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CARRERA MILITAR

El 1 de marzo de 1854, en Ayutla de los Libres, actual Estado de


Guerrero, Florencio Villareal y Juan N. Álvarez proclamaron el Plan de
Ayutla contra el presidente Antonio López de Santa Anna, quien estaba en el poder
por décima primera ocasión desde el 20 de abril de 1853. Con esta proclamación,
dio comienzo la Revolución de Ayutla.8 En Oaxaca, Marcos Pérez y sus allegados
comenzaron a planear un movimiento que secundara la Revolución, para lo cual
establecieron correspondencia con la ciudad estadounidense de Nueva Orleans,
donde se encontraba exiliado el exgobernador Benito Juárez, a consecuencia de
una riña personal con Santa Anna.9 Cuando miembros de la policía secreta del
gobierno, descubrieron las cartas de los conspiradores, Marcos Pérez y sus
compañeros fueron encarcelados en el convento de Santo Domingo. Porfirio Díaz
intentó visitar a Pérez, pero su familia lo intentó desanimar diciendo que «Los muros
de Santo Domingo no se pueden escalar».1011 Díaz logró escalar las torres del
convento, con ayuda de su hermano, la noche del 23 de noviembre, y logró
comunicarse vía idioma latín con Marcos Pérez.12 Unas semanas más tarde, el
gobernador Martínez Pinillos decretó amnistía para los presos, y Porfirio Díaz fue
quien se los comunicó. En diciembre, el mismo gobernador exilió a Pérez
en Tehuacán, Puebla, y ordenó la captura de Díaz, por haber votado públicamente
en contra de Santa Anna y a favor de Álvarez, llamándole «Su Excelencia el Señor
General Don Juan Álvarez».13 quien de inmediato formó una pequeña guerrilla, con
la que enfrentó a las fuerzas federales en el enfrentamiento de Teotongo, el 7 de
febrero de 1855.
El 9 de agosto de 1855, Santa Anna renunció a la presidencia y se embarcó en
el puerto de Veracruz rumbo a Cuba. Juan N. Álvarez, quien había encabezado la
revolución, se convirtió en presidente provisional. El 27 de agosto, Benito Juárez
regresó de su exilio en el extranjero y fue nombrado gobernador de Oaxaca.
Celestino Macedonio, quien era el secretario de Gobierno Estatal, nombró a Díaz
como jefe político del Distrito de Ixtlán. En este pueblo, y a pesar de la oposición del
jefe militar estatal, Díaz organiza la primera guardia en la historia de Ixtlán, con la
que participó, a finales de 1856, en el primer sitio de Oaxaca, donde recibió
una herida de bala, razón por la que el doctor Esteban Calderón le practicó una
operación.
En premio a sus servicios por la causa liberal, el presidente Ignacio
Comonfort confirió a Díaz el mando militar del Istmo de Tehuantepec, en la
cabecera de Sto. Domingo Tehuantepec. Ante una inminente rebelión
conservadora, Díaz tomó Jamiltepec, en el distrito de Ixcapa, donde logró detener
el avance conservador. En Tehuantepec conoció al dominico de tendencias
liberales Mauricio López, al administrador de correos Juan Calvo, al juez y
comerciante Juan A. Avendaño, y al viajero francés Charles Etienne Brasseur.
También logró tener contacto con la cultura zapoteca y la cultura mixteca, puesto
que de esta última tenía sangre por porta materna. Conoció a la insigne tehuana
Doña Juana C. Romero, descendiente de una importante familia política por lo que
se relacionó con ella para, años más tarde durante el Porfiriato, impulsar el
desarrollo del Istmo. En 1860, salió por primera vez de Oaxaca. Es entonces cuando
Brasseur lo describe como «Alto, bien hecho, de una notable distinción, su rostro de
gran nobleza, agradablemente bronceado, me parecía revelar los rasgos más
perfectos de la antigua aristocracia mexicana..., sería de desear que todas las
provincias de México fueran administradas por gente de su carácter. Porfirio Díaz
es, sin dudarlo un momento, el hombre de Oaxaca».
Al estallar la Guerra de Reforma, Díaz peleó en varias batallas, como en la acción
militar de Calpulalpan, bajo las órdenes de José María Díaz Ordaz e Ignacio Mejía.
En tres años le fueron conferidos los cargos de mayor, coronel y teniente general.
