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El significante Nombre-del-Padre ordena el lenguaje, y con él al mundo y a las

cuestiones cruciales sobre la existencia, como son el sexo, la vida y la muerte

Una persona está bien cuando puede amar y sentirse amada; cuando trabaja y se
siente relativamente contenta con el trabajo que hace; cuando relativiza los
acontecimientos trágicos, sabe que nada es absoluto, que nada es definitivo y que
nada es eterno. Está curada, también, la persona que se permite jugar como un chico,
sin complejos. Es la persona que sabe que al interior de ella hay un niño y es bueno
dejarlo manifestarse sin avergonzarse de eso. Una persona está curada cuando no le
afecta sentirse dependiente de otra. Por el contrario, si alguien no soporta la
frustración, no tolera la dependencia porque la hace sentir débil o frágil, ahí hay un
problema. Eso es una persona curada, alguien que ha logrado una cierta madurez en
la vida. Ser adulto es un ideal al que no llegamos nunca.
Noticias: En cierta medida todos sufrimos… ¿Entonces todos necesitamos curarnos
de algo?
Nasio: Sí pero no todos precisamos un terapeuta. Todos sufrimos, sí, porque
amamos, y no podemos no amar. No existe el ser humano solo, que no ama. Aún el
ermita extremo en el medio del desierto ama a Dios. Todos necesitamos amar o
sentirmos amados, así como respiramos, es una necesidad fisiológica que se impone,
no la decidimos. A partir del momento en que amamos, sufrimos, porque el amor y el
dolor van juntos. Cuando amamos nos pegamos, nos atamos a alguien o algo, y
cuando eso pasa hay inevitablemente separaciones. El punto, volviendo a su
pregunta, es cuándo consultar con un terapeuta. Hay tres condiciones fundamentales:
sufrimos mucho; el sufrimiento invade nuestra vida, nuestros espacios; y se extiende a
lo largo del tiempo. Cuando el sufrimiento es intenso, invasor y durable entonces hay
que consultar con un terapeuta. Si no, será el sufrimiento de todos los días, porque no
hay vida sin sufrimiento, si sabemos asimilarlo y seguimos viviendo lo mejor que se
pueda.
Noticias: Usted hace una referencia muy importante a la empatía terapeuta-paciente
en su libro. ¿Qué diferencia a esa empatía de la que puede tener un amigo y qué
sucede cuando no se establece ese vínculo?
Nasio: La empatía es fundamental entre paciente y terapeuta, pero a veces no se dá.
No involucra solo a la palabra, sino también a la mirada, al rostro, a la presencia física,
es imperceptible. Pero algo importante a tener en cuenta es que esa empatía, en una
relación paciente/psicoanalista, no basta, por eso yo hablo de una doble empatía. El
terapeuta debe sentir lo que siente el otro de modo inconsciente y, además, lo que ha
sentido siendo niño y que después olvidó. Cuando analizo a alguien lo que me interesa
es aquello que esa persona sentía cuando era pequeña. Trato de vivir lo que vive el
paciente hoy, y también lo que vivió hace mucho tiempo. El analista va a tener una
doble empatía: una inmediata, superficial, y otra profunda, anciana.
Noticias: Sentir es una palabra que usted usa mucho…
Nasio: Es verdad, porque yo trabajo con la emoción, con mi inconsciente que vive
captando emociones. La prioridad no es lo que pienso sino lo que siento. Mis actos
están inspirados por mis sentimientos y mis pensamientos, por ambos. Estoy cargado
de disponibilidad emotiva.
Noticias: Volvamos al tema del tiempo… ¿Es un buen o un mal signo psicoanalizarse
por 10, 20 años y a veces con el mismo terapeuta?
Nasio: Algo no anda bien si una terapia lleva tanto tiempo. Lo idea es que no dure
más de dos o tres años, seis meses en el caso de un niño. Pero puede haber
salvedades. Hay personas que están veinte años psicoanalizándose con el mismo
profesional, y eso sucede, tal vez, porque encontraron que esa relación de
dependencia las ayuda a vivir. En casos así se tratará, tal vez, de relaciones
problemáticas, pero benéficas.
Noticias: En la Argentina se ha dado una suerte de polémica entre algunos
psicoanalistas respecto de la neurociencia. ¿Usted qué opina?
Nasio: Está descubriendo de manera científica algunos de los supuestos que ya
habían sido enunciados por el psicoanálisis sin justificación. Por ejemplo, Sigmund
Freud hablaba de las células con memoria ya en 1895. Los neurocientíficos le dan
base científica a los psicoanalistas. Y el neuropsicoanálisis está muy en boga en
Francia actualmente.

