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VI
PROYECCIÓN DE LA MITOLOGÍA
GRECO-LATINA EN LAS LITERATURAS
EUROPEAS
EDITORES:
Dulce Estefanía
M.ª Teresa Amado
Cecilia Criado
M.ª Teresa Miñambres
Álvaro Pérez Vilariño
Carmen Riobó
ALCALÁ DE HENARES
UAH
UAH
SANTIAGO DE COMPOSTELA
2007
CUADERNOS DE LITERATURA GRIEGA Y LATINA
VI
PROYECCIÓN DE LA MITOLOGÍA
GRECO-LATINA EN LAS LITERATURAS
EUROPEAS
EDITORES:
Dulce Estefanía
Mª Teresa Amado
Cecilia Criado
M.ª Teresa Miñambres
Álvaro Pérez Vilariño
Carmen Riobó
ALCALÁ DE HENARES
SANTIAGO DE COMPOSTELA
2007
CONSEJO ASESOR
F.R. Adrados, M.C. Díaz y Díaz, M. García Teijeiro, J.M. Maestre, J.J. Moralejo,
J.M. Núñez y J.L. Vidal
CONSEJO DE REDACCIÓN
Directora: Dulce Estefanía
Vicedirectora: M.ª Teresa Miñambres
Secretaria: Cecilia Criado
Tesorera: Mª Teresa Amado Rodríguez
Vocales: Álvaro Pérez Vilarino, Carmen Riobó
I.S.S.N: 1137-7984
I.S.B.N.: 978-84-8138-738-4
Depósito Legal: S. 975-2007
VICENTE CRISTÓBAL
Mitología clásica en la literatura española de la edad media y del rena-
cimiento .................................................................................................. 37
VICTOR MILLET
Venus, Amor, Narciso y las Musas Tocata y fuga sobre mitos greco-
latinos en la literatura alemana premoderna ...................................... 87
rico, sino que vive de una vida encapsulada que, según el lugar y el humor que lo
rodea, puede estallar en las más diversas y múltiples florescencias».
De todos modos, para nuestra charla de hoy, nos conviene recordar ciertos
rasgos esenciales del uso del término. En primer lugar que mythos significó ori-
ginariamente «relato, narración, cuento». Y tanto el vocablo como los ejemplos
que vamos a ver provienen de la cultura griega. El mito es siempre un relato,
aunque el título del mismo designe a un héroe o a un dios que lo protagonizan. El
mito cuenta mediante imágenes y en forma un tanto dramática los hechos de esos
protagonistas extraordinarios, dioses y héroes. Esos relatos míticos tienen un
perdurable y misterioso encanto para el público ingenuo que los escucha, apren-
de y rememora, y ve en ellos algo esencial de su tradición cultural y su compren-
sión religiosa del mundo.
Los mitos pertenecen a la memoria colectiva. «Los mitos viven en el país de
la memoria», como ha escrito M. Detienne. En una definición funcional pode-
mos decir que, en su sentido originario más estricto, el «mito es un relato tradi-
cional que refiere la actuación memorable y paradigmática de unas figuras
extraordinarias –héroes y dioses– en un tiempo prestigioso y esencial». Los
mitos andan cargados de simbolismo. Ofrecen unas imágenes que impactan en la
memoria colectiva, y que perviven en la tradición, porque sin duda responden a
preguntas fundamentales del ser humano y a su inquietud ante los misterios de la
vida y los retos de la sociedad. Los mitos están más allá de lo real y ofrecen una
explicación, a su modo y manera, de lo real. Explicación simbólica, desde luego,
y religiosa también, al menos para muchos. Eso aclara la presencia del mito en
cualquier cultura, e incluso que subsista en la nuestra, frente a la explicación
científica del universo, como un tipo distinto de lenguaje y de lógica, como escri-
be L. Kolakowski.
Los mitos perduran gracias a su fuerza imaginativa y a su repertorio de pode-
rosas y plásticas imágenes. Uno de los filósofos actuales más preocupados por
esa perdurabilidad de los mitos, en épocas y contextos diversos, H. Blumenberg,
ha escrito muy a fondo de esa permanencia de sus imágenes, su «constancia icó-
nica»: «La constancia icónica es el elemento más característico en la descripción
de los mitos. La constancia de su núcleo esencial hace que el mito pueda compa-
recer, como una inclusión errática, incluso en el contexto de las narraciones más
heterogéneas. El predicado descriptivo de la constancia icónica es tan sólo otro
modo de expresar lo que en el mito impresionaba a los griegos: lo que ellos con-
sideraban su antigüedad arcaica. La gran estabilidad del mito asegura su difusión
en el espacio y en el tiempo, su independencia del lugar y de la época. El griego
mu`qon muqei`sqai quiere decir recontar una historia no fechada y no fechable, es
decir, no localizable en una crónica; pero una historia que compensa esta falta
con el hecho de ser por sí misma significativa.»
Blumenberg ha insistido en que los mitos, unidos a la fuerza cultural y perso-
nal de la memoria, aportan a la visión del mundo significatividad, es decir,
Myths, del que hay una muy útil versión española.) Tampoco pretendo tratar aquí
de los estudios eruditos o interpretativos de la historia literaria de un mito y su
tradición en el mundo antiguo (como, por poner sólo un ejemplo, el libro de A.
Moreau, Le mythe de Jason et Médée. Le va-nu- pied et la sorcière, París, l994).
Tratamos sólo de las recreaciones literarias.
La originalidad que persigue el escritor actual –que en esto difiere mucho de
los autores antiguos– le lleva a una recreación o utilización sesgada y novedosa
de los mitos. De alguna manera juega con ellos y con el recuerdo que el lector
tiene de las antiguas historias míticas. En su recreación manipula el esquema del
mito para divertir al lector, para hacerle ver cómo siguiendo las huellas de los
antiguos se pueden encontrar sentidos nuevos a los episodios narrados. Cabe
observar también el gusto literario por recontar las viejas tramas eligiendo enfo-
ques curiosos, como encontramos en el astuto libro de R. Calasso, Las bodas de
Cadmo y Harmonía, un curioso éxito literario de impronta ovidiana.
Propongo, pues, una distinción sencilla en ese uso literario de cinco modali-
dades; según domine en la recreación del mito la alusión, la amplificación nove-
lesca, la prolongación del relato, la ironía o la reinterpretación subversiva del
sentido del mito.
No pretendo, sin embargo, proponer en estas líneas una teoría novedosa ni
compleja de cómo se presenta hoy la recuperación de los viejos mitos en nuestra
literatura moderna, sino tan sólo quiero esbozar una clasificación clara y senci-
lla, para subrayar que esa reaparición y readaptación de los mitos antiguos en las
formas literarias modernas se nos presenta recargada de una intencionalidad dis-
tinta a la originaria. Y no es tampoco una distinción cerrada o exclusiva, ya que
una misma reelaboración del mito puede tener variadas intenciones. Una alusión
puede ser irónica y una presentación irónica puede traer consigo una subversión
del mensaje mítico (Cabe mucho humor en esas parodias irónicas. Y no sólo con
mitos griegos, sino también con otros modernos. Por ejemplo, Hércules y los
establos de Augias, de Friedrich. Dúrrenmatt relabora un tema mítico griego,
mientras que Don Juan o el amor de la geometría, de Max Frisch, retoma muy
irónicamente un «mito» literario hispánico).
El mito aludido se da en la poesía con notable frecuencia, como ya sucedía en
la poesía lírica griega. Sólo que, a tanta distancia, ese eco o reflejo de la trama
mítica se hace explícito con un tono peculiar, en el que el poeta nos deja sentir su
propio sentir con un tono personal al evocar el personaje o el episodio mítico en
cuestión. Se cita el mito recortado o sesgado, como un trasfondo que deja caer
sus reflejos simbólicos sobre una escena actual. O se evoca una escena mítica
que proyecta su larga sombra.
Pueden valer como ejemplos el famoso poema de C. Cavafis titulado Itaca o
el amplio poema de Seferis Sobre un verso antiguo, donde se evoca la figura y el
destino de Ulises, como un símbolo del viajero. Sería muy fácil encontrar otros
ejemplos –no de tanta fuerza lírica tal vez, pero sí muy claros–. Así, p.e., en los
poemas de Ezra Pound o en los de Jorge Luis Borges abundan esas referencias
sesgadas al mismo héroe, el asendereado Ulises, entrañable para ambos.
En este apartado podríamos colocar también aquellos textos que surgen de la
reunión en un libro de secuencias o historietas míticas, que no son resúmenes de
la materia antigua, sino esbozos o reflejos de los mitos, que potencian ciertos
momentos o ciertos aspectos simbólicos de la antigua trama. Así, por ejemplo,
en el libro de Salvador Espriu, Las rocas, el mar, lo azul o en el de Cesare Pave-
se Diálogos con Leucu~ (que también contiene una fuerte vertiente irónica, pero
que incluyo aquí porque me parece dominar en ellos el lirismo, aunque sus diá-
logos estén en prosa, como es sabido).
Otro modo de contar el mito con cierta aportación literaria personal consiste
en darle un nuevo ritmo narrativo, ampliando sus escenas o dando a la narración
un estilo realista y escénico, con diálogos y descripciones psicológicas de los
personajes, en fin, contando el mito como si fuera una novela. Esa factura nove-
lesca impuesta al mito es una fácil amplificatio del esquema original, pero
requiere cierta reelaboración y desarrollo psicológico de sus personajes para
hacerlos más próximos y más humanizados. Así, por ejemplo, en las dos novelas
de Mary Renault sobre Teseo: El toro de Minos y Teseo, rey de Atenas, donde se
construye una biografía del héroe ateniense como si se tratara de una novela his-
tórica (Un claro antecedente de este procedimiento lo tenemos en la biografía
escrita por Plutarco, la «Vida de Teseo», incluida entre las de personajes históri-
cos en sus Vidas Paralelas).
El mito prolongado se da cuando un escritor actual añade por su propia cuen-
ta y fantasía nuevos episodios a una saga antigua. El ejemplo más claro y exten-
so en nuestro siglo me parece la Odisea de N. Katsansakis (con sus veinticuatro
cantos y sus 33.333 versos), una nueva summa odiseica que continúa el relato
odiseico en un tono tan épico como el homérico (sólo un poeta y pensador como
Katsansakis puede atreverse a tanto). Otros ejemplos más breves podemos
encontrar en textos muy famosos de otras épocas, como la muerte de Ulises que
Dante cuenta en el canto XXVI del «Infierno» de la Divina Comedia, un episo-
dio impresionante de hondo sentir medieval y de largas resonancias (como estu-
dia brillantemente P. Boitani, entre otros). O lo teníamos ya en el Prometeo libe-
rado de P.W. Shelley, que da un final renovador a la peripecia mítica del Titán
filántropo y progresista enfrentado a Zeus y aquí trasformado en ilustrado revo-
lucionario. Estas prolongaciones suponen y aportan unas nuevas relecturas del
mito, manipulado por sagaces poetas desde la altura de sus tiempos.
El mito ironizado nos indica cómo la modernidad puede recontar el viejo
relato con una sorna y un escepticismo extremados. No sólo con el fin de expre-
sar la enorme distancia en que el escritor se sitúa ante el relato heroico, sino tam-
bién para contrastar el viejo texto mítico y sus sombras en un mundo próximo.
Aquí podríamos colocar la gran novela de J. Joyce, Ulises. O la ingeniosa novela
de J. Giono, Naissance de l’Odyssée, o algunas comedias del tipo de las de J.
Giraudoux, La guerre de Troie n’aura pas lieu, y de A. Gala ¿Por qué corres Uli-
ses? (La ironía se combina aquí muchas veces con la parodia, es decir, hay un
juego con el mito originario al trasponerlo a una nueva clave de humor y de esti-
lo. Este talante lúdico en la evocación de los mitos no debe ser olvidado). La
forma irónica de evocar un mito es muy habitual, ya que la ironía comporta un
distanciamiento unido a una apreciación humorística y sentimental del tema. La
ironía es, por otro lado, un talante ubicuo y agudo de la modernidad frente a un
pasado respecto al cual el escritor moderno o posmoderno siente simpatía y rece-
lo a la vez, un pasado que sólo puede ser recuperado en clave irónica.
Caben, por cierto, muchas formas de ironía. Por ejemplo, me parece un pro-
cedimiento irónico el de evocar una figura mítica a través de citas que aluden a
textos varios interpuestos. Así cuando Ezra Pound comienza sus Cantos con una
evocación del viaje de Ulises al Hades lo hace tomando una versión latina de la
Odisea del renacentista Andreas Divus y traduciéndola al inglés, con un nuevo
ritmo, que está inspirado en el del antiguo poema inglés The Seafarer. El texto
homérico queda así entrecomillado y alejado, en cierto modo, por estas manipu-
laciones que aluden a una tradición renovadora, si bien se mantiene el aroma
mítico peculiar del relato a través de todas esas mediaciones poéticas –que invo-
lucran en el recuerdo la larga tradición del tema–. Eso es un tratamiento que
podemos llamar irónico, porque aquí la evocación del mito está ligada a la estela
de su impronta secular, en la literatura que lo vehicula con nuevos matices en
obras diversas. Late aquí una curiosa polifonía, un juego intertextual evidente.
Este tipo de ironía está lejos de la parodia desaforada del Ulises de Joyce, o
de las recreaciones en clave cómica de ciertos episodios odiseicos, aludidos en
poemas o en comedias modernas.
Finalmente podríamos establecer, con el título de «el mito subvertido», una
quinta categoría para aquellas obras en las que se nos propone una lectura ideo-
lógica de un mito que contrasta con el relato antiguo y altera del todo su inten-
ción primitiva. Así, por ejemplo, en la novela de C. Wolf, Casandra, se nos cuen-
ta la guerra de Troya con una intención antiépica. Es la protagonista, Casandra,
la que en un largo monólogo nos ofrece su visión de los hechos, desde su pers-
pectiva de víctima femenina de la guerra, y en esa version feminista los grandes
héroes –Aquiles, Agamenón, etc.– son fieras bestias, siniestros asesinos, ensalza-
dos por necios poetas, frente a la veracidad y la razón de la desdichada Casandra,
ya no un prototipo de la profetisa delirante, sino un símbolo trágico de la mujer
justa esclavizada por una sociedad machista y belicista.
También bajo este rótulo podemos colocar una farsa como la del Prometeo
mal encadenado (1899) de A. Gide, en que, contrastando con los grandes narra-
dores griegos del mito, Hesíodo y Esquilo, el escritor francés quiere mostrar la
falta de justicia y de sentido con que actúa la divinidad –cuando el griego Zeus
ha bajado del Olimpo y se ha convertido en un plutócrata parisino– en un mundo
absurdo (donde Prometeo acaba por comerse su águila tras una serie de episo-
dios cómicos, pintorescos y surrealistas ).
O, mirando a una época anterior, un drama como El retorno de Pandora
(1809) de Goethe, donde Pandora simboliza la belleza femenina, el arte y la feli-
cidad contrapuestas al dominio de la fuerza guerrera y la violencia del progreso
tecnológico en un mundo marcado por la actuación de Prometeo. Aquí percibi-
mos bien la inversión de los valores frente a la versión hesiódica de raíz misógi-
na. El gran poeta alemán, romántico y clásico, ve a la mujer, simbolizada por la
celeste Pandora, como un ángel de salvación, mientras que el antiguo épico grie-
go la había presentado, con cierta misoginia, como la introductora del mal y la
penuria en el mundo duro y agobiado de los hombres.
Los mitos clásicos son para nosotros, como hemos dicho, sólo motivos litera-
rios. No cabe evocarlos ingenuamente, y, por tanto, el escritor pretende –como
ya hacía, en parte, el poeta antiguo– reutilizarlos marcándolos con un enfoque
propio y una intención original cuando los reintroduce en un texto. No está de
más recordar que ya esa taimada utilización literaria, con ironía y distanciamien-
to, propia de la modernidad, la podemos encontrar en prosistas tardohelenísticos,
como Luciano de Samosata (en sus Diálogos de los dioses, por ejemplo), y ya
antes en un poeta docto como el alejandrino Calímaco de Cirene, con otros acen-
tos y matices.
del mito, pero creo que en ninguna queda Medea tan exculpada e inocente como
en esta novela reciente).
Conviene advertir que, al recontar el mito, cualquier escritor moderno pone
su acento en ciertos aspectos o episodios y prescinde o desatiende otros, de
acuerdo con su intención personal. Y en el olvido o el énfasis en ciertos motivos
percibimos la impronta de su época. Así, por ejemplo, el tema de la virginidad de
Casandra –que es tan importante en el mito griego, pues motiva el rechazo que la
sacerdotisa troyana hace de las ofertas amorosas del divino Apolo– no es impor-
tante en la novela (seguramente porque la autora cree que la virginidad no es ya
un tema de interés, y, por otra parte, el motivo ha perdido en la novela su signifi-
cación religiosa). Tampoco el furor vengativo de Medea encuentra adecuado eco
en la novelada versión de Medea Stimmen. Mientras que en el mito la venganza
expresa el odio de Medea, que llega a dar muerte cruel a sus hijos porque así
Jasón quedará sin descendencia, en la novela los niños no mueren a manos de su
furiosa y vengativa madre, sino que son asesinados por lapidación por el pueblo
de Corinto, que quiere así vengarse y castigar a la extranjera Medea. Era justa-
mente el cruel asesinato de sus hijos con sus propias manos lo que hacía a la
apasionada Medea una terrible criminal a los ojos de los antiguos, y su modo de
actuar se explicaba porque ella quería a toda costa destruir a Jasón privándole de
sus hijos, es decir, de esos niños que son, en el derecho patriarcal antiguo, pro-
piedad del padre y representan para él la continuación de su estirpe (en el más
antiguo derecho griego el padre tenía potestad de vida o muerte sobre sus hijos,
pero la madre, mero instrumento en su concepción y tan sólo receptora de la
simiente vital masculina, no. Ciertamente, ése es un modo griego y arcaico de
ver el asunto, y la novelista lo ha dejado totalmente de lado para darnos su nueva
versión).
La nueva interpretación del mito está ligada a estas variantes de la narración
(variantes que, como en esta Medea, significan cambios decisivos en la trama
mítica, en contra del consejo de la Poética de Aristóteles de que el dramaturgo no
debía alterar los datos básicos del mito). No se trata de alterar ciertos detalles
menores, o de modificar episodios o secuencias oportunas, sino de un cambio a
fondo que suscita una nueva lectura del mito. Tanto Casandra como Medea se
prestan a sendas versiones feministas. La historia mítica se cuenta de otro modo
y se reinterpreta desde un nuevo punto de vista. Por eso es esencial que ya no
haya un narrador objetivo y distante, sino que se cede la palabra a las protagonis-
tas. (De esto ya encontramos un claro precedente en la tragedia de Eurípides, por
ejemplo, y en las Heroidas de Ovidio ). Pero, además, se da por descontado
–desde una cierta óptica irónica– que esa versión es la auténtica, porque son
quienes han sufrido la tragedia quienes pueden contarla mejor.
Estas mujeres desdichadas de Christa Wolf toman la palabra para darnos una
versión más auténtica de la leyenda. Así la versión novelesca de Casandra se
opone a la versión épica de Homero, y la polifónica confesión de Medea se con-
NOTA BIBLIOGRÁFICA
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1. CONSIDERACIÓN PRELIMINAR
Cuando los autores griegos y romanos se ponen de moda –una moda fasci-
nante que duró siglos–, en Galicia ya se había producido el silencio de las musas
vernáculas, es decir, los hombres de Letras ya no utilizaban el idioma gallego en
sus escritos literarios. Los letrados de Galicia escribían en latín o en castellano, y
algunos en ambos idiomas. Del XV al XVIII, las páginas en gallego son escasísi-
mas, casi anecdóticas, y siempre ocasionales en la biografía intelectual de sus
autores1.
La lengua gallega, pues, no se benefició del contacto cultural con la literatura
clásica, razón por la cual nuestro idioma no elaboró su perfil culto a partir del
griego y del latín, sobre todo del latín. Por esas calendas, en gallego de «alén
Miño», un genio como Luis de Camoes creaba el portugués moderno. Su poema
épico Os Lusíadas (1572) está escrito con palabras de alabastro, dignas del Virgi-
lio de La Eneida, con quien el gran poeta está en deuda. Décadas antes, en 1516,
el Conde de Vimioso se ufanaba de nacer «no signo do latim». Los que en Gali-
cia nacieron en ese fervor cultural ya habían abandonado el cultivo literario de la
lengua gallega. El gallego es ya una lengua oral, sólo oral, y cada vez menos uti-
lizada, en los usos domésticos, por las clases cultas y elevadas. Por consiguiente,
la mitología grecorromana (la segunda religión de los escritores renacentistas y
barrocos) no fue formulada o reformulada en idioma gallego antes de la segunda
* Dedico estas notas (con la promesa de ampliarlas) a María Teresa Amado, profesora de Filología Grie-
ga en Santiago de Compostela, como homenaje a sus estudios sobre la presencia de las Letras Clásicas en la
literatura gallega.
1 V. mi Estudio Literario das Festas Minervais Compostelanas de 1697, Universidade de Santiago de
Compostela, 1993.
Manuel Faría e Sousa, al comentar estos dos versos, aduce textos portugueses
(con fisonomía latina) que apoyan la teoría de Venus, según la cual el idioma
portugués es noble por su proximidad al latín: porque su «corrupçao» es casi
nula. Pero Venus, desde su Olimpo, no opina sobre lenguas subalternas. Su nom-
bre y el de sus congéneres tampoco aparece en los textos gallegos, prácticamente
inexistentes en estos siglos, los «oscuros» de las Letras gallegas.
2 Citado por Antonio Rey Soto en Galicia venera y venero de España, La Coruña, Moret, 1949, p. 291.
3 Cit. por J. Domínguez Caparrós en Diccionario de métrica española, Madrid, Paraninfo, 1985, p.167.
4 Este poema aparece en todas las ediciones de Aires da miña terra, desde la primera, de 1880.
5 Publicado en Almanaque Gallego para 1908, Buenos Aires, 1907.
2.2. Las Euménides en dos poetas del XX (y, antes, en Curros Enríquez)
Con estas deidades hay que andar con mucho cuidado en nuestra conducta
lingüística. Las Erinias, divinidades iracundas y vengativas, reciben, en ocasio-
nes, el nombre de Euménides («bondadosas»), nombre con que se intentaba
aplacarlas; otras veces eran denominadas Semnas («venerables»), por las mis-
mas razones.
Asomémonos, ya, a un poema de Roberto Blanco Torres (1891-1936), un
tanto desconcertante, como tendremos ocasión de señalar:
O CEPO
Ja sei quen eres,
Euménide d’estes tempos.
Tel-a melena curta
e pintura nos beizos
os ollos co carbón
fingen ter un misterio,
e coas pernas ó aire
tes arranjado o cepo.
Pero non te aproperes,
porque eu ben te conezo.
Do vello Schopenhaüer
certa frase relembro
i-é inútil que te rapes,
despistando, o cabelo.
Moi feitiña, eso sí,
moito refinamento:
tés, automobles, tangos,
e latricar moderno.
Moito aquel por afora,
pero ren por adentro.
¡Ja sei quén eres,
Euménide d’estes tempos!
Figura este texto en el único libro de poemas del autor, Orballo de media
noite, editado en 1929, unas fechas en que la mujer joven (sobre todo la urbana
que no pertenece a la clase menestral) sorprende incluso a los espíritus más
modernos por su indumentaria (falda muy corta), su peinado (melena también
corta) y por su llamativa cosmética (en labios y ojos). Es una mujer –piensan los
tradicionales– entregada de lleno «a lo de fuera» y ajena «a lo de dentro». Con
estas armas, la mujer de 1929 tiende una trampa, un «cepo», en el que los varo-
nes pueden caer y ser devorados por estas modernas Furias, denominadas Eumé-
nides en el poema con la intención, quizás, de aplacarlas un poco.
Quien conozca el pensamiento de Blanco Torres y la gravedad de su musa
moral, quedará sorprendido de este alegato, más propio de una pluma poco
moderna y de un ciudadano despistado, tanto como para detectar en las mujeres
peripuestas de la época uno de los grandes peligros de aquel tiempo. No se com-
padece el alegato, inadecuado o desmesurado, con las grandes preocupaciones
de aquel noble e inteligente ciudadano, asesinado por un comando fascista, en un
monte próximo a Portugal, el 2 de octubre de 1936.
A veces tengo la sospecha de que este poema fue escrito como «divertimen-
to», pero, de ser así, resulta inconcebible, en un intelectual como Blanco Torres,
que el mismo lo incorporase a Orballo da media noite, libro pródigo en pronun-
ciamientos civiles de otra entidad.
En Longa noite de pedra (1962), de Celso Emilio Ferreiro (1912-1979), hay
un poema, «O edificio», tan «antifranquista» que aún hoy no sabemos como fue
autorizado por el Ministerio de la Censura, en una época en que todo libro tenía
que someterse obligatoriamente al dictamen de los funcionarios de ese Ministe-
rio, denominado de Información y Turismo. Porque en el poema se describe un
edificio construido con los materiales despóticos y corruptos de la gobernación
franquista. En estos términos:
O EDIFICIO
Enlixóuse a cidá de telegramas
un lús pola mañá ás doce horas:
convocatoria urxente
defensa postulados
cotización, finanzas, dividendos.
O monstruo abríu a boca:
xa témo-lo argumento
para ofrecer aos dioses novas víctimas.
Xa témo-las palabras que destruien
aos que portan a luz e van dediante:
pena de morte
cadea perpetua,
pliego de cargos.
Este edificio, terrible y podrido, está presidido por Franco, cuyo nombre se
evita pero no se disimula del todo en dos ocasiones. «O monstruo abríu a boca»
(v. 6), «a Cariátide xorda presidindo» (v. 30). En un texto de este contenido es
difícil, en esos dos versos, no pensar en Franco. Si es así, ¿por qué el censor de
1962 autorizó la publicación del poema?
Al final, las Euménides, diosas vengativas e infernales, dan el «visto bueno» a
tanta corrupción y tanta tragedia, lo que no inmuta a la cariátide, sorda siempre a
cualquier voz decente. La Cariátide (la Momia del Pardo) no es un elemento
mitológico, pero, para los lectores no especialistas en Mitología clásica, funciona
como si de una deidad mitológica se tratase. En cualquier caso, este poema lo
hemos escogido por algo tan mitológico como las Erinias, que, con el nombre de
Euménides, aprueban y bendicen las miserias y el terror franquistas. El poeta, al
consignarlo, lo denuncia.
La primera mención que conozco de esta deidad iracunda y vengativa figura
en un celebérrimo soneto de Curros Enríquez titulado «Diante unha imaxe de
Íñigo de Loyola», de 18816. Es una diatriba feroz contra el fundador de la Com-
pañía de Jesús, tan feroz que nos lo presenta como anticristiano: «… trocache a
Cristo nun tirano». Así nos lo describe en el primer cuarteto:
PENÉLOPE
Un paso adiante i outro atrás, Galiza,
i a tea dos teus sonos non se move.
A espranza nos teus ollos se esperguiza.
7 Publicado por 1ª vez en la revista Alba, Vigo, nº 4, 1950. En 1961 lo incorpora a su único libro, Nimbos,
Vigo, Col. Salnés.
Y así años y años, como la esposa de Ulises que deshacía de noche lo que
había tejido de día. El poema de Díaz Castro parece más pesimista que el relato
de la Odisea. En él, Penélope hace y deshace con un fin, que, aunque tarde, se
cumple: la llegada de Ulises. Galicia, sin embargo, sigue esperando.
En un poema de En las orillas del Sar (1884)8, Rosalía de Castro, después de
reconocer que son muchos los que acuden a la cita –al parecer segura– de la
Ciencia y del Progreso, ella se define de este modo:
actuación cívica y con sus versos, a las gentes del exilio interior. Pocos meses
después de su llegada a Venezuela, se convence de que la concienciación política
y el inconformismo ante el Régimen de Franco hay que ejercitarlos (cualesquie-
ra que fuesen las dificultades) en Galicia, en la Tierra. El pueblo («o pobo»),
como Anteo en la vieja fábula, necesita de la savia nutricia de la tierra. Expresa
esta idea nuestro escritor en el primero de los poemas («Limiar») del Viaxe ao
País dos Ananos. Son estos hermosos versos:
A xeito de S.O.S.
falo na madrugada:
Pechái tódalas portas
e que xa ninguén saia.
Sin a seiva nutricia
esmorecen as gallas.
Arbre antigo, Galicia,
fendérono as machadas.
Unha ponla no mundo,
outra ponla na casa.
A ponla de alén mar
é soio unha metáfora.
O pobo quere terra
coma Anteo na fábula.
A terra quere pobo
para ser fecundada.
Nunca virá de fora
remedio ou esperanza.
Si o noso pobo morre
quedámonos sin patria,
pois patria e pobo son
o mesmo en dúas palabras.
Pechái tódalas portas
e que xa ninguén saia.
Vicente Cristóbal
Universidad Complutense
1 Cf. J. Seznec, Los dioses de la Antigüedad en la Edad Media y el Renacimiento, Madrid 1983, trad. de
J. Aranzadi (=La survivance des dieux antiques, Londres 1940, y luego París 1980).
2 Cf. F. Crosas López, De diis gentium. Tradición clásica y cultura medieval, Nueva York 1998; y T.
González Rolán, P. Saquero y A. López Fonseca, La tradición clásica en España (siglos XIII-XV), Madrid,
Anejos de Tempus 4, 2002, con bibliografía sobre transmisión y recepción medieval hispana de la mitología en
pp. 160-169, y en concreto del tema de Troya en pp. 171-177. Para un panorama general y bibliográfico sobre
mitología clásica en nuestra literatura española, véase nuestro estudio «Mitología clásica en la literatura espa-
ñola: consideraciones generales y bibliografía», Cuad. de Filología Clásica. Estudios latinos 18 (2000) 29-76;
el largo artículo que sobre la influencia de las Metamorfosis de Ovidio en la literatura española publicamos
anteriormente, aquí, en Santiago, en esta misma revista e institución, cubre buena parte de ese mismo ámbito:
mente estéticos del mito que eran propios de la literatura antigua en la diversidad
de sus géneros literarios.
Sin detenernos en preámbulos y generalidades, vamos a comentar muestras
concretas de esa presencia de la mitología antigua en textos españoles. Nos cen-
traremos en el Libro de Alexandre, como espejo de la recepción medieval, y en la
poesía de Boscán y Garcilaso, por su carácter de pioneros e introductores del
Renacimiento en España.
LIBRO DE ALEXANDRE
La mitología clásica aparece, por primera vez en nuestras letras españolas, en
la poesía y la prosa del siglo XIII. Y, antes que en las obras históricas del rey
sabio, lo hace en el Libro de Alexandre. Más cultista que los de Berceo, este
amplísimo poema (supera los 10.000 versos) es debido a la pluma de un autor
desconocido, que orgullosamente se confiesa «clérigo», y parece que deba
fecharse –aun con algún debate– en el primer tercio de esa centuria3.
Cuenta la vida y hazañas de Alejandro Magno, siguiendo sobre todo como
fuente la Alexandreis de Gualterio de Chatillón, y es, por lo que a la mitología
clásica concierne, testigo temprano del arraigo del tema de Troya en nuestras
letras, puesto que –aparte de otras recurrencias puntuales, generalmente con fun-
ción ejemplar4– introduce una larguísima digresión, que no estaba en la Alexan-
dreis, de 1.764 versos (desde la cuaderna 321 hasta la 762) sobre ese tema con
ocasión de la visita que hizo Alejandro a las ruinas de la legendaria ciudad,
digresión que se presenta como un discurso del propio caudillo a sus tropas.
Comienza su lección el macedonio con las bodas de Tetis y Peleo (aunque sin
citar los nombres de ambos), el juicio de Paris (con un excurso previo sobre la his-
toria de Paris antes de ese momento), alocuciones de cada una de las diosas y vic-
toria de Venus; a continuación, el viaje de Paris y el rapto de Helena, la conjura de
los príncipes griegos contra Troya, y el descubrimiento de Aquiles en su escondite;
y seguidamente informa de las vicisitudes de la guerra ante los muros de la ciudad.
La fuente utilizada para todos los sucesos bélicos que vienen a continuación
es básicamente la Ilias Latina, un resumen latino en hexámetros de la Ilíada
homérica, anónimo, aunque con varias atribuciones, que data del siglo I d. C.5.
«Las Metamorfosis de Ovidio en la literatura española: visión panorámica de su influencia con especial aten-
ción a la Edad Media y a los siglos XVI y XVII», Cuadernos de Literatura Griega y Latina I (1997) 125-153.
3 Véase últimamente J. Casas Rigall, La materia de Troya en las letras romances del siglo XIII hispano,
Santiago de Compostela 1999, p. 39, y especialmente nota 28.
4 Hay también una síntesis pictórica de la leyenda comprendida, junto a otros argumentos bíblicos y mito-
lógicos, en una écfrasis (estrofas 2571-2574) en la que se describe la tienda de Alejandro decorada con pinturas.
5 Véase A. Morel-Fatio, «Recherches sur le texte et les sources du Libro de Alexandre», Romania 4
(1985) 7-90; G. Cirot, «La guerre de Troie dans le Libro de Alexandre», Bulletin Hispanique 39 (1937), 328-
338; I. Michael, The treatment of classical material in the Libro de Alexandre, Manchester 1970, p. 24; los
paralelos más significativos entre ambos textos están consignados en la ed. de la Ilias y de la traducción de
Mena hecha por T. González Rolán-Mª F. del Barrio-A. López Fonseca (Juan de Mena. La Ilíada de Homero,
Madrid 1996); y véase también, más recientemente, J. Casas Rigall, «Sobre la adaptación de Ilias Latina en el
Libro de Alexandre y cuestiones conexas (de Dictis y Dares a Alfonso X)», en S. Fortuño y T. Martínez, eds.,
Actes del VII Congrés de l'Associació Hispànica de Literatura Medieval (Castelló de la Plana, 22-26 de Setem-
bre de 1997), Castellón, Universitat Jaume I, 1999, vol. II, pp. 39-53, trabajo recogido en las pp. 47-60 de su ya
citado libro La materia de Troya en las letras romances del siglo XIII hispano.
