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Vida cotidiana y cuerpo.

Aproximaciones desde la Antropología Histórica

Por María de Lourdes Becerra Zavala

“El estudio de lo cotidiano a partir de los usos del cuerpo recuerda que, en el paso de los
días, el hombre teje su aventura personal, envejece, ama, siente placer o dolor,
indiferencia o rabia. Las pulsaciones del cuerpo permiten oír cómo repercuten las
relaciones con el mundo del sujeto, a través del filtro de la vida cotidiana”

David Le Breton

Si entendemos por vida cotidiana la vida diaria de cada hombre y no una simple rutina,
mecánica e inconsciente, sino la experiencia en devenir de un ente concreto, histórico que
realiza su particularidad y trasciende la misma, estamos habitando la idea de que somos
la medida de aquello que se reconoce en el mundo, ya como miembro de una especie, o
de una colectividad en movimiento llamada humanidad. Por ello, el estudio de la vida
cotidiana puede ser, en el panorama más amplio, un estudio de la condición humana, de
su invención y creación en su historicidad, consciencia de sí y para sí. Entiendo por
condición humana la propuesta de Hanna Arendt, estructurada, a partir de tres actividades
fundamentales bajo las cuales se ha dado la vida en la tierra y condicionan su existencia:
labor (correspondiente al procesos biológicos del cuerpo humano); trabajo (corresponde a
lo que no está inmerso en el ciclo vital de la especia sino un <artificial> mundo de cosas; y
la acción (pluralidad, nadie es igual a otro que haya vivido, viva o vivirá). Esas actividades
conforman mediaciones y determinaciones tan complicadas como el ámbito de realidad
que nos ocupe.

El punto de partida para esta ponencia es el cuerpo, y colocaré tres diferentes puntos de
intersección con la vida cotidiana reflexionando sobre los trabajos de diferentes
intelectuales: filósofos, antropólogos, historiadores, sociólogos, como la construcción y
praxis de significados a través de tiempos y espacios realizados en la cotidianidad; los
espacios sociales y las maneras conscientes e inconscientes de vivirlos; las experiencias
subjetivas y objetivas; el poder, lo prohibido y lo permitido.

1. Condición humana, vida cotidiana y cuerpo: la labor

Si bien hay diferentes enfoques para abordar el estudio de la vida cotidiana, el propuesto
por Agnes Heller es el que me permite vincular el tema del cuerpo desde la perspectiva de
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la condición humana, la cual permitiría reflexionar trascendiendo las particularidades de la
experiencia humana, procurando articular en cada argumentación un tejido de diferentes,
conflictivas y armoniosas texturas, colores, sensaciones.

“La vida cotidiana es el conjunto de las actividades que caracterizan las reproducciones
particulares creadoras de las posibilidad global y permanente de la reproducción social”
(Heller 1998: 9). Todo hombre tiene vida cotidiana y realiza en ellas las actividades que
tienen motivaciones particulares, pero que en la colectividad de los hombres se convierte
en la vida cotidiana de una colectividad que puede ser familiar, comunitaria, regional. Es
la condición sine qua non de todos los aspectos de la vida social en el tiempo y en el
espacio.

En el transcurso de los días, de las semanas, cada individuo pone en juego todas sus
expectativas, sus intereses, sus dificultades, y salta de un ámbito social al otro: de la
intimidad de la habitación y el baño al espacio compartido con personas que conoce y no
conoce, transita y reposa de acuerdo a los tiempos y espacios sociales, regresa y avanza
en el tiempo (¿apagaría la luz al salir? ¿debo recoger mi ropa mañana o pasado
mañana?). Existen jerarquías que se siguen o no de acuerdo a los valores más estimados
de las sociedades. Obtener un grado académico, un trabajo, son algunos ejemplos de lo
que ocupa nuestra vida cotidiana durante un número considerable de años de nuestra
existencia.