Del mismo modo, si se entiende que lo que hace posible a la psicosis es el


rechazo del significante primordial (la castración), la psicosis no se hará
manifiesta hasta que el significante reaparezca alucinatoriamente en lo real. Lo
que quiere decir que un sujeto estructuralmente psicótico puede tener una vida
en condiciones que se llamarían habituales hasta que se desencadena el delirio
cuando el significante primordial le aparece.

¿Qué significa discurso? Es la adecuación de hábitos, de usos y costumbres, que


proponen a la comunidad histórica, una regulación de los goces permitidos,
posibles, para garantizar una configuración estable de los lazos sociales

Y otra forma de estar silenciado el deseo en el sujeto, se da en la psicosis, donde


también existe un sufrimiento sintomático y consecuencias en general más
trágicas en sus vínculos sociales, donde la exclusión social suele estar bastante
presente, más que en la neurosis y la perversión. Son los llamados locos.
Ha sido discutida la posición de Freud respecto a la esquizofrenia, en concreto
si del psicoanálisis podían o no beneficiarse los esquizofrénicos. Es cierto que
dejó escrito que no. No mantuvo la misma opinión con respecto a la paranoia y
a la melancolía. Y fue posteriormente Lacan quien planteó un tratamiento
posible de la psicosis, pues aunque el psicótico está fuera de discurso no está
fuera del lenguaje, como cualquier sujeto.
Fuera de discurso es que antes de hacerse pregunta ya le llega la respuesta y
todo tiene una significación unívoca tal y como ocurre en los delirios. Siendo
estos, los delirios, tal como Freud ya elaboró, un intento imaginario, no
simbólico, de restitución del desastre en general angustioso, del caos subjetivo
que ocurre en los episodios psicóticos, esas urgencias subjetivas cuando se
desencadena el brote psicótico.
Lacan plantea un posible tratamiento de la psicosis desde el psicoanálisis e
invita a los psicoanalistas a no retroceder ante la psicosis y poner a prueba
también la teoría analítica y el dispositivo analítico en la psicosis, lo mismo que
en la neurosis y la perversión, aunque no sea la misma manera de intervenir.
Por tanto, ninguna heroicidad, sí disponibilidad. Restituir al loco su estatuto de
sujeto, escucharlo.
BION
El analista está comprometido en una tarea de intentar ayudar al niño a
encontrar la persona adulta que palpita dentro de él y, a su vez, mostrar
también que la persona adulta que él es, todavía es un niño.
El ideal es que ambas partes diferentes convivan en un creativo vínculo de tipo
“simbiótico”
Lo que importa es que, en la situación analítica, la relación del paciente no debe
entenderse sólo con la persona del analista, sino, también del propio paciente
consigo mismo, como, por ejemplo, de su consciente con su inconsciente, de su
parte infantil con la adulta, de la “parte psicótica” con la “no psicótica”, de
aquella que es verdadera con la otra parte suya que falsifica y miente, etc. Bion
enfatiza la necesidad de que el analista reúna condiciones para poder
discriminar esas diferentes partes y procurar integrarlas. Así, él afirma que el
objetivo esencial de la actividad interpretativa del analista es la de promover la
apertura de nuevos vértices de observación y de presentar al paciente la
persona más importante que él jamás podrá lidiar, o sea, él mismo (1992ª, p. 13).
Debe haber una capacidad del analista de abrir nuevos vértices de observación
de un mismo hecho psíquico, de propiciar en el paciente el desarrollo de una
condición de establecer correlaciones entre sus partes distintas, entre un
pensamiento y otro pensamiento, un sentimiento con otros sentimientos, una
idea con un sentimiento, etc. Esa forma de abrir otra forma de auto-
visualización tiene una extraordinaria importancia en el psicoanálisis actual, y
