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Corrupción y contrabando en la Nueva España

del siglo XVIII: La continuidad de una práctica

Jorge Victoria Ojeda


Archivo General del Estado de Yucatán, México
Dora Pérez Abril
Universitat Jaume I, Castellón, España

INTRODUCCIÓN

En todas las épocas y regiones de la América colonial la corrupción


estuvo presente en las diversas instancias de la sociedad sin importar las
numerosas medidas implementadas o dictadas para tratar de eliminar una
conducta que ocasionaba prácticas ilegales. Una de ellas fue el contraban-
do que se desarrolló en territorios hispanoamericanos desde tiempos muy
tempranos de la presencia española en el Nuevo Mundo.1 Esta afirmación
no generaliza a todos los sujetos asentados en esos territorios ultramarinos
ya que, a la par de aquellos, también debieron existir personas alejadas de
las tentaciones del robo, el enriquecimiento malversado, de la explotación
al indígena, aquellos que no hicieron de sus empleos burocráticos la forma
fácil de obtener ganancias extras.2
El arribo de franceses y holandeses durante los siglos XVI y XVII en
busca de participación en el rico comercio español con las Indias originó

1 Haring, Clarence: Comercio y navegación entre España y las Indias, México, 1984, pág.
145. Por su parte, Bernecker, Walter: Contrabando. Ilegalidad y corrupción en el México del siglo XIX,
México, 1994, pág. 13, señala que “el contrabando en América es tan viejo como el monopolio comer-
cial de España en las colonias de ultramar”. Es importante señalar que para algunos autores el contra-
bando es una faceta de la corrupción, yendo ambos de la mano.
2 Pietschmann, Horst: “Burocracia y corrupción en Hispanoamérica colonial. Una aproxima-
ción tentativa”, Revista Nova Americana, tomo 5, Torino, 1982, pág. 29; Borah, Woodrow: El gobier-
no provincial de la Nueva España, 1570-1787, México, 1985, págs. 37-50.

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que el contrabando y el fraude se diesen en su mayoría entre gente de esa


procedencia y la española. Del territorio novohispano de Yucatán son esca-
sas las investigaciones referentes a aquellas prácticas ilegales, pero lo sufi-
ciente para que sirvan de puntos de comparación en cuanto a la continui-
dad de prácticas corruptas en el siglo XVIII.3 Igualmente, los datos
expuestos líneas abajo sobre esa región de la Nueva España ayudarán a la
comprobación de la idea central de este trabajo: la no variación del com-
portamiento de corrupción en el siglo XVIII, que a base de medidas econó-
micas y políticas, la Corona trató de eliminar al igual que otras prácticas
relacionadas con aquella.

LOS ALBORES DEL SIGLO XVIII

La llegada de la casa de Borbón al trono español pareció romper con


el esquema de la dinastía anterior en cuanto a la administración de los bien-
es de la Corona. Sin embargo, la España de los siglos XVII y XVIII, así
como sus dominios de Ultramar pueden caracterizarse como una situación
de imperante corrupción ocasionada, “casi a diario”, por robos y
malversa- ciones de dinero del erario por parte de altos funcionarios. Las
investiga- ciones de estos delitos eran excepcionales, lo cual evidenciaba el
interés de la maquinaria gubernamental en no mostrar una situación que
les propor- cionaba enriquecimiento personal.4
El impulso revitalizador de la estructura burocrática colonial bajo los
Borbones no pudo romper el fuerte arraigo de la corrupción existente. En
palabras de Madrazo, no se estaba ante un Estado reforzado ni de una admi-
nistración fuertemente centralizada, sino ante la realidad de un funciona-
miento político que se asentaba en el reparto de funciones entre los pode-
res públicos y los intereses privados.5
El inicio de la dinastía borbónica en el trono de España se marcó por
la construcción de un heterogéneo cuerpo de reformas legales y políticas

3 Véanse Victoria Ojeda, Jorge: De la defensa a la clandestinidad. El sistema de vigías en la


Península de Yucatán, 1750-1847, tesis doctoral en Antropología, Facultad de Filosofía y Letras,
UNAM, México, 2000; y Fushimi, Takeshi: “Problemas de contrabando y fraude en la península yuca-
teca durante el siglo XVII”, ponencia presentada en la Reunión Anual de la Asociación Mexicana de
Estudios del Caribe, Cozumel, México, 2001.
4 Madrazo, Santos: Estado débil y ladrones poderosos en la España del siglo XVIII, Madrid,
2000, pág. 13.
5 Ibídem, pág. 17.

