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LITERATURA 5° - PARTE 2

Realismo y crítica social


Observá el cuadro “Niños comiendo uvas y melón” de
Bartolomé Esteban Murillo (1650) y luego respondé:

a) ¿Qué aspecto presentan los niños de la imagen?


b) ¿Qué connota el gesto de cada uno de ellos?
c) ¿Cuál podría ser su historia de vida?

La voz de un experto en una definición…

Según Carlos E. Meza, “ninguna manifestación artística,


ningún género literario prorrumpe por súbita y
espontánea generación. Van creándose, a veces en lenta
andadura de siglos, según evoluciona el estilo de vivir. La
picaresca, como realidad humana, flotaba en el ambiente
y afloraba ya hasta en los tratados morales y ascéticos de
la época”.

d) ¿Qué relación hay entre un género y la realidad


social?

La voz de la calle en una frase…


“¡Pero qué cara de pícaro tiene ese chico…!”. La palabra
pícaro se utiliza con frecuencia para indicar que una
persona es simpática y alegre; también puede emplearse
para aludir a alguien que actúa con cierta malicia.

e) Pensá situaciones concretas en las que una


persona pueda ser considerada pícara.

f) Elaborá un diálogo según lo correspondido en la consigna /E/


e) Explicá la relación entre un género literario que conozcas (poema épico, tragedia, etc) y los valores sociales que representa.

Algunas lecturas para debatir y reflexionar…


“Porque son negros” de Juan Solá.

Me gusta el subte porque es como el cumpleaños de quince de una prima lejana al que todos se ven obligados a ir aunque nadie
tenga ganas. En él converge la mezcla más exótica de seres humanos, una suerte de feria llena de colores y ruido y voces
estridentes y alguna que otra imagen triste.

Los pibes se metieron al vagón a los gritos. Eran tres y ninguno tenía más de ocho años. Eran flaquitos y chabacanos, maleducados
sin maldad, medio pillos pero compañeros. Uno solo tenía zapatillas, el más chiquito.

Y cuando digo chiquito no hablo de la cantidad de años sino de la cantidad de costillas que le conté sobre la piel desnuda. El más
chiquito tenía las zapatillas y también tenía las tarjetitas. Las fue repartiendo mientras hablaba a los gritos y el otro le respondía a
los gritos y un tercero le gritaba a la gente que les tiraran una moneda, que Dios los bendiga. Una señora se tapó los oídos.

Recién cuando pasaron en retirada escuché hablar al pibe que tenía sentado enfrente. Él también habrá tenido unos ocho años.

-Mamá, ¿por qué gritan los nenes?-, preguntó, sin sacarles los ojos de encima. Eran ojos de asombro. ¡Qué libres eran los nenes
que podían jugar en el subte!, habrá pensado.

-Porque son negros-, dijo la madre y sentí como si de repente me hubieran apretado el pecho. Pensé que había escuchado mal y
presté atención. No sé por qué tuve miedo.

-Porque son negros. Y cuando sean grandes, van a ser ladrones. Vos tenés que tener mucho cuidado con esos chicos, ¿sabés?
La cara del nene cambió como cambia la luz de la tarde cuando es verano y son las ocho menos diez y hay sol y de repente son las
ocho y todo se ha puesto oscuro. Sus ojos se apagaron y los ratoncitos de curiosidad que espiaban desde las pupilas se atacaron
entre ellos. Sus cejas se torcieron hacia adelante y sus labios se convirtieron en una línea recta y severa. Creo que hasta se le cayó
un poco de magia de los bolsillos.

-¿Sabés?

-Sí, mamá.

No entiendo muy bien lo que me ocurrió a mí. Se me aceleró el corazón y mi garganta se puso rígida y quería salir del tren aunque
estuviera en movimiento. Quise ser yo el que gritara ahora, pero me pareció más virtuoso el silencio de quien sabe que nunca se
humilla a alguien delante de sus hijos.