está basada en el hecho que, así como el niño forma la imagen de sí mismo
según los moldes como lo ve su madre, también el paciente está en gran parte
condicionado a la visión que el analista tenga de los potenciales del paciente.
El desarrollo de esa capacidad de “res-petar” sólo será posible si el analista (tal
como la madre, en el pasado) poseyera las capacidades de empatía y de revèrie,
o sea, de continencia.
Bion pone en alerta contra los riesgos de que el analista repita aquello que los
padres de muchos pacientes hicieron, condenándolos de algún modo a vivir
para cumplir con las expectativas grandiosas de ellos, los padres. Lo que la
persona quiere, dice él, es comportarse como una persona común, y tener el
espacio para vivir como un ser humano que comete errores. Tal vez no haya
experiencia más frustrante para un paciente que aquella en la cual, gracias a un
enorme esfuerzo consigue hacer una confidencia guardada de largo tiempo o
presentar una pequeña mejoría, bastante significativa para él, aunque pueda
parecer invisible o banal desde el punto de vista de un observador externo, y no
ser comprendido por su analista, lo que refuerza antiguos sentimientos de estar
siendo des-respetado. Sirve como ejemplo de eso la observación de Bion de que
en el amor de una persona por otra del mismo sexo cualquier sugerencia, por
parte del analista, de un comportamiento homosexual, mata la pequeña planta
que está naciendo, pues ser capaz de amar a alguien que es igual a sí mismo
puede ser un paso en el camino hacia amar a alguien distinto.
El analista debe ser empático, es decir, colocarse dentro del paciente para que
juntos sientan el sufrimiento del paciente.
Bion recomienda que el analista debe tener el coraje de darse cuenta que la
aparente armonía y tranquilidad de la situación analítica no es más que una
estagnación estéril, la cual él denomina como calma de la desesperación y que ,
a partir de esa percepción, el analista pueda provocar una turbulencia
emocional.
La capacidad de ser continente pasa porque a todo contenido (carga de
necesidades y angustias del niño, o del paciente) debe corresponder un estado
de continente (de la madre, o del analista), Bion concibió como una de las
“condiciones necesarias mínimas” la función del analista de acoger las
proyecciones de aquello que es intolerable para el paciente, decodificarlas,
transformarlas, darles un significado, un sentido y un nombre, para devolverlas
sólo después de estar debidamente desintoxicadas, bajo la forma de
señalamientos o interpretaciones, en dosis adecuadas, al ritmo que cada
paciente en particular consigue soportar. La función “continente” alude, por lo
tanto, a un proceso activo, y no debe ser confundida con un “recipiente”, en
cuyo caso se trata de un mero depósito pasivo. Un aspecto que me parece
particularmente importante en relación a esa función de continencia es lo que
suelo denominar función custodia, o sea, el paciente deposita aspectos suyos,
dentro de la mente del analista, a la espera de que éste, tal como pasa con un
depósito de bienes materiales a ser custodiados, en forma de una moratoria,
contenga durante algún tiempo (puede ser varios años, especialmente con
pacientes bastante regresivos) para después devolver al paciente, su legítimo
dueño, cuando tuviera condiciones de rescatarlos.
Un aspecto muy desafiador para la condición de “continente”, del analista, nos
pone en alerta Bion, es cuando el paciente proyecta una carga agresiva
exagerada, particularmente aquella que tiene un cuño descalificador. Así,
ciertos pacientes, de cualquier forma, intentan probar que el analista está
equivocado; consideran al analista tan ignorante que no les puede ofrecer
ninguna ayuda, o que él es tan inteligente que podría hacer su trabajo sin
ninguna ayuda de ellos, los pacientes. Más adelante (p. 114)), completa: habría