6 Así E. B. Atwood-V. K. Whitaker (eds.), Excidium Troiae, Cambridge (Massachusetts) 1944, pp.
XXXIV-XXXV y XLII-LVIII; A. K. Bate (ed.), Excidium Troiae, Frankfurt am Main-Bern– New York 1986, p.
8; K. C. King, Achilles. Paradigms of the War Hero from Homer to the Middle Ages, Berkeley-Los Ángeles-
Oxford 1991; H. de Carlos Villamarín, «Aquiles en Portugal: un aspecto de las versiones peninsulares del
Roman de Troie», Euphrosyne 20 (1992) 365-378; y T. González Rolán-Mª F. del Barrio Vega-A. López Fonse-
ca (eds.), Juan de Mena. la Ilíada de Homero (Edición crítica de las Sumas de la Yliada de Omero y del origi-
nal latino reconstruido, acompañada de un glosario latino-romance), Madrid 1996, p. 25.
7 La materia de Troya..., op. cit., pp. 60-76.
8 Sobre la extraordinaria vigencia medieval de las narraciones sobre Troya de Dictis y Dares, véase G.
Highet, La tradición clásica, México 1978 (=1954) trad. española de A. Alatorre (1949, 1ª ed. inglesa) I, pp.
85-95, y las pp. 145-161 de nuestra introducción a la traducción de tales narraciones (La Ilíada Latina. Diario
de la guerra de Troya de Dictis cretense. Historia de la destrucción de Troya de Dares frigio, Madrid 2001).
o como cuando Héctor habla de Dios y del padre Santo en la 678; o cuando en
339-341 es el Pecado y no la diosa Discordia, quien lanza la manzana en el ban-
quete. Pero seguramente el más estruendoso, pintoresco e ingenuo de todos los
anacronismos del discurso de Alejandro sobre Troya sea el que se encuentra en
las cuadernas 411-414, donde se explica cómo la madre de Aquiles, en vez de
esconderlo, con el fin de librarlo de la guerra, en la corte del rey Licomedes en la
isla de Esciros, vestido de muchacha –tal como constaba en la tradición antigua,
reflejada, por ejemplo, en la Aquileida de Estacio–, lo oculta nada más y nada
menos que en un convento de monjas. He aquí el texto:
El anacronismo –repárese en ello– es, aquí y en los otros casos que señala-
mos, redoblado, porque supone familiaridad con la institución monástica y otras
circunstancias medievales tanto en Alejandro como en Aquiles. Y la injerencia de
lo cristiano se vuelve a producir graciosamente cuando Menelao muestra su con-
fianza en «Nuestro Señor» (479); cuando para aludir al amanecer, esa hora del
día que Homero pintaba con personificaciones coloristas de la Aurora, el clérigo
del Alexandre dice, próximo más al juglar del Cid que a la epopeya antigua:
«otro día mañana a misa matinal» (594); o –testimonio éste, como los anterio-
res, de que era un clérigo quien escribía– cuando se precisa que Paris ayudaba a
Héctor en la lucha tan bien como el monaguillo al sacerdote oficiante de la misa
(632), aunque en este caso, tratándose de una comparación, el anacronismo lo es
sólo en relación con Alejandro, no en relación con Troya; o cuando Héctor enco-
mienda su alma a Dios, el Padre Santo (678). Anacronismo hay también, pero
relativo por ser sólo nominal, al definir a Patroclo como alférez de Aquiles (636);
y ya un tanto más sutil, cuando se habla del embalsamamiento y sepultura de
Patroclo, pero no de su incineración (650). Significativa es la mutación que se
produce con respecto a la fuente cuando, antes de comenzar el catálogo de los
guerreros, no se invoca a las Musas –como en Homero (Il. II 484-493) y en el
epítome latino de la Ilíada (vv. 160-165)–, sino al Criador (435), siguiendo una
práctica de la poesía cristiana más antigua, cuyas derivaciones medievales y
modernas ha estudiado bien Curtius13; allí donde la fuente decía14:
13 Literatura europea y Edad Media latina, trad. de M. F. Alatorre y A. Alatorre, México 1976 (=1955 =
Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter, Berna 1948), t. I, pp. 324-348.
14 Cito por la mencionada ed. de González Rolán-del Barrio-López Fonseca, p.126.
BOSCÁN
A Juan Boscán le cabe el mérito no sólo de haber dado entrada en nuestras
letras a las corrientes italianizantes, sino también, por lo que a nuestros objetivos
ahora atañe, el de haber iniciado en España el cultivo de la fábula mitológica con
su Historia de Leandro y Hero15. Es, pues, una obra pionera y ahí reside su prin-
cipal mérito, y aunque sus valores literarios intrínsecos no han merecido, por lo
general, sino la condescendencia de la crítica (Menéndez Pelayo, Cossío), a mí
me parece su estilo sobrio y llano muy digno de aprecio, y de una gracia todavía
en buena parte medieval.
Componen el poema un total de 2.793 endecasílabos blancos que desarrollan
prolijamente la conocida leyenda, haciendo uso de las fuentes antiguas, pero
siguiendo con más fidelidad aquella que era la más amplia y más recientemente
difundida, el epilio de Museo; sin embargo, probablemente no lo leyó Boscán en
su texto griego original, sino más bien en la traducción latina de Marco Musuro,
que acompañaba al texto griego en la edición aldina.
Hay también algunas reminiscencias de las dos epístolas ovidianas dedicadas
al tema, como la invocación del amante al Bóreas (vv. 2.441 ss.: «¡Oh Bóreas!
–gritó– ¿por qué así quieres/ destruirme y matarme con tus furias?...») que, no es
que no haya rastro de ella en Museo –como dice Menéndez Pelayo–, pero apare-
ce en el poeta griego sólo aludida (así en v. 322), y sin embargo está bien presen-
te en la Heroida XVIII 37 ss. (At tu, de rapidis inmansuetissime ventis,/ quid
mecum certa proelia mente geris?...).
15 Edición reciente de sus obras por C. Clavería, Las obras de Boscán, Barcelona: PPU, 1993. La fábula
en pp. 414-492. Cf. M. Menéndez Pelayo, Antología de poetas líricos castellanos, Madrid, CSIC, 1908, t. XIII,
pp. 359-378, y J. Mª Cossío, Fábulas mitológicas en España, 2 vols., Madrid 1998 (=1952), vol. I, pp. 97-102.
pero con la particularidad de que esta petición a las olas no la hace Leandro en la
noche decisiva de su última travesía, sino en el curso de su primer viaje, y enton-
ces sí que tiene eficacia, puesto que salen para ayudarlo las Nereidas todas (vv.
2.029-2.039):
Esta primera travesía la cuenta Museo en sólo dos versos y, sin embargo, Bos-
cán se alarga en ella hasta veinte endecasílabos. Precisamente en este lugar y en
otros varios –como señala Menéndez Pelayo– es deudor Boscán no ya de Museo
ni de Ovidio sino de la Favola di Leandro del italiano Bernardo Tasso, que había
aparecido publicada en 1537 en el libro III de sus Amori, y en cuyos vv. 356-365
así decía:
16 Y es esta una noticia que debe añadirse a mi «Marcial en la literatura española», Actas del Simposio
sobre M. V. Marcial, Zaragoza 1987, vol II, pp. 145-210.
De sus casi cien sonetos, sólo me parecen destacables dos para nuestro propó-
sito: aquel que fue escrito para honrar a Garcilaso muerto, y en el que lo compa-
ra, por su gloria y por su corta vida, con Aquiles, haciendo mención de la remota
fuente griega que narraba sus hazañas:
20 Cf. G. Garrote, «Tradición mitológica y contextualización literaria: Prometeo en la lírica española del
Siglo de Oro», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 4 (1993) 233-255, concretamente p. 239,
donde apunta ese significado de origen neoplatónico que hemos declarado.
GARCILASO
El uso de la mitología clásica en la poesía de Garcilaso es uno de los signos
más elocuentes de su devoción por la cultura grecorromana. Para él no hay nece-
sidad de que sea provechosa ni aleccionadora: tiene valor estético en sí misma,
es materia de poesía por sí misma. Es signo de un mundo ideal al que se aspira, y
ayuda y potencia la expresión de los sentimientos y vivencias personales. Ya sea
con función argumental, ya en ejemplos o excursos, ya como ornato o como pro-
21 Cf. nuestro estudio Mujer y piedra. El mito de Anaxárete en la literatura española, Huelva 2002, pp.
36-37.
22 Un estudio ambicioso y pormenorizado de los mitos en Garcilaso, con indagaciones incluso de tipo psi-
cologista, puede hallarse en el amplio e interesante estudio de S. Guillou-Varga, Mythes, mythographies et poé-
sie lyrique au siècle d'or espagnol, Lille-París 1986, 2 vols., vol. I, pp. 240-411. A ese estudio remitimos al lec-
tor ya desde ahora para un panorama más detallado de esta cuestión, que contempla y hace referencia a la
bibliografía precedente sobre el tema. Nosotros tratamos de ofrecer aquí un panorama sintético de dicho asun-
to, deteniéndonos a considerar sobre todo la deuda del poeta con las fuentes antiguas o, en su caso, con fuentes
intermediarias más recientes, la funcionalidad que cumple esta temática en su obra y el grado de coherencia e
imbricación con otros contenidos.
23 Véase el ponderado estudio de Mª D. Castro Jiménez, «Presencia de un mito ovidiano: Apolo y Dafne
en la literatura española de la Edad Media y el Renacimiento», Cuad. de Filología Clásica 24 (1990) 185-222,
concretamente pp. 212-216 sobre los testimonios poéticos de Garcilaso acerca de este mito.
26 Sobre la tradición de este tema en las letras hispanas, véase la monografía de Fca. Moya del Baño, El
tema de Hero y Leandro en la literatura española, Murcia 1966.
La segunda ninfa nos sitúa ante un tratamiento, alternativo al del soneto XIII, del
tema de Dafne; los versos del toledano bien podrían servir igualmente de ilustra-
ción al cuadro de Van Eyck sobre dicho asunto que se conserva en el Museo del
Prado:
27 Véase A. Gallego Morel, El mito de Faetón en la literatura española, Madrid 1961, pp. 31-32.
Hágate temerosa
el caso de Anaxárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde,
y assí su alma con su mármol arde.
Estávase alegrando
del mal ageno el pecho empedernido
quando, abaxo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el coraçón cuytado,
y con su breve pena
compró la eterna punición agena.
Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡O tarde arrepentirse!
¡O última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
Los ojos s'enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huessos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
las entrañas eladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuytadas
la sangre su figura
iva desconociendo y su natura,
hasta que finalmente,
en duro mármol buelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
quanto de aquella ingratitud vengada.
28 Para más detalles sobre Anaxárete en Garcilaso véase el cap. II («De Ovidio a Garcilaso: el tardío arre-
pentimiento») de nuestro ya citado estudio Mujer y piedra. El mito de Anaxárete en la literatura española, pp.
33-58.
29 Sobre el empleo de la mitología para la forja de figuras estilísticas, véase el citado libro de Guillou-
Varga, I, pp. 281-299.
1 Bruce W. Wardropper. «Temas y problemas del Barroco español», en F. Rico, Historia y Crítica de la
Literatura Española III: Siglos de Oro: Barroco a cargo de B. W. Wardropper, Crítica, Barcelona 1983, 8-9 y
Aurora Egido, «Temas y problemas del Barroco español», en F. Rico, Historia y Crítica de la Literatura Espa-
ñola 3/1: Siglos de Oro: Barroco, a cargo de A. Egido, Crítica, Barcelona 1992, 2-4 y 19-20.
2 Emilio Orozco, Introducción al Barroco, Universidad de Granada, Granada 1988, t. 1, 47, y Rosa
Romojaro, Lope de Vega y el mito clásico, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, Málaga
1998, 22-23.
3 Thomas Keeble, «Los orígenes de la parodia de temas mitológicos en la poesía española», EClásicos
13 (1969) 83-96.
4 T. Keeble, op. cit., pp. 84-5, B. W. Wardropper, op. cit., 18-23 y R. Romojaro, op. cit., 11-27.
5 José Mª de Cossío, Fábulas mitológicas en España, I y II, Istmo, Madrid 1998 (1ª ed. 1952) en II, 82.
6 Esta es en resumen la tesis de T. Keeble. No podemos detenernos a estudiar el material que aduce, aun-
que por la variedad de técnicas paródico-burlescas que contiene bien merecería un estudio más detallado.
7 En esta forma ya habían ensayado el burlesco mitológico Baltasar del Alcázar y Hurtado de Mendoza:
v. también José Antonio Izquierdo, «El Renacimiento. Los clásicos en España» en Juan Signes Codoñer, Bea-
triz Antón Martínez, Pedro Conde Parrado, Miguel Angel González Manjarrés y J. A. Izquierdo (eds.), Anti-
quae Lectiones. El legado clásico desde la Antigüedad hasta la Revolución Francesa, Cátedra, Madrid 2005,
382-88, p. 385.
8 Por razones obvias de espacio dejamos fuera el teatro, género en el que la mitología clásica tuvo tam-
bién amplia acogida en este siglo (Vicente Cristóbal, «Mitología clásica en la literatura española: consideracio-
nes generales y bibliografía», CFC(L) 18 (2000), 29-76).
9 Giuseppe Petronio, Historia de la Literatura Italiana, Cátedra, Madrid 1990, 260.
10 Como puede leerse en J. M. de Cossío, op. cit. I a veces algún italinista usa el octosílabo (Hurtado de
Mendoza en la de Ifis y Anaxárate) (p 107) y, a la inversa, poetas arcaizantes como Antonio de Villegas y Fran-
cisco del Castillo recurren a los metros italianos (pp. 183-88).
11 V. la historia del término en Margaret A. Rose, Parody: ancient, modern, and post-modern, Cambridge
University Press, Cambridge 1993, 54-68. Esta autora registra la confusión del término con «parody» en inglés
desde principios del XVIII. En Francia, en cambio, se mantuvo separado de «parodia» hasta finales del XIX: v.
Gérad Genette, Palimpsestos. La literatura en segundo grado, Taurus, Madrid 1989 (Seuil, Paris 19821), 34-35.
12 Como señala Simon Dentith, Parody, The New Critical Idiom, Routledge, London & New York 2000,
6, debido a las variadas prácticas a las que se alude con el término «parodia» y a los diferentes usos nacionales
de los términos, ninguna clasificación puede esperar convertirse en permanente.
13 «On definitions of literary parody», To honor Roman Jakobson II, Mouton, The Hague 1967, 1264-
1272, p. 1266.
14 F. J. Lelièvre, «The basis of ancient parody», Greece and Rome 1 (1954) 66-81; pp. 66-9.
15 David Worcester, The Art of Satire, Cambridge 1940, p. 47. John D. Jump, Burlesque, Methuen & Co.
Ltd. The Critical Idiom, London 1972, 1-2, introduce en el «low burlesque» el «travesty», que sería el burlesco
de una obra particular, y el poema «hudibrastic», que lo es de algo más general. En el «high burlesque» entraría
la parodia, que siempre es de una obra concreta, y el poema épico-cómico que es burlesco del estilo épico.
16 V. asimismo Arthur Pollard, Satire, Methuen & Co. Ltd. The Critical Idiom, London 1970, 40-46.
17 Op. cit. pp. 73-83.
18 Utilizamos «burlesco» como sustantivo con valor técnico crítico-literario, como se usa en inglés y tam-
bién en francés para denominar el género burlesco del s. XVII (v. por ej. en Le Petit Robert, Montréal-Paris
1985).
19 V. los magníficos cuadros en que resume las diferencias y semejanzas estructurales y de régimen entre
las diversas prácticas hipertextuales, incluidas las que tienen una función o régimen serio en op. cit., 37-44.
20 Todos los teóricos que siguiendo a Bajtín consideran que la parodia tiene capacidad para cuestionar la
representación autoritaria del mundo en los géneros canónicos admiten y aprecian la parodia de géneros: v.
Massimo Bonafin, «Appunti sull´intertestualità parodica», Intertestualità. Materiali di lavoro del centro di
ricerche in scienza della letteratura , ed. por M. Bonafin, Genova 1986, 21-27 y Linda Hutcheon, A Theory of
Parody. The Teachings of Twentieth-Century Art Forms, Methuen, New York 1985, 18-9. Un repaso sobre las
modernas teorías de parodia puede verse Annick Bouillaguet, L'écriture imitative. Pastiche, Parodie, Collage.
Nathan, Noisy-le Grand 1996, 9-19.
Arrojóse el macebito
al charco de los atunes
como si fuera el estrecho
poco más de medio azumbre. (1-4)23
21 José Lara Garrido, «Consideraciones sobre la fábula burlesca (A propósito de una versión inédita de la
de Apolo y Dafne)», Revista de Investigación de Soria 7 (1965) 21-42.
22 Este poeta griego tardío (ca. 475-525) trató el tema en un epilio (343 hexámetros) de carácter noveles-
co y desenlace trágico. Contamos ahora con una traducción moderna de Guillermo Montes Cala (Museo, Hero
y Leandro. Intr., trad. y notas de ... Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1994).
23 Citamos a Góngora por la edición de Antonio Carreño, Luis de Góngora. Romances, Cátedra, Letras
Hispánicas, Madrid 1982.
24 J. M. de Cossío, op. cit., II, 87-88 y Fernando Lázaro Carreter, Estilo barroco y personalidad creadora:
Góngora, Quevedo, Lope de Vega, Cátedra, Madrid 19925, 45-76; pp. 54-6.
25 V. Erich Segal, «Hero and Leander: Góngora and Marlowe», Comparative Literature 15 (1963) 338-
356, pp. 347-8.
Ahora bien, es inevitable que nos preguntemos por qué adopta la técnica de
incorporar versos serios e incluso líricos al marco del burlesco. La razón solo
puede estar en que esos pasajes serios representan el estilo del modelo tratado
burlescamente o el que le correspondería a su género literario. El choque entre
este estilo y la leyenda ya burlescamente degradada tiene un efecto paródico y,
aunque sutilmente, la parodia asoma en esos versos aparentemente serios. Así en
el pasaje dramático en que Leandro empieza a hundirse, el poeta alude a la fanfa-
rronería y necio arrojo con que nos lo representaba al principio:
El amador, en perdiendo
el farol que le conduce,
menos nada y más trabaja,
más teme y menos presume. (49-52)
26 Sobre la incorporación irónica a la parodia del modelo o estilo parodiados v. Linda Hutcheon, «Ironie
et parodie: strategie et structure», Poétique 36 (1978) 467-77.
27 E. Segal, op. cit. 344, ve aquí una critica el excursus virgiliano (Geórgicas IV 387-528), débilmente
justificado, que Boscán empleaba para explicar «cómo se convocaron».
28 En Museo Hero se refiere a la riqueza de sus padres y a la dificultad de casarse con un forastero (125 y
178 ss.).
29 Robert Jammes, La obra poética de Don Luis de Góngora y Argote, Castalia, Madrid 1987, 134, insis-
tiendo en la alternancia de seriedad y burlesco en estos romances dice que, aunque el tono es familiar y burlón,
Góngora describe una belleza real parecida a las de su poesía no burlesca. Yo creo que la ironía y los comenta-
rios anacrónicos denuncian claramente la parodia de lo que sería un retrato convencional de belleza femenina
idealizada.
30 Tiene otra fábula [Hero y Leandro] sobre cuyo carácter no hay unanimidad entre los críticos, que osci-
lan entre quienes le atribuyen un carácter paródico (Francisca Moya del Baño, El tema de Hero y Leandro en la
Así empieza su retrato, que prosigue como una inversión sarcástica y obscena de
la descripción idealizada de la belleza femenina:
Piernas de ramplón
Fornida de panza;
Las uñas con cejas,
De rascar la caspa.
Literatura Española, Universidad de Murcia, Murcia 1966) y quienes la consideran seria (James O. Crosby, el
editor para Cátedra. Letras Hispánicas de Francisco de Quevedo. Poesía varia, Madrid 19949, 476 y José
Manuel Blecua Franscisco de Quevedo. Obra poética I, Castalia, Madrid 1969). Más recientemente Susana
Guerrero Salazar, La parodia Quevediana de los mitos: Mecanismos Léxicos, Universidad de Málaga, Málaga
2002, 347-48, niega que sea paródica, pero observa en ella términos y exageraciones que ponen en duda su gra-
vedad.
31 J. M. Blecua, Francisco de Quevedo. Poemas escogidos, Castalia, Madrid 1989, p. 328, cree con Anto-
nio Alatorre, «Los romances de Hero y Leandro», Libro jubilar de Alfonso Reyes, México 1956, que el roman-
ce era posterior al gongorino de 1610, «Aunque entiendo poco griego»; pero nos parece mejor aceptar la pro-
puesta de Remedios Morales Raya, «Cronología de dos parodias aúreas del mito de Hero y Leandro», Edad de
Oro 13 (1994), 103-112, para quien las alusiones y paralelos con «Arrojóse el mancebito» apoyan una fecha
cercana a este, ca. 1600.
32 V. 85 al 1 de G., 15-6 a 89-93, 105-108 a 25-28, 125 al 41-42 etc. Más detalles sobre semejanzas entre
ambos poemas en R. Morales Raya, op. cit., 105-08.
33 A Quevedo lo citamos por la edición de James O. Crosby, supra cit.
34 Puede verse un comentario detenido de sus dilogías, términos germanescos etc. en S. Guerrero Salazar,
op. cit., 349-63.
35 En 1604 había hecho un ensayo que dejó en el verso 48. Más tarde sus amigos lo animaron a terminar-
lo, pero prefirió empezar de nuevo para incluir entre los objetivos de su parodia y burlesco a Ovidio y al medie-
val Ovide Moralisé (David Garrison, Góngora and the «Pyramus and Tisbe» Myth From Ovid to Shakespeare,
Juan de la Cuesta, Hispanic Monographs, Newark, Delaware 1994, 132)
36 El poema fue comentado y hecho accesible a los lectores en su tiempo por los trabajos de José Pellicer
de Salas de Tovar (1630) y Cristóbal Salazar Mardones en su Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y
Tisbe (Madrid 1636). Más recientemente ha estudiado la oscuridad del poema Daniel P. Testa, «Kinds of Obs-
curity in Góngora´s Fábula de Píramo y Tisbe», Modern Language Notes 79 (1964) 153-168.
37 V. R. Jammes, «Notes sur 'La fábula de Píramo y Tisbe' de Góngora», Les Langues Néo-latines 156
(1961), 1-47 y J. M. de Cossío, op. cit., II, 88-96.
38 Op. cit., 65-67.
39«An Interpretation of Góngora´s Fábula de Píramo y Tisbe», Bulletin of Hispanic Studies 33 (1956)
202-217.
40 Pamela Waley, «Enfoque y medios humorísticos de la Fábula de Píramo y Tisbe», Revista de Filología
Española 44 (1961) 385-398.
41 V. entre otros Antonio Carreira, «Píramo y Tisbe», Emilia Fernández de Mier-Félix Piñero (eds.), Amo-
res míticos, Ediciones Clásicas, Madrid 1999, 223-245 y D. Garrison, op. cit., 31.
amplificación estaba ya en las versiones serias del mito desde el medieval Ovide
Moralisé. El burlesco se muestra aquí en otros aspectos.
El poeta trata en la primera estrofa con ironía manifiesta el detalle de Ovidio
de referirse a los muros de Babilonia como coctilibus muris (v. 58):
La ciudad de Babilonia,
famosa, no por sus muros
–fuesen de tierra cocidos
o sean de tierra crudos–, (1-4)
Además introduce una alusión a los defensores de su nuevo público (16), que no
serían sino los que tanto le habían criticado por la oscuridad de sus obras mayo-
res. Pero ¿es creíble esta declaración después de una invocación a la Musa, bur-
lesca sí, pero indirecta y erudita? No. El lector no necesita llegar a la espesa red
metafórica del retrato de Tisbe (45-80) para darse cuenta de que Góngora no ha
abandonado su estilo culterano. De hecho el violento hipérbaton con el que abre
el poema (1-16) no facilita la comprensión de lectores incultos44. Los dioses y los
protagonistas son burlescamente degradados, pero el estilo en términos generales
no cambia a vulgar. En gran medida se mantiene el registro elevado y la retórica
de los hipotextos que parodia, incluido su propio estilo, que rompe y altera cons-
tantemente por medio de imágenes y léxico chistosos y vulgares, para denunciar
la presencia de aquella.
La mezcla de burlesco y parodia está por tanto presente desde los primeros
compases del poema. Burlesca es la referencia a su fuente latina,
44 P. Waley, op. cit., 396. D. Garrison, op. cit., 10, señala ingeniosamente que no es casualidad que no
sean los amantes el «sujeto» «digno... de las orejas del vulgo», sino «la ciudad de Babilonia», pues de esta
forma alude a la Babel que crea en el poema y nos reta a descodificarla.
45 Incluye además un juego de palabras sobre licentia, rasgo que compartían algunas de sus obras y que lo
llevó al exilio.
46 Concretamente para señalar la agudeza del amor, capaz de percibir una grieta en la pared que nadie
había visto nunca antes: (quid non sentit amor?) primi uidistis amantes / et uocis fecistis iter..., 68-9). Citamos
a Ovidio por la edición de Antonio Ruiz de Elvira, P. Ovidio Nasón, Metamorfosis, I. II y III, texto revisado y
traducción de..., Alma Mater, Barcelona 1969.
47 Ovidio no se detenía a describir a los enamorados; se limitaba a señalar su belleza en los dos primeros
versos: Pyramus et Thisbe, iuuenum pulcherrimus alter, / altera, quas Oriens habuit, praelata puellis, (55-6).
48 El término que utiliza para «pechos», «pechugas» es vulgar y «el etcaetera», aparentemente respetuoso
porque evita describir la parte baja del cuerpo resulta irónico por su carácter coloquial (D. P. Testa, op. cit., 154
y 166).
El etcaetera es de mármol
cuyos relieves ocultos
ultraje mórbido hicieran
a los divinos desnudos,
la vez que se vistió Paris
la garnacha de Licurgo,
cuando Palas por vellosa
y por zamba perdió Juno (73-80)
No era preciso ser muy bella para ganarle a una «vellosa»y a una «zamba»50. La
degradación burlesca de Palas y Juno le pone una nota al retrato que desmiente
su aparente poesía y seriedad iniciales.
Hecha esta pequeña apreciación del retrato de Tisbe, pasamos a comentar el
descubrimiento de la grieta en la pared y el desenlace trágico de la historia.
Como hemos dicho, la rima en la pared es crucial en el desarrollo del relato
ovidiano: por ella se comunican, y aunque nos les permite tocarse y ni siquiera
besarse, al menos deja paso a sus palabras y les sirve de consuelo (71-77); favo-
rece su amor y es representada como un elemento positivo. Góngora, en cambio,
la carga de malos presagios desde le principio. Cuando Tisbe la descubre cree
ver en ella la encarnación de un mal sueño premonitorio:
49 P. Waley. op. cit., 386-87, ya advertía que incluso sin estas jocosidades –así le llama ella a las ironías-
una descripción hecha a base de perífrasis adquiere matices caricaturescos.
50 V. D. P. Testa, op. cit., 163-64.
La «rima» queda aquí a la altura de los amantes, a los que Góngora les dedica
despreciativamente insultos como «boba» (277), «protonecio», «Piramiburro»
(339-40), «hi de puta, puto» (434), etc. Se burla sin descanso de sus sentimien-
tos, que los llevan a morir por amor. Para él es más bien el deseo el que los arras-
tra a la muerte. Por eso se empeña tanto en enfriar el patetismo que la tradición
había ido acumulando sobre el mito. Esta función es la que cumplen las numero-
sas alusiones eruditas que salpican el poema, pues más que evocar el mundo al
que pertenece el hipotexto ovidiano lo que hacen es llevar constantemente al lec-
tor fuera de la historia evitando su empatía con los enamorados; y lo mismo
podemos decir de metáforas como la forense52, que aparece una y otra vez a lo
largo del poema (vv. 221-24, 261-64, 377-78); y así Píramo es representado
como un nuevo Cicerón capaz de convencer a Tisbe para que se le entregue:
Mientras en Ovidio los amantes toman todas las decisiones de común acuerdo
–statuunt, ... / fallere custodes (84-5); pacta placent (91)–, aquí es Píramo quien
toma la iniciativa. En el poeta latino la simetría sexual es mayor que en Góngora.
De todas formas se mantiene en éste la intrepidez de Tisbe (audacem faciebat
51 El doble sentido de «rima», «grieta» y «rima» se apoya en una falsa etimología, ya que la palabra cas-
tellana no procede de la latina rima, sino de rythmus; pero le sirve para lanzar una pulla contra la supuesta cla-
ridad de Lope.
52 V. los comentarios de P. Walley, op. cit., 391, sobre esta metáfora y otras que cumplen la misma fun-
ción, como la culinaria en la muerte de los amantes.
53 D. Garrison considera símbolos sexuales la grieta en la pared y la espada, además del velo desgarrado y
ensangrentado y del uso del verbo eiaculatur para referirse a la salida violenta de la sangre del cuerpo de Píra-
mo (op. cit., 11-2, 27 etc.). También Rosa María Iglesias nos señaló en el coloquio que siguió a la conferencia
base de este artículo, que Tisbe va a la cita tocada con un velo como una novia.
54 Esto puede verse sobre todo en las versiones de Pedro Silvestre, Jorge de Montemayor y Antonio de
Villegas: v. D. Garrison, op. cit., 68-108.
La sangre sale como el agua cuando se rompe una cañería de plomo. El térmi-
no empleado por Ovidio eiaculatur tiene connotaciones sexuales y apunta clara-
mente a la intención de la cita entre los dos amantes, que solo se cumple cuando,
tras suicidarse Tisbe con la misma espada, sus cuerpos reposan juntos una in
urna (166). Solo consiguen unirse en la muerte.
Era difícil hacer una elaboración burlesca de una imagen como la ovidiana;
pero Góngora consigue superarla. Píramo se suicida clavándose la espada de
pecho a espalda y Tisbe, cuando descubre su cadáver, se lanza sobre lo que
sobresale del arma, quedando ensartada en ella:
55 Op. cit., 388. Leemos en la última estrofa: «Pues Amor es tan crüel / que de Píramo y su amada / hace
tálamo una espada /do se juntan ella y él. / Sea mi Tisbe un pastel / y la espada sea mi diente, / y ríase la
gente».
56 Op. cit., 109-22.
que nos devuelve al principio del poema, donde decía de los amantes «que muer-
tos, y en un estoque, / han peregrinado el mundo», 7-8; es decir, no han dejado de
dar vueltas ensartados juntos en la espada de Píramo como dos pajaritos en un
espetón dispuesto para las brasas. La unión aquí también se cumple en la muerte;
pero la imagen es más cruda, debido a su plasticidad. En Ovidio la espada es úni-
camente un símbolo y los amantes solo se unen después de ser incinerados; la
imagen grotesca queda limitada a la muerte de Píramo. Góngora, al adoptar la
versión que le brindaba la tradición intermedia, le da una vuelta de tuerca a lo
grotesco y lo fortalece porque lo extiende a la muerte de ambos protagonistas.
Con esto tenemos que terminar con Góngora. No hemos pretendido hacer una
interpretación global del romance en nuestro breve acercamiento al mismo, sino
únicamente señalar que lo que la mayoría de los críticos considera poesía engas-
tada incongruentemente en el burlesco nos parece más bien parodia: una intromi-
sión de hipotextos serios en la recreación burlesca, para marcar mejor las distan-
cias de ésta con respecto a la visión excesivamente sensiblera de aquellos. De
modo que, en nuestra opinión, en la «Fábula de Píramo y Tisbe» conviven con
genialidad inimitable parodia y burlesco. Góngora trata burlescamente el origi-
nal latino, desarrollando y llevando al extremo sus insinuaciones sexuales y su
ironía, para enfriar su «pathos», no por atacar a Ovidio, sino con el fin de señalar
críticamente cómo los poetas españoles del XVI que habían escrito versiones del
mismo no habían entendido bien al poeta latino y se habían dedicado a subrayar
sólo su vertiente patética.
Para terminar vamos a comentar brevemente el burlesco mitológico en dos
sonetos de Quevedo sobre Apolo y Dafne. Este mito fascinó a nuestros poetas
petrarquistas porque simbolizaba a un tiempo el deseo de un amor inalcanzable y
el sufrimiento del enamorado rechazado57. Garcilaso le dio el tratamiento canóni-
co en su soneto XIII, «A Dafne ya los brazos le crecían», donde capta únicamen-
te la transformación de la ninfa en laurel y el llanto del amante al ver que la pier-
de58. La identificación aquí del «yo» poético con éste está lejos de la distancia
irónica de Ovidio con respecto al dios Apolo, al que en su versión de Metamorfo-
sis I 452-567 representa como un enamorado elegíaco ciego de amor y, en con-
secuencia, privado de razón y dignidad, aunque no llegue a caer en la figura del
amante doliente e inconsolable en el que se convertiría con el tiempo. Quevedo
mismo escribió en su juventud una versión seria del mito en quintillas, [De
Dafne y Apolo, fábula] publicada por Pedro de Espinosa en Flores de los poetas
ilustres (Valladolid 1605), en la que aparece también un Febo sentimental que
57 Mary E. Barnard, The Myth of Apollo and Daphne from Ovid to Quevedo: Love, Agon, and the Grotes-
que, Duke University Press, Durham 1987, 7. Este excelente estudio sobre la tradición del mito nos ha servido
de gran ayuda en nuestro comentario. En el mismo sentido cabe citar a Ignacio Arellano Ayuso, Comentarios a
la poesía satírico burlesca de Quevedo, Arco/Libros, Madrid 1998, 41-56 y Susana Guerrero Salazar, op. cit.,
330-344.
58 J. M. de Cossío, op. cit., I, p. 95.
108
[ A Apolo, siguiendo a Dafne]
Bermejazo Platero de las cumbres,
A cuya luz se espulga la canalla:
La Ninfa Dafne, que se afufa y calla,
Si la quieres gozar, paga y no alumbres.