Tenías la oportunidad de sembrar una semilla de amor y preferiste perpetuar el odio. Elegiste enseñar a tener miedo. Podría
haberte perdonado la falsa misericordia de quien observa y murmura ‘pobrecitos’ pero masticaste tanta bronca que ya no sabés
hacer ni eso. Ay, nene, ojalá alguien te explique que tu vieja ese día estaba enojada y que los pibes de la calle no se juntan para
jugar, sino porque tienen miedo. Los pibes de la calle no gritan porque son negros, gritan porque son invisibles.

Actividades…

1. Al comienzo, el narrador describe a los pibes que entran al subte con una serie de calificativos: ¿crees que alguno de
ellos puede ser una versión moderna de “pícaro”? ¿Cuál? ¿Utilizas ese término? ¿En qué circunstancias?
2. ¿Cómo se describe al pibe que viajaba con la madre en el subte? ¿Qué similitudes y diferencias podés encontrar entre
ellos?
3. ¿Qué significa según la madre “ser negro”? ¿Estás de acuerdo con ella?
4. Ante la respuesta de la madre a su hijo:
a) ¿Qué aprendió el niño ese día?
b) ¿Qué cambios nota el narrador en el niño?
c) ¿Qué concepto tiene ahora el niño sobre los pibes que consideró libres y con suerte?
5. ¿Cuál fue la reacción del narrador ante la respuesta de la madre a su hijo? ¿Crees que hizo lo correcto? ¿Vos que
hubieras hecho ante una situación igual? Explica.
6. Al finalizar el relato, el autor dice que “Los pibes de la calle no gritan porque son negros, gritan porque son invisibles”.
a) ¿Qué es lo que quiso decir? Explica.
b) ¿Estás de acuerdo con esta afirmación?

7. Elegí una de las siguientes tesis y elaborá una opinión:


a) Los pibes de la calle no deberían ser invisibles.
b) “Ser negro” no te hace un delincuente ni “Ser blanco” te hace mejor persona.
c) Los prejuicios solo nos vuelven peores personas.
d) No se debe enseñar a tener miedo ni a perpetuar el odio.
e) No deberían existir pibes en las calles.
f) El pobre es pobre porque quiere.

Otro texto por placer…

Definiciones acerca de los "negros de mierda" Aymara García M (nonfiction)

Esta mañana me encontraba en un reconocido negocio de ropa masculina de la calle Meeks, en Lomas de Zamora, de esos que su
distinguida clientela dice que vende ropa para gente “como uno”. A pesar de que había luz, no tenía el aire acondicionado
prendido. Una clienta, por lo visto bastante preocupada por la situación, le preguntó al dueño cómo podía trabajar sin aire; a lo
que el comerciante exitoso le contestó:

- Y qué quiere, estamos en la Argentina. Lo que pasa es que acá todo el mundo se calla la boca, pero la verdad es que tenemos un
gobierno, que gobierna para los negros y nadie hace nada.

Sus palabras me estremecieron.

Inmediatamente vino a mi memoria aquel famoso poema que se le atribuye a Bertolt Brecht que dice:

”Primero vinieron por los judíos, como yo no era judío nada me importó.
Después vinieron por los negros, como yo no era negro nada me importó. ...”

Con gran rapidez mental lo repasaba y me decía a mí misma para tranquilizarme: no soy negra, no soy judía, no soy
homosexual......., pero ¡Sácate! ¡Soy gorda! ¿Y si algún día se les ocurriera acusar al gobierno de gobernar para los gordos, y que
entonces algo se debería hacer?

Por temor a la imposición forzada a una dieta a pan y agua por los defensores de la democracia, tomé valor y muy tímidamente le
respondí. Le dije que coincidía con él en cuanto a que la gente siempre se calla, pero que ese no era mi caso, y que sus palabras
me ofendían, que él podía pensar como quisiera pero que debía ser más respetuoso con las personas.

Inmediatamente la distinguida clientela comenzó a aclararme sus ideas:

- Nos referimos a los “negros de adentro” no de afuera.

Intenté nuevamente disuadir sus pensamientos discriminatorios, pero fue infructuoso, y la situación se había tornado demasiado
violenta. No tuve más remedio que retirarme sin antes decirle que no pensaba comprar más en ese negocio.

Sin embargo, me asaltó una duda: ¿Que es un negro de adentro?

