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FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES- UNPSJB

V JORNADAS NACIONALES DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS SOCIALES Y


HUMANIDADES
Comunidad, territorio y memoria en contextos de desigualdad e inclusión social
Comodoro Rivadavia, Chubut 4, 5 y 6 de octubre de 2018

Autorizo la publicación: si
Número y título de la Mesa Temática: MESA 3: Discursos y sociedad
Título del Trabajo: La creación de la provincia de Chubut y la definición de su
capital: la brecha entre la satisfacción logística y el honor de la historia
Autor/xs: (Apellido y Nombres y Pertenencia Institucional) Sebastián Barros
(CIT-GSJ/IESyPPat-UNP)

1
La creación de la provincia de Chubut y la definición de su capital:

la brecha entre la satisfacción logística y el honor de la historia

Sebastián Barros (CIT-GSJ/IESyPPat-UNP)

Introducción

Entre 1944 y 1955 lo que hoy es la provincia de Chubut estuvo dividida entre el
Territorio Nacional y la Gobernación Militar, con sendas capitales, Rawson y
Comodoro Rivadavia. Una importante particularidad de la provincialización de Chubut,
que se desprende principalmente de dicha división, es que en la Asamblea Constituyente
se discutió cuál iba a ser el emplazamiento definitivo de la capital de la nueva
provincia.1

La discusión sobre el emplazamiento de la capital de la nueva provincia es importante


porque permite problematizar la territorialización, en tanto construcción de la
territorialidad de la provincia2 La ciencia política que pone el acento en el
funcionamiento institucional se ha inclinado generalmente a pensar el espacio
geográfico-político como un espacio único, sin clivajes que no sean aquellos marcados
por los propios límites institucionales. Como explica Matías Bianchi (s/f, 7), incluso los
estudios sobre federalismo “no han prestado atención a la distribución de recursos a lo
largo de un territorio específico”. Recursos que no son sólo recursos económicos,
argumentaremos en esta ponencia, sino también simbólicos.

La dimensión espacial resalta la formación de distintos espacios territoriales y sus


interacciones. La idea de espacio refiere no sólo a un territorio geográfico sino también
a la densidad de las interacciones políticas, culturales y económicas que se producen en
su interior (Bianchi s/f, 8). El desarrollo de una comunidad cívica implica intercambios
densos y disputas entre actores que ocupan el mismo espacio (Escolar 2011, Rossi
2018). El argumento de Bianchi, por ejemplo, es que la densidad de estas actividades en

1
En la convención constituyente de Río Negro también se dio esta discusión, puede verse Iuorno (2007,
400-402).
2
Para una revisión de los procesos identificatorios en la provincialización de Chubut puede verse
Raffaele y Barros (2017).

2
cada ciudad-región de la provincia de Chubut, sumada a la dispersión territorial por las
grandes distancias entre ellas, ayuda a forjar comunidades políticas competitivas a lo
largo del territorio. La dimensión espacial crea así mecanismos que favorecen el
pluralismo en tanto incrementan la competencia electoral, limitan el desarrollo de redes
clientelares y facilitan la pluralidad de medios de comunicación.

Como puede verse la lógica del argumento es similar a la discusión sobre los criterios
institucionales de pertenencia a la comunidad cívica (O’Donnell 2010). El criterio de
pertenencia no adscriptivo es la asignación institucional de derechos que crea una
comunidad de iguales que voluntariamente se inscriben como miembros, a diferencia de
las comunidades en las que la pertenencia está marcada por algún criterio lingüístico,
étnico o cultural. En este caso, el territorio sería pensado como un espacio dado que
naturalmente provee las condiciones para el pluralismo. Si se quiere, en el caso del
territorio, podría hablarse de un espacio no adscriptivo como un espacio natural sin
divisiones políticas que lo dividan más allá de los propios límites institucionales. A la
indiferenciación política de la inclusión cívica le correspondería la indiferenciación
política del territorio y sus regiones.

Ahora bien, si puede argumentarse que la comunidad cívica está respaldada por una
noción de pertenencia institucionalmente universal pero políticamente restringida, podrá
verse que el territorio pensado como un paño indiferenciado en el que se ubican una
serie de relaciones humandas puede transformarse en un espacio simbólico atravesado
por clivajes políticos que suponen una distribución jerárquica de los lugares sociales.

