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¿Qué podría aprender Ocasio-Cortez de los errejonistas

españoles?
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Gerardo
Muñoz

Alexandria Ocasio-Cortez se presentó recientemente en el Albert Einstein Hall de la Escuela


de Medicina del Bronx. Lo hizo con Chris Hayes, periodista del prime time de la MSNBC.
«Muy contenta de estar de regreso en casa, de estar de vuelta en el Bronx», estas fueron las
primeras palabras de la nueva cara del progresismo norteamericano. En su primer
encuentro público en el Bronx, Ocasio-Cortez mostró el carisma, innegable, que emana de la
confianza que proyecta. No es una erudita en la elaboración de sus temas, pero tampoco
sobrecarga de pathos sus mensajes. El carisma depende de este equilibrio: seguridad en la
proyección de lo dicho y frialdad en la defensa de los principios. Ocasio-Cortez posee una
expresividad natural en ambas cosas, y esto ayuda a explicar su vertiginoso éxito político.
La charla se centró en la gran idea impulsada por Ocasio-Cortez: el Nuevo Pacto Verde, o
Green New Deal, una estrategia de reestructuración del aparato regulatorio de los Estados
Unidos que busca acoplar el ideal de la justicia social con la necesidad de confrontar la crisis
ecológica planetaria. Como le dijo Ocasio-Cortez a Hayes en uno de los momentos más
lúcidos del encuentro: el Green New Deal es una propuesta que quiere asumir el reto
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civilizacional de nuestra época. El reto medioambiental implica, no solo la devastación de
recursos vitales del planeta, sino también la relación entre forma de vida y tecnología. Uno
de los nudos más interesantes de la propuesta de Ocasio-Cortez tiene que ver, en efecto,
con el rediseño de una nueva economía para una época consciente del límite de sus
recursos naturales. Para Ocasio-Cortez, el conflicto central de nuestra época radica en ser
capaz de traducir políticamente el cuidado climático con la justicia social.

Quienes han defendido el nuevo pacto verde de Ocasio-Cortez como una proyección del
viejo ideal económico hamiltoniano no se equivocan. Como en su momento lo estudió muy
bien el gran historiador de la administración pública norteamericana, Thomas McCraw, el
cosmos político de Hamilton es una combinación de talento político y experimentación a
gran escala económica. Ocasio Cortez no es una hamiltoniana en lo ideológico, aunque sí en
su estilo. Por esta razón, uno de los dilemas del Nuevo Pacto Verde no es tanto el contenido,
sino más bien la forma en cómo este se da a conocer. Sin embargo, mientras escuchábamos
a Ocasio-Cortez en el Bronx, pensaba en lo que esta pudiera aprender de otra de las
formaciones políticas novedosas de los últimos años: la plataforma de Íñigo Errejón.

En efecto, en los últimos meses no se han hecho esperar intentos de ambas partes por
concretar un encuentro entre estos dos referentes del nuevo progresismo transatlántico. Y
solo basta con seguir las iniciativas de la plataforma de Errejón-Carmena para notar la
influencia directa de AOC en la construcción del errejonismo madrileño. Hace tan solo unas
semanas, Clara Ramas San Miguel, una de las integrantes de las listas de Más Madrid,
argumentaba que el Green New Deal y la fórmula transversal eran dos formas de un mismo
modelo para un pacto social desde el universalismo ecológico. Desde Madrid, el interés por
Ocasio-Cortez ha sido firme. Sin embargo, apenas se ha comentado lo que la representante
del Bronx pudiera aprender del errejonismo. Esta visión de paralaje (desviación de la
posición aparente de un objeto, dependiendo del punto en que es observado) no es menos
importante. En efecto, mi hipótesis es que un futuro ascenso político Ocasio-Cortez se
beneficiaría de varias lecciones que ofrece el errejonismo como experiencia en
construcción. No decimos esto en abstracto, sino en función de la importancia concedida a
la forma al comunicar una gran idea política transformadora, como es el Green New Deal.

Pensemos esto desde lo concreto y volvamos al encuentro en el Bronx. En un momento


muy específico de la conversación con Hayes, Ocasio-Cortez despachó al movimiento del
Tea Party como organización racista y de poca importancia. Puede que en cuanto a los
hechos se refiere Ocasio-Cortez no se equivoque, pero no es menos cierto que el Tea Party
ha constituido uno de los movimientos políticos de base más importantes de las últimas
décadas en los Estados Unidos. Algo desentona cuando se sitúa a la movilización política en
el centro de una transformación e inmediatamente después se descarta a un movimiento
como el Tea Party. El errejonismo hubiese dicho que incluso aquellos militantes del Tea
Party, cansados del inmovilismo de las élites de Washington, podrían caber en su nuevo
proyecto político. Al descartar al Tea Party, las referencias a West Virginia, Wisconsin, o
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Michigan se vuelven poco verosímiles. Y es que aquellos estados —en lugar de Nueva York o
Los Ángeles— son el campo de batalla donde Ocasio-Cortez tendrá que probar su pacto
intergeneracional. Esta es una herramienta significativa del errejonismo: no basta hablar
con quienes te han votado; también debes crear un espacio político para quienes en
potencia pudieran sumar a tu causa en un momento dado. Lo importante es dejar una
fisura entre estructura política y sociedad. Eso es transversalidad, que fundamentalmente
significa que no hay un sujeto central en la construcción de un proyecto político. Ni en
España ni en los Estados Unidos es posible avanzar con una plataforma progresista de
espaldas a las capas medias.

