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«Dios siempre está con nosotros, pero no


siempre nosotros estamos en su presencia»

Español, casado, con cuatro hijos y cuarenta y


cuatro años de ministerio, este pastor de Adrogué,
Argentina, responde sobre la adoración
congregacional. Como experimentado conductor de adoración, Lorenzo
presenta interesantes ayudas para todo director litúrgico de cualquier
iglesia cristiana.

¿Cómo lograr que una congregación «entre» en la presencia de


Dios para adorar?

Creo que es una cuestión de entrenamiento espiritual. Es fundamental.


La congregación va entendiendo los caminos, más que las formas. Las
formas en realidad son lo relativo porque deben ser transformadas a
medida que la congregación madura. Es decir, no encontrar una forma y
ahí quedarse. Cuando eso ocurre se transforma en un rito, en una
liturgia y entonces esa liturgia llega a atar al punto de hacer morir el
espíritu de la adoración. Hay algo en la presencia de Dios que es nuevo
aún repitiendo las mismas formas, pero el peligro es hacer, de las
formas, el método.

Adoración es encuentro. Es decir, yo puedo alabar a una persona


diciendo: ¡Qué buena que es! ¡Qué fantástica! ¡Qué dones que tiene!
Sin estar delante de la persona, pero cuando tengo que adorar, el
objeto debe estar delante, tiene que estar presente. No puedo adorar a
la distancia. Adorar no es lo mismo que alabar. A veces se confunden
estos dos términos. Yo puedo alabar sin la persona adelante pero no
puedo adorar a la distancia. La raíz de la palabra es postrarse, es estar
de rodillas delante de. Esto es muy importante porque, en la adoración,
nosotros debemos concretar el encuentro; un encuentro con la majestad
de Dios, y con su gracia, al permitirme estar en su presencia. Se
establece la distancia que existe entre la majestad de Dios y mi
pequeñez.

Por eso tenemos que distinguir entre quién es el adorado, quién


conduce la adoración y quién adora. En nuestras iglesias encontramos
excelentes predicadores, tenemos personas que piensan
maravillosamente, pero muy pocos conductores a la adoración.

¿Cómo percibir que una congregación «ha entrado» en la


presencia de Dios?

Lo importante es empezar con la persona que va a conducir la


adoración. Cuando él pasa a la plataforma ya tiene que estar en la
presencia de Dios. Desde el primer instante, él tiene que estar
preparado, no sólo con el «orden de culto», porque puedo tener todo
escrito pero si no tengo a quién hacerle culto, aunque el orden sea muy
bueno el resultado será muy magro. El ha estado allí y, de algún modo,
sale de la presencia de Dios para llevar al pueblo a la presencia de
Dios.

¿Debe arrear al pueblo?

No es arrearlo. Es estimular al creyente para que libre y


voluntariamente se acerque a la presencia de Dios. Y en este sentido
hay un doble juego entre conducir y estimular. La congregación debe ir
porque entiende que es lo mejor para su vida, porque reconoce que
ése es su deseo porque a lo mejor no sabe cómo hacerlo pero se le
enseña el camino. Todo creyente desea encontrarse con la presencia
de Dios.

Pero, ¿cómo es eso? ¿No estamos siempre en la presencia de


Dios?

No. Dios está siempre con él pero no siempre él está con Dios. Una
cosa es: «Donde están dos o tres reunidos en su nombre, Él está». Y
otra: «Donde quiera que fueres, yo estaré contigo; no temas ni
desmayes». Él está en todos lados; está donde están los demonios
también, donde está una persona que no cree, pero no podríamos decir
que esa persona está en la presencia de Dios, es decir, que tiene
conciencia del ser de Dios. Creo que es allí donde podemos fallar. Una
cosa es decir: «Donde usted esté, Dios está» y otra cosa es decirle;
«Recuerde, hermano, tome conciencia del ser de Dios». En el culto, la
adoración es estar en la presencia de Dios y dejar que Dios trabaje.

El que tiene la dirección del culto tiene que saber que el barro debe ser
puesto en la mesa del alfarero y tiene que haber disposición en ese
barro para que el alfarero haga contacto con él y haga algo más. Un
culto debería concluir en todo creyente con un poco más de la imagen
formada de Dios en él, si no es así, el culto falló. Si no hay pecados
perdonados, si no hay vidas cambiadas, no hay transformación, no ha
estado en la presencia de Dios. Y si no estuve en la presencia de Dios,
no hay culto. He hecho un rito religioso más o menos bien enlazado,
más o menos bien cantado, pero no he estado en la presencia de Dios.