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tendentes a la modernización del imperio hispano a la luz del racionalismo


emergente. Así, la centuria dieciochesca se les fue a los reyes españoles en
planear y ejecutar las reformas que buscaban transformar el inmenso terri-
torio español en una eficiente fuente de riqueza y poder para los monarcas
españoles. Estos cambios, aunque enmarcados en los proyectos ilustrados,
se caracterizaron por el rasgo distintivo de la pretensión de la Corona de
expandir el poder político del Estado monárquico.6 Las iniciales acciones
reformistas fueron llevadas a cabo por el primer Borbón que ocupó el tro-
no español, Felipe V, con sus Decretos de Nueva Planta, otorgados desde
1705, y se consolidaron hasta generalizarse durante los reinados de
Fernando VI (1746-1759) y Carlos III (1759-1788).
De la situación imperante en la Nueva España en los tempranos años
de la centuria quedan bosquejos de la misma a través de las palabras de Juan
de Monségur (1707), capitán de navíos del rey, quien informaba al soberano
español que nadie ignoraba que las personas que eran enviadas como virre-
yes al Perú o a la Nueva España, no eran personas de honorabilidad probada
y que cuando llegaban estaban cargados de deudas que tenían en la metró-
poli. Pero que la extrañeza era aún mayor ya que cumplidos los años de des-
empeño de su empleo, no sólo habían cubierto aquellas deudas sino que se
marchaban como unos hombres respetables y enriquecidos como nunca
antes habían soñado. Agregaba que ellos mismos señalaban que “la codicia
y el deseo de acumular riqueza” era su principal tarea y pasión”, y nunca
escondieron que en su interpretación personal el principal objeto de la auto-
ridad que les fue conferida fue hacerse de riqueza a corto plazo.7
Un ejemplo de lo anterior lo ilustra años más tarde el vigilante mayor
de la bodega de México, don Diego Cadoval, ya que fue detenido bajo sos-
pecha de malversación de fondos. Ante la acusación el acusado alegó a su
favor que no veía nada de malo en los préstamos personales informales que
se hacía él mismo de los reales fondos.8
A la intención de hacerse con recursos por parte de los gobernadores
y virreyes se sumaba que el empleo únicamente lo ocuparía por un deter-
minado número de años y que su salario, según se dice, no era cuantioso.
Igualmente, los funcionarios menores nombrados localmente por el gober-
6 Pérez Herrero, Pedro: “El Reformismo borbónico y el crecimiento económico en la Nueva
España”, en A. Guimerá (comp.): El Reformismo Borbónico, Madrid, 1996, págs. 85-86.
7 Berthe, Jean Pierre: Las nuevas memorias del capitán Jean de Monségur, UNAM, México,
pág. 92.
8 Arnold, Linda: Burocracia y burócratas en México, 1742-1835, México, 1988, págs.
197-100.

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nador, tuvieron situaciones similares, ya que también habían comprado su


puesto.9
Durante su estancia en la península yucateca en 1765 los visitadores
reales Valera y Corres contestaron a una acusación por irregularidades con-
tra los oficiales reales de Mérida, diciendo que los actos por los cuales se
les inculpaba no eran dignos de consideración. A pesar de las posibles fal-
tas de honradez, en otra misiva fechada el 4 de enero de 1769, se señalaba
que el Consejo debía instar al rey a manifestar “a los Oficiales Reales y a
los demás subalternos de las Caxas de la Provincia de Mérida su Real gra-
titud, por el celo y acierto con que han exercido su Ministerio, y por la inte-
gridad y exactitud con que se han versado en ellos”.10 De manera similar,
cuatro años antes, Sebastián Maldonado, teniente de gobernador y auditor
a guerra fue acusado de tratos ilícitos con contrabandistas, cohechos y
excesos.11 No obstante las pruebas que la inmiscuían en las prácticas seña-
ladas, el alto funcionario quedó absuelto de tal acusación.
Durante su permanencia en la región peninsular los visitadores nota-
ron que en las playas, ahí donde estaban destacados algunos grupos de
milicianos para el celo del territorio, se practicaba el contrabando por aque-
llos, al grado de apuntar “Cuantos más soldados más contrabando”. De la
misma forma, el encargado de la vigía donde estaban acantonadas las
fuer- zas mencionadas también delinquía, pero era justificado por el
estado de precariedad e indigencia en que estaba aquel “pobre hombre”
hasta el pun- to que cuando “llega el contrabandista, ofrece un partido,
pinta la facilidad, persuade con la convivencia y se hace el fraude”.12