La discusión sobre la capital

Una de las discusiones en la Convención Constituyente en la que se puede rastrear este


problema fue la discusión sobre el emplazamiento de la capital de la nueva provincia.
En ella puede percibirse la forma en que operó un discurso político que estructuraba
esos lugares sociales al interior de la comunidad. La decisión que debía tomar la
convención era si la capital de la nueva provincia se ubicaría en Rawson, que siempre
había sido la capital del territorio nacional, o en Comodoro Rivadavia, que había sido la
capital de la Gobernación Militar. Los argumentos sobre el emplazamiento de la capital
tuvieron tres aristas. La primera estuvo vinculada a una contraposición entre la

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administración de necesidades y la historia; la segunda, a la oposición entre valores
materiales y valores espirituales; y la tercera, a la diferencia entre una población
fluctuante y heterogénea frente al arraigo de una comunidad política que tenía su
historia marcada por la llegada de las primeras poblaciones europeas a la región.

En el caso de la contraposición entre “administración de necesidades” e “historia”, por


un lado se discutían temas como la ubicación geográfica de las ciudades en pugna
(Rawson y Comodoro Rivadavia), las posibilidades de comunicación y desplazamiento
que ofrecían cada una de ellas, la posibilidad de satisfacer ciertas necesidades edilicias y
la provisión de comodidades. Por el otro, se hacía referencia a la historia de cada lugar,
generalmente en términos del esfuerzo que suponía vivir y poblar estas regiones de la
Patagonia.

El convencional que primero pidió la palabra para discutir sobre el emplazamiento de la


capital fue Francisco Salvador3 (UCRP). El primer gesto que tuvo fue solicitar
consentimiento para leer su discurso, cuestión que hasta el momento no se había
permitido porque así lo indicaba el reglamento de funcionamiento de las cámaras
legislativas con el cual se regía la convención. Ha de recordarse que el reglamento de la
Cámara de Diputados de la Nación impedía la lectura de discursos por parte de
legisladores, cuestión que había sido revocada durante el gobierno peronista y vuelta a
imponer por el gobierno de facto. La Revolución Libertadora había resuelto prohibir la
lectura en las convenciones constituyentes. El convencional Zamit (PDC) fue quien
remarcó que no se podía leer y ante eso Salvador le espetó que se pretendía coaccionar
su uso de la palabra. Zamit se rasgó las vestiduras: “Por mis principios, por mi modo de
ser y por mi carácter de demócrata cristiano, en momento podría pedir algo que
signifique un cercenamiento en la libertad de expresión de ninguna persona y, con
mayor razón, la de ningún señor convencional.” (52) Todo esto cuando había sido electo
con el peronismo proscrito.

Desde un primer momento la discusión sobre la ubicación de la capital estuvo vinculada


a la legitimidad de los criterios de pertenencia. No deja de ser llamativo también que,

3
Luego de ser Secretario General del Sindicato de Obreros y Empleados de YPF en el momento de su
creación en 1946 fue luego acusado de haber permitido la infiltración comunista en el sindicato y de ser
una “perfecta simulación de ideal peronista”. En septiembre de 1950 Salvador fue despedido de YPF
mediante una dudosa maniobra en la que fue enviado en comisión de servicios a Bahía Blanca y luego
denunciado por abandono de servicios sin autorización ni causa (Carrizo 2016).

