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Resumen:
En la década del setenta surge una nueva realidad mundial caracterizada por el fenómeno de
la Revolución Científica y Tecnológica Mundial, y la conformación de un nuevo paradigma
tecno-productivo y de la Sociedad de la Información y el Conocimiento. En esta nueva realidad,
el conocimiento y la investigación se transforman en factores estratégicos para propiciar el
desarrollo de los países y mejorar su posición en la nueva división internacional del trabajo. A
partir de la definición y caracterización de este contexto, en el presente artículo se evalúa la
situación de América Latina. Se realiza una descripción del comportamiento y las políticas de
CyT implementadas por la región a partir de las reformas estructurales de carácter neoliberal, y
se estudian las consecuencias de estas políticas por medio de un análisis con indicadores
estadísticos que permiten comparar la situación de la región frente a los países
industrializados.
Introducción
Hacia fines del siglo XX distintos autores coinciden al reconocer transformaciones significativas
en el escenario nacional e internacional, que alcanzan las esferas tecnológica, organizacional,
geopolítica, informacional, comercial y financiera, institucional, cultural y social conformando y
difundiendo un nuevo orden mundial (Lastres, 2000).
Castells describe una nueva economía, sociedad y cultura en formación de alta complejidad
que se adivina en acontecimientos como: una revolución tecnológica centrada en las
tecnologías de la información, el proceso de reestructuración profunda del capitalismo
caracterizado por una mayor flexibilidad en la gestión y la interdependencia a escala global de
las economías de todo el mundo (Castells, 1999).
A pesar de que es común calificar a esta actual etapa del capitalismo como globalización
(poniendo el acento en el aumento del comercio, los movimientos de capital y el aumento de la
interdependencia global), la caracterización de la economía y la sociedad actual debe tomar
como elemento fundamental los cambios profundos en el nivel técno-productivo, por lo tanto,
para abordar la realidad contemporánea, es fundamental tener en cuenta el fenómeno de la
Revolución Científico y Tecnológica Mundial.
Dicha Revolución ocurrida en la década de 1970 se percibe como punto de ruptura, ya que
produce una amplia aceleración, difusión y generalización de las nuevas tecnologías de la
información, que convergirán para constituir un nuevo paradigma tecnológico- productivo,
dando surgimiento a una sociedad de nuevo tipo, la Sociedad de la Información y el
Conocimiento.
Thomas Kuhn, en su célebre obra “La estructura de las revoluciones científicas” (1962) postula
que la ciencia avanza de dos formas contrapuestas, dentro de un paradigma y por su
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reemplazo. En el primer momento estamos en presencia de un período de ciencia normal, en
el que la ciencia avanza por la exploración exhaustiva y satisfactoria de un número restringido
de fenómenos establecidos por el paradigma vigente. En el segundo momento ocurre una
revolución científica, el reemplazo del viejo paradigma por otro nuevo e incompatible con el
anterior, por parte de la comunidad científica en su totalidad.
Por su parte Schumpeter indica que existen innovaciones radicales (definidas como un nuevo
producto o proceso que se traslada de la esfera científico-técnica a la técnico-económica e
inicia todo un rumbo tecnológico nuevo) cuya capacidad para transformar todo el aparato
productivo exige calificarlas de verdaderas revoluciones tecnológicas. Dichas revoluciones
conducen a profundos cambios estructurales y transforman el modo de producir, vivir y la
geografía económica mundial (J. S. Schumpeter, Business Cycles: a theoretical and statistical
análisis of the Capitalist Process, 1939, analizado por Carlota Pérez, 1986).
La RCyTM puede ser caracterizada por cuatro procesos claves: 1) el vertiginoso aumento en el
número de descubrimientos científicos, y desarrollo simultáneo y convergente de los mismos;
2) el acortamiento de los tiempos entre esos descubrimientos y su aplicación concreta en la
esfera de la producción, con la consiguiente multiplicación de los bienes y servicios; 3) la
pérdida de importancia de las materias primas y la fuerza de trabajo en general, suplantadas
por la ciencia y la tecnología, insumos claves de un nuevo paradigma técno-económico; y 4) el
espectacular desarrollo de la energía nuclear, la electrónica, las ciencias espaciales, la
informática, las telecomunicaciones, la biogenética y los nuevos materiales que favorecieron el
surgimiento de nuevos núcleos dinámicos en la economía mundial (Eduardo Martínez 1994,
citado por Araya 2000).
Según Carlota Pérez para que dicho insumo llegue a transformarse en factor clave debe
cumplir las siguientes condiciones: a) costo relativo bajo y con tendencias decrecientes, b)
oferta potencialmente ilimitada, c) evidente universalidad de usos, y d) debe encontrarse en la
base de un sistema de innovaciones técnicas y organizativas capaces de modificar las
características y reducir los costos del equipamiento, la mano de obra y los productos.
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difusión del nuevo paradigma es su capacidad para superar las limitaciones específicas
enfrentadas por el paradigma anterior, ofreciendo oportunidades en cuanto a productividad
potencial e inversión en nuevas áreas (Carlota Pérez, 1986, pág. 49 a 51).
El nuevo paradigma de las tecnologías de la información tiene de acuerdo con Castells las
siguientes características fundamentales:
2) Los efectos de las nuevas tecnologías tienen una alta penetrabilidad en todos los aspectos
de nuestra existencia.
3) Predominio de la lógica de red, que gracias a las nuevas tecnologías puede ser
implementada en cualquier tipo de proceso.
Se ha dicho que una revolución tecnológica, la actual o cualquier otra, va más allá de la
introducción de nuevos productos y procesos, ya que lleva a la articulación de un nuevo
paradigma técno-económico que exige la renovación de todo el aparato productivo existente.
Retomando a Carlota Pérez el efecto sobre el sistema productivo implica nuevos criterios en
cuanto a eficiencia, organización de la empresa, requerimientos de trabajo, composición de la
producción, patrón de inversión, innovación y localización geográfica. Se produce entonces un
desacoplamiento entre un marco socio institucional establecido para favorecer el despliegue
del paradigma anterior y los nuevos requerimientos de la esfera técnico-económica
profundamente mutada. Las transformaciones requeridas en el marco socio-institucional
abarcan modificaciones en los planos educativo, político, ideológico y cultural en general, tanto
en el ámbito nacional como internacional.
Un cambio de este alcance es prolongado y difícil por la inercia de las instituciones existentes y
la defensa de los intereses creados asociados al viejo paradigma, pero también es un momento
de indeterminación. “No se trata de un mero determinismo tecnológico. Lo que un paradigma
establece es el amplio espacio de lo posible. Dentro de él, las fuerzas sociales escenifican las
confrontaciones, experimentos institucionales y arreglos de compromiso o cooperación, cuyo
resultado es el marco que en última instancia moldea, orienta, selecciona y regula el curso
definitivo que asumirá el nuevo potencial” (Carlota Pérez, 1986, pág. 58).
No es tan sencillo definir a la sociedad actual porque sin duda dicho concepto se encuentra en
construcción. Distintos autores han propuesto diferentes formas de categorizar a la nueva
realidad que emerge a partir de la Revolución de las Tecnologías de la Información. Así se
encuentran, entre otras, denominaciones como: era, economía o sociedad de la información,
del conocimiento o del aprendizaje; sociedad informacional o en red; sociedad post-industrial,
post-fordista o post-moderna.