Si quieres ahorrar de pesadumbres,
Ojo del Cielo, trata de compralla:
En confites gastó Marte la malla,
Y la espada en pasteles y en azumbres.
Volvióse en bolsa Júpiter severo;
Levantóse las faldas la doncella
Por recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue de alguna Dueña Estrella,
Que de Estrella sin Dueña no lo infiero:
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.
109
[ A Dafne, huyendo de Apolo]
«Tras vos un Alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os volvéis murciélago sin duda,
Pues vais del Sol y de la luz huyendo.
«El os quiere gozar, a lo que entiendo,
Si os coge en esta selva tosca y ruda.
Su aljaba suena, está su bolsa muda:
El perro, pues no ladra, está muriendo.
«Buhonero de signos y Planetas,
viene haciendo ademanes y figuras,
Cargado de bochornos y Cometas.»
En primer lugar hay que señalar que estos dos sonetos forman un par indiso-
luble y tenemos que comentarlos juntos. Salta a la vista lo poco que queda aquí
del original ovidiano: los episodios fundamentales de persecución y metamorfo-
sis han quedado notablemente reducidos, así como el modo narrativo que se
limita al último terceto del soneto 109. La persecución en el 108 es casi un mero
trasfondo de las palabras que el poeta le dirige a Apolo; solo en el 109 se hace
más evidente su presencia (1, 4, 6, etc.). En cuanto a la metamorfosis, si se puede
decir que permanece, se encierra prácticamente en verso y medio del final del
109 (12a-13). Por supuesto se mantienen los protagonistas, burlescamente con-
vertidos ella en una prostituta y el en un pícaro, que intenta gozar de los servicios
de la ninfa sin pagarle. Dentro de este marco, los procedimientos burlescos de
Quevedo son brutales; la vulgarización del mito, sin renunciar a la dificultad
conceptista de su estilo, es llevada al extremo por medio de términos de doble
sentido, cargados de insinuaciones crudas e incluso obscenas y mediante el
recurso a la lengua de germanía, que sitúa a los personajes en un ambiente de
bajos fondos. Nada más lejos de Ovidio, que a pesar de hacer bajar de su pedes-
tal a Apolo, el vencedor épico de la serpiente Pitón, convirtiéndolo en un simple
humano dominado por el poder del Amor, no lleva su distancia irónica tan lejos
como para aniquilar definitivamente su dignidad divina, pues hace que la recupe-
re cuando, tras la metamorfosis de Dafne, convierte al laurel en su árbol sagrado
(557-65). Así que el tratamiento de Quevedo de los personajes es burlesco tam-
bién con respecto a Ovidio, aunque se distancie mucho más del Apolo sentimen-
tal de la tradición petrarquista posterior.
A pesar de que, como hemos dicho, el tratamiento de Garcilaso del mito en
soneto se había convertido en canónico, es evidente que Quevedo no lo imita.
Para empezar, el tratamiento del mito se extiende en su caso a lo largo de dos
sonetos y la perspectiva del poeta es muy diferente de la de Garcilaso. Mientras
éste utilizaba el mito como vehículo de sus propios sentimientos de poeta ena-
morado frustrado y se ponía a la misma altura que Apolo59, Quevedo adopta una
actitud superior y primero se dirige a Apolo como un maestro en el arte de la
seducción y luego advierte a la ninfa sobre las verdaderas intenciones de su per-
seguidor. Ambos discursos son previos al momento de la metamorfosis, privile-
giado por Garcilaso, y son creaciones originales absolutamente quevedianas. La
única coincidencia entre ellos es la presencia del poeta en ambos como observa-
dor de la escena: cf. «ví» (3) en Garcilaso60 y «Esto la dije» (109, 12) en Queve-
do; pero la semejanza solo sirve para subrayar el abismo entre la implicación líri-
ca del uno y la distancia burlesca del otro.
En el primer soneto, Quevedo en su papel de preceptor le aconseja a Febo que
pague si quiere conseguir los favores de Dafne. Ambos personajes son pareja-
mente degradados: el aumentativo despectivo con el que se dirige al rubicundo
Febo, «bermejazo» le quita a «platero de las cumbres» toda pretensión de noble-
za61 y, por si esto no bastara, el Sol es limitado en el verso siguiente a alumbrar a
la canalla aplicada a despiojarse. Dafne es asimilada a la chusma a través de las
rimas internas entre «espulga» y «afufa» y «canalla» y «calla» y, además, es
identificada como prostituta, pues «ninfa» tenía también este sentido en la len-
gua de germanía62. El ambiente de bajos fondos en el que se van a mover los pro-
tagonistas queda así establecido en los tres primeros versos, antes de que el poeta
le de a Febo explícitamente su consejo: «si la quieres gozar, paga y no alum-
bres»; consejo que repite en el segundo cuarteto (6) y que, como un instructor de
amor ovidiano, pasa a apoyar con los exempla de Marte y Júpiter, afortunados en
sus amores (7-11). También a estos dioses les aplica le lente reductora del burles-
co: Marte se ve desarmado por los gastos que le acarrea su relación con una
Venus golosa y aficionada a la bebida63, a la que ha de pagarle sus gustos; y Júpi-
ter es cosificado por Quevedo al cambiar su maravillosa metamorfosis en lluvia
de oro por su conversión en una bolsa llena de dinero, que apresta rápidamente a
Dánae a subirse la falda para acoger a las monedas y al hombre.
Los exempla le permiten universalizar un concepto del amor que está en los
antípodas del ofrecido por las versiones serias del mito: el amor de Apolo es sus-
tituido por el deseo impaciente y desenfrenado; y Dafne, tan codiciosa como
Venus y Dánae, huye no por salvaguardar su castidad, sino para evitar tratos con
un cliente tacaño. Para terminar el poema Quevedo redondea en el último terceto
el ambiente trazado al principio: una «dueña estrella» es la que le ha dado sus
consejos a Júpiter para que triunfara con Dánae (12); Febo, que está más cerca de
ellas, por ser Sol, debe recurrir también a una estrella (14), pero ha de ser dueña
al mismo tiempo (13). Los dioses siguen estando situados en un marco costum-
brista; y la acción de los astros, su influencia beneficiosa en los deseos de los
hombres, desciende para adaptarse a ese marco, al encarnarse obligatoriamente
en los «buenos oficios» de una dueña alcahueta, encargada de hacer el contrato
en el comercio sexual al que queda reducida aquí la desinteresada relación amo-
61 El pelirrojo es arquetipo de malvado en la tradición occidental, porque era el color de Judas; y «plate-
ro» tiene connotaciones negativas en otros contextos en Quevedo , porque el platero le daba falsa apariencia de
oro a los metales: v. S. Guerrero Salazar, op. cit., 333-34.
62 «Afufa» (huye) y «calla», (anda en libertad por las calles) también son términos germanescos. Además
la cacofonía de af/fa en «ninfa», «Dafne» y «afufa» también fortalecen el burlesco: v. M. E. Barnard, op. cit.,
146, I, Arellano Ayuso, op cit., 45 y S. Guerrero Salazar, op. cit., 33-34.
63 «Azumbre» es medida de líquidos, pero por antonomasia se entiende «de vino», según el Diccionario
de Autoridades cit. por I. Arellano Ayuso, op. cit., 47.
rosa del mito. Para el Febo que alumbra a la canalla solo una «Dueña Estrella» es
apropiada. De esta forma, cierra el poeta su aleccionador discurso al dios.
Hemos de señalar que en los dos sonetos Apolo aparece como Febo, en su
papel de dios Sol y en ambos predominan imágenes de luz y sombra, estrellas y
planetas (cf. Marte y Júpiter), igual que en las quintillas, en las que el mito es
recreado seriamente con gran originalidad, porque sitúa la acción en el marco de
una cosmología ptolemaica y neoplatónica vigente en la época del poeta64. Pero
todas las imágenes brillantes que situaban allí a Febo y Dafne en un paisaje
celestial o en medio de la naturaleza se ven en los sonetos arruinadas por el bur-
lesco: el sol no «baña» las cumbres porque desciende a alumbrar el submundo de
la canalla, donde el trato con la «ninfa» lo propicia una «estrella» encarnada en
una dueña, que ejerce solapadamente su función de tercera.
La inversión de las elevadas imágenes de las quintillas es aún más clara en el
soneto 109. En su primer cuarteto Dafne huye de la persecución del Sol con el
riesgo de convertirse en murciélago (3). El poeta introduce una nueva metamor-
fosis que no estaba en la versión original del mito para aumentar el efecto burles-
co, ya que animaliza a su heroína. Recordemos, frente a esto, la primera estrofa
de la versión seria:
Mientras aquí Dafne en su huída es como la Aurora, que anuncia la llegada del
Sol, en el burlesco escapa de éste, de su luz, aun a costa de convertirse en pájaro
nocturno. La noche y la oscuridad, que allí estaban excluidas porque la belleza
de Dafne iluminaba tanto como el sol (41-55), se adueñan aquí hasta del propio
Sol, como leemos en el verso final: «Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras».
La degradación burlesca de Apolo y Dafne elaborada ya en el soneto anterior
se hace en éste más manifiesta y extremada: los «alquimistas» con su pretensión
de convertirlo todo en oro por medio de la piedra filosofal eran más tramposos
que los «plateros»; y Dafne, como buena «ninfa» no se ha dejado engañar65: si ya
antes había iniciado la huida («se afufa», 108, 3), ahora la intensifica, especial-
mente porque Febo no ha respondido a los consejos que el poeta le daba en el
108. La secuencia de los dos poemas produce cierta ilusión dramática; de modo
64 M. E. Barnard, op. cit., 133-136, ofrece una interesante interpretación del plano cosmológico del
poema.
65 El poeta al decirle «¿ Y vos tan cruda?» insinúa que no le ha afectado el calor del sol ni el crisol del
alquimista; pero «cruda» tiene también el significado de «cruel» y otros secundarios que recoge S. Guerrero
Salazar, op. cit., 338-39.
que la advertencia a Dafne en el 109 parece justificada por el silencio del Sol.
Está claro que éste pretende gozarla sin pagar : «su aljaba suena», pues sus fle-
chas, con sus connotaciones fálicas, están vivas; pero su bolsa está vacía,
«muda»; y el Sol «perro» de presa para ella, lo que pretende es engatusarla dán-
dole «perro muerto»66. El poeta mezcla aquí la imagen ovidiana del dios como
perro de caza (canis....Gallicus, 533) con la expresión vulgar «dar perro muer-
to», que significa «irse con una prostituta y no pagarle», de manera que le presta
a Febo a un tiempo rasgos de animal y de embaucador.
Ahora bien, la caricatura completa del dios como tramposo y timador no la
encontramos hasta el primer terceto, en el que aparece pintado como «buhonero»
de «signos» (del Zodíaco) y «planetas»67. De dios astral baja a ejercer como ven-
dedor ambulante y arrastra en su degradación a cometas y a constelaciones ente-
ras, indirectamente convertidas en las baratijas insignificantes que ofrecen este
tipo de mercaderes. El término clave del burlesco es aquí «buhonero», es el que
desenmascara la ridícula ostentación de poder que hace el Sol con sus ademanes
y mercancía para impresionar a Dafne. Se trata de un poder cosmológico, que
nos remite como hipotexto a las quintillas, pero sólo en lo que se refiere a su
materia –estrellas, planetas etc.–, pues Febo no hace en ellas ninguna referencia
a sus poderes para conquistar a Dafne (41-65). En este segundo aspecto los ver-
sos de Quevedo nos recuerdan más bien el pasaje de Ovidio en el que Apolo le
habla a la ninfa de su noble nacimiento y de sus atribuciones divinas (515-19)
para hacerla desistir de su huida. Es lógico que el hipotexto ovidiano asome,
aunque sea débilmente, en este soneto, ya que en el tienen mayor presencia los
episodios centrales del mito: la persecución y la metamorfosis, narrada en el últi-
mo terceto.
A diferencia de las versiones serias, la ninfa no recibe aquí ayuda de ningún
dios68: ante las palabras del poeta ella misma se pone a salvo de Febo injertándo-
se en el tronco de un laurel. No hay descripción de la transformación como en
Ovidio y Garcilaso; pero es que ¿se produce aquí una metamorfosis? o ¿las «cor-
tezas duras» del laurel sirven simplemente de metáfora de la inflexibilidad de la
«ninfa» en su comercio con clientes roñosos? Quevedo no esta interesado en la
acción del mito; sólo le interesa la degradación burlesca de sus protagonistas.
Por eso el tronco del laurel le sirve a Dafne de refugio y le presta al poeta la oca-
sión para llevar a cabo su última y más extrema degradación de Febo, cuya luz
apaga ahogando su libido insatisfecha en el escabeche. Así viaja el dios desde su
66 V. M. E. Barnard, op. cit., 149; I. Arellano, op. cit., 52-3 y S. Guerrero Salazar, op. cit., 340-41.
67 M. E. Barnard, op. cit., 152; I. Arellano, op. cit., 54 y S. Guerrero Salazar, op. cit., 342, hacen comenta-
rios más detenidos sobre la grotesca conversión de Febo en un payaso o en un títere repetidor de rígidos movi-
mientos.
68 En Ovidio le pedía ayuda a su padre Peneo (545-46). En las quintillas de Quevedo es «Júpiter sobera-
no» quien la asiste (66-70).
69 «Quedarse a oscuras» es una dilogía. El segundo sentido es «no conseguir lo que se persigue» (I. Are-
llano, op. cit., 55 y S. Guerrero Salazar, op. cit., 344).
70 M. E. Barnard, op. cit., 141.
Victor Millet
Universidad de Santiago de Compostela
1 Manfred Kern y Alfred Ebenbauer, Lexikon der antiken Gestalten in den deutschen Texten des Mittelal-
ters, Berlín (de Gruyter) 2003.
2 Claudio Guillén, Literature as System. Essays Toward the Theory of Literary History, Princeton (Univ.
Press) 1971.
3 G. Glauche, «Schullektüre», en: Lexikon des Mittelalters, vol. 7, Múnich (Artemis) 1995, cols. 1589-
1591,
4 Sobre la importancia del mezenazgo en la literatura medieval véase el ya clásico libro de Joachim
Bumke, Mäzene im Mittelalter. Die Gönner und Auftraggeber der höfischen Literatur in Deutschland 1150-
1300, Múnich (Beck) 1979.
5 La más manejable de las visiones de conjunto sigue siendo, a pesar de algunas carencias, la de Horst
Brunner, Geschichte der deutschen Literatur des Mittelalters im Überblick, Stuttgart (Reclam) 1997. En caste-
llano sólo tenemos el libro de Eva Parra, Literatura medieval alemana, Madrid (Síntesis) 2002, que sin embar-
go no siempre resulta fiable en cuanto a los datos que ofrece.
6 Udo Schöning, Thebenroman-Eneasroman-Trojaroman. Studien zur Rezeption der Antike in der fran-
zösischen Literatur des 12. Jahrhunderts, Tübingen (Niemeyer) 1991. Elisabeth Lienert, Deutsche Antikenro-
mane des Mittelalters, Berlín (E. Schmidt) 2001.
7 Ulrike Krämer, Translatio imperii et studii: zum Geschichts- und Kulturverständnis in der französis-
chen Literatur des Mittelalters und der frühen Neuzeit, Bonn (Romanistischer Verlag) 1996.
8 Sobre la recepción de Ovidio en la Edad Media alemana es de referencia obligada el artículo de Karl
Stackmann, «Ovid im deutschen Mittelalter», en: Arcadia 1 (1966), págs. 231-254. Sobre Albrecht von Hal-
berstadt puede consultarse todavía el clásico estudio de Karl Bartsch, Albrecht von Halberstadt und Ovid im
Mittelalter, Quedlinburg 1861 (reimpr.: Amsterdam, Rodopi, 1965).
9 Una introducción más detallada puede encontrarse en cualquier manual, por ejemplo en Carlos García
Gual, Introducción a la mitología griega, Madrid (Alianza) 1992.
Muchas veces has visto la representación de Amor frente a la puerta del templo.
La imagen significa la Minne que reina sobre todo el mundo. En una mano lleva
un frasco y en la otra dos flechas con las que dispara a menudo. Una de las fle-
chas, la que utiliza a todas horas, es de oro; quien resulte herido por ella tendrá
que amar y sufrir fuertemente. [...] La otra flecha es de plomo; quien reciba la
herida de ésta en su corazón se resistirá para siempre al verdadero amor y se
opondrá a él [...] Y si quieres saber bien qué significa el frasco, escucha: represen-
10 La edición más conocida es la de Ludwig Ettmüller y Dieter Kartschoke (eds.), Heinrich von Veldeke:
Eneasroman. Mittelhochdeutsch / Neuhochdeutsch, Stuttgart (Reclam) 1986. Pero la más destacada por su buen
comentario es la de Hans Fromm (ed.), Heinrich von Veldeke: Eneasroman, Frankfurt (Deutscher Klassiker
Verlag) 1992. Se hallará abundante información y bibliografía en las monografías de Karen Opitz, Geschichte
im höfischen Roman. Historiographisches Erzählen im «Eneas» Heinrichs von Veldeke, Heidelberg (Winter)
1998; y de Renate Kistler, Heinrich von Veldeke und Ovid, Tübingen (Niemeyer) 1993.
ta el ungüento que doña Minne tiene siempre a punto y que suaviza el dolor de
todo aquel que ha sido herido y hace que todo resulte bueno. (vv. 9910-9934).
Nótese que el autor habla una vez de Amor, otra de Venus y otra de doña
Minne. Las tres figuras parecen alegorías de lo mismo, pero no están al mismo
nivel, porque de hecho se recurre a la iconografía de Venus y Amor con el único
fin de complementar el repertorio para la descripción de ese nuevo fenómeno
que en la literatura vernácula del siglo XII es el amor y de la figura alegórica que
lo representa, que es doña Minne. Por eso, los dardos de Amor ya no son todos
iguales, sino que uno es de oro y representa el amor verdadero, mientras que el
otro es de plomo y es el que hiere a todos aquellos que no comprenden esa nueva
manera de amar. Aunque no se diga explícitamente, queda claro por el contexto
que esa flecha de plomo a lo sumo produce el deseo, el efecto tradicional ovidia-
no de los dardos de Amor. La de oro, en cambio, no excluye el deseo, pero incita
a un conglomerado de sentimientos más nobles y corteses que la mera atracción
física; Lavinia y Eneas los irán expresando a lo largo de las escenas siguientes en
monólogos, cartas y diálogos. Dado el nuevo valor que esa flecha de oro recibe,
se comprende que no sea Amor quien la dispare al corazón de la pobre Lavinia,
sino Venus, que aquí se convierte en la ejecutora de los encargos de doña Minne.
La distorsión del mito sirve para relativizarlo y convertirlo en medio para repre-
sentar otra cosa. La flecha lanzada por Venus ya no es la misma que las de la
divinidad latina, porque no es un amor como los de antaño lo que se pretende
describir aquí, sino un concepto novedoso y peculiar: el de la Minne. Las figuras
mitológicas se instrumentalizan con el objetivo de definir esa nueva idea y el
autor se cuida de que pierdan su autonomía: para cuando Venus dispara el dardo
ha quedado claro que la instigadora de todo es Minne. Minne no sólo es dueña
del mundo, como dice el texto, sino también de esa discusión literaria; las figuras
mitológicas de Amor y Venus no hacen más que servir a la definición y represen-
tación de la idea que ella representa. Eso no es un menosprecio del mito, sino
una buena muestra de su fertilidad hermenéutica.
Esa distinción entre –por un lado– el concepto de amor que trata de desarro-
llar la nueva literatura vernácula desde la segunda mitad del siglo XII y –por el
otro– concepciones más tradicionales representadas por las figuras mitológicas
latinas se puede observar en otros textos. Uno de los ejemplos más insignes es
una famosa cita del Parzival de Wolfram von Eschenbach11. El Parzival es una
novela artúrica que tiene básicamente dos hilos conductores: la historia del pro-
pio Parzival y de su búsqueda del grial –que en la literatura alemana nunca se
interpretó como el cáliz que recogió la sangre de Cristo–, así como la historia de
Gawein, insigne representante de la caballería del rey Arturo. Gawein entrega su
amor a una dama –Orgeluse– que lo maltrata y lo insulta. Al final se sabrá que
esa mujer desempeña un papel fundamental también en la historia del grial, pero
al principio aparece como una harpía que hace lo posible por denigrar y ofender
al caballero, el cual no pierde la calma en ningún momento y asume estoica-
mente toda vejación. Cualquier sufrimiento es para él placer. En ese instante, el
narrador de la obra inserta el siguiente pasaje:
Muchos de mis maestros afirman que Amor y Cupido y su madre Venus transmi-
ten el amor a las personas con proyectiles y con fuego. Un amor así huele a
chamusquina. Quien posea fidelidad de corazón nunca podrá librarse del amor, ni
en la alegría ni cuando a veces acudan las penas. El justo amor es la verdadera
fidelidad. Cupido, tus flechas siempre me yerran y lo mismo ocurre con el dardo
de don Amor. Si vosotros dos sois los dueños del amor, y también Venus con su
ardiente antorcha, yo desconozco tales penas. Si he de hablar del verdadero amor,
éste tiene que venir de la fidelidad. (vv. 532,1-18)
La referencia inicial a los «maestros» (entre los que hay que situar también a
Heinrich von Veldecke y su Eneasroman) es significativa porque convierte el
pasaje en un debate sobre el amor literario. En buena tradición retórica, el recur-
so a los dioses de la mitología clásica debe servir como elemento de contraste
para la discusión poetológica. Amor, Cupido y Venus son los responsables de un
modelo de amor que queda lejos del narrador y –en consecuencia– de su prota-
gonista. Sus características quedan claramente reflejadas en los atributos: los
dardos desgarradores y el fuego que abrasa. Con ello se designa el deseo, el amor
erótico y ovidiano, ése que –como el propio narrador comenta en otro pasaje
anterior– Heinrich von Veldeke tan bien mostró cómo aparecía y qué efectos
causaba en sus presas en las escenas dedicadas a Lavinia y a Eneas. «Heinrich
von Veldeke» dice Wolfram en esa cita anterior, «mostró vuestro ser con gran
artificio. Pero ojalá nos hubiera informado mejor sobre cómo reteneros.» Ése es
el problema: el amor que representan los personajes mitológicos es pasional y en
consecuencia pasajero; las heridas cicatrizan y la llama se enfría. De ahí que el
pasaje aquí citado señale que tal amor resulte sospechoso y le contraponga otra
forma de amar basada en lo que Wolfram llama triuwe. Triuwe es fonológica-
11 Utilizo la edición de Karl Lachmann, Peter Knecht y Bernd Schirok (eds.), Wolfram von Eschenbach:
Parzival. Studienausgabe. Mittelhochdeutscher Text nach der sechsten Ausgabe von Karl Lachmann. Überset-
zung von Peter Knecht. Einführung zum Text von Bernd Schirok, Berlín (de Gruyter) 1998. Existe una traduc-
ción al castellano, poco fluida, a cargo de Antonio Regales, Wolfram von Eschenbach: Parzival, Madrid (Sirue-
la) 1999. Sobre el autor y su obra es muy útil la introducción de Joachim Bumke, Wolfram von Eschenbach, 8ª
ed., Stuttgart (Metzler) 2004.
mente el término alemán moderno de Treue, que significa fidelidad, y por esto el
sustantivo del alemán medio siempre se traduce así. Pero en la Edad Media las
palabras tienen campos semánticos más amplios y especialmente en Wolfram
von Eschenbach triuwe significa también otras cosas: honestidad, compasión (en
el sentido etimológico de la palabra: con-passio), y también piedad. Por eso
puede afirmar que en derecho el amor es triuwe, es decir algo más próximo a la
caritas y a la amicitia12. Ése es un valor que, una vez se ha instalado en el cora-
zón, proporciona siempre esa clase de amor, no importa las penas o alegrías por
las que tenga que pasar. Para destacar aún más la diferencia entre el amor erótico
y el más íntimo, Wolfram incluso recurre a la técnica de la tipología. Del mismo
modo que los personajes del Antiguo Testamento o de la Antigüedad en general
eran interpretados como prefiguraciones de sus correspondientes cristianos, el
amor de las antiguas figuras mitológicas es relevado por uno nuevo. El término
clave es el adjetivo «verdadero»: el nuevo amor es el verdadero, el antiguo era
sólo su sombra y su prefiguración13. El pasaje citado significa, pues, que la idea
de amor que trata de desarrollar Wolfram von Eschenbach es distinta no sólo de
la antigua o clásica, sino sobre todo y muy especialmente de la desarrollada por
su predecesor Heinrich von Veldeke.
15 Sobre las figuras mitológicas en este poema y en el siguiente, véase la importante monografía de Man-
fred Kern, Edle Tropfen vom Helikon. Zur Anspielungsrezeption der antiken Mythologie in der deutschen höfis-
chen Lyrik und Epik, Amsterdam (Rodopi) 1998, donde se hallará toda la bibliografía anterior.
16 Sobre la difícil interpretación de los primeros cuatro versos de esta última estrofa y su relación con el
resto del poema, puede consultarse el estudio de Ernst von Reusner, «Jâ ist mîn geloube bœse und ist wider got.
Zu Morungen XXII (MF 138,17)», en: Zeitschrift für deutsche Philologie 103 (1984), págs. 366-370.
En otra canción, más difícil aún, Heinrich von Morungen utiliza el mito de
Narciso para el discurso sobre la problemática amorosa. Aunque la canción com-
pleta sólo se conserva en un manuscrito bajo el nombre de otro trovador, el
hecho de que la primera estrofa figure en dos testimonios bajo el nombre de
Heinrich y el uso característico de imágenes y léxico permiten atribuir la poesía
con toda certeza a nuestro poeta17.
17 La canción ofrece otros problemas filológicos de cierta enjundia: Karl Bartsch publicó un poema pro-
venzal de temática muy similar argumentando una relación entre ambos, pero el original del texto editado por
el ilustre filólogo no se ha encontrado y las dudas sobre la autenticidad del poema no hacen más que aumentar.
Véase Peter Hölzle, «“Aissi m'ave cum al enfan petit”. Eine provenzalische Vorlage des Morungen-Liedes
'Mirst geschen als eime kindeline' (MF 145,1)», en: Mélanges d'histoire littéraire, de linguistique et de philolo-
gie romanes offerts à Charles Rostaing, Lieja 1974, págs. 447-467.
18 Véase la nota 7.
19 Acerca del problema del mito de Narciso en la Edad Media y sobre este poema en particular pueden
verse los siguientes dos trabajos: Christoph Huber, «Narziß und die Geliebte. Zur Funktion des Narziß-Mythos
im Kontext der Minne bei Heinrich von Morungen (MF 145,1) und anderen», en: Deutsche Vierteljahrsschrift
für Literaturwissenschaft und Geistesgeschichte 59 (1985), págs. 587-608; Elisabeth Schmid, «Augenlust und
Spiegelliebe. Der mittelalterliche Narziß», en: Deutsche Vierteljahrsschrift für Literaturwissenschaft und Geis-
tesgeschichte 59 (1985), págs. 551-571.
20 El mejor texto lo ofrece la edición de Friedrich Ranke (ed.), Gottfried von Straßburg: Tristan und Isold,
15ª ed., Dublín / Zúrich (Weidmann) 1978, aunque se quedó sin aparato crítico, que puede consultarse en la
edición de Karl Marold y Werner Schröder (eds.): Gottfried von Straßburg: Tristan, Berlín (de Gruyter) 1977.
Hay traducción española: Victor Millet (ed.), Gottfried von Strassburg y Eilhart von Oberg, Tristán e Isolda,
Madrid (Siruela) 2001. Como introducción es muy útil el libro de Christoph Huber, Gottfried von Straßburg:
Tristan, Berlín (E. Schmidt) 2000.
21 Véase también Manfred Kern, «Isolde, Helena und die Sirenen: Gottfried von Straßburg als Mytho-
graph», en: Oxford German Studies 29 (2000), págs. 1-30.
No sé qué puedo hacer si no una cosa que no había hecho jamás: dirigiré con el
corazón y con las manos mis ruegos y súplicas por primera vez hacia el Helicón y
el trono de nueve asientos, del que brotan las fuentes de las que fluye el talento
para las palabras y los significados. El señor y las nueve señoras, Apolo y las
Camenas, las nueve sirenas para los oídos, las que cultivan el talento en su corte y
reparten y mesuran la merced que otorgan al mundo, entregan su fuente de inspi-
ración con tanta abundancia a muchos hombres que no me podrán negar con
decoro al menos una gotita. Y si la pudiera obtener de allí, sabría defenderme bien
dondequiera que haya que hacerlo con poesía. Esa única gotita jamás sería dema-
siado pequeña como para no devolver la agilidad a mi lengua y mi entendimiento
que ahora me fallan tan estrepitosamente. Haría pasar mis palabras por el resplan-
deciente crisol de los talentos de las Camenas y me las fundiría allí dentro en
insólitas maravillas, cumpliendo todos los deseos, como si fueran oro de Arabia.
(vv. 4859-4895)
¡Que ese don divino del verdadero Helicón, del trono supremo del que nacen las
palabras que resuenan por el oído y ríen en el corazón, que hacen el discurso diá-
fano como una joya selecta, escuche mi voz y mi ruego arriba en los coros celes-
tiales a los que me he dirigido! (vv. 4896-4907)
Ésta es la súplica anunciada. Pero ahora resulta que no va dirigida a las musas,
sino al verdadero Helicón. El adjetivo verdadero indica que estamos nuevamente
ante una comparación de orden tipológico, es decir que el Helicón al que se
refiere aquí el narrador es un trono cristiano, el «trono supremo’ situado junto a
los coros celestiales. Gottfried convierte la apelación a las musas en una implora-
ción al espíritu santo, que cuenta con una larga tradición en las letras latinas.
Sutilmente y sin aviso, pero con palabras inequívocas ha convertido el templo de
la inspiración pagana en la fuente de la inspiración cristiana. Y sin embargo, lo
más característico del Tristán de Gottfried von Strassburg es que tampoco se
identifica con el plano discursivo cristiano. Véase sino la continuación del pasaje
hasta el final:
Imaginad ahora que todo eso se cumpliera, que se me concediera todo lo que he
solicitado y que poseyera de ello un rico tesoro, que mis palabras dieran placer a
todos los oídos, que yo ofreciera una sombra a todos los corazones con hojas de
tilo de verde perenne, que acompañara mi discurso tan de cerca que a cada paso le
abriera y limpiara el camino, no dejando ni una brizna de polvo que no fuera apar-
tada, y que no caminara más que sobre trébol y flores brillantes. Aún así no
emplearía jamás mi entendimiento –por muy escaso que sea– en algo que tantos
hombres han abordado y en lo que han fracasado. En verdad que no lo haré.
(vv. 4908-4928)
22 Sobre este pasaje pueden consultarse los estudios de Emilio González, «Der wâre Êlicôn als Inspira-
tionsinstanz des Gottfriedschen Dichtungsprogramms», en: troianalexandrina 4 (2004), págs. 129-143; Her-
bert Kolb, «Der ware Elicon. Zu Gottfrieds Tristan vv. 4862-4907», en: Deutsche Vierteljahrsschrift für Litera-
turwissenschaft und Geistesgeschichte 41 (1967), págs. 1-26; Burghart Wachinger, «Geistliche Motive und
geistliche Denkformen in Gottfrieds “Tristan”», en: Christoph Huber y Victor Millet (eds.), Der «Tristan»
Gottfrieds von Straßburg. Symposion Santiago de Compostela, 5. bis 8. April 2000, Tübingen (Niemeyer) 2002,
págs. 243-255.
23 Fue editada por Helmut Tervooren y Thomas Bein, «Ein neues Fragment zum Minnesang und zur
Sangspruchdichtung. Reinmar von Zweter, Neidhart, Kelin, Rumzlant und Unbekanntes», en: Zeitschrift für
deutsche Philologie 107 (1988), págs. 1-26.
24 Se trata de la canción CB 185, en la que un joven seduce a una doncella. En la estrofa sexta él le dice:
«Hay un hermoso tilo no lejos del camino, allí he dejado mi harpa, el tamboril con la lira.» Véase Alfons Hilka
y Otto Schumann (eds.), Carmina Burana, vol. I: Text. 2. Die Liebeslieder, Heidelberg 1941, pág. 310.
25 Sigo la edición de Antonio Ruiz de Elvira (ed.), P. Ovidio Nasón: Metamorfosis, Madrid (CSIC) 1990,
vol. II, págs. 174-175 y adapto su traducción.
26 Thomas Bein, «Orpheus als Sodomit. Beobachtungen zu einer mhd. Sangspruchstrophe mit
(literar)historischen Exkursen zur Homosexualität im hohen Mittelalter», en: Zeitschrift für deutsche Philolo-
gie 109 (1990), págs. 33-55.
Gottfried von Strassburg son sólo unos pocos ejemplos a los que habría que aña-
dir a otros muchos autores, especialmente aquellos que escribieron grandes y
complejos relatos sobre Alejandro Magno o la guerra de Troya, como Konrad
von Würzburg o Rudolf von Ems27. Existen casos en que el mito se usa sólo
como ejemplo de algo, sin ensayar una nueva interpretación, como ocurre con la
estrofa dedicada al Orfeo sodomita; pero son minoría y menores.