Tras el triunfo liberal, acaecido el 11 de enero de 1861, Díaz fue postulado a
diputado federal, logrando obtener una curul por Oaxaca en el Congreso de la
Unión. Sin embargo, al ser ejecutados Melchor Ocampo, Leandro Valle y Santos
Degollado, por las fuerzas conservadoras en el transcurso del año, Díaz solicitó
permiso para ausentarse e ir a pelear. El permiso le fue concedido y en su lugar
quedó su suplente, Justo Benítez.
El 31 de octubre, se celebró en Londres, una convención entre los representantes
de España, Francia e Inglaterra, con el propósito de definir la política a seguir con
las deudas de México, ya que el 24 de julio, Juárez suspendió los pagos debido a
la bancarrota de la hacienda nacional. A principios de diciembre, las fuerzas
francesas, españolas e inglesas llegaron a Veracruz, Córdoba y Orizaba,
comandadas por Dubois de Saligny, Juan Prim y John Russell. Gracias a la
intervención del Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno mexicano, Manuel
Doblado, España e Inglaterra retiraron sus tropas, como lo establecía el punto
número cuatro de los Tratados de La Soledad. Sin embargo, Francia se negó a
abandonar el territorio mexicano y en marzo de 1862 avanzó al interior con un poco
más de 5,000 soldados, bajo el mando de Charles Ferdinand Latrille, Conde de
Lorencez. A fines de abril de ese mismo año, se fortificaron en Las Flores, un
pequeño poblado del Estado de Veracruz. Benito Juárez ordenó a Ignacio
Zaragoza, general mexicano que participó del lado liberal en la Guerra de Reforma,
hacer frente a las fuerzas francesas en Puebla. El 5 de mayo, Díaz y otros militares
intervinieron en la Batalla de Puebla, donde lograron derrotar a los franceses y
hacerlos retroceder hasta Orizaba. Díaz defendió el ala izquierda de la ciudad, y
rebatió en dos ocasiones el ataque francés. Una vez que huyeron, González Ortega
y Porfirio Díaz se dieron a la tarea de perseguirlos, hasta que Zaragoza se los
impidió. Ese mismo día, Juárez recibió una carta de Zaragoza mencionándole los
detalles de la batalla, y haciendo hincapié en «el empeño y bizarría del ciudadano
general don Porfirio Díaz».
El 8 de septiembre, Zaragoza murió en Puebla. A principios de 1863, el
emperador Napoleón III envió treinta mil soldados a tierra mexicana, ya que su
intención era imponer una presencia geopolítica francesa (y europea) otra vez en
América. Federico Forey era el comandante de las fuerzas galas, quienes pusieron
sitio a Puebla el 3 de abril de 1863. Jesús González Ortega fue el encargado de
defender la plaza, con ayuda de otros militares como Miguel Negrete, Felipe
Berriozábal y Díaz. Tras más de un mes de acciones militares fallidas por parte de
ambos bandos, la ciudad cayó en manos de los franceses la noche del 17 de mayo.
Díaz ordenó destruir todo el armamento y las municiones del ejército mexicano, para
que no cayeran en manos de los franceses. Una vez que las tropas invasoras
entraron a la fortificación mexicana, los militares republicanos fueron hechos
prisioneros.
Díaz, junto con todos los demás militares, fue capturado y detenido en el Convento
de Santa Inés, en Puebla, los prisioneros fueron llevados a Veracruz, donde se les
conduciría a Martinica. Dos días antes de ser embarcados, Díaz y Berriozábal
escaparon rumbo a la Ciudad de México. En esta ciudad, Juárez y sus ministros se
preparaban para escapar, puesto que las tropas de Juan Nepomuceno
Almonte iban a tomar la capital con ayuda de los refuerzos franceses. Díaz habló
con Juárez la mañana del 31 de mayo, en que el presidente le preguntó qué estaba
dispuesto a hacer por la causa liberal. Díaz respondió que necesitaba organizar un
ejército para combatir a las fuerzas conservadoras y francesas. Juárez, por consejo
de Sebastián Lerdo de Tejada, le asignó 30,000 a su división militar, con la que Díaz
marchó a Oaxaca con el cargo de gobernador interino. Hacia mediados de junio,
logró llegar a Oaxaca acompañado de su hermano Felipe y del coronel Manuel
González, quien se había escapado de las fuerzas conservadoras en Celaya,
cuando el expresidente Comonfort fue derrotado y asesinado.