Como profesora de metodología de la investigación que soy, esa duda se transformó inmediatamente en una pregunta de
investigación y llamé a alguno de mis colegas sociólogos y politólogos para que me aclararan las ideas.

Un negro de adentro, me dijeron, también llamado negro cabeza o, más vulgarmente conocido como negro de mierda , es aquel
que no respeta las normas, que corta las calles, que invade y se apropia de tierras públicas o privadas sin pagar un peso, que no
paga los impuestos y que pretende vivir de los demás.

Con ese pequeño marco teórico comencé mi trabajo de campo para comprobar su existencia en nuestro país. Y para sorpresa mía
al poco rato ¡los encontré!

Seguí caminando por Lomas y comprando en algunos locales de la Galería Oliver y otros de la calle Laprida y la mayoría de los
comerciantes no me entregaban el ticket de compra -“total, gordi, lo cambiás con la bolsita”- me decían (otra vez la cuestión de
peso se convertía en una amenaza). Mis conocimientos en economía me daban la evidencia de que con ese mecanismo no pagaban
el IVA; ergo estaba frente a personas que no pagaban los impuestos. La conclusión no tardó en llegar: Este es un negro de adentro.

Subo al auto para volver a casa. Me detengo en el semáforo y observo que el auto de adelante estaba parado sobre la senda
peatonal, otro que venía de frente cruza en rojo. Arranco y a las pocas cuadras pongo luz de giro para cambiar hacia el carril cuyo
semáforo tiene giro a la izquierda pero una 4 x 4 se me viene encima. Nuevamente surge la evidencia: estas personas no respetan
las normas, entonces también deben ser negros de adentro; pero, a esta altura, estaba tan ofuscada que dejé de lado el lenguaje
académico y opté por el vulgar y dije:

- Deben ser negros de mierda.

Sigo rumbo al centro de Adrogué y, al pasar por Esteban Adrogué, su calle principal, observo autos estacionados en doble fila de
ambos lados. Ya -casi sintiéndome una experta en la materia- me digo a mi misma: ocupación de espacio público y corte de calle.
Negros cabezas (los de Adrogué merecen un trato preferencial).

Ya daba por finalizado mi trabajo de investigación, cuando de vuelta a casa observo que sobre la avenida Espora y Frías hay un
predio que pertenecía a la vieja empresa estatal Obras Sanitarias y que fue cedido gratuitamente a la parroquia del barrio. También
recordé que el Colegio Belgrano de Témperley había construido canchas de fútbol y vestuarios sobre los terrenos y galpones que
alguna vez fueron del ferrocarril Roca y que también fueron cedidos gratuitamente para uso exclusivo del alumnado.

¡No puede ser! ¿Acaso estaríamos frente a la hipótesis de ocupación de tierras para beneficio propio sin pagar un peso?

Un temor reverencial invadió mi alma. ¿Los curas también serían negr........... ? Imposible.

Lucidamente repasé las distintas perspectivas teóricas y fue de la mano del positivismo en donde hallé la respuesta: La excepción
confirma la regla. Estamos frente a un típico caso de excepción.

Sin embargo recordé que sobre el mismo predio, el Club Témperley también estaba construyendo una cancha de entrenamiento
para su equipo. Aquí sí que no dudé, la regla quedaba confirmada.

Todos estos son unos negros de mierda.