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resuelto este impasse por la solicitud de lectura, Salvador haya respondido con un
discurso, si se quiere, bastante peronista:

porque entiendo que por la evolución que ha habido en nuestro país, por suerte,
en la actualidad puede llegar a estas funciones, o a las de gobierno, gente que
antes, -por la organización que se había mantenido en el país, y lo voy a decir
concretamente porque entiendo que pasó la época en que las Convenciones
debían ser integradas solamente por universitarios- no tenía acceso a las
funciones de gobierno. Ahora llegan a las convenciones representantes de otras
corrientes, como en mi caso -y no tengo malestar en decirlo- que soy de la
corriente de los trabajadores que no han tenido la suerte de poder llegar a una
universidad para cursar estudios que me hubieran capacitado intelectualmente.
(51)

Salvador leyó finalmente su discurso, mencionó “la presión psicológica de la barra” ya


que el pueblo de Rawson se había agolpado al lugar donde sesionaba la asamblea y
aclaró, antes de empezar, que sabía que perdería la votación. Sin embargo, era su deber
como representante acercar la moción de gremios y de la cámara de comercio de
Comodoro Rivadavia para que ésta sea la capital. Su discurso primero se refirió al
carácter del espacio territorial dado que sería ideal que la capital estuviese en el centro
geográfico de la provincia para facilitar el acceso de sus habitantes. Sin embargo, esto
no era posible en Chubut, al que describió como un triángulo cuyos lados unían a
Esquel, Trelew y Comodoro Rivadavia. Entre estas ciudades las ventajas de Comodoro
eran obvias. La ciudad tenía la capacidad edilicia disponible para albergar el gobierno
sin necesidad de gastar fondos en su construcción, contaba con todas las facilidades de
infraestructura, de logística, de medios de comunicación, de servicios de seguridad,
educativos, etc. Esto era fácticamente evidente y ver otra cosa “significaría colocarse de
espaldas a la realidad”. Salvador llevaba a la convención “los títulos que la habilitan,
holgadamente, para ser capital de la provincia. Títulos basados en el imperio de su
economía cuantiosa y por indiscutible derecho de la magnífica y abnegada acción de sus
hijos.” Esto no era una pretensión caprichosa “sino, antes bien, su indiscutible derecho a
ser capital de la Provincia.” (54)

Es decir, el discurso de Salvador planteaba en primera instancia una división interna a la


vida política entre legos y no-legos y destacaba el daño que suponía el impedimento de

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la lectura para alguien que no había pasado por la universidad. Pero luego su discurso
derivaba en una enumeración de ventajas administrativas y edilicias a través de la cual
ese daño se esfumaba. Al momento de postular a Comodoro Rivadavia como capital de
la nueva provincia, la discusión perdía su cariz conflictivo para transformarse en la
descripción de una división territorial naturalizada. Era a partir de la diferenciación de
bienes y servicios que Comodoro “naturalmente” debía imponerse como capital;
pretensión que aparecía como despolitizada pero fácticamente evidente a pesar de la
presión psicológica que ejercía la presencia del pueblo de Rawson.

La respuesta de quienes se opusieron a que la capital estuviese emplazada en Comodoro


Rivadavia indirectamente retomó estos dos aspectos del discurso del “modesto obrero”,
tal la forma en que se refirió el convencional Garasino a su par Salvador (57). La
negativa de elegir a la ciudad del sur retomaba [los aspectos de la “superioridad”
comodorense pero para remarcar] la distinción jerarquizada de lugares sociales a la que
se refería Salvador cuando mencionaba la condición universitaria como condición
pretérita para la política. En el discurso que proponía a Rawson como capital esa
distinción era reemplazada por la distinción entre una capacidad habilitada por una
particular sensibilidad histórico-cultural y la incapacidad política que suponía la mera
satisfacción de necesidades logísticas y materiales.

El primer convencional que pidió la palabra fue Ibarra (PDP) quien comenzó
preguntándose:

¿Da derechos el ser grande, poblado y con suntuosos edificios oficiales


levantados en épocas que prefiero no recordar y que fueron construidos por un
sector que gusta del derroche, del lujo y de todo aquello que signifique un acto
de una falsa grandeza? (55)

A continuación, el convencional demócrata progresista volvió a repetir el listado de


servicios e infraestructura que había señalado Salvador y preguntó nuevamente: “¿Todo
esto da derechos? ¿Todo esto lo despoja de los sentimientos patrióticos y el proceder
noble de que tanto se alardea? ¿Qué importa todo ello?” (55).

