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ACTUALIDAD DE RUTH BENEDICT

INTRODUCCIÓN._

En «Raza: Ciencia y Política», publicado en su edición inglesa en 1940,


-en pleno auge del nazismo y de las “teorías” racistas- la antropóloga
norteamericana Ruth Benedict lleva a cabo un análisis exhaustivo de los
diversos argumentos articulados en torno a los conceptos de raza y diferencias
raciales, con el fin de mostrar la impertinencia –además de la necedad- de las
conductas racistas y de sus doctrinas; ideas no por simplistas menos
peligrosas para las conciencias de las masas, ya que explotan un mecanismo
psicosocial bien conocido: la pertenencia a una “raza superior” recompensa de
la miseria de vivir en una clase social desfavorecida.

Tras desmontar sistemáticamente los planteamientos racistas, delimitando lo


que no es una raza, falsando el mito de la “pureza racial” y negando
categóricamente la posibilidad de establecer jerarquías raciales, la autora
procede a un estudio histórico del racismo, mostrando sus vínculos con los
conflictos de clase y los nacionalismos políticos para concluir atribuyendo a los
prejuicios de raza una funcionalidad encarnada en el poder –político en el
sentido técnico de la palabra- y que es imposible comprender adecuadamente
sin una investigación de la persecución (lo que nos conduce automáticamente
al estudio de las categorías antropológicas del sacrificio y de la víctima
propiciatoria).

El propósito de la autora en esta obra es trazar una clara línea de


demarcación entre las evidencias científicas de las diferencias raciales y las
pretensiones teóricas o prácticas del discurso racista, que no puede esgrimir
en su favor ni un solo argumento científico o racional. Prueba de la necesidad
de llevar a cabo esta clasificación son los numerosos manifiestos y acuerdos
de los científicos publicados en 1938-39 en Norteamérica y el Reino Unido,
tomando posición contra todo tipo de actitudes discriminatorias, totalitarias y
racistas. En anexo, el texto incluye manifiestos de profesores de universidad,
antropólogos, psicólogos y biólogos.

Por su contenido y por su oportunidad histórica, «Raza: Ciencia y Política»,


sin menoscabo de su rigor académico, es también un arma de combate, una
bengala en las tinieblas del oscurantismo y la demagogia racista.

I.- RAZA.

El racismo es una creación de la Europa moderna; se trate de índices


cefálicos o del color de la piel, los racistas han reescrito la Historia asociando
su progreso a determinadas características anatómicas de una raza pura. Sus
caracterizaciones no son sólo irreales sino sencillamente delirantes, cuando no
ridículas. Es preciso, por tanto, comenzar por señalar lo que no es una raza,
cuya definición operatoria sería la siguiente: “Clasificación basada en rasgos
hereditarios. [cuando] hablamos de raza hablamos de herencias y rasgos
transmitidos por ella que caracterizan a todos los miembros de un grupo”.

a) Raza y Lenguaje no son la misma cosa._ Estos elementos ni siquiera se


relacionan morfológicamente. Sólo en circunstancias de aislamiento un
grupo racial se corresponde con un lenguaje. Desde el principio de la
humanidad, “el idioma y la raza tienen distinta historia y distinta
distribución”. Del mismo modo que no todos los que hablan árabe son
árabes, es absurdo nombrar con el vocablo Ario, que designa un grupo
de idiomas, a la “raza elegida”. El idioma es un rasgo cultural, un
comportamiento aprendido. Esta capacidad humana, dicho sea de paso,
atenúa la relevancia de las conductas transmitidas biológicamente.
b) Por ello tampoco es pertinente establecer correspondencias psicológicas
entre raza y comportamiento. La raza se transmite biológicamente pero el
comportamiento varía con las circunstancias histórico-culturales. Los
terribles vikingos del S. IX son los pacifistas, cooperativistas y civilizados
escandinavos de hoy. La ceremoniosa y espiritual raza japonesa se ha
convertido a partir de 1853, cuando se abrió al comercio internacional, en
“una de las naciones más belicosas y agresivas del mundo”.
c) La cultura no es función de la raza. “En la Historia del mundo, los que
ayudaron a construir la misma cultura no pertenecen necesariamente a la
misma raza y los miembros de la misma raza no han participado todos de
la misma cultura.(...) La cultura permanece y vive aunque la raza
perezca.(...) El progreso de la civilización humana en el período paleolítico
tiene una continuidad cultural pero no racial. La cultura que poseía el
hombre de Neanderthal fue transmitida, después de la desaparición de
éste, por el de Cro-Magnon y fue embellecida por el hombre del paleolítico
posterior y perfeccionada por las razas del Neolítico”. Una continuidad
similar se podría plantear entre la civilización oriental y Grecia, con la
influencia egipcia. Y así un rosario de ejemplos.

