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El masculino genérico

De acuerdo con el precepto académico, «los sustantivos masculinos no solo se


emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también, en los contextos
apropiados, para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la
especie sin distinción de sexos». Gramática, RAE, 2009.
Sucede en cada vez más foros que las mujeres son una mayoría. Esto pasa no
solo en reuniones y encuentros profesionales de muy diversa índole, sino
también, por ejemplo, en el deporte femenino, que cada vez cuenta con más
presencia en los medios, o en la composición de los distintos
Gobiernos. Muchos hablantes sienten que, para recoger convenientemente este
hecho, el llamado masculino genérico se queda corto. Esto es, que ante una
mayoría, por ejemplo, de ministras lo más adecuado sería hablar de las
ministras del Gobierno, englobando con esta denominación a hombres y
mujeres, en lugar de hacerlo al revés.
La postura académica es clara a este respecto: en español el masculino es el
género no marcado.
En gramática un elemento no marcado es:
 el de sentido más general;
 el de distribución más amplia;
 el que se recupera por defecto cuando no hay morfemas específicos.
La Gramática explica que «los sustantivos masculinos no solo se emplean para
referirse a los individuos de ese sexo, sino también, en los contextos
apropiados, para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la
especie sin distinción de sexos», como en El león es un animal cuyo hábitat
hay que proteger. Por eso, el servicio de consultas de la RAE explica que «los
alumnos», en masculino, «es la única forma correcta de referirse a un grupo
mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones».
La última Gramática académica ofrece principalmente dos motivos en defensa
de este masculino genérico:
 La economía lingüística: se considera que las alternativas, como desdoblar cada
apelación en dos géneros, son un circunloquio innecesario la mayor parte de
las veces.
 La concordancia gramatical: ante soluciones como el desdoblamiento
sistemático, pasaría a ser mucho más complicada.
Sin embargo, más allá de recurrir siempre al desdoblamiento, algunas voces
piden que, si se habla, por ejemplo, ante un auditorio con una mayoría de
mujeres, se apele a él en femenino, haciendo de este género el no marcado;
pero esta propuesta tiene el problema de que puede acabar obligando al orador
a llevar un recuento del número exacto de los hombres y mujeres presentes, y
no parece por tanto una solución muy práctica.

Lo cierto es que, en determinados contextos, algunos hablantes usan de forma


esporádica el femenino genérico: el año pasado, los medios se hacían eco de
las palabras del entrenador de la selección femenina de baloncesto. Sus
«jugamos contentas, jugamos tranquilas» causaban asombro en los medios: un
hombre se incluye en un femenino genérico en una muestra de habla tan
espontánea como la de un seleccionador hablando a sus jugadoras.
Preguntado por ese femenino, respondía con una lógica que para él era
aplastante: «¡Pero si son todo mujeres y el único hombre soy yo, que ni
siquiera juego!».

En la Fundéu creemos que esos son los detonantes que empiezan a impulsar un
cambio gramatical en una lengua (más lentos, más complicados de alcanzar
que cualquier cambio ortográfico o léxico). Cuando estos usos se generalicen,
cuando la mayoría de los hablantes en su día a día, con naturalidad, entiendan
que el femenino es más adecuado que el masculino en algunas situaciones y lo
empleen así, estaremos ante un fenómeno mayoritario; este uso del femenino
será un consenso tácito en la mente de los hablantes. Y entonces la Gramática
académica, notaria de la lengua, previsiblemente registrará que el masculino ya
no es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto.

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