A partir de allí, la discusión para decidir dónde se ubicaría la capital provincial adquirió
otro cariz. La diferencia territorial en la disposición de bienes y servicios tomó un
sentido distinto que iba más allá de la distribución geográfica o de la potencial

6
satisfacción de necesidades. La contraposición se transformó en una polarización entre
valores materiales y valores espirituales. Es más, el argumento que oponía la
satisfacción de necesidades a la historia era negado casi dialécticamente, por lo que el
hecho de que Comodoro tuviera esa grandeza material era precisamente el punto que
negaba la posibilidad de que fuese la capital provincial. El argumento, expuesto por el
convencional Ibarra, se sostenía en la necesidad de descentralizar la administración
provincial y no concentrar todos los recursos en un solo lugar empobreciendo a los
demás. El discurso de Salvador sólo mostraba que Comodoro iba detrás de “un
mezquino interés”, en un “intento de atropello a un pueblo (Rawson) que con todo
orgullo puede gritar a los cuatro vientos que le corresponde el honor de continuar siendo
la capital de la Provincia del Chubut.” (55) La grandeza económica no podía ser
presentada como un argumento superior a la sensibilidad de un pueblo que, cuando le
arrebataron la mitad de su territorio con la creación de la Gobernación Militar, no fue
defendido por los habitantes comodorenses que no se movilizaron para evitarlo.

Es decir, la realidad de la grandeza de Comodoro era fácticamente observable, accesible


para cualquiera capaz de un simple cálculo. Sin embargo, lo relevante para pensar la
ubicación de la capital era poder delimitar quién tendría la capacidad sensible de poder
ver más allá de lo estrictamente necesario o de la imposición de lo mayoritario, para
poder entender la historia, la tradición y los valores del honor -ajenos a la necesidad.
Todo eso quedaba fuera de los argumentos sobre la grandeza económica. Incluso esa
tradición y ese honor iban a estar acompañados en Rawson por la tranquilidad óptima
que necesitaba el gobernante al momento de tomar decisiones y que sólo una ciudad
pequeña y tranquila podía darle, a diferencia de Comodoro Rivadavia que era una
ciudad percibida como el lugar de esparcimiento nocturno de quienes habitaban los
campamentos petroleros. Ibarra fue contundente.

Rawson, en cambio, es en la práctica la otra cara de la moneda. Es el bálsamo más


preciado para que los actos de gobierno se cumplan con verdadera justicia y meditación,
discutidos y resueltos en un clima agradable, totalmente imparcial y sobre todo muy
honesto. (55)

La intervención que siguió a la de Ibarra fue aún más lejos y se trató de la de


Gargaglione. Para él, en primera instancia, Comodoro Rivadavia debía ser descartado
geográficamente pues

7
en ninguna parte de nuestra República hay emplazada tan mal topográficamente
una ciudad como Comodoro Rivadavia, cuyos desparejamientos nos hacer
recordar las ilustraciones de Doré en el infierno del Dante. (57)

Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Gustave_Dor%C3%A9_-_Dante_Alighieri_-_Inferno_-
_Plate_10_(Canto_III_-_Charon_herds_the_sinners_onto_his_boat).jpg. Último acceso 9/9/2018

Este carácter infernal de la geografía iba acompañado de un argumento que, en segunda


instancia, apuntaba a la posibilidad de distinguir entre ciertas capacidades sensibles que
daba lugar a cierta idea del mérito necesario para ser capital. Si bien se reconocía
fácticamente el hecho de que Comodoro Rivadavia tenía mejores edificios públicos, la
pregunta que planteaba Gargaglione iba dirigida a la forma en que esas ventajas
materiales habían sido obtenidas.

[P]ero no se ha hecho la salvedad de que esos edificios públicos fueron una


especie de regalo del despilfarro a que nos acostumbró la dictadura cuando
inconsultamente y sin que se moviera un dedo de parte de los habitantes de

8
Comodoro Rivadavia, segregó de la Provincia una gran parte de su territorio
para hacer una gobernación artificial. 58

Ante la evidencia natural que debía regir la elección según el comodorense Salvador, se
erigía la artificialidad de la Gobernación Militar y las dádivas del peronismo al sur de la
provincia. La grandeza de Comodoro Rivadavia se desnaturalizaba al mismo tiempo que
se politizaba. La ubicación de la capital de la provincia no podía definirse por la simple
constatación de una riqueza recibida sin esfuerzo en medio de un territorio injustamente
empobrecido, sino que dependería de otro tipo de sensibilidad. Una sensibilidad que se
alejaba de los argumentos “eminentemente materialistas” que se imponían “sobre los
valores espirituales de la Provincia” porque “quien olvida la historia nuestra, la historia
del Chubut, hace de cuenta que anula su propia geografía” (58).