algo muy errado en su paciente en el caso que no pudiera hacer leso al analista.
Al mismo tiempo hay algo muy errado en el analista cuando no consigue
tolerar que lo hagan leso; en el caso que pueda tolerar eso, y si UD. soporta
quedar irritado, entonces UD. puede aprender algo.
La paciencia debe situar al analista de forma que soporte el dolor de una
espera, mientras no surge una luz en el foso del túnel depresivo del paciente.
La “paciencia” no significa una actitud pasiva, de resignación o algo parecido;
por el contrario, ella consiste en un proceso activo dentro del analista. Como
dice Bion: al comienzo, el analista desconoce lo que está ocurriendo; en caso de
ser honestos, tenemos que admitir que no tenemos la menor idea de lo que está
ocurriendo. Pero, si nos quedáramos, si no huyéramos, si continuáramos
observando al paciente, “va a emerger un patrón”
En otro momento, (1992b, p. 100), Bion afirma que el analista debe dar un buen
tiempo para que el paciente manifieste plenamente los sentimientos de
desesperación, depresión, inadecuación, o de una insatisfacción resentida con el
análisis y con el analista (así como la madre debe abrir un espacio para
acompañar la depresión del hijo); por lo tanto, completa él, no debemos ser
demasiado prematuros en dar una interpretación “tranquilizadora”.
No hay un solo analista que mantenga la ilusión de que si él interpreta una
determinada actitud, ésta desaparece. Para mí, por ejemplo, la actitud del
paciente puede durar, digamos...15 años. El análisis es un trabajo de Penélope
—todos los días UD. teje la tela y, luego que el paciente sale, ella se deshace—.
Si no estuviéramos preparados para ver el análisis así, es mejor cambiar de
profesión.
El terapeuta ha de contener sus propias angustias derivadas de su no saber
aquello que está pasando en la situación analítica, ya que tenemos un horror al
vacío, odiamos estar ignorantes.
En la ausencia de esa capacidad, las interpretaciones dadas al paciente podrán
no representar nada más que una tentativa del analista para aliviar su propia
angustia, “llenando” el vacío de aquello que está ignorando. De manera
equivalente, puede ocurrir que el analista no tenga la capacidad de contener su
propia angustia de no frustrar al paciente, y con eso hacer interpretaciones
prematuras, aunque puedan ser correctas, de modo que él pueda estar
asesinando la curiosidad del paciente, al mismo tiempo que, entero, puede estar
asesinando su propia capacidad intuitiva. Como un derivado directo de la
condición de “capacidad negativa” por parte del analista, Bion postuló la
recomendación técnica de un cierto estado mental del terapeuta en el transcurso
de una sesión analítica: un estado de sin-memoria, sin-deseo y sin comprensión.
La finalidad mayor de que la mente no quede saturada con la memoria, deseos
y la necesidad de comprensión inmediata, es para que los órganos de los
sentidos no queden tan predominantes y, así, no dificulten la emergencia de la
capacidad de intuición del analista.
El analista debe tener una capacidad de mirar con un tercer ojo, no sensorial,
con una visión para dentro o partiendo desde dentro del sujeto.
El analista debe lanzar sobre su propia visión una faja de oscuridad, para que
se pueda ver mejor,
El analista debe saber escuchar no sólo las palabras y los sonidos, sino también
la música. Igualmente él mencionaba frecuentemente la concepción del filósofo
Kant de que “intuición sin concepto es ciega; concepto sin intuición es vacío”,
siendo que cabe al analista promover un matrimonio entre la intuición y el
concepto, de tal manera que generen un pensamiento moderno completo.
El analista debe tener amor a las verdades, se constituye en una de las CNM
más enfatizadas por Bion, no obviamente en ser el dueño de conocimientos que