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Según de Masi (2000) es natural -y de hecho ya ocurrió respecto a la definición de la Sociedad
Industrial- que se produzca un desfasaje entre el ingreso de la humanidad a una nueva época,
y su conceptualización a partir de la percepción del cambio y de la identificación del elemento
esencial en base al cual la nueva época puede ser rotulada. Por esa razón el autor prefiere la
denominación “sociedad post-industrial”, ya que no hay consenso en torno a un único factor
central para definir la realidad (De Masi, 2000).
De modo que aunque es cierto que el desarrollo de las TIC´s a partir de la RCyTM ha dado
empuje al proceso de codificación, también es cierto que hay un tipo de conocimiento que no
puede transformarse en información porque está enraizado en las rutinas de la vida
económica. Y además aunque se haya facilitado el acceso a la información, el conocimiento
sigue siendo central para decodificar el contenido de esas informaciones y transformarlas en un
insumo útil para determinar la productividad y competitividad de cada empresa o nación.
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del nuevo paradigma tecno-productivo y la emergencia de la Sociedad de la Información y el
Conocimiento no ocurrieron por accidente o en el vacío, sino en un período histórico particular:
a partir de la reestructuración capitalista iniciada en el último cuarto del siglo XX, producto de la
crisis y el agotamiento del patrón de acumulación fordista keynesiano típico del modo de
desarrollo industrial.
La crisis del capitalismo estuvo caracterizada entonces por una fuerte caída de la actividad
económica, el incremento del paro y una elevada tasa de inflación. Fue una crisis de tres
dimensiones o en tres fases: se inició como una crisis energética en 1973, y para 1976 se
había convertido en una crisis industrial, pues cuando se hizo evidente que la caída en la
demanda de los productos industriales no era pasajera las empresas vieron la necesidad de
iniciar un proceso de reconversión industrial para detener el crecimiento de stocks y eliminar la
capacidad ociosa. Finalmente fue una crisis financiera tanto a nivel nacional como
internacional; en el plano interno se manifestó en el fuerte endeudamiento de las empresas
para enfrentar la caída de la demanda y el proceso de reconversión, y las posteriores quiebras
y suspensiones de pagos que repercutieron sobre las entidades financieras; en el plano
internacional dicha situación hizo explosión con la crisis de la deuda de los países
latinoamericanos iniciada en 1982 (Tamames, 1999).
Coriat (1988) y Aglietta (1991) coinciden al señalar que las primeras señas del agotamiento del
modelo fordista keynesiano se encuentran a mediados de 1960, cuando los límites propios de
la organización del trabajo fordista comenzaron a manifestarse en forma de conflictos obreros
intensificados y aumento de la indisciplina del trabajo. Para ellos la crisis de 1970 es producto
de la crisis de la organización científica del trabajo (el agotamiento de los métodos tayloristas y
fordistas) que se tradujeron en el debilitamiento de la productividad global del trabajo que
constituía el soporte más seguro de la acumulación del capital desde hacía más de veinte
años.
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social reforzaban la inflación que se transformó en un problema sistemático del mundo
capitalista. Su crisis llevó a un redefinición del papel del Estado, en una ola que se inició en los
países desarrollados y que luego se extendió a través de las recomendaciones del “Consenso
de Washington” a los países pobres; se produjo una retracción de la participación directa del
estado en los mecanismos de asignación de recursos económicos, un proceso de rápida
liberalización comercial y financiera, y una intensa desregulación de los mercados de bienes,
servicios y factores de producción.
Por otro lado la decadencia relativa de la hegemonía de EEUU socavó el marco político estable
que sostuvo la expansión de la economía liberal mundial de posguerra. Al completarse la
recuperación de Japón y Europa Occidental estos países alcanzaron niveles de productividad
similares a los de EEUU, y entonces las políticas norteamericanas se volvieron más centradas
en su propio país incrementando los conflictos con otras naciones e inaugurando un período de
creciente proteccionismo económico, inestabilidad monetaria y crisis económica (Gilpin, 1990).
“El modelo keynesiano de crecimiento capitalista que originó una prosperidad económica y una
estabilidad social sin precedentes para la mayoría de las economías de mercado durante casi
tres décadas desde la Segunda Guerra Mundial, alcanzó el techo de sus limitaciones
inherentes a comienzos de la década de 1970 y sus crisis se manifestaron en forma de una
inflación galopante. Cuando los aumentos del precio del petróleo de 1974 y 1979 amenazaron
con situar la inflación en una espiral ascendente incontrolada, los gobiernos y las empresas
iniciaron una reestructuración en un proceso pragmático de tanteo que aún se está gestando a
mediados de la década de 1990, poniendo un esfuerzo más decisivo en la desregulación, la
privatización y el desmantelamiento del contrato social entre el capital y la mano de obra, en
que se basaba la estabilidad del modelo de crecimiento previo […]. La innovación tecnológica
y el cambio organizativo centrados en la flexibilidad y la adaptabilidad fueron absolutamente
cruciales para determinar la velocidad y la eficacia de la reestructuración” (Castells, 1999, pág.
44 a 45).
Algunos autores entienden que la RCyTM es sólo una etapa más de un largo proceso histórico
en la construcción de la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Dicho proceso se
remonta al origen de la Modernidad en la Europa del sigo XIV; continúa con el desarrollo de la
Revolución Científica de los siglos XVI y XVII que consagra el advenimiento del método
científico moderno; se refuerza con las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX que al
provocar un extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas permiten la ampliación de las
aplicaciones potenciales del conocimiento científico y tecnológico en la producción de bienes;
conoce una nueva etapa a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando la ciencia y la
tecnología pasan a ocupar el centro del sistema productivo y a ser objeto de planificación por la
políticas gubernamentales; y finalmente evidencia un salto cualitativo en la década de 1970
cuando una verdadera Revolución Científico y Tecnológica configura el nuevo paradigma
tecno-económico actual (Albagli, 1999).
Araya, afirma que la crisis económica y el shock del petróleo de 1973 fueron el motor del
desarrollo científico y tecnológico que dio impulso a la RCyTM. La nueva situación desató en
los países industrializados la preocupación en relación a la escasez futura de algunas materias
primas estratégicas para el desarrollo económico y militar, de modo que empezaron a
privilegiar a la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías como herramienta para
superar la crisis y reafirmar su hegemonía a nivel mundial. “De esta manera, el desarrollo de
nuevas tecnologías en la búsqueda de fuentes energéticas alternativas sólo fue el impulso
inicial de una avalancha de innovaciones que se registraron en diversas áreas, y que pronto se
expandieron sobre el resto de las actividades productivas, generando un proceso realmente
revolucionario” (Araya, 1999, pág. 39).
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En cambio según Castells la Revolución de las Tecnologías de la Información no fue
determinada por una necesidad social (es decir, la necesidad del capitalismo de reestructurarse
para hacer frente a la crisis) sino que su inducción fue tecnológica. Para él la revolución como
tal nació en la década de 1970, ya que aunque pueden encontrarse precedentes científicos e
industriales de las nuevas tecnologías desde 1940 es en 1970 cuando tuvieron lugar los
principales avances y descubrimientos en la microelectrónica, los ordenadores, las
telecomunicaciones y la ingeniería genética. Además en ésta década se produjo la difusión
amplia de las nuevas tecnologías lo que aceleró su desarrollo sinergético y permitió que
convergieran en un nuevo paradigma.
De modo que respecto al origen de la RCyTM las tesis de ambos autores no son excluyentes,
pues aun con diferencias los dos reconocen la incidencia del contexto de crisis del modelo de
acumulación precedente como factor de importancia para el impulso del surgimiento de nuevas
tecnologías y sus aplicaciones, al igual que el papel reforzador del desarrollo sinergético y
convergente de las tecnologías.