Todo esto también supone que no hay un conflicto central en la construcción política. Y este
quizás sea el punto más débil de la proyección del Green New Deal de Ocasio-Cortez. A lo
largo de la conversación con Hayes, escuchamos mucho sobre cómo la crisis
medioambiental es el conflicto de nuestra época. Puede ser cierto desde el punto de vista
científico, pero en realidad lo importante es el lugar que esta idea ocupa en el esquema
transversal. En nuestras sociedades posthegemónicas, la heterogeneidad de las demandas
sociales imposibilita la centralidad de un relato único. ¿Cómo convencer a los residentes
post-industriales de West Virginia o del norte de Wisconsin que un cambio energético es
fundamental si sus comunidades fueron sacrificadas en el altar del nuevo progreso de las
nanotecnologías de Silicon Valley y del entramado de las finanzas transnacionales? El
discurso político en torno al Green New Deal no puede sedimentarse desde la abstracción
de un bien general en nombre de la «Humanidad», sino desde lo más concreto; esto es,
desde las formas de vida en cada una de las comunidades en sus respectivos estados.

Tomemos, por ejemplo, las declaraciones recientes de la ecologista Alodia Pérez, una de las
fichadas en la lista de Más Madrid. En su intervención, Pérez prescindía de la entonación
apocalíptica sobre el fin de la existencia en la tierra en los próximos diez años, y llevaba la
conversación a un plano muy concreto: ¿cómo hacemos para reciclar los restos de basura
sin que esto suponga un gran acto moral para cada individuo? ¿Cuáles son las mejores
maneras de convencer a las compañías que no usen plástico? ¿Cuál es la relación entre
vivienda y residuos en los barrios más marginados? En ningún momento escuchamos
reclamos por la imposición estatal, sino prácticas concretas que conectan con las diversas
necesidades de la gente.

Como ha comentado el analista político Mario Ríos Fernández, «El contenido retórico del
errejonismo, debe aparecer acompañado de medidas efectivas, de políticas públicas
transformadoras e innovadoras que cambien la realidad y atajen los problemas que
afrontamos como sociedad». No digo con esto que Ocasio-Cortez no crea en las estrategias
que hablaba Pérez, sino que hay un déficit discursivo de su parte. Hablar desde lo más
concreto conectaría con las necesidades de la gente en estados como Pensilvania,
Wisconsin, o Carolina del Sur, además de defender los hábitos ya existentes de la clase
media de Manhattan, quienes sí pueden reciclar semanalmente.
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Las grandes ideas importan muchísimo. Y no hay dudas que el Green New Deal es la
artillería pesada del progresismo norteamericano para contrarrestar la revolución
nacionalista de Donald J. Trump. Sin embargo, es por esta misma razón que la propuesta de
institucionalización regulatoria debe ser acompañada de dos ingredientes: por un lado, la
insistencia en lo más concreto de las necesidades sociales; y por otro, la articulación de un
mito que apele no solo a la evidencia científica o económica, sino a las aspiraciones y los
anhelos de quienes hoy ocupan el lugar de los perdedores de la globalización. Aquí nos
topamos con el límite del paradigma económico hamiltoniano.

En la aurora de 1795, Alexander Hamilton podía implementar un plan para la expansión del
crédito público como motor del desarrollo estatal (véase su importante «Report on a plan
for the further support of Public Credit»). Sin embargo, hoy es difícil imaginar que esa «fe en
el crédito» pudiera estimular un mito político lo suficientemente solvente cómo para
contrarrestar la fuerza espiritual que el dinero ejercer en todas las esferas de la vida
humana. Además, los mitos económicos suelen ser débiles, ya que contienen una
superconfianza en su propia veracidad. El mito exige distancia de la sustancia de lo factual.
También en este punto el errejonismo ha podido innovar. ¿No es la defensa de la patria un
mito adecuado para el ‘momento Polanyi’ en esta fase de repliegue contra la globalización?
Una patria de los cuidados, del amor a la tierra, y de la afirmación de las formas de vida
contra la dominación del dinero y su fuerza de futuro. Curiosamente, patria fue la palabra
que Ocasio-Cortez no pronunció en el Bronx. Pero todavía estamos a tiempo. Sabemos que
la política puede medirse en fases de aprendizaje.

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