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Mixy Rincón

Alana Ortiz
Gabriel Almeida
Entre dos polos: razón o emoción

El ser humano es un agente biopsicosocial, lo constituyen sus implicaciones


genéticas, sus emociones y las repercusiones que tienen estas sobre sí mismo y los
demás. Como ser social se desarrolla en un entorno enriquecido por estímulos siendo
influenciado por lo que lo rodea. Este contacto con el mundo exterior es vital para el
progreso y la evolución del ser humano, principalmente para su adaptación y
supervivencia. Sin embargo, actualmente la cultura y la historia han transformado la
expresión y la manifestación de las emociones más humanas: el amor y el cuidado. Ahora
la apatía rige la convivencia, no se le puede seguir el paso acelerado al capitalismo y se
vive en constante búsqueda de guerras por bienes materiales. No se sabe cómo actuar,
se vive en polución, en tiroteos y los humanos se atacan a sí mismos. Pareciera que la
capacidad del ser humano de inhibir emociones llevara a la humanidad a su
autodestrucción.

Darwin fue uno de los primeros autores en proponer que las emociones son
universales. El plantea que la evolución biológica se da por medio de la selección natural
y aborda la semejanza de las expresiones emocionales entre los humanos y los animales.
Darwin (1872) explica que los hombres a diferencia de los animales presentan un elenco
más variado y complejo de emociones debido a sus procesos cognitivos superiores (ej.
lenguaje, pensamiento) (Núñez, 2019). Con esto demuestra que, gracias a estas
facultades, al igual que los animales, el humano, por medio del miedo, el llanto, los
sentimientos negativos y positivos, logra controlar su conducta y puede llegar a evitar o
favorecer la tendencia a la autodestrucción.

Una de las metas de Darwin (1872) en The Expression of the Emotions in Man and
Animals era descubrir las ventajas del llanto en los animales y su implicación en la
selección natural y el desarrollo de una especie, esto lo intenta demostrar dentro de sus
experimentos con primates, donde consigue mediante la biología comparada a nivel
filogenético diferenciar como las probabilidades de supervivencia aumentan en los
primates que expresan su llanto en situaciones de peligro (logrando alertar a la manada),
a diferencia de las especies que no lo hacen y no llegan a sobrevivir el proceso evolutivo.

Los humanos no son muy diferentes a lo planteado en los primates, pues en las
primeras etapas de su desarrollo, esta cualidad es expresada por el neonato, pues se
encuentra indefenso e inerme a diferencia de otras especies. La única forma de defensa
de un bebé, al no saber caminar ni regirse por movimientos voluntarios, es el llanto, su
lenguaje no verbal, su capacidad de afecto y apego en la conexión con su cuidador
primario, utilizándolo como principal «herramienta» para lograr sus fines (Bruner, 1986).

Estas relaciones de apego iniciadas en la niñez van teniendo pequeñas


variaciones en la adolescencia, la adultez y vejez. En la primera de estas etapas, se
empiezan a ver la relaciones con los otros en un ámbito sensual y sexual, luego en la
adultez esta relación se transforma en un vínculo afectivo formal y este cónyuge pasa a
ser junto al cuidador primario, una de las figuras de apego central; por último en la vejez
la figura central pasa a ser el cónyuge, dejando de lado la imagen del cuidador primario,
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también aparecen otras figuras como lo son los hijos y los nietos (lazos vinculares que
configuran la composición de las redes de apoyo). Por otra parte, en esta etapa, el nivel
de confianza que tiene el adulto mayor en su red de apoyo es un nivel alto, por lo tanto,
la esperanza de vida aumenta (Magai, 2008). Esto resalta no solo la importancia en la
necesidad de las relaciones de cuidado del ser humano sino también destaca el beneficio
de estas en la prevención de la autodestrucción y el desarrollo pleno personal.

Ekman contradice más adelante el planteamiento de la universalidad de las


emociones de Darwin, pues según él, estas se dividen en tres categorías no
necesariamente innatas: las emociones básicas (ej. alegría, aflicción, ira) las cuales sí
demuestran una universalidad e inician con rapidez y duran unos segundos cada vez
(Evans, 2002, p. 22); las emociones específicamente culturales, que no son innatas ni
universales y únicamente se generan en condiciones particulares desencadenadas por
un evento transformador, lo cual Ekman ejemplifica mediante la condición de jabalí de la
tribu de gururumba de Nueva Guinea, una emoción desencadenada por una crisis
económica, caracterizada por “correr de manera salvaje, saqueando artículos de escaso
valor y atacando a quienes se cruzan en su camino” (Evans, 2002, p. 31); finalmente, las
emociones cognoscitivas superiores, que están dentro del espectro de las dos categorías
ya mencionadas y son “menos innatas que las emociones básicas, pero más innatas que
las culturalmente específicas (...).No son tan rápidas como las emociones elementales ni
se hallan asociadas universalmente a una única expresión facial”(Evans, 2002, p. 40),
parten de la naturaleza humana y son moldeadas por la historia y cultura.