Sin embargo así como decidimos, individualmente, realizar nuestra vida cotidiana,
también cada uno de nosotros realizamos actividades que son propias de la humanidad y
no responden sólo a mis expectativas e intereses, “en cuanto a individuo es, pues, el
hombre ser específico, pues es producto y expresión de sus relaciones y situaciones
sociales, heredero y preservador del desarrollo humano” (Heller 1972: 44). De manera
singular el hombre puede ser consciente de su pertenencia a varias colectividades,
incluso a una gran colectividad llamada “humanidad”, sin embargo si se halla
fragmentado, extrañado, fuera del ejercicio de su voluntad sobre las condiciones sobre las
cuales puede actuar, no puede ser consciente de la especificidad humana que está
contenida en su existencia individual. No puede re-conocerse como individuo miembro de
integraciones que lo han construido y le permiten ser al mismo tiempo único e irrepetible.

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Después del “Descubrimiento de América”, quizás la más inmediata de las condiciones
que nos reconoce como humanos sea el cuerpo. Me puedo distinguir de un árbol, de una
roca, de cualquier animal, pero si percibo a otro en una corporeidad semejante a la mía lo
identifico como humano, somos miembros de una misma especie. Por más que nos
hallamos alejado de nuestra existencia como seres vivos miembros de una especie
animal, no hemos podido (al menos no del todo aún), deshacernos de una de las
actividades fundamentales que conforman la vida humana, la actividad de nuestro cuerpo,
objeto y herramienta con que el actuamos sobre el mundo y que es nuestro límite.

El aprendizaje del manejo, presentación, control de nuestro cuerpo, es el aprendizaje del


mundo de la vida cotidiana: de sus actividades, interacción con otras personas, la
naturaleza y objetos inanimados; de los espacios y sus prácticas que deben ser privadas
o públicas, permitidas o transgresoras. Si no logramos en los primeros años encarnar la
norma social en el cuerpo, no logramos la norma social de ninguna actividad humana. Las
actividades de nuestro cuerpo aseguran la supervivencia individual y, en última instancia,
de la especie.

Muerte y nacimiento, son las condiciones más generales de la existencia humana. Y la


forma en que las realizamos es uno de los elementos más distintivos de nuestra especie
animal. Según Bataille (2002), desde el periodo paleolítico existen evidencias de
materiales (entierros, artefactos de trabajo y rituales) de que el hombre trabajaba y tenía
conciencia de la muerte. “El trabajo exige un comportamiento en el cual el cálculo del
esfuerzo relacionado con la eficacia productiva es constante” (Bataille 2002: 45). Exige un
razonamiento y provecho a futuro que la dispersión y la violencia no permiten; por lo tanto
hay que distinguir tiempos sociales para el trabajo, y para la disipación y la violencia.

En la actividad sexual no hay razonamiento, responde a los impulsos meramente


biológicos, pero cuando ésta es la exteriorización de un deseo interior, cuando se busca
un objeto que nos permita desgarrarnos a nosotros mismos sin oponer resistencia desde
el exterior, se vuele erótica (Bataille 2002: 43). La sexualidad poner en cuestión nuestro
ser, y es violenta porque rompe el equilibrio de la colectividad que trabaja, que vive en el
mismo lugar, y la tranquilidad de la conciencia humana. Por ello es necesario delimitar
prohibiciones que eviten tener relaciones con ciertos familiares, delimitar tiempos y
espacios para las relaciones sexuales; ocultar y controlar los flujos seminales y vaginales

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(menstruales y del parto). De esta manera también se controla la llegada al mundo de
nuevos seres humanos, para imponer un equilibrio sobre la naturaleza perecedera.

Partida y llegada, decadencia y crecimiento, la muerte y la sexualidad son afines en que


ambas son violentas, y que la primera es correlativa al nacimiento. El acto sexual es el
inicio de la vida, y la muerte desvela en el proceso de putrefacción del cadáver, la nada, el
vacío que sólo se puede observar en los huesos descarnados. Por ello es necesario
alejarse y tratar el cadáver, evitar que las fuerzas naturales desvanezcan la presencia del
humano que dejó de serlo.

