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Asignatura:

DERECHO CIVIL VI

Tarea I

EL VALOR DEL CAPITAL INTELECTUAL

Facilitador:

LIZARDO PANIAGUA VILASECA

Participante:

Ana Antonia Ozuna Nolasco

Matricula

17-2966
Introducción

“Se puede decir que el Capital Intelectual ya tiene buen tiempo de existencia,
pero también es cierto que se disparó a partir de las publicaciones de una serie
de artículos publicados en la revista Fortune por Thomas Stewart, en ellos se
centraliza la importancia que se debe dar en las empresas a lo que el autor
llamó “BRAINPOWER” traducido literalmente como “poder del cerebro”, y es a
partir de este momento, en el cual se empiezan a organizar gentes interesadas
en el Capital Intelectual. Existe una organización llamada I.C.M. GATERIN
(Manejo del Capital Intelectual), que posee entre sus miembros algunos líderes
del área del Capital Intelectual, y para esta organización su enfoque principal
es la extracción de valor y define al Capital Intelectual como el conocimiento
que puede transformarse en ganancia”. “En el mundo súper competitivo actual
en el que vivimos caracterizado por el progreso vertiginoso en las nuevas
tecnologías, los activos más valiosos en las empresas ya no son los activos
tangibles como la maquinaria, los edificios, el “stock” y los depósitos de los
bancos, sino los activos intangibles que tienen su origen en los conocimientos,
aptitudes, valores y actitudes de las personas que forman parte del núcleo
estable de la empresa”.
Elabore una línea de tiempo acerca de la evolución histórica
del Derecho Intelectual en la República Dominicana.

Nuestro país ha hecho una entrada tardía en el interés por el campo de


la Propiedad Intelectual, no obstante esta ser sujeto de consagración
constitucional desde el siglo XIX.

La Constitución de 1854 fue la primera en insertar en su articulado un


concepto de lo que es la propiedad intelectual. Nos referimos a su
Articulo numero 8, numeral 17, este articulo de dio rango de derecho
fundamental diferenciándolo de lo que es el derecho de propiedad sobre
las cosas materiales.

La Constitución de 1865 amplió la protección a los derechos de autores


de obras artísticas y literarias en sus artículos 21, numeral 2 y 22, esta
establece el derecho de propiedad intelectual como un privilegio y por
otro lado vinculó a la libertad de imprenta en lo que se refiere en materia
de producciones literarias.

Luego, en la Constitución de 1866 mantuvo las disposiciones del


anterior, aunque con ligeras variantes de redacción, siendo estas
eliminadas en la reforma de 1872, que asumió reduciendo el texto de
1854; luego la Constitución de 1874 volvió sobre la de 1866. La
Constitución de 1875, retomó al sistema de las concesiones estatales y
consigno el mismo tiempo de garantía de la propiedad de las
producciones literarias; es decir, constituyó un híbrido.

Las modificaciones de 1877 y 1878, no previeron un fundamento de la


titularidad de una concesión del Estado en forma expresa, pero si
consagraron la garantía de la propiedad de las producciones literarias
como derivación del reconocimiento de la libertad de industria que la
apartaron de las reformas de 1879 y 1880, que fijaron en forma
independiente el reconocimiento de la propiedad de los descubrimientos
y la propiedad de las producciones científicas, artísticas y literarias.
Las Constituciones de 1881 y 1887 retomaron el carácter híbrido del
texto de 1875 y la de 1896 siguió a las de 1879 y 1880, presentando la
propiedad de las producciones científicas, artísticas y literarias como un
derecho fundamental independiente.
El Estado reconoció la consideración de la propiedad intelectual como
un derecho fundamental y este tuvo una expresión en la legislación
adjetiva mediante el otorgamiento, por resolución del Poder Ejecutivo, de
patentes de invención y derechos exclusivos por un número determinado
de años, contados a partir de su aprobación en el Poder Legislativo,
para la explotación de un invento o la reproducción de una obra,
facultando al concesionario a perseguir por ante los tribunales los que
imitan el invento o la obra, facultando al concesionario a perseguir por
ante los tribunales a los que imitaran el invento o la obra que se trate sin
su autorización.