Por otra parte, una raza no progresa en conjunto y de ningún modo ese
concepto puede servirnos para “separar pueblos civilizados de los que no lo
son”. La civilización se ha edificado gradualmente con las aportaciones
sucesivas de todas las razas. Cualquier otra interpretación es puramente
etnocéntrica y no se diferencia de un relato mítico tribal. Puro provincianismo
o seudo-ciencia. La raza es un hecho científico que puede ser estudiado
histórica, biológica y antropométricamente “sin esperar que ella nos explique
todos los hechos humanos”

I.1._CLASIFICACIONES.

Ya antes de Darwin, el antropólogo Theodor Waitz impugnaba la idea de


que cada raza fuese una entidad aislada. Para una moderna comprensión de la
raza se han tenido en cuenta varios factores: el Color de la Piel, Color y Forma
del Ojo, Forma y Color del Cabello, Forma de la Nariz, Estatura, Índice Cefálico
y hasta el estudio de los Grupos Sanguíneos. El resultado de todas estas
pesquisas es que ninguna raza puede ser definida en términos de un solo
rasgo; y su recíproca: no hay correspondencia necesaria entre cualesquiera
rasgos y todos los individuos de una raza. “Nadie duda que los grupos

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llamados caucasoide, mongoloide y negroide representan cada uno una larga
historia de especialización anatómica en diferentes ámbitos del mundo; pero no
se pueden asignar grandes números de estos individuos a una u otra de esas
razas basándose en varios de los criterios anteriormente enumerados. Hay
blancos que son más oscuros que algunos negroides; el cabello oscuro y los
ojos negros son comunes a todas las razas; se encuentra el mismo índice
cefálico en grupos de las más diversas razas; la misma forma del cabello se
halla entre grupos étnicos tan distintos como los indígenas australianos y los
europeos occidentales; los grupos sanguíneos no definen las razas”.

Benedict argumenta la inexistencia de la raza pura y atribuye la actual


distribución de la forma corporal en el mundo a las migraciones de los pueblos
desde el paleolítico primitivo hasta la actualidad. Los tres tipos básicos –que
Boas proponía reducir a mongoloide y negroide, considerando el caucásico
como una especialización local- están distribuidos por todo el planeta. Las
especializaciones progresivas y locales se fueron diferenciando en subgrupos,
respecto de determinados rasgos (por ejemplo, nórdicos, alpinos y
mediterráneos entre los caucásicos europeos, ampliamente distribuidos a
través del territorio, sin identificar ninguna nación). ” Es evidente la falta de toda
correlación entre la raza y los estados soberanos”

I.2._ MIGRACIÓN Y FUSIÓN DE PUEBLOS.

La historia de la humanidad es la historia de sus migraciones y sus


entrecruzamientos, que se han dado incluso entre el Homo Sapiens y el
Neanderthalis. Que en ciertas zonas se haya estabilizado una población
durante períodos relativamente largos habría dado lugar a lo que se conoce
como áreas de caracterización, que producen ciertas especializaciones
anatómicas, generalmente irrelevantes desde el punto de vista de la
supervivencia. La única especialización significativa en este sentido parece ser
el color de la piel en su relación con los rayos actínicos del sol.

Estas zonas de caracterización, que aún podemos encontrar en nuestros


días, son ilimitadas y se van produciendo, por migraciones y fusiones de
hordas, en diversos órdenes de cruzamiento. Así se fijan ciertos rasgos
hereditarios para luego mezclarse con los de otras zonas y estabilizarse en un
nuevo tipo, como ya analizara Julian Huxley, señalando la “multiplicidad
ancestral” derivada de la infinidad de zonas de caracterización.

Benedict aplica este modelo para analizar diversos tipos locales,


especialmente y con un propósito bien definido, el caso de Alemania. Le
interesa subrayar, como hará en la última frase de su libro –citando un editorial
periodístico- que “si miramos bastante hacia atrás, todos resultaremos
extranjeros”

Contra la paranoia de los programas de “higiene social”, la Ciencia y la


Historia nos muestran que las mezclas raciales son saludables y fructíferas. Y,
por recíproca, citando a Linton: “Todo grupo civilizado que conocemos ha sido
híbrido, hecho que destruye claramente la teoría de que los pueblos híbridos
son inferiores a los de pura cepa”

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I.3._ HERENCIA.