LA NOVELA PICARESCA: UN NUEVO GÉNERO PARA UNA NUEVA
Sobre el autor…
REALIDAD
Lazarillo de Tormes fue publicada en 1554 en España y se encuadra dentro
El lazarillo de Tormes ha sido transmitido del surgimiento de un nuevo género, la novela picaresca. Este género
desde sus orígenes de manera anónima. irrumpe para mostrar la realidad más cruda del imperio español: la pobreza
Según una hipótesis, el autor habría de las clases bajas, el descontento social, la mezquindad de los más
permanecido oculto por la fuerte crítica privilegiados y los abusos del clero y la nobleza.
social que presenta. Lázaro atraviesa por El género toma su nombre del protagonista, un pícaro que logra sobrevivir
distintos amos, pertenecientes a por medio de su ingenio y astucia en un medio social que le es adverso y
distintos estamentos y clases sociales, y marginal. Así, el pícaro se opone al ideal del caballero que se había destacado
todos se muestran de manera hasta entonces en la narrativa medieval. Veamos a continuación otras
descarnada. Maltrato, engaño, mentira, características que definen al género:
hambre, egoísmo, son moneda corriente
para Lázaro. Y, si bien se puede pensar  Carácter autobiográfico de la narración: el protagonista de la novela
que esas actitudes son las que permiten cuenta su historia desde los orígenes empleando la primera persona. Las
generar los recursos para subsistir en circunstancias que narre acerca de su vida le permitirán dar cuenta de
ese medio hostil, muestran una mirada aquello que el autor desea criticar de la realidad. En el caso de Lazarillo de
muy oscura de la sociedad de la época. Tormes, el narrador en primera persona se dirige, mediante una carta, a
Por otro lado, el empleo de la primera alguien de un nivel social más alto (la fórmula que utiliza es “Vuestra
persona narrativa le otorga un verosímil Merced”). Esta estructura de carácter epistolar le dará unidad a las distintas
que, en la época, era difícil vincular con situaciones vividas por el protagonista al servicio de distintos amos, y
la ficción. Así, la obra fue prohibida por transformará el conjunto de historias de una novela.
la Inquisición y recién se permitió su  Verosimilitud: el aspecto autobiográfico y la descripción detallada
distribución cuando fueran eliminados de los diversos tipos sociales, sus costumbres y los ambientes en los que se
los pasajes más cuestionados por la mueven hacen que la narración resulte verosímil. Del mismo modo, el
Iglesia. lenguaje llano empleado en el relato también contribuye a la verosimilitud
de la historia, ya que Lázaro es un personaje de baja extracción social, no
letrado (el lenguaje utilizado es acorde con su origen humilde).
 Sátira de vicios y costumbres: por medio de la crítica o burla se
ponen de manifiesto las costumbres y vicios de la sociedad. Este
procedimiento literario se emplea para generar humor y, en ocasiones, se
recurre a él con un fin moralizante. La crítica apunta a la corrupción, la
hipocresía, el “falso honor”, la ambición, la avaricia y la falta de solidaridad
por parte de los estamentos sociales más privilegiados.

ACTIVIDADES PARA TRABAJAR LOS TRES PRIMEROS TRATADOS…

1. ¿A quién dirige el narrador su discurso? Citá un fragmento del texto para justificar.
2. ¿Qué datos concretos te permiten inferir que el protagonista tiene un origen muy humilde?
3. A veces, Lázaro engaña al ciego, aprovechándose de su situación. ¿Qué opinás al respecto?
4. En tu opinión: ¿fue positiva o negativa la influencia del ciego en la vida de Lázaro? Fundamentá tu respuesta.
5. ¿Qué expectativas tiene Lázaro cuando conoce al escudero?, ¿Qué desengaño sufre al respecto?
6. Señalá similitudes y diferencias en la relación de Lázaro con cara uno de sus amos.

Crisis social y realismo literario

Lazarillo de Tormes se constituyó en un éxito inmediato. Esto puede relacionarse, seguramente, con la crisis que atravesaba
España en el momento de su aparición. Una gran parte de los campesinos, sin trabajo, se trasladaban a las ciudades en busca de
oportunidades, pero terminaban mendigando ante la falta de estas. En ese sentido, frente a los héroes medievales de los más
altos estamentos, generalmente nobles, que protagonizaban las obras literarias de la Edad Media, el personaje del pícaro se
muestra como un antihéroe. La picaresca instala al pícaro, representante de las clases más marginadas, en el escenario de las
ciudades renacentistas para librar las peores batallas: aquellas que lo llevan a enfrentar el hambre y el maltrato. Ya desde el
prólogo de la obra, Lázaro se refiere a aquellos que han sido beneficiados con un apellido ilustre y una dote o herencia familiar y
a los que, en cambio, pertenecen a su misma condición: los desafortunados que no gozan de privilegios y deben “salir a buen
puerto” a costa de su esfuerzo personal, soportando padecimientos físicos y morales.