Puede percibirse entonces, y este el argumento que queremos proponer para repensar el
lugar que puede tener la espacialidad en la distribución de lugares sociales vinculada al
gobierno de la comunidad, es que el espacio territorial no aparecía simplemente como
un plano en el que se distribuyen objetos y sujetos solo limitado por fronteras definidas
institucionalmente. El espacio territorial es también un espacio simbólico en el cual se
inscriben procesos identificatorios que están atravesados por clivajes internos a la vida
comunitaria que operan como límites de sentido para la vida política. En este caso, estos
límites de sentido tuvieron un impacto sobre la definición de las instituciones en el
momento fundacional. Este límite interno a la vida comunitaria marcó una distinción
entre una sensibilidad atada a la satisfacción de necesidades que retóricamente se
vinculó al peronismo y una sensibilidad vinculada al honor y la historia. Esta frontera
implicaba también una jerarquía de méritos argumentados políticamente frente a la
natural elección que supondría apostar por Comodoro Rivadavia como capital.

Se preguntaba el convencional Gargaglione: “¿la futura Legislatura irá a trabajar a


propender al bien de la Provincia o a solazarse materialísticamente con las comodidades
que le pueda brindar una ciudad, las que no ha hecho esa ciudad precisamente?” Lo
mismo sostenía Mónaco, representante del Partido Socialista:

los convencionales comodorenses, que propician a Comodoro Rivadavia como


capital, lo han hecho solamente sustentando su grandeza material, que nosotros
creemos que sustentan injustamente, porque ni siquiera se ha debido al esfuerzo
de sus habitantes, como bien lo sabemos, sino a las facilidades que el Estado le

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ha otorgado, mirando exclusivamente el interés y los beneficios de una casta a la
cual después le dio el gobierno de esa zona. El gobierno central en una época
nefasta, felizmente ya superada, volcó en Comodoro Rivadavia todos los
recursos que podía, dejando de lado y sin tomar en cuenta los intereses de los
demás pueblos de la Provincia, al sólo objeto de que los militares que
gobernaban esa zona se solazaran en esa grandeza y tuvieran todas las
comodidades de que han gozado. (60)

Quienes representaban a Comodoro Rivadavia pretendían entonces un derecho a partir


de la defensa de un interés mezquino. Su pretensión era inmerecida ya que su grandeza
no había sido obtenida a partir del esfuerzo de sus habitantes sino que había sido un
regalo de Perón. Quienes querían dejar a Rawson como capital, por un lado, señalaban
la pretensión de la población comodorense que no reflexionaba sobre los méritos que
reclamaba, que no aceptaba que su grandeza sólo dependía de las ventajas de la
naturaleza “bendecida por el petróleo” y de las dádivas de Perón. Por el otro, y frente a
esto, estas demandas reclamaban para sí la historia y la creación política de un espacio
que de un modo natural no existiría, tal como lo demostraban las recurrentes menciones
de “la gesta galesa” y su lucha contra la naturaleza en el “desierto” (Williams y Barros
2017). Un espacio de arraigo muy diferente a una población fluctuante y heterogénea
como la de Comodoro Rivadavia. Esta era la tercera arista que aparecía en la discusión
sobre la ubicación de la capital. Este punto fue más discutido en el momento en que se
trataba el régimen electoral y la constitución de las circunscripciones. Sin embargo, es
constante a lo largo de la convención la referencia a una tensión entre un pueblo
arraigado al terruño a partir de la agricultura y la ganadería y un pueblo temporario
semi-nómade que habitaba los campamentos petroleros. Así lo exponía el convencional
Varela Díaz. Para él, la región cordillerana era “una zona de arboricultura, selvicultura,
ganadería y turismo”, “una zona de vida tranquila, paradisíaca; característica más
distinta de Comodoro” (32). Algo similar sucedía en la zona del valle a la que se
sumaban algunas industrias y la pesca. El caso de la población de Comodoro era bien
diferente: “Su población ha crecido considerablemente, no tanto por el aumento
vegetativo, como por las corrientes migratorias venidas del extranjero y del resto del
país. Es una población un poco aluvional, y que todavía no se ha cimentado
definitivamente en el lugar.” 32 A su vez, el convencional Garasino relataba su visita a
un campamento petrolero cercano a Comodoro Rivadavia “que tiene abundante