Durante todo el año de 1864, Díaz y González desarrollaron una guerra de guerrillas
en Oaxaca, y los franceses nunca pudieron penetrar al estado. Sin embargo, los
triunfos de los conservadores aumentaban y Juárez se vio obligado a salir
de Monterrey rumbo a Paso del Norte.18 Un grupo de militares y clérigos
conservadores se dirigieron hacia Viena, Austria, en octubre de 1863 a ofrecer la
corona del Imperio Mexicano al archiduque Maximiliano de Habsburgo y su
esposa Carlota de Bélgica. Tras una pequeña encuesta realizada entre los altos
círculos políticos y sociales del país, Maximiliano aceptó la propuesta y se convirtió
en emperador el 10 de junio de 1864, instaurando así el Segundo Imperio
Mexicano.
Hacia principios de febrero de 1865, Díaz empezó la fortificación de Oaxaca, puesto
que las fuerzas de Aquiles Bazaine estaban a punto de tomar la vieja Antequera.
El 19 de febrero Bazaine comenzó el Sitio de Oaxaca, y tras varios meses de
asedio, Díaz se rindió el 22 de junio. Bazaine ordenó fusilarlo, pero la intervención
de Justo Benítez le salvó la vida. Fue confinado a prisión perpetua en el Convento
de las Carmelitas, en Puebla, por el delito de sedición. Sin embargo, en la prisión,
entabló amistad con el barón húngaro Louis de Salignac, quien era el encargado de
la cárcel. En una ocasión, cuando el comandante militar de la plaza salió de la
ciudad, Díaz intentó escapar a base de un cuchillo y una cuerda. El barón lo
descubrió, pero en lugar de delatarlo, lo dejó ir. Esa misma tarde organizó a un
centenar de hombres para salir al combate y escribió una carta a Juárez. Era el 20
de septiembre de 1865.
Tras más de un año reclutando hombres y pertrechos, Díaz regresó al sur del país,
donde fue apoyado por el viejo cacique liberal Juan Álvarez. Reorganizó el Ejército
de Oriente y con sus tropas triunfó el 3 de octubre de 1866 en la Batalla de
Miahuatlán y el 18 de octubre en la Batalla de la Carbonera. Tras más de dos meses
de preparación y toma de ciudades de Oaxaca, el Ejército de Oriente tomó la capital
la noche del 27 de diciembre. De inmediato Díaz se erigió en gobernador
provisional, destituyó y ejecutó a las autoridades francesas. El arzobispo de Oaxaca,
lanzó un sermón en contra del gobierno republicano, pero Díaz lo mando ahorcar
bajo el cargo de rebelión. Cuando Díaz salió de Oaxaca, en enero de 1867, nombró
como gobernador sustituto a Juan de Dios Borja.
El 5 de febrero de 1867, en París, Napoleón III envió un parte a Bazaine ordenando
la retirada de las tropas francesas de México, en vista de la presión ejercida por la
prensa, la opinión pública y el parlamento francés, y por la tensión que había con
los prusianos que en un futuro cercano haría que estallara la Guerra Franco
Prusiana. Esta medida significó el principio de la caída del Imperio, pues las fuerzas
conservadores del emperador apenas sumaban 500 soldados. 20 El avance liberal
comenzó, Maximiliano, acompañado de los militares conservadores Tomás
Mejía y Miguel Miramón, se marchó con sus tropas a Querétaro, donde Mariano
Escobedo puso sitio a la ciudad, que se rindió el 15 de mayo. Mientras tanto, Carlota
de Bélgica marchó a Viena, París y Roma, donde se entrevistó con Francisco José
I, Napoleón III y su esposa Eugenia de Montijo, y con el Papa Pío IX. En los tres
casos, pidió apoyo para su esposo, que le fue denegado. En Roma se volvió loca,
y fue recluida el resto de su vida en un castillo de Bruselas, donde murió el 19 de
enero de 1927 a la edad de 87 años.
En marzo, comenzó el sitio de Puebla, comandado por Díaz. Durante más de tres
semanas cortó la comunicación de la ciudad y derrotó a las tropas de Leonardo
Márquez, quien después de ser vencido por los liberales, huyó a Toluca. Tras varios
días de meditaciones, la mañana del 2 de abril de 1867, Díaz asaltó Puebla. Así
culminó la acción militar conocida como Batalla del 2 de abril, en la que cayó Puebla,
única ciudad en el sur que estaba en poder de los franceses. Sólo faltaban por caer
Quéretaro y la capital.