Puede ser un ejercicio psicológico y no espiritual…

Claro. El que dirige el culto debe tener cuidado de no tratar de


manipular. Como dijimos antes, no es arrear, sino conducir, señalar el
camino.

¿Cuáles son los elementos que ayudan al conductor para lograr


este encuentro?

El conductor debe pensar en aquellas cosas que a él mismo le fueron


de bendición. Es difícil hablar o hacer algo que uno no ha probado. Es
como una verdad bíblica: Si me ha tocado a mí, es probable que pueda
tocar al otro también. Si un canto, una adoración, un pensamiento, una
Palabra de Dios, un gesto fue lo que me ayudó a adorar, ¿por qué no
puede ayudar a mi hermano? La elección de los cantos tiene que ser
cuidadosa, y depende de si estamos subordinando toda la liturgia al
tema del mensaje o si estamos, simplemente, buscando una
experiencia de adoración. Son dos cultos diferentes. Hay cultos donde
todo se subordina al pensamiento central del sermón. Entonces la
elección de los cantos debe ir en función de preparar mental y
espiritualmente al creyente para la recepción del mensaje. Yo no puedo
saltar de una canción a otra.

¿Está mal dejar que la congregación elija las canciones en el


momento?
Esa elección libre y voluntaria que a veces se hace en las
congregaciones es buena, pero uno no debe caer demasiadas veces
en eso, porque la elección de canciones muy dispares en su contenido
y su ritmo hacen que la persona pierda, evidentemente, concentración.
Eso abre las puertas a que todos canten algo porque a uno solo «le
gusta la musiquita». Si dejamos que la gente elija, hay que enseñarles
y guiarlos a elegir bien. Bien se puede invitar a que elijan canciones
que tengan que ver con el tema o la situación del momento. Tampoco
estoy muy a favor de una repetición hasta el cansancio de la misma
canción. Eso puede conducir a una especie de vaciamiento mental que
no es lo que buscamos.

El cristiano canta expresando, desde lo profundo de su ser, la verdad,


la convicción de lo que cree, la fe que ha abrazado. Y eso debe ser
estimulado permanentemente por el que está delante. Hacerle pensar,
ya sea escogiendo una porción bíblica, ya sea un testimonio que venga
directamente con esa canción. Son elementos que ayudan y motivan,
no que le «dé manija» sino que nutra su fe. Debemos nutrir la fe. Por lo
general el creyente no viene al culto cantando y alabando al Señor.
Abre las puertas, entra y no está en adoración. No. El se sienta con
todo un barullo en su mente, a lo mejor discutió con su esposa o con
sus hijos o está pensando en que mañana tiene que ir a la oficina y
tiene algún lío. Todas esas cosas; la mente cargada y el espíritu no
presto. Hay que sacarlo de ese estado y una canción no suele bastar.

El pueblo no está en el Lugar Santísimo, hay que conducirlo hacia él.


Debemos nutrir su fe. No inventar nada, no se puede inventar algo que
no está en la persona. Pero lo que sí está en la persona hay que
estimularlo. «Hermanos, ¿ustedes realmente quieren reunirse en el
nombre del Señor?» Entonces hay un acto voluntario: «Sí, queremos».
Y en ese momento, sin darse cuenta, la persona está tomando la
decisión de reunirse en el nombre del Señor. No tenemos que
olvidarnos que nuestro pueblo mueve su voluntad a través de la
emoción. No nos gusta; preferimos que lo mueva a través de la
convicción, pero la realidad es lo primero.

Hablando de las emociones ¿En qué medida son lícitas y en que


medida no?

Cuando la emoción viene de una convicción, es decir: una verdad que


llega mental y espiritualmente a la persona, eso produce emoción;
cuando se va la emoción quedó el sedimento de la convicción, de la
verdad, nutrida con toda una experiencia emotiva. Ahora, cuando la
emoción es simplemente a nivel de sensaciones, es ahí donde tenemos
problemas, porque una vez pasada la emoción no quedan muchos
resultados sino el recuerdo y el creyente no puede vivir de recuerdos.
Estábamos en un retiro espiritual y algunos hermanos hacían referencia
a la experiencia vivida con Paul Yonggi Cho. Los momentos de
adoración esos días embargaban a muchos, pero yo les decía: «Eso es
pasado. Dios tiene algo fresco, hoy, para nosotros y debemos
aprovecharlo. Si de lo vivido sólo queda el recuerdo, entonces no sirvió
para mucho».