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producción y que los obreros habitan en casas, habitáculos llamados carpas, que no
tienen ni siquiera las más mínimas condiciones de confort para sus habitantes.” (113-
114) Como puede observarse, el argumento sobre la población vuelve de algún modo
circularmente a la discusión previa sobre los criterios de pertenencia. El gobierno de la
comunidad debía quedar a resguardo de una región marcada por la tranquilidad de la
vida rural, agrícola ganadera, antes que quedar a merced del ritmo frenético y en
constante movimiento de la explotación petrolera.

Francisco Salvador, el mal parresiasta

Francisco Salvador comienza como buen parresiasta que le habla al poderoso y cuenta
su historia con un discurso peronizado. Lo que dice Salvador es que su ciudad, frente a
los poderosos que le quieren quitar su carácter de capital, es capaz de satisfacer la
reproducción de la vida de la nueva comunidad provincial de una manera más eficiente
que otras ciudades. De allí parte su discurso. Es un buen parresiasta que solicita su
derecho a la palabra leída. En esa primera discusión ya puede rastrearse la forma en que
funciona la politeia griega distinta a una forma que está marcada por la escansión básica
en dos polos que asume lo popular en los populismos. El poder autoriza la lectura al
humilde. La isegoría entonces no asegura “per se” el que todo el mundo pueda hablar,
sino que ese derecho debe tener una instancia más de autorización. Y no es cualquier
instancia sino la decisión benévola de quien concede solidariamente una excepción.
Salvador reclama y no reclama un derecho, puede hablar, pero para poder decir la
verdad debe ser autorizado a leer. Esa instancia autoriza entonces la lectura que es
realizada con coraje, ya que Salvador corre un riesgo. El riesgo de ser identificado no
sólo como el humilde obrero, sino como quien apoyó al tirano aprovechando los
beneficios que eso suponía y luego debió reconocer su error una vez sometido a su
arbitrio. Salvador, de algún modo, ya cumplió alguna vez este rol parresiasta y, como
una de las posibilidades que evaluaba Platón en Siracusa, su viaje terminó mal. Sólo en
Bahía Blanca y despedido de YPF.

La actitud de Salvador se apoya en ese coraje y corre el riesgo de volver a ser


proscripto. Su discurso leído es una enumeración de bienes, de infraestructura, de
capacidades logísticas todas ellas dirigidas a satisfacer necesidades fisiológicas: de
habitación, de facilitación de circulación de objetos y sujetos, de provisión de bienes y

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servicios, etc. Su hablar es franco en tanto describe cosas que no son difíciles de
calcular y corroborar, que están a la vista, pueden tocarse, fueron hechas y pueden ser
aprovechadas. No oculta nada. Al hacer esta descripción Salvador asume un deber, para
él es una obligación moral defender a la ciudad, su ciudad, que genera la riqueza
necesaria para la supervivencia de una nación como es el petróleo. Cumple un deber
porque siente la obligación de hacerlo y demuestra estar respaldado por la veracidad de
su descripción. Su discurso leído no se adorna con figuras sino que se apoya en datos
que respaldan un deber moral como ciudadano.

Salvador se enfrenta así como un débil frente a un poderoso. Pero no es cualquier débil.
El discurso de Salvador es débil en 1957 porque fue poderoso diez años antes y cayó en
desgracia. Eso le dará un carácter distinto a la debilidad del humilde trabajador. Lo cual
ya nos muestra que en la gestión de esa debilidad habrá distintas posibilidades, en la
dynasteia operará el carácter de las diferencias y deberíamos prestar atención a esas
formas posibles y diferentes. (La imprecación del débil de la que hablan Derrida y
Foucault no es única ni uniforme, y en la gestión de esa debilidad aparecerán las formas
de la política.)