Al respecto, Lastres y Ferraz (1999) enumeran las características principales del nuevo
paradigma tecno-productivo previamente definido:
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• El cambio en el perfil de los distintos agentes económicos y de los recursos humanos,
exigiéndose un nivel más amplio de calificación de los trabajadores.
• Las exigencias de nuevas estrategias y políticas, así como de nuevas formas de regulación
e intervención estatal.
Para autores como Wallerstein y Braudel la economía capitalista como sistema mundial se
origina en el siglo XVI en Europa. Siguiendo una línea similar Ferrer expresa que la
globalización como tal no es un fenómeno nuevo sino que tiene cinco siglos, ya que el sistema
internacional global se constituye a partir de la última década del siglo XV con el
descubrimiento de América y la llegada de los portugueses a Oriente (Ferrer, 1996).
Castells por su parte, señala que bien es cierto que la acumulación de capital ocurre a escala
mundial al menos desde el siglo XVI, la economía global es una realidad nueva y distinta de
aquella economía mundial. “Una economía global es algo diferente. Es una economía con la
capacidad de funcionar como una unidad en tiempo real a escala planetaria. Aunque el modo
capitalista de producción se caracteriza por su expansión incesante, tratando siempre de
superar los límites de tiempo y espacio, sólo a fines del siglo XX la economía mundial fue
capaz de hacerse verdaderamente global en virtud de la nueva infraestructura proporcionada
por las tecnologías de la información y la comunicación” (Castells, 1999, pág.120).
Según Lastres son dos los catalizadores del actual proceso de globalización: la creciente
desregulación de los mercados financieros y de capitales, y el desarrollo y difusión de un nuevo
paradigma tecno-económico de las tecnologías de la información y la comunicación
(Cassiolato, 1999). Por primera vez en la historia, las actividades nucleares trabajan como una
unidad de tiempo real a través de una red de interconexiones:
• El mercado de capitales funciona las 24 horas del día integrando los distintos mercados
financieros del mundo.
• Los mercados de bienes y servicios se globalizan cada vez más gracias a los acuerdos de
liberación comercial, y gracias al avance de las nuevas tecnologías aplicadas a la
comunicación y el transporte que dan a las grandes empresas oportunidades y canales de
venta por el mundo.
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científica por parte de los sectores productivos de las economías desarrolladas como medio
para aumentar la calidad y eficiencia de sus procesos de producción.
No obstante la caracterización de esta nueva fase de mundialización del capital como global es
necesario tener en cuenta que el proceso de reestructuración capitalista y la difusión del nuevo
modo de desarrollo en que la información y el conocimiento son centrales, no ocurre de forma
homogénea a escala planetaria. En otras palabras, “la economía global no abarca todos los
procesos económicos del planeta, no incluye todos los territorios ni a todas las personas en sus
trabajos, aunque si afecta de forma directa o indirecta la subsistencia de la humanidad
completa. Mientras que sus efectos alcanzan a todo el planeta, su operación y estructura
reales atañen sólo a segmentos de las estructuras económicas, los países y las regiones, en
proporciones que varían según la posición particular de un país o región en la división
internacional del trabajo. […] Mientras que los segmentos dominantes de todas las economías
nacionales se encuentran vinculados a la red global, hay segmentos de países, regiones,
sectores económicos y sociedades locales desconectados de los procesos de acumulación y
consumo que caracterizan a la economía informacional/global” (Castells, 1999, pág. 129 a
130). Y estos sectores desconectados o marginales no se encuentran sólo en los países de la
periferia, sino que pueden situarse en el mundo desarrollado.
Por otro lado, el núcleo de la nueva estructura económica internacional lo constituye la tríada
formada por EEUU, la Unión Europea y Japón cuyos vínculos se refuerzan en materia de
comercio internacional -principalmente de bienes de alto contenido tecnológico-, dependencia
financiera, transferencia de tecnologías y alianzas entre sus firmas. También es esta zona la
que ostenta la supremacía en el campo de la innovación tecnológica, lo que se observa
en la cuantía de recursos humanos y financieros destinados a ese fin.
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no saben, entre los que tienen y no tienen acceso al conocimiento científico y tecnológico, entre
quienes están conectados o desconectados a la Red” (Piñón, 2004, pág. 35).
Pero el análisis de la evidencia empírica permite ver que aquellos que sostienen dicha tesis
basan sus análisis estadísticos en los países que componen la tríada, es decir que el fenómeno
no es global sino que ocurre esencialmente en los países más desarrollados, es a lo sumo una
“triadización”. Lo que se verifica es una marcada concentración de la producción de
información, conocimiento y tecnologías estratégicas en unidades y espacios físicos bien
delimitados.
Siguiendo esta lógica, para otro grupo de autores en oposición a los defensores del
tecnoglobalismo, la generación y difusión de conocimientos e innovaciones representa un caso
de no globalización. Ellos destacan que en el proceso de globalización económica sobresale
tanto la real intensificación del movimiento de expansión de algunas actividades, como la
desigual difusión de innovaciones técnicas, organizacionales e institucionales, y la tendencia al
reforzamiento del policentrismo tripolar y de las asimetrías entre este polo y los países en
desarrollo (Lastres y Ferraz, Maldonado, 1999).
Según datos de la CEPAL “los países desarrollados concentran el 84,4% del gasto bruto en
investigación y desarrollo (GBID) y un porcentaje algo menor de los investigadores científicos e
ingenieros (71,6%). Otros indicadores revelan con mayor crudeza las asimetrías vigentes entre
los países desarrollados y en desarrollo: la proporción del GBID por habitante es 19:1, la
relación en el número de investigadores científicos e ingenieros por habitante es 7:1 y el GBID
por investigador es más del doble […]. Esta concentración significa que en los países
desarrollados se localizan no solo la investigación y el desarrollo propiamente tales, sino
también los sectores y las actividades productivas más estrechamente vinculadas al cambio
tecnológico, que se caracterizan por un gran dinamismo dentro de la estructura productiva y el
comercio mundiales, así como por sus altas tasas de innovación” (CEPAL, 2004, pág. 41).
Para analizar la difusión dispar de las nuevas tecnologías el Informe sobre el Desarrollo
Humano 2001 propone un Indice de Adelanto Tecnológico (IAT) por el cual se determina en
que medida participa un país en su conjunto en la creación y uso de la tecnología; a fines de
graficar la concentración de los recursos científico-tecnológicos dicho Informe brinda algunos
datos que le permiten concluir respecto a la desigual distribución internacional de la
tecnología. “A los países de la OCDE donde reside el 14% de la población mundial, se atribuyó
el 86% de las 836.000 solicitudes de patentes presentadas en 1998 y el 85% de los 437.000
artículos aparecidos en publicaciones técnicas especializadas en todo el mundo. Asimismo
esos países hacen mayores inversiones, en términos absolutos y relativos, con un promedio
del 2,4% de su PIB en investigación y desarrollo, en comparación con el 0,8% de los países en
desarrollo. La innovación significa también propiedad. El 54% de todas las regalías y los
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derechos de licencia correspondientes a 1999 fueron a parar a los EEUU y el 12% a Japón”
(PNUD, 2001, pág. 41). En lo referente al uso de Internet el Informe señala que el 79% de los
usuarios de la misma vive en países de la OCDE. Finalmente la misma fuente señala que
entre los 30 principales exportadores de productos de alta tecnología sólo 11 están en el
mundo en desarrollo -entre ellos se encuentran los países del Sudeste Asiático, Israel, México
y Brasil-, mientras que los tres primeros puestos son ocupados por EEUU, Japón y Alemania.
