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1.

La protesta de los activistas de Greenpeace en la bahía de Santamarta por la llegada de un barco de Estados
Unidos al parecer cargado con maíz transgénico, es decir alterado genéticamente, tiene sus justificaciones. Está
justificada por los estragos que podrían tener los transgénico en Colombia.
Si entra al país una especie de papa transgénica que ha sido modificada para resistir los herbicidas, puede
eventualmente transmitir a varias especies de papas silvestres esta condición que las protege de estos
agroquímicos. De esta forma, estas papas silvestres pueden convertirse en una especie de plaga invasora porque
los herbicidas no podrían destruirla.
Además de estos riesgos ambientales, se prevén desventajas socioeconómicas. Por ejemplo. Si la biotecnología
produce un café sin cafeína o un cacao que no engorde, esto acarrearía problemas de exportación para los
países productores de estas plantas que no han sido modificadas.
También se podría transformar una especie de banano para que fuera resistente a las bajas temperaturas, lo
cual permitiría su producción en países fríos, afectando a los países productores de esta fruta, generalmente
países en desarrollo.
Por otro lado, la “comida frankestein”, como algunos llaman a los transgénicos, causa escozor en Europa tras la
publicación del científico Arpad Pusztai sobre sus experimentos con ratas a las que les dio papa transgénicas. El
científico encontró que estos roedores registraron modificaciones en sus órganos, incluyendo su cerebro, y que
su sistema inmunitario se debilitó.
Tony Pérez Mier, “Riesgos de los transgénicos”, El Tiempo, febrero de 1999

2. No debe creársele al país demasiadas expectativas sobre la eficacia misma del simple aumento de penas. Está
demostrado que no basta la expedición de leyes. Es necesario crear las condiciones para su aplicación efectiva.

Algunos ejemplos recientes nos demuestran que los colombianos nos gastamos todas las energías en la simple
expedición de la ley, y luego, como si llegáramos cansados, nos desentendemos totalmente de su efectividad.
La llamada ley Antisecuestro (43 de 1990) fue producto de un consenso nacional y ha sido prácticamente la
única ley de origen ciudadano. Sin embargo, a cuatro años de su sanción los secuestros no han disminuido, y
tampoco hay el número de secuestradores presos que la sociedad quisiera. El estatuto anticorrupción (Ley 190
de 1995) también se presentó al país como el gran instrumento contra la corrupción administrativa. Es más, el
gobierno no ha nombrado aún la comisión para la moralización que la misma ley creó. Y es que la aplicación
efectiva de las leyes penales tiene que ver con todo el sistema de la Justicia Penal. Más que nuevas leyes lo que
necesitamos es fortalecer todo el sistema de investigación criminal (Policía Judicial) para que el Estado pueda
probarles a los delincuentes su delito, y no atenerse solamente a sus débiles, y a veces desinteresadas
confesiones. Si no se rectifica ese rumbo, seguiremos aumentando penas, tramitando leyes, con la salvedad de
que no hay a quien aplicárselas.

Alfonso Gómez, “Aumento de penas, ley no es suficiente”, El Tiempo, 9 de marzo de 1997.

3. Para que un hecho pueda utilizarse como la fundamentación de un punto de vista, es necesario que, en efecto, haya
ocurrido anteriormente; de no ser así, se trata de una presunción o de una hipótesis, que aunque también son usuales
como premisas de un argumento no tienen el mismo poder persuasivo de un hecho. Las presunciones “se basan en la
creencia de un hecho o de una cosa porque es muy probable o porque hay señales de ellas más o menos fiable” (Berrío,
1993: 228).

Álvaro Díaz, “Estructura de un argumento”, La argumentación escrita, 2002.

4. No se deben permitir donaciones privadas para las campañas políticas. Es cierto que contribuir con dinero resulta una
forma de participación ciudadana –así lo ven, por ejemplo, los muy democráticos noruegos, que ni siquiera limitan el
monto de esas posibles aportaciones- pero la experiencia demuestra que cuando se permite este tipo de ayuda, siempre
es a cambio de privilegios que acaban con pervertir el sistema. Mientras más pobre es un país, más riesgo existe que la
financiación de los partidos se convierta en un foco de corrupción futura. Elegir a un presidente en Costa Rica cuesta diez
o doce millones de dólares, la décima parte de lo que abonaron los demócratas para llevar a Clinton al poder, pero Estados
Unidos tiene casi cien veces la población de Costa Rica.
A esta locura solo hay una manera de ponerle coto. Limitar los gastos electorales y solo autorizar una financiación pública
tan generosa como pueda permitirse en el país en cuestión. A fin de cuentas, ni siquiera es verdad que las grandes sumas
de dinero sean el factor que trae la victoria. En las recientes elecciones nicaragüenses los sandinistas, según se ha
publicado, gastaron ocho millones de dólares frente a unos adversarios que los derrotaron con menos de dos. Hace unos
años, el venezolano Diego Arria hizo una de las más brillantes u costosas campañas públicas, pero sólo fue capaz de elegir
a un diputado dentro de su lista electoral. “El dinero –como suele decir el experto Mario Elgarresta- no decide las
elecciones, inclina –como los astros- pero no determina”. Y no es sano que ese dinero salga de bolsillos particulares.
Alberto Montaner, “La Casa Blanca Inn”, El Heraldo, 16 de marzo de 1997.

5. Los servicios de seguridad del Estado no dan abasto para afrontar las altas tasas de violencia de nuestro país.
Si los sectores de mayores ingresos, recurren a sistemas de vigilancia privada contratando escoltas o
guardaespaldas, sería mucho más democrático el que todos los ciudadanos honestos puedan portar armas para
defender sus honras y bienes. De esto se sigue que, Ante tanta inseguridad y la inoperancia de los servicios de
seguridad del Estado, todos los ciudadanos civiles deberían tener derecho a portar armas. A no ser que el gobierno
ponga en práctica estrategias mucho más efectivas para contrarrestar la ola de violencia que azota a la población
civil.

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