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Aulas inclusivas: reflejo de la neurodiversidad cerebral

26 septiembre, 2016. Recuperado de https://escuelaconcerebro.wordpress.com/2016/09/26/aulas-


inclusivas-reflejo-de-la-neurodiversidad-cerebral/

El enfoque de educación inclusiva implica modificar sustancialmente la estructura, funcionamiento


y propuesta pedagógica de las escuelas para dar respuesta a las necesidades educativas de todos y
cada uno de los niños y niñas, de forma que todos tengan éxito en su aprendizaje y participen en
igualdad de condiciones. En la escuela inclusiva todos los alumnos se benefician de una enseñanza
adaptada a sus necesidades y no sólo los que presentan necesidades educativas especiales.

UNICEF

La escuela inclusiva: una necesidad

La sociedad actual ha vivido en estos últimos años una acumulación de cambios en valores, actitudes
y prácticas que se reflejan en los planteamientos de la educación y en la realidad de la escuela. Uno
de estos cambios se refiere al reconocimiento de la diversidad del alumnado, comprendiendo esta
diversidad como un valor enriquecedor y positivo para todos, pero que obliga a la búsqueda de
alternativas didácticas en la educación y en la práctica de la escuela. Estas alternativas se basan en la
introducción de prácticas coherentes con la inclusión educativa que estén fundamentadas
científicamente, más allá de los modelos de intervención compensatoria (Muntaner, 2000).

Hablar de escuela inclusiva en pleno siglo XXI parecería redundante. Pero son muchos los contextos
educativos que siguen reduciendo el concepto de escuela inclusiva a los principios educativos, a las
señas de identidad…, sin que esta forma de entender la educación tenga un reflejo en la práctica
educativa dentro del aula. Las escuelas reflejan el modelo de sociedad que se persigue en un país y
ello conlleva que lo que sucede dentro de nuestras aulas sea una gran responsabilidad de todos. La
escuela inclusiva debería ser un principio moral fundamental para una sociedad que aspire a tener
mayor equidad y justicia social, un derecho humano que debería ser protegido y/o una razón para
generar procesos de transformación y mejora de los sistemas educativos (Echeita y Ainscow, 2011).
Que nuestra propia realidad ha cambiado, es un hecho. Pero ¿ha cambiado la escuela al ritmo de la
sociedad actual o seguimos ofreciendo un modelo escolar propio de décadas anteriores? ¿Qué modelo
de escuela ofrecemos hoy a nuestro alumnado?

Jesús C. Guillén. (23 de septiembre de 2016). Educación inclusiva


https://www.youtube.com/watch?v=1XQ3f4avrfk

Creemos que dos son las características fundamentales que debe tener nuestro modelo de escuela del
presente para un futuro inmediato: calidad y equidad. Todos estaremos de acuerdo en afirmar que la
educación debe ser de calidad, pero ¿qué significa una educación de calidad? La calidad de la
educación sólo puede alcanzarse si llega a todos y es de calidad para todos, sin excepciones ni
discriminación, así la equidad en educación se convierte en un criterio de calidad. Por tanto, la
equidad debe ser el núcleo de la construcción de una sociedad inclusiva. Concepto profundo que
refleja una idea básica: los sistemas educativos que no respeten los derechos humanos no se pueden
considerar que sean de calidad. Esto significa también que todo progreso hacia la equidad constituye
una mejora de la calidad. (Muntaner, 2014). Esta situación conduce a los sistemas educativos a la
necesidad de implementar nuevas formas de enseñanza que permitan personalizar los procesos
educativos. Como comenta Pizarro (2003, citado por Rodríguez, 2016): “La estructura del
currículum, la selección de contenidos, las metodologías elegidas, el uso de recursos avanzados, los

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modelos de evaluación, la organización de los centros docentes…, tienen que acomodarse a los
nuevos conocimientos con que cuenta la sociedad actual para enseñar mejor y lograr, igualmente,
mejores y más funcionales aprendizajes en el alumnado”. En este sentido, la neuroeducación, como
disciplina que emana de los principios de la neurociencia cognitiva, ha revolucionado conceptos como
los de inteligencia y desarrollo. Reconocer que la plasticidad cerebral es la capacidad del cerebro de
permanecer abierto a las continuas influencias del medio ambiente durante toda la vida y ser
modificado por él, incita al docente a entender que la enseñanza es determinante en la construcción
del cerebro y de las expectativas que pueden generarse sobre el desarrollo de los alumnos sin importar
el déficit que presenten.