El horror a los cadáveres, a la podredumbre que comienza en el cuerpo sin vida, es


semejante al horror que tenemos a las evacuaciones corporales como las heces, la orina,
el semen y flujos vaginales, pues es la marca de la naturaleza de la que el hombre no
puede deshacerse y mucho menos controlar como fabrica y controla un artefacto. Cientos
de miles de años ha tomado a la especie humana controlar la naturaleza que constituye
su presencia, la actividad vital ligada a su existencia; en el periodo paleolítico sólo existía
la vida cotidiana porque apenas había separación entre el proceso de conservación de la
especie y del individuo. Cuando las grandes objetivaciones de la sociedad (el trabajo, el
arte, la filosofía, la religión, la política) tomaron cuerpo independiente, se despegaron de
la vida cotidiana, pues hubo una autonomización de la especie (de la naturaleza animal), y
también una separación del individuo con su ser genérico (la especie humana) (Heller
1998: 9-10).

Un ejemplo de lo anterior pueden ser las relaciones entre lo sagrado y lo profano, “los dos
son necesarios para el desarrollo de la vida: el uno como medio en que ésta se
desenvuelve, el otro, como fuente inagotable que la crea, la mantiene y la renueva”
(Callois 1984:14). Mientras lo profano es de uso común, el uso del cuerpo en las
ocupaciones que procuran la reproducción de lo social, lo sagrado es lo prohibido y
estrictamente reglamentado con la finalidad de controlar fuerzas que están más allá de las
capacidades humanas. Los rituales y las prohibiciones asociadas a lo sagrado se
complementan con los hábitos, cotidianos e interiorizados, pues evitan al máximo romper
el equilibrio entre una y otra realidad.

Una segunda escisión fundamental, con repercusiones cotidianas irreversibles como la


primera entre la especie y el individuo con su ser genérico, fue la que trajo consigo la

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modernidad. Durante la ilustración, desde la razón occidental “el hombre busca su
identidad en la naturalidad y homogeneidad de unas leyes que expresan la consistencia
interna del mundo” (Lorite 1996: 84). Un momento decisivo sería el siglo XIX con el
surgimiento de las ciencias médicas y sociales, pues los razonamientos y diseños de
control sobre la naturaleza humana derivaron en la distinción entre una naturaleza social y
otra biológica, generando un abismo entre las actividades y la materialidad cotidiana que
nos rodea y la relación de aquéllas con la consciencia del nosotros, del ser genérico
humano, comunitario.

Cuerpo, tiempo y vida cotidiana: el trabajo

La construcción de un mundo artificial, que pasa por las manos del hombre y es
controlado a su voluntad, es la actividad vital del trabajo. Éste se distingue de la labor
sobretodo porque escapa al ciclo interminable de la naturaleza y la domina. Existen
tiempos delimitados para el trabajo y para el descanso del mismo. En términos generales
el tiempo libre es el de “suspensión del trabajo productivo, destinado a descansar y
recobrar fuerzas, es aquel donde se desarrollan las actividades destinadas a la realización
del trabajo, así como los medios para la facilitación de éste y la recuperación de la fuerza
física” (Bartra cit. por Rosaldo 2010: 20). El tiempo libre está enajenado, está alienado por
el tiempo productivo de trabajo pues el cuerpo y los medios de producción se consumen.
El tiempo reproductivo será el que se dedica a las actividades cotidianas que permiten
realizar actividades en el tiempo productivo como hacer la comida, limpiar la casa, ir al
banco, atender a los miembros de la familia que lo necesiten (ancianos, niños, enfermos),
pero a diferencia del tiempo productivo, no es remunerado. Por otro lado, el tiempo de
ocio es del que disponemos para realizar actividades placenteras, lúdicas.

Con esta distinción muy general del tiempo social en la vida cotidiana vale decir que
dependiendo de nuestras capacidades corporales y los lugares sociales asociados a
nuestro cuerpo podremos participar en uno, varios, o todos los ámbitos. Por ejemplo, las
actividades relacionadas con el cuidado de las personas han sido, en diferentes épocas y
colectividades, asignado al género femenino, mientras las actividades que implican una
actividad física más vigorosa han sido asociadas al género masculino. La piel, las manos,
los pies de los niños jornaleros revelan un tiempo social que pareciera rebasar a su edad

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cronológica, a diferencia de un infante que ocupa si tiempo entre la escuela y actividades
extracurriculares como natación, ballet o clases de idiomas, en el cual su cuerpo revela
las ocupaciones diarias de sus actividades.