Además de estos datos estadísticos, otros fenómenos deben ser tenidos en cuenta al abordar
el estado actual de concentración del poder científico-tecnológico mundial.
Para Araya (1999) el proceso de brain drain o pérdida de cerebros por parte de los países
periféricos hacia los industrializados, a partir de la puesta en práctica por estos últimos de
políticas explícitas de selectividad de inmigrantes altamente calificados, es el más apropiado
para entender el proceso de concentración del poder científico y tecnológico. Para ejemplificar
dicho proceso Sánchez Daza (2004) señala que entre 1975 y 2001 el porcentaje de extranjeros
con grado de doctor que trabajan en instituciones académicas norteamericanas se elevó del
12% al 21%; con variaciones según el campo científico, habiendo algunos en los que llegan a
representar el 40% por ejemplo en el caso de la computación e ingeniería; estos datos indican
que EEUU realiza una clara política de atracción de ésta mano de obra especializada.
Finalmente otro efecto negativo de este nuevo modo de producción de conocimiento que
enfatiza la concentración del poder científico y tecnológico es la presión sufrida por científicos
de zonas e instituciones periféricas en relación con las limitaciones en la elección de temas a
investigar (Taborga, 2001). La cooperación internacional, acelerada por las TICs, incide
poderosamente en la estructuración de la agenda de investigación, -en la selección de los
temas, los problemas, los enfoques y las soluciones que se consideran de mayor valor-; en
principio, en esa selección pesarán más los grupos científicos más fuertes y con acceso más
directo a fuentes de financiamiento. Por consiguiente, la cooperación científica internacional
puede ayudar no sólo a que los científicos del Tercer Mundo trabajen con mayores
rendimientos sino también a que lo hagan preferentemente en torno a cuestiones
seleccionadas en el Primer Mundo, las que pueden o no coincidir con las prioridades de sus
propios países; de esta manera puede argumentarse que las TICs permiten que
investigadores radicados en países periféricos formen de hecho parte de equipos científicos de
los países centrales, en una suerte de "fuga de cerebros parcial" (Arocena y Sutz, 2001).
De este modo puede apreciarse que el análisis de la brecha científica y tecnológica incluye no
sólo las disparidades en cuanto a recursos financieros y humanos dedicados a las actividades
vinculadas al conocimiento hoy consideradas estratégicas, sino también la exclusión de
algunos países de los procesos centrales de producción de conocimiento y el hecho de que
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sean los países industriales los que imponen la agenda de los temas prioritarios de
investigación a nivel mundial de acuerdo a sus necesidades y expectativas; esto último
adquiere mayor dimensión si es cierto que apenas 5% -o menos según otras estimaciones- de
la investigación mundial se dirige a problemas que sólo están presentes con fuerza en el
subdesarrollo (Arocena y Sutz, 2001), demás está decir que la única forma de abordarlos es a
partir de un esfuerzo de investigación original por parte de países como el nuestro.
Aquello que Bernal-Meza define como “la globalización como perspectiva ideológica” es similar
a lo que Ferrer (1998) enuncia como la “visión fundamentalista de la globalización”. Dicha
visión sugiere que el dilema de desarrollo en un mundo global ha desaparecido porque en la
actualidad las decisiones principales no las adoptan los estados sino los agentes
transnacionales. Dichos agentes tienen la capacidad para resolver sobre la asignación de
recursos, el cambio técnico y la distribución del ingreso; las fronteras han sido borradas por la
revolución tecnológica y hoy son los mercados globales los que disponen cual es la suerte de
cada país integrante del orden mundial, ya que los estados son impotentes para influir en las
cuestiones cruciales. En este contexto lo único que pueden y deben hacer los estados es
aplicar políticas amistosas para los mercados y así atraer a los actores transnacionales que
son quienes promueven el crecimiento y la competitividad de los países.
Es por esto que el dilema del desarrollo sigue hoy vigente, y además se ha complejizado ya
que los actuales avances en ciencia y tecnología refuerzan los vínculos entre los países y su
contexto externo.
Para Ferrer la experiencia histórica es útil y concluyente. “Los cambios en las posiciones
relativas de poder de las potencias atlánticas en el transcurso del Primer Orden Económico
Mundial revelan la incidencia de la resolución del dilema ámbito interno-contexto externo entre
las naciones que lideraron, a partir del siglo XV la expansión de ultramar.
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El desarrollo […] estuvo siempre asociado a dos condiciones básicas. A saber, la participación
en la globalización de la economía mundial y el crecimiento autocentrado en procesos de
acumulación de capital y cambio tecnológico afianzados, en primer lugar, en los recursos
propios y el mercado interno” (Ferrer, 1996, pág. 410).
Esta afirmación adquiere mayor relevancia en el actual contexto que hemos caracterizado
como una nueva etapa de la globalización y mundialización del capital, y por la emergencia de
la Sociedad de la Información y el Conocimiento a partir de la RCyTM, por la cual el
conocimiento y al investigación se transforman en factores estratégicos para el desarrollo
económico y social. De modo que el dilema del desarrollo, así como la posición del país en la
nueva división internacional del trabajo y el acortamiento de la brecha, estará determinado
fundamentalmente por la dirección estatal para definir políticas públicas principalmente en la
dimensión científica y tecnológica.
Es necesario señalar que así como existe una visión hegemónica e ideológica de la
globalización también existe una visión hegemónica de lo que debe ser la ciencia y la
tecnología en el mundo contemporáneo, que surge de la primera. Es decir que el término
globalización es portador de ideas y visiones provenientes de los centros hegemónicos que
para América Latina implican no sólo recomendaciones en materia de ajuste económico, sino
también en materia de reorganización universitaria –antes señalada- y nueva política científica
y tecnológica.
Sánchez Daza (2004) señala que es a través de las organizaciones internacionales que se
transmiten las visiones políticas dominantes, por eso analiza los planteamientos centrales en
materia de ciencia y tecnología provenientes de la ONU, la OCDE, el Banco Mundial y la
Cumbre Mundial para la Sociedad de la Información. En los cuatro casos observa que las
propuestas se basan en una concepción lineal del desarrollo tecnológico según la teoría
económica neoclásica, y que todos plantean políticas a seguir según la experiencia de los
países desarrollados –supone best practices recomendadas sin tener en cuenta la
especificidad local- que inculyen: privatizaciones parciales de los sistemas de ciencia y
tecnología y educativo, transferencia de recursos hacia el sector empresarial, fortalecimiento de
los derechos de propiedad intelectual, internacionalización de la colaboración científica entre
países desarrollados y en desarrollo, y la apertura al comercio exterior así como a la inversión y
a la tecnología foránea como camino más rápido para alcanzar el desarrollo científico-
tecnológico. El problema fundamental es que éstas políticas no alteran la situación de
concentración de los recursos de ciencia y tecnología, por el contrario sólo son parte de las
estrategias del capital a nivel mundial que mantienen y reproducen las diferencias entre los
países.