Al preparar la reunión, pueden haber dos concepciones: Una,


mirando al sermón y enfocándolo en una reunión temática.

Otra, puede ser la que dice: «El sermón sí, es muy importante,
pero vamos a tener un tiempo de adoración importante en sí
mismo, tenga o no que ver con el tema del sermón. ¿Cuál de los
dos es legítimo?

Creo que los dos, pero me parece mejor cuando integramos todo. Yo
creo que cualquier tema bíblico me da la posibilidad de conectar de
algún modo la adoración, algún aspecto de Dios que tenga que ver con
ese tema. No creo que el sermón sea algo descolgado. Es la Palabra,
es cuando escucho a Dios. La congregación tiene que estar lista para
escuchar a Dios cuando llega el momento, si no es así, el sermón va a
tener que hacer todo. Muchas veces pasa que llega el momento del
predicador y la congregación no está lista. Es como si el herrero
estuviera con la maza lista para dar forma al hierro y este no se hubiera
calentado. Por más que golpee, le va a costar muchísimo más. En
cambio, cuando el hierro está al rojo, la palabra golpea y da forma sin
romper.

Yo creo más en el culto donde se tiene una noción hacia donde se


quiere llegar, y no es simplemente un tocar cosas diferentes, aunque
no desestimo lo otro. Creo que el tiempo de adoración tiene que estar
siempre pero puedo hacerlo coordinado con la idea fundamental.

Si sólo se habla de un mismo tema. ¿Eso no produciría reuniones


monotemáticas y sin variedad?

El lado flaco de esa línea de pensamiento sería precisamente ése. A lo


mejor personas con otras necesidades no son cubiertas. Pero eso es
muy raro que ocurra. Se puede ser amplio y al mismo tiempo ir
enfilando hacia el punto principal.

¿Qué condiciones debería reunir la primera canción de un culto?

Es muy difícil eso. Hay un orden clásico. Los americanos trabajan


mucho sobre ese campo y han enseñado mucho. Es: «Miro a Dios, me
miro a mí mismo, hago el encuentro entre ambos». Entonces allí habría
adoración, habría contemplación, análisis, reconciliación, un
reencuentro para luego ir a la Palabra. Creo que eso depende del
Espíritu Santo, en su guía. El predicador no debería atarse a una
manera, debería tener simplemente la forma como referencia, pero
luego estar sujeto al Espíritu Santo. No durante la reunión nada más,
sino desde antes, cuando él está preparándose.

Lo más importante no es sólo saber qué tiene que hacer, sino también
con quién lo va a hacer, es decir que él esté listo, que este encuentro
se haya producido, que esté imbuido de la presencia del Señor. Más
importante que simplemente ponerse a recoger himnos y canciones y
pensamientos, cosas muy importantes, es el tiempo que él está con
Dios. Porque si él sale de la presencia de Dios y va a buscar al pueblo
es más fácil conducirlo.

Volviendo a las condiciones de la primer canción…

Si es que hay una primer canción. Puedo empezar con un testimonio,


con una lectura, con el sermón, depende de qué propósito tengo.

Hay quienes se inclinan a decir que la primer canción debe ser


bien movida, rápida, para ayudar a entrar en clima. Otros dicen:
«No, primero tiene que ser una canción que lleve al
arrepentimiento del pecado» ¿Cómo debe ser?

Tiene que ser algo que sorprenda, que haga pensar, no que haga sentir
solamente. No que sea un golpe a la emoción sino que sea un golpe
para sacarlo de donde está. Lo más probable es que no está en
condiciones de adorar. Puede ser un testimonio, una expresión, un
pequeño drama, una canción que uno sabe que la congregación la
canta con entusiasmo. No debería ser una canción desconocida, no un
pensamiento negativo, o una exhortación de tipo enjuiciadora. A veces
un chiste, alguna nota de humor. Algo que al individuo lo haga salir del
encierro en que está. Muchas personas están en un encierro.

A veces es decir: «Hermanos, saludémonos en el amor de Cristo. El


Señor está aquí con nosotros». Cosas que le ayuden al creyente que
viene en su microclima y que debe desprenderse de eso y entrar en la
presencia de Dios. El director del culto de adoración debe estar
observando a la congregación. El tiene que saber en su corazón dónde
está la gente. Si él no lo sabe no va a conducir como debe. Si él no
percibe dónde está la congregación y qué es lo que necesita, entonces
no la puede conducir. Creo que es más una gracia de Dios que
sabiduría humana. La dirección del culto es uno de los dones, un don
más del Espíritu, «el que preside, con solicitud».