LAS REFORMAS Y LAS INTENDENCIAS

Para el virreinato novohispano, el principal impulsor del estableci-


miento del sistema de intendencias fue José de Gálvez, quien lo propuso al

9 Macleod, Murdo: Historia socioeconómica en México, 1742-1835, pág. 296; Bernecker,


Contrabando. Ilegalidad y corrupción, pág. 98; Haring, Clarence: El imperio español en América,
México, 1990, pág. 423.
10 Archivo General de Indias (en adelante, AGI), México, leg. 3.075. Informe de Tomás Ortiz
de Landázuri sobre los autos obrados en las Cajas Reales de Mérida y Campeche, 28 de septiembre de
1768 y 4 de enero de 1769.
11 Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán (CAIHY), libro núm. 43, fs. 107,
v-108, 3 de noviembre de 1765.
12 Florescano, Enrique e Isabel Gil: Descripciones Económicas Regionales de la Nueva
España. Provincias del Centro, Sudeste y Sur. 1766-1827, México, 1976, tomo III, pág. 225.

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presentar en 1768 su “Informe y plan de intendencias para el reino de


Nueva España [...]”.13 Sin embargo, no fue implantado hasta 1786, en vir-
tud de las fuertes resistencias que el citado plan motivó tanto en España
como en México.14
La aplicación final de este sistema por parte de las autoridades no fue
un proceso lineal ni exento de problemas. Por ejemplo, el intendente de
Puebla, Manuel de Flon, protestó furiosamente contra las intromisiones del
Virrey y la Audiencia en sus funciones, sólo para ser reprendido severa-
mente por el Consejo de Indias, que finalmente le obligó a humillarse ante
los acusados.15 Para 1789 el ideal virreinal de que los intendentes se convir-
tieran en subordinados fue formalizado legalmente.16 La Ordenanza redac-
tada bajo la supervisión de José de Gálvez fue modificada en gran parte
pues para 1794 había sufrido 37 cambios o supresiones, en su mayoría
orientadas a restablecer la superioridad del virrey en diversos negocios.17
La legislación reglamentó la organización interior del aparato admi-
nistrativo colonial y normó el poder conferido a los funcionarios. Aquellos
códigos jurídicos perseguían la formación de un funcionario imparcial e
incorrupto, dedicado por completo al logro del bien de la Corona y el
público. Pero la realidad no pudo ser menos indeseable, ya que la corrup-
ción —en sus diferentes formas de expresión— llegó a tener en las colo-
nias americanas un carácter de sistema que —a razón de Pietschmann— se
explica en términos de una tensión por el control de espacios de poder, más
o menos permanente, entre la sociedad colonial, la burocracia y la propia
Corona española, en sus intentos de apropiarse de las riquezas.18

13 Pietschmann, Horst: “Protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución: La Nueva


España en el último tercio del siglo XVIII”, en Vázquez Zoraida, Josefina (coord.): Interpretaciones
del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas borbónicas, México, 1992, pág. 45.
14 Vázquez Zoraida, Josefina: “El siglo XVIII mexicano: de la modernización al desconten-
to”, en Vázquez Zoraida, Interpretaciones, pág.19; Pietschmann, “Protoliberalismo”, págs. 30-31.
15 Brading, D. A.: Mineros y comerciantes en el México Borbónico. 1763-1810, México, 1985,
pág. 117.
16 Pietschmann, “Protoliberalismo”, pág. 50.
17 Pietschmann, Horst: “Dos documentos significativos para la Historia del régimen de
Intendencias en Nueva España”, Boletín del Archivo General de la Nación, serie 2, núms. 3-4, julio-
diciembre, México, 1971, págs. 404-414.
18 Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, págs. 12-31. Por otro lado, Arnold (Burocracia y
burócratas, págs. 194-195) señala que los propios burócratas, además de tratar de proteger y acrecen-
tar sus derechos y privilegios, fungían como policías de ellos mismos, actuando como informantes e
investigadores para erradicar el nepotismo y la corrupción. No obstante esta última parte de la afirma-
ción, es más creíble que el control interno tuviese la finalidad de mantener la situación privilegiada
personal.