Márquez había logrado fortificar a 700 hombres en las llanuras cercanas a Toluca,
ciudad ante la cual Díaz y sus hombres se dirigían. La mañana del 16 de
abril comisionó al comandante Gonzalo Montes de Oca a enfrentar a Márquez. El
resultado fue favorable a las tropas mexicanas, y Márquez huyó hacia Cuba, donde
murió en 1913. A este hecho se le conoce como Batalla de las Lomas de San
Lorenzo y a partir de ella comenzó el sitio de la Ciudad de México, que se prolongó
hasta el 15 de junio, cuando todo el país ya se encontraba en manos de los
republicanos. Durante el sitio y a la hora de entrar en la ciudad, Díaz prohibió los
saqueos y los robos. Dos militares lo desobedecieron y fueron fusilados.
El 15 de mayo Maximiliano entregó la plaza de Querétaro a Mariano Escobedo, y
fue hecho prisionero junto a Miramón y Mejía. Tras un juicio sumario por quebrantar
las leyes internacionales, la soberanía nacional y el Tratado de la Soledad, fueron
fusilados la mañana del 19 de junio, a pesar de que varios personajes intentaron
salvar la vida del emperador, como Víctor Hugo, escritor francés, escribió a Juárez
pidiendo clemencia para el emperador.24 La condesa de Salm Salm, quien
intercedió por Maximiliano ante Díaz, hizo lo mismo ante Juárez, pero la respuesta
fue la misma. A la población de México se le hizo creer que Maximiliano aún vivía y
que regresaría triunfante a la capital, hasta que Díaz hizo circular un panfleto
desestimando esta teoría.
Juárez hizo público su reconocimiento a Díaz en una carta a Guillermo Prieto, donde
afirmaba
"Es un buen chico nuestro Porfirio. Nunca fecha sus cartas hasta que no toma una
capital".26
En su discurso final del 15 de julio, día en que entró a la capital, Juárez reconoció
públicamente a Díaz, quien fue premiado con una división y una hacienda en
Oaxaca, conocida como Hacienda de La Noria, donde años más tarde sería
proclamado el Plan de La Noria. Su hermano Felipe fue electo gobernador de
Oaxaca, por votación popular, cargo en el que estaría hasta 1871. Tras ello, Díaz
se retiró a Oaxaca a vivir.
Durante las guerras en que se vio envuelto, Díaz se relacionó amorosamente con
varias mujeres. La primera y la más conocida de sus aventuras amorosas fue la
sostenida con Juana Catalina Romero, durante los años de la Guerra de Reforma.
Cuenta una leyenda que durante la Batalla de Miahuatlán, Díaz se ocultó bajo las
enaguas de Juana Catalina. Esta relación duró más allá de la guerra, cuando Díaz
ya era presidente y por ello favoreció la zona de Tehuantepec. Un relato popular
cuenta que el tren de la ciudad atravesaba por la hacienda de Juana Catalina, y que
el presidente saltaba del vagón para visitarla. 27 Otra aventura que Díaz mantuvo fue
con la soldadera Rafaela Quiñones, durante toda la guerra de intervención. A
principios de 1867 nació la hija de la relación entre Díaz y Quiñones,
llamada Amada Díaz, quien vivió con su padre hasta 1879 y se quedó en México
tras la caída del gobierno porfirista. Finalmente murió en 1962.
El 15 de abril de 1867, Díaz se casó por poder con su sobrina Delfina Ortega de
Díaz, tras mediar con el presidente Juárez la disposición para dispensar el
parentesco carnal. En 1869 nació su primer hijo, Porfirio Germán, que murió ese
mismo año. Dos años más tarde la pareja concibió a unos gemelos, quienes
corrieron la misma suerte que su primer hijo. Tras varios años, en 1873 nació el
primero de los hijos que llegaría a la edad adulta, Porfirio Díaz Ortega. El 5 de
mayo de 1875 nació la última hija del matrimonio, Luz Victoria, llamada así en honor
a la victoria republicana del 5 de mayo de 1862 en Puebla.

EL PORFIRIATO

Ningún otro periodo de nuestra historia se identifica con el nombre de su


gobernante. El porfiriato duró poco más de 30 años, de finales de 1876 a mediados
de 1911.
Llegó al poder, gracias al Plan de Tuxtepec (1876) tras haber buscado la
presidencia, infructuosamente, por casi 10 años.