A lo largo de toda esta primera parte se evaluaron las características y consecuencias del
proceso de RCyTM y de la difusión de un nuevo paradigma tecno-productivo en que el
conocimiento es un recurso central, varias de las transformaciones acaecidas desde 1970
tienen efectos excluyentes para países como el nuestro. Para evitar la exclusión y la
irrelevancia, para no arribar a aquello que Albornoz (1996) llama la tesis obvia de la
marginalidad de la ciencia en países a su vez marginales, es necesario contrarrestar las
tendencias actuales por medio de políticas activas cuyo diseño –suponiendo que se
reconociera la necesidad de aplicarlas y existiera la voluntad política para hacerlo- no es
sencillo. A continuación, se evaluará brevemente la situación de América Latina frente al nuevo
escenario de la Sociedad de la Información y el Conocimiento
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Este acontecimiento no ocurre en el vacío sino que se da conjuntamente –y estableciendo
lazos de reciprocidad- con el proceso de reestructuración capitalista de los años ochenta
caracterizado por una mayor flexibilidad en la gestión –ante el fin del período de expansión de
las economías capitalistas por la crisis económica y monetaria de fines del sesenta e inicios del
setenta, y la posterior suba de los precios del petróleo-, y el aumento de la interdependencia a
escala global de las economías del mundo. Este último fenómeno, el proceso de globalización
de la economía mundial, es impulsado por el intenso ritmo de innovación protagonizado por los
conglomerados transnacionales cuyo resultado es una reorganización de la producción, la
comercialización y el consumo a escala global; y tiene como elemento central los cambios en
el sistema financiero internacional como consecuencia de la utilización de la informática y las
telecomunicaciones –que transformaron en instantáneos los flujos financieros- y del explosivo
incremento en el movimiento de capitales y la consecuente inestabilidad financiera. Además se
produce la reformulación del papel del estado que actúa cada vez más como facilitador de las
acciones de las empresas transnacionales.
Los años ochenta se caracterizan por una gran inestabilidad en la economía internacional, que
se manifestó en grandes fluctuaciones de las tasas de crecimiento, de los precios y de los
flujos de comercio y capital, lo que motivó reajustes periódicos en las tasas cambiarias y de
interés. Como respuesta a ésta situación los países centrales delinearon diferentes estrategias
de ajuste macroeconómico y de reestructuración industrial –todas caracterizadas por la
presencia del estado en la generación de las condiciones financieras y humanas que demanda
el desarrollo científico y tecnológico percibido como central-. De este modo EEUU logró
recuperar sus niveles de actividad productiva y comercial, mientras que Japón y la Unión
Europea –comandada por Alemania- aumentaron su participación en el mercado mundial de
productos industriales a partir de una mayor competitividad. Se fue delineando entonces una
Tríada de poder bajo cuyo liderazgo se consolidó el capitalismo especialmente luego de la
caída del comunismo en 1989-1991.
El nuevo paradigma tecnológico y productivo colocó a aquellos países que no lograron adecuar
su estructura científica, tecnológica y productiva en una situación crítica, mientras que por el
contrario obtuvieron una inserción exitosa aquellos que planificaron y pusieron en práctica
políticas explícitas para potenciar sus capacidades científicas –un ejemplo ha sido la política de
la Unión Europea que implementó un conjunto de proyectos comunes en ciencia y tecnología
con el objetivo de lograr una mayor competitividad relativa frente a los otros dos polos de la
Triada-. En este marco la RCyTM ha jugado un rol regionalizador, ya que la competencia
desatada a nivel internacional por el control de los mercados y nuevas tecnologías ha llevado a
los países a proteger su transformación productiva a través de la integración económica
regional, y también en la aparición de nuevas formas de cooperación internacional en materia
de ciencia y técnica (Araya, 2000).
Para América Latina el proceso más significativo de la década del setenta fue el creciente
endeudamiento facilitado por la disponibilidad de liquidez internacional y la transnacionalización
de las instituciones bancarias que culminó en la generalizada y profunda crisis de la deuda
cuyo punto de inicio es la declaración de la moratoria mexicana en 1982. Ante las moratorias
se iniciaron las negociaciones entre acreedores y los países deudores en la que jugaron un
papel importante el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el manejo de la crisis
tuvo distintas etapas pero en definitiva las negociaciones permitieron a los acreedores obtener
la continuidad de los pagos a costa de enormes servicios financieros –que hicieron que a
mediados de los ochenta los flujos de capital procedente de América Latina superaran los flujos
hacia la región- basados en la utilización de recursos fiscales y políticas de ajuste.
14
Hacia los noventa América Latina inició una dichas reformas que sentaron un nuevo modelo de
crecimiento cuyo objetivo era expandir las exportaciones y lograr la integración competitiva en
el mercado mundial. El origen de dichas reformas puede ser vinculado con las políticas que
debieron seguir los países de la región para cumplir con sus compromisos de deuda, con el
fracaso de los gobiernos latinoamericanos de mediados de los ochenta para generar
estabilidad y crecimiento económico, y finalmente con la existencia de un fuerte consenso entre
la comunidad financiera e industrial internacional y los gobiernos de los principales países
industriales acerca de que debía hacerse en América Latina para producir estabilidad y
crecimiento y al mismo tiempo apoyar sus intereses en la región (Erber, 2000).
Los gobiernos latinoamericanos adoptaron estas ideas como conceptos directrices e iniciaron
políticas de apertura desregulación y privatización. Se produjeron cambios en la estructura
productiva y en el marco regulatorio que delinearon un nuevo modo de acumulación
caracterizado por la pérdida de hegemonía de la industria como factor de crecimiento y de
ocupación, el eventual resurgimiento de las actividades “recursos naturales-intensivas” como
eje del desarrollo, un perfil empresario liderado por los grupos de capital nacional y las
empresas transnacionales, y la mayor apertura de la economía a los flujos financieros y
comerciales (Bisang, 1995). La transición desde un paradigma de desarrollo endodirigido
liderado por el estado hacia otro más abierto y desregulado induce en los países de la región el
desarrollo de nuevos patrones de especialización productiva y de inserción en los mercados
mundiales de bienes y servicios, gradualmente un cierto modelo de organización de la
producción y de comportamiento institucional y tecnológico fue desplazado por otro (Katz y
Stumpo, 2001).
Si se evalúan los resultados de las reformas de los años noventa se aprecia en el manejo de lo
macroeconómico un evidente progreso regional –clara disminución de la tasa de inflación-, en
cuanto al sector externo los países estuvieron mucho más abiertos al comercio que en años
anteriores, pero la información disponible muestra que la región en su conjunto no mejoró en lo
que a penetración en los mercados mundiales se refiere –aunque algunos países si lograron
ganar participación relativa en las corrientes mundiales de comercio, destacándose el caso de
México- ; además el aumento mayor de la tasa de crecimiento de las importaciones frente al de
las exportaciones habla de cierta vulnerabilidad en el sector externo del nuevo modelo.
Finalmente el desempeño global de la región aparece como insatisfactorio si se tienen en
cuenta los índices de productividad y equidad distributiva que en promedio no muestran
mejoras a largo plazo, salvo con respecto a la década perdida de los años ochenta.
“Durante los años inmediatamente anteriores y posteriores al cambio del milenio, el rumbo
económico seguido en la mayor parte de los países de la región durante la década de los
noventa entró en una crisis que se expresó en sucesivos cataclismos financieros y recesión
15
que pusieron en evidencia lo insostenible del modelo de desarrollo basado en el
endeudamiento. Se registró además un aumento de la pobreza, exclusión social y desempleo.
Gradualmente, algunos de los rumbos del período inmediato anterior comenzaron a ser
abandonados a finales del siglo veinte y en los primeros años del actual. Un mayor
protagonismo del estado y al sociedad civil, un interés renovado en la cooperación regional y
una mayor atención puesta en el logro de capacidades mínimas en ciencia y tecnología están
siendo nuevamente considerados como condición necesaria para retomar senderos de
desarrollo económico y social” (RICYT, 2003, pág. 19).
