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I.- INTRODUCCIÓN
El término «evangelio» se usó muy pronto en la tradición cristiana, como queda refle-
jado en Pablo, a quien pertenecen 60 de las 76 veces que aparece el sustantivo en el NT y 21
de las 28 del verbo. Siempre se trata del anuncio oral de la salvación de Dios ofrecida a los
hombres en Jesucristo. Pablo habla del «evangelio de Dios» (Rom 1,1; 15,16), del «evangelio
de Cristo» (Rom 15,19; 1 Cor 9,12; 2 Cor 2,12; 9,13), del «evangelio de su Hijo» (Rom 1,9);
el genitivo es, a la vez, objetivo y subjetivo: el evangelio que es y viene de Dios o de Cristo y
que tiene por objeto a Cristo o a Dios (su salvación). En Mc 1,1, tenemos precisamente este
fenómeno: VArch. tou/ euvaggeli,ou VIhsou/ Cristou/ Îui`ou/ qeou/Ð (“Comienzo del evangelio de
Jesús - Cristo e Hijo de Dios”). Con este versículo, Marcos da el título que puede traducirse
así: “Comienzo de la Buena Noticia (Evangelio) que es Jesús, Cristo (Mesías) e Hijo de
Dios”. En esta frase condensa todo lo que desarrollará a lo largo de toda su obra. La primera
parte se centrará en demostrar que Jesús es el Mesías (Cristo) y la segunda que es el Hijo de
Dios. Esto sí que es EVANGELIO / BUENA NOTICIA y no el nacimiento o victoria del em-
perador romano.
Los evangelios canónicos no fueron los únicos escritos en los que cristalizó la tradi-
ción sobre Jesús. El redactor final del cuarto evangelio reconoce que él seleccionó lo que con-
sideraba esencial para creer y salvarse entre los muchos escritos sobre Jesús: “Hay además
otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mun-
do bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn 21,25); “Jesús realizó en presen-
cia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido
escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis
vida en su nombre” (Jn 20,30-31).
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Lucas, en la introducción al evangelio, expone el método seguido para componer su
evangelio: “Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han
verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron
testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber inves-
tigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para
que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4).
a) Primera fase
En esta fase predominó la tradición oral. Este período comenzó ya durante la activi-
dad pública de Jesús, es decir, antes de Pascua.
En torno a Jesús se formó un grupo de discípulos, en cuyo seno se cultivó una tradi-
ción de palabras de Jesús. Jesús mismo proclamaba el Reinado de Dios, como Evangelio (Mc
1,14-15) y su ministerio tenía un cierto centro en Cafarnaúm, a orillas del lago de Galilea (“su
ciudad”, según Mt 9,1), que se conjugaba con un carácter itinerante: “el Hijo del Hombre no
tiene donde reclinar su cabeza” (Mt 8,20). Suscitó un movimiento carismático, en el sentido
de que no se basaba en los elementos institucionales de la religión judía (Jesús no era ni escri-
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ba ni sacerdote), sino en la fuerza de su personalidad y en el eco popular que encontraba 1.
Prácticamente desde el inicio existe en torno a Jesús un grupo de discípulos que le acompañan
permanentemente, comparten su vida, son los oyentes privilegiados de su enseñanza y, en
alguna ocasión, son enviados a proclamar el mismo mensaje del Reino de Dios (Mc 5,7-13;
Mt 10,5ss.; Lc 9,1-6; 10,1-9) Por supuesto, existe también lo que se suelen llamar los «simpa-
tizantes locales», una serie de gente que no ha abandonado su forma normal de vida y que
acogen fundamentalmente el anuncio de Jesús. Otro ejemplo lo tenemos en los enviados de
Juan Bautista (Lc 7,17-23).