La época de porfiriato suele dividirse en tres etapas:
 Ascenso y consolidación
 Auge porfirista
 Decadencia y caída.

1. ASCENSO Y CONSOLIDACIÓN
El contexto nacional en el que inicio su largo gobierno era propicio. Para comenzar,
el grupo conservador había sido finalmente vencido, por lo que Díaz no tuvo que
enfrentar el enorme desafío que padecieron los líderes republicanos de mediados
del siglo. En términos ideológicos, sus propuestas habían mostrado graves
limitaciones y dificultades. Por ejemplo, era imposible establecer un régimen
plenamente democrático con una sociedad tan poco educada, sin tradición
democrática y sin las instituciones políticas pertinentes; en otro sentido, era
imposible establecer un régimen cabalmente democrático sin una extendida clase
media.
Así, Díaz tuvo que cambiar el objetivo anterior, consistente en la concesión de
algunas libertades y cierto grado de democracia, por uno más adecuado a una etapa
previa e inevitable, en la que se buscaría primero el orden y el progreso. Para lograr
este doble objetivo, puso en práctica una doble mecánica: centralizar la política y
orquestar la conciliación. Para los renuentes habría represión (política de pan o
palo).
El contexto internacional también le fue favorable. El enojo por el fusilamiento de
Maximiliano había menguado. Además, Europa gozaba de un periodo de paz y
crecimiento económico, lo que se tradujo en un notable incremento de su comercio
exterior y de sus inversiones.
Por su parte, Estados Unidos experimentaba dos procesos definitorios: un gran
desarrollo industrial en su costa noroeste y la modernización de su región fronteriza
con México, lo que sería determinante para el crecimiento económico que
experimentaba el norte mexicano durante el porfiriato.
Su primera presidencia, de 1877 a 1880, tuvo como prioridades la pacificación del
país —recuérdese la existencia de varios pueblos indígenas rebeldes, así como la
de numerosos bandoleros—; el control del ejército, en el que varios caudillos
militares podían rivalizar con él, por lo que apoyó el ascenso de una nueva jerarquía,
así como la obtención del reconocimiento diplomático de las principales potencias
del mundo.
Puesto que Díaz no tenía experiencia en los ámbitos gubernativo y administrativo,
carecía, comprensiblemente, de un equipo político propio. Por ello su gabinete contó
con varios civiles destacados que no podían ser considerados porfiristas.
Contra quienes pronosticaron que no tendría la capacidad para encabezar la política
nacional, Díaz pronto demostró tener un instinto político inigualable, que sumado a
sus experiencias biográficas y a las condiciones nacionales e internacionales,
fueron suficientes para consolidarlo en el poder.
Debido a que el Plan de Tuxtepec tenía como bandera la no reelección, promesa
que elevó a rango constitucional, Díaz no pudo permanecer en la presidencia al
término de su primer mandato. Sin embargo, conservó el poder real al colocar en
ese puesto a su compadre, el general tamaulipeco Manuel González, quien había
luchado en las filas conservadoras hasta que la Intervención francesa lo hizo
pasarse al bando liberal y luchar bajo las órdenes de Díaz.
El gobierno de Manuel González (1880-1884) bien podría llamarse un “interregno”.
En buena medida continuaron las políticas porfiristas de pacificación y de
reconciliación internacional, en particular con Inglaterra. A su vez, la estabilidad y la
continuidad conseguidas permitieron el inicio de la reconstrucción económica
nacional.
El segundo cuatrienio de Díaz, de 1884 a 1888, prolongó la continuidad
gubernamental: siguió el control sobre caudillos y caciques, y los que no aceptaron
disciplinarse fueron combatidos; el saneamiento de la hacienda pública; la
construcción de vías férreas y el establecimiento de instituciones bancarias. Más
aún, comenzaron a recibirse nuevas inversiones europeas, surgió la agricultura de
exportación, y la minería industrial —especialmente de cobre— comenzó a
desplazar a la minería de metales preciosos, como el oro y la plata.
Otra característica de esos años fue la tolerancia concedida a los asuntos religiosos.
En efecto, consciente Díaz de los enojos que provocaba en la sociedad mexicana
la aplicación de los artículos más jacobinos de la Constitución, como lo prueban las
insurrecciones de 1874, optó por una política de relajación: no derogó ni modificó
tales artículos, pero tampoco los aplicó.