Hay conductores que comentan cada canción o cada elemento del


culto: una canción, una lectura, un testimonio; comentan todo.
Hay algunos que prescinden de comentarios y lo hacen
hiladamente con sólo el anuncio de lo que se va a hacer. ¿Qué es
lo aconsejable?

Yo no puedo explicar lo que está claro. Estaría repitiendo lo que ya es


claro. Tengo que aportar pensamientos anexos que no sean una
repetición del concepto sino que sean una ampliación. Es como si yo
estuviera iluminando desde distintos reflectores la misma verdad y que
a la vez no desvíen la atención de esa verdad. A veces se concentran
simplemente repitiendo. Por ejemplo: «Hermanos, ahora vamos a
cantar». Y el director de culto lee la estrofa.

¡Es terrible eso! ¡No hace falta! La estrofa es lo que van a cantar.
Ahora, si dice una frase, un poema que está motivando sobre lo que
van a cantar, entonces sí.

Creo que la persona debe prepararse para expresar lo que va a cantar


y no simplemente hacerlo en forma mecánica. Con las cosas conocidas
es peligroso. Son las que más nos pueden ayudar o las que más nos
pueden interrumpir, porque son las que se cantan mecánicamente. A la
gente hay que sacarla del mecanicismo y hacerle vivir la experiencia de
la canción.

¿Qué porcentaje de toda la reunión debe dedicarse a la adoración


y qué porcentaje para la meditación o sermón?

Vamos a aclarar un punto: Desde el principio al fin deberíamos hacerlo


en la presencia de Dios. Esto está claro. La adoración debería llevar
suficiente tiempo para que la totalidad o la mayor parte de la
congregación esté en conciencia de la presencia de Dios. Ese es el
momento donde puedo seguir. Cuando el ser de Dios está clarificado
frente a los creyentes, cuando la gente está realmente adorando.

Una vez que se llegó a ese punto, ¿Cuánto permanecer allí?

A partir de ese momento el creyente ya tiene el impacto de la presencia


de Dios. Entonces puede pensar en sí mismo, puede pensar en
promesas, puede pensar en desafíos, porque todo eso lo está
pensando en la presencia de Dios. Cuando la persona llega, el Espíritu
Santo es quien toma la dirección. Quien es soberano ahora es el
Espíritu. Es el que va a llevar a la persona a las verdades, la verdad de
su propia intimidad, la verdad que el predicador le quiera hacer ver,
pero va a ser Palabra de Dios y no simplemente palabra del predicador.

¿Debemos dar los informes en la reunión?

En lo posible no.

¿Por qué no?

¿Qué informes dar? Esa debería ser la pregunta. No deberían darse


anuncios de cosas particulares. Cada organización dentro de la iglesia
debe tener su propia manera de llegar a los que le interesa; a lo mejor
uno está gastando tiempo y atención en anuncios que solamente
importan a un pequeño sector y el otro se desenchufa ya que no le
interesa en absoluto. Entonces viene la pérdida de concentración. Es
como si, en el aula, el profesor está hablando de matemática y de
repente surge un comentario de fútbol. Evidentemente hay una
desconcentración. Y la desconcentración es fatal para el culto. Muy
fácilmente, el ser humano, especialmente en Latinoamérica se distrae.
Es emocional, y hay elementos muy perturbadores en el culto: por
ejemplo, una silla que se cae. Si fuera en otro medio, una silla se cayó
y nadie le presta demasiada atención, pero en nuestro medio cualquier
cosa de esas sobresalta y distrae.

¿Y con el tema de la ofrenda?

Nosotros tenemos ofrenda en todos los cultos y es parte de la


adoración.

¿Cómo logras que ellos puedan hacerlo de corazón?

En primer lugar enseñé en todos estos años, todos los domingos, qué
es la ofrenda, en distintas formas, distintas maneras, mostrándole al
creyente que es un acto hecho a Dios, no para las necesidades de la
congregación. Dios sostiene a su iglesia. No es para pagar la luz, el
gas, el sueldo pastoral, los gastos de evangelización. Es una expresión
de adoración a Dios, el reconocimiento de que Él es el dueño de todas
las cosas. Y entonces el acto de ofrenda es para nosotros un acto de
adoración.

