egipcio. El templo principal estaba
dedicado al culto del dios Amón, pero como en otros templos egipcios también se veneraba a otras
divinidades.
el recinto de Amón-Ra,
el recinto de Montu,
el recinto de Mut,
el templo de Jonsu,
el templo de Opet,
el templo de Ptah.
Existía también un lago sagrado, numerosos templetes y capillas de menor tamaño, y múltiples estancias y
almacenes situados dentro de los muros que circundaban el recinto principal.
La entrada, entre dos inmensos pilonos, está precedido por un dromos ("camino del dios") o avenida de
esfinges, con cabeza de carnero, símbolos del dios Amón. Se accede a un gran patio porticado donde se
encuentra, a la izquierda, un templete del faraón Seti II, una de las columnas de Taharqo y la monumental
estatua de Pinedyem I, a la derecha el templo de Ramsés III, al frente, la sala hipóstila, y un poco más al
fondo, los obeliscos de Thutmose I y Hatshepsut; después hay una serie de estancias, con patios
menores, y el santuario, a los que sólo tenían acceso el faraón y los sacerdotes.
La sala hipóstila de Karnak es una de las partes más singulares del conjunto religioso. Con 23 metros de
altura, es un espacio arquitectónico cuya cubierta está sustentada por 122 gigantescas columnas que son
más altas en las dos filas centrales, conformando un gran pasillo, cuya disposición posibilita iluminar desde
el eje de la sala. Como material se utilizó la piedra, tallada en bloques que conforman los tambores de las
columnas. Estas sustentaban en basas y terminaban en gigantescos capiteles papiriformes y
campaniformes, sobre los cuales se apostaban enormes dinteles que sostenían una cubierta adintelada.
Para sus súbditos, el faraón Tutankamón era en parte hombre y en parte dios. Su muerte en el año 1323
a. C. marcó el final de una era: el fin de Egipto como poder imperial. Las circunstancias que rodean la
muerte de Tutankamón están envueltas en misterio. Igualmente, oscura es la razón del tamaño de su
tumba, anormalmente pequeña. Y a pesar de todo, gracias al descubrimiento de Howard Carter unos
3.000 años más tarde, no hay faraón mejor conocido y más querido por los aficionados a la egiptología
que Tutankamón. En el interior de su tumba, Carter descubrió magníficos tesoros que habían permanecido
ocultos durante miles de años. Para una cultura que creía que ser recordado era el camino hacia la vida
eterna, la conservación de la tumba de Tutankamón deja bien claro que sus anónimos y olvidados
enemigos fracasaron miserablemente.
Por razones políticas, el faraón-niño sería olvidado, y su nombre no debería volver a ser mencionado
jamás durante el resto de la eternidad, un destino peor que la muerte para los antiguos egipcios. Pero por
algún extraño golpe de suerte, el olvido de Tutankamón mantuvo su tumba a salvo de los saqueadores.
Luego, “descubierta por el arqueólogo Howard Carter en 1922, la tumba de Tutankamón aportó una
impresionante colección de tesoros: más de 5.000 piezas, muchas de ellas en un estado impecable. Se
trataba de la tumba real mejor conservada descubierta jamás, y proporcionó a los egiptólogos una visión
sin precedentes de la vida material de un faraón que reinó en el siglo XIV a. C.” (Hessler, 2016)