Debe observarse que a partir de 1884, la concesión de una patente de


invención o de derechos exclusivos sobre una obra no configuraba un
monopolio sobre la explotación de tales creaciones. En efecto y conteste
con el canon constitucional, por decreto No.2225 del 10 de mayo de ese
año, se exceptuó de la consideración de privilegio o monopolio “el
derecho exclusivo que se otorga a los que sean acreedores a ello por
ser autor, inventor o mejorador notable del objeto o cosa que motiva el
privilegio”. Esta excepción fue consagrada en forma positiva en el
decreto No.3060 del 25 de junio de 1891.

El pintor Alejandro Bonilla, por el principio de exclusividad, tuvo una


disputa que lo enfrento al también artista Abelardo Rodríguez Urdaneta,
autor en 1890 de un cuadro al óleo representativos a los Padres de la
Patria, en la que la figura de Duarte había sido inspirada en el Duarte
pintado también al óleo por Bonilla, de cuyo derecho de reproducción,
por el término de diez años, era titular desde 1889.
El sistema de concesiones por el Ejecutivo mantuvo su vigencia hasta
los inicios del siglo XX, cuando fueron promulgadas leyes para regular
las materias del derecho de autor y la propiedad industrial en forma
separada. Así, en 1907 se votó la Ley sobre Marcas de Fábrica
No.4763, que otorgó a todo industrial o negociante el derecho a
distinguir sus mercancías o productos por medio de marcas especiales,
que debían ser objeto obligatorio de registro para garantizar su
exclusividad. En tanto, en 1911 fueron promulgadas la Ley No.4994
sobre patentes de invención, que atribuyó a la Secretaría de Estado de
Fomento y Comunicaciones la calidad de ente receptor de las solicitudes
para obtener certificados de patentes de invención, expedidos por el
Poder Ejecutivo y el Reglamento No.5027, mediante el cual se designó
a la Secretaría de Estado de Justicia e Instrucción Pública para “expedir
el reconocimiento del derecho de propiedad de una obra artística o
literaria cuyo autor o sus causahabientes pertenezcan a uno de los
países signatarios del Tratado” . El Reglamento No.5027 fue votado en
virtud del Tratado para la protección de obras artísticas y literarias,
convenido en México en 1902 y ratificado por el país en 1907.

Un importante enriquecimiento legislativo sobrevendría en 1912, cuando


el país adoptó las concepciones jurídicas continentales europeas con la
ratificación de la Convención sobre la propiedad literaria y artística , la
Convención sobre patentes de invención, dibujos y modelos industriales
, la Convención sobre marcas de fábrica y de comercio , todas
acordadas en Buenos Aires en 1910 y del Acta de 1911 de la
Convención de la Unión de París para la protección de la propiedad
industrial, suscrita originalmente el 20 de marzo de 1883 y revisada ese
año en Washington . Es de señalar que el Convenio por el cual se fundó
el 9 de septiembre de 1886 la Unión de Berna para la protección de los
derechos de los autores sobre sus obras literarias y artísticas, que había
sido revisado en Berlín en 1908 , no fue ratificado por República
Dominicana sino en 1997 , lo que no es de extrañar, pues como explican
Carlos Villalba y Delia Lipszyc, aunque este manifestó una vocación
universal al quedar abierto a la adhesión de todos los Estados, era
considerado “un tratado europeo destinado a la protección de obras
entre europeos” .

Dos años, en 1914, después se promulgó la Ley No.5393 sobre Registro


y Protección de Obras Literarias y Artísticas, que sería la primera ley
nativa sobre el tema.
Cabe agregar que este marco legal adjetivo tuvo su amparo
constitucional en las reformas de 1907 y 1908, que consagraban la
propiedad de las producciones científicas, artísticas y literarias como un
derecho individual por tiempo limitado. Esa concepción fue asumida
idénticamente en la Constitución de 1924, en la que la fórmula se
redactó como persiste en la forma vigente: “la propiedad, por el tiempo y
en la forma que determine la ley, de los inventos y descubrimientos, así
como de las producciones científicas, artísticas y literarias”.