2. AUGE PORFIRISTA: “POCA POLÍTICA Y MUCHA


ADMINISTRACIÓN
Este lema suele ser malentendido. En realidad se refiere a tres condiciones propias
de aquellos años intermedios del Porfiriato. Primero que todo, no es que se hiciera
poca política, sino que la política la hacía un grupo muy pequeño. Segundo, que a
diferencia de lo sucedido en todos los decenios anteriores del siglo XIX, durante los
años del auge porfiriano hubo muy poca oposición desde bandos contrarios al
gobierno, como también fueron pocos los conflictos graves dentro del grupo
gobernante. Por último, la frase “poca política” también alude a que Díaz estaba
convencido de que la actividad política sólo entorpecía la marcha del país, por lo
que redujo al mínimo toda forma de actividad política, como las contiendas
electorales, los debates parlamentarios y las pugnas ideológicas en la prensa.
El periodo de auge porfiriano abarca desde 1890, aproximadamente, hasta los
primeros años del siglo XX. Su inicio puede ubicarse en el momento en que Díaz
pudo reelegirse en forma in mediata no sólo una vez sino indefinidamente. Además,
el procedimiento del reeleccionismo no fue sólo indefinido, sino generalizado.
Hubo mucha disciplina y se manejaron cada vez mejor las responsabilidades del
puesto. Sin embargo, su gente fue envejeciendo en los cargos y los jóvenes con
vocación política no tuvieron acceso al aparato gubernamental, lo que reclamarían
airadamente tiempo después.
A riesgo de incurrir en comparaciones simplistas, el país pasó de un decenio y un
gobierno broncos a tiempos menos violentos. Esto es, si durante la primera etapa
del Porfiriato la prioridad había sido la pacificación y la consolidación en el poder,
ahora lo sería la administración. Ello implicaba que Díaz ya no tenía ni competidores
ni desafectos y que el control del ejército era pleno. Si al principio Díaz había
gobernado con el apoyo negociado de diversos grupos, como los ex lerdistas y los
ex iglesistas que aceptaron reciclarse —la famosa política de “pan o palo”—, con
los militares liberales desilusionados del grupo más cercano a Juárez y con los
caudillos y caciques regionales, para el periodo de auge gobernó ya con un equipo
propio, el de los “científicos”.
En términos intelectuales, estaban esmeradamente educados en las escuelas
profesionales de jurisprudencia, ingeniería y medicina, y antes en la Escuela
Nacional Preparatoria; en lo ideológico eran liberales, pero no del tipo doctrina rio,
casi jacobino: se decían liberal-positivistas o liberalmoderados.
En materia económica, reconocían la necesidad de la inversión extranjera ante la
falta de ahorro interno, aceptaban la conveniencia de exportar productos naturales
y urgían el establecimiento de un sistema racional y nacional de impuestos,
eliminando, en 1896, las alcabalas, especie de pagos por trasladar productos de
una región a otra, lo que había obstaculizado la integración de la economía nacional.
En materia política, aceptaban que el régimen tuviera como forma de gobierno la
dictadura, pero alegaban que se trataba de una dictadura benéfi ca; en todo caso,
este dictador —Díaz— debía ser sustituido, cuando llegara el momento, por
instituciones y leyes, no por otro dictador, y menos aún por uno militarista (clara
alusión a su competencia, el general Bernardo Reyes)
En materia sociocultural, los “científicos” proponían que se ampliara el sistema de
educación pública y que la educación que se impartiera fuera “científi ca”. Por último,
recomendaban que no se escindiera a la sociedad mexicana por causas religiosas.
Además de los “científi cos”, el aparato gubernamental porfi rista con taba con otros
grupos que lo completaban y estructuraban. El segundo grupo en importancia era
el reyista, encabezado por el general Bernardo Reyes, una especie de “procónsul”
para todo el noreste.
Durante los años de auge, la existencia de estos grupos no paralizó al gobierno de
Díaz en tanto que no había mayores rivalidades entre ellos; eran más bien
complementarios, si bien competían por aumentar su infl uencia y sus cuotas de
poder. La razón de esto era el sistema reeleccionista indefi nido y generalizado. No
había una “manzana de la discordia”, pues la presidencia no estaba disponible.