Esta diferenciación del tiempo social hablan de las colectividades, no sólo del cuerpo del
individuo: el tiempo que se dedica a la preparación de los alimentos, quién los prepara,
qué prepara, con qué recursos económicos cuenta para la compra de los mismos, el
tiempo para consumirlos, para trabajar, para descansar, genera auténticos cuerpos
colectivos que nos dicen cuáles son las diversas actividades prioritarias, las inaccesibles,
las obligatorias de acuerdo a nuestro lugar social. La división social del trabajo, la escisión
del individuo con su especie, y la especialización de las actividades que se han
despegado de la vida cotidiana, siempre tan cercana, casi presa del tiempo productivo y
reproductivo, ha generado la inaccesibilidad a los tiempos libre y de ocio, con sus
correspondientes prácticas de socialización y placer. No es privativo de nuestra época,
históricamente dichos tiempos han sido asociadas a las clases privilegiadas (las
Pirámides, el Partenón, el Taj Mahal, fueron ocupados por aquellos que no los
construyeron), aunque nadie puede desligarse de su vida cotidiana: los artistas, los
gobernantes, también comen y duermen, van al baño, organizan su vida día a día aunque
tengan otras personas que les evitan preocuparse por cuestiones como una cama limpia
dónde dormir o alimentos en el tiempo y lugar justos.

Los Situacionistas asumieron una postura crítica ante la manera de vivir, hacer arte, y
producir conocimiento. Denunciaron la miseria de las experiencias cotidianas en las que
se encuentran las personas que menos acceso tienen al tiempo libre y de ocio, la
intensidad de la vida cotidiana pareciera reducirse a la alienación por los medios
(televisión, internet, radio, etc.), y los fetiches a los que se consagre la realización de las
capacidades humanas como el consumo de estupefacientes, el amor romántico, el arte
burgués... “La pregunta es: ¿de qué está privada la vida privada? Simplemente de vida,
cruelmente ausente. La gente está tan privada de comunicación y de realización de sí
misma como resulta posible. Habría que decir: de hacer personalmente su propia historia”
(Débord 1961). La abolición de los valores que consideran la vida pública como opuesta a
la vida privada, del tiempo de trabajo al tiempo de ocio, la abolición misma de las
condiciones en las que se realiza el trabajo “ -en la vida cotidiana de cada uno- de la

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separación entre el "tiempo libre" y el "tiempo de trabajo", sectores complementarios de
una vida alienada” (Internacional Situacionista 1977).

En México hubo un movimiento artístico a través del performance que tuvo mayor fuerza
en las décadas de 1970 y 1980. Melquiades Herrera formó parte del No Grupo, un
colectivo de artistas que se distinguió por mantener una postura irónica ante el arte y las
instituciones oficiales, siendo ellos pioneros del arte acción. A Melquiades le llamaban El
Performer de los 365 días al año pues todos los días coleccionaba objetos cotidianos del
mercado, de la tienda de la esquina, el mercado de la Lagunilla en la Ciudad de México: la
calle y su movimiento diario eran el motivo de su obra, en la que su cuerpo (un día se le
veía dar clases en una máscara de luchador, otro día aparecer con una capa, bien con
una corbata de colores de la bandera o como una ambulancia con sirena y torreta en la
cabeza) era parte de la propuesta del arte-acción: no objeto, herramienta, crítica, el no
lugar de su propuesta artística. Los conocedores en el tema de las corrientes artísticas lo
ubican como dadaísta o estridentista, y creo que también coincide con la Situacionista en
colocar a la vida cotidiana fuera de ella misma, exponer el extrañamiento a través de la
descontextualización del cuerpo y la parafernalia de objetos cotidianos que lo acompañan
en la realización del performance.