La degradación psíquica se puede explicar como “ “algo”, que nos lleva, nos
arrastra hacia la muerte de otros o hacia la muerte propia, haciendo que desaparezca en
nosotros la vitalidad y el sentido, a pesar de que continuamos físicamente con vida”
(Torres, 2011, p. 141). Según Freud (1920) el juego de la vida del ser humano ocurre
entre las pulsiones de vida y de muerte, pulsiones que nos llevan a la quietud y la
complejidad respectivamente, pero que necesitan existir en equilibrio constantemente.

Por esto se podría preguntar si estos sentimientos, y, sobre todo, esta degradación
psíquica, de pulsión de muerte (sentimientos de sinsentido, futilidad, indiferencia y
aburrimiento) (Torres, 2011) ¿Son característicos de una emoción cognoscitiva superior
o, por otra parte, una específicamente cultural? pues cumple con ambos requerimientos
para categorizarla en una de estas. Más se debe tener en cuenta que su diferencia radica
en lo biológicamente innato de estos sentimientos, que a su vez requieren de una cultura
específica para ser activados, por lo que se podría calificar esta degradación como parte
de la categoría de emociones cognoscitivas superiores.

El proceso que nos lleva a experimentar una emoción es un interacción en


simultáneo entre varias partes del cuerpo, como lo son el cerebro, el corazón, los órganos
sensoriales y el sistema nervioso y endocrino (Demirbilek, 2010). La interacción de estos
permite que los seres humanos interpreten e interactúen con las cosas que los rodean,
con su entorno y con los eventos; pero sobre todo determina cómo se perciben los
estímulos (Demirbilek, 2010).
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Retomando el hecho de que las emociones ayudan a que los humanos y animales
enfrenten y sobrepasen diversas dificultades, nos permite dilucidar sobre el cómo
nuestras acciones se ven directamente afectadas por las emociones. Demirbilek (2017)
nos expone que la toma de decisiones consiste en una retroalimentación emocional,
dando, así como resultado que las emociones guíen la toma de decisiones, distinguiendo
entre lo bueno y lo malo, lo compasivo y lo indiferente.

Lo anteriormente mencionado, sería capaz de traer a la memoria el dilema del


tranvía, que se encuentra dividido en dos partes. En la primera una persona tiene que
decidir si deja que el tranvía siga su curso y mate a 4 personas, pero si cambia el rumbo
del tranvía moriría una sola persona. En este caso la mayoría de las personas deciden
cambiar el rumbo del tranvía, pero si la persona que está sola en la otra vía es un familiar
cercano, la mayoría decide no alterar el rumbo del tren. El escoger la vida del familiar es
una decisión tanto emocional, como genética y evolutiva, los seres humanos como el
resto de las especies hacen una selección de parentesco, ya que se busca la prevalencia
de los genes (Brain Games, 2015).

En la segunda parte del dilema, el tranvía mataría a cuatro personas, pero sobre
un puente hay una persona con el peso suficiente para detener el tranvía. Esta persona
tendría que ser empujada frente al tren, pero al hacerlo la persona moriría. En este caso
la mayoría decidieron no empujar a la persona, estas personas son las mismas que
decidieron cambiar el rumbo del tranvía. La explicación a esto es que los medios pueden
cambiarlo todo; estudios realizados, muestran que la primera parte la decisión es
impersonal, por lo tanto, es tomada a partir de las áreas asociadas con el razonamiento,
la corteza dorsolateral prefrontal. Pero en el momento que tienen que lastimar
activamente a una persona, las áreas asociadas a las emociones se activan, una de
estas áreas es la ventromedial prefrontal; esto hace que la situación se perciba
moralmente negativa (Brain Games, 2015).

El caso del dilema del tranvía y la explicación del funcionamiento emocional deja
en duda la causa de los eventos desastrosos que hoy en día asume la tierra, y de si son
o no un reflejo de cómo las emociones negativas poco a poco han llevado el criterio y las
decisiones humanas a socavar la poca fertilidad que el ser humano ha construido.
Decisiones que en casos no disponen de opciones o son muy limitadas, “lo que lleva a
los sujetos a adherirse a alguna que parezca o prometa seguridad, creencia de alivio o
alguna forma de pertenencia y, por tanto, de existencia” (Torres, 2011, p. 146).