Con la finalidad de construir una nueva cultura para las personas con Necesidades Específicas de
Apoyo Educativo (NEAE), aparece la escuela inclusiva como una respuesta que no sólo reconoce,
sino que además valora la heterogeneidad del alumnado, al centrarse en el desarrollo de las
potencialidades de cada cual, y no en sus dificultades. La idea central -que conviene desarrollar- es
que si queremos apostar por la inclusividad y la atención a la diversidad, esto no se puede hacer en
aulas específicas para el alumnado con NEAE; por el contrario, debería hacerse en el aula ordinaria
mediante las metodologías activas y el uso de estructuras de aprendizaje y enseñanza cooperativas.
Desde esta perspectiva, intentamos reflexionar en este documento sobre las aportaciones que
provienen de la neuroeducación al respecto.

Ante esta situación, la educación debe ser concebida como un elemento facilitador del desarrollo de
todo ser humano, independientemente de los obstáculos físicos o de cualquier otra índole que afecten
al individuo. En consecuencia, la inclusión requiere la adopción de una perspectiva amplia de la
educación para todos que abarque la totalidad de las necesidades de los educandos, incluyendo
aquellos vulnerables a la exclusión y marginación. Y esta educación inclusiva ha de permitir que tanto
los profesores como los alumnos perciban la diversidad como una oportunidad para enriquecer la
enseñanza y el aprendizaje y no como un problema (UNESCO, 2005, citados por Echeita y Ainscow,
2011). Siguiendo estas ideas introductorias sobre educación inclusiva, Echeita y Ainscow (2011) han
identificado cuatro elementos determinantes:

 La inclusión es un proceso.
 La inclusión busca la presencia, la participación y el éxito de todos los estudiantes.
 La inclusión precisa la identificación y la eliminación de barreras.
 La inclusión pone una atención especial en aquellos grupos de alumnos/as en peligro de ser
marginados, excluidos o con riesgo de no alcanzar un rendimiento óptimo.

Complementando lo anterior, la definición de educación inclusiva, en la práctica, puede precisarse y


concretarse, según Booth y Ainscow (2015), en las tres dimensiones siguientes:

 Creación de culturas inclusivas.


 Elaboración de políticas inclusivas.
 Desarrollo de prácticas inclusivas.

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Cooperación en el aula. Colegio SAFA de Úbeda: https://www.youtube.com/watch?v=L-BLSlcVDMU

El poder de la neurodiversidad

La búsqueda de la inclusión en nuestras aulas puede pasar por muchas etapas y plantear diferentes
fases de abordarla, sin embargo, el cambio de actitud por parte de todos los agentes educativos que
la hacen posible, será una de las claves para conseguirlo (Márquez, 2015). La transformación, el
cambio… precisan pasar a la acción, y qué mejor impulso que las aportaciones de la neuroeducación
para comprender que la atención a la diversidad representa un enfoque natural lleno de nuevas
oportunidades. Si los procesos de transformación del sistema educativo precisan de un cambio de
creencias, será necesaria una nueva visión de la persona con NEAE. Para ello, la neurociencia y la
psicología positiva pueden aportar un nuevo enfoque a la hora de entender y atender a la persona
considerada como diferente.