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Para entender un tanto el problema de la corrupción en el mundo colo-


nial hay que considerar que los sueldos pagados a los funcionarios de
varios niveles de la administración eran bajos, por lo general. Ello ocasio-
naba la imposibilidad de erradicar la corrupción, ya que aquellos emplea-
dos buscaban en otras acciones elevar sus ganancias.19 Asimismo, la vena-
lidad de los empleos fue otra causa que permitió el fuerte arraigo de la
corrupción en el sistema colonial, debido a la venta generalizada de aque-
llos y la consecuente devolución de favores en el contexto de las redes que
se generaban con esos contactos. 20
Pietschmann afirma que un funcionario de alta jerarquía, como el
virrey, un secretario de virreinato, o un gobernador, forzosamente tenía que
recurrir a prácticas corruptas para recuperar lo invertido en la compra del
empleo y obtener la ganancia extra que esperaba con la adquisición del
mismo.21 En muchas ocasiones esa forma de ganar dinero fácil fue por la
vía del contrabando.
Dentro de las prácticas corruptas se incluye el favoritismo en el nom-
bramiento de los funcionarios y el nepotismo durante el desempeño de sus
cargos. Estos dos elementos contribuyeron, a su vez, a la conformación de
grupos cerrados que manipulaban el poder político.22
Es necesario apuntar que en la práctica de lo no legislado, pero con-
suetudinario de la burocracia, la sociedad en general jugó un importante
papel en su carácter de solicitante de los servicios de aquélla. En esa prác-
tica no escapó casi ningún componente de la sociedad ya que virreyes y
gobernadores, oficiales reales, ministros de audiencia, alcaldes mayores,
jueces, intendentes de policía y hacienda, maestros de armas, sacerdotes,
etc., todos cometían “arbitrariedades” en contra de los intereses reales y
en

19 Phelau citado por Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, pág. 13. Borah (El gobierno
provincial, pág. 48) señala que el sueldo de un gobernador de provincia nunca correspondió a sus nece-
sidades.
20 Vicens citado por Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, pág. 15; Porras citado por
Borah (El gobierno provincial, págs. 49-50) apunta que es factible que la mayoría de los gobernadores
hayan exigido el pago de una cantidad por derechos y “honorarios” a los subalternos a quienes se les
vendía algún cargo. Cita el ejemplo del gobernador del reino de Nueva Vizcaya quien exigía dinero a
cada alcalde mayor, y reitera: “Muy probablemente otros gobernadores, tanto en el centro como en el
norte y en Yucatán, seguían la misma práctica, por ilegal que fuera”.
21 Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, pág. 24; Borah, El gobierno provincial, págs. 38-
39 y 44. En la metrópoli española circulaban listas anónimas de los distintos puestos de gobierno en
Indias que indicaban la especie de ganancia que el funcionario respectivo podría esperar. Pietschmann,
“Burocracia y corrupción”, pág. 24.
22 García citado por Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, pág. 15.

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beneficio personal.23 En esa relación servidor-solicitante, la iniciativa para


corromper al sujeto venía también del público, que por medio del ofreci-
miento procuraba granjearse la simpatía de los funcionarios de cualquier
índole.24
Por otra parte, si la corrupción no estaba tipificada como delito en las
Leyes de las Siete Partidas algunos autores consideran al contrabando
como una faceta de la corrupción, y, por ende, como delito. Para
Pietschmann, los tipos de corrupción más generalizados entre la burocracia
hispanoamericana fueron el contrabando, cohecho y soborno, favoritismo y
clientelismo, y finalmente, venta de oficios y servicios burocráticos al
público.25
Con el antecedente de que la mayoría de los funcionarios americanos
practicaban la corrupción dadas sus ansias por recuperar la inversión en la
compra del puesto, o enriquecerse durante el periodo de su administración,
la introducción del comercio ilícito debió, sin duda, ser una vía muy utili-
zada para esos fines, a pesar de su sanción legal, debido a las pingües
ganancias que les pudiesen dejar.
En algunos casos los altos funcionarios inmiscuidos en el contraban-
do como don Antonio Bonilla, secretario de Cámara del Virreinato de la
Nueva España26 aducían a su favor que en la compra del empleo considera-

