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Director: Carlos Tórtora Editor: Guillermo Cherashny

31.10.2010 | Política | Por: Enrique Arenz

A Kirchner lo mató el miedo (y Moyano


le dio el tiro de gracia)

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Por Enrique Arenz para el Informador Público

Las personalidades como Néstor Kirchner no se enferman por la acción,


las peleas, las intrigas, las crispaciones cotidianas y la hiperactividad. Al
contrario, disfrutan cuando humillan y someten a los demás, aplastan a
sus enemigos y consiguen sus objetivos. Lo que los enferma es el fracaso,
la caída, la derrota inesperada, la debilidad del poder, el morder el polvo
una y otra vez.

Mientras Néstor Kirchner logró materializar sus ambiciones, someter a la


incondicionalidad a sus adláteres y atropellar con éxito a sus adversarios y
enemigos, vendió salud, fue feliz y se notaba que disfrutaba de su posición
dominante.

Obligó al comandante del Ejercito a descolgar un cuadro, echó al obispo


castrense sin consultar al Papa, mandó a encarcelar a cientos de oficiales
sin derecho al arresto domiciliario por edad avanzada o enfermedad,
aumentó una y otra vez las jubilaciones mínimas mientras postergaba
arbitraria e injustamente las escalas superiores, sometió a gobernadores e
intendentes, transformó en poderosas empresarias a las madres de Plaza
de Mayo y entregó las calles a piqueteros y movimientos sociales
subvencionados con dinero público. Pero por sobre todo supo multiplicar
milagrosamente su propia fortuna personal.

Todo le salía bien. Hasta el extremo de idear una manera de burlar la


Constitución poniendo a su esposa como sucesora para poder ocupar
varios turnos presidenciales mediante esa alternancia artificial. No tuvo
escrúpulos al ordenar la adulteración de las estadísticas del INDEC, no
tuvo freno al meter la mano en las reservas del Banco Central, ni al
manotear los recursos de la Anses ni al provocar una inflación que
empobrece día a día a los pobres y arrastra a muchos a la indigencia. Hizo
lo que se le dio la gana.

Pero un día las cosas comenzaron a salirle mal. El primer aviso fue aquella
inesperada manifestación masiva convocada por Juan Carlos Blumberg
contra la inseguridad de la que ni él ni su esposa jamás se preocuparon.
Después vino la valiente resistencia de los ruralistas contra el intento de
aumentar abusivamente las retenciones, los cacerolazos en los centros
urbanos, el rechazo popular al discurso enervante que planteaba el
conflicto permanente y se negaba al diálogo negociador, y, finalmente, el
demoledor voto no positivo del vicepresidente Cobos, una verdadera
catástrofe.

Y a partir de ese traspié, una catarata de fiascos y frustraciones: el


enfrentamiento con la Iglesia, que le costó el alejamiento de vastos
sectores católicos; el conflicto con Uruguay, que terminó con una
sentencia internacional contraria a la Argentina; la derrota electoral de
2008 con el oprobio de las listas testimoniales; la valija venezolana, las
denuncias de Graciela Ocaña sobre la mafia de los medicamentos (mafia
tolerada por el gobierno, por eso se tuvo que ir la ministra), la guerra
contra el periodismo independiente que publicaba tapas, investigaciones,
denuncias y opiniones que disgustaban al matrimonio, guerra que epilogó
con el papelón increíble de la falsa denuncia contra la empresa Papel
Prensa, y por último, la frustrada arremetida contra la Justicia “delivery”,
los jueces “cautelares” y la Corte Suprema de Justicia (que había sido
nombrada “para otra cosa”, según reconoció el Secretario Legal y Técnico
de la presidencia), Corte Suprema cuyos dignos y probos ministros, a
pesar de los insultos, las presiones y las amenazas, fallaron como tenían
que fallar en tres causas fundamentales (tres puñaladas para el corazón
sensible de Néstor): la extradición del terrorista chileno Apablaza, la
reposición del procurador echado por Kirchner en Santa Cruz y la
confirmación de la suspensión del artículo de “desinversión” de la Ley de
Medios (hecho a medida para fulminar a Clarín).

A todo esto, las encuestas alambicadas de los analistas más complacientes


le daban una caída libre en la intención de voto de la gente, le advertían la
virtual imposibilidad de llegar al 40% en la primera vuelta en un proceso
considerado irreversible, y por lo tanto la imposibilidad de la reelección
de Cristina o la elección de Néstor en el 2011.