En cambio, a partir de lo que tradicionalmente se viene llamando el Renaci-
miento (y que ahora por diversos, pero importantes motivos los germanistas pre-
ferimos llamar la Edad Moderna temprana) se produce un cambio de percepción
importante en lo que al mundo clásico se refiere. La propaganda de los renacen-
tistas consiste en declararse «redescubridores» de las letras clásicas, de las lati-
nas primero y bastante más tarde de las griegas. Pero no se puede redescubrir lo
que no ha dejado de estar presente. Luego lo que ocurre a partir de Petrarca y en
los siglos XIV y XV es que deja de percibirse esa continuidad cultural que tan
importante había resultado para todos los intelectuales hasta aquel momento. La
Antigüedad grecolatina comienza a percibirse como tal «antigüedad», es decir
como época conclusa que se puede estudiar con métodos filológicos, históricos y
arqueológicos, pero que ya no tiene una continuidad en el presente. Sin lugar a
dudas, los humanistas son excelentes conocedores de la mitología, seguramente
mejores que muchos de los autores medievales, pero no ven en ella un fondo de
imágenes para crear literatura, sino un objeto del pasado digno de estudio. Como
consecuencia de ello, a pesar del renovado interés por las letras latinas y griegas,
a pesar de la creciente riqueza figurativa de las divinidades clásicas en todas las
manifestaciones artísticas y literarias, es muy poco lo que se aporta en interpreta-
ción crítica de los mitos. La presencia creciente de dioses y héroes clásicos en
textos, imágenes, esculturas y objetos es correlativa a una pérdida de interés por
la exégesis. El mito se reproduce tal y como se encuentra en las fuentes, se cita y
se usa como término de comparación, pero no se moldea, ni se reinterpreta,
como hicieron los autores medievales. No más «nuevas Venus», ni Narcisos
«desnarcisados», ni «musas inútiles».
Para eso, es decir para un renovado interés en la interpretación de los mitos,
habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XVIII.
al menos a ellos no se les había ocurrido nada al verlas, y que en toda la población
de Estrasburgo y del entorno, por numerosos que fueran los asistentes, a nadie se
le ocurrirían unas ideas semejantes, y menos aún a la propia reina y a su corte.1
Resulta difícil creer que la presencia del mito de Medea en la sala de una
novia real sea arbitraria y que no se haya tenido en cuenta la inoportunidad de la
temática por simple desidia, tal y como Goethe parece sugerir. El sentido alegó-
rico que dio pie a la elección del tema mítico de la Historia de Jasón en este con-
texto nupcial —y que ni Goethe, ni sus amigos supieron ver— era una alusión
política motivada por el simbolismo, de naturaleza mitológica, de la Orden del
Toisón de Oro. Dicha Orden fue instituida en 1430 por Felipe el Bueno de Bor-
goña principalmente con el fin de solemnizar su boda con Isabel de Portugal,
aunque también con el propósito expreso de luchar contra los infieles. Obvia-
mente, dado que con el «toisón» se estaba haciendo referencia al vellocino de
oro que fueron a buscar los Argonautas a la lejana Cólquide, el patrón de la orden
tenía que ser forzosamente Jasón, el capitán de la Argo, viajero legendario que se
había aventurado en un «territorio pagano» (como los Cruzados) para obtener
esta legendaria piel áurea de carnero, igualmente asociada, en el contexto de la
Orden, con el Agnus Dei. Esta lectura alegórica de reminiscencias cristianas
había sido planteada ya por el Ovide moralisé, compuesto entre 1291 y 1328, y
que, siguiendo los métodos de la exégesis bíblica, pretendía descifrar los mensa-
jes que Dios había revelado a los antiguos a través de las Metamorfosis de Ovi-
dio, considerada en la General historia como la «Biblia de los gentiles».
El papel que esta tardía Orden del Toisón de Oro tuvo en las cruzadas históri-
cas contra los infieles fue, desde luego, muy pobre. No obstante, nunca llegó a
perder su papel como codiciable símbolo de nobleza y distinción, de modo que
la historia de Jasón y Medea se convertiría en un adecuado pretexto para la orna-
mentación alegórica de los banquetes cortesanos que iban a extenderse por las
cortes europeas al mismo tiempo que lo hacía la insignia de la Orden. A la muer-
te de Carlos el Temerario, la soberanía de la Orden del Toisón de Oro pasó a
Maximiliano de Austria, cuyo hijo Felipe el Hermoso la trajo a la corona de
España al contraer matrimonio con doña Juana, hija de los Reyes Católicos. Los
representantes de las principales casas reales europeas se convirtieron en miem-
bros de la Orden, extendiendo su prestigio, y Francia y Bélgica terminaron rei-
vindicando para sí los derechos legítimos sobre el Toisón. Finalmente, también
la casa real austríaca se atribuyó la soberanía exclusiva sobre la Orden y el dere-
cho a nombrar a nuevos miembros, pretensión que provocó considerables con-
flictos diplomáticos. Todo esto resulta muy relevante para comprender el contex-
to del incidente descrito por Goethe. Al fin y al cabo, gracias al inminente
matrimonio de la austríaca María Antonieta con el borbón Luis XVI, el litigio
entre estas dos casas reales por la legítima posesión de la Orden iba a quedar
1 Poesía y Verdad (ed. de Rosa Sala Rose), Alba, Barcelona, 1999, págs. 373-375.
bía la historia del arte como una historia de artistas, a la manera de las Vitas de
Vasari, sino que, por el contrario, trataba de sistematizar el arte como conjunto y
captar su verdadera esencia a fin de establecer un concepto normativo de belle-
za2. Para Winckelmann, las condiciones climáticas y la libertad política de Gre-
cia explicaban la belleza física de los griegos, que se reflejaba en su arte y que
los convertía en manifestaciones de la belleza ideal. «La historia del arte debe
enseñar el origen, el crecimiento, la transformación y la caída del mismo, junto a
los distintos estilos de los pueblos, épocas y artistas, demostrándolo todo en la
medida de lo posible a partir de las obras de la Antigüedad que todavía se con-
servan3». Más adelante, Herder –que criticaría duramente la incapacidad que
Winckelmann había demostrado tener para comprender el arte egipcio– amplia-
ría esta concepción a las restantes culturas humanas, a las que concebía como
entes orgánicos surgidos, entre otros, de unas condiciones climáticas propicias.
Con eso, Winckelmann contribuyó decisivamente a favorecer la concepción de
Grecia no como una modalidad del gusto estético, sino como una fase ideal de la
civilización europea, en la que ésta vivía todavía en armonía con su entorno,
armonía supuestamente reflejada en su arte. Y de ahí, también, que Alemania
viera en la imitación de Grecia uno de los mejores modos para renovar su propia
cultura nacional: «El único camino que tenemos para volvernos grandes –es más,
si es posible, inimitables– es la imitación de los antiguos»4, escribió Winckel-
mann. Pero esa imitación no debía llevarse a cabo de un modo servil, sino
tomando en consideración el propio potencial cultural. Así es como la antigua
Grecia pasó a convertirse, poco a poco, en la perdida Edad de Oro del romanti-
cismo alemán y, en menor medida, europeo, sobre todo desde que Schiller rubri-
cara esta visión en su poema Los dioses de Grecia (1788), en el que lamenta la
desacralización del mundo y el alejamiento irremediable de la naturaleza numi-
nosa de los griegos. Grecia, en cierta afinidad con las ideas de Rousseau sobre el
«estado natural» del hombre, representaba ese momento glorioso de la historia
en la que los hombres hablaban todavía de tú a tú con una naturaleza que se
encarnaba en figuras de dioses y relatos míticos en los que, ingenuamente, toda-
vía eran capaces de creer. La añoranza de Grecia consistió sobre todo en la año-
ranza de una supuesta ingenuidad perdida, la añoranza, llevada a dimensiones
colectivas, del paraíso imaginario de la infancia.
2 Hoy sabemos que esta pretensión de Wickelmann, en palabras de Wolf Lepenies, es «uno de los
muchos mitos fundacionales de la Ilustración», y que el concepto de arte de Wickelmann le debe al humanismo
tardío y al enciclopedismo mucho más de lo que él estaba dispuesto a admitir. Ver Thomas DaCosta Kaufmann,
«Antiquarianism, the History of Objects, and the History of Art before Winckelmann» en Journal of the His-
tory of Ideas, vol. 62, Nº 3, julio 2001, págs. 523-541.
3 Geschichte der Kunst des Alterthums (Dresden 1764. Primera trad. francesa: Paris, Amsterd. 1766).
Edición original, pág. IX s.
4 Winckelmann, Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke in der Mahlerey und Bild-
hauer-Kunst, en VV.AA., Frühklassizismus, Deutscher Klassiker Verlag, Frankfurt, 1995, pág. 14.
Winckelmann descubrió la importancia que los mitos tenían para el arte grie-
go cuando, entre 1758 y 1759, elaboró el gran catálogo descriptivo de la colec-
ción de gemas antiguas del barón Philipp von Stosch (Description des pierres
gravées du feu Baron de Stosch. Florencia, 1760). Gracias a este minucioso tra-
bajo, Winckelmann descubrió algo que hasta entonces no había resultado tan
obvio como pueda parecernos hoy: que los monumentos antiguos muestran
temas de la mitología griega tal y como aparecen en los textos de los poetas anti-
guos. Las esculturas griegas, como Laocoonte, en su «noble simplicidad y serena
grandeza», dejaban en suspenso el movimiento y la expresión de dolor precisa-
mente porque pretendían encarnar lo trascendente y universal que había en el
mito que representaban.
En 1768, Winckelmann, tras muchas vacilaciones, decidió abandonar la
amada ciudad de Roma que le había acogido durante trece años para volver de
visita a Alemania, un regreso que ansiaban impacientemente sus muchos segui-
dores, entre ellos Oeser y Goethe. Sin embargo, repentinamente horrorizado por
un misterioso presagio que tuvo ante la visión del «terrible y espantoso paisaje»
de los Alpes, decidió dar media vuelta y esperar en Trieste la llegada de un barco
que pudiera llevarle a Venecia o Ancona. Allí es donde le dio muerte quien había
sido cocinero del conde Cataldo en Viena, un ex-convicto irónicamente llamado
Arcangeli con el que había entablado una turbia amistad. Así, a la más pura
manera griega, alertado por un presagio que no supo interpretar, Winckelmann
mantuvo un violento encuentro con la muerte que contribuyó no poco a incre-
mentar aún más su mitificación. Aunque el verdadero móvil del asesinato del
estudioso parece haber sido el robo de las valiosas medallas de oro y plata que la
emperatriz María Teresa le había regalado, antes de que Arcangeli fuera conde-
nado a morir en la rueda dejó dicho en uno de los seis interrogatorios a los que
fue sometido que había matado a Winckelmann, que iba de incógnito, por creer-
lo un espía, probablemente «un judío o un luterano»5, ya que sobre su mesa había
un libro escrito en unos caracteres extraños. Esos caracteres que tan extraños se
habían vuelto incluso para Arcangeli, al fin y al cabo dotado de buenas maneras
y con cultura suficiente para mantener largas conversaciones durante una semana
entera con su ilustre víctima, eran griego.
Se trataba, nada más y nada menos, que de la Odisea, el libro que, por encima
de ningún otro, establecerá primero en Alemania, y después en Europa, un nuevo
canon estético y cultural. El único libro con el que el joven Werther estaba dis-
puesto a dejarse acompañar durante sus ya míticos paseos por la naturaleza ale-
mana, pues cree ver en el gran vate griego la ingenuidad antiretórica del creador
primigenio. Después de todo, con su idealización de Grecia, Winckelmann –y
ésta es otra de sus grandes aportaciones– consiguió desplazar estéticamente a
5 Francesco Arcangeli, protocolo judicial, cit. en W. Leppmann, Winckelmann. Ein Leben für Apoll.
Propyläen, Berlín, 1996 (1971), págs. 15-16.
Roma, patria del clasicismo barroco, y sustituirla por Atenas, entendida como el
verdadero lugar de origen de la identidad humana, un desplazamiento que Les-
sing rubricaría en 1766 con su Laocoonte. Así, en la Alemania de los siglos
XVIII y XIX, cuando se habla del mundo clásico se está pensando, en primera
instancia, en Grecia. Lessing, Goethe, Schiller, Hölderlin y Nietzsche casi todos
los grandes nombres alemanes, de un modo u otro, se rindieron ante el modelo
griego.
Y, sin embargo, se trataba de una Grecia que nadie, ni siquiera el propio
Winckelmann, llegó a conocer. Es verdad que, en comparación al resto de estu-
diosos europeos de la Antigüedad clásica, había dado ya un paso de gigante al
practicar y recomendar la contemplación de las piezas originales para la crítica
artística, desdeñando lo que hasta entonces había sido práctica habitual: evaluar
el arte griego guiándose únicamente a partir de grabados y dibujos. No obstante,
Winckelmann no había visto prácticamente nada de escultura griega del período
clásico, en parte porque todavía no había sido descubierta y, en parte, porque
nunca tuvo la iniciativa de visitar Grecia, donde, si más no, habría tenido oportu-
nidad de ver todavía en su emplazamiento original los frisos del Partenón. Es
verdad que, en el s. XVIII, Grecia era difícil de visitar por razones de política y
de infraestructura. No obstante, durante su estancia en Roma, Winckelmann reci-
bió más de seis veces la tentadora oferta de viajar a Grecia como acompañante
de personas adineradas y con recursos, y las rechazó todas sin ningún motivo
racional, asustado tan sólo por los presentimientos de muerte y peligro de los que
da testimonio su correspondencia. Sí aceptó, en cambio, viajar a Alemania que,
como hemos visto, fue precisamente su decisión fatal.
Sin embargo, es posible que Winckelmann, el gran idealizador de Grecia, no
quisiera enfrentarse físicamente a lo que daba cuerpo a su sueño. Puede que el
miedo a verse decepcionado fuera casi tan intenso como el miedo obsesivo a la
muerte. Después de todo, cuando Goethe visitó Paestum, un vestigio arqueológi-
co de la auténtica Grecia antigua ubicada en la Campania, a 35 km de Salerno, se
sintió inicialmente desencantado y perplejo: «Me hallaba en un mundo comple-
tamente extraño. [...] Nuestros ojos y, a través de ellos, nuestro fuero interno, se
ha visto atraído y determinado por una arquitectura más esbelta, de modo que
estas masas de columnas romas y cónicas, tan apretadas unas con otras, nos pare-
cen pesadas, incluso espantosas»6. La Grecia alemana, por tanto, era y debía ser
un sueño, cuya eficacia de persuasión colectiva aumentaba en la medida en que
se tratara únicamente de un ideal.
En los debates filosóficos y estéticos del momento se abundaba en la dicoto-
mía, en gran medida ficticia e incongruente, entre lo clásico y lo romántico, que
a veces se complementaba mediante otras denominaciones contemporáneas o
posteriores que aludían a prácticamente la misma idea: lo ingenuo y lo sentimen-
6 Goethe, Italienische Reise (ed. de Herbert von Einem), C. H. Beck. Munich, 1981, pág. 219.
7 La Ifigenia se ha visto comúnmente como la antítesis de Medea. Así, en Enrique el Verde, Gottfried
Séller habla de cómo «la demónica Medea gusta más a la sensibilidad sobreexcitada que la humana Ifigenia»
(Keller, Der grüne Heinrich [segunda versión], en Keller, SW, vol. 4, pág. 623).
8 Schiller, recensión publicada en Kritische Übersicht der neuesten schönen Litteratur der Deutschen,
1789 en Schiller Nationalausgabe (SNA), vol. XXII, pág. 212.
11 Briefwechsel Schiller-Goethe, (ed. de Emil Staiger y Hans-Georg Dewitz), Insel, Frankfurt y Leipzig,
2005, pág. 418.
12 Op. cit, pág. 669. Exactamente ese mismo tratamiento le daría unos años después el austriaco Franz
Grillparzer en su trilogía El vellocino de oro (1822), en el que hace un fino análisis dramático de la psicología
de los personajes. Hofmannstahl la calificaría como «un desmembramiento de las almas que es enteramente
propio de los nuevos tiempos».
13 Sämtliche Werke (Frankfurter Ausgabe), vol. II, 3, pág. 358.
rando una fuerza repulsiva en lugar de atrapar la atención del lector, que se limi-
taría a pasar página cuando éste hable18». Ya Lessing había contribuido a ello al
comparar la figura de Medea con la Cleopatra de Corneille. Para Lessing, en una
época en que las intrigas son directamente vinculadas a la vida en la Corte, al
tiempo que se le atribuye sinceridad e inmediatez al burgués, Cleopatra es
mucho peor porque es calculadora e intrigante. Una naturaleza «política».
Medea, en cambio, es frente a ella «virtuosa y amable. Pues todos los horrores
que comete Medea los comete por celos. A una mujer tierna y celosa estoy dis-
puesto a perdonárselo todo, pues es todo aquello que ha de ser, sólo que dema-
siado vehemente19». Es la vacilación entre el amor maternal y el deseo de ven-
ganza lo que permitiría «salvarla» en cuanto heroína negativa e integrarla, al
menos teóricamente, en el repertorio teatral. «La venganza», dice Schiller en
Sobre lo patético (1793), «es indiscutiblemente un afecto innoble e incluso bajo.
Aun así, se vuelve estética en cuanto cuesta un sacrificio doloroso a aquél que la
comete. Medea, al matar a sus hijos, apunta con su acción al corazón de Jasón,
pero al mismo tiempo siente un agudo pinchazo en el suyo propio, y su venganza
queda estéticamente sublimada en cuanto vemos en ella a la tierna madre20».
El único autor del Sturm und Drang que aceptó el desafío de llevar una nueva
versión de Medea a las tablas (o de intentarlo, al menos, ya que su obra nunca se
llegó a estrenar) fue el amigo de juventud de Goethe en su época genial, Frie-
drich Maximilian Klinger. Lo hizo, aunque ya muy tardíamente, con su Medea in
Korinth de 1786, sólo un año antes de que Goethe publicara la versión en verso
de su Ifigenia. A la segunda edición de la obra le antepuso la siguiente apostilla:
«No empleo ni la Medea griega, ni la latina, ni la francesa. Ésta, sea como sea, es
obra mía»21, poniendo enfáticamente de manifiesto una pretensión de originali-
dad que lo delata como epígono del Sturm und Drang. En su Medea in Korinth,
Klinger trata de ser básicamente fiel a las fuentes clásicas del mito al tiempo que
intenta crear a partir de ellas una versión «moderna» del mismo, siguiendo los
postulados de Herder22. Sin embargo, resulta significativo ver hasta qué punto
tiene en cuenta y «corrige» todas las críticas que Voltaire había hecho a la Medea
de Corneille en su edición de las obras del dramaturgo francés, que Klinger sin
duda conocía. La suya es una versión en gran medida suavizada, en la que hizo
un considerable esfuerzo por convertir el carácter sombrío de Medea en un cla-
roscuro más digerible para el sensible público de su tiempo. Así, renuncia a la
brujería de Medea y, aunque no omite el filicidio que Voltaire consideraba
«dégoûtant», sí evita sobrecargar el crimen añadiéndole el asesinato directo de
23 La Creúsa de Klinger comparte las características esenciales de la Sara Sampson de Lessing, como ya
hace notar Zempel. (Erlebnisgehalt und..., pág. 40, n. 98). No en vano Lessing fue, además de Rousseau, uno
de los grandes modelos ilustrados de los jóvenes autores del Sturm und Drang, que creyeron ver en ellos la
reconstrucción de la posibilidad de rebelión del individuo contra el yugo de la sociedad. (Ver Fritz Osterwalder,
Die Überwindung des Sturm und Drang im Werk Friedrich Maximilian Klingers, Berlín, 1979, pág. 21).
siglo III a. C., fecha en la que fueron expulsados por los sármatas, otro pueblo de
origen iranio. En la literatura clásica romana el nombre de escita se utilizó como
apelativo genérico para referirse a los «bárbaros» del norte y para los pueblos
menos conocidos que se encontraban más alejados de las fronteras septentriona-
les y orientales del imperio romano. Durante la Edad Media se continuó utilizan-
do el nombre de escita de forma muy amplia con esas mismas características,
aplicándose también a los húngaros, mongoles, rusos y eslavos. Además de ser
considerados como «bárbaros», en el mundo occidental se creía que era un pue-
blo de origen muy antiguo, y como consecuencia de estas creencias algunos
europeos, deseosos de encontrar antiguos vínculos genealógicos, los considera-
ron como los antepasados más remotos. En los mapas que se realizaron en la
Alta Edad Media basados en textos de Eforo (siglo IV a. C.), por ejemplo en la
«Topografía Cristiana» de Cosmas (c.550), el mundo se representa en forma rec-
tangular y en ellos se sitúan de manera muy imprecisa los celtas al oeste, y los
escitas al norte. Los cuatro puntos cardinales se señalan con los nombres de los
vientos y el de los pueblos que se consideran más alejados: Céfiro al oeste y
Boreas al norte; igual que en el siglo I a. C. hace Estrabón en su «Geografía»
(Chekin, L. S. 2006, 89, 243-244).
Decía antes que a Amergin se le considera un poeta; pero, ¿lo fue realmente?
En el «Libro de las Invasiones» se relata que era hijo de Golamh, el nieto de Bre-
ogán que posteriormente adquirió el nombre de Mil Espáine, y que vivió en
Egipto durante ocho años. En ese país nació Amergin, y en él, según dicho Libro,
estudió leyes y justo proceder. Después de esos años pasados en Egipto Golamh,
el padre de Amergin, regresó a Brigantia.
Cuando la flota de los Milesios, en la que iba Amergin, llegó a Irlanda, los
druidas del pueblo de Tuatha De Danann, que era entonces el que se había adue-
ñado de esa isla, lanzaron contra las naves de los Milesios vientos mágicos «de
tal manera que la grava del fondo del mar se elevó hasta la superficie, en una tor-
menta enorme»; pero entonces Amergin, erguido en la proa de su nave, pronun-
ció contra los elementos un conjuro mágico con el que logró disipar la niebla y
calmar el temporal que amenazaba con hundir la flota:
También Pitágoras, según Jámblico, entre los poderes que poseía estaba el de
aplacar los fuertes vientos, detener las granizadas y calmar la olas del mar
(Butler, E. M. 1997, 78).
Parece estar muy claro tanto en el texto de Empédocles, como en el conjuro
de Amergin, el comportamiento propio de un mago que con sus conocimientos
de la naturaleza es capaz de dominar los elementos simplemente con sus hechi-
zos. Pero, al menos, en el caso de Empédocles, estos conocimientos mágicos que
enseña a su discípulo son más propios de un chamán que de un mago. Son pro-
pios de un hombre que en un estado de éxtasis es capaz de descender a los Infier-
nos, de penetrar en el Hades y de regresar al mundo de los vivos. Lo cual pone de
relieve el hecho de que los antiguos griegos es muy probable que conocieran las
prácticas chamánicas, e incluso las que realizaban los antiguos persas ya antes de
que surgiera la figura de Empédocles (Kingsley, P. 1996, 226). También Heródo-
to en el siglo V a. C., es decir muchos siglos antes de la descripción de ese episo-
dio de Amergin, relata que cuando la flota de los atenienses se enfrentó a la de
los persas, invocaron al viento o dios Bóreas para que levantara una tempestad
contra las naves enemigas (Libro VII, 189). Pero los persas recurrieron también a
sus propios magos, y «realizaron encantamientos del viento acompañados de
aullidos que lograron que se calmasen» (Libro VII, 191). Y si damos un salto
hacia adelante en el tiempo, vemos que el escritor danés Saxo Gramático en su
obra «Historia danesa» compuesta a principios del siglo XIII, relata que los fine-
ses y los biarmos, pueblos que habitaban en las orillas del Mar Báltico, tenían
fama de ser hechiceros capaces de provocar tormentas «cambiando las armas por
la astucia, y desatando las nubes con encantamientos y turbando el plácido
aspecto del firmamento con el triste riego de la lluvia» (Libro I, 75). Los biarmos
eran incluso capaces de crear tempestades «invocando al cielo con sus cánticos»
(Libro, IX, 203). También los antiguos daneses solían llevar a bordo magos
«capaces de hacer zozobrar los barcos enemigos tras provocar tempestades con
sus poemas y de dirigir las olas encrespadas por maleficios para provocarles nau-
fragios» (Libro V, 12. Saxo Gramático, 1999). Esta creencia en el poder mágico
que se atribuía a los magos se conservaba incluso en la España del siglo XV pues
Gutierre Díaz de Games en su obra «El Victorial» relata que en cierta ocasión en
la que unas galeras castellanas pasaban por delante de las costas de Málaga, se
vieron envueltas repentinamente en una densa niebla muy oscura «e algunos
marineros que avían visto tal ya otras vezes dixeron que los moros eran fechiçe-
ros de aquellas tales cosas, e que ellos lo farían a fin si pudiesen fazer perder las
galeras». Para librarse de tal peligro los marineros castellanos rezaron algunas
oraciones a Dios, hicieron la señal de la cruz y entonces la niebla se disipó mila-
grosamente (Capítulo 37, pág. 95). También a las brujas y a los hechiceros del
siglo XV les atribuían esos poderes mágicos, como podemos leer en la obra
«Malleus Maleficarum», publicada en el año 1486, en la que se describen las
actividades de las brujas y se mencionan los procedimientos legales para acabar
con la brujería. A los hechiceros se les acusa de ser capaces de provocar o de cal-
mar las tempestades (II, 7, 181B), de levantar tormentas de granizo e incluso de
matar animales o personas con los rayos de las tormentas (II, 15, 147 A).
(«Malleus Maleficarum», 2006).
En estos testimonios podemos ver que antiguamente se atribuía a los druidas,
magos, encantadores o chamanes poder para controlar las fuerzas de la naturale-
za. Eliade opina que los poderes que se atribuían a determinadas personas capa-
ces de dominar los vientos y de atraer las lluvias, eran también propios de los
chamanes turcos, mongoles e islandeses (Eliade, M. 1979, II, 568). Esos poderes
se conservaron hasta muy recientemente en la figura del clérigo conjurador de
granizadas y tempestades, el cual con rogativas a la Virgen, a los santos o a la
Santísima Trinidad, y apoyado por la fe popular, organizaba procesiones y rome-
rías, generalmente hasta lo alto del teso más cercano en el que solía haber una
ermita. Y una vez en la cima, «el sacerdote vestido de sobrepelliz, y Estola, con
Cruz en la mano, con agua bendita, y un Acolito que le responda, con contrición
de sus pecados, con viva fe, cierta esperanza, y perfecta confianza en la miseri-
cordia de Dios, con fortaleza, buelto á do viene la tempestad, santiguandose asi,
y al ayre con la Santa Cruz, diga en alta voz»… Y a continuación pronunciaba
una larga letanía en latín con la que se pretendía alejar las nubes que amenazaban
con destruir las cosechas (Diego de Céspedes, Fray, 1641, 4). Pero incluso entre
el campesinado era tradicional recitar determinados conjuros con la intención de
desviar las tormentas que se cernían sobre los cultivos. Por ejemplo, en Fuente-
rrebollo (Segovia) se seguía recitando en el siglo XX el siguiente conjuro con ese
fin protector:
Esparrámate, nublado,
no hagas daño ni a mí, ni a mi ganado,
ni al que se encuentra a mi lado. (Fraile Gil, J. M. 2001, 101).
Las alusiones que tanto Amergin como Taliesin hacen a sus múltiples trans-
formaciones nos recuerdan también las que sufrió Tuan mac Cairill, el único
superviviente de la tribu de Partolón, que fue una de las primeras tribus que inva-
dió Irlanda después de la de Cesair. Tuan logró librarse de la plaga que acabó con
la tribu de Partolón y vivió durante varias generaciones a través de una serie de
metamorfosis, como ciervo, jabalí, águila y salmón. Posteriormente fue comido
por una mujer la cual al dar a luz lo devolvió de nuevo a la vida pero con forma
humana (Mackillop, J. 1998, 365). La versión más antigua de este relato se
encuentra en el «Libro de la vaca parda» (The Book of the Dun Cow) que parece
ser que se redactó en el siglo IX (Wentz, W. Y. Evans, 1973, 377).
Ese poder de ocultación y a veces también de transformación en otro ser que
vemos en la antigua literatura céltica, los heredaron, según la tradición, algunos
santos cristianos. En la antigua iglesia irlandesa la recitación de salmos e himnos
tenía frecuentemente una intención mágica, que buscaba la protección de Dios
(McNeill, J. T. 1923, 340). En la oración «The Deer´s Cry» o «St Patrick´s Bre-
astplate», que se atribuye a San Patricio (siglo IV), se alude a esa facultad pues
fue este santo el que se transformó en ciervo para ocultarse a los ojos de sus ene-
migos tras pronunciar dicha oración (MacKillop, J. 1998, 192). Es una oración
que todavía se recita a veces en algunas iglesias irlandesas (Ross, A. 2004, 168).
En ella se hace evidente también esa visión panteísta de la divinidad que se
manifiesta en toda la naturaleza, igual que en el poema de Amergin. San Patricio
comienza invocando a la divinidad con estos versos:
Hoy me amparo
en el poder del cielo,
la luz del sol,
el resplandor de la luna,
el fulgor del fuego,
la velocidad del rayo,
la rapidez del viento,
la profundidad del mar,
la estabilidad de la tierra,
la resistencia de la roca.
Hoy recurro al poder de Dios que me guía, etc. (Meyer, K. 1911).
And yet now my spirit roams beyond the enclosure of the heart,
my thought of mind, along with the sea-flood,
Es muy probable que el poeta que compuso esta obra conociera las viejas cre-
encias populares sobre el viaje del alma sin el cuerpo, puesto que también la
Iglesia de los primeros tiempos admitía esta posibilidad. Así, en los «Diálogos de
Gregorio el Grande, escritos alrededor del año 594, se menciona un episodio de
la vida de San Benedicto en el que se hace referencia al poder que tenía este
santo para trasladar en vida su espíritu a otras comunidades de su orden y hacer-
se visible a los monjes. Gregorio dice que el alma puede por propia voluntad
abandonar el cuerpo; lo cual nos permite pensar que esta creencia se fundamen-
taba en las de tiempos anteriores (Hultin, N. 1977, 39, 42). En algunos episodios
de la vida de san Adomnán, abad del siglo VII en el monasterio de la isla de Iona
(en las Hébridas), que se conservan en la obra «Cain Adomnain», probablemente
redactada en el siglo IX, aparecen creencias propias del comportamiento de un
chamán en relación con la muerte, la resurrección y el ayuno. Incluso se pueden
ver también esas características en algunos personajes irlandeses del Ciclo de
Finn (Melia, D. F. 1983, 122). Los ayunos frecuentes que solían realizar los
monjes de la Alta Edad Media, así como el consumo de plantas y raíces no siem-
pre comestibles, favorecían también la aparición de visiones y trastornos psíqui-
cos. Sulpicio Severo (siglo IV d. C.) cuenta que San Martín vivió durante un
tiempo a «base de raíces; por esa época tomó eléboro, planta, según cuentan,
venenosa. Pero como hubiera percibido la acción del veneno que avanzaba
acompañado de la muerte, rechazó el peligro por medio de la oración y al punto
hizo huir todo dolor» («Vida de Martín», 6. Sulpicio Severo, 1987. Codoñer, C.
(Trad.). En Galicia el eléboro se llama «herba do lobo», en Castilla «vedegam-
bre» o «hierba de ballesteros» porque se utilizaba para envenenar las flechas. Es
una planta muy tóxica (Font Quer, P. 1976, v. eléboro).
Salmon concibe al navegante de la elegía «The Seafarer» como si fuera un
chamán capaz de entrar en trance e iniciar un vuelo imaginario con su alma.
Alega, además, que las prácticas chamánicas eran frecuentes en Islandia, como
así lo atestigua su antigua literatura en la que se conservan testimonios sobre el
alma capaz de abandonar el cuerpo, o bien con forma de animal o con forma
humana, y de realizar grandes desplazamientos para obtener información (Sal-
mon, V. 1960). En «Widsith», poema anglosajón del siglo VII d. C., aunque la
versión más antigua que se conserva es del siglo X d. C., Widsith, es decir, «el
viajero de lejanías», es un poeta que describe diferentes pueblos y personajes
históricos que conoció en sus múltiples viajes en el tiempo. Al comienzo de su
poema manifiesta ser «aquel de entre los hombres que más había viajado por
pueblos y tribus de la tierra»; incluso visitó pueblos orientales y mediterráneos:
«estuve con los israelitas, con los indios y con los asirios, con los egipcios y los
persas…» (Joyce Hill (Ed), 1983). En el mundo de la crítica literaria se conside-
ra que «Widsith» es un poema ficticio (Bravo, A. 1998, 61). Sin embargo, la alu-
sión que hace el poeta a los conocimientos que ha adquirido gracias a sus expe-
riencias entre diferentes pueblos y épocas, incluso manifiesta haber conocido a
Julio César, nos permite sospechar que no es un autor visionario, sino un chamán
que al igual que Odín posee el poder de trasladarse a tierras lejanas, con frecuen-
cia transformándose en un ave para así alcanzar otros territorios. También en
algunas sagas y en relatos breves aparecen personajes que manifiestan, al igual
que Widsith, haber estado y conocido a diferentes tribus y a sus jefes (Joyce Hill,
1983, 14). Por ejemplo, en la saga del siglo XIV «Rémunar Saga Keisarasonar»,
aparece un personaje llamado Vithförull, el «viajero errante», que manifiesta ser
un gran sabio y mago por haber viajado mucho (Schlauch, 1931).
Tanto Amergin como Taliesin gracias a esas múltiples transformaciones,
están dotados de gran inspiración poética porque a lo largo de sus diversas vidas
en distintos seres han adquirido conocimientos que los demás mortales no pose-
en. Este razonamiento nos lleva a retomar la idea de que tras esa visión poética
en que se conservan estos poemas de la Edad Media, se ocultan las actividades
chamánicas de épocas anteriores. Taliesin y Amergin son evidentemente magos y
druidas. Sin embargo, sus múltiples transformaciones son más propias de un
chamán que de un mago. Otro testimonio sobre la existencia de prácticas chamá-
nicas en el mundo celta irlandés lo encontramos en el comportamiento que
muestra Cûchulainn, realizando una serie de contorsiones, de muecas y deforma-
ciones de su cuerpo que lo introducen en un trance. Además es capaz de atrave-
sar puentes mágicos, igual que el puente de las almas que une el mundo de los
vivos con el de los muertos, y que sólo pueden atravesar los difuntos o los inicia-
dos en las técnicas místicas del chamán (Markale, J. 1989, 207-208). La posibili-
dad de que algunas de las actividades que realizaron los druidas fueran prácticas
propias de un chamán, es un tema que han sugerido diferentes investigadores,
entre ellos Leslie Ellen Jones que publicó en 1998 un detenido estudio sobre los
personajes de la antigua literatura irlandesa y galesa en los que se encuentran
rasgos chamánicos, y considera que el bardo Taliesin «es one of the best exam-
ples of a Celtic poet as shaman» (Jones, L. E. 1998, 97).