23 Berthe, Jean Pierre: Las nuevas memorias del capitán Jean de Monségur, México, 1994,
págs. 92, 97 y 103-104.
24 Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, págs. 20-21; Feliciano Ramos, Héctor: El contra-
bando inglés en el Caribe y el Golfo de México (1748-1778), Sevilla, 1990, págs. 103 y 119-121. El
conocimiento de que los religiosos practicaban el comercio ilícito al igual que los funcionarios se refle-
ja en el mandato real: “Para que en los conventos del Perú y Nueva España no se permita ocultaciones
de Mercaderías de China y Contrabando. 18 de julio de 1702”. AGI, Indiferente General 538, YY10, f.
238. Lo anterior se debió a que los clérigos tenían prohibido comprar o vender por vía de negociación,
según lo establecido en el Concilio de Trento y la Constitución del Papa Benedicto XIV. Quiroz, José
María: Guía de negociantes: compendio de la legislación mercantil de España e Indias, México, 1986,
pág. 132. Una ordenanza al respecto es la titulada: “Letras del Nuncio Apostólico acerca del ilícito
comercio en comunidades religiosas y sobre la permanencia de reos de delitos comunes en las Iglesias
y Conventos. Madrid, 22 de diciembre de 1792”. Archivo Nacional de Cuba (ANC), Fondo Gobierno
General, leg. 58, núm. de orden 28. De 1730 proviene la cédula dada en Soto de Roma, donde se acep-
taba la participación de clérigos en el contrabando, indicando que debían caer en comiso los bienes no
registrados aunque sean de eclesiásticos, y que a la vez los conventos puedan ser registrados, Ley 1.ª
De los descaminos, extravíos, y comisos, Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias, libro VIII,
título XVII, pág. 92.
25 Pietschmann, “Burocracia y corrupción”, págs. 12 y 31.
26 Carta del virrey don Félix Berenguer de Marquina al Ministro de Estado don Mariano Luis
de Urquijo, escrita en México, 13 de junio, 30 de junio y 30 de octubre de 1800, Archivo General de la
Nación. México (AGN). Correspondencia de los Virreyes, II serie, vol. 41, carta 41, fs. 212-214, carta
11, fs. 174-175, carta 12, fs.176-177, carta 13, fs. 88-89.

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ban implícita esa clase de atribuciones puesto que consideraban que el prin-
cipal objeto de la autoridad que les fue conferida era la acumulación de
riquezas.27
Con respecto a la honradez de los burócratas que representarán el
movimiento reformador cabe hacer dos observaciones: la primera es que se
provenía de un Estado absolutista que propiciaba el robo de los privilegia-
dos en sus diferentes formas y lo consideraba natural, tolerable y hasta bien
visto. En palabras de Madrazo “el robo empapaba a fondo las instituciones
del Antiguo Régimen”.28 O sea, que la exigencia de “honradez” probada era
más que subjetiva. La segunda observación se desprende de la primera, y
es que la regeneración económica que perseguían las reformas borbónicas
no se alcanzarían si no se lograba simultáneamente la centralización admi-
nistrativa y una mayor racionalización fiscal. En el caso de Yucatán se dice
que con la incorporación de las encomiendas en 1785, la Corona “logró
conciliar sus intereses políticos con los de orden ético o moral”.29 Sin
embargo, ante la subjetividad de “lo moral y lo ético” entre la burocracia,
la Corona no se preocupó de clarificar el derecho consuetudinario en las
tareas de sus funcionarios, con lo cual la situación prevaleciente antes de
las reformas prosiguió después de ellas.30

LA INTENDENCIA EN YUCATÁN

La Intendencia de Yucatán fue una de las doce en que quedó dividida


la Nueva España por la citada Ordenanza. Su establecimiento vino a refor-
zar de manera significativa los hasta entonces débiles lazos de unión de esa
región con el virreinato de la Nueva España.31

27 Berthe, Las nuevas memorias, pág. 92.


28 Madrazo, Estado débil y ladrones poderosos, pág. 16. Respecto de los intendentes en
España este autor apunta que “los titulares de las veintiún intendencias [...] en 1718, a pesar de gozar
de unos sueldos elevadísimos muy pronto son acusados de llegar a un entendimiento con los arrenda-
dores de las rentas reales. En definitiva, todo parece dar la razón al dicho: En Madrid como en Sevilla
el que pilla, pilla”.
29 García Bernal, Manuela Cristina: “Haciendas y tributo en Yucatán: el reglamento de 1786
y la controversia en torno a los indios luneros”, Colonial Latin American Historical Review, primave-
ra de 1997, págs. 121-122. Según Arnold (Burocracia y burócratas, pág. 199) a fines de la colonia, el
burócrata se adhería a los reglamentos y reglas del gobierno, vigilándose ellos mismos, a la vez que
fomentaban la formación del sistema administrativo profesional. Concluye que “para fines de esa eta-
pa histórica, los burócratas tenían un alto nivel de moralidad”.
30 Victoria, De la defensa a la clandestinidad, pág. XXVI.
31 García Bernal, “Haciendas y tributo en Yucatán”, pág. 141.