Es curioso que el término de escuela inclusiva se utilice, fundamentalmente, para referirnos al modelo
educativo del alumnado discapacitado o también denominado de Necesidades Educativas Especiales
(NEE). Pero en la última década, desde la neurociencia ha surgido un nuevo concepto que defiende
la necesidad de apostar por las aulas inclusivas: la neurodiversidad. Como concepto, sólo tiene diez
años de antigüedad. Se originó como un movimiento entre individuos diagnosticados con trastornos
del espectro autista (TEA) que querían ser considerados diferentes, pero no discapacitados. Podemos
definir la neurodiversidad como: “una idea que afirma que el desarrollo neurológico atípico
(neurodivergente) constituye una diferencia humana normal que debe ser tolerada y respetada como
cualquier otra diferencia humana”. Está claro que necesitamos una nueva mirada que conciba los
cerebros humanos como las entidades biológicas que son, y que sea capaz de apreciar las enormes
diferencias naturales que existen entre un cerebro y otro en lo relativo a sociabilidad, aprendizaje,
atención, estado de ánimo y otras importantes funciones mentales. Hemos de admitir que no existe
un cerebro estándar y que, de hecho, la diversidad entre cerebros es tan maravillosamente
enriquecedora como la biodiversidad y la diversidad entre culturas y razas (Armstrong, 2012).

Partir desde este concepto, implica rechazar el pensamiento basado en la enfermedad, y abrazar una
visión más positiva del trastorno o la enfermedad mental. Las recientes evidencias que se están dando
en la ciencia del cerebro, la psicología evolutiva y otros campos, sugieren que entre los daños y las
disfunciones presentes en los cerebros de personas diagnosticadas con trastornos de salud mental
pueden observarse destellos brillantes, deslumbrantes, de promesa y posibilidades sobre sus
capacidades. Por esta razón, será esencial que empecemos a utilizar un lenguaje más positivo para
hablar del cerebro en sus múltiples variaciones. Así como utilizamos los términos diversidad cultural

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y biodiversidad para referirnos a la rica variedad de la herencia social o de la vida biológica, la
educación necesita un término que exprese la riqueza de los diversos tipos de cerebros existentes
dentro de nuestras aulas. Si cada uno de nuestros cerebros es único, significa que todos somos
diversos, y que atender a la diversidad es una necesidad real y tangible en todas nuestras aulas,
independientemente de que tengamos alumnado con Asperger, Síndrome de Down, TDAH, etc. Por
esta razón, la educación inclusiva debe entenderse como un desafío y una oportunidad para enriquecer
las diferentes formas de enseñar y aprender. La idea de una escuela inclusiva, tiene que ver con todo
el alumnado, constituyendo una palanca para la innovación y la mejora de las prácticas educativas
basadas en la neuroeducación.

José Ramón Gamo (ver video) lo explica de una manera genial: “Si eres miope, y yo te explico toda
mi materia con presentaciones con letra roja, pequeña y te siento al fondo de la clase, no podrás ver
nada, y por lo tanto perderás el hilo de mi explicación. En ese momento, tú, persona miope, te
conviertes en un discapacitado/a. ¿Tiene esto lógica alguna? No. Basta con cambiar ciertos aspectos
para integrarse en la clase, y que puedas trabajar con los demás. La pregunta es: ¿Por qué en nuestras
clases no adaptamos nuestras materias, metodologías y estrategias para conseguir que todo el
alumnado participe? ¿O a alguno de nosotros se le ocurriría quitarle las gafas al alumnado miope, ya
que con eso cuenta con una ventaja con respecto a los demás?”