La herencia, como transmisión de caracteres de los progenitores al


vástago, sigue leyes biológicas precisas; “pero la herencia racial en la
civilización occidental es un mito que coloca en el lugar de la verdadera
genealogía según líneas familiares una absurda descripción de la herencia de
una raza. La Raza es una abstracción, incluso tal como la define un genetista; y
definida estadísticamente por un antropofísico es una abstracción todavía
mayor. No es la raza quien copula y reproduce”.

A la luz de la genética mendeliana, señala Benedict que “es cómico que las
naciones europeas [con menor homogeneidad genética] sean precisamente las
que afirman su superioridad basándose en la ‘pureza’ de su sangre.

I.4._ SUPERIORIDAD.

Desde Waitz (1859) hasta Boas, la Antropología proporciona una prueba


negativa sobre la cuestión de superioridad o inferioridad de las razas. Las
investigaciones realizadas en el campo fisiológico, psicológico e histórico
corroboran esta conclusión. Para empezar, ha quedado falsada la creencia
evolucionista en un desarrollo unilineal de la anatomía humana. Por
consiguiente, ninguna raza tiene el monopolio de los productos finales de la
evolución. Ningún rasgo (estatura, grosor de los labios, tamaño del cerebro,
etc) proporciona evidencia alguna de superioridad en sentido fisiológico. Las
investigaciones psicológicas realizadas principalmente en Norteamérica
parecían apuntar inicialmente diferencias significativas en los coeficientes
intelectuales de poblaciones negras y blancas. No obstante, cuando se
corrigieron las muestras atendiendo a variables sociológicas, los resultados se
equilibraron ostensiblemente e incluso, bajo determinas condiciones, se
invirtieron a favor de los negros. Así pues, sin negar las obvias diferencias
individuales, la controversia suscitada en este campo queda zanjada por
Klineberg con estas palabras: “las pruebas de inteligencia no pueden
emplearse como medidas de las diferencias de grupo, respecto a la capacidad
congénita, aunque pueden utilizarse con provecho como medidas de la
capacidad adquirida. Al establecer comparaciones dentro de la misma raza o
del mismo grupo, puede demostrarse que algunas diferencias, muy marcadas,
dependen de ciertas variaciones en el medio ambiente. Estas diferencias
pueden explicarse de modo satisfactorio sin recurrir a la hipótesis de las
diferencias raciales innatas en la capacidad mental”.

La Alemania nazi es un ejemplo de tentativa de fundamentar las pretensiones


de superioridad en la historia, intentando explicar el auge y la decadencia de la
civilización en función de la raza. Esta argumentación seudo-histórica, que se
ha puesto en práctica en otros contextos, cae por su propio peso: ningún
pueblo de civilización superior ha sido –ni podría ser- racialmente puro. La
fusión de tipos étnicos comenzó antes de los albores de la historia, atravesó
todo su curso y ha culminado en la civilización moderna. Una simple ojeada a
algunas de las culturas más evolucionadas de la historia (Grecia, Roma,
Japón...) basta para confirmar la oportunidad del mestizaje, muchas veces

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acompañado de alteraciones rápidas y absolutas en la actitud mental y
sentimental como consecuencia de la fusión racial. Las culturas no difieren por
motivos raciales sino más bien debido al entorno físico, el ambiente social o las
condiciones históricas, como sostienen E.A. Ross y Jean Finot.

II._RACISMO.

La raza es un hecho. El racismo es una superstición moderna. “El


racismo es el dogma según el cual un grupo étnico está condenado por la
naturaleza a la inferioridad congénita y otro grupo se halla destinado a la
superioridad congénita. Es el dogma según el cual la esperanza de la
civilización depende de eliminar algunas razas y conservar puras otras. Es el
dogma que afirma que una raza ha llevado consigo el progreso a través de la
historia humana y asegurará por sí sola el progreso futuro. Es el dogma en
boga en el mundo de hoy y es, desde hace algunos años, la base de la política
alemana”.

El racismo es una creencia, que sólo puede estudiarse históricamente. Esta


creencia alberga la noción de “estar entre los elegidos”. Su pretensión de
apoyarse en determinaciones biológicas es inaceptable, pero resulta
políticamente muy eficaz por su misma simplicidad.