La estabilidad política, la paz orgánica nacional y el adecuado contexto internacional
coadyuvaron a que durante esos años hubiera en México un impresionante
crecimiento económico: continuó desarrollándose la agricultura de exportación; con
la desaparición de los indígenas levantados en armas, y gracias al ferrocarril, la
ganadería creció en el norte del país, pudiendo abastecer a poblaciones urbanas
distantes; también crecieron la industria mediana en los ramos textil y papelero, y la
minería industrial. Gracias a la instalación de varios miles de kilómetros de vías
férreas, al mejoramiento de los principales puertos, al desarrollo de las
comunicaciones telefónicas y telegráfi cas y a la desaparición de las alcabalas,
durante aquellos años aumentó notablemente el comercio, tanto nacional como
internacional. De hecho, la exportación de productos natu rales fue superior a la
importación de manufacturas, por lo que el país consiguió tener un superávit
comercial por primera vez en su historia.
Reconocer el auge porfi riano no implica desconocer que el sistema político y el
modelo económico porfi ristas enfrentaban —más bien posponían— graves
problemas. En cuanto a lo político, al basarse en las reelecciones indefi nidas y
generalizadas, el aparato gubernamental se hizo excluyente y gerontocrático, sin
cabida para los jóvenes, los que años después reclamarían su ingreso con violencia.
A su vez, el modelo económico prevaleciente imponía una grave dependencia del
exterior, los benefi cios se concentraron en una parte minoritaria de la población y
hubo sectores económicos y regiones del país que se mantuvieron al margen del
progreso.

4. DECADENCIAY CAÍDA
La tercera y última etapa del periodo porfi rista abarcó el primer decenio del siglo
XX. La decadencia fue total y hubo crisis en casi todos los ámbitos de la vida
nacional, aunque comprensiblemente unos resultaron más afectados que otros.
Hasta 1900 el sistema dependía de las reelecciones de Díaz. Sin embargo, luego
de cumplir 70 años —recuérdese que había nacido en 1830— se tuvo que diseñar
un procedimiento para resolver el problema de su probable desaparición sin que el
país padeciera un grave vacío de poder. Lo que se buscaba era cambiar el aparato
político pero seguir con el mismo modelo económico, diplomático y cultural.
Para ello, en 1904 se resolvió restaurar la vicepresidencia para que el propio Díaz
eligiera a su compañero de mancuerna electoral, quien sería su sucesor.
El resultado fue radicalmente contrario a lo esperado. Si con la vicepresidencia se
esperaba no padecer inestabilidad alguna a la muerte de Díaz y garantizar en
cambio la continuidad de su modelo, en realidad con esa decisión comenzó el
declive del Porfi riato. El problema surgió porque Díaz eligió como vicepresidente a
Ramón Corral, ex gobernador de Sonora y miembro del grupo de los “científi cos”.
Comprensiblemente, de inmediato los reyistas resintieron haber sido relegados,
pues ello ensombrecía su futuro.
Luego vendrían las represiones a los obreros de Cananea y Río Blanco, y los
reyistas culparon de la primera de ellas a la incapacidad de los políticos sonorenses
del grupo de Corral. Posteriormente se padeció una severa crisis económica, y los
reyistas culparon de ella a uno de los principales “científi cos”, el secre tario de
Hacienda y responsable de la economía nacional, José Ives Limantour.
En 1908 Díaz anunció, en una entrevista concedida al periodista norteamericano
James Creelman, que no se reelegiría y que permitiría elecciones libres en 1910.
Los reyistas aprovecharon tales declaraciones y comenzaron a movilizarse y
organizarse.
Los reyistas replicaron aumentando sus críticas a los “científi cos” e incrementando
sus labores organizativas. Sobre todo, pronto se radicalizaron. Muchos reyistas
pretendieron presionar a Díaz, buscando que aceptara que en 1910 compitieran dos
fórmulas electorales: una con Díaz y Corral, otra con Díaz y Reyes.
El problema era que para esos momentos —fi nales de 1908 y primera mitad de
1909— Díaz estaba convencido de que los “científi cos”, con Corral a la cabeza,
representaban la única opción para la continuidad de su proyecto gubernamental.
Confi ado en que así acabaría con la molesta insistencia de los reyistas, envió
comisionado a Europa al general Reyes con el pretexto de que hiciera ciertos
estudios militares.
El resultado fue catastrófi co para Díaz y los “científi cos”. Al perder a su jefe, pues
Reyes no tuvo los arrestos nece sarios para rechazar dicha comisión y asumir una
postura independiente, muchos de sus partidarios se radicalizaron, pasándose a
otro movimiento político entonces naciente, el antirreeleccionismo.