La nueva ortodoxia a la que adhirió América Latina en los noventa supone el libre
funcionamiento de las señales de precios como mecanismos de coordinación y el
convencimiento de que los agentes económicos privados son más eficientes que los públicos,
ambas premisas tienen efectos sobre las políticas públicas en general y sobre la política
científica-tecnológica en particular porque las propuestas que de dichas premisas se derivan
procuran eliminar las formas de intervención estatal y trasladar las empresas publicas al sector
privado. Dicho de otra manera, si se confía el desarrollo a los mecanismos de mercado, la
política científica y tecnológica sólo puede jugar un rol si dichos mecanismos de mercado fallan
y su intervención deberá ser por medio de políticas horizontales diseñadas para tratar a todos
los sectores por igual.
Para Dagnino, Thomas y Davyt (1996) es erróneo plantear que las orientaciones neoliberales
de los estados latinoamericanos no producen una política tecnológica, “lo que ocurre en verdad
es que esa política es tan simple y evidente que resulta redundante su explicitación. Además,
esta explicitación implicaría un riesgo político innecesario. En el marco global de la visión
simplista neoliberal, política productiva industrial y política tecnológica son expresadas
coherentemente a partir de una restringida serie de postulados de libre comercio. En este
sentido, cualquier restricción a la apertura –cualquier intento de proteccionismo- es por
definición, antimodélica” (Dagnino, Thomas y Davyt, 1996, pág. 42). Según la teoría neoclásica
los conocimientos científicos y tecnológicos son de libre disponibilidad por tanto es inadecuado
e innecesario destinar recursos para generar lo que ya está disponible, siguiendo ésta
racionalidad la importación de tecnología es la política tecnológica más eficaz y barata para
lograr la inserción competitiva en el mercado mundial. Al negar las diferencias significativas
entre capitales de diferente origen y al concebir a la IED como vehículo de modernidad se
destruye el argumento que fue un determinante importante de la política del área durante la ISI,
la ambición de mayor autonomía nacional.
El nuevo modelo de desarrollo establecido en América Latina a partir de los noventa trae
consigo una serie de nuevos elementos relevantes en la formación de un nuevo perfil
tecnológico, entre los que puede mencionarse (Bisang, 1995):
16
• La variación en la demanda tecnológica de las firmas al surgir nuevos sectores
dinámicos sobre los que se erige la economía latinoamericana: en las décadas de 1980 y 1990
se fueron consolidando en América Latina dos grandes modelos dominantes de especialización
productiva y comercio. Por un lado el modelo basado en el procesamiento de recursos
naturales que producen commodities industriales -como aceites vegetales, celulosa y papel,
hierro y acero, harina de pescado y otros- que caracteriza a varias de las economías del Cono
Sur de la región en especial a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay y a varios países andinos
como Colombia y Perú. El segundo modelo que caracteriza a México y a varios de los países
de América Central se basa en las industrias ensambladoras de aparatos electrónicos,
computadoras y vestimenta que operan bajo el régimen de maquila Cada uno de estos
modelos tiene características distintas en cuanto a la demanda tecnológica y el modo de
inserción en el comercio internacional, así como en cuanto a la naturaleza de los agentes
productivos que los lideran.
En la misma dirección apuntaron las privatizaciones de las empresas estatales que llevaron a
la radicación en el medio local de grandes operadores internacionales en campos como
telecomunicaciones, energía, transporte, aguas, etc. Este proceso también conlleva efectos
diferenciados, por un lado implica el cierre de los departamentos de I+D que las firmas
estatales habían desarrollado; pero por otro lado, la radicación de estos nuevos grupos
reemplaza a firmas estatales que con el correr de los años habían adquirido pautas de
comportamiento burocratizadas que atentaban contra la innovación, dichos nuevos operadores
introducen en la región nuevas tecnologías de producto, proceso y organización del trabajo
traídas desde sus casas matrices, lo que permite acortar sensiblemente la brecha de
productividad que dichos sectores exhibían respecto al mundo (Katz, 1999). Para Erber (2000)
las consecuencias de la privatización para las actividades de ciencia y tecnología dependen de
los sectores y de las condiciones predominantes en el período de propiedad estatal en los
diferente países, diferenciándose los sectores donde la propiedad estatal obstaculizaba la
inversión de aquellos en donde las empresas estatales desarrollaban importantes programas
de I+D con importantes lazos con el sistema nacional de innovación.
17
de software para desarrollar productos informáticos adoptados a las necesidades del nuevo
aparato productivo nacional, paralelamente se desarrollan nuevos mercados –como los
asociados a la telefonía móvil y por cable- y nuevos hábitos de consumo por parte de la
sociedad (Katz, 1999).
En cuanto a los grandes grupos corporativos de capital nacional, tanto por su especialización
productiva previa en commodities industriales como por su participación en los programas de
privatización en campos como telecomunicaciones, energía o transporte, incursionaron en
nuevos campos tecnológicos y nuevas formas de inserción en los mercados mundiales de
tecnología –alianzas estratégicas con proveedores mundiales de equipamiento pesado, con
operadores internacionales de servicios públicos y con firmas de ingeniería a escala mundial-
(Katz 1999, Bisang 1995).
18
el aparato productivo de los países latinoamericanos, y de lo 'privado' como origen de los
fondos dedicados a actividades de creación y difusión de conocimientos técnicos, por otro. […]
Enfrentamos en estos casos la paradoja de estar moviéndonos hacia sociedades
tecnológicamente más complejas y cercanas a la frontera técnica mundial pero, al mismo
tiempo, menos intensiva en conocimientos técnicos de origen local. Este proceso parecería
implicar un incremento en la tasa de obsolescencia del capital humano creado durante los años
de la ISI” (Katz 1999, pág. 36). En la misma línea Erber (2000) confirma con datos estadísticos
que se observa un incremento de los gastos de las empresas en ciencia y tecnología a partir de
niveles precedentes muy bajos, y simultáneamente se produce un aumento de su dependencia
respecto de la tecnología importada y la reducción de los contactos con las instituciones de I+D
locales. Como ya se dijo el nuevo modelo establecido en los noventa parece dejar de lado el
caudal de capacidades científicas y tecnológicas acumuladas por considerar el desarrollo local
de tecnología como vía inadecuada, lenta, ineficaz y más costosa para satisfacer las demandas
del aparato productivo. En consecuencia la transferencia de tecnología queda planteada como
única vía de obtención de tecnología avanzada, y a fin de facilitarla el estado promueve la
asociación del capital nacional y extranjero, incentiva la radicación de éste último y desregula la
transferencia de tecnologías (Dagnino, Thomas y Davyt 1996). En términos de Vessuri (2002)
los actores sociales latinoamericanos actuaron como meros porteros tecnológicos pues sólo
abrieron las puertas a las tecnologías foráneas del mundo desarrollado.
En otro orden de cosas y como aspecto positivo es necesario señalar que cierta estabilización
política y económica alcanzada en América Latina en los noventa y la percepción de los
principales sectores políticos de que era necesario adecuarse al desplazamiento de la frontera
tecnológica internacional, fueron elementos desencadenantes para que se iniciara en los
principales países de la región una reestructuración de los sistemas de ciencia y tecnología –
como la llevada a cabo en Argentina y Brasil a partir de los Planes Plurianuales de 1998-2000 y
1996-1999 respectivamente-. Dichos planes se establecieron con el objetivo de planificar las
actividades de ciencia y tecnología, de articular las universidades con los sectores de
producción y servicios, y de diversificar las fuentes de financiamiento –recurriendo a
organismos financieros internacionales, a convenios de cooperación con los países industriales
y al incremento de la participación del sector privado- entre otras cosas (Araya, 2000). En este
marco los países latinoamericanos firmaron diferentes acuerdos de cooperación científica-
tecnológica con organismos internacionales y países industriales y también impulsaron
proyectos de cooperación en el ámbito regional. Sin poder hacer una evaluación específica de
los resultados obtenidos, se reconocen estos avances y se sugiere en torno a la profundización
de los mismos, así “al constituirse la cooperación científica-tecnológica internacional como una
herramienta clave del mundo actual se debería avanzar desde América Latina en una
estrategia que reforzará estos vínculos. Permitiendo negociar a los países de la región como
bloque, apuntando a la captación de fondos que puedan ser dirigidos al desarrollo de proyectos
19
de investigación de mayor escala, que dirigidos a objetivos específicos tengan como prioridad
la resolución de problemas comunes y propios de la región” (Araya 2000, pág. 264).