Este período se prolongó después de Pascua hasta mediados del siglo I d.C., momento
en que se comenzaron a poner por escrito algunas palabras de Jesús y de los recuerdos que se
tenían de él. El testimonio más antiguo de este proceso son las cartas de Pablo, donde se en-
cuentran tradiciones procedentes del Señor: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmi-
tido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias,
lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»
Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que coméis este
pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” (1 Cor 11,23-26) o
palabras suyas: “Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor no
nos adelantaremos a los que murieron.” (1 Tes 4,15); “En cuanto a los casados, les ordeno,
no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el caso de separarse, que
no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mu-
jer.” (1 Cor 7,10); “también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan
del Evangelio.” (1 Cor 9,14).
b) Segunda fase
En esta fase coexistieron la tradición oral y la escrita. Esta fase comenzó cuando algu-
nas palabras o recuerdos sobre Jesús se pusieron por escrito hacia mediados del siglo I d.C. y
terminó cuando los textos escritos empezaron a gozar de una cierta autoridad en las comuni-
dades cristianas hacia finales del siglo II d.C. Durante este período, los recuerdos sobre Jesús
se transmitieron simultáneamente de forma oral y escrita, aunque esta última se fue impo-
niendo progresivamente.
Ambas tradiciones no se concebían entonces como dos canales de transmisión sin re-
lación ni comunicación alguna de una misma tradición, sino más bien como canales comple-
mentarios de dicha tradición, gozando ambos de una misma autoridad y aprecio en las comu-
nidades cristianas. Un ejemplo de esto lo tenemos en uno de la Padres Apostólicos de la Igle-
sia, el obispo de Hierápolis, ciudad de la región de Frigia (Asia Menor), Papías, quien, a co-
mienzos del siglo II, valoraba mucho los recuerdos sobre Jesús, transmitidos oralmente por
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“Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan».” (Mc 1,36-37);
“Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer.” (Mc 3,20); “Jesús se
retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de
Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al
oír lo que hacía, acudió a él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pe-
queña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le
echaban encima para tocarle.” (Mc 3,7-10). Puede verse también Mc 12,12; 14,1-2 y paralelos.
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los testigos oculares, a pesar de conocer ya los evangelios escritos, tal y como nos lo cuenta el
historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea2.
c) Tercera fase
Esta fase se caracteriza por el predominio de la tradición escrita, aunque parece ser
que la tradición oral continuó viva durante más tiempo. Se puede afirmar, sin embargo, que la
tradición oral comenzó a perder importancia, cuando, en la segunda mitad del siglo II d.C., se
generalizó el reconocimiento de algunos de los primeros escritos sobre Jesús, de modo que los
recuerdos sobre él se transmitieron principalmente por escrito.
En los siglos posteriores se escribieron otros libros sobre Jesús, pero sin conexión di-
recta con la tradición viva. Algunos de ellos, como los evangelios gnósticos, no hablan del
Jesús terreno, sino del resucitado, que revela sus secretos a sus discípulos por medio de largos
diálogos y discursos. Otros, llamados evangelios apócrifos, amplían con episodios legenda-
rios los relatos de la infancia o la narración de la pasión y muerte de Jesús.
d) La tradición narrativa
La tradición narrativa desarrolló dos tipos de composiciones que experimentaron un
notable desarrollo en los siglos posteriores:
El primer grupo de escritos está formado por la tradición más precoz e importante
que se formó en torno a la pasión de Jesús. El elato de la pasión fue, probablemente, la com-
posición narrativa más antigua del cristianismo naciente. Una versión de este relato jugó un
papel decisivo en la composición del Evangelio de Marcos (Mc 14-16) y otra versión algo
diferente fue utilizada por el de Juan (Jn 18-19). Tanto el uno como el otro reelaboraron de
forma característica un relato tradicional para insertarlo en la trama de sus respectivos evange-
lios, adaptándolo a su visión teológica. La trama de ambos relatos, desde la escena del pren-
dimiento hasta la del sepulcro vacío, es básicamente la misma. Ahora bien, si tenemos en
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cuenta las diferencias entre ellos, debemos pensar que Marcos y Juan utilizaron versiones
diferentes.