Otro posible inicio de reflexión acerca de la relación entre el tiempo, la experiencia y el


cuerpo en la cotidianidad es la propuesta por Guzmán (2008), la cual retoma la propuesta
fenomenológica de análisis de la vida cotidiana de Alfred Schutz, Thomas Luckmann y
Peter Berger. En términos generales desde el enfoque fenomenológico la vida cotidiana
es la realidad por excelencia, aunque coexisten en ella diferentes tipos de realidades
(onírica, fantasía, intersubjetiva, interior) de acuerdo a las experiencias de cada uno de
nosotros a lo largo de cada día. Guzmán propone la articulación de tres ámbitos de
experiencia corporal: cotidiano (el aquí y el ahora, el tiempo y espacio que está
jerarquizado y a nuestro alcance, subjetivo e intersubjetivo), significativo (la memoria y la
construcción de nuestro tiempo biográfico e histórico) y liminal (el que marca hitos en
nuestra vida, ritual o coyuntural). Dichas experiencias temporales conforman la manera en
que percibimos, vivimos e interpretamos nuestros cuerpos desde la experiencia interior
(esquema corporal); la imagen que construimos de nuestro cuerpo de acuerdo al
esquema del mismo y de cómo interpretamos los cuerpos de otros (imagen corporal); y la
forma en que el organismo se adecua a la imagen y esquema corporal (postura corporal)

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(Guzmán 2008: 441-446). Las diversas formas de construir, vivir, interpretar nuestros
cuerpos de manera colectiva e individual de acuerdo a la coexistencia temporal de la
experiencia cotidiana son un punto de partida.

Cuerpo, espacio y vida cotidiana: la acción

La acción corresponde a la condición humana de la pluralidad: “la pluralidad es la


condición de la acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, y
por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá” (Arendt 2005: 36).
Ésta condición es lo más íntimo que guarda nuestro cuerpo, la apropiación y
extrañamiento que podemos vivir desde él y desde otros cuerpos. La forma de apropiarse
de un territorio y construir un espacio con otros cuerpos y objetos materiales delimita la
manera práctica en que podemos relacionarnos en dicha pluralidad.

Las prácticas espaciales están mediadas por la corriente sensorial que “otorga
consistencia y orientación a las actividades del hombre” (Le Breton 2002: 99). Los olores,
las sensaciones térmicas, táctiles, la sensibilidad visceral, el dolor, el placer, el sonido, las
formas y colores son filtradas por los hábitos de nuestra familia, casa, amigos, barrio,
trayectos y estancias de todos los días. ¿Y si en lugar de comenzar a pensar el espacio
social por las prácticas, las motivaciones, los conocimientos, la socialidad, el tiempo,
comenzáramos por la mediación que hacemos desde nuestro cuerpo? No preguntarnos
qué hacemos, por qué lo hacemos, cómo lo hacemos, con quién lo hacemos en
determinado lugar, sino cómo lo vivimos desde nuestra experiencia corporal.

Lo historia de la vida privada, la aparición de la necesidad de un espacio para sí mismo es


también la historia de la individuación de los cuerpos, en la que cada vez más necesita
alejarse de las miradas y contacto de otros para las actividades habituales de nuestro
cuerpo: un lugar dónde evacuar, dónde bañarse, dónde dormir, dónde vestirse y
“arreglarse” antes de presentarse a los espacios y miradas de los demás. Los barrios, las
casas, los lugares donde podemos escuchar, oler, tocar, mirar a la familia y otras familias,
está evidenciada en la construcción arquitectónica de los edificios (ventanas, cortinas,
puertas, jardines, cercas), las calles (con todas las señales pertinentes para su uso), los
lugares de tránsito y/o estancia (respetados o desafiados). La manera de construir un
espacio interior en cada habitación de la casa, de apropiarnos de un lugar físico, es el que

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adecuamos para nuestro cuerpo, aunque dicho espacio vaya en detrimento de la
posibilidad de desplegar todas sus posibilidades.

La modernidad ha respondido cada vez más a los tiempos del trabajo que a los del ocio, y
eso se puede leer también en la configuración de las ciudades y casas que habitamos.
“Allí donde reina la funcionalidad de la casa o del espacio urbano se reduce la experiencia
sensorial y física, o se desliza hacia la molestia y se convierte al final, en algo incómodo”
(Le Breton 2002: 108). Los cuerpos de niños y los ancianos son de los más afectados: no
hay suficientes espacios para jugar, no hay una convivencia con la seguridad necesaria
para hacerlo, no se construyen los espacios para las personas que tienen dificultades
para mover su cuerpo. Tanto el cuerpo ocioso que se regodea en el placer como los
cuerpos no “funcionales” están limitados en los espacios funcionales. Las diversas
legislaciones que han buscado reconocer los derechos de los discapacitados, los niños,
los ancianos, ha sido la manera de admitir en la norma a esos cuerpos diferentes. Si
realmente los espacios públicos cotidianos se adecuan o no es un punto de discusión
entre el reconocimiento y la auténtica incorporación.