Las respuestas a Salvador son contundentes e irán desmintiendo una por una esas
virtudes características del parresiasta, hasta terminar dejando al desnudo lo que
ocultaba esa pretendida verdad encarnada en la satisfacción eficiente de necesidades.
Ella no estaba animada por el coraje, sino por el temor a perder un privilegio. Corre el
riesgo de perder un lugar en la comunidad que había sido obtenido inmerecidamente,
para solaz de los precoces seguidores y aduladores del tirano. Lo cual significa que esta
no era una imprecación respaldada por un deber moral, sino un simple cálculo para
evitar la pérdida de un privilegio.

La demostración de la contundencia de las respuestas tiene un carácter radicalmente


diferente. No será un discurso que presente, dato por dato, una realidad empírica
distinguible de aquella presentada por Salvador. El litigio no se reduce a estimar
edificios y vías de comunicación, sino que se centra en un conflicto sobre lo que supone
ser la capital de un territorio y de la definición de la grandeza y el mérito que eso
implica. Es un conflicto rancieriano, no entre blanco y no-blanco, sino entre blanco y
blanco. Las respuestas a Salvador muestran una comunidad a (re)construir a partir de un
litigio. Es decir, una comunidad en la que conviven dos discursos veraces disputando el

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lugar en el que se definirá aquello que permite hablar de lo verdadero. Las respuestas
dejan ver dos logos disputándose la condición de verdad. Frente al discurso de la
satisfacción de necesidades se opondrá el discurso de la memoria histórica, el honor y el
linaje ético.

Estas tres cuestiones se conjugan de forma muy dinámica a lo largo de la convención.


La memoria histórica en oposición a la naturalidad de la necesidad, el honor frente a la
simple sensación de saciedad que provoca la satisfacción y el linaje vinculado al
esfuerzo pionero europeizante. La necesidad hace hablar, pero no puede decir la verdad.
La verdad sólo puede ser dicha cuando no hay necesidad y queda tiempo para narrarla.
Por eso tampoco puede ser leída sino que debe ser expresada en un registro en el cual la
palabra hablada es superior a la palabra escrita. La verdad hablada es una verdad que
emerge, a la vez, espontánea y premeditadamente. Es espontánea en tanto es dicha por
un sujeto que la encarna, pero es premeditada en tanto está respaldada por la memoria,
el honor y el linaje. La falsa verdad de la saciedad puede tener un registro espontáneo,
pero será un grito de necesidad, hambre o dolor, no necesariamente un gesto ético que
nombre lo bueno, lo justo y lo bello. Una mala parrhesía.

Esa es la forma que adquiere la dynasteia en la convención constituyente. En ella se


encuentran dos dinámicas. Una dada por la interacción entre sujetos con igual derecho a
la palabra y en condiciones de igualdad ante la ley; otra atravesada por la desigualdad
sostenida en un discurso que logra un ascendiente e impone una verdad que, por esa
misma razón, deja de ser “una” verdad y se extiende como el criterio de veracidad. Eso,
además, sumado a la marca que adquiere por el hecho de ser un ascendiente al que se
llega en un momento fundacional de la comunidad. En tanto instancia inaugural a través
del logro de ascendiente (momento de fuerza de ley, Derrida/Gallego) va a efectuar una
partición de la comunidad en espacios internos diferenciados. Va a gestionar el vínculo
entre las diferencias en juego de una manera particular. El logro de ascendiente implica
una escansión, una diferenciación de lugares sociales marcada por la posibilidad de
acceso y expresión de verdad que el ascendiente habilita.