José Manuel Jambrina (16 de mayo de 2014). Conferencia Jose Ramon Gamo.
https://www.youtube.com/watch?v=fNzjKGRIJt0

Thomas Armstrong (2012) ha identificado, en su libro “El poder de la neurodiversidad”, ocho


principios que sustentan este nuevo enfoque hacia la persona con NEAE. Algunas de las ideas básicas
que se derivan de los mismos son las siguientes:

 El cerebro tiene una enorme habilidad para transformarse como respuesta al cambio.
 Los seres humanos y sus cerebros existen a lo largo de espectros continuos de competencia.
 La percepción de lo que son los trastornos mentales refleja los valores de un periodo social e
histórico determinados.
 El éxito en la vida también depende de la modificación de tu entorno para ajustarlo a las
necesidades de tu cerebro único.
 Las experiencias ambientales alteran directamente la estructura cerebral.
 Considerar nuestras capacidades interiores refuerza nuestra autoconfianza, nos infunde valor
para perseguir nuestros sueños y fomenta el desarrollo de habilidades específicas que pueden
reportarnos una profunda satisfacción en la vida. Esto nos proporciona un bucle de
retroalimentación que ayuda a contrarrestar el círculo vicioso en el que caen muchas personas
con trastornos mentales como resultado de sus capacidades.

En relación con esto, nos gustaría también destacar que la terminología utilizada despierta ciertas
controversias. Por ejemplo, Flórez (2015) rechaza la idea de sustituir el término de discapacidad por
el de diversidad funcional, o el de discapacidad intelectual por el de neurodiversidad. Según dicho
autor, la diversidad funcional y la neurodiversidad son propiedades que definen a todo ser humano.
La discapacidad, en cambio, queda definida por las limitaciones en las funciones cognitivas y
conductas adaptativas que condicionan el funcionamiento en la vida diaria. En palabras del propio
Flórez (2016): “Lo que intentamos mediante el análisis y el estudio neurocientífico del cerebro es
comprender y ofrecer soluciones a esa diversidad funcional que observamos en la discapacidad, que
es estricta consecuencia de la neurodiversidad, y fruto de la ineludible fragilidad consustancial a la
biología humana.”

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Independientemente de lo comentado anteriormente, hemos de admitir que apostar por un enfoque
inclusivo en el tratamiento del alumnado con NEAE, implica una nueva forma de mirar a la persona
en su totalidad. Teniendo en cuenta en todo momento su proceso de enseñanza-aprendizaje, sus
potencialidades y sus necesidades educativas. Necesidades que serán especiales en función de la
planificación de los servicios y apoyos que se oferten desde la comunidad educativa. La persona
neurodiversa no recibe un favor sino que debe acceder a lo que por derecho natural le corresponde:
el goce de la condición humana. “Inclusión”, y todo el paradigma que invoca, deberá ser reemplazado
por un modelo basado en la noción de “convivencia”. Entenderemos, solamente así, que la sociedad
es diversa en sí misma, esa es su mayor riqueza. Entonces, la escuela ha de ser también diversa en sí
misma y en ella han de convivir todos. Bajo esta óptica podremos crear modelos y, además, legislar
con mayor acierto. No para que las escuelas acepten “cuotas” de “incluidos”, sino para derribar en sí
los filtros de la “normalización” y entender que sin diversidad estamos condenados al fracaso como
sociedad (Reaño, 2015).

Neuroeducación en el aula

En consonancia con lo que sabemos sobre la plasticidad cerebral, siempre es mejor mantener en el
aula ordinaria a todo nuestro alumnado, ya que eso estimulará más su proceso de cambio y adaptación
continua. De hecho, existen programas y ejemplos, como el de Barbara Arrowsmith-Young (ver
video) o el del propio José Ramón Gamo, que demuestran cómo una persona puede cambiar su
cerebro.

TEDx Talks (27 de abril de 2013). The Woman Who Changed Her Brain: Barbara Arrowsmith-Young at
TEDxToronto. https://www.youtube.com/watch?v=o0td5aw1KXA

A diferencia de lo que creíamos hace algunos años, en la actualidad sabemos que nuestro cerebro es
tremendamente moldeable y que, como consecuencia de esta plasticidad, puede reorganizarse de
forma estructural y funcional adaptándose continuamente al aprendizaje. Esta propiedad inherente al
cerebro posibilita que el aprendizaje se dé durante toda la vida y constituye una puerta abierta a la
esperanza porque sugiere que siempre podemos esperar la mejora de nuestros alumnos, algo
especialmente importante en aquellos con dificultades de aprendizaje (Guillén, 2016). Etiquetar a los
alumnos, tal como se ha hecho tantas veces, no está en consonancia con los conocimientos que
disponemos sobre el cerebro humano y su enorme plasticidad. Y ello puede perjudicar gravemente la
evolución académica -y también personal- del estudiante porque se ha identificado que la valoración
del maestro sobre el progreso del alumno es el factor que tiene mayor incidencia sobre su aprendizaje
(Hattie, 2015).