Nosotros no lo hacemos de la manera clásica. La forma tradicional es


que dos pasan banco por banco levantando la ofrenda. En nuestra
iglesia la gente pasa adelante. Hay dos mesas preparadas y entonces
la gente pasa adelante cantando, alabando al Señor y depositando su
ofrenda. Lo probamos una vez y después le dimos a la congregación la
opción y dijeron: «¡Es una bendición!» El hecho de levantarse, ir con la
ofrenda, entregarla, parecería que ayuda. Evidentemente, todo lo físico
ayuda a la expresión de adoración. Vivimos en una cultura que ha
hecho del cuerpo algo malo. Hemos esclavizado el cuerpo, creemos
que lo religioso no puede expresarse a través del cuerpo y lo hemos
inmovilizado. Pero un latino casi que no puede hacer nada sin el
cuerpo, no puede hablar, no puede pensar, no puede expresarse. Si a
un latino le atamos los brazos y dejamos inmóvil su cuerpo, ¿cómo
expresa las verdades? Entonces en el culto eso es importante.

Ayudarle a la persona a liberarse. ¿Liberarse para qué? Para levantar


los brazos a veces, para hacer lo que se siente. Supongo que una
persona, en determinado momento del culto, siente deseos de
arrodillarse. Bueno, que se arrodille. Siente ganas de ponerse de pie,
que se ponga de pie. El cuerpo debe ser un vehículo de la expresión de
adoración. Es parte de la persona. En la cultura católica se hace al
cuerpo malo. En nuestra cultura, subconscientemente, tenemos esa
sensación.

¿Cuáles son los errores más comunes al comenzar un culto?

Tratar de ganar la atención llamando la atención. Hay que empezar. Se


puede juntar un grupito y decirle: «Comencemos con esta canción». Al
resto no le dice nada porque están hablando. Pero decir: «Bueno,
hermanos, vamos a empezar. Hagan silencio», es lo peor que usted
puede hacer. Hay que empezar. Cuando la congregación no está en
silencio antes de comenzar, lo mejor es una canción. O un número
especial de canto. Es notable como la persona, cuando hay alguien
delante cantando, va callando, y no importa si el murmullo va
decayendo lentamente. No estemos pretendiendo un absoluto silencio
de arranque, el silencio se va a producir.

Los errores más comunes en el manejo de las canciones.

Una de las cosas que pueden llegar a perturbar mucho es la diferencia


de criterios entre los que tocan instrumentos y el que dirige. Eso es una
larga discusión. Para las iglesias evangélicas es más fácil resolverlo
cuando el director de culto se pone de acuerdo con el director de
música y aunque el mismo director de adoración dirija la música, él
tiene que ponerse de acuerdo con los instrumentistas.

Que lo conozcan y sepan, con pequeños gestos, si tienen que hacerlo


más rápido, más lento; si tienen que subir el volumen, bajarlo, que todo
se haga silencio, esas cositas que hacen que el creyente preste más
atención. Por ejemplo, empezar una canción con sonido de trompeta
llama inmediatamente la atención, o no usar siempre los mismos
ritmos.

Otro error común, aunque bastante trillado, es «hacer tiempo». Eso es


subordinar una parte que es muy importante es, de alguna manera,
menospreciarla. «Bueno, hermanos, vamos a cantar porque así los que
están hablando hacen silencio». ¡Qué propósito para cantar! ¡Es
terrible! El director de culto debe estar permanentemente dispuesto a
las ideas creativas. Estar dispuesto al golpe de inspiración. Hay que
hacer una diferencia entre inspiración e improvisación. Improvisación
es lo que hacemos los latinos en nuestra vida común, eso es constante.
Para el creyente, en medio de un ambiente latino como el nuestro, es
difícil preparar las cosas con tiempo, con orden, concienzudamente, es
una estructura que no es nuestra. La improvisación puede
transformarse en inspiración.

Creo que nosotros estamos más preparados en América Latina a que


el Señor, el Espíritu Santo vaya inspirándonos ideas, pero tenemos que
estar listos para eso. No aferrarnos a un programa si vemos que la
congregación está en otro lado. Si quiero llevarla, en diversas etapas,
hacia un fin pero veo que se quedó en la primera y yo estoy en la
tercera, entonces no me sirvió de nada. De alguna manera tengo que
tomar la congregación y conducirla. Eso obligará a cambios en la
estructura, a cambiar un himno, un énfasis. Creo que otro de los
errores que se pueden hacer en el canto de una canción es parar y
explicar, parar y explicar.

La única razón por la que debe pararse una canción es que no se está
cantando bien, ya sea desde el punto de vista musical o en el sentido
de la vivencia.