¿Cómo aparece esa capacidad en la convención constituyente? Aparece encarnada en un


sujeto que es capaz de entender y respetar una memoria histórica que lo separa del
abismo de lo natural, que es capaz de evaluar esa capacidad en las demás diferencias
que le rodean y que es capaz de sentirse parte de un linaje que le permite tomar la

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palabra para expresarse verazmente. Un sujeto que reconoce su facultad de darse un
mundo histórico al no responder al simple llamado de la satisfacción de necesidades o
que, por lo menos, puede permitirse opciones al momento de la satisfacción; un sujeto
que dadas esas opciones puede imaginar que sus alter ego son también portadores de
esa facultad; y un sujeto que será parte de la comunidad compuesta por esas diferencias
capaces. En este aspecto puede verse que estamos frente a un registro no muy distinto a
aquel en el que la teoría social pensó la idea de acción en el siglo XX. Giddens

Estas capacidades que se ponen en juego en el logro del ascendiente pueden ser
reducidas a la figura de la estima (queda por verse si este es un intento formalizador o
una simple reducción). Lo que se juega es esa dinámica particular que supone la
igualdad en la toma de la palabra y ante la ley y la diferencia/escansión que supone el
logro del ascendiente es la capacidad de estimar. La capacidad de estimar un cálculo
que permita saciar una necesidad o un deseo en su justa medida, pero también la
capacidad afectiva de estimar a quienes comparten la vida comunitaria y respecto a
quienes, por tanto, tenemos cierta responsabilidad. Es la capacidad de estima lo que
permite distinguir entre historia y naturaleza, honor y necesidad, linaje o extrañeza.

Es esa capacidad la que el discurso de verdad le niega a Salvador. No es capaz de


reconocer que su mirada perspectiva de la simple satisfacción logística no puede estimar
el honor que supone haber llegado al espacio provincial en busca de libertad religiosa
(la comunidad galesa) y el mantenimiento de una tradición cultural sostenida en el
cultivo de la tierra. En contraposición a la explotación de un recurso que es agotable y
sucio, que produce riqueza pero no arraigo, un sujeto y un lugar que no pueden
reconocer lo bello (infierno del Dante) en tanto su único mérito es haber recibido
dádivas para disfrazar su incapacidad de reconocer la verdad. Un sujeto en un lugar que
no puede estimar lo corto del plazo de su recurso, ni sus vaivenes en un mercado que no
depende de él, pero que tampoco puede estimar al otro: no supo evaluar el pragmatismo
del líder ni las desdichas a las que se vieron sometidas quienes quedaron fuera de esa
infernal invención peronista que fue la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia.
No puede estimar, además, la posición de debilidad en la que quedarían los otros
pueblos de la nueva provincia. De aquí la descripción de Rawson como una joven
empobrecida por el potencial abandono.

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Queda entonces claro que la estima-de-sí y la estima de los demás no opera sólo al
momento de encontrarnos con identificaciones populares. [Presentar argumentos
cambios en la estima en las articulaciones políticas populistas.] La capacidad de estima
es lo que sostiene las formas en que se gestiona la relación potencialmente múltiple
entre diferencias. La adscripción de esa capacidad de estima define la manera en que se
relacionan las diferencias. A Salvador precisamente se le desconoce esa capacidad a
partir de la historia, el honor y el linaje. La buena y la mala parrhesía se pueden
distinguir sólo a partir de la adscripción de la capacidad de estimar y sólo se puede
lograr ascendiente sobre aquellos que son adscriptos. El resto, quienes no pueden
estimar, simplemente deben creer/obedecer, como ya lo dijo Locke. Podrán hablar, pero
no podrán decir la verdad.

Bibliografía

Barros, Sebastián y Carrizo, Gabriel (2012) “La política en otro lado. Los desafíos de
analizar los orígenes del sistema político chubutense”, en Martha Ruffini, “De
territorios a provincias. Actores; partidos y estrategias en las nuevas provincias
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Historia Política, Septiembre 2012. Consulta 21 de mayo de 2018,
http://historiapolitica.com/dossiers/territorios-a-provincias/
Bianchi, Matías (2013) “The Political Economy of Sub-National Democracy. Fiscal
Rentierism and Geography in Argentina”. Tesis doctoral presentada en el Institut
d’Études Politiques de Paris, École Doctorale de Sciences Po.
Bianchi, Matías (s/f) Geography and sub-national democracy: lessons from Argentina”,
University of Arizona, Tucson, mimeo.
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