Ade más, dejaron de cumplirse las funciones políticas y gubernamentales asignadas
al reyismo cuando era parte del equipo de Díaz, tales como el control del noreste
del país y las vinculaciones con la burguesía nacional, con las clases medias e
incluso con los obreros organizados, además del control del ejército. No es casual,
entonces, que el reclamo electoral contra Díaz haya iniciado en Coahuila; que en
este desafío hayan participado clases altas de la región, sectores medios y
trabajadores organizados de las poblaciones urbanas del país, los que no se sentían
representados por los “científi cos”, por lo que su llegada al poder los amenazaba
directamente.
Entre 1907 y 1908 hubo una crisis internacional que provocó la reducción de las
exportaciones mexicanas y el encarecimiento de las importaciones, imprescindibles
como insumos de gran parte de la producción manufacturera mexicana.
Para colmo, los préstamos bancarios se restringieron. Por lo tanto, sin mercado ni
insumos ni créditos, los industriales disminuyeron su producción, lo que los obligó a
hacer reducciones salariales o recortes de personal, tanto de empleados como de
obreros.
En resumen, la crisis económica golpeó los dos escenarios, industrial y rural, y
afectó a todas las clases sociales.
El gobierno de Díaz respondió con dos estrategias a la reducción de sus ingresos:
congeló los salarios y las nuevas contrataciones de burócratas y buscó aumentar
algunos impuestos, medida que resultó, como era previsible, muy impopular. Para
colmo, dado que la crisis económica tenía carácter internacional, regresaron al país
muchos braceros que perdieron sus empleos en Estados Unidos, pero como la
situación económica nacional no permitía integrarlos al mundo laboral mexicano,
vinieron a aumentar las presiones sociales y políticas que planteaban los
desempleados del país.
En el sector social, la crisis también afectó los escenarios rural e industrial. Por lo
que se refi ere al campo, numerosas comunidades perdieron parte de sus tierras
desde las Leyes de Reforma, las que fueron adquiridas o usurpadas por algunos
caciques y hacendados.
En el escenario industrial, a fi nales del Porfi riato hubo dos importan tes
movimientos huelguísticos. El primero tuvo lugar a me diados de 1906 en una mina
de cobre de propiedad norteamericana, ubicada en la población sonorense de
Cananea. Los salarios eran com parativa men te buenos, pero se daban las mejores
condiciones laborales a los trabajadores estadounidenses, lo que generó un clima
de creciente ten sión en tre mexicanos y norteamericanos.
El otro confl icto tuvo lugar seis meses después, entre diciembre de 1906 y enero
de 1907, en la población industrial de Río Blanco, vecina de Orizaba, en Veracruz.
En este caso se trataba de una fábrica textil, y los reclamos obreros los motivaban
el rechazo a un nuevo reglamento de trabajo redactado por los patrones y la
obtención de mayores salarios y mejores condiciones laborales.
Intentó obligar a los trabajadores a reiniciar sus labores, lo que provocó el estallido
de la violencia, ante lo cual el gobierno reaccionó con una dureza inusitada, apelan
do al ejército y a los temidos “rurales”; como antes había sucedido en Cananea,
fueron varios los trabajadores muertos y mayor el número de encarcelados.
Si bien el gobierno de Díaz no enfrentó después ningún movimiento obrero de
envergadura, lo cierto es que aquellas represiones trajeron la politización de los
trabajadores mexicanos, lo que explica que muchos de éstos hayan simpatizado
con los movimientos oposicionistas que surgieron después, primero el magonista,
luego el reyista, y al fi nal el antirreeleccionista.
También entró en crisis la política exterior porfi rista. Hasta entonces había tenido
dos fases y una característica.
La característica básica de la política exterior porfirista fue que Estados Unidos
había dejado de ser una amenaza para el país, pero comenzó otra vez a serlo
después de la guerra hispanoamericana de 1898, cuando pasó a dominar el Caribe,
luego de tomar el control de Puerto Rico y Cuba. Al terminar ese confl icto bélico,
México descubrió que estaba rodeado por países con los que tenía muchas
fricciones (como Guatemala) y por países abiertamente pro estadounidenses (como
Cuba). Descubrió también que las inversiones eco nómicas norteamericanas en
México, lo mismo que sus relaciones comerciales, habían rebasado a las europeas.
Como consecuencia, Díaz pasó los últimos años de su larga gestión intentando
balancear y contrapesar la relación con Estados Unidos mediante el procedimiento
de aumentar los tratos políticos y las relaciones económicas con Euro pa.

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