Relacionado con todo lo anterior, qué importante resulta no alejarnos de la educación artística, el
deporte o el aprendizaje de idiomas, que son fundamentales para un buen desarrollo cerebral y el
aprendizaje competencial. Y fomentar la inclusión en el aula mediante el trabajo cooperativo,
promueve la adquisición de una gran variedad de competencias básicas imprescindibles para un
aprendizaje real. De hecho, desde el nacimiento, tenemos la capacidad para aprender interactuando
con los demás porque disponemos de unas neuronas espejo que se activan cuando realizamos una
acción, pero también cuando observamos a otros realizarla. Sin olvidar que el trabajo cooperativo
constituye una recompensa per se, ya que estimula nuestro sistema de recompensa asociado a la
dopamina facilitando la empatía y la creación de nuevos vínculos sociales (Stallen y Sanfey, 2015).
El buen funcionamiento del hipocampo y sus conexiones con la corteza prefrontal agradecen un aula
en la que prevalece un ambiente acogedor y de respeto en el que se aceptan con naturalidad las
diferencias. Un aula inclusiva.

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Manuel Jesús Martínez Martínez @mjmmubeda77

José Luis Redondo Prieto @jlred1978

Referencias:

1. Armstrong, T. (2012). El poder de la neurodiversidad. Paidós Ibérica.


2. Booth, T. y Ainscow, M. (2015). Guía para la educación inclusiva. Desarrollando el
aprendizaje y la participación en los centros escolares. Madrid: FUHEM/OEI.
3. Echeita, G. y Ainscow, M. (2011): “La educación inclusiva como derecho. Marco de
referencia y pautas de acción para el desarrollo de una revolución pendiente”. Tejuelo 12,
26-46.
4. Flórez, J. (2015). Discapacidad Intelectual y neurociencia. Revista Síndrome de Down
2015; 32: 2-14
5. Flórez, J. (2016): “Neurodiversidad, discapacidad e inteligencias múltiples”. Revista
Síndrome de Down 33, 59-64.
6. Guillén, J. C. (2016). “Las claves de la neuroeducación”:
http://www.niuco.es/2016/03/03/las-claves-de-la-neuroeducacion/

7. Hattie J. (2015): “The applicability of visible learning to higher education”. Scholarship of


Teaching and Learning in Psychology 1(1), 79–91.
8. Márquez, A. (2015). “La inclusión educativa: Análisis de una lucha”:
http://siesporelmaestronuncaaprendo.blogspot.com.es/
9. Muntaner, J. (2000). “La igualdad de oportunidades en la escuela de la diversidad”.
Profesorado. Revista de Currículum y Formación del Profesorado 4 (1), 1-19.
10. Muntaner, J. (2014). “Prácticas inclusivas en el aula ordinaria”. Revista nacional e
internacional de educación inclusiva 7(1), 63-79.
11. Reaño, E. (2015). “Neurodiversidad: Más allá de la inclusión educativa”.
http://www.puntodeencuentro.pe/columnistas/ernesto-neurodiversidad
12. Rodríguez, R. (2016): “La construcción de ambientes de aprendizajes desde los principios
de la neurociencia cognitiva”. Revista nacional e internacional de educación inclusiva 9(2),
245-263.
13. Stallen M., Sanfey A. G. (2015): “Cooperation in the brain: neuroscientific contributions to
theory and policy”. Current Opinion in Behavioral Sciences 3, 117-121.

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