La prehistoria del racismo hunde sus raíces en la propia prehistoria humana,


en la horda primitiva, si bien su antagonismo no es propiamente racial sino
“cultural”. Ni la cultura griega ni el Imperio romano son racistas en el sentido
“racial” del término. La doctrina cristiana es ampliamente ecuménica.

El descubrimiento del Nuevo Mundo parecía demandar una doctrina que


enseñara que, en la pugna de intereses, el grupo favorito era “de un barro
especial”. Pero “el dogma de la inferioridad y superioridad raciales (...) no
aparece hasta tres siglos después. Los indígenas se hallaban al margen de la
humanidad, pero (...) como consecuencia del hecho de que no eran cristianos,
no del hecho de pertenecer a razas más oscuras”. Los conflictos entre
misioneros, exploradores y tratantes de esclavos acabarían por imponer la
teoría del paganismo como causa de inferioridad, asociado al color de la piel.
Por su parte, los ingleses, con una actitud secular, practicaron una distinción
racial separatista.

Pero el racismo no se difundió en el pensamiento moderno hasta que se


aplicó a los conflictos internos de Europa; primero a los conflictos de clase y
luego a los nacionales. En Francia será utilizado por la aristocracia contra el
pueblo. Boulainvilliers sería su primer teórico, proclamando que los nobles
tenían sangre germánica. En 1857, Gobineau publica su Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas. Por una curiosa identificación de
circunstancias históricas, la doctrina de Gobineau, que es un racismo de clase,
se expresa en términos nacionalistas. La raza aria era una raza de señores,
que gobernaría sobre los otros estratos. Sus sucesores, después de Darwin,

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añadirían a las doctrinas racistas “la supervivencia de los más aptos” e
incorporarían toda la parafernalia de las medidas antropométricas. Una
combinación de estos dos parámetros daría lugar al concepto de selección
social, de Ammon.

En la frontera del S.XX, este racismo de clase se transforma en Europa en la


doctrina de la superioridad de las naciones. En Estados Unidos, con Grant y
Osborn, se produce una curiosa fusión de ambos discursos.

En Europa, un hervidero de naciones enfrentadas, el racismo se convirtió en


grito de guerra. Patria y raza proporcionaban un vínculo a cualquier hombre.
Franceses, alemanes, eslavos y anglosajones desempolvaron las teorías de
Gobineau para enarbolarlas como bandera. De la exaltación de los cráneos
estrechos pasaremos, por mano de Broca, a la entronización de los cráneos
anchos –predominantes en Francia- y el culto al celtismo. En Alemania,
Richard Wagner populariza los escritos de Gobineau y su yerno, Chamberlain,
recupera el linaje de los teutones, que serían germánicos, celtas y eslavos;
aunque mestiza, sólo esa raza entiende lo que es el caudillaje. En un alarde de
confusionismo, en su categoría de teutón cabe cualquier individuo que él
considera singular: Luis XIV, Dante, Miguel Ángel, Marco Polo y Jesucristo.
“Todo el que se revela alemán por sus actos, sea cual fuere su árbol
genealógico, lo es”. Desarrolla también un antisemitismo desde un concepto no
biológico de raza: los judíos son enemigos por su manera especial de pensar y
actuar.

Después de la República de Weimar, Alemania hizo del racismo la base de


su política. En 1920 Hitler escribía Mein Kampf, rescatando la base racial de la
nacionalidad. El enemigo era el judío. Su programa de limpieza étnica comenzó
a aplicarse en 1933 y en 1935 se aprobaron las leyes de Nuremberg,
despojando a todos los judíos del derecho de ciudadanía y prohibiendo las
relaciones mixtas. Después vino la expulsión de los niños judíos de las
escuelas, las expropiaciones de bienes, los arrestos en masa y la expulsión del
país. [Benedict escribe en 1939 y no puede contar el resto]. El racismo del
Tercer Reich es también un pan-germanismo; las alianzas con Italia y japón
plantean a Hitler algunos absurdos a la hora de aplicar su doctrina de la raza
aria pero siempre encuentra soluciones ad hoc. No será el único caso en que
las doctrinas racistas se invocan con fines políticos.

III._ PREJUICIOS DE RAZA.