Para Certeau (1996) la escritura es la actividad de construir, sobre un espacio propio, la


página, un texto que tiene poder sobre la exterioridad de la cual, previamente ha quedado
aislado. La voz y todos los signos que podemos articular con el cuerpo para comunicarnos
está ya normalizada por los medios de su difusión. El proyecto escriturario representa la
ambición de una sociedad de constituirse en página en blanco, con relación al pasado, de
escribirse a sí misma y rehacer la historia según el modelo de lo que ella misma fabrica (el
“progreso”) (Certeau 1996: 148-149).

En la modernidad, la escritura inaugura otro uso de la organización que estructura una


sociedad. El derecho se “apropia” de los cuerpos para hacerlos su texto. Las leyes
efectúan las operaciones de “poner en el texto a los seres vivos” y “hacer carne” la razón
de una sociedad. Los objetos que construimos y con los que disponemos un espacio
social constituyen un aparato que permite la relación de la ley con los cuerpos: separa el
texto del cuerpo pero también los articula. El cuerpo es una página en blanco sobre la
cual se escribe el texto, el modelo; mediante herramientas escribimos sobre él para darle
racionalidad y coherencia; lo hacemos “decir” el código del discurso social en el cual
existimos y nos condiciona. “¿dónde y cuándo hay algo del cuerpo que no esté escrito,

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rehecho, cultivado, identificado por medio de las herramientas de una simbología social?”
(Certeau 1996:160).

Para las últimas décadas, nos hemos desenfadado aún más del cuerpo al momento de
inscribirnos en la escritura. Los procesadores de texto desde las máquinas de escribir
hasta los dispositivos móviles, limpian cualquier rastro corporal de dicha práctica. Los
espacios virtuales construidos mediante esos artefactos se antojan con un tiempo infinito:
existen en la medida que accedemos a ellos, entramos y salimos en una realidad virtual
en la que el cuerpo desaparece para identificarnos como imagen. Completa el proyecto de
la razón occidental en el que eliminamos las evidencias de la labor: controlamos los que
queremos que se vea y cómo se vea nuestro cuerpo, no produce olores ni ruidos, no se
desgasta en la actividad física con las consecuencias que ésta trae. Las redes sociales y
en general el espacio social virtual son un excelente pre-texto de investigación social que,
sorprendentemente, apenas ha sido explorado, quizás porque es muy cotidiano o apenas
ha entrado en nuestra cotidianidad.

Estableciendo algunas marcas en el terreno

Me propuse analizar confluencias entre vida cotidiana y cuerpo a partir del análisis de la
condición humana, desde el análisis de Hanna Arendt: la labor, el trabajo y la acción. Sin
la mínima intención de agotar la cuestión tema, más bien de explorar posibles temas de
investigación desde la Antropología histórica. Tracé tres ejes:

1. La labor

La relación más inmediata entre la vida cotidiana y el cuerpo es la labor, la realización


biológica del cuerpo. El aprendizaje del manejo, presentación, control de nuestro cuerpo,
es el aprendizaje del mundo de la vida cotidiana: de sus actividades, interacción con otras
personas, la naturaleza y objetos inanimados; de los espacios y sus prácticas que deben
ser privadas o públicas, permitidas o transgresoras.