Por otra parte, prosigue una interrogante de sí las emociones cognoscitivas


superiores habrían sido diseñadas por la selección natural precisamente para ayudar a
nuestros antepasados a enfrentarse a un entorno social cada vez más complejo (Evans,
2002). Por lo que surge el interrogante de si este tipo de sufrimiento es necesario para la
supervivencia de los seres humanos, si es necesario seguir un sistema que por dentro
está quebrando a la especie humana ¿No será más bien que los seres humanos han
olvidado como Boff lo menciona, una de sus características más innatas, naturales y
humanas: el cuidado?
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Posicionándonos desde la postura de Boff y su ética del cuidado, se puede tener
certeza de cómo no solo los humanos en su individualidad sufren, sino
consecuentemente, causan el sufrimiento del otro, e incluso perjudican a todo lo que esto
implica (ej. su hogar, su vida), esto debido en gran parte “por la hegemonía del
neoliberalismo, con el individualismo y la exaltación de la propiedad privada que este
aplica”(Boff, 2002, p.18). En Colombia, por ejemplo, uno de los últimos estudios de la
consultora Plurum demuestra como los empleados que no se sienten a gusto con su
trabajo llegan a 80%, es decir que ocho de cada 10 personas no disfrutan gran parte de
su vida (Montes, 2019). Cifras preocupantes que demuestran la degradación psíquica
que la población colombiana está sufriendo bien sea por exceso de horas, la desubicación
por malas decisiones tomadas o la ausencia del campo laboral.

También existe un descuido y una indiferencia manifiesta por el destino de los


pobres y marginados de la humanidad, incluso un descuido y una indiferencia inmensa
por la suerte de los desempleados y jubilados (Boff, 2002). Colombia actualmente es el
quinto país con el mayor número de personas en situación de pobreza extrema luego de
México y Brasil , según el informe de la Cepal 2017 (Piñeros, 2017). La tasa de
desempleo hasta enero pasado se ubicó en 11,8 por ciento, según el DANE, pues,
aunque nivel de ocupación creció en 111.000 personas, este aumento apenas es
suficiente “para absorber” el crecimiento de la población que buscó ingresar al mercado
laboral (PEA) de 133.000 personas.

Asimismo, actualmente Colombia vive una situación social compleja, en la que no


solo colombianos carecen de bienes o de empleo, sino también los inmigrantes
venezolanos quienes, debido a su necesidad, se han unido al trabajo informal junto con
otros habitantes de calle. Y los colombianos se han habituado a estos hechos, tanto así
que esta disposición aborda nuestro día a día pareciendo cotidiana, natural, inevitable y
perduradera.

Inclusive ha habido un descuido e indiferencia en cuanto a la protección de la casa


común: el planeta Tierra. Pues ya se lleva años con el calentamiento global y actualmente
se encuentra en una situación en la que “una diferencia de solo medio grado de
temperatura tendría consecuencias devastadoras para el planeta” (Semana, 2018),
donde solo se cuenta con una década para que estos actos sean irreversibles. De lo
contrario los océanos serán destruidos, vendrán aún más grandes tormentas, ciudades
se inundarán, los humanos no serán capaces de respirar su propio aire y se quedarán
sin agua y sin comida.

Esto es una crítica de Boff hacia cómo se vive saturados de aparatos tecnológicos
y se vive en tiempo de crueldad e insensatez, donde “la propia vida se ha modificado
substancialmente, reduciéndose ahora a la posibilidad de respirar, comer, drogarse,
busca placeres inmediatos, en un presente que se convierte en lo único seguro y claro.
Se obedece de manera irreflexiva y automática, pues es lo que garantiza la
supervivencia” (Torres, 2011, p. 142). Por lo que urge la resurgencia un nuevo ethos; una
religación con lo esencial del ser humano.
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Los seres humanos somos tanto emocionales como racionales, y es así como
sentimos y pensamos. La razón nos permite resolver problemas, tomar decisiones,
planificar el futuro. Por lo mencionado anteriormente parece ser que los seres humanos
actualmente carecen de racionalidad. No solo dejan de lado las emociones que permiten
la supervivencia, sino consecuentemente ignoran todas consecuencias de sus acciones
(situación de pobreza, laboral o ambiental).

Como conclusión, las emociones intervienen directamente en todas las situaciones


que el mundo acontece, inhibirlas entonces, provoca y desencadena problemas
personales (degradación psíquica, ausencia de gusto por lo que se hace, por lo que se
es), problemas sociales (miseria, humillación, contaminación y desempleo) que no solo
presentan dificultades en su resolución, sino también adolecen de indiferencia de
aquellos que lo causan. Así, además de vivir cuestiones complejas no hacemos nada al
respecto, y es allí, junto con la indiferencia en donde nace la apatía. Todas estas
consecuencias de la inhibición de emociones generan nuestra guía hacia la
autodestrucción. Es por esto por lo que como bien Boff lo dice es necesario replantear un
nuevo ethos y una nueva ética del cuidado, en donde el ser humano pueda convivir en
equilibrio con lo que lo mueve hacia la vida o hacia la muerte: sus emociones. Al final “la
dotación emocional enlaza, pues, a la humanidad de un modo que trasciende las
diferencias culturales” (Evans, 2002, p. 26).
Bibliografía

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