Es precisamente el estado de éxtasis en el que penetra el chamán lo que lo
diferencia del mago o del místico, el cual no tiene una función social puesto que
realiza su experiencia en solitario y no actúa tampoco como curandero o adivino.
El mago se parece al chamán, pero se diferencia en que no necesita entrar en
trance para realizar sus actividades mágicas, sus pronósticos o sus curas (Hay-
den, B. 2003, 48). Un chamán es un hombre que se siente atraído por las incóg-
nitas del Más Allá; dimensión en la que pretende penetrar tras de un largo perío-
do de aprendizaje de técnicas y de ritos, e incluso con el consumo de drogas.
Todo ello le ayuda a conseguir un trance extático, en el que cree comunicarse
con el mundo de los espíritus y penetrar en el cuerpo de otros seres. El chamán
piel de vaca que le cubría todo el cuerpo excepto la cabeza. Permanecía en ese
estado hasta que creía que unos seres invisibles contestaban a sus preguntas. Al
amanecer regresaban los demás isleños para traerlo de vuelta a casa y conocer lo
que había oído (Martin, M. 1716, 111). En relación con la creencia de que los
seres del otro mundo ayudaban a los vivos, está también la práctica tradicional
que realizaban los herreros escoceses cuando fabricaban algún arma. El herrero
de Wigtownshire, en el occidente de Escocia, después de hacer una espada o un
puñal, y con el fin de que tuvieran un buen filo y resistente acero, enterraba las
armas lo más cerca posible de un túmulo dolménico, llamado Túmulo de las
Hadas. Allí las dejaba durante siete días, confiando en que el armero de las
hadas, que vivía bajo dicho túmulo y al que llamaban «Gorman an Uird» (el
hombrecillo del martillo), les hiciera en ese período de tiempo los retoques nece-
sarios para que tuvieran el mejor filo, dureza y temple que ningún herrero huma-
no podría conseguir (Stewart, A. 1889, 395). Quizá en esta antigua práctica que
se conservaba todavía a finales del siglo XIX en el occidente de Escocia, se
encuentre la explicación de algunos de los depósitos de armas que se han encon-
trado en diferentes contextos arqueológicos y sobre los cuales se han expuesto
varias hipótesis.
Para buscar también la curación de enfermedades o la solución de problemas
personales, en Galicia todavía se acude a determinadas iglesias en las que existe
una tumba o sarcófago en cuyo interior se supone que yace un «corpo santo», es
decir, los restos de algún santo o religioso al que se le atribuyen grandes mila-
gros. El paciente debe tumbarse boca abajo sobre el sepulcro y hacer todo lo
posible por dormirse puesto que en sus sueños verá la respuesta a los problemas
que le angustian o la curación de sus males. En el mes de febrero de 1999 tuve
ocasión de recoger información sobre un campesino angustiado que se había
acostado sobre la tumba del «corpo santo» de la iglesia de San Juan de Roo
(Outes. A Coruña) porque no sabía cómo curar la enfermedad que afectaba a sus
vacas. Durante el proceso de su sueño vio como se recuperaba su rebaño e inclu-
so «volvió a oírlas mugir» (sic). En la Galicia de principios del siglo XX todavía
se recurría a determinados ríos para obtener información sobre la salud de los
niños. El rito que se seguía consistía en lanzar a sus aguas una prenda del niño
enfermo; si ésta flotaba se interpretaba como señal de que se curaría, pero si se
hundía su muerte estaba próxima. En las cercanías de la ciudad de Tui (Ponteve-
dra) las ropas del niño enfermo se lanzaban al río Miño en una pequeña cesta
provista de una vela a la que se le prendía fuego. Si esta improvisada embarca-
ción conseguía navegar durante un trecho, se consideraba que el niño se salvaría.
Cuenta el autor de esta información que en aquellos tiempos se conocían bien en
Galicia las propiedades milagrosas de ciertos ríos, y que para realizar esas prácti-
cas de adivinación se preferían los ríos que pasaran al lado de algún cementerio o
de la capilla de un santo milagroso (Howes, H. W. 1927, 362).
La práctica de consultar a los espíritus de los muertos parece ser que tuvo sus
orígenes en Asiria; desde allí se difundió por Anatolia, Levante y Egipto. Alcan-
zó Grecia en la segunda mitad del siglo VII a. C. (Dickie, M. W. 2001, 42). Los
chamanes siberianos solían cubrirse con un disfraz con aspecto de pájaro. Para
lograr esa transformación algunos chamanes además de envolverse en la piel de
un determinado animal, utilizaban también otros métodos: como ponerse una
máscara o recurrían a la fuerza inspiradora que los poetas célticos atribuían a las
aguas del río, al mar o de las fuentes; porque el agua se consideraba que era el
límite que separaba el mundo de los vivos del de los muertos. Entre los germanos
había mujeres chamanes pues Clemente de Alejandría (s. III d. C.) dice que
«entre los germanos existen también las llamadas mujeres sagradas, quienes
observando los remolinos de los ríos y recodos y suaves murmullos de las
corrientes de agua, anuncian y predicen el futuro» («Stromata», I, 72, 1). De
manera que no se puede descartar la relación entre los testimonios célticos y los
grecolatinos sobre la videncia, la metamorfosis y el agua, aunque las posibles
supervivencias chamánicas pertenezcan a una estructura mítico-religiosa dife-
rente (Velasco López, M. del H. 2000, 44).
Amergin además de conocer los conjuros mágicos para dominar las fuerzas
de la naturaleza, tiene el poder de transformarse, de habitar en otros cuerpos.
Facultad también propia del espíritu del chamán que se «reencarna» en el cuerpo
de otros seres. La metempsícosis o la doctrina de la transmigración de las almas,
es una creencia que existió no sólo en algunas antiguas culturas europeas, sino
también en la India y en otros países. En el «Bhagavad Gita» (siglo II a. C.), se
dice que el alma humana sigue un ciclo de renacimientos pasando de un cuerpo a
otro. Su diferencia principal con la metamorfosis es que para adquirir un nuevo
estado corporal se necesita morir, aunque en muchos casos esta distinción no
siempre se cumple. En la mitología céltica los dioses se metamorfean igual que
en los mitos griegos. Se pueden transformar en seres humanos o en animales;
pero pueden recuperar su forma original (Chevalier, J.; Gheerbrant, A. 1986,
709). La metempsícosis es la transmigración del alma de unos seres a otros den-
tro de un mundo de purificaciones cuya transmigración última del alma, que va
pasando sucesivamente de un ser a otro, es el paso a un estado divino. Esta es la
doctrina clásica de la transmigración representada en el pitagorismo del siglo V
a. C. (Velasco López, Mª. del H. 1998, 251). Cumont opina que la doctrina de la
metempsícosis llegó a través del Imperio Persa a los órficos y a los pitagóricos.
Pero también pudo haber sido Egipto el país que sirvió de intermediario entre
esta doctrina, que igualmente se encuentra en la India, y en el mundo griego
(Cumont, F. 1959, 178). Para Empédocles y Pitágoras todos los seres animados,
tanto los animales como las plantas, se encuentran afectados por el fenómeno de
la metempsicosis; con lo que la unidad y homogeneidad del Universo están
garantizadas. Esta doctrina pitagórica estuvo probablemente influida por creen-
cias indoiranias en las que se manifiesta el triunfo sobre la muerte a través de
sucesivas reencarnaciones (Burkert, 1972, 165. Cartelle Fernández, Mª. C.
1992).
Los celtas creían en la transmigración del alma, aunque no se sabe con segu-
ridad si contemplaban esa transmigración como un proceso purificador para
entrar en el Paraíso, según la doctrina clásica de la metempsícosis. Pero también
creían en la existencia de un Paraíso al que el muerto viajaba con forma humana,
como podemos leer en los relatos de la antigua literatura irlandesa sobre los via-
jes al Más Allá y deducirlo del hecho de que en los enterramientos se depositara
un rico ajuar funerario consistente en diversos objetos además de armas, armadu-
ras y carros de combate. De manera que para ellos la vida del hombre no se ter-
minaba con la muerte, sino que ésta era una condición necesaria para entrar en el
otro mundo. Julio César cuenta que en los entierros de los celtas galos se quema-
ban no sólo los cadáveres y sus ajuares, sino incluso a los sirvientes y a los ani-
males domésticos («Guerra de las Galias», VI, 19). Se hacía esto pensando que
el ajuar funerario y las víctimas seguirían al muerto en su viaje de ultratumba.
Según Estrabón (s. I a. C.), los druidas afirmaban que las almas son indestruc-
tibles, como indestructible es el Universo («Geografía», IV, 4, 4). César dice que
los druidas galos enseñaban a sus discípulos que las almas no morían sino que
después de la muerte pasaban de un cuerpo a otro; «creencia que estiman mucho
para infundir valor y disipar el temor a la muerte» («Guerra de las Galias», VI,
14). Lucano cuenta que los druidas de la Galia no temían a la muerte porque
estaban seguros de que tras ella les sería devuelta la vida: «Dichosos, sí con su
error, los pueblos a quienes mira la Osa, porque a ellos no les angustia el mayor
de los temores, el miedo a la muerte. De ahí el ánimo de los guerreros dispuestos
a correr a las armas, las almas capaces de morir, y la poca importancia de perder
una vida que ha de volver» («La Farsalia», I, 459-465). La Osa es una constela-
ción que brilla en el norte, por eso es visible en el territorio céltico. Lucano dice
también que los druidas creían que «el mismo espíritu tiene otro cuerpo en un
medio distinto y que la muerte no es sino la mitad de una larga vida» («La Farsa-
lia», I, 450). (Herrero Llorente, (Trad.), v. Lucano).
En el siglo I d. C. Valerio Máximo dice que los celtas creían que recibirían en
la otra vida el dinero que habían prestado porque estaban convencidos de que las
almas de los hombres eran inmortales (II, 6, 10). Sobre los celtas galos comenta
que «los tendría por estúpidos si no fuera porque esos portacalzones sostenían,
acerca de ese punto, unas creencias idénticas a las que profesaba Pitágoras con
su manto de filósofo» (II, VI, par. 10. D´Jubainville, H. D´Arbois, 1981, 227).
Pomponio Mela, a mediados del siglo III d. C., añade que los druidas enseñaban
a los celtas que «las almas son imperecederas y que hay otra vida después de la
muerte, sin duda para que ellos sean más valerosos en las guerras. Así pues, que-
man y entierran con sus muertos útiles necesarios para los que viven. De ordina-
rio se dejaba para los infiernos la cuenta de los negocios y la restitución de la
deuda, y los había que se arrojaban de buen grado a las piras de los suyos como
si fueran a vivir juntamente con ellos». («Corografía», III, 2, 12. Trad. de Guz-
mán Arias, 1989).
Al hablar de los celtas galos, Diodoro de Sicilia (40 a. C.) dice que «entre
ellos, en efecto, se ha impuesto la creencia de Pitágoras según la cual las almas
de los hombres son inmortales y, después de un determinado número de años,
vuelven a la vida, al penetrar el alma en otro cuerpo. Por ello, en los funerales de
los muertos, algunos lanzan a la pira las cartas que han escrito a sus parientes
muertos, en la creencia de que los difuntos podrán leerlas» (V.28-5-6. Torres
Esbarranch. Trad). También Amiano Marcelino (siglo IV d. C.) dice que «los
druidas, de inteligencia superior, unidos por comunidades fraternales, como
determinó la autoridad de Pitágoras, intentaron alcanzar la respuesta a cuestiones
ocultas y elevadas. Además, despreciando los asuntos humanos, proclamaron la
inmortalidad de las almas» (XV, 9, 8. Harto Trujillo, Trad.).
Jámblico, filósofo neoplatónico del siglo IV, dice que Pitágoras aprendió
«unas cosas de los órficos, otras de los sacerdotes egipcios, otras de los caldeos y
de los magos, además de las que tomó de los misterios celebrados en Eleusis,
Imbros, Samotracia, y en Lemos, y de las de los misterios comunes tanto celtas
como de Iberia». (Jámblico, «Vit. Pyth». 28,151. Bernabé, A. 2004, 142). Tam-
bién Amiano Marcelino (IV d. C.) dice que Pitágoras aprendió sus conocimien-
tos en Egipto (XXII, 21). Egipto tenía ya en la época de Pitágoras fama de ser el
país en donde se podían estudiar artes mágicas. En época romana esa fama pasó
a los embaucadores y a los falsos hechiceros que alardeaban de haberse instruido
en los misterios de la religión egipcia y de adquirir en Egipto los poderes secre-
tos para ejercer la magia (Dickie, M, W. 2001, 202 y ss.). Recordemos que,
según el «Libro de las Invasiones», también Amergin había estudiado en Egipto.
Ignoramos cuales podrían ser los misterios comunes de los celtas y de Iberia a
los que se refiere Jámblico, aunque suponemos que tendrían que ver con prácti-
cas druídicas o chamánicas. Por ello, es posible que pudiera referirse a la exis-
tencia de antiguos cultos relacionados con la fertilidad en los que los celtiberos
se disfrazaban con pieles de animales y máscaras monstruosas. En algunas pintu-
ras de la cerámica celtibérica se encuentran representaciones de animales con
aspecto de monstruos y de personas con cabeza de ciervo, de caballo y de otros
animales. Otro tipo de pinturas muestran seres fantásticos: como toros que se
metamorfean en peces, serpientes, etc. (Salinas de Frías, M. 2006, 130). Bláz-
quez señala su relación con las mascaradas tradicionales que se celebran aún en
varios pueblos de España (1983, 243) y Caro Baroja nos muestra la relación que
podía tener el acto de enmascararse con el culto a los muertos y con el culto dio-
nisiaco en Grecia y Roma. Lo cierto es que las mascaradas tradicionales que
todavía se celebran en Tracia en la época del Carnaval, se asemejan a las españo-
las (v. los «guirrios» asturianos, los zamarrones, etc.) y a las vasco-francesas
(Caro Baroja, J. 1979, 269 y ss.).
Algunos autores han comparado el druidismo con las fraternidades tracias y
geto-dacias, señalando la importancia del sumo sacerdote, la creencia en la
inmortalidad y la creencia sagrada de tipo iniciático de los druidas. Es necesario
tener en cuenta que los celtas debieron de tener relaciones con los dacios puesto
allá acá y de acá allá animando diversos cuerpos: desde los de las fieras para los
seres humanos y desde éstos a los de las fieras, sin perecer en ningún tiempo»
(XV, 1. Crivéll, (Trad.). 1967).
Pitágoras pensaba que en la cadena de las reencarnaciones la «psique» tam-
bién se introducía en las plantas (Heráclides Póntico, fragmento 89). Empédo-
cles apoyó esta misma idea y prohibió la masticación de hojas de laurel, planta
que él consideraba la forma más elevada de las encarnaciones vegetales, defen-
diendo incluso que él mismo había sido un arbusto en una existencia anterior
(Empedocles, 117, 127, 140. Bremmer, J. N. 2002, 91). La doctrina de Pitágoras
sobre la transmigración de las almas se remonta a su época pues ya los antiguos
tracios al norte de Grecia mantenían que las almas de los muertos seguían vivien-
do en la tierra pero en el cuerpo de otros seres. West sugiere que la doctrina de la
metempsícosis de origen oriental se aceptó fácilmente porque la gente conocía
las creencias del chamanismo, según las cuales el espíritu del chamán salía de su
cuerpo para relacionarse con los animales y comprender su lenguaje. El chama-
nismo se extendió por el territorio indoeuropeo desde el noroeste de la India y
arraigó en el orfismo (West, M. L. 1983, 259, 149-150). El orfismo surgió en Ita-
lia meridional en el siglo VI a. C. en el seno de una secta que practicaba una reli-
gión mistérica. Su fundador se supone que fue un poeta místico llamado Orfeo,
al que se le han atribuido características del chamán por el hecho de poseer el
poder de hechizar con su música o de descender a los infiernos. Orfeo se supone
que nació en época anterior a la guerra de Troya (s. XII a. C.), por lo que prece-
dió a Homero. Diodoro de Sicilia dice que era de origen tracio (IV, 25, 2-4. Sán-
chez Ortiz de Landaluce, M. 2005, 33 y ss.). A partir de la segunda mitad del
siglo VI a. C. se empezaron a difundir por Grecia las creencias órficas que se
mezclaron con el culto tracio a Dioniso, que establecía que las almas están con-
denadas a pasar de un cuerpo a otro hasta conseguir ser perdonadas por Dioniso
y penetrar definitivamente en el más allá (Bernabé, A. 2003, 203). Según la doc-
trina órfica el hombre tiene que recorrer un largo camino hasta lograr que su
alma se libere de las ataduras del cuerpo. Cuando el cuerpo humano se muere, su
alma revolotea por los aires hasta que penetra en otro cuerpo, que puede ser el de
un hombre o el de un animal (Rohde, E. 1942). Según Proclo (s. V d. C.), «cam-
biando según los ciclos del tiempo, el alma de los hombres proviene de otra parte
en otros animales: ora se convierte en caballo…ora en carnero, o bien parece
como un ave monstruosa o también con apariencia de perro y voz grave y en
otras ocasiones en rastrera generación de frías serpientes, en la tierra divina».
(Proclo, Republic.; II, 338 y ss. Mondolfo, R. 1959, 30). De acuerdo con esta
doctrina, el alma comienza así una «rueda de reencarnaciones interminable» de
la que el ser humano sólo se puede librar si se lleva una vida ascética, cuyo pre-
cepto principal, observado por los ascetas órficos, es la abstención de carne pues-
to que en cualquier animal puede albergarse el alma de un antepasado. El alma
que consigue purificarse totalmente después de ese ciclo de reencarnaciones vive
con un alma divina liberada para siempre del ciclo purificador de las reencarna-
ciones. Se suponía que penetraba en el paraíso astral (Rohde, E. 1942, 50, 92,
103). Sexto Empírico, filósofo griego escéptico del siglo III d. C., en su obra
«Adversus Matemáticos» («Contra los científicos») recoge una de las creencias
que tenían los seguidores de Pitágoras y que está relacionada con la doctrina de
la transmigración de las almas. Su testimonio es el siguiente: «Los seguidores de
Pitágoras, de Empédocles y del restante número de itálicos, expresan que no sólo
existe una comunidad recíproca entre nosotros y los dioses, sino también respec-
to de los animales irracionales. Pues hay un espíritu único que se propaga a tra-
vés de todo el mundo a modo de alma y que nos unifica con aquellos. Por eso
cuando los matamos y nos alimentamos con sus carnes pecamos de injusticia e
impiedad, como destruyendo a nuestros parientes. De ahí que estos filósofos
exhortaran a abstenerse de los seres animados y decían que pecaban de impiedad
los hombres que «enrojecen el altar de los Bienaventurados con sangre caliente»,
y Empédocles expresa en algún lado: «¿No cesaréis este estrepitoso asesinato?
¿No veis que os devoráis unos a otros con necedad de espíritu?» (Trad. de La
Croce, E. 1979, 250). Un siglo después Macrobio, en su obra «Comentario al
Sueño de Escipión», dice lo siguiente: «Tras la muerte el alma no abandona
fácilmente el cuerpo, sino que, o bien deambula en torno a su cadáver, o bien va
en busca del habitáculo de un nuevo cuerpo, no sólo humano, sino incluso bestia,
escogiendo una especie acorde con las costumbres que practicó con agrado cuan-
do era un alma humana» (I, 9, 5). (Navarro Antolin (Trad.). La influencia de
estas creencias afectó incluso a los cristianos seguidores de las doctrinas de Pris-
ciliano, y se conocieron también en Galicia pues en el año 561 se celebró el I
Concilio de Braga y en él se condenó expresamente que «si alguno juzga inmun-
dos los alimentos de las carnes que Dios dio a los hombres para su utilidad, y no
se abstiene de ellas por mortificación de su cuerpo, sino más bien porque las
juzga una inmundicia, hasta el punto que no prueba ni las legumbres cocidas con
carne, como afirmaron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema». (Vives, J. 1963,
69).
Por consiguiente, en los ambientes pitagóricos existía la creencia de que el
alma perduraba tras la muerte y que pasaba de unos seres a otros, aunque estos
fueran animales. Pitágoras concebía el mundo como un Universo en el que todo
se regía con un orden determinado. En este sistema armónico la creencia en la
transmigración de las almas servía para explicar que existía realmente una comu-
nidad universal que relacionaba entre sí a todos los seres. Algunos autores opi-
nan que en la primera fase de las creencias pitagóricas no se consideraba la
metempsícosis como un castigo del alma, ni tampoco su salvación como un pre-
mio por su pureza. Por el contrario, la idea de que el alma estaba encerrada en el
cuerpo para cumplir un castigo debido a una falta cometida en el pasado proce-
día de las creencias órficas y se debía al mito del origen del hombre a partir de
los Titanes, los cuales previamente habían desmembrado y devorado a Dionisos,
razón por la cual la raza humana, que descendía de los Titanes, debía expiar ese
crimen por medio de una serie de reencarnaciones (Bernabé, A. 2004, 111).
Las relaciones de los griegos con los pueblos de Escitia y Tracia en los que se
conocía el fenómeno del chamanismo, dio como resultado la aparición de una
serie de videntes, magos y filósofos religiosos con rasgos característicos del cha-
mán, como, por ejemplo, Hermótimo de Clazómenas (s. VII a. C.), Epiménides
de Knossos (s. VII a. C.), Zalmoxis (s. VI a. C.), Pitágoras (s. VI a. C.), Empédo-
cles (s. V a. C.) y algunos más sobre los que se han ocupado detenidamente otros
autores que, como Dodds, ven en el chamanismo el origen de las teorías sobre el
viaje del alma fuera del cuerpo (Ogden, D. 2001, 116 y ss. Ramos Jurado, E. A.
2002, 172-173). Es probable que los tres magos o chamanes más famosos del
mundo griego entre Homero (s. IX a. C.) y el período helenístico (300-I a.C.)
fueran Orfeo, Pitágoras y Empédocles. Empédocles combina en su personalidad
la función de mago, naturalista, poeta, filósofo y curandero (Dodds, 1960, 141).
Algunos autores, según Diez de Velasco, F. (1995, 115), señalan la posibilidad de
que esas facultades sobrenaturales que se atribuían a los filósofos y visionarios
griegos se asemejaran a las de los chamanes siberianos. Los antiguos tracios, al
norte de Grecia, también utilizaban técnicas chamánicas pues Solino (siglo III d.
C.) cuenta que «los tracios echan sobre el fuego las semillas de una hierbas que
ellos tienen, y aguijoneados por el olor consideran un regocijo imitar la embria-
guez con sus facultades embotadas» (10, 5). Por lo tanto, el punto de contacto
entre las técnicas chamánicas y el mundo griego sería Escitia. No se puede des-
cartar la existencia de prácticas chamánicas entre los antiguos griegos pues, aun-
que éstas no fueran de origen siberiano, poseían características propias del cha-
mán. Por ejemplo, Plinio cuenta que algunos filósofos presocráticos entraban en
trances catalépticos y al recobrar la conciencia contaban los viajes que había rea-
lizado el alma después de salir del cuerpo. Al recuperar el sentido eran capaces
de describir acontecimientos y escenarios que no podían conocer si previamente
no los hubieran presenciado. Se cuenta que el alma de alguno de estos filósofos
griegos «escapaba del cuerpo en forma de cuervo» («Historia Natural», VII, 174.
Diez de Velasco, F. 1995, 116). Empédocles de Agrigento, natural de esta ciudad,
hoy llamada Girgenti, vivió en el siglo V a. C. En esa ciudad de la costa sur de
Sicilia, conoció las creencias que entonces había en esa isla sobre la transmigra-
ción o metempsícosis de las almas y su recorrido por el mundo antes de llegar al
Paraíso. Píndaro en sus «Olímpicas» II describe precisamente la visión escatoló-
gica que tenían los sicilianos de antaño. Empédocles al hablar de Pitágoras admi-
raba su capacidad para entrar en trance místico y ser capaz de ver con detalle las
cosas de diez o veinte generaciones de hombres. Según Diez de Velasco, para
alcanzar ese estado de conciencia utilizaba técnicas semejantes a las del yoga
hindú (1995, 117). Ovidio en su «Metamorfosis» cuenta que Pitágoras también
manifestaba haber vivido en otras épocas e incluso participado en la guerra de
Troya (XV, 1).
La información más antigua que conocemos sobre el origen de todas esas cre-
encias son los testimonios de los autores clásicos que se refieren a lo que pensa-
ban los celtas sobre la vida después de la muerte. Pero la duda surge al pregun-
antiguo sustrato de la tradición popular que también existía entre los celtas
(Rohde, E. 1942, 104, nota 119).
AGRADECIMIENTO
Agradezco a mi colega de la Universidad de Santiago de Compostela, María
Amelia Fraga Fuentes la bibliografía suministrada sobre el poema «The Seafa-
rer» y «Widsith». A María del Henar Velasco López, Profesora de la Universidad
de Salamanca, agradezco el envío de sus interesantes publicaciones sobre diver-
sos temas célticos, en particular las mencionadas en este trabajo. A José María
Costa, bibliotecario de la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de
Compostela por su información sobre la obra de Guerra Doce.
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1 Entenderé por tal la literatura escrita en lengua inglesa, independientemente del ámbito geográfico,
político y cultural en que se haya producido.
2 Piénsese, por ejemplo, en esa obra clásica de la antropología comparada que es The Golden Bough de
James G. Frazer, por no hablar de la fecunda influencia del psicoanálisis de Freud y de Jung sobre la literatura
del siglo XX.
3 Además del trabajo clásico de G. HIGHET, The Classical Tradition. Greek and Roman Influences on
Western Literature. Oxford Univ. Press, 1949 (traducción española. La tradición clásica. Influencias griegas y
romanas en la literatura occidental. Fondo de cultura económica, México, 1953), son de gran utilidad los estu-
dios panorámicos contenidos en los siguientes libros: M.I. FINLEY (ed.) The Legacy of Greece. A new Apprai-
sal. Oxford U.P. 1981 (traducción española: El legado de Grecia. Una nueva valoración. Crítica, Barcelona,
1983); R. JENKYNS (ed.), The Legacy of Rome. A new Appraisal, Oxford U.P, 1992 (traducción española: El
legado de Roma. Una nueva valoración, Barcelona, Crítica, 1995); J. SIGNES CODOÑER et alii, Antiquae Lectio-
nes. El legado clásico desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa. Madrid, Cátedra, 2005. En un tono
más ensayístico tiene también interés el libro de L. DIEZ DEL CORRAL, La función del mito clásico en la litera-
tura contemporánea. Gredos, Madrid, 1957.
de contar las vicisitudes del proceso fundacional del pueblo romano, permitiese
tanto la visión retrospectiva del pasado (particularmente la caída de Troya, rela-
tada en el libro II desde la perspectiva de una evocación emocionada y nostálgi-
ca, y la prehistoria de Italia, resumida por el rey arcadio Evandro en la primera
mitad del libro VIII), como la profecía sobre la historia futura de Roma y la ini-
ciación en el mundo sobrenatural (profecías de Júpiter en el libro I, vaticinios de
Anquises en el libro VI, escenas representadas en el escudo de Eneas en el libro
VIII, etc.).
Milton busca una trascendencia superior en el tema judeo-cristiano de la cre-
ación de la humanidad, pero, lejos de limitarse al escueto relato de la caída de
Adán y Eva contenido en el Genesis, echa mano de expedientes similares a los
utilizados por Virgilio para diseñar una amplia perspectiva que abarca desde la
creación del mundo hasta su consumación final. Así, la acción se va desarrollan-
do conforme a un planteamiento unitario y dramático muy alejado del ordo rec-
tus y las tramas episódicas típicas de los roman medievales y de epopeyas rena-
centistas como The Faerie Queen. El inicio del poema, conforme a la práctica
clásica, se sitúa in medias res, con la narración de la expulsión de los ángeles
rebeldes y su caída en el abismo. Del libro II hasta la mitad del V se da cuenta de
las deliberaciones de los demonios, su resolución de tentar al hombre, el periplo
de Satán hasta el Edén a través del Caos, la intercesión del Hijo ante el Padre en
favor de los hombres merced a su futura Encarnación, las ocupaciones de Adán y
Eva en el Paraíso, etc. A partir de la visita de Rafael a estos, se pone en boca del
arcángel una amplia digresión acerca de la rebelión de Lucifer y su combate con-
tra los ángeles leales acaudillados por el Hijo (libros V-VI), la creación del
mundo y el hombre (libro VII) y la configuración del Universo (libro VIII). El
relato de Rafael es completado mediante la evocación por parte de Adán de sus
primeros recuerdos, antes de recibir por compañera a Eva. Concluida esta retros-
pectiva, que, como se ve, ocupa la parte central del poema, se avanza rápidamen-
te hacia el desenlace. En el libro IX se relata el episodio de la tentación, en el X,
el arrepentimiento de Adán y Eva, el juicio divino, el retorno de Satán al Infierno
y la ascensión a la tierra del Pecado y la Muerte. La expulsión definitiva y el
agostamiento del Edén quedan diferidos para el final, porque previamente Mil-
ton introduce las profecías de Miguel, quien despliega ante los ojos de Adán una
visión acerca de los acontecimientos venideros: vicisitudes de los linajes huma-
nos hasta el Diluvio (libro XI), encarnación, muerte y resurrección de Cristo,
estado de la Iglesia hasta su segunda venida (libro XII). Milton hereda, pues, de
la epopeya heroica clásica ante todo la ambición de tratar un tema de la mayor
relevancia para la humanidad y el modo concreto de plantearlo, mediante la
narración dramática de una acción principal protagonizada por héroes, auxiliares
y antagonistas bien construidos psicológicamente, a la que van subordinadas
amplias digresiones de carácter retrospectivo y prospectivo, que dan profundidad
al poema.
Pero la deuda del poeta con la epopeya antigua es igualmente evidente en los
aspectos formales. En efecto, para desarrollar el escueto relato bíblico Milton
hubo de recurrir a la imaginería y a los diversos ingredientes de la técnica y el
estilo épico tradicional: proemios, catálogos, discursos deliberativos en estilo
directo, batallas, escenas típicas, etc. Gran parte de las formidables imágenes
relativas a la lucha entre los ángeles leales y los rebeldes (v.g. I,50-52, VI, 639-
655, 834-838) están inspiradas en los combates entre los dioses homéricos (Ilias,
XX, XXI) y en la Titanomaquia hesiódica (Theog. 637 ss, 722 ss.). La impronta
clásica es patente asimismo en los retratos, caracterizaciones y modo de condu-
cirse de los personajes del poema. Como observaron Gilbert Highet y Charles
Martindale4, en muchos lugares del poema se advierten sugestivos paralelismos
en las descripciones y discursos del Dios miltoniano y el Zeus/Júpiter grecolati-
no5, o entre Eva y Pandora6, entre Gabriel y Hermes o Iris en su calidad de men-
sajeros7, etc. Particularmente interesante es la figura de Satán. Si su retrato físico
es novedoso por la asimilación a la figura de los Titanes hesiódicos8, no menos
singular es su ambigua caracterización moral: astuto, desmedidamente orgullo-
so, ávido de poder e incapaz de soportar el dominio de un superior, aún a sabien-
das de que su empresa está llamada al fracaso. Milton plasma con entusiasmo
revolucionario sus arengas y reivindicaciones incendiarias, mostrando una ambi-
güedad ideológica semejante a la de Salustio o Tácito, cuando prestan su voz a
revolucionarios como Catilina. Pues bien, una de las formulaciones más sintéti-
cas que ideó Milton para plasmar este carácter consiste precisamente en la inver-
sión de una célebre sentencia homérica: en la Odisea, el alma del difunto Aquiles
afirma que preferiría ser un labrador vivo al servicio de otro que el rey de los
muertos (XI, 488-491); para el Satán de Milton, en cambio
Mediante el mismo proceso de inversión de una frase célebre del acervo clási-
co se caracteriza la limpidez e inocencia intelectual y moral de Adán, quien afir-
ma de sí mismo: approve the best, and follow what I approve (VIII, 611). Estas
palabras nos recuerdan a las de Medea en las Metamorphosis de Ovidio (VII,20):
uideo meliora proboque, deteriora sequor, que a su vez, son adaptación de las de
Fedra en el Hipólito de Eurípides (380 ss.). Así, la inversión de la sentencia
4 G. HIGHET o.c. I, pp. 237-257; Ch. MARTINDALE, John Milton and the Transformation of ancient Epic.
London-Sidney, 1986, passim.
5 Cfr. Paradise Lost IV, 990-1002, p. 218-219 y Aeneis, XII, 725-727; Paradise Lost II, 345-353, y
Aeneis X, 113-115.
6 Paradise Lost IV, 713-719; IX, 386-396.
7 Paradise Lost, XI, 126-133; V,277-285; IX, 240-244.
8Paradise Lost I, 196 ss: … in bulk as huge / As whom the fables name of monstrous size / Titanian or
Earth-born, that warred on Jove, / Briareos or Typhon, whom the den / By ancient Tarsus held…
the hasty multitude / admiring entered: and the work some praise / and some the
architect [...] Nor was his name unheard or unadored / in ancient Greece; and in
Ausonian land / men called him Mulciber; and how he fell / from heaven they
fabled, thrown by angry Jove / sheer o'er the crystal battlements: from morn / to
noon he fell, from noon to dewy eve, / a summer's day, and with the setting sun /
dropped from the zenith, like a falling star, / on Lemnos th' Aegean isle. Thus they
relate, / Erring: for he with this rebellious rout / Fell long before; nor aught avai-
led him now / To have built in Haeven high towers, nor did he scape / By all his
enigmes, but was headlong sent / With his industrious crew, to buil in Hell. (Para-
dise Lost I,730-751)
figuras de los dioses helénicos tuvieron un mayor interés que las de los héroes,
sin duda debido al alto potencial simbólico de los primeros. En efecto, titanes,
dioses olímpicos y otros númenes de carácter más abstracto podían representar
de forma dramática y plástica conceptos e ideales afines al impulso revoluciona-
rio y hedonista de la época, desde las potencias primordiales de la naturaleza
hasta el impulso imparable del progreso o la primacía de la belleza en la escala
de los valores espirituales. En las obras de estos poetas la tendencia alegorizante
convive en difícil equilibrio con un sensualismo un tanto recargado, que se recrea
en las descripciones de escenarios exóticos o en las metáforas y símiles orna-
mentales. Asimismo, la influencia de Milton se deja sentir profundamente tanto
en el nivel temático como en el elocutivo, particularmente en la modulación de
los artificios técnicos tradicionales en el género9.