Prácticas relacionadas con la muerte, la sexualidad, el nacimiento se pueden presentar


como las formas más primigenias de control del cuerpo por parte de la colectividad y la
consciencia humana. Marcan una primera escisión entre el individuo y su especie. Otro
ejemplo de escisión es el de la modernidad, en el que la actividad humana cotidiana se
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desprende de la actividad corporal sin la cual no podemos existir. Dicho abismo es un
proceso histórico de extrañamiento cotidiano del cuerpo. Distanciamiento del individuo
con su ser genérico, la humanidad

2. El trabajo

La construcción de un mundo artificial, que pasa por las manos del hombre y es
controlado a su voluntad, es la actividad vital del trabajo. Éste se distingue de la labor
sobretodo porque escapa al ciclo interminable de la naturaleza y la domina. Existen
tiempos delimitados para el trabajo y para el descanso del mismo, en esta línea de
pensamiento los Situacionistas realizaron una crítica a la alienación del tiempo en la vida
cotidiana, y la privación de tiempo de realización de uno mismo: el cuerpo se priva y se
desgasta en el tiempo del trabajo. En México, el performance encontró una crítica
semejante. Melquiades Herrera fue uno de los representantes de dicha forma de
expresión artística, llamándole El Performer de los 365 días, pues se caracterizaba por
hacer de su cuerpo un elemento descontextualizado de la cotidianidad que vivía al dar
clases, tomar una cerveza en alguna cantina, o caminar por la calle.

El enfoque fenomenológico ubica el tiempo de otra manera, a partir de la experiencia


incorporados en el esquema, imagen y postura corporal. Adriana Guzmán propone la
articulación de tres ámbitos de experiencia corporal: cotidiano (el aquí y el ahora, el
tiempo y espacio que está jerarquizado y a nuestro alcance, subjetivo e intersubjetivo),
significativo (la memoria y la construcción de nuestro tiempo biográfico e histórico) y
liminal (el que marca hitos en nuestra vida, ritual o coyuntural). Dichos ámbitos los vivimos
de acuerdo a la manera que habitamos y nos desenvolvemos en nuestra corporeidad, de
acuerdo a las vivencias y percepciones del cuerpo, de la imagen que construimos de
nuestro cuerpo y de cómo se adecua la materialidad de nuestro organismo a las
vivencias, percepciones e imágenes construidas de él mismo, lo construimos de manera
semejante que un artefacto, traduciendo nuestras vivencias, comunicándolas o bien
ocultándolas.

Construimos otra naturaleza, artefactos que aparecen por nuestra actividad sobre las
herramientas y materiales con los que contamos. Nuestro cuerpo se convierte en un
artefacto sobre el que intentamos dominar la naturaleza, es “otro” artefacto; vivimos,

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interpretamos nuestros cuerpos de manera colectiva e individual de acuerdo a la
coexistencia temporal de la experiencia cotidiana.

3. La acción

La última condición humana: la pluralidad somos lo mismo (humanos) y por ello somos
únicos. La forma de apropiarse de un territorio y construir un espacio con otros cuerpos y
objetos materiales delimita la manera práctica en que podemos relacionarnos en dicha
pluralidad. Definimos los territorios de las prácticas públicas, privadas e íntimas, aunque
cada vez exista menos claridad de los territorios (no siempre son físicos) y sus prácticas.

El análisis del espacio social desde la experiencia corporal es uno de los planteamientos
de David Le Breton. No preguntarnos qué hacemos, por qué lo hacemos, cómo lo
hacemos, con quién lo hacemos en determinado lugar, sino cómo lo vivimos desde
nuestra experiencia sensorial: olores, ruidos, texturas, colores, formas, placer, dolor,
vísceras. La historia de la vida privada, de las ciudades, de los paisajes de la experiencia
urbana son algunas de las constituciones que norman y delinean aquello que los cuerpos
deben encarnar para apropiarse a su espacio. Lo que no se halla en la delimitación
espacial está fuera de la norma, son cuerpos disfuncionales. La arquitectura también se
plantea como una experiencia corporal, la rutina diaria y una experiencia agradable, digna
del día de a día la vivimos como tal a partir de nuestras vivencias corporales.

La escritura como la construcción de un espacio propio, así como la encarnación en los


cuerpos de las leyes es la normalización moderna de los cuerpos. Se redactan en ellos
los discursos de lo social y podemos descarnarnos y eliminar lo orgánico, lo animal de
nuestra existencia, como ocurre en el espacio virtual sobre el cual nuestro cuerpo es pura
imagen.

Bibliografía

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