Scioli, oportunista y ventajero (pero no cobarde), lo culpó solapadamente


de la inseguridad en la provincia haciendo trascender que tenía las manos
atadas. “¿Quién le ata las manos, gobernador?”, bramó Kirchner fuera de
sí en una tribuna mirándolo a Scioli con la cara contraída por el
descontrol y la furia.

Y esa afrenta le permitió al “sangre de horchata” dar señales de vaporosa


independencia, poner condiciones a su asistencia al último acto en Santa
Cruz y hasta admitir públicamente que podría ser candidato a presidente.
Varios intendentes se soliviantaron y algunos gobernadores se atrevieron
a hablar “del futuro del Justicialismo” nada menos que con Duhalde.

Ahí Kirchner tuvo su anteúltimo episodio vascular.

Se produjo el asesinato del joven militante del PO, y cuando el gobierno


intentó tirarle el muerto a Duhalde apareció en los odiados diarios la foto
del presunto asesino abrazado con los ministros Boudou y Sileone, en una
peña exclusiva y rigurosamente kirchnerista.

Pero mientras estas atroces derrotas se producían y debilitaban su


menguante poder, los jueces federales movían parsimoniosamente los
expedientes de incontables denuncias de corrupción que acorralan a los
más cercanos colaboradores de los Kirchner. Néstor sabía que cuando ya
no estuviera en el poder tendría que afrontar serias consecuencias
penales. No sólo él, también su esposa y posiblemente su hijo, que es el
administrador de la fortuna familiar y como tal debe de saber mucho
sobre el arte de comprar terrenos fiscales baratos y venderlos caros. El
horizonte se le puso muy negro, no tenía escapatoria. Por eso fantaseó con
presentarse como candidato a gobernador por Santa Cruz, y dicen (esto
no está probado aún) que había comenzado a urdir como última
escapatoria un pacto de impunidad con Scioli a cambio de designarlo su
heredero.

Cuando el ex presidente llegó a Calafate, ya se estaba muriendo. Su poder


sin límites, sus proyectos hegemónicos, su “revolución” social, su
“modelo” económico de acumulación y "distribución del ingreso", su
capitalismo de amigos disfrazado de Justicia Social, todo, absolutamente
todo, se estaba derrumbando. Hasta la composición del Concejo de la
Magistratura, que utilizó como amenaza contra algunos jueces
vulnerables, cambiaría próximamente dejándolo sin el temible poder de
veto.

Ya estaba muriendo, pero le faltaba el tiro de gracia.

Y se lo dio Moyano. El día anterior a su fallecimiento el camionero,


exaltado porque también se sabe en peligro, habló con Kirchner por lo
menos tres veces y le recriminó en duros términos haberle vaciado la
reunión del Consejo Justicialista de la Provincia, a la que pegaron el
faltazo los principales dirigentes aparentemente por orden de Kirchner.
Claro, Kirchner también comprobó que Moyano era otro de sus terribles
fracasos e intentaba esmerilarlo antes de que levantara demasiado vuelo.
Pero ya era tarde.

Los que le cargaron a Moyano este sambenito (que le va a resultar difícil


quitarse) aseguran que la discusión fue feroz: Moyano lo amenazó, le
recordó que él era el dueño de la calle y que ya estaba harto de soportar
sus maniobras arteras y su autoritarismo. A la mañana siguiente Kirchner
estaba muerto.

No murió por patriota ni por ser un gladiador que dio su vida por sus
ideales en beneficio del pueblo argentino. No fue un mártir, que prefirió la
muerte antes que renunciar a sus convicciones, aunque mucha gente, en
el marco de la necrofilia argentina, hoy así lo crea. Fue un ambicioso
desmesurado de poder y de dinero, un político sin escrúpulos, sin ética,
sin remordimientos, que usó la política y el poder en su propio beneficio.
Y como suele ocurrir con todas las personas como él, que además están
solas y aisladas porque desconfían hasta de sus sombras y no aceptan
consejos ni opiniones que contradigan sus caprichos y sus locuras, un día
la torre que edificó se le empezó a venir abajo.

Cuando Néstor tuvo la certeza de que el piso se le ab ría bajo sus pies y los
de su familia, su corazón no lo soportó.

En síntesis: a Kirchner lo enfermó la seguidilla de fracasos sin retorno, y


lo mató el miedo a las consecuencias penales que lo estaban acechando. Y
fue Hugo Moyano quien tuvo el dudoso honor de darle el tiro de gracia.
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