Si no se está vivenciando bien hay que parar para rellenar conceptos


que allí están faltando. Pero una vez que la congregación esté
cantando con entusiasmo, hay que seguir.

¿Puede el conductor pedir caras más sonrientes a la audiencia?

No debería hacerlo. Si él dice que hay que poner cara de tetera y no de


cafetera, por ejemplo, lo dice cada domingo, lo dice seguido. Además
es una crítica, y todas las críticas tienden a desalentar en vez de
entusiasmar, tienen un efecto contrario. Por otro lado, el que está
sentado bien puede decir: «¿Quién es éste para decirme a mí que yo
tengo cara de cafetera?» El latino, que es muy independiente, muy
dueño de su propia emocionalidad, rechaza esa crítica.

Errores en la lectura de la Palabra de Dios.

No se sabe leer; ese es el error más común. Porque se lee, como si


fuera cualquier cosa ¡y son vivencias! ¡Es la Palabra de Dios! La
historia debe leerse como historia, la expresión de un salmo que es de
contricción, hay que leerlo con contricción, y la expresión de un salmo
que es de victoria hay que leerlo con sensación de victoria, y si estoy
anunciando la venida del Señor lo tengo que hacer con todos los
bombos y platillos. Si leo todo igual y monocorde, bueno…

Si el director de culto no sabe leer, entonces debe buscar a un


hermano o hermana que sepa hacerlo. No cualquiera. No es cuestión
de ir rotando para darle oportunidad a todos. Ese es un error común.
Eso no es de bendición porque los dones están repartidos y no todos
son dedo y no todos son nariz. Si hay un hermano en la congregación
que cuando lee, uno siente la presencia de Dios, a ése hay que usarlo
aunque sea todos los domingos.

Errores más comunes en las oraciones en público.

La persona que ora en público debe saber que la adoración que más
bendición va a darle a sus hermanos es cuando él ora para Dios y no
para sus hermanos. A veces, cuando ora públicamente, la persona está
pensando más en las cosas que aprueban los que están escuchando
que Aquél a quien ora. Cuando hay oración, debe olvidarse que allí
están sus hermanos, porque esa es la oración que más lo va a
bendecir, y si va a interceder por todos, que interceda realmente como
un sacerdote.

Quiere decir que no lo va a hacer con motivos personales sino que está
representando tanto a Dios como al pueblo. Entonces, es el pueblo que
pide a Dios y Dios quien está dando bendición al pueblo. Él tiene que
sentirse así, con toda la autoridad, el poder, la gracia o la pena, si es
que el pueblo está expresando su pecado. Pero si él no lo siente, si él
no lo está viviendo, si no está orando en la presencia de Dios, no va a
dar a la congregación el efecto de que está siendo realmente
representada delante de Dios. El no puede buscar una aprobación
doctrinal en la oración, debe buscar un encuentro con Dios.

¿Qué de las canciones cantadas en un idioma que la audiencia no


conoce?

En ese momento hay que explicar qué es lo que se va a cantar, hay


que decir brevemente: «Lo que nos dice esta canción es esto y esto, y
éste es el propósito de la canción». La persona lo canta y está dando
testimonio a nuestro espíritu desde su espíritu, pero no es algo
racional. Creo que se puede incluir, pero no abusarse de eso. No debe
ser también la exhibición. El que canta, si busca exhibir su voz, busca
exhibirse, eso no va a servir.

La música meramente instrumental, ¿Qué lugar tiene en el culto


cristiano?

Para nosotros que tenemos el mensaje de la Palabra, ella es


fundamental. En realidad pocas cosas comunican fuera de la palabra y
los gestos. Toda la música es estimulante. Puede ser negativamente
estimulante o positivamente estimulante. Me puede estimular a sentir
emociones o me puede llevar a la reflexión. Depende de qué uso le voy
a dar.

La música instrumental tiene su lugar, pero está subordinada a


propósitos específicos: al momento de recoger la ofrenda, la lectura de
la Palabra de Dios. Tiene que estar en un todo consustanciada con el
sentido por el cual se está haciendo. No me gusta, en forma personal,
el uso de música en la oración aunque en algunos lados se usa. A mí,
personalmente, me distrae en vez de ayudar pero puede ser que, en
algunas congregaciones, se utilice la música congregacional o
instrumental en los momentos de adoración a Dios, por ejemplo, a
través de la ofrenda.

© Apuntes Pastorales, 1987. Apuntes Pastorales Volumen IV,


número 5. Todos los derechos reservados.

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