Una de las obras que mejor ilustran esta propuesta estética es el poema incon-
cluso de John Keats Hyperion, compuesto entre 1818 y 1819. Inspirado a partes
iguales en la Teogonía de Hesíodo y en el Paradise Lost de Milton, toma como
pretexto el episodio de la lucha entre los titanes y los dioses olímpicos para plas-
mar una metafísica de la historia según la cual los elementos y valores primor-
diales del universo físico y axiológico están avocados a ceder su primacía ante
derivaciones más refinadas y bellas.
El conflicto aparece simbolizado por el enfrentamiento entre Hiperión, primi-
genio dios del sol y único entre los Titanes que mantiene todavía su reino, y
Apolo, joven soberano de la poesía y la música. En el libro II, que está casi ínte-
gramente dedicado a la descripción y relato de la asamblea de Titanes derrotados
por los olímpicos, aquellos manifiestan un amargo abatimiento pero también una
obstinada voluntad de resistencia al nuevo orden, en actitud semejante a la que
presentaban los ángeles rebeldes en el Paradise Lost de Milton.
Exponente del mismo pensamiento esteticista, aunque de factura menos acusa-
damente miltoniana es el otro gran poema narrativo de Keats, Endymion, en 4
libros y más de 4000 versos. El protagonista es un personaje menor, cuya historia
fue recogida por recopiladores eruditos como Apolodoro, Higino y Pausanias.
Según éstos, la diosa Selene se enamoró de un pastor llamado Endymion al verlo
dormido en el monte Latmos. Ambos se unieron. A petición de Selene, Zeus con-
cedió a Endimión el cumplimiento de un deseo; éste escogió el don de dormir un
sueño eterno, y así fue, permaneciendo desde entonces eternamente joven y bello.
Al igual que sus fuentes griegas, el poema de Keats tiene una anécdota argu-
mental mínima: en una ambientación arcádica, Cintia (la luna, símbolo de la
belleza femenina) se aparece en sueños a Endymion y ambos se enamoran.
Entonces, el pastor pierde todo interés por lo que sucede en el mundo. Más ade-
lante, Endymion se siente atraído por una doncella india que le hace olvidar a
Cintia, pero aquélla es otra encarnación de la diosa lunar, que finalmente se lleva-
rá al pastor a los cielos. Al hilo de este relato, Keats entrelaza evocaciones de las
leyendas de Venus y Adonis, Glauco y Escila, Aretusa, etc. La ténica de composi-
ción combina partes descriptivas con monólogos líricos o suasorios y desarrollos
de carácter hímnico, lo que delata una inspiración acusadamente ovidiana.
En la estela de Keats otros poetas del período victoriano compusieron poesía
de tema mitológico, pero casi siempre en la modalidad del monólogo de tintes
líricos10. Es el caso de Alfred Tennyson (1809-1892) con su Ulysses (1842), una
obra que representa al personaje en los años finales de su vida, preparándose
para navegar hasta más allá de donde se pone el sol en busca de la sabiduría.
Otras piezas similares son Oneone (1832), sobre la ninfa del monte Ida enamora-
da de Paris, y The Lotos-Easters, en el que se evoca el país paradisíaco de los
lotófagos de la Odisea. Hay también resonancias de la Odisea en el argumento de
una de las más célebres composiciones de Tennyson, Enoch Arden (1864). Un
epígono más tardío es T.S. Moore (1870-1944), entre cuyas piezas poéticas
podemos citar Danaë (1903), The Centaur’s Booty (1903), To Leda and other
Odes (1904); Theseus, Medea and Lyrics (1904); Danaë, Blind Tamyris (1920).
La mayor parte de estas obras participan de características propias del epilion, el
himno y el idilio, esto es, de aquellos subgéneros de tradición clásica en que la
función descriptiva y expresiva, e incluso el planteamiento dialógico o dramáti-
co, tienden a sobreponerse a los ingredientes puramente narrativos. Con todo, se
puede admitir su adscripción al género épico, al menos, de esa modalidad de la
épica consagrada por las Metamorphosis de Ovidio.
Las obras que acabo de mencionar se inscriben en una tradición poética ple-
namente clasicista, en el sentido de que presentan una reformulación de los
mitos orgánica y acorde en sus referencias fundamentales con la tradición. Ahora
bien, en la poesía moderna los materiales provenientes de la mitología antigua
suelen ser utilizados antes como un ingrediente más de un código de múltiples y
complejas valencias o resonancias que el creador ofrece a la interpretación abier-
ta del lector. Es el caso de The Waste Land (1922), de T.S.Eliot, donde se presen-
ta una imagen sintética del espíritu de la época de la sociedad europea de entre-
guerras bajo la forma de ese «montón de imágenes rotas donde da el sol» en que
se ha convertido la memoria cultural de occidente. Si el símbolo central de la
obra, el de la tierra yerma, remite a las leyendas de tradición céltica en torno a la
figura del rey pescador, en el tercer movimiento del poema, titulado The Fire
Sermon, aparece un personaje de la mitología griega con un importante papel; se
trata de Tiresias, que es descrito en los siguientes términos:
10 Sobre estas composiciones, véase D. BUSH, Mythology and the Romantic Tradition in English Poetry,
Cambridge, Mass. 1937.
EL DRAMA
La excelencia del teatro isabelino agotó la fuente de la inspiración dramática
durante siglos. A diferencia de Francia y de Alemania, en la Inglaterra de los
siglos XVII y XVIII no surgieron dramaturgos de la talla de Corneille y Racine,
dispuestos a reeditar la tradición euripídea y senecista. Tan sólo en el género
operístico se advierte cierta vitalidad de los temas mitológicos, como ilustran las
obras de Henry Purcell.
Hay que esperar hasta el Romanticismo para encontrar en la literatura inglesa
obras dramáticas originales de inspiración mitológica. Claro está que no se trata
11 Sobre otros aspectos del simbolismo de Tiresias en The Waste Land y del uso de la mitología por parte
de T.S. Eliot remito a G. HIGHET, o.c. II, pp. 320-325.
12 Es recomendable la cuidadosa edición bilingüe de Alejandro VALERO, Percy Bisshe Shelley. Prometeo
Liberado (Prometheus Unbound) Madrid, Hiperión, 1994.
13 Sobre el tratamiento del mito de Prometeo en las literaturas occidentales existe una amplia bibliografía.
Véanse los libros de R. TROUSSON, Le thème de Prométhée dans la litérature européenne, Librairie Droz, Genè-
ve, 19762 y C. GARCÍA GUAL, Prometeo: mito y tragedia. Hiperíón, Madrid, 1995.
14 Esta pieza puede leerse en versión española de I. DEL ÁRBOL FERNÁNDEZ-J.L. VÁZQUEZ MARRUECOS:
«Las madres trágicas: Medea, de T.S. Moore (traducción)», en A.R. DE TORO SANTOS-Mª J. LORENZO MODIA
(eds.), El inglés como vocación: homenaje al profesor Miguel Castelo Montero. Univ. da Coruña, 2003, pp.
495-530. De los mismos autores tenemos el siguiente estudio: «La Medea inglesa de T.S. Moore (1920)», en A.
LÓPEZ - A. POCIÑA (eds.) Medeas. Versiones de un mito desde Grecia hasta hoy. Univ. de Granada, 2002, vol. II,
pp. 867-885.
LA PROSA NARRATIVA
Del siglo XVII en adelante la epopeya cedió definitivamente su espacio en el
sistema literario a las modalidades narrativas en prosa, hecho que ilustra particu-
larmente bien la conocida declaración de Henry Fielding en el prólogo de su
novela Joseph Andrews, según la cual la novela moderna vendría a ser un revival
de la antigua epopeya, pero con tono cómico.
Now a comic romance is a comic epic poem in prose; differing from comedy, as the
serious epic from tragedy; its action being more extended and comprehensive; con-
taining a much larger circle of incidents, and introducing a greater variety of cha-
racters. It differs from the serious romance in its fable and action, in this; that as in
the one these are grave and solemn, so in the other they are light and ridiculous: it
differs in its characters, by introducing persons of inferior rank, and consequently
of inferior manners, whereas the grave romance sets the highest before us; lastly, in
its sentiments and diction, by preserving the ludicrous instead of the sublime. In the
diction I think burlesque itself may be sometimes admitted; of which many instances
will occur in this work, as in the descriptions of the battles, and some other places,
not necessary to be pointed out to the classical reader, for whose entertainment
those parodies or burlesque imitations are chiefly calculated.
15 Algunos estudios sobre el particular son los siguientes: D. MIMOSO-RUIZ, Médée antique et moderne.
Aspects rituels et socio-politiques d'un mythe. Univ. de Strasbourg, 1982; G. STEINER, Antígonas. Una poética y
una filosofía de la lectura. Gedisa, Barcelona, 1991; A. LÓPEZ-A. POCIÑA (eds.) Medeas. Versiones de un mito
desde Grecia hasta hoy. Univ. de Granada, 2002.
16 Similar es el destino de la Sibila de Cumas en el Satyricon de Petronio (48,8), un texto que fue aprove-
chado como lema por T.S. Eliot para su poemario The Waste Land.
1 Este trabajo se inserta en el Proyecto Literatura Latina y Mitografía (00441/PI/04), subvencionado por
la Fundación Séneca de la CARM.
2 Para lo referente a la recepción de la herencia clásica en general son fundamentales las obras de E. R.
CURTIUS, Literatura europea y Edad Media Latina (2 vols.), Madrid 1984, R. R. BOLGAR, The Classical Herita-
ge and its beneficiares, Cambridge 1977, G. HIGHET, Literatura Europea y Edad Media Latina (2 vols.), Méji-
co 1978 y J.M. PAILLER, Actualité de l´Antiquité, Paris 1989, entre otros.
3 L. TRAUBE, Vorlesungen und Abhanlungen, Munich 1911, p.113 del vol.II.
Así, Chretien de Troyes recurre a la écfrasis para introducir el mito en sus tex-
tos, pero se hacía uso desde la breve alusión hasta las traducciones completas o
las adaptaciones. No obstante el uso del mito es muy fragmentario hasta el s.
XIV, en que nos hallamos ante el intento de traducir o adaptar un poema latino
completo, con el Ovide moralisé, poema de principios del siglo XIV publicado a
partir de todos los manuscritos conocidos por C. de BOER en Amsterdam 1915-
19386.
Realmente influyen además de Ovidio, la Biblia, los Integumenta Ovidii de
Jean de Garland, los comentarios de Servio, otras obras de Ovidio, Higino, etc.
Es notable la influencia de las Heroidas de Ovidio: toma lo referente a las
Danaides de la XIV, en II 4587-4795, a Hero y Leandro, de las XVIII y XIX, en
IV 3150-3584, Jasón y Medea, de la XII, si bien lo mezcla con los datos de las
Metamorfosis.
Entre las demás fuentes destaca la Philoména de Chrétien de Troyes que
introduce íntegra (VI 2217-36-84) y una adaptación del Pyrame et Thisbé de un
autor normando desconocido en IV 219-1169.
En el libro IX inserta una Tebaida, declarando que toma su texto de Estacio;
la inclusión proviene de que Tideo es hijo del rey de Calidón, Eneo y de su
segunda mujer, Peribea; tras la cacería del jabalí de Calidón y la muerte de la pri-
mera mujer de Eneo, Altea, hace en el más puro estilo ovidiano una transición a
la Tebaida, IX 1448 ss., por mor además del rejuvenecimiento de los hijos de
Alcmeón y Calírroe. Es en los versos 1832-1837 donde habla de que lo ha toma-
do de Estacio porque Ovidio lo trata brevemente.
A finales del libro XII intercala un largo fragmento que dice tomar de Home-
ro y que en realidad es un resumen de parte del libro I y de los libros XV-XXIV
de la Ilias Latina. Comienza con la historia de Criseida y Briseida, lo que indica
que este autor es partidario de la tradición antigua, puesto que habla de Briseida
y Criseida que se habían fundido en una como amante de Troilo.
En lo referente a la muerte de Aquiles, nuestro autor mezcla todas las fuentes
sin pensar en armonizarlas.
En el s. XII la interpretación de los mitos se basa en el «involucrum», el velo
de verdad filosófica y cristiana que se esconde tras una narrativa fabulosa. Esto
trajo como consecuencia un empobrecimiento de la lectura, pues se realizaba una
única interpretación que hacía de dioses y héroes personajes planos, unidimen-
sionales, limitada a su aspecto moral.
6 Para la fecha de composición del poema, así como para las fuentes, cf., además de la introducción a las
Metamorfosis de Álvarez-Iglesias, Madrid 1995, pp. 112-115, P. DEMATS, FABULA. Trois études de Mythogra-
phie antique et médiévale, Genève, 1973. Cap. II: «Les fables antiques dans l’Ovide Moralisé», y Mª C. ÁLVA-
REZ, «El Ovide moralisé, moralización medieval de las Metamorfosis», CFC 13, 1977, 9-32.
Los romans fueron los primeros textos que ofrecieron traducciones vernácu-
las y adaptaciones de los clásicos. Así la mitología pagana pasó a formar parte
del repertorio literario francés. Proporcionaron paradigmas para la interpretación
de la mitología clásica y su integración en la literatura vernácula. En parte des-
mitifican, al contribuir a hacer la épica clásica parte de la historia y en parte con-
fieren nueva vitalidad al mito al mostrar nuevas formas de usarlo en la composi-
ción e interpretación de la literatura vernácula. El rechazo a la alegorización se
une a la nueva historización y literalización del mito.
8 Dictys Cretensis Ephemeridos belli Troiani libri a Lucio Septimio ex graeco in latinum sermonem
translati, de. W. Eisenhut, Lipsiae 1958.
es Virgilio su fuente sino que utiliza las glosas y comentarios de la Eneida, datos
de Ovidio, por supuesto, y alguna que otra invención de tipo erótico, como la
resaltada por Highet10: Lavinia se enamora perdidamente de Eneas, no es la joven
obediente, pasiva de Virgilio, sino que se enamora del héroe nada más verlo y le
escribe una carta de amor que llega a los pies de Eneas lanzada por un ballestero.
Lo del ballestero es totalmente medieval, pero el enamoramiento de Lavinia
tiene sus precedentes, sin duda, en la Medea ovidiana.
Contemporáneo del Roman de Troie y el Roman d’Énéas es el Roman de
Thèbes , donde se cuenta la desgraciada historia de Edipo y la maldición que éste
hizo recaer sobre sus hijos Etéocles y Polinices, cuya consecuencia es la expedi-
ción y guerra de los Siete contra Tebas. Consta el poema de unos 10.000 versos y
tiene el mismo tema que la Tebaida de Estacio; de hecho su autor dice seguir «un
libro latino llamado Estacio», y de ello con adiciones novelescas es un buen
resumen de la obra de este épico romano.
Dejando atrás el período medieval, muy importantes son para la pervivencia
de la literatura clásica grecolatina las traducciones al francés de diversas obras:
Así, en lo que respecta a Virgilio, en el s. XV Guillaume Leroy traduce la
Eneida. En 1500 en verso, Octovien de Saint-Gelais, que en 1492 tradujo las
Heroidas. Hay traducción parcial de Joachim Du Bellay: IV en 1552 y VI en
1561. En 1560: Louis Desmasures. En 1582: en versos alejandrinos por los her-
manos normandos Antoine y Robert le Chevalier d’Agneaux.
En cuanto a Ovidio, además de la traducción de las Metamorfosis obra de
Pierre Berçuire, en 1532 Clément Marot traducirá los libros I-II,
En 1532: aparece la versión titulada: Le grand Olympe des histoires poéti-
ques.
Lazare de Baïf tradujo la Electra de Sófocles en 1537 y una Antígona. Su
hijo, Jean-Antoine de Baïf, esta última en 1573. La Hécuba de Eurípides fue tra-
ducida en 1544 por Guillaume Bochetel y Jacques Amyot, y en 1549 Thomas
Sebillet realizó una versión de la Ifigenia en Áulide que resultó el doble de larga
que la original.
De la obra de Séneca, además de traducciones parciales, destaca la completa
que abarca toda su producción dramática realizada en 1629 por Benoît Bauduyn.
Por la gran cantidad de datos mitográficos que hay en los Diálogos de Lucia-
no, merece la pena recordar que fue traducido por Geofrey Tory en 1529 (30 de
sus Diálogos) y por Philibert Bretin en 1583.
Bien sabido es que durante el Renacimiento se produjo una vuelta al mundo
clásico, que se convirtió en el eje en torno al cual pivotaba la cultura, y en el refe-
rente inexcusable en todas las artes.
«En suma, canta todo lo que han cantado / Homero y Marón tan famosos, / Pínda-
ro, Horacio tan alabado, / a fin de ser inmortal como ellos».
Está imbuido de clasicismo en todas sus obras, Odas, Amores, Himnos, pero
esta admiración por la Antigüedad grecolatina se refleja de un modo particular
en la epopeya que compuso a imitación de la Eneida: la Franciade.
Nos quedan cuatro cantos de este poema publicados en 1572. Su contenido
trataría de cómo, al igual que Eneas había huido de Troya para fundar Roma,
otro héroe, Astianacte, el hijo de Héctor, llamado Francus o Francion, sobrevive
a la caída de Troya, llega a la Galia y funda París en homenaje a su tío, y con este
acto fundacional pone los cimientos de la Francia moderna.
11 El rey, que fundó el Collège Royal, fundó también la Presse Royale. El Collège Royal se transformó
posteriormente en Collège de France.
12 Básica para este período es la obra de G. Demerson, La Mythologie classique dans l´oeuvre lyrique de
la Plèiade, Coll. «Travaux d’Humanisme et de Renaissance», Librairie Droz, Genève, 1972.
13 Traducción de J. Martínez Cuadrado (La Antigüedad clásica en ‘Les Odes’ de Ronsard, Murcia 1994,
p. 25).
14 Op. cit., p. 31.
Ronsard no sólo imita sino que contribuye con su propia invención y hace que
las Musas, hermanas de Calíope, la madre del cantor, acudan para consolarlo
mientras los argonautas parten, pues Ronsard invierte la cronología del mito, ya
que la expedición a la Cólquide es posterior a la muerte de Eurídice. La interven-
ción de Calíope salva al poeta. Parece, además, que Ronsard insinúa que Orfeo
visita a Quirón por ser experto el centauro en medicina, con lo cual el canto de
Quirón en respuesta al de Orfeo sirve de ensalmo para mitigar sus penas de amor.
En el canto del centauro nos encontramos el relato de historias ovidianas, como
la de Ifis e Iante (relatada por Ovidio en Met. IX 666-797, justo antes de la histo-
ria de Orfeo y Eurídice).
El siglo XVII se considera la edad de oro del teatro francés15, y en general en
este siglo Francia, como país más influyente y poderoso de Europa, vuelve a
convertirse en referente inexcusable también a nivel artístico (el teatro, la música
y la danza brillan con luz propia). Durante el s. XVI las representaciones que
tenían lugar en París estaban a cargo de los Cofrades de la Pasión, que ponían en
escena misterios sagrados siguiendo la línea de la Edad Media. Pero el 17 de
noviembre de 1548 el Parlamento de París prohibió que se representaran esa
clase de misterios y permitió las representaciones de carácter profano a condi-
15 Muy interesante es la obra de E. FORSYTH, La tragedia française de Jodelle a Corneille, Paris, 1962.
lia desea que sigua la carrera eclesiástica, finalmente Racine decide consagrarse
por completo a la literatura.
En su obra alternan los temas históricos y míticos. En lo que a la mitología
clásica respecta, cabe destacar que en 1662 recibió una pensión del rey gracias a
una oda basada en la convalecencia de Luis XIV titulada La fama de las musas, y
que dos años más tarde consigue que la compañía de Molière represente dos de
sus obras, entre las que se encuentra La Tebaida, que le valieron cierto renombre
pese a no cosechar gran éxito.
Será su Andromaque16 la que le proporcione su reputación, en 1667, y tras
experimentar con el género cómico y escribir varias tragedias de temática histó-
rica escribe en 1674 Iphigénie y tres años más tarde Phédre.
Para la composición de su Andromaque se inspira en Eurípides. Racine cuen-
ta los amores contrariados de Hermíone, Pirro y Orestes, como lo haría con las
intrigas de Versalles. Se sirve de la Antigüedad haciendo una transposición a su
propia época.
Son características esenciales del teatro de Racine la representación de la
pasión como una fuerza fatalmente destructora. Respeta los ideales de la tragedia
clásica, y así presenta la unidad de acción, tiempo y lugar.
Fuera del teatro, destacaremos nuevamente la influencia de las Metamorfosis
ovidianas: Jean de La Fontaine17 escribió varias obras que se inspiraron en ellas,
como son Acis et Galatée, Adonis, Cupidon et Psiqué y Philémon et Baucis.
Pero detengámonos un poco en este poeta y fabulista francés, cuya vida se
extendió entre 1621 y 1695. Alumno de los Oratorianos de Juilly, abogado, La
Fontaine llevó en París una vida alegre y despreocupada, siempre a costa de
algún protector: Nicolás Fouquet, el poderoso financiero (1657-61), a quien
defendió después en su desgracia con una constancia llena de mérito, ganándose
para sí mismo alguna adversidad, como le ocurrió en Limoges (1663); los
duques de Bouillon (1664); la duquesa de Orleáns (1664-72); Madame de La
Sabliére (1673-93), y Madame d’Hervart, esposa de uno de sus compañeros de
calaveradas (1693-95). Ingresó en la Academia Francesa en 1684, pese a la larga
resistencia del rey, debido a sus costumbres licenciosas y libertinas, y a la publi-
cación de sus Contes.
La simplicidad, que se presenta a menudo como su rasgo principal, no es
quizá la palabra que mejor le caracteriza. Su nota dominante en la vida es la
pereza física y moral que nunca trató de vencer, a no ser para alguno de los dos
únicos objetivos que merecieron su interés: la vida alegre y la poesía. Al primero
16 A este respecto hay que destacar que la única Andrómaca que hasta 1998 se había representado en
España había sido precisamente la del dramaturgo francés; en 1998 el Grupo Selene dirigido por el Dr. J.L.
Navarro González ofreció por primera vez en nuestro país la representación de la Andrómaca de Eurípides.
17 De gran interés es la obra de R. E. COLTON, Studies of Classical Influence on Boileau and La Fontaine,
Hildesheim 1996.
de estos dos objetivos sacrificó su vida de familia, sus intereses y su carrera con
gran constancia y desprendimiento. Su ideal de vida fácil tiene evidente interés
para la comprensión de su obra, ya que, de igual modo, sin infringir ninguna
regla, sin violentar nada ni a nadie, el poeta logra mantener en su obra un clima
de libertad despreocupada y de armonía indiferente a las normas vigentes del
arte poético.
La Fontaine es célebre sobre todo por sus Fables, hasta el punto de que se le
considera como el fabulista por excelencia, o como el Esopo de los modernos.
Escribió doscientas cuarenta y una fábulas, repartidas en doce libros: los seis pri-
meros publicados en 1668, los cinco siguientes en 1678 y 1679 y el libro XII en
1694. Entre las fábulas de 1668 y las de 1678 media una diferencia en la concep-
ción del género, la cual recalca el mismo autor y que consiste en una imitación
menos estrecha, en una mayor libertad de imaginación y, en realidad, en la meta-
morfosis de la fábula, que pasa de género didáctico a poema. Se inspira siempre
en otros autores. Como casi todos los clásicos, La Fontaine no ve la necesidad de
inventar temas nuevos y lleva a sus versos asuntos conocidísimos y otros que,
con serlo menos, proceden de sus lecturas. Entre sus fuentes se pueden distinguir
autores de la tradición clásica, sobre todo Esopo y Fedro, la tradición oriental,
representada por las dos compilaciones indias Hitopadesha y Panchatantra cono-
cidas a través de la versión árabe de estos dos textos, titulada Calila y Dimna y
por los apólogos sacados de esta última obra, atribuidos a Pilpay o Bidpai y
publicados antes en francés por Gilbert Gaulmin (1644); y, por último, los
fabliaux, cuyos temas llegan a él indirectamente, bien por trasmisión oral o por
autores del s. XVI, tales como Rabelais o Corrozet.
La novedad de sus fábulas no consiste, pues, en la materia, sino en la forma.
La Fontaine relaciona su arte de construir y narrar la fábula con el modo de escri-
bir de narradores como Rabelais, o de poetas como Marot o Voiture, pero sobre
todo como Horacio. A éste no le debe solamente el tono familiar, sino también su
epicureísmo y su ironía. La moraleja y, en general, la actitud ideológica del autor
han dado lugar a muchas discusiones: Rousseau, Lamartine, Taine han criticado
la posición del fabulista, pues si se considera que la fábula es una empresa peda-
gógica y una escuela de moralidad, la suya no resulta recomendable y no ilustra
ninguno de los grandes sentimientos que ensalza y propone la ética (sacrificio de
sí mismo, amor al prójimo, sentimiento del honor, etc.). Desde este punto de
vista, los franceses del s. XVII han aprendido mucho más en Corneille que en La
Fontaine. Para el autor, la moraleja no tiene la importancia que se le concede tra-
dicionalmente. A él le interesa contar, y la moraleja es a menudo una carga para
el narrador: a veces cuesta un esfuerzo añadirla, otras veces la sirve con una son-
risa, como para indicar que no se le debe tomar en serio, o que se trata de una
verdad irónica, que se debe comprender al revés. Parece que él no establecía casi
ninguna diferencia entre sus fábulas y sus cuentos, pues en ambos géneros lo que
se propone es contar. La moraleja no deja de ser un sacrificio impuesto por la tra-
dición.
18 Op. cit.
19 Cf. al respecto A. Saura Sánchez, Las Heroidas francesas y su recepción en españa. Estudio y antolo-
gía, Murcia 2002.
Los simbolistas dan una especie de bosquejo, su obra pretende dejar lo más
posible a la imaginación del oyente o espectador, que a su vez debe convertirse
en artista contribuyendo a crear el poema, la impresión musical o el cuadro.
Leconte de Lisle (1818-1894), que destacó sobre todo como traductor de
autores clásicos, de Homero a los trágicos griegos, fue la figura más señera del
movimiento parnasiano, –hasta el punto de que fue llamado el Maître du Parnas-
se– junto a Mallarmé (1842-1898). Éste último escribe en 1876 L'après-midi
d'un faune, que sirvió de inspiración a Claude Debussy para su pieza musical
homónima, y en 1879 Les Dieux Anticues.
Años más tarde otro simbolista, Paul-Ambrose Valery (1871-1945), escribirá
La jeune Parque (1917), Fragments de Narcise (1922) y La Pythie (1922).
La influencia de la literatura clásica se sigue manteniendo en este período con
un claro predominio de la griega.
Destaca también en esta época Baudelaire (1821-1867), quien en Les fleurs
du mal recoge la práctica totalidad de su producción en verso. Por su contenido
la obra fue innovadora. Se le abrió un proceso judicial a raíz de la primera apari-
ción pública del libro, y se condenó al autor y a sus editores por ultraje a la moral
pública y a las buenas costumbres, y se censuró seis poemas a los que se consi-
deró inadmisibles. Toda la obra está repleta de referencias míticas. La insatisfac-
ción de Baudelaire por el mundo que le rodea le lleva a refugiarse en otros mun-
dos, de entre los cuales el de la mitología grecolatina resultaba especialmente
evocador. En su poema «Bendición» se compara con Hefesto, rechazado por su
madre, la diosa Hera, de modo similar a como él se siente rechazado por la suya
ante la muerte de su progenitor y las segundas nupcias de aquélla.
Y llegamos al siglo XX. En las dos generaciones que precedieron a la Prime-
ra Guerra Mundial la enseñanza de los clásicos en escuelas y universidades
comenzó a decaer. Pese a la desmitificación, o tal vez gracias a ella, el siglo XX
devuelve a las tragedias su verdadera dimensión. Igual que los antiguos expresa-
ron por medio de la historia de una familia o de un individuo ideas universales
como las relaciones del hombre con su destino, la justicia, las pasiones huma-
nas,...los dramaturgos franceses de comienzos del XX imprimen a sus obras un
carácter universal, de denuncia en la mayor parte de las ocasiones, y de resisten-
cia o crítica ante las realidades del momento.
Es pues de un modo especial en el teatro francés de este siglo donde encon-
traremos de nuevo la pervivencia de los mitos clásicos, especialmente en el perí-
odo de entreguerras.
Son especialmente significativas las figuras de Cocteau, Gide, Anouilh,
Giraudoux o Sartre, entre otros20.
20 Sigue siendo útil al respecto la obra de J. Lasso de La Vega, Los temas griegos en el teatro francés con-
temporáneo: (Cocteau, Gide, Anonilh), Murcia 1981.
enigma), es no obstante –en esto sí, como en el mito clásico- víctima inocente de
su propio destino. De los cuatro actos que componen la obra el último refleja
fielmente el Edipo Rey sofocleo. En realidad se ha dicho de él que es una mini-
tragedia por sí solo. Los elementos humorísticos, abundantes en el resto de la
obra, ceden paso aquí a la fatalidad del destino, que tras su verificación ocasiona
el suicidio de Yocasta y la ceguera autoinfligida por Edipo.
Pero no son Edipo y Orfeo las únicas figuras míticas a las que prestó su talen-
to. También escribió una Antígona y un Baco. Concretamente la figura de Antí-
gona será clave en este período histórico por razones obvias y son varios los dra-
maturgos que se servirán de la misma por cuanto representaba la resistencia
frente a la capitulación, la libertad frente a la opresión.
André Gide (1869-1951). Novelista, figura intelectual, dramaturgo. Recibió
el premio Nobel de Literatura en 1947. Defensor de los derechos de los homose-
xuales, se reconoció a sí mismo como tal. Fue educado por una madre calvinista,
lo que no evitó que en 1930 «se convirtiera» al comunismo. Sus amigos Francis
Jammes y Paul Claudel no consiguieron que abrazara el catolicismo.
Amigo de Oscar Wilde. José María de Heredia y Stéphane Mallarmé, entre
otros autores destacados de su tiempo, influyó sobre Albert Camus y Jean-Paul
Sartre.
Escribió un ensayo Prométhée mal enchaîné (1899), y en la misma línea satí-
rica Oedipus (1931) y Theseus (1946), obra esta última que, al igual que había
ocurrido con las de Jean Cocteau, contribuyó en gran manera al uso renovado del
mito griego en la literatura del siglo XX.
Entre sus dramas de tema mítico destacan Philoctetes (1899), Persephone
(1933) y el Traité du Narcise (1883).
En Teseo, una obra impregnada de ironía, el autor pone en boca del protago-
nista una especie de confesión autobiográfica. Teseo, ya anciano, recrea aconte-
cimientos de su vida pasada, especialmente lo referente a su episodio en Creta, a
la muerte del minotauro y a su enamoramiento de Fedra y el abandono de Ariad-
na en Naxos.
Es una reflexión sobre la condición humana, sobre su esencia mortal, en con-
traposición a los dioses.
En cuanto a Jean Giraudoux (1882-1944) nos encontramos ante un alto fun-
cionario, diplomático y profesor. Su obra destaca por su diversidad, ya que ade-
más de crítico literario fue ensayista y creador. En 1928 inicia su carrera como
escritor, y su inclinación por el teatro es tardía. Louis Jouet fue decisivo para la
vertiente teatral de Giraudoux. A partir de 1942 pone su talento al servicio del
cine, de modo similar a como hiciera Cocteau.
En sus obras asistimos a una reflexión angustiosa sobre la felicidad humana,
y su orientación hacia los estudios germánicos es patente. Carecen de reglas,
parece mofarse de lo consagrado por la tradición. Innumerables referencias lite-
rarias dan a sus obras un toque preciosista. Se les ha achacado pobreza dramáti-
ca, lo cual probablemente era intencionado por parte de Giraudoux, pues preten-
de mostrar la artificialidad de las concepciones clásicas y sustraer al hombre de
la tiranía del destino.
Entre sus dramas más conocidos destacan Anphitryon 38 (1929), La guerre
de Troie n'aura pas lieu (1935) y Electre (1937).
En Anfitrión 38 (título que deriva del hecho de ser supuestamente la trigésimo
octava versión del mito) recrea el mito de la seducción de Alcmena por parte de
Zeus y deja patente la distancia entre el mundo de los dioses y los hombres, pro-
duciendo un efecto cómico continuo. Se pone en cuestión la superioridad de la
inmortalidad. Alcmena rechazará la propuesta de inmortalidad por parte de Zeus.
Aparece feliz y satisfecha de su condición humana y acepta de buen grado sus
límites como tal. Zeus en cambio aparece perplejo y confundido, incapaz de
comprender a las criaturas que él mismo ha creado. Los hombres aparecen como
capaces de contradecir a los dioses y a sus proyectos, y por tanto son superiores
al destino y a la fatalidad
En La guerra de Troya no sucederá, el tema homérico no es sino una excusa,
un pretexto para presentar la situación europea, el horror de la guerra, que se
expresa en el contraste entre la joven pareja formada por Héctor y Andrómaca y
un enfoque que recuerda el absurdo de Sartre.
Parece profética. Se sitúa justo en el momento previo a la guerra de Troya, y
al mismo tiempo está escrita en el período de entreguerras, lo que la hace una
obra especialmente comprometida. Toda ella está repleta de contrastes, momen-
tos patéticos se alternan con escenas verdaderamente cómicas, cuyo papel es el
de llamar la atención del espectador y hacerle reflexionar con los contrastes. Es
un elogio a la paz y una celebración de la vida y el amor, pero al mismo tiempo
muestra la fragilidad de la paz y lo absurdo de la guerra, así como la capacidad
de manipulación de la palabra, y el nacionalismo como patriotismo mal entendi-
do. Concurso de epítetos improvisados en medio del consejo de guerra (II 4).