En 1947, la Ley No.1381 se constituyó en el segundo texto legal referido


al registro y protección de obras literarias y artísticas, creándose a su
amparo una oficina dedicada a esos fines, dependiente de la Secretaría
de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos. Esta ley sería sustituida
por la No.32-86, del 4 de julio de 1986, votada bajo el influjo de la
ratificación en 1977 y 1982, respectivamente, de la Convención sobre la
protección de los artistas intérpretes o ejecutantes, los productores de
fonogramas y los organismos de radiodifusión del 26 de octubre de 1961
(Convención de Roma) y la Convención Universal sobre Derecho de
Autor del 6 de septiembre de 1952. El legislador de 2000 consideró que
esta pieza, “en la época en que fue promulgada, constituyó un
instrumento jurídico moderno y eficaz para la protección de todas las
obras comprendidas bajo el derecho autoral”.

La Ley No.32-86 y sus reglamentos, la Ley sobre Marcas de Fábrica


No.4763 de 1907 y la Ley No.4994 sobre patentes de invención de 1911,
permanecieron vigentes hasta el año 2000, cuando fueron promulgadas
nuestras vigentes leyes sobre Propiedad Industrial, No.20-00 y de
Derecho de Autor, No.65-00, del 8 de mayo y 21 de agosto de ese año,
respectivamente, que fueron seguidas de sus correspondientes
reglamentos de aplicación, Nos.599-01, del 1 de junio de 2001, y 362-
01, del 14 de marzo de 2001, respectivamente. Amén de los aspectos
normativos y procedimentales, en virtud de esos textos se crearon la
Oficina Nacional de la Propiedad Industrial (ONAPI), dependiente de la
Secretaría de Estado de Industria y Comercio, y la Oficina Nacional de
Derecho de Autor (ONDA), dependiente de la Secretaría de Estado de
Cultura. Particularmente, la Ley No.65-00, considerado uno de los
cuerpos legales más avanzados de América Latina, hace acopio de los
Tratados de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI)
sobre interpretación o ejecución y fonogramas (TOIEF) y sobre Derecho
de Autor (TODA) del 20 de diciembre de 1996, que serían adoptados
mediante las resoluciones del Congreso Nacional Nos.150-03 del 12 de
agosto de 2003 y 182-03 del 26 de noviembre de 2003,
respectivamente.

Así como las Leyes Nos.20-00 y 65-00 fueron votadas atendiendo a la


necesidad de adecuar el régimen de la propiedad industrial y el derecho
de autor en los ámbitos institucional y normativo a las exigencias del
Acuerdo sobre los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con
el Comercio (ADPIC), de la Organización Mundial del Comercio (OMC),
de 1994 y ratificado mediante resolución No.2-95 del 20 de enero de
1995, su primera modificación - en 2006 - fue promovida por la
necesidad de adaptar determinados contenidos de ellas a las
disposiciones del Capítulo XV sobre Propiedad Intelectual del Tratado de
Libre Comercio entre la República Dominicana, Centroamérica y los
Estados Unidos (DR-CAFTA), suscrito el 5 de agosto de 2004 y
ratificado el 6 de septiembre de 2005. La entrada en vigor de este
acuerdo el 1 de marzo de 2007, puso en vigor las modificaciones
introducidas en virtud de su Ley de Implementación No.424-06, del 20
de noviembre de 2006, que fuera modificada por las leyes No.493-06
del 22 de diciembre de 2006 y 2-07 del 8 de enero de 2007.
También en 2006 fue promulgada la Ley No.450-06 sobre protección de
los derechos del obtentor de variedades vegetales, específicamente 6
de diciembre de ese año, que establece el régimen jurídico para la
concesión y protección de los derechos de obtentores de variedades
vegetales. La Secretaría de Estado de Agricultura está a cargo de su
implementación por intermedio de la Oficina de Registro de Variedades y
Protección de los Derechos de Obtentor. Con esta ley se concreta el
compromiso asumido con la ratificación del ADPIC de regular las
obtenciones vegetales mediante una ley especial, de conformidad con lo
dispuesto en la Ley No.20-00. Paralelamente, su entrada en vigor fue
acompañada de la promulgación de la resolución No.438-06 del 5 de
diciembre de 2006, en virtud de la cual fue aprobado el Convenio
Internacional para la protección de las obtenciones vegetales, del 2 de
diciembre de 1961 (Convenio UPOV).