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Para el caso yucateco, los efectos negativos del establecimiento de la


Intendencia se ejemplifica en la actuación que tuvieron los subdelegados,
funcionarios dependientes del intendente que ejercieron en sus jurisdiccio-
nes la autoridad propia de máxima autoridad. Farriss apunta que el impac-
to fue tal que es posible hablar, a partir de la creación de las subdelegacio-
nes, de una era “neocolonial”.32
De acuerdo con la legislación, los subdelegados debían terminar con
los abusos de los funcionarios anteriores —corregidores y alcaldes mayo-
res—, no obstante, por lo general representaron en toda la Nueva España
una continuación del sistema de explotación y extracción extralegal, sobre
todo respecto de los indígenas.33 Pietschmann, señala que en el aspecto
político la Intendencia sí significó una variación ya que los puestos fueron
usufructuados, generalmente, por miembros de la elite local tanto en las
áreas rurales como en las urbanas.34
El primer intendente de la provincia yucateca fue —siguiendo las
“formas” de corrupción de la época, o tal vez por coincidencia—, Lucas de
Gálvez,35 sobrino de José de Gálvez, quien tomó posesión de su cargo el 15
de marzo de 1788. Cabe señalar que Pietschmann ha detectado que la
mayoría de los intendentes novohispanos estaban emparentados con José
de Gálvez, por lo que los considera una auténtica camarilla o facción penin-
sular que se disputó el poder en la colonia americana prácticamente hasta
la declaración de Independencia.36
Los hombres elegidos para el puesto de intendentes, así como para
sus subalternos, distaban mucho de ser las personas “honestas e incorrup-
tas” que se decía. El intendente asignaba gente de su confianza en todos
los cargos —subdelegados, jueces de partido, etc.—, para asegurarse la
ganancia que podía obtenerse en los negocios diversos del contrabando;
obviamente para ello necesitaba sujetos en quien confiar. El estudio de este
tipo de relaciones ayuda a entender ciertas conductas a través de un aná-
lisis —según Bertrand— desatendido por los historiadores pero muy uti-
lizado por la antropología: la reconstrucción de los sistemas relacionales

32 Farriss, Nancy: La sociedad maya bajo el dominio colonial. La empresa colectiva de la


supervivencia, Madrid, 1992, pág. 540.
33 Vázquez, “El siglo XVIII mexicano”, pág. 23; Pietschmann, “Protoliberalismo”, págs.
30-31; Brading, Mineros y comerciantes, pág. 117.
34 Pietschmann, “Protoliberalismo”, págs. 61-62.
35 Ibídem, págs. 33-34.
36 Pietschmann, Horst: Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva
España, México, 1996, pág. 258.

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que todo individuo trata o pretende desarrollar en torno a él, o sea sus
redes sociales.37
Por último, un retrato de la situación imperante entre esos funciona-
rios lo ofrece el subdelegado Antonio Bobes quien en discusión abierta con
el cura Ignacio Zaralegui de Pocyayum le indicó “que la subdelegación le
había costado mucho dinero y que no la había comprado para perder sino
para ganar”.38

EL CONTRABANDO Y LOS FUNCIONARIOS

Durante el siglo XVIII se dio una intensificación de los conflictos


políticos y económicos en el Caribe debido a que Inglaterra llegó a tener el
predominio en los mares. En ese tiempo, el contrabando con la América
española se convirtió en “una enfermedad endémica”, organizada en forma
de empresa de Estado, superando a las grandes compañías existentes en la
centuria anterior. El auge del contrabando durante ese siglo obedeció al
propio monopolio de España y al deseo de sus rivales de hacerse con los
mercados ultramarinos, acabar con el control español y apoderarse de tie-
rras.39 Según cálculos de la época, la tercera parte del comercio entre
España y América se realizaba en forma clandestina.40
Para 1717 Monségur señalaba lo siguiente:
Es cierto que se han introducido muchas mercancías en la Nueva España por
... embarcaciones; pues estas entradas, por pequeñas que parezcan, no dejan
de ser continuas y de sumar un total considerable.41

Con la llegada de los Borbones se inició una etapa de grandes conse-


cuencias para las llamadas Indias Occidentales. En el aspecto político-
estratégico, éste fue el siglo de mayor peligro para los territorios españoles
de Ultramar, ya que Inglaterra consideró al Caribe como objetivo general
de ataque y desplegó en él sus mayores efectivos. En 1768, Tomás Ortiz de

37 Bertrand, Michel: “Elites, parentesco y relaciones sociales en Nueva España”, Tiempos de


América, núms. 3-4, CIAL, Universitat Jaime I, Castelló de la Plana, 1999, pág. 58.
38 AGI, México, leg. 3.027, f. 2, Informe del cura Br. Ignacio Zaralegui de 28 de julio de 1795.
39 Feliciano, El contrabando inglés, pág. 10. Konetzke, Richard: La América Latina. La épo-
ca colonial, Madrid, 1989, págs. 269 y 310, apunta que a la par del comercio legal entre la metrópoli y
los colonos se desenvolvió un activo contrabando que abrió una brecha en el monopolio español.
40 Chanu citado por Bernecker, Contrabando, pág. 17.
41 Berthe, Las nuevas memorias, pág. 175.