Desgraciadamente Giraudoux morirá pocos meses antes de la liberación de
Francia.
Jean-Paul Sartre (1905-1980). Profesor, novelista, filósofo existencialista,
crítico literario, autor teatral, activista político (encabezó el tribunal internacio-
nal de crímenes de guerra nombrado por el presidente Russell para juzgar la con-
ducta militar americana en Indochina, apoyó la rebelión estudiantil de mayo del
68, contra la guerra de Vienam,...). Fue prisionero de guerra alemán, y en 1941
escapa o bien es repatriado.
Se le otorgó el Premio Nobel de Literatura en 1964, premio que declinó en
protesta por los valores de la sociedad burguesa. Entre los personajes célebres
con los que se relaciona destacan Simone de Beauvoir, a la que conoce con 19
años, así como Camus, Kierkegaard, Anouilh o Gide.
21 Para lo relativo a la saga de los Atridas dentro de la literatura francesa disponemos de la excelente
monografía de H. Bonneric, La familla des Atrides dans la litterature française, Paris 1986.
22 Cf. A. Díaz Tejera, Ayer y hoy de la tragedia. Manifestaciones histórico-literarias de lo trágico, Sevilla
1989, cap. III «Las Moscas de Jean-Paul Sartre», pp. 79-101.
23 Cf. A. Díaz Tejera, op. cit., cap. IV «Antígona. Sófocles y Jean Anouilh», 103-136.
pueden escapar de una vida que les atrapa y les frustra, pese a que sus intencio-
nes sean las mejores. La condición humana es pues básicamente trágica. Las tor-
pezas de la condición humana terminan por vencer la pureza a la que se aspira.
Genio cómico barnizado de pesimismo. Su obra representa una crítica contra
todo lo que contrasta con la pureza de los seres, y se torna una sátira áspera y
amarga.
Es uno de los más excelentes dramaturgos de este siglo, compuso varias obras
de contenido mitológico: Eurydice, Médée, y sobre todas ellas brilla Antigone,
inspirada en la de obra homónima de Sófocles24. Estrenada en plena guerra mun-
dial, 1942, y, pese a su leyenda mítica, evocó resonancias y sentimientos de la
época. La oposición de Antígona a Creonte, que representa el poder establecido,
se comparó a la oposición de un país ocupado a los decretos y órdenes de los
invasores dueños. Cuando se editó en 1946, muchos miembros de la Resistencia
pensaron que era una burla para tantos muertos, ya que el tratamiento dramático
era demasiado benévolo para con Creonte.
El tono de la obra de Anouilh es más familiar que el de la sofoclea, y el deco-
rado es neutro. Nada hace pensar en Grecia. Son abundantes los anacronismos y
los dioses están ausentes por completo, así como la figura de Tiresias. En cambio
Anouilh incorpora la figura de la nodriza, que no aparece en la obra clásica. Por
otra parte el sentido profundo también ha cambiado, pues mientras la Antígona
antigua cree en los rituales funerarios, estos son puestos en tela de juicio por la
de Anouilh, que lucha por un ideal, por la libertad. También la propia figura de la
protagonista es distinta. En el autor francés, la dignidad y la madurez de Antígo-
na es sustituida por una mujer de apariencia insignificante, más niña que mujer.
El reto de Antígona a Creonte es aquí más evidente por cuanto el rey trata de
salvarla sin éxito. Ya no es el tirano implacable y misógino, sino una víctima de
las convenciones. La obra comienza con Prólogo y con todos los actores en esce-
na. La chica flaca que está ahí sentada y callada, dice Prólogo, es Antígona.
Tiene una hermana que se ríe y es guapa y joven, Ismene, y que se aleja de ella.
También se ve a Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, al que todos
considerarían predestinado para la bella Ismene, pero él en un baile elige a Antí-
gona. Está Creonte, que se ha hecho con el poder tras la muerte de Edipo. Está la
mujer de Creonte, Eurídice, que teje hasta el final de la tragedia y cuando le toca
el turno se levanta y muere; no actúa, sólo sufre. Está a su lado la nodriza que ha
criado a las dos jóvenes. Hay un mensajero, que anunciará la muerte de Polini-
ces, y tres hombres que juegan a las cartas y que son los guardianes que custo-
dian el cadáver de Polinices. La historia comienza tras la muerte de Etéocles y
Polinices. Para aquél hay funerales, para éste ha dado la orden Creonte de que
quede insepulto y sea pasto de cuervos y chacales. Quien se atreva a rendirle
24 El propio Anouilh indica que su Antígona es una reescritura de la de Sófocles. Así dice «je l´ai réécrite
à ma façon, avec la résonance de la tragédie que nous étions alors en train de vie» (J. Anouilh, op. cit. p. 125).
Petronio. Además, a los estudiosos de esta época les atraían y entendían mejor a
los autores más cercanos a ellos en el tiempo, de ahí que se copiara tanto los tar-
díos.
Por eso, desde los primeros años de la época cristiana, los dioses paganos, sus
leyendas y manifestaciones en las diversas obras literarias, así como los héroes
de la mitología clásica eran utilizados por los autores medievales con toda la
carga de la simbología cristiana. Papel importante en esta tarea lo juega toda la
tradición moralizante de los apologetas y los Padres de la Iglesia, entre los que
destaca de manera especial Lactancio Firmiano (s. III-IV) con sus Divinas Insti-
tuciones, donde es transmitida la traducción de Enio de la Historia sagrada de
Evémero, que propugnaba el origen humano de los dioses antiguos y que resulta-
ba, por ello, una provechosa arma contra el politeísmo pagano; mas, no sólo va a
influir este tipo de interpretación evemerista en la transmisión de los dioses
paganos sino que también va a jugar un papel importante la interpretación astra-
lista, así como la alegórica que, partiendo del estoicismo y basándose en el neo-
platonismo, encontraba un paralelismo en las exégesis de los Padres de la Iglesia
y a partir del s. VI con las Mitologías de Fulgencio. Los mitos que son sometidos
a tales alegorizaciones provienen, ya no de los autores clásicos, sino de autores
tardíos como el ya citado Lactancio, Macrobio (s. IV-V d. C), Láctancio Plácido
(s. IV), Servio (s. IV-V), y Marciano Capela (s. V), además del propio Fulgencio,
pues ellos ya tendían a buscar un significado escondido bajo las fábulas. Los
comentarios a la Eneida de Servio y a la Tebaida y Aquileida de Lactancio Pláci-
do ofrecían muchas noticias sobre las leyendas desarrolladas o simplemente alu-
didas por Virgilio y Estacio, convirtiéndose tanto en fuente para conocimiento de
las mismas como para su significado y origen; Macrobio, por su parte, sobre
todo en los siete libros de las Saturnales, ofrecía una explicación de la fábula que
estaba definida como ficción que recubría verdades místicas o filosóficas. A su
vez, Fabio Fulgencio Plancíades en sus tres libros de Mitologías explicaba las
fábulas desde el punto de vista etimológico y alegórico, introduciendo argumen-
taciones cristianas con tanta fuerza que inspiró, ya en el s. XV, el Fulgentius
metaforalis del franciscano inglés John Ridewall2.
En los siglos XII al XIV se ahondó en el conocimiento de los clásicos, tanto
en los monasterios como en las Universidades y Escuelas que paulatinamente se
fueron creando, en las que, aunque no eran instituciones eclesiásticas, profesores
y estudiantes eran hombres de Iglesia; se dedicaban fundamentalmente a la filo-
sofía, que era lo mismo que decir a Aristóteles, si bien no en su lengua original y
falseado por las interpretaciones, especialmente las tomistas3. Por otra parte se
elevó el nivel de los estudios dentro de ciertas órdenes monásticas, en especial
2 Cf. Mª C. Álvarez Morán, «Notas sobre el Mitógrafo Vaticano III y el Libellus», CFC 14, 1977, 207-
223.
3 Como es sabido, Tomás de Aquino conoce al filósofo gracias a las traducciones latinas de su amigo, el
también dominico, Guillermo de Moerbeke.
los benedictinos, que se dedicaron a copiar y a adornar los más hermosos manus-
critos medievales que nos han llegado, y fueron más frecuentes y mucho mejores
las traducciones del latín. Pero se seguía manteniendo la misma actitud ante los
escritores latinos cuya finalidad era la de formar hombres religiosos.
Mas, ya va siendo hora de que haga su aparición un autor y una obra funda-
mentales para la transmisión de la Mitología Clásica en todas las épocas, litera-
turas y artes. Bien cierto es que las Metamorfosis de Ovidio4 son silenciadas en
los escritos de los Padres de la Iglesia, al considerarlas el mayor exponente del
espíritu pagano, si bien es un silencio tan sólo aparente, ya que el apologista
Arnobio (s. IV) tiene ecos suyos, e incluso Agustín de Hipona (s. IV-V), el gran
crítico del paganismo, es en gran medida deudor de expresiones ovidianas. Es
Prudencio (s. IV), llamado el Ovidio cristiano, quien, debido a su gran conoci-
miento de las letras grecorromanas, más deudas tiene para con las Metamorfosis,
pues, atacando al paganismo, conserva los mitos que tanto le atraen y caracteriza
a muchos de sus personajes como lo hiciera Ovidio con sus dioses y héroes. Ecos
de las Metamorfosis encontramos, ya en el s. V, en Draconcio, que también se
hace eco del resto de la producción ovidiana y, desde luego, mucho le deben las
alegorizadas Mitologías de Fulgencio, cuya estela siguen los Mitógrafos Vatica-
nos y que, a su vez, van a ser interpretadas en el s. XIV. A caballo entre Edad
Antigua y Medievo, Boecio (s. V-VI) llena su De consolatione Philosophiae,
sobre todo las partes en verso, de reminiscencias de las Metamorfosis. Por otro
lado, pese a que los siglos VIII y IX sean considerados la Aetas Virgiliana, como
acertadamente la llamara Traube5, durante el llamado renacimiento carolingio, la
producción de Ovidio no cae en el olvido, pues autores como Alcuino, Teodulfo,
Sedulio Escoto, etc., demuestran el conocimiento de un poeta, que pervive
durante la Aetas Horatiana de los siglos X y XI, y se va consolidando como un
autor a estudiar en las escuelas, por lo que servirá de modelo a ese grupo de
hombres de letras que vivían de la bondad de príncipes y obispos y que conoce-
mos bajo el genérico nombre de Goliardos, que a veces se expresan con las pro-
pias palabras del Sulmonés. La Aetas Ovidiana, siglos XII y XIII, viene a coinci-
dir con un renacer de las interpretaciones alegóricas de la mitología clásica.
Obviamente son las Metamorfosis las que se convierten en objeto de atención,
pues se empieza a ver que bajo todos los mitos paganos que en ellas se contienen
están ocultas, como bajo un velo, verdades cristianas. Así, tras las enormes críti-
cas de autores como Konrad von Hirsau (ca. 1070-ca. 1150) y Roger Bacon
(1214?-1294), quienes las consideran enormemente peligrosas para la moral,
aparecen parodias y sátiras e incluso extractos de las Metamorfosis moralizadas
para uso de monjas, donde las reuniones de dioses y diosas y/o mortales se inter-
4 Para su recepción, cf. Mª C. Álvarez-R. Mª Iglesias, Ovidio. Metamorfosis, ed. de..., Madrid 20057
(=1995), 107-134.
5 L. Traube, Einleitung in die lateinische Philologie des Mittelalters, München 1911, 113, vol. II de Vor-
lesungen und Abhandlungen (1909-1920).
6 Cf. H.B. Guthmüller, Ovidio Metamorphoseos vulgare. Formen und Funktionen der volkssprachliche
Wiedergabe klassischer Dichtung in der italienischen Renaissance, Boppard am Rhein 1981, 30.
7 Para esta historia, casi desconocida, de la Primera Cruzada, publicada en la primera década del s. XII,
cf. C.W. Grocock, «Ovid the Crusader», en Ch. Martindale (ed.), Ovid Renewed. Ovidian influences on litera-
ture and art from the Middle Ages to the twentieth century, Cambridge 1988, 58-61.
8 Cf. el exhaustivo estudio de MªR. Ruiz de Elvira, Frigii Daretis Yliados libri sex. Investigación sobre
sus fuentes literarias, Tesis Doctoral, Madrid 1983.
9 Acerca de la presencia de la leyenda de Céfalo y Procris, cf. I. Lavin, «Cephalus and Procris. Under-
ground Transformations», JWCI 17, 1954, 366-368, que propone como fuente, además de Ovidio, relatos
populares influidos por fábulas armenias y las Fábulas de Higino; sobre la improbable presencia de Higino en
Map, cf. Mª C. Álvarez, El conocimiento de la Mitología clásica en los Siglos XIV al XVI, Madrid 1976, 4.
10 Para la importancia de Ovidio como fuente del Libro de Alexandre, cf. R. Schevill, Ovid and the Renas-
cence in Spain, Hildesheim-New York, 1971, 18-22.
11 Ambos editados y estudiados por F. Ghisalberti en sendos trabajos: «Arnolfo d'Orléans. Un cultore di
Ovidio nel secolo XII», RIL 24,15, 1932,157-234 y Giovanni di Garlandia, Integumenta Ovidii, poemetto
inedito del sec. XIII, Messina 1933.
12 Las fuentes y el influjo de este autor han sido objeto de estudio por parte de G. Ballistreri, «Le allego-
rie ovidiane e Giovani del Virgilio», en Acta Ov. Bucur., 1976,103-113 y H.B. Guthmüller, op. cit. especial-
mente en 72-102, donde hace un estudio comparativo con el Ovidio Metamorphoseos volgare de Giovanni dei
Bonsignori, aparecido en 1497.
13 Se trata de la primera traducción de las Metamorfosis; véase el estudio y edición de K. Bartsch,
Albrecht von Halberstadt und Ovid in Mittelalter, Amsterdam 1965 (=1861).
14 Cf. P. Demats, «Les fables antiques dans l'Ovide Moralisé», en Trois études de Mythographie antique
et médiévale, Genève, 1973, 77-78, quien critica los anacronismos que suponen algunas de las inclusiones y Mª
C. Álvarez, «El Ovide moralisé, moralización medieval de las Metamorfosis», CFC 13, 1977, 9-32.
15 Cf. las introducciones de J. Engels a sus ediciones de Ovidius Moralizatus, Werkmateriaal-2, Utrecht
1962 y De formis figurisque deorum, Werkmateriaal-3, Utrecht 1966.
16 Cf. A. Moss, Ovid in Renaissance France. A survey of the latin editions of Ovid and commentaries
printed in France before 1600, London 1982.
17 Para el influjo de Ovidio en Italia, cf., entre otros, N. Lascu, «La fortuna di Ovidio dal Rinascimento ai
tempi nostri», en F. Arnaldi et alii, Studi Ovidiani, Roma 1959, 79-112; H. B. Guthmüller, op. cit., así como
Studien zur antiken Mythologie in der italienischen Renaissance, Weinheim 1986 y Mito, poesia, arte. Saggi
sulla tradizione ovidiana nel Rinascimento, Roma 1997; y Álvarez-Iglesias, op. cit. 119 y ss., con la bibliogra-
fía allí citada.
Desde los albores del Renacimiento, a la vez que surgía el interés por la anti-
güedad clásica, por estudiar el griego y el latín, a la par que se iban conociendo
más profundamente los diferentes autores, sacados a la luz en la incensaste labor
de búsqueda de manuscritos en todas las bibliotecas y monasterios de oriente y
occidente, surgía la enorme preocupación de escribir en la lengua hablada por el
vulgo, que ya a duras penas entendía el latín escolar, y darle un status de litera-
riedad. Y ello por obra de aquellos grandes pensadores, cultos lectores y cultos
escritores de la lengua del Lacio que crean una nueva forma de comunicación en
el dialecto toscano, naciendo así la lingua volgare, enriquecida por el gran domi-
nio del latín clásico de sus primeros cultivadores. Necesariamente pues, si se
trata de hablar de la presencia de la Mitología Clásica en la Literatura Italiana,
debemos detenernos en primer lugar en esos sucesos literarios del Trescientos,
en los albores de la modernidad, en qué representan con respecto a los últimos
momentos del medievo, ya que constituyen una bisagra, y cuál es la herencia de
la que disfrutan y contra la que reaccionan «renaciendo».
Lógicamente, la primera personalidad que sale a nuestro encuentro es el gran
D(ur)ante Alighieri (1265-1321)18, quien atesoró una gran cultura: además de por
la clásica, mostró interés por la islámica y en él influyó Abenarabí, el místico
murciano. Siguiendo las pautas de los poetas de Bolonia, en especial de Guido
Cavalcanti, escribió sus primeros poemas amorosos en volgare, logrando el
dolce stil nuovo, como él mismo lo define en boca del poeta Bonagiunta da
Lucca en la Comedia (Purg. 24.56-57: e me ritenne / di qua dal dolce stil novo
ch'i' odo!); es una poesía que, todavía influida por el amor cortés y trovadoresco
de raigambre provenzal, intentaba alejarse de todo lo precedente.
Inmerso muy pronto en los avatares políticos del momento (era blanco o gibe-
lino, partidario del poder del Imperio frente a los negros o güelfos, defensores
del poder papal sobre Florencia), se vio desterrado de su Florencia natal, obliga-
do a recorrer todas las cortes de Italia.
De la producción de sus primeros años de destierro hay que destacar su De
vulgari eloquentia, tratado inacabado, en el que expone sus ideas filosóficas y
sus profundos conocimientos filológicos, en especial sus ideas de cómo ha de
enriquecerse la lengua y la poesía volgare con el conocimiento del latín19. Igual-
mente en latín escribió su De Monarchia, en que delimitaba las funciones de los
poderes espiritual y temporal20.
Retirado de toda actividad política, tras varios lugares de residencia, se afinca
en Ravenna, donde lo acoge Guido Novel de Polenta, pariente de Francesca de
18 El propio Dante dejó escrita su biografía en la Vita nuova, sobre la cual, cf. Dante Alighieri, Vita
nuova/La vida nueva (Nueva lectura, ed., trad., intr. y notas de Isabel González), Madrid 2000.
19 Cf. Dante Alighieri, De vulgari eloquentia: en torno a la lengua común, ed. intr., trad. y notas de M.
Gil Esteve-M. Rovira Soler, Madrid 1997.
20 Cf. la edición clásica de Dante Alighieri, Monarchia, a cura di G. Ricci, Milano 1965.
Rimini, cuya historia incluiría en el canto V del Inferno. Adquiere una gran fama
y es solicitado en todas las cortes menos en Florencia. Al regresar a Ravenna de
una misión en Venecia murió de malaria en septiembre de 1321.
Su magna obra21, Commedia, fue así llamada por el propio Dante (sin el adje-
tivo «Divina»), para diferenciarla de la Eneida, que consideraba una tragedia, es
decir para oponer el final feliz de su obra al desgraciado de la virgiliana. Pese a
que significa un gran avance, se trata todavía de una obra medieval, como
demuestra su estructura, en la que el número 3, cifra de la Trinidad, aparece por
doquier: 3 partes (Infierno, Purgatorio y Paraíso), cada una de ellas con 33 can-
tos más 1 introductorio (= 100 cantos), con un total de 14.333 endecasílabos
agrupados de tres en tres con el esquema métrico del serventesio provenzal: ABA
BCB CDC DED.
La Commedia aparece como un intento de una magnitud abrumadora, al ser-
vicio del cual se ponen unas excepcionales dotes políticas y puede leerse según
los cuatro significados que se atribuyen a los textos sagrados: literal, moral, ale-
górico y anagógico. Dante, haciendo gala de lo característico de los grandes cre-
adores, realiza una equilibrada y grandiosa síntesis del saber acumulado por el
hombre desde la Antigüedad clásica hasta la Edad Media, es decir del cristianis-
mo y de la cultura clásica, de la teología, la poesía y la política, del realismo más
terreno y de la espiritualidad más elevada. Y todo ello potenciado gracias al
carácter alusivo de los exempla históricos y mitológicos, exempla que extrae de
aquellos autores antiguos que surgen a lo largo de su obra.
Así, una vez dentro del Infierno (canto III) llega a las orillas del Aqueronte,
donde ve a Caronte transportando las almas. El Infierno tiene la forma de un
embudo de nueve círculos que se van estrechando hasta llegar al centro de la tie-
rra, donde vive Lucifer; y son los personajes históricos o mitológicos los que
ayudan a comprender los vicios o las virtudes de los habitantes de tales lugares.
En el primer círculo, entre los virtuosos que vivieron antes de Cristo, el poeta
toscano guiado por Virgilio ve a Homero (no lo conoce pero sabe de su impor-
tancia), a Horacio (sólo el autor de Sátiras), a Ovidio y a Lucano (Inf. 4.88-90):
que lo aceptan como el sexto poeta. Un poco más adelante contempla, también
entre los virtuosos, a personajes míticos, como Electra, Héctor, Eneas, Latino,
Lavinia.
21 De las múltiples ediciones con versión al castellano, destacamos las de A. Crespo de Barcelona 1973-
1977, 1986, 2004 y la ilustrada por M. Barceló para Galaxia Gutenberg, Barcelona 2003, cuyo texto seguimos.
Véase también Dante Alighieri, Divina comedia, traducción de Luis Martínez de Merlo, Madrid 1988.
22 Seguimos la traducción de Ángel Crespo.
En el segundo, entre los lujuriosos, cita a Semíramis, a Dido (Inf. 5.62: infiel
a las cenizas de Siqueo), a Helena; en el tercero, donde están los glotones, les
sale al paso Cérbero (Inf. 6.13-33), al que Virgilio calma de un modo similar a
como lo hiciera la Sibila en el libro VI de la Eneida.
En el quinto círculo, el de los soberbios y envidiosos, acude el iracundo Fle-
gias23 (Inf. 8.13-27). La barca siente el peso de Dante, como lo siente la de Eneas
en Aen. 6.413-414; y también, como en el libro VI, le amenazan las Furias (Inf.
9.38-51), que invocan a Medusa (52-57).
Con estas muestras se evidencia la indudable impronta virgiliana, pues de
todos los poetas antiguos son fundamentalmente Virgilio, que lo guía en el
Infierno y Purgatorio, y Estacio, que los acompaña a partir del canto 20 del Pur-
gatorio, los que lo abastecen de situaciones y motivos legendarios, además de,
claro está, Ovidio; y de qué forma va combinando el influjo de estos poetas lo
podemos ejemplificar así: en el cuarto recinto del séptimo círculo, el de los adi-
vinos, ven Virgilio y Dante a Anfiarao (Inf. 20.31-39), cuya muerte describe
basándose en Theb. VII y VIII:
Drizza la testa, drizza, e vedi a cui Contempla ahora, tras alzar la frente,
s’aperse a li occhi d’i Teban la terra; al que se hundió ante Tebas en la tierra;
per ch’ei gridavan tutti: «Dove rui, gritaban los tebanos: «¡Oh, detente,
Anfïarao? perché lasci la guerra?». Anfiarao! ¿Por qué dejas esta guerra?».
E non restò di ruinare a valle Pero éste sin parar siguió cayendo
fino a Minòs che ciascheduno afferra. hasta Minos, que a todos los aferra.
Mira c’ha fatto petto de le spalle; Considera a su pecho espalda siendo:
perché volse veder troppo davante, porque demás mirar quiso delante,
di retro guarda e fa retroso calle. mira hacia atrás y va retrocediendo.
Vedi Tiresia, che mutò sembiante Mira a Tiresias, que mudó el semblante
quando di maschio femmina divenne, cuando de macho en hembra se cambiara
cangiandosi le membra tutte quante; y no conservó miembro semejante;
e prima, poi, ribatter li convenne y otra vez de golpear con una vara
li duo serpenti avvolti, con la verga, hubo a las dos serpientes: convenía
che rïavesse le maschili penne. para que su viril plumaje hallara.
La décima fosa del círculo octavo se inicia con la referencia a dos personajes
mitológicos afectados de locura, que dan paso a otros locos y falaces (como la
mujer de Putifar o Sinón); se trata de Atamante y Hécuba (Inf. XXX 1-21), cuya
23 Hijo de Ares y padre de Coronis, madre por Apolo de Esculapio. Flegias, irritado contra el seductor,
quemó el templo de Apolo en Delfos, por lo que fue castigado por el dios, que lo mató a flechazos y lo conde-
nó a estar en los Infiernos sentado bajo una enorme roca que parece estar a punto de caer, según Servio Aen.
6.618.
Nel tempo che Iunone era crucciata Cuando Juno sentíase irritada
per Semelè contra ‘l sangue tebano, por Semelé contra el solar tebano
come mostrò una e altra fïata, según mostró de forma reiterada,
Atamante divenne tanto insano, Atamante volvióse tan insano
che veggendo la moglie con due figli que, a su mujer mirando, que venía
andar carcata da ciascuna mano, con sus hijos, cada uno de un mano,
gridò: «Tendiam le reti, sì ch’io pigli «Cazaré a la leona con su cría,
la leonessa e ‘ leoncini al varco»; poniendo –aulló– por su camino lazos»,
e poi distese i dispietati artigli, y después extendió la garra impía
prendendo l’un ch’avea nome Learco, y asió a Learco y diole de porrazos
e rotollo e percosselo ad un sasso; contra una roca; y ella, que se aterra,
e quella s’annegò con l’altro carco. ahógase con el otro entre los brazos.
E quando la fortuna volse in basso Y cuando la fortuna echó por tierra
l’altezza de’ Troian che tutto ardiva, de los troyanos la bravura altiva
sì che ‘nsieme col regno il re fu casso, –que al rey y al reino destrozó la guerra–
Ecuba trista, misera e cattiva, Hécuba triste, mísera y cautiva,
poscia che vide Polissena morta, después de ver a Políxena muerta
e del suo Polidoro in su la riva y a Polidoro ver sobre la riba
del mar si fu la dolorosa accorta, del mar, doliente llaga sintió abierta
forsennata latrò sì come cane; e igual que un can ladró deseperada:
tanto il dolor le fé la mente torta. de tal modo el dolor la desconcierta.
O Nïobè, con che occhi dolenti ¡Oh Níobe, con qué ojos tan dolientes
vedea io te segnata in su la strada, tu retrato miré en aquella estrada
tra sette e sette tuoi figliuoli spenti! entre tus siete y siete hijos yacentes!
O folle Aragne, sì vedea io te ¡Oh loca Aracne, allí te contemplé,
già mezza ragna, trista in su li stracci ya medio araña, al pie de la deshecha
de l’opera che mal per te si fé. obra que por tu mal tejida fue!
Come al nome di Tisbe aperse il ciglio Como al nombre de Tisbe alzó la ceja
Piramo in su la morte, e riguardolla, Píramo, y la miró mientras moría,
allor che ‘l gelso diventò vermiglio; cuando el moral su fruto dio bermeja,
così, la mia durezza fatta solla, lo que era duro en mi blando se hacía
mi volsi al savio duca, udendo il nome y a mi sabio volvíme, el nombre oyendo
che ne la mente sempre mi rampolla. que siempre en flor está en la mente mía.
Y ya para terminar, digamos que incluso para hablar de su destierro hace uso
Dante de ejemplos mitológicos, comparándose con Hipólito (XVII 46-48):
24 Cf. M.L. McLauglin, «El Humanismo y la Literatura italiana», en J.Kraye (ed.), Introducción al
Humanismo renacentista, ed. española de C. Clavería y trad. de L. Cabré, Cambridge 1998, 269-294.
pasan de ser lugares comunes: Apolo solo o con Dafne, las Musas, los grandes
músicos como Orfeo o Anfíon, los celos de Juno, el poder de Júpiter, la fuerza de
Amor, etc. Sin embargo, en los Trionfi25 la alusividad mitológica es mucho
mayor, como se puede ver ya desde el comienzo; en Triumphus Cupidinis o
Trionfo d’Amore I 140-157, desfilan ante nosotros varias de las heroidas ovidia-
nas (Filis, Medea, Enone, Hipsípila, Helena, Hermíone, Laodamía) acompaña-
das de las estacianas Argía y Erifile:
Aquí no hay alegoría ni interpretación: el poeta, como los de todos los tiem-
pos, utiliza la mitología como exempla.
Petrarca, deudor en su poesía amorosa de la ovidiana, configura a su Laura
según el tipo Dafne. Su poema épico sobre Escipión26, el Africa, aunque con
mayores influencias de otros épicos latinos, sobre todo de Virgilio, y deudor en
especial de Cicerón y de Livio, conserva huellas de Ovidio, si bien tamizadas por
alegorizaciones anteriores, pues no en vano Ovidio junto con Virgilio y Horacio
son sus poetas favoritos; el amor de Petrarca por Ovidio quedaría patente en su
coronación en el Capitolio de Roma27, cuando citó los versos 871-872 del último
25 Cf. la edición de Francesco Petrarca, Triunfos, de J. Cortines Torres-M. Carrera Díaz, Madrid 1983 y la
bilingüe de G. M. Cappelli, Madrid 2003. Véase también M. C. Bertolani, Il corpo glorioso. Studi su trionfi del
Petrarca, Roma 2001.
26 Para los estudios sobre esta obra, remitimos a S. Voce, Bibliografia sull'Africa di Petrarca: dal 1900 al
2002, Cesena 2004.
27 Cf. entre otros, D.M. Robathan, «Ovid in the Middle Ages», en J.W. Binns (ed.), Ovid, London & Bos-
ton 1973,191-209.
28 Ov. Met. 15.871-872: Iamque opus exegi, quod nec Iovis ira nec ignes / nec poterit ferrum nec edax
abolere vetustas: «Y ya he completado la obra, que ni la cólera de Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el voraz
tiempo podrá destruir.»
29 Los datos biográficos aquí ofrecidos están tomados de nuestra introducción en Giovanni Boccaccio,
Genealogía de los dioses paganos, ed. de MªC. Álvarez-R. Mª Iglesias, Madrid 1983 y de nuestro «Los manua-
les mitológicos del Renacimiento», Auster 3, 1998, 84-86. Véase también la nueva edición, corregida y amplia-
da de V. Branca, Giovanni Boccaccio Profilo biografico, Firenze 1998.
30 Para la producción literaria de Boccaccio, remitimos a las11-16 de G. Boccaccio, Genealogía ...,
Madrid 1983.
la Elegia di Costanza, escrita sin saber con qué y con cuántos pies camina el
verso como él mismo dice, y también escribe su primera obra mitológica: Allego-
ria mitologica, un centón de los dos primeros libros de las Metamorfosis de Ovi-
dio con alegorías cristianas mezcladas con el paganismo de la mitología. En la
Caccia di Diana, de 1334, obra que está imbuida de los mitos paganos, ya se
advierte más seguridad en el estilo: la diosa cazadora, está en el centro, pero será
abandonada por las damas napolitanas que la dejan para unirse a Venus.
Como vemos, desde el comienzo de su producción las leyendas clásicas, los
mitos paganos están en su obra como hilo conductor y es Ovidio el autor que en
principio influye más en él. Así ocurre en el Filocolo, cuya fecha de composición
se sitúa en torno a 1336, donde las Metamorfosis son trasladadas a un ambiente
sentimental y elegíaco, por lo que también hay influencia del Arte amatoria y de
las Heroidas. Se representan en el Filocolo los amores de Florio y Biancifiore,
teniendo como modelo la historia francesa de Floire et Blancheflor, aunando así
la influencia latina y francesa, sobre todo la de la literatura de la lengua oil, algo
que él mismo recomienda en Fiammetta 8. 7, 1. Tanto en el Filocolo («fatiga de
amor») como en el Filostrato («vencido de amor») está en juego el gusto de Boc-
caccio por utilizar términos griegos, lengua que aún tardaría en comprender.
El Filostrato, compuesto entre 1335 y 1339, es una apasionada historia de
amor entre Troilo y Criseida, entrecruzada con los amores de Aquiles y Políxena,
hija de Príamo y Hécuba, hermana por tanto de Troilo, y siendo Criseida una
fusión de las Briseida y Criseida clásicas. El tema pertenece a la leyenda troyana,
no proviene de Homero, quien no lo trata y al que aún no conocía Boccaccio,
sino de las reelaboraciones medievales de dicha leyenda. Mucho se ha discutido
y se sigue haciendo acerca de las fuentes de esta obra31 elaborada por Boccaccio
con el conocimiento que del tema le daban en conjunto todas los textos medieva-
les desde el Roman de Troie de Benoît de Sainte-Maure, el Roman de Troie en
prose, la Historia destructionis Troiae de Guido de Columnis, seguidas muy de
cerca por el Ovide moralisé, hasta el Libro de la Storia di Troia de Binduccio
dello Scelto que difundió en Italia el Roman de Troie en prose, así como la anó-
nima Istorietta troiana y el Romanzo barberiniano, todas éstas deudoras de la
versión de la leyenda troyana de Dares y Dictis, quienes, por cierto, no hablan
para nada de los amores de Troilo y Criseida. El personaje de Criseida es el esbo-
zo de los retratos femeninos de Boccaccio que alcanzarán su máximo esplendor
en la Fiammetta y sobre todo en el Decamerón. De la misma manera que Boc-
caccio recibe la influencia de las reelaboraciones medievales de la leyenda troya-
na, él será el transmisor, pues Chaucer en su Troilo and Criseyda hará una adap-
tación del Filostrato.
Dentro todavía de su período napolitano se encuadra la Teseida, escrita en
1340, surgida como una secuela de la Tebaida de Publio Papinio Estacio, pero
31 Cf. M. Gozzi, «Sulle fonti del Filostrato», en Studi sul Boccacio, vol. V, Firenze 1968,123-209.
que en ella no consiguió hacer una epopeya que ensalzara a Italia, sino que resul-
tó una historia de amor y caballería.