Más recientemente, el 28 de mayo de 2007, en cumplimiento de los


acuerdos arribados con la ratificación del DR-CAFTA, el país se adhirió
al Tratado de Cooperación en materia de Patentes (PCT), del 19 de
junio de 1970, que prevé la cooperación internacional para la
presentación, búsqueda y examen de solicitud de protección de
invenciones.
Realice un ensayo argumentativo, de no más de tres
páginas, acerca del valor del capital intelectual como
propiedad de las personas.

En principio, no se tenía un interés jurídico ni económico como se tiene en el


día de hoy de los derechos intelectuales. Se crearon muchas invenciones en
aquellos tiempos, pero no existía el interés de adjudicarse la paternidad de
esas ideas e invenciones.

Al paso del tiempo se fueron creando normativas concerniente a los derechos


intelectuales, siendo la primera conocida como “El estatuto de la Reina Ana” en
1710.

En la época moderna, estamos en una plena protección a los derechos


intelectuales en los distintos países que poseen una legislación acerca la
protección de esos derechos, que garantizan al autor o inventor la posibilidad
de obtener sus ganancias por medio de esa propiedad intelectual; es decir, la
ley consagra en su articulado la valorización de la propiedad industrial e
intelectual.

La importancia de este valor del capital intelectual para las personas, es que,
le garantiza una indemnización por daños y perjuicios por la violación jurídica a
los derechos intelectuales, resaltando, que esos derechos intelectuales son el
de Propiedad Industrial e Intelectual. También su importancia radica en que no
solo el autor puede lucrarse de estos derechos, en caso de falta de este, sus
descendientes también pueden hacerlo durante un periodo de tiempo
establecido por la ley.

Otra importancia de la valorización del capital intelectual de las personas, es


que ya en Estados Unidos se ha dado lugar a préstamos de grandes sumas de
dinero por los bancos comerciales sobre la base de una idea o estrategia
mercadológica que básicamente estaba soportada en derechos de propiedad
industrial. Se habla específicamente del señor David New y su marca Root 66.

Cabe destacar que para que esta Propiedad Industrial e Intelectual tenga la
validez y su punibilidad deben de estar registrados en las correspondientes
oficinas que administran los derechos de Propiedad Industrial e Intelectual.

En nuestro país, República Dominicana, las leyes que rigen la Propiedad


Industrial y la Propiedad Intelectual son las leyes 20-00 y 65-00
respectivamente. Y las oficinas que administran son: la Oficina Nacional de la
Propiedad Industrial (ONAPI) y la Oficina Nacional de Derecho de Autor
(ONDA).
En síntesis, la valorización del capital intelectual para las personas les permite
a estas obtener beneficios económicos no solo por una indemnización por
daños y perjuicios, sino también por contratos que pueden concertarse entre
vivos, también, de los préstamos que en un fututo los bancos comerciales
dominicanos al valorizar el capital intelectual, como también un ingreso a sus
descendientes a falta del autor.

Conclusión
El valor corporativo no proviene directamente de ninguno de los factores de
Capital Intelectual sino de su interacción de todos ellos, por fuerte que sea una
organización en uno o dos de estos factores, si en el tercero es débil, o peor
aún mal orientada, la organización no tiene potencia para convertir su Capital
Intelectual en valor corporativo.

Para trazar un cuadro del rendimiento financiero la contabilidad del Capital


Intelectual debe enfocar el rendimiento de la empresa desde diversos puntos
de vista.

Un indicador clave en una empresa puede ser trivial en otra, de acuerdo con la
rama de actividad y la estrategia elegida.

BIBLIOGRAFÍA
De La Fuente M. Tendencia en la Administración del Capital Intelectual. Disponible en: URL:
http://ww.modelafu.campus.mty.itesm.mx

2. Edvinsson P, Malone MS. El Capital Intelectual. Editorial Norma, Santafé de Bogotá. 1998.
Pág. 249.

3. Tobón FL. Antología de los Valores del Crecimiento Humano. Medellín: Hospital Pablo Tobón
Uribe. 1998.

4. Berry L. Un Buen Servicio ya no Basta. Editorial Norma, Santafé de Bogotá 1996.

5. Stewart T. El Capital Intelectual la Nueva Riqueza de las Organizaciones. Buenos Aires:


Ediciones Granica, 1998. Pág. 280.
6. Marquez RF. Capital Intelectual, una Propuesta de Valoración. Medellín. 1999. Trabajo de
Grado (Magister en Administración). Universidad EAFIT

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