Para analizar la forma en que América Latina se encuentra frente a la emergencia de esta
sociedad de nuevo tipo que hemos denominado Sociedad de la Información y el Conocimiento
se planteará cierta información estadística que permita observar la situación actual de la región
en materia de ciencia y tecnología en relación a la de los países líderes en el área. En 2002 el
total de los países que integran la región de América Latina y el Caribe (en adelante ALC)
dedicó 10763 millones de dólares de inversión a las actividades de investigación y desarrollo
(en adelante I+D), lo que supone una participación del 1,6% frente al total del gasto mundial
para el mismo fin. Pese a la existencia de ciertos avances en el último decenio, la escasa
participación señalada es dato suficiente para apreciar la situación de rezago en cuanto al
desarrollo científico y tecnológico que experimenta la región.
Si se observa la evaluación del indicador que expresa la inversión en I+D con relación al PBI,
ALC muestra un gran crecimiento para el período 1993-2002 pasando de un 0,49% en 1993 a
0,64% en 2002, lo que supone un total de gasto de 10763 millones de dólares; en éste
desempeño incide de forma muy significativa el comportamiento de Brasil que en 2002 dedicó
el 1,4% de su PBI a inversión en I+D, un porcentaje que difiere claramente del 0,44% invertido
por la Argentina o del 0,56% para el caso chileno. Pero estos datos contrastan claramente si
se los compara con el área OCDE que en 2001 invirtió aproximadamente 638000 millones de
dólares en I+D -o el 2,3% de su PBI total-, también registrándose diferencias entre países, de
modo que EEUU aportó el 43% del total del gasto del área –lo que implica el 2,7% de su PBI-,
la Unión Europea el 29% -el 1,9% del PBI comunitario-, y Japón el 16%. El área OCDE
también experimentó un crecimiento en materia de inversión en I+D, los datos con que se
disponen indican un crecimiento del 4,5% anual entre 1995 y 2001.
El sector privado es la mayor fuente de financiamiento doméstico de I+D para los países de la
OCDE, aportó más del 63% del gasto en I+D en 2001. Los miembros de la Tríada presentan
diferencias al respecto ya que el sector privado financió el 73% de la I+D japonesa, el 64% de
la norteamericana y el 56% de la europea. En cambio en ALC el sector privado sólo financia
1/3 de las actividades de investigación y desarrollo, predominando por el contrario en sector
estatal. Según la RICYT en 2002 el gobierno financió el 56,9% de la I+D latinoamericana y
caribeña, las empresas el 37,2%, las instituciones de educación superior el 4,4%, las
organizaciones privadas sin fines de lucro el 0,4%, mientras que el 1,1% restante provino del
exterior.
Como parte de éste fenómeno en ALC creció el empleo en I+D, entre 1993-2002 se registró un
aumento del 30% en el número de investigadores equivalente a jornada completa (EJC), lo que
supone 150440 investigadores de dedicación plena. Expresado de otra forma en ALC en 2002
por cada mil habitantes de la población económicamente activa 4,12 eran investigadores EJC,
para comparar éstas cifras digamos que Japón tiene el mayor número de investigadores en
20
relación al total de empleados (10,2 cada mil), seguido por EEUU con 8,6 y la Unión Europea
con 5,9. Esto significa por ejemplo en el caso norteamericano un total de 126226
investigadores de dedicación plena en 2001, frente a 20894 en Argentina en el mismo año y
47498 en Brasil en 2000.
Es importante señalar también las diferencias relativas entre los países de ALC y otros bloques
geográficos en lo que se refiere a la distribución de estos recursos humanos por sector de
ocupación. Mientras que en Europa y América del Norte un porcentaje importante de ellos se
encuentra empleado en el sector privado -47% y 68% respectivamente- en los países
latinoamericanos y caribeños es el sector público el que emplea a la mayor parte del personal –
sea a través de instituciones gubernamentales o de instituciones de educación superior-
mientras que el sector privado sólo emplea una parte mínima del 19%.
Si se toman en cuenta sólo las patentes solicitadas por residentes de la región de ALC, las
solicitudes crecieron entre 1993 y 2002 un 39,5%, promedio bastante inferior al crecimiento de
64,9% registrado en EEUU. De ésta manera los países de ALC pasaron de un nivel algo
inferior a las 9000 solicitudes en 1993, que representan aproximadamente el 9% de las
solicitudes de EEUU, a algo más de 12000 en 2002 que representan un valor menor, de 7,5%
de las solicitudes de residentes en EEUU.
También a lo largo del período cayó la proporción de solicitudes de patentes hecha por
residentes de ALC; en 1993 las solicitudes de residentes fueron el 30% del total y en 2002 sólo
el 22%, lo que implica un aumento de la tasa de dependencia –que expresa la relación entre
patentes solicitadas por residentes y por no residentes- de 2,4 a 3,5. Al respecto existen claras
diferencias entre países destacándose la situación brasileña cuya tasa de dependencia de 1,4
en 2002 señala un valor bastante por debajo del promedio regional lo que indica una capacidad
inventiva y tecnológica mayor.
21
El período para el que se posee datos muestra el ciclo casi completo de aplicación de las
políticas de apertura y desregulación de la economía en los países de la región. Pero es
sabido que durante los años finales de la década de 1990 y los primeros años de 2000 el ritmo
económico que venía siguiendo la región entró en una crisis expresada en cataclismos
financieros y recesión que evidenciaron lo insostenible del modelo de desarrollo –por ejemplo
Brasil atravesó problemas económicos desde 1998, la Argentina colapsó en 2001-2002
arrastrando a Uruguay y a Chile-. Lamentablemente no se cuenta con los datos para observar
las consecuencias de éstas crisis tanto en lo que hace a esfuerzos en ciencia y tecnología
como a resultados conseguidos.
De todos modos queda claro que “aún resta mucho camino por delante para que la región
pueda consolidar y aprovechar sus capacidades en ciencia, tecnología e innovación con el
objeto de impulsar un nuevo proceso de desarrollo que tenga en el conocimiento una de sus
fuerzas impulsoras” (RICYT, 2003, pág. 27).
Pero todavía pueden explicitarse dos argumentos más a favor de dichas políticas activas de
desarrollar una capacidad científica y tecnológica propia, uno es una argumentación teórica y
el otro surge de la experiencia histórica.
El proceso de innovación tecnológica tiene características propias que hacen que el mercado
presente limitaciones o fallas a la hora de promoverlo y orientarlo. Los resultados generados
por la actividad innovativa son difíciles de apropiar –en términos económicos representan
externalidades positivas porque generan insumos para la producción de nuevas ideas y
productos, en este sentido la tecnología genera beneficios que no son capturados con
exclusividad por quien la desarrolló, y de esta manera la tasa de retorno social es
generalmente mayor que la privada- e implican dosis variadas y altas de riesgo.