La tesis de Benedict es que “el racismo ha sido pura deformación del


conocimiento científico y ha sido utilizado para poder afirmar la superioridad de
cualquier grupo, clase o nación”. El racismo sirve al fin de exterminar al
enemigo, pero los campos de batalla cambian. Lo que se conserva es la
estética de la persecución. “Sólo depende de los tiempos el que la lucha se
desarrolle en el terreno de la religión y no en el de la raza; desde cualquier otro
punto de vista, las persecuciones religiosas y las persecuciones raciales se
copian y se duplican”.

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En el S.XIII, con la Iglesia Romana en la cúspide de su poder temporal y
político, se desarrolla el período más glorioso de la Inquisición, con un
programa de acción claramente formulado: matar al Anticristo con el fin de
salvar el mayor número de almas posible. Pero detrás de los procesos
inquisitoriales se encontraba la confiscación de bienes y las campañas de odio
que desviaban la atención de los verdaderos problemas. En el sur de Francia la
Inquisición se utilizó políticamente para debilitar el creciente poder de los
Capetos y en Florencia aplastó la revuelta gibelina. Aunque su campaña más
celebrada fue el combate en la Provenza de la herejía albigense, una rama del
maniqueísmo que se rebelaba contra la corrupción del clero de la época. La
emergente clase burguesa, que había abrazado la herejía, constituía una
amenaza para el poder papal. La conclusión de la persecución establecería a
los otrora perseguidos Capetos , después de una serie de ejecuciones en
masa, como monarcas de la Provenza.

Ruth Benedict analiza otros casos de persecuciones religiosas impulsadas


por razones políticas. De este modo muestra un paradigma de la persecución,
que es, de hecho, muy anterior al racismo. “Los lemas raciales tienen ahora el
mismo objeto que los religiosos de antaño, es decir, sirven para justificar las
persecuciones en interés de una clase o de una nación. La bandera racial nos
es muy conocida ahora. (...) Las razones raciales de la persecución son útiles
porque en la civilización occidental viven en estrecho contacto muy distintos
linajes. El racista hace oír su grito, no porque los que gritan de ese modo
pertenezcan realmente a una raza pura sino, precisamente, porque esto no es
verdad; (...) De ahí procede la paradoja [de que] los pueblos más mestizos son
los que lanzan el grito de guerra de la pureza racial. Desde el punto de vista de
la raza, parece un absurdo; pero desde el punto de vista de la persecución es
inevitable”.

El racismo es un ejemplo de persecución de minorías a favor de los que


detentan el poder. Benedict discute el argumento de que la antipatía sea una
aversión instintiva hacia los miembros de otra raza. Para comprender el
conflicto de razas, lo que hemos de comprender no es principalmente el
concepto de raza, sino el de conflicto. Todas las causas de conflicto
hondamente arraigadas en un grupo o entre varios grupos se traducen en
exaltaciones del prejuicio racial. Por ello, “Todo lo que reduzca el conflicto,
contenga al poder irresponsable y permita al pueblo ganarse la vida de un
modo decoroso, reducirá los conflictos de razas”.

La autora señala “las rivalidades nacionalistas, desesperada defensa del


status quo por parte de los ‘que tienen’, desesperados ataques de los ‘que no
tienen’, pobreza, paro y guerra. Los hombres, desesperados, sacrifican
fácilmente a su infelicidad la primera víctima propiciatoria que les viene a mano;
es una especie de rito mágico que les hace olvidar por un momento la miseria
que les atormenta”.

Tras un recorrido por distintos actos retórico-políticos de los que la


demagogia de la víctima propiciatoria nos da cuenta en la historia –incluyendo
el famoso caso Dreyfus- la antropóloga vuelve la mirada hacia la realidad
norteamericana para examinar sus conflictos raciales. Finalmente, propondrá

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un desarrollo didáctico de las medidas a tomar para posibilitar la atenuación de
las tensiones. No es suficiente legislar los derechos humanos, es necesario
poner en práctica medidas políticas y sociales que reduzcan las diferencias
cívicas y dignifiquen la vida de las personas; desde el punto de vista del
antropólogo cultural, es urgente construir un código ético que sólo puede surgir,
sin embargo, a medida que las instituciones de una sociedad suministran
ventajas compartidas. En el mismo progreso de la civilización están las
condiciones para articular una red de interdependencia y ayuda mutua. Por
tanto, la eliminación de los conflictos de raza constituye una obra de ingeniería
social. “El error fatal de los que entregan por completo a las escuelas la tarea
de la eliminación de los conflictos raciales estriba en que proponen educación
en vez de ingeniería social. Ese programa sólo puede producir hipocresías.”

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