juzga ser las verdades absolutas, sino que él sea verdadero consigo mismo, por
lo tanto, como condición sine qua non, que él tenga actitud psicoanalítica de
querer conocer y enfrentar las verdades, las de él, las del paciente y las del
vínculo entre ambos, por muy penosas que sean. A esa función del
conocimiento Bion consideró como siendo uno de los vínculos esenciales, que
designó con la letra “K”, o, al estar al servicio de negar y evitar el conocimiento,
la designación es “-K”. Así, se puede desprender de Bion, que ser verdadero va
mucho más allá de un deber ético, es una imposición técnica mínima, a ser
transmitida al analizando, y a ser dirigida en profundidad, a la búsqueda de las
verdades originales. Este aspecto que estamos abordando, tiene una profunda
repercusión en la práctica analítica, ya que alude directamente al vínculo de la
pareja analítica y, consiguientemente, se refiere a la actividad interpretativa y a
los criterios de crecimiento mental del paciente. Así, dice Bion, cuando un
paciente busca a un analista, eso sugiere que necesita de una inyección
poderosa de verdad, aun cuando no le guste, entretanto el miedo a conocer las
verdades puede ser tan poderoso que las dosis de verdades son letales (1992-a,
p. 61). Eso quiero creer, constituye un llamado de alerta para que el analista no
confunda “amor a las verdades” con un estado mental de una permanente
“caza obsesiva a las supuestas verdades”, hasta porque la búsqueda de la
libertad, harto mayor que la que puede propiciar un análisis, es indisociable de
la verdad.
Amor sin verdad no es más que pasión; verdad sin amor no pasa de ser
crueldad.
Un analista debe tener en cuenta que por favor, pisa despacio, porque estás
pisando en mis sueños queridos...
Todas esas condiciones necesarias para un analista de ninguna manera
excluyen el hecho de que, antes que nada, él “también es persona”, y como todo
ser humano tiene sentimientos, debilidades e idiosincrasias.
Un aspecto particularmente importante en relación a la condición mínima
necesaria del analista ser verdadero consiste en el riego, durante el proceso
analítico, de una formación de colusiones inconscientes del analista con las
falsificaciones del analizando.
Hay pacientes que intentan limitar la libertad del pensamiento y, por
consiguiente, de interpretación, del analista. Son pacientes que quieren imponer
el “no quiero oír que haya algo malo conmigo” (p. 30).
Del mismo modo, Bion también advierte para que el analista se prevenga contra
la formación de una colusión con pacientes que prefieren lo que él denomina
una cura cosmética, muchas veces de bonita apariencia, pero que es superficial
e inestable, ya que es encubridora de aquello que es sentido por el paciente
como una fealdad interna, siendo que eso es propio de aquellos analizandos
que no quieren deshacerse de sus proteicos disfraces mentales. A la manera de
una síntesis de lo que fue expuesto en este capítulo, se puede decir que la
formación de una indispensable “actitud psicoanalítica interna”, resultante de
la adquisición de las “condiciones mínimas necesarias”, implica la condición de
que el analista discrimine las siguientes transformaciones en la situación
analítica: • oír no es lo mismo que escuchar; • mirar es diferente de ver,
descubrir; • entender no es lo mismo que comprender; • tener la mente
saturada con la posesión de las verdades es bien distinto de un estado mental
de amor por las verdades; • simpatía no es lo mismo que empatía; • recipiente
no es lo mismo que continente; • ser “buenito” no debe ser confundido con ser
bueno; • interpretar correctamente no significa que hubo un efecto eficaz; •
adivinar o “tincar” no es la misma cosa que intuir; • hablar no es lo mismo que
decir; • saber no es lo mismo que, de hecho, ser!

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