Consecuentemente el productor privado movido por la búsqueda de ganancia invertirá menos
de lo óptimo (Avalos Gutiérrez, 1994). Además los resultados óptimos en mercados
competitivos suponen la libre disponibilidad de los conocimientos y técnicas de producción,
mientras que es justamente de la violación de este supuesto que surge el mercado de
22
conocimientos tecnológicos, pues las transacciones en este mercado solo se producen en
condiciones de ignorancia de uno de los agentes participantes (Rodríguez, AÑO). De modo
que en el campo tecnológico los beneficios y costos sociales tienden a diferir de los privados,
por lo que para elevar el bienestar general es necesario cierto involucramiento estatal.
Rodríguez (AÑO) menciona otros argumentos para justificar lo antes dicho: la escala de
inversión de capital requerida por industrias basadas en nuevas tecnologías puede sobrepasar
la capacidad financiera de la empresa o su nivel de tolerancia al riesgo; la necesidad de
construcción de ventajas comparativas en sectores de vanguardia o la reconversión de
sectores rezagados para que puedan enfrentar la competencia internacional; finalmente la
existencia de campos de gran importancia para la sociedad donde es posible que el sector
privado no se beneficie y por tanto no se involucre –investigación básica, servicios sociales,
salud, defensa-.
Dejando de lado los argumentos teóricos, puede recurrirse a la experiencia y observar las
políticas industriales y tecnológicas en vigor en los países de la OCDE, es decir aquellos
países que concentran el poder científico y tecnológico mundial. En ninguna de las políticas
implementadas en tales países hay correspondencia con el discurso neoliberal que ordena la
retracción completa del estado del dominio industrial. Entre las tendencias políticas adoptadas
por estos países –asociadas a una mayor comprensión de la naturaleza del proceso de
innovación- se encuentran: el objetivo de preservar la soberanía nacional particularmente a
través del dominio parcial de ciertas tecnologías estratégicas; cuestiones referidas al
mantenimiento del empleo y a la situación de la balanza comercial; el reconocimiento de que la
política comercial, de inversión y tecnológica deben ser consideradas en conjunto; la
aceptación de que invertir sólo para tener acceso a las nuevas tecnologías no basta sino que
es necesario enfatizar la inversión en capacitación de los recursos humanos; el entendimiento
de que no tiene sentido continuar promoviendo políticas que privilegien sólo la oferta o la
demanda de tecnología y de que por el contrario deben promoverse las redes de todo tipo para
crear verdaderos sistemas de innovación; y la importancia conferida a la internacionalización
del desarrollo y utilización de las nuevas tecnologías que ha llevado a los gobiernos a apoyar
las estrategias en este sentido de las empresas (Cassiolato, 1999). Además debe señalarse la
ya mencionada exitosa experiencia de la Unión Europea en cuanto al lanzamiento de
programas científico-tecnológicos a nivel comunitario. Todas estas tendencias pueden servir
de ejemplo a los países latinoamericanos, sin caer en el error de copiar e importar modelos
exitosos de los países desarrollados, es decir que deben complementarse con un análisis y
reconocimiento de la realidad regional y nacional distintiva.
Dicho todo esto puede concluirse que si se depende del mercado como mecanismo del cambio
tecnológico –tal cual lo sugiere la ideología neoliberal- difícilmente se generará la tan necesaria
capacidad endógena de innovación en los países latinoamericanos. En consecuencia el
problema del rezago tecnológico debe implicar otras instituciones además del mercado, las
estrategias de desarrollo para la sociedad de la información necesitan comenzar a partir de una
iniciativa del gobierno, pero su objetivo último debiera ser integrar a todo el sector público, las
instituciones nacionales, regionales e internacionales, las autoridades reguladoras y técnicas,
el ámbito académico, los proveedores de servicios del sector privado y la industria de la alta
tecnología, las instituciones intermediarias y la sociedad civil; es decir la adopción de un
enfoque holístico, entablando un diálogo abierto con toda la sociedad, así como entre países
(CEPAL, 2003).
En América Latina el análisis de las estructuras de los sistemas de educación superior y de las
condiciones que a su interior estimulan o desestimulan las actividades conducentes a promover
la investigación científica y la apropiación del conocimiento, tienen una relación directa con la
posibilidad de cada país de crear un verdadero Sistema Nacional de Innovación, pues son las
universidades las que concentran la mayor parte de la actividad científica y de los
investigadores de la región –se estima que más del 80% de las actividades de I+D se lleva a
cabo en las universidades, principalmente en las públicas-.
Conclusiones
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Este trabajo partió de identificar una nueva realidad mundial emergente en la década del
setenta caracterizada por el fenómeno de la Revolución Científica y Tecnológica Mundial y el
surgimiento de un nuevo paradigma tecnológico-productivo y de la Sociedad de la Información
y el Conocimiento.
Como se ha analizado estos fenómenos han tenido múltiples efectos hacia el interior de los
países y sobre las relaciones entre ellos. Surge una nueva forma de producir caracterizada por
una creciente flexibilidad y capacidad de control de los procesos de producción gracias a la
integración de sistemas computarizados y por la ampliación de la variedad de insumos y
productos, se modifica la forma de gestión y de organización empresarial y del trabajo dentro
de la empresa. La sociedad utiliza nuevos conocimientos y tecnologías de complejidad
creciente que se generan, modifican, difunden y adoptan en forma convergente y acelerada;
muchos de estos conocimientos se codifican y transforman en información que se transmite y
almacena cada vez a mayor velocidad y menor costo, sin embargo la actividad innovativa
también tiene una dimensión más localizada y especifica, no siempre comercializable y
transferible, por la importancia del nivel de conocimientos tácitos; de modo que ambos, el
conocimiento y la información, son centrales para determinar la productividad y competitividad
de cada empresa o nación, lo que implica la necesidad de invertir en educación y capacitación;
así como de promover el desarrollo endógeno de ciencia y tecnología –CyT- a partir de nuevas
estrategias y políticas.
¿Cómo se puede explicar esta situación? Dichos datos reflejan el período de aplicación de las
políticas de apertura y desregulación de la economía de los países de la región; con
anterioridad al inicio de las mismas estos países habían encarado estrategias de
industrialización por sustitución de importaciones, y para concluir respecto a las causas que
determinan la situación actual de rezago científico-tecnológico latinoamericano es necesario
remontarse a los años de la ISI o aún mas atrás al período agroexportador.
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producción de los bienes antes importados, sin embargo dicha importación de tecnología
demandada por la industria local generó durante el período un importante proceso de
aprendizaje tecnológico a partir de la realización de modificaciones o innovaciones menores a
fin de adecuar dicha tecnología a las condiciones locales; asimismo durante la ISI se inició en
todos los países latinoamericanos la institucionalización del área de CyT por el surgimiento de
los Consejos Nacionales de Ciencia y Tecnología en los distintos países, que en general
respondieron a una visión ofertista sin lograr una real articulación con el sector productivo.
De esta manera se observa que en los noventa ante el cambio del paradigma tecno-productivo
desplegado en el mundo, los países latinoamericanos no consideraron necesario diseñar e
implementar estrategias y políticas a fin de insertarse exitosamente en la nueva realidad; desde
el discurso se habló de la necesidad de dinamizar el área de CyT, pero en la práctica la
implementación de esas políticas quedó subordinada a la racionalidad general de la política
económica de ajuste y apertura. Por lo tanto, si los países de América Latina no quieren quedar
excluidos permanentemente de la nueva dinámica tecnológica internacional deben definir un rol
mas activo para sus gobiernos como única forma para lograr la inserción exitosa de sus países
en la Sociedad de la Información y el Conocimiento.
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