Tras esta estancia en Nápoles, vuelve Boccaccio a su Florencia natal y se con-
vierte en un ciudadano de gran importancia y comienzan sus viajes presidiendo
embajadas a distintos lugares, como la que le lleva en 1350 a Ravenna con una
compensación de diez florines de oro a sor Beatriz, hija de Dante. Se ha supues-
to que sería en este viaje cuando se encontró con Becchino Bellincione, pariente
del rey Hugo de Chipre, quien antes le había instado a componer una gran obra
mitológica (GD 15.3). Sigue su labor creativa que tiene como primer fruto una
poesía sensual, física, todavía imbuida del colorido napolitano, muy cercana por
tanto a su anterior producción y desprovista de todo velo alegórico: es su Ninfale
d’Ameto o la Comedia delle ninfe fiorentine, compuesta entre 1341-42, obra pas-
toril que representa el antecedente y el modelo de la Arcadia de Sannazaro y en
la que se reelabora, en boca de Ameto, el canto ovidiano de Polifemo a Galatea.
La siguiente obra es la Amorosa visione de 1342, en la que aparecen influen-
cias de autores recientes que en modo alguno han de ser desdeñados, tal como el
propio Boccaccio apunta. En efecto, se puede ver el gran influjo de Dante, pues
en ambos está presente, por ejemplo, la fábula de Píramo y Tisbe; y también
tiene puntos en común con los Trionfi de Petrarca. En la Amorosa visione se
advierte por vez primera un intento de ordenación sistemática de los eruditos
conocimientos adquiridos en Nápoles, sistematización que culminará en la
Genealogía.
Al año siguiente, en 1343, surge la primera novela psicológica y realista
moderna europea: la Elegia di Madonna Fiammetta. Bajo el nombre de Fiam-
metta se ha querido ver representada a María de Aquino, la amada de Boccaccio
de su época napolitana, a la que llega a imaginarse como hija del rey Roberto. En
esta obra por primera vez en la literatura italiana (excepción hecha de la Frances-
ca de Dante) una mujer confiesa de manera total su existencia pasional como una
heroida ovidiana, recordando sobremanera la Heroida II de Ovidio, que escribe
la rodopea Filis a Demofoonte.
El Ninfale Fiesolano, compuesto probablemente entre 1344-46, está influido
por el procedimiento narrativo de las Metamorfosis y quizá en cierto modo por la
Aquileida de Estacio. La unidad novelística lo acerca al Filostrato y el clima idí-
lico lo pone en relación con el Ameto; y a la vez anticipa el gusto de la represen-
tación mítica de inspiración helenizante que se desarrollará sobre todo en el Cua-
trocientos con poetas como Guarini en Il pastor fido, Tasso en Aminta y sobre
todo en las Stanze y la Fabula di Orfeo de Angelo Ambrogini Poliziano.
Tras la peste negra que asoló Europa en 1348, Florencia queda diezmada y en
ella escribe Boccaccio su obra maestra el Decamerón. También en su máxima
obra está presente la influencia clásica, de la novela antigua, en concreto de Apu-
leyo, de quien toma el procedimiento de ir intercalando relatos (las «novelle» y
los cuentos) que se salen de la línea argumental, un procedimiento que ya había
sido experimentado por los poetas, en especial por Ovidio en las Metamorfosis,
donde se armonizan de modo genial el relato marco y los relatos internos. Este
sistema de relatos de amoríos será difundido por Boccaccio que lo ha tomado de
Apuleyo y que en definitiva tiene su origen en las Milesias.
En 1351 tiene lugar su encuentro con Petrarca, que será su máxima guía y con
quien intercambia sus descubrimientos de obras clásicas32. Y es más o menos por
estos años cuando Boccaccio sufre la gran crisis espiritual que le lleva a solicitar
de Inocencio VI, en una visita a Aviñón, licencia para hacerse clérigo, obtenien-
do en 1360 la concesión de acceder a las órdenes menores. En este difícil
momento de su vida, en 1360, está casi dispuesto a quemar su Decamerón, pero
las dudas que tiene en su crisis le hacen recurrir a su gran magister Petrarca y
como consecuencia no quema su gran obra.
En su vuelta al latín, escribe Boccaccio su propio Bucolicum carmen siguien-
do el modelo del que Petrarca había compuesto entre 1346-48. Movido por la
idea de revisión de la humanidad que le provoca la revisión de su propia vida
escribe el De casibus virorum illustrium, el De claris mulieribus, obra enciclopé-
dica, erudita y de divulgación que tuvo una enorme influencia en Francia y Espa-
ña y, sumergido ya totalmente en esta labor enciclopédica, compone el gran
repertorio geográfico33 De montibus, silvis, fontibus, lacubus, stagnis seu paludi-
bus teniendo como modelo y fuente la obra de Vibio Secuester, autor al que
comentó y enmendó siguiendo las huellas de Petrarca quien también había traba-
jado sobre este autor y su obra. En todos estos escritos la mitología clásica está
presente, bien en los héroes y heroínas biografiados, bien en los aitia de los luga-
res geográficos.
Ahora bien, Boccaccio, que había comenzado su andadura literaria emulando
las epístolas literarias de Dante y traduciendo al italiano obras latinas, tras su
encuentro con Petrarca y tras descubrir la sobriedad de sus cartas y su desdén por
la cultura vernácula, borró su nombre de las primeras obras escritas a imitación
de Dante y de sus volgarizzamenti. El modo de su evolución lo vemos en el Tra-
tatello in laude di Dante, pues en la primera edición declaraba que su biografia-
do había traído de nuevo las Musas a Italia y que su obra era para el volgare lo
que Homero y Virgilio para el Griego y el Latín (I 84):
32 Petrarca descubre en 1350 el Pro Arcbia de Cicerón y le regala a Boccaccio en 1357 un códice de Pli-
nio o de Pomponio Mela, junto con sus Invectivae contra medicum; el interés de Petrarca por Tito Livio, en
cuya exégesis colaboraba con su amigo Pierre Berçuire, su traductor al francés, hace suponer que Boccaccio,
traductor al italiano del historiador, le enviara una copia del manuscrito que se llevó a Florencia en 1355 desde
Montecassino, en cuya abadía había descubierto y «robado» el De lingua latina de Varrón, parte del Pro Cluen-
tio, la Retborica ad Herennium, pero, sobre todo, el códice Casiniensis, actualmente Mediceus Laurentianus
plut. LXVIII 2, que contiene, además de Tácito Annales, XI-XVI, e Historiae, I-V, tres obras maestras Apuleyo
(Metamorfosis, Apologia y Florida), consideradas descendientes directas del arquetipo de la tradición manus-
crita apuleyana.
33 Cf. la reciente edición de M. Pastore Stocchi, Milano 1998, 1814-2122, en vol. VII-VIII, tom. 2, de
Tutte le opere di G. B., a cura di V. Branca.
la quale, secondo il mio giudicio, egli primo non altramenti fra noi Italici esaltò e
recò in pregio, che la sua Omero tra’Greci o Virgilio tra’ Latini.
«La cual (sc. la poesía en volgare), según mi opinión, él fue el primero que entre
nosotros los itálicos exaltó y le dio tanto valor como Homero a la suya entre los
Griegos o Virgilio entre los Latinos.»
Si satis ... summopere cupis genealogiam deorum gentilium et heroum ex eis iuxta
fictiones veterum descendentium, atque cum hac, quid sub fabularum tegmine
illustres quondam senserint viri, et me a celsitudine tua quasi expertissimum
atque eruditissimum hominem in talibus selectum tanto operi autorem.
Si he entendido bien, ... deseas ardientemente una genealogía de los dioses paga-
nos y de los dioses que descienden de ellos según las ficciones de los antiguos y,
juntamente con ésta, qué pensaron los hombres ilustres de antaño bajo la cobertu-
ra de las fábulas. Y me deseas como autor de tan gran obra, elegido por tu Digni-
dad casi como el hombre más experto y erudito en tales temas.
Sometiéndose de buen grado a la orden del rey, la comenzó en 1350 con las
intenciones que declara en ese mismo Proemio:
non aliter quam si per vastum litus ingentis naufragii fragmenta colligerem spar-
sas, per infinita fere volumina deorum gentilium reliquias colligam, quas compe-
34 Hemos insistido reiteradamente en que en el título lo que hay es un genitivo de singular latino, tal como
hacían los autores clásicos a los que Boccaccio intentaba emular. Véase la argumentación en M.ª Consuelo
Álvarez- Rosa M.ª Iglesias, «La traducción de la Genealogia deorum y su papel de difusora de la Mitología
Clásica», Cuad. Filol. Ital 8, 2001, 215-239.
35 Reproducimos las traducciones de nuestra Genealogía ..., que se ha basado fundamentalmente en la
edición de V. Romano, Bari 1959, con las adiciones que señalamos en 39. Hay nueva edición con traducción
italiana de V. Zaccaria, Genealogie deorum gentilium, en Tutte le opere di G. B, a cur. di V. Branca, vol. VII-
VIII, Milano 1998. Para la edición revisada que estamos preparando, nos basaremos en la lectura directa del
Laur. plut. LII 9.
riam, et collectas evo diminutas atque semesas et fere attritas in unum genealogie
corpus, quo potero ordine, ut tuo fruaris voto, redigam. ...Non expectes, post mul-
tum temporis dispendium et longis vigiliis elucubratum opus, corpus huiusmodi
habere perfectum.
De la misma manera que si en una enorme playa reuniera los fragmentos de un
gran naufragio, reuniré los restos que descubra de los dioses paganos esparcidos a
través de volúmenes casi infinitos y, una vez reunidos, empequeñecidos por el
tiempo, medio consumidos y casi destruidos, los reduciré a un único corpus de
genealogía, en el orden que pueda, para que disfrutes con tu deseo... No esperes
tener después del empleo de mucho tiempo y de una obra compuesta cuidadosa-
mente durante largas vigilias, un cuerpo perfecto.
Nonne ego fui, qui Leontium Pylatum ... meis flexi consiliis, et in patria tenui, qui
illum in propriam domum suscepi et diu hospitem habui, et maximo labore meo
curavi, ut inter doctores Florentini studii susciperetur, ei ex publico mercede
apposita? Fui equidem!
¿Acaso no fui yo quien apartó con mis consejos a Leoncio Pilato... y lo retuve en
la patria, quien lo acogí en mi propia casa y lo tuve como huésped durante largo
tiempo... y me cuidé de que fuera acogido entre los doctores del Estudio Florenti-
no, dándole unos honorarios del presupuesto público? ¡Fui yo en verdad!
Insipidum est ex rivulis querere, quod possis ex fonte percipere! Erant Omeri libri
michi et adhuc sunt, a quibus multa operi nostro accommoda sumpta sunt....
¡Es necio buscar en los ríos lo que puedes obtener de la fuente! Yo tenía y aún
tengo los libros de Homero, de los que se han tomado muchas cosas útiles para
nuestra obra...
Ipse insuper fui, qui primus meis sumptibus Homeri libros et alios quosdam Gre-
cos in Etruriam revocavi, ex qua multis ante seculis abierant non redituri? Nec in
Etruriam tantum, sed in patriam deduxi. ... Ipse insuper fui, qui, ut legerentur
publici Homeri libri, operatus sum.
Con mis propios recursos hice llegar los libros de Homero y algunos otros griegos
a Etruria, de la que habían salido muchos años antes para no volver... También fui
yo mismo el que me ocupé de que se leyeran en público los libros de Homero.
Michi autem irascuntur non nulli, si preter nostro evo solitum Latinis Greca car-
mina misceo ... Rebar equidem aliquid Latinitati decoris afferre, ubi in me livoris
nebulam excitasse video.
Contra mí algunos se encolerizan si, por encima de lo acostumbrado en nuestra
época, mezclo con los latinos versos griegos... Ciertamente pensaba llevar a la
Latinidad algo de renombre donde veo que contra mí levantan la niebla de la envi-
dia.
Con esta inquietud filológica, que expone a lo largo de los últimos dos libros
en los que además realiza una defensa de la poesía y de los poetas y de su propio
método, compone los trece restantes, precedidos de un árbol genealógico cada
uno y encabezados por un proemio que sirve de hilo conductor, ya que en ellos el
autor se presenta como un marinero que en un frágil navío surca los mares de las
leyendas antiguas, intentando llegar al puerto seguro que es el contenido de cada
uno de los libros, partiendo de los dioses y abstracciones más antiguos hasta lle-
Constantemente quiere dejar claro que su deseo de dar a conocer las obras de
los autores paganos no ha de entenderse como falta de religiosidad y catolicismo.
Pero esa religiosidad manifiesta no impide que en ocasiones haga comentarios
frívolos, que recuerdan al Boccaccio del Decamerón, como cuando explica en
6.51 la ceguera de Anquises, consecuencia del castigo de la diosa Venus porque
se había jactado de tener amores con ella:
Consuevere non nulli iuvenes inter precipuas felicitates suas frequentes enumera-
re coitus, et plurium mulierum amicitias, quasi ex hoc velint quod eorum formosi-
tas veniat commendanda, eo quod a multis aut desiderentur, aut suscipiantur
feminis ... ex quo quidem crebro coitu persepe egritudines oriuntur, et plurimum
virtutes debilitantur corporee, et visiva potissime... et precognito ob iactactiones
defectu dicuntur et merito a Venere obcecati. Sic et Anchisi contigisse potuit, quia
veniens in defectum visus ob iactatos coitus evenisse dictum sit.
Tienen por costumbre algunos jóvenes enumerar entre sus principales venturas
sus frecuentes coitos y las amistades de muchas mujeres, como si con ello preten-
diesen que su hermosura llegara a revalorizarse porque o son deseados o tomados
por muchas mujeres...; ciertamente de esta frecuencia del coito, a menudo nacen
las enfermedades y la mayoría de las veces se debilitan las fuerzas del cuerpo y
sobre todo las de la vista... Y, conocida la falta a causa de la jactancia, con todo
merecimiento se dice que han sido cegados por Venus. Así pudo suceder también
con Anquises que, al llegar a la falta de visión, se dijera que le había pasado por
haberse jactado de sus coitos.
39 Cf. A. Fernández de Madrigal, El Tostado, Sobre los dioses de los gentiles, ed. de Saquero Suárez-
Somonte-T. González Rolán, Madrid 1995.
40 Aunque con algunos errores en la comprensión del original boccacciano, cf. E. M. Gómez Sánchez,
Boccaccio en España: la traducción castellana de Genalogie deorum por Martín de Ávila. Edición crítica,
introducción, estudio y notas mitológicas, Tesis Doctoral, Madrid 1994.
41 Cf. O. Gruppe, Geschichte der klassischen Mythologie und Religionsgeschichte während des Mittelal-
ters im Abendland und während der Neuzeit, Leipzig 1921, 26, en W.H. Roscher, Bd. 7, Hildesheim 1965.
42 Citamos siguiendo Angel Poliziano, Estancias. Orfeo y otros escritos, ed. bilingüe de F. Fernández
Murga, Madrid 1984.
43 Tuvo lugar el 29 de enero de 1475 para celebrar la alianza entre Milán, Florencia y Venecia.
recupera una versión del mito que, pese a ser conocida desde Plauto (La maro-
ma) y ser divulgada en época augústea, como acertadamente pone de relieve
Ruiz de Elvira, había sido olvidada en la tradición; como se ve, Poliziano armo-
niza todas las versiones del mito. Esta concreta recuperación tuvo su premio,
pues inspiraron el Nacimiento de Venus de Sandro Botticcelli44.
Con todo, una vez más constatamos que el autor más utilizado en las Stanze
sigue siendo Ovidio, porque, aunque no hay duda de que el público de Poliziano
reconocía bien a Virgilio, como demuestra por ejemplo el Rispetto45 54.1-4:
O sacra iddea, col tuo figliuol Cupido, ¡Oh sagrada diosa con tu hijo Cupido,
che collo stral fedisti Giove e ‘l Sole que con el dardo heriste a Júpiter y al Sol
e ‘l cor passasti alla reina Dido y el corazón traspasaste de la reina Dido
udendo del troian l’alte parole... al escuchar del troyano las profundas palabras
acogería con mejor disposición los amores narrados por Ovidio enumerados en
la segunda puerta del palacio, como los efectos del poder de Venus, desde la St.
105 a la 119. Ahí están Europa raptada por el toro, los amores de Júpiter y Nep-
tuno, inspirados por el tapiz de Aracne del libro VI; Dafne perseguida por Apolo,
que le dirige las mismas palabras que en Ovidio, Ariadna abandonada, pero no
tanto la catuliana como la reelaboración ovidiana de la Heroida X, Sileno burla-
do, como lo fuera en Ars y Fastos, Prosérpina raptada como en Fastos y Meta-
morfosis, tamizado por Claudiano, el travestismo de Hércules, siguiendo la
44 Cf. Mª C. Álvarez, «El procedimiento épico de la ekphrasis en Poliziano (Stanze I 70-120)», Estudios
Románicos 4, 1987-88-89, 57-74 y la bibliografía allí citada.
45 Composición de origen popular, similar al estrambote siciliano, que cantaba el amor respetuoso, en
octavas reales (8 endecasílabos). Su contraria es el Dispetto (Despecho).
Heroida IX y los Fastos, o el amor de Polifemo por Galatea, para lo que la recre-
ación de Metamorfosis sirve de intermediaria con Teócrito.
Veamos un solo ejemplo, el de Dafne:
Così desideravo ancora io che la fabula di Orfeo, la quale a requisizione del nos-
tro reverendissimo Cardinale Mantuano, in tempo di dua giorni, intra continui
tumulti, in stilo vulgare perché dagli spectatori meglio fusse intesa avevo compos-
ta, fussi di subito, non altrimenti che esso Orfeo, lacerata.
Así deseaba yo que la Fábula de Orfeo, que había compuesto a petición de nuestro
reverendísimo Cardenal de Mantua, en sólo dos días, entre continuos alborotos,
en estilo vulgar para que fuese comprendida mejor por los espectadores, fuese
inmediatamente desgarrada, no de otro modo que el mismo Orfeo
e Isabella d’Este (la famosa hija del Duque de Ferrara)46. La obra cumplía con los
requisitos de este tipo de composiciones para las Feste: entretener al público con
la divulgación de sucesos míticos y, además, servir de símbolo para el aconteci-
miento que se celebraba. Se trataba de contar el desgraciado amor de Orfeo y
Eurídice, teniendo en cuenta que Orfeo era considerado el más grande y el pro-
tector de los poetas y que también servía como símbolo de la fidelidad. De
hecho, ya el 7 de junio de 1473 en Roma, el Cardenal Pietro Riario había ofreci-
do a Leonor de Aragón, hija del rey de Nápoles, recién casada con Ercole d’Este
un banquete muy suntuoso en el que desfilaban personajes mitológicos, teniendo
como tema central mitos de boda y el primero que hacía su entrada era Orfeo47.
La Fabula di Orfeo combina elementos pastoriles con la leyenda del vate tra-
cio, siguiendo las versiones de Virgilio y Ovidio, resaltando en el centro del
poema el motivo de la fidelidad conyugal, pero transformando el mito de tal
modo que la escena final, la muerte de Orfeo por las Bacantes, fuera entendida
como consecuencia del desprecio de éste hacia el matrimonio, resaltándose en
cambio el carácter fiel de Eurídice.
Veamos algunos pasajes de la obra, comenzando por el momento en que el
personaje virgiliano del acosador Aristeo habla a la joven acosada con las mis-
mas palabras que lo hace Apolo en las Metamorfosis a Dafne, tema muy querido
para todos lo poetas y para Poliziano en particular, como ya hemos visto, 125-
137:
46 H. B. Guthmüller, op. cit. 1981, 158-159, transmite la opinión negativa de A. Tissoni Benvenuti, pero
sigue la opinión de otros estudiosos que defienden tal hipótesis.
47 H. B. Guthmüller, op. cit. 1981, 155-156, donde recuerda otras fiestas en las que se hacía uso del tema
de Orfeo.
Cruel nueva te traigo, Orfeo: En verdad, ella, mientras huía de ti a lo largo del
que tu bellísima ninfa ha muerto. río en alocada carrera, la joven que estaba a
Huía ella de Aristeo enamorado, punto de morir no vió ante sus pies una enorme
pero cuando llego a la orilla, serpiente que custodiaba la ribera en medio de la
por una serpiente venenosa y culpable alta hierba.
que estaba entre hierbas y flores,
fue herida en su pie:
Toda la plegaria de Orfeo a los dioses infernales sigue el tenor del relato de
libro X de las Metamorfosis; de ella queremos destacar los versos 261-263:
Hagio gli incanti di quel vechio arguto Poseo los encantos de aquel viejo astuto
chi regea Bactra, ed hagio dello umore que reina en Bactra, y poseo el líquido
di Lete inferna, e la radice e il fiorede la Lete infernal, y la raíz y la flor
che fece Ulisse a Circe scognosciuto. que hizo a Ulises para Circe un desconocido.
Ma in che me affido, lasso! Che arte maga ¡Pero en qué me confío, abandonado!
soglia da amore? E non sciolse Medea, ¿Qué arte de magia libra del amor? Y no se liberó Medea,
con l’erbe scite e ‘canti di Tesaglia. con las hierbas escitas y los cantos de Tesalia
O con mayor extensión el soneto 2.81 en que compara sus penas de amor con
las de los amantes míticos Píramo, Leandro y Narciso (vv. 1-12):
48 Cf. G. Anceschi-T. Matarrese, (eds.) Boiardo e il mondo Estense nel Quattrocento, Padova, Antenore
1998.
49 Seguimos la edición de Matteo M. Boiardo, Canzoniere (Amorum Libri), intr. e not. de C. Micocci,
Milano 2006 (=1990).
Solea spesso pietà bagnarmi il viso Solía a menudo la piedad bañarme el rostro
odendo racontar caso infelice oyendo contar la ventura infeliz
de alcuno amante, sì come se dice de algún amante, tal como se dice
di Piramo, Leandro e di Narciso. de Píramo, Leandro y de Narciso.
Or sono in tutto da pietà diviso, Ahora estoy totalmente alejado de la piedad,
e porto invidia a lor beata vice, y siento envidia por su feliz ventura,
ché, de lo amor scorgendo la radice, que, extrayendo del amor la raíz,
vedo che il lor finir fu zoglia e riso. veo que su final fue alegría y risa.
Quel morì sotto il celso, e quello in mare, Uno murió bajo el moral, y otro en el mar,
quello a la fonte fu converso in fiore, éste en la fuente en flor fue convertido,
e Tisbe ed Ero e il suo desir fu sieco. y Tisbe y Hero y su deseo fueron con ellos.
Qual duol al mio se puote assumigliare? ¿Qué dolor se puede compararl al mío?
Così avess’io ben li ochi chiusi in prima, Así hubiese tenido yo los ojos bien cerrados antes,
come Ulisse le orechie a la Sirena, como los oídos para las Sirenas Ulises,
che se fiè sordo per fugir più male. quien se fingió sordo para huir de mayores.
Girava il sole al cerchio equale intorno, Giraba el sol en torno al igual círculo
e da l’artica parte e da l’australe y desde la zona ártica y desde la austral
l’uno e l’altro animale uno y otro animal
che lo amoroso Jove in piume ascose, en cuyas plumas se escondió el enamorado Júpiter,
quel che cantando sotto a le bianche ale el que cantando acogió bajo sus blancas alas
a la fresca rivera Leda accolse, a Leda en la fresca rivera acogió,
e quel che de Ida tolse y el que del Ida arrebató
il biondo Ganimede e in celo il pose. al rubio Ganimedes y en el cielo colocó.
Vientene meco in questo ombroso speco Vente conmigo a esta umbrosa cueva
che de virgine vesta io vo vestirte que de virgen vestal voy yo a vestirte
che sempre possi de mie ninfe dirte. que siempre pueda entre mis ninfas decirte.
Dïana ven cum la sacrata corte Diana llega con la corte sagrada
e contra el fatto accerbo obtien vittoria y contra el hado cruel victoria obtiene
50 Niccolò da Corregio, Opere. Cefalo, Psiche, Silva, rime, a cura di A. Tissoni Benvenuti, Bari 1969,
493; de su «Nota Biobibliografica», 493-505, proceden los datos relativos a la vida y producción de Correggio.
51 Sobre la biblioteca de Isabella d’Este que pudo sin duda visitar con asiduidad Correggio, así como los
ejemplares ovidianos que podía manejar en Ferrara y Milán, cf. H. B. Guthmüller, op. cit. 1981, 166-167 y n.
C] 82.
Pietoso fin de doi miseri amanti El piadoso fin de dos infelices amantes contemplado,
veduto havete exempio ogni amatore tenedlo como ejemplo los enamorados
Son las Rime su más amplia colección de poemas, en su mayor parte poemas
de ocasión para celebrar importantes acontecimientos de sus protectores, la
mejor y más importante muestra de la poesía cortesana de Correggio. Formal-
mente influidas por Petrarca, rezuman un gran conocimiento de los clásicos y en
especial de Ovidio52.
En ellas vemos cómo se va abriendo camino un tipo de utilización de los
modelos, que sin duda tenía antecedentes, pero que será más usual entre los con-
temporáneos de Correggio y alcanzará una gran perfección en el Orlando furio-
so: la adaptación de temas, situaciones y escenarios que dan lugar a creaciones
con contenidos inspirados en los clásicos, pero tan sabiamente elaborados que
adquieren relevancia por sí mismos. En el caso de Correggio lo veremos en las
Rime extensas que él llama Elegie y que en realidad son «Heroidas». Pero antes,
indiquemos que continúa la tradición de la alusividad y/o utilización como exem-
pla, de lo que veremos algunos pasajes.
El primer verso de la Rima 146 alude al cambio de sexo de Tiresias:
Se per cambiar come Tiresia il sesso Si por cambiar como Tiresias el sexo
farvi simile a me fu vostra idea, haceros semejante a mí fue vuestra idea,
la forma mia scio ben non vi movea, se bien que no se mueve mi belleza,
che mai grazia non ebbe, e manco adesso; que nunca tuve gracia y eso me falta
Este detalle de la leyenda del vate tebano era lo único que le llamaba la aten-
ción a Correggio y no su capacidad adivinatoria, pues también en la Fabula di
Cefalo cuando, en el Acto I 119-120, el protagonista disfrazado de banquero53
l’olio che usò Tiresia questo è desso, el aceite que utilizó Tiresias es este mismo,
che fa cangiar de l’uno in altro sesso que hace cambiar de uno a otro sexo
Mosse Atalanta già un bel pomo d’oro Movió a Atalanta antaño una manzana de oro
a dar dil corso a Ipomene l’onore; a dar a Hipómenes el premio de la carrera
Questo è quel pomo che sforzò Atalanta Ésta es la manzana que obligó a Atalanta
per sua richezza uscir giù del sentiero, por su riqueza a salir casi del sendero,
quando di corritor fra turba tanta cuando entre tanta muchedumbre de corredores
Ippomene trovosi esser primiero Hipómenes se encontró siendo el primero
Manca ogni ingegno, ogni lingua s’intrica Falta todo ingenio, toda lengua se traba
a udir sue rime e le sentenzie pronte, prontas a oír sus rimas y sentencias,
ognun par Marsia con Apollo a fronte, todos cual a Marsias enfrentado a Apolo,
o presso a Palla una loquace pica. o como parlanchina urraca junto a Palas.
Rima 354 ya desde los tres primeros versos, en los que la «autora» a la que
Correggio, como Ovidio, ha prestado su cálamo, recurre al ejemplo de Penélope
para escribir a su amado:
Como Penelopé scrisse al suo Ulisse, Igual que Penélope escribió a su Ulixes,
scrive ora a te la tua cara consorte, te escribe ahora a ti tu querida esposa,
che piu infelice mai di lei non visse. más infeliz que la cual nunca se vio.
55 Para los datos sobre autor y obra, véanse las introducciones de Ludovico Ariosto, Orlando Furioso ed.
de C. Segre, Milano 2001 y Ludovico Ariosto, Orlando furioso. (traducción de Jerónimo de Urrea, Anvers
1549), ed. bilingüe de C. Segre y Mª N. Muñiz Muñiz, Madrid 2002, así como la más reciente de Ludovico
Ariosto, Orlando Furioso, trad. de J. Mª Micó, Madrid 2005.
o, qual Ecuba, sia conversa in rabbia, cual Hécuba rabiosa en rostro y boca,
vistosi morto Polidoro al fine. cuando vio a Polidoro sin aliento57
56 Sobre la influencia de los autores clásicos, cf. P. Rajna, Le fonti dell’Orlando furioso, Firenze 1975
(=1876) y A. Chiclana, «El mundo clásico y el Orlando furioso», Cuad. Filol. Ital. 3, 1996, 145-161.
57 La traducción de Ariosto es la de Jerónimo de Urrea (1549), el más famoso traductor en verso del OF,
que a su vez sirvió de modelo para composiciones de grandes poetas españoles, citada por Cervantes en El Qui-
jote, Parte primera, cap. 6; sobre este poeta-soldado al servicio de Carlos V, cf. P. Geneste, Le. capitaine-poète
Aragonais Jerónimo de Urrea: sa vie et son oeuvre ou chevalerie et renaissance dans l'Espagne du XVI siècle,
Paris 1978.
1 1
Cerere, poi che da la madre Idea Ceres, después de que la madre Idea
tornando in fretta alla solinga valle, tornó a aquel sólo valle verde, umbroso,
là dove calca la montagna Etnea adonde a cuestas tiene el monte Etnea
al fulminato Encelado le spalle, el fulminado Encélado furioso,
la figlia non trovò dove l'avea la hija no halló la sabia dea,
lasciata fuor d'ogni segnato calle; que dejado la había en lugar fragoso:
fatto ch'ebbe alle guance, al petto, ai crini hecho al rostro y cabellos, de esto indinos,
e agli occhi danno, al fin svelse duo pini; despecho y daño, arrancó dos pinos.
2 2
e nel fuoco gli accese di Vulcano, Encendiólos al fuego de Vulcano,
e diè lor non potere esser mai spenti: inmortales los hizo y siempre ardientes,
e portandosi questi uno per mano trayendo a cada cual e la una mano,
sul carro che tiravan dui serpenti, en carro que tiraban dos serpientes.
cercò le selve, i campi, il monte, il piano, Buscó las selvas, campos, monte y llano,
le valli, i fiumi, li stagni, i torrenti, valles, lagunas, con los ríos corrientes,
la terra e 'l mare; e poi che tutto il mondo la terra y mar; después que todo el mundo
cercò di sopra, andò al tartareo fondo. buscó encima, bajo al ciego profundo.
Sin que haya alusión ni comparación con personaje legendario alguno, pode-
mos detectar varias deudas o apropiaciones de detalles o de temas del tenor de
los siguientes: en el canto 15.14, el ruido de la trompa que el hada buena Logisti-
la regala a Astolfo provocaba tal terror que a nosotras nos recuerda, más que la
caracola de Tritón, como han querido ver algunos críticos de Ariosto, que no
causa temor alguno, el estampido de personas y ganado que provocaba el grito
de Pan, el pánico.
En 15.79-87, leemos que el ladrón Orrilo, cuya tipología está modelada con
detalles de los legendarios Caco, los salteadores del istmo de Corinto que vencie-
ra Teseo, e incluso la Hidra, por la capacidad que tenía para regenenar los miem-
bros que perdía incluida la testa, tenía en su cabeza un cabello especial del que
dependía su vida, como Niso; para acabar con él, y esto es un rasgo de humor
muy frecuente en Ariosto, Astolfo ante la duda de cuál sería el cabello con tales
poderes le rapa toda la cabeza.
La impronta de Homero es palpable en el canto XVII, en que Ogro está confi-
gurado como Polifemo y Norandino y sus compañeros se cubren de pieles de
corderos y se untan para burlar a Ogro, sin que el episodio acabe ni en muerte ni
persecución.
A caballo entre 18.165 y 19.27 hay un episodio digno de mención, porque es
tal vez uno de las últimas ocasiones en que se ve la recepción de un pasaje de
Estacio, autor que tan frecuentemente utilizado había sido en el medievo y en el
primer renacimiento y que prácticamente desaparece en el Quinientos, sin duda
porque atraen más las obras griegas que tratan los temas de su Tebaida. Medoro
y Cloridano, siervos de Dardinel de Almonte, que se arriesgan a salir a campo
enemigo con el deseo de rescatar el cadáver de su amo, son una mezcla de los
Dimante y Hopleo de la Tebaida, con mucho de Niso y Euríalo, en los que se ins-
pira del propio Estacio58. Pero el final es distinto: a Medoro, casi muerto, lo cura
Angélica, que se enamora de él, siendo precisamente los amores de Angélica y
Medoro la causa de la locura de Orlando.
En el canto 25.19-70 hay una adaptación «racional» de le leyenda ovidiana de
Ifis e Iante (Met. 9.702-797), con añadidos mágicos sacados de la de Sálmacis
(4.271-388), en la historia de Ricciardetto y Fiordispina di Spagna, pues el her-
mano de Bradamante y de Rinaldo sustituye a su hermana, de la que se había
enamorado la española, con lo que no es necesario ningún cambio de sexo opera-
do por la divinidad. El estudio mitográfico del pasaje fue hecho por Rajna y con
muchos más detalles por Ruiz de Elvira en su «Ovidio y Ariosto»59, autor y artí-
culo al que remitimos para todo lo relativo al influjo de la leyenda de Céfalo y
Procris en los cantos XLII y XLIII, pasajes ambos en los que el gran modelo
siguen siendo las Metamorfosis de Ovidio.
58 Cf. R. Mª Iglesias Montiel-Mª C. Álvarez Morán, «El pasaje de Niso y Euríalo en Estacio», en Simpo-
sio Virgiliano, Murcia 1984, 353-367.
59 En Syculorum Gymnasium 1978, 417-449.
60 Los datos expuestos a continuación son un breve resumen de lo dicho en nuestro «Los manuales...»;
para Giraldi, cf. 91-92; para Cartari, cf. 92-93 y para Conti 94-98 y la bibliografía allí citada.
61 Para Cartari, es de obligada referencia el estudio de S. R. Mc Daniel, Vincenzo Cartari and his Works:
Translation and Mythography in Sixteenth Century Italy, Michigan 1976.
62 Cf. nuestros Mª C. Álvarez-R. Mª Iglesias, «Natale Conti, estudioso y transmisor de textos clásicos», en
Los Humanistas españoles y el Humanismo europeo, Murcia 1990, 33-47 y la introducción de R. Mª Iglesias-
Mª C. Álvarez, Natale Conti, Mitología, trad. con intr. notas e ind. de, Murcia 2006 (=1988), 7-35.
ISSN 1137-7984