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CORRUPCIÓN Y CONTRABANDO EN LA NUEVA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII

Landázuri, respecto de los ingleses establecidos en Belice, expresaba que


“conviene mucho observar sus movimientos, resguardando la Provincia,
cuya vecindad a sus establecimientos influye una prudente desconfianza, y
mucha proximidad para el contrabando, además de sus miras políticas”.42
Como consecuencia de las guerras, el tráfico entre la metrópoli hispa-
na y sus colonias fue casi nulo, sin embargo el comercio no quedó parali-
zado pues el contrabando, el intercambio con los países neutrales, y el trá-
fico interpersonal suplieron al que se mantenía con la península española.43
A pesar de ello, en Yucatán no faltaron personas que afirmaron haber ter-
minado con esa clandestinidad, con vanas esperanzas de lograr una mejor
retribución económica en su salario. Tal fue el caso suscitado el 12 de junio
de 1753 cuando se justificaba la petición de aumento salarial al Contador
Real de las Cajas de Campeche, pues había logrado hacer varios comisos y
con ello “exterminar de raíz el comercio furtivo”.44
Los factores que contribuyeron al florecimiento del contrabando fue-
ron la cercanía de las colonias españolas a otras de posesión extranjera y
los altos impuestos que cobraban las autoridades por los artículos que
entraban por la vía legal.45 El exceso de gravámenes, junto con el alto cos-
to del flete propiciaba sobremanera el tráfico ilegal.
La “enfermedad endémica” del contrabando, contagió a todos los sec-
tores de la sociedad. De tal forma, la propia connivencia de los funciona-
rios españoles y extranjeros para con los traficantes constituyó uno de los
principales obstáculos para ponerle fin, pues era también fuente de ingre-
sos para la autoridad. La gente del común también se contagió de ese “mal”
pues los contrabandistas ofertaban a los habitantes productos presumible-
mente mejores y más baratos.
El reordenamiento económico y político del imperio español implica-
ba un cambio en el sistema comercial, lo que se inició con la instauración
del libre comercio y la abolición del sistema de flotas y galeones. Esa nue-
va orden de libertad comercial llegó a la Nueva España en 1789, contribu-
42 AGI, México, leg. 3.075. Informe de Tomás Ortiz, 28 de septiembre de 1768.
43 Pérez-Mallaína, Pablo: Comercio y autonomía en la Intendencia de Yucatán (1797-1814),
Sevilla, 1978, pág. 43.
44 Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, (AHSREM), Exp.
L-E. 2417, f. 27, solicitando aumento de sueldo a favor de don Pedro Urriola, Contador Oficial Real
que logró exterminar el comercio furtivo de Campeche, Mérida a 12 de junio de 1753.
45 Feliciano, El contrabando inglés, págs. 10-11; Bernecker, Contrabando, págs. 15-16. Cabe
recordar que el fin del Reglamento de Comercio de 1778 era promover las transacciones comerciales
para ampliar los beneficios de la Real Hacienda, no eliminar los costos de transacción para impulsar el
desarrollo económico. Pérez Herrero, “El Reformismo Borbónico”, pág. 86.

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yendo dichas reformas a socavar las bases económicas de los comerciantes


que mantuvieron durante años el control del mismo.46
Antes de completar la década de la implantación del libre comercio en
la península, se estableció la Ordenanza de Intendentes para la mejor orga-
nización administrativa y política de las colonias. Sin embargo, la introduc-
ción de las Intendencias no supuso un cambio radical ya que la Junta, la
Audiencia y el virrey acabaron controlando a los intendentes.47 A pesar de
los intentos fiscales de la Corona, sus ingresos se vieron siempre merma-
dos por el contrabando que venía desarrollándose desde tiempo atrás, y que
siguió escapando a su control48 debido quizá a que la liberación comercial
española no fue más allá de lo formal, manteniendo un sesgo eminente-
mente proteccionista.49
De esta forma de corrupción tampoco escaparon los gobernadores,
intendentes, subdelegados, jueces españoles, comandantes de marina,
sacerdotes y vigías. Estos llegaron a formar redes sociales para la satisfac-
ción de sus intereses, en este caso la introducción de mercancía ilegal. Algo
de esa confabulación se deja ver en un verso del vigía de Ixil que fue des-
tituido por el gobernador O’Neill para sustituirlo por el hijo de un
allegado a él. Iñigo Escalante, el vela y autor de los versos decía lo
siguiente:
Vigías y Subdelegados
y Jueces de los Partidos
sois también los ofendidos
y gravemente agraviados,
pues estando sosegados
sin sobresalto el menor
ya esperan el sinsabor
de los tragos tan amargos,
de refrendar vuestros cargos
por causa de un vil traidor.50

46 Yuste López, Carmen: El comercio de la Nueva España con Filipinas, 1590-1785,


Colección Científica, núm. 109, México, 1984, págs. 80-81.
47 Pérez Herrero, “El Reformismo Borbónico”, pág. 89.
48 Zanolli Fabila, Betty: Liberalismo y Monopolio: Orígenes del federalismo en las tierras del
Mayab, tesis de Licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 1989, tomo
I, pág. 49. Para la época colonial existe bastante documentación referente al contrabando en las costas
yucatecas. Por ejemplo, véase: AGI, México, legs. 3.099, 3.015, 3.075, 1.015, etc.
49 Von Grafestein, Johanna: Nueva España en el Circuncaribe, 1779-1808. Revolución, com-
petencia imperial y vínculos intercoloniales, México, 1997, pág. 65.
50 Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría Guerra, leg. 7.213, exp. 21. Carta del virrey
de la Nueva España Miguel de Azanza a don Juan Manuel Álvarez, México a 30 de noviembre de 1798.

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A pesar de las órdenes dadas desde la metrópoli para tratar de erradi-


car el contrabando, lo cierto es que las mercancías seguían su derrotero des-
de las amplias y poco o nula vigiladas costas yucatecas hasta el interior de
la provincia, pueblos y poblados mayores, a manos blancas, indígenas y
mestizas. Los subdelegados eran los encargados de “vigilar y celar los frau-
des y el contrabando” que entraba por las vigías y las playas bajo su juris-
dicción.51 Lo anterior equivaldría al dicho “dejar la Iglesia en manos de
Lutero”.
El problema del contrabando y de la corrupción nunca se erradicó, de
tal forma que durante las Cortes de Cádiz, en 1812, ya en el ocaso de la ad-
ministración española en la Nueva España, aún se hacía énfasis en el enor-
me comercio ilegal que Inglaterra realizaba en la América española, adu-
ciendo, entre otras razones, que era producido por los empleados públicos,
muchos de ellos hechos a la medida del soborno y de dudosa conducta.52

CONSIDERACIONES FINALES

De conformidad con lo apuntado en el texto, el escenario administra-


tivo propuesto por los Borbones no varió en gran medida el grado de
corrupción y evasión fiscal que le precedía. Si bien las medidas implanta-
das se orientaron básicamente a la tributación indígena, su nuevo aparato
burocrático, el que suplió a alcaldes mayores, corregidores y capitanes a
guerra, los cuales estaban estrechamente ligados a la oligarquía de la épo-
ca, distaban de la honradez. La destitución del virrey novohispano marqués
de Cruillas no significó un rompimiento con el comportamiento venido de
años antes, sino que su cambio puede tener la lectura de un reordenamien-
to de fuerzas dentro de la misma jerarquía de las redes, pero de ninguna
manera una explicación simplista e ingenua como la de destitución por
corrupción.

51 Archivo General del Estado de Yucatán (en adelante, AGEY). Fondo colonial, ramo corres-
pondencia de los gobernadores, vol. 2, exp. 3, 1814. Varios. Copiador de la correspondencia del gober-
nador Artazo con funcionarios de la provincia, 14 de septiembre. AGEY, fondo colonial, ramo corres-
pondencia de los gobernadores, vol. 2, exp. 2, 1814. Varios. Correspondencia del gobernador Artazo y
Torre de Mer con personas particulares, 16 de octubre.
52 Villanueva, Joaquín Lorenzo: Mi viaje a las Cortes (facsímil), Valencia, 1998, págs. 83, 98
y 149. En las Cortes se planteó el otorgar la libertad de comercio a Inglaterra con las colonias america-
nas de España a cambio de ayuda económica para tratar de sostener sus colonias y la situación de la
metrópoli.

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Asimismo, los intendentes o gobernadores, subdelegados y otros


miembros de la burocracia de gobierno, de la milicia, etc., prosiguieron con
las prácticas corruptas con la finalidad de enriquecerse a corto plazo y no
como una estrategia de supervivencia, como fue el caso de otros sujetos de
la red social de jerarquía más baja.
La centralización del poder, esquematizada por las reformas promul-
gadas, no impidió la corrupción y práctica del contrabando. La introduc-
ción de mercancías de manera ilegal se intensificó debido a las mismas res-
tricciones, a las altas tasas arancelarias y a la consideración existente acerca
de lo posible o “permitido” hacer en el cargo ocupado. También contribu-
yó a ello el engranaje social novohispano que buscó el enriquecimiento
económico o el ascenso social participando en estas actividades ilícitas.

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