La sociedad española personificada en la novela estaba constituida por ocho estratos sociales: la realeza, la nobleza, la aristocracia
cortesana, los caballeros, el clero, la burguesía, los letrados y militares, los campesinos, la plebe y los marginales. Casi todos ellos
aparecen encarnados en el Lazarillo de Tormes, a través de los amos a los que el protagonista debe servir para lograr su
subsistencia. La vida compartida con ellos será la excusa para que el autor nos muestre el accionar de los representantes de cada
uno de los estratos.

ANÁLISIS…

1. ¿Cuál es la mirada que tiene Lázaro sobre el robo por el que condenan a su padrastro? Extraé la cita y comentala
considerando el contexto de la época.
2. Identificá el momento en que Lázaro reflexiona sobre oposición entre la ceguera de su primer amo y el
“alumbramiento” que le produce el contacto con él. Luego coméntalo a partir de las características de la novela
picaresca.
3. Señalá fragmentos de la novela que te permitan ejemplificar las características de la novela picaresca (carácter
autobiográfico/verosimilitud/sátira de vicios y costumbres)
4. Revisá los estratos sociales de la época en que fue escrita la novela y determiná a cuál pertenece cada uno de los amos;
luego, describí el modo de vida, los hábitos y las costumbres de esos estamentos de acuerdo con el accionar de los
personajes.

EL RENACIMIENTO: UN CONTEXTO PARA LAZARILLO DE TORMES


La Edad Media fue un extenso período histórico, social y cultural que se extendió, aproximadamente, ente los siglos V y XV.
Durante ese período, tuvo lugar una gran diversidad de manifestaciones estéticas, que llegaron a su apogeo en los últimos siglos,
a los que se considera como preludio del Renacimiento o Prerrenacimiento.

El Renacimiento surgió en Italia a fines del siglo XIII e inicios del siglo XIV, pero recién un siglo después sus ideas adquieren
relevancia en España. Estas ideas llegan a la península en un momento en que la Corona se veía fortalecida por la asunción al
trono, en 1516, de Carlos I, quien cuatro años después se convertiría en emperador de Alemania. Al tener bajo su dominio la
península ibérica, los territorios de América, el norte de África, el sur de Italia y los territorios heredados de los Habsburgo (actuales
Holanda, Bélgica, Alemania y Austria), el monarca impuso el absolutismo monárquico. Por medio de este régimen, el monarca
concentraba todas las atribuciones del Estado, y su poder solo estaba condicionado por el juicio de Dios. Cuando en 1556, Felipe
II heredó el trono, se mantuvo esta concepción del poder, pero el imperio comenzó a tambalearse en lo económica: a pesar de las
riquezas provenientes, principalmente de México y Perú, Carlos I se había vito en la necesidad de pedir préstamos a banqueros
privados para solventar las guerras contra Francia y e impedir el avance de los turcos en el Mediterráneo.

Reforma y contrarreforma

Tras la llegada a América, España –consolidada como imperio- se dedicó a extender la religión católica en los nuevos territorios,
pero hacia 1530, la Reforma Protestante puso en jaque el poder de la iglesia. Bajo el liderazgo del sacerdote alemán Martín Lutero
y del teólogo francés Juan Ítalo Calvino, el protestantismo comenzó a extenderse por Europa y a provocar fuertes enfrentamientos
en diversos territorios: la protesta se encausaba hacia el poder económico del papado y la corrupción en el seno de la iglesia
católica.

La respuesta de dicha iglesia al protestantismo de Lutero y de Calvino se denominó contrarreforma y tuvo como consecuencia,
entre otras, la creación del Tribunal del Santo Oficio, conocido como Inquisición. Esta institución era la encargada de vigilar y
castigar a quienes no respetaran las normas y los valores tradicionales de la iglesia o pusiera en duda el poder del clero. Tal
circunstancia explica, en parte, el anonimato de Lazarillo de Tormes.
ACTIVIDADES PARA TRABAJAR EL TEXTO

1. ¿De qué manera justifica la autora el


interés que sigue produciendo la lectura de
Lazarillo de Tormes?
2. De acuerdo con lo que sabés sobre la
obra, ¿cómo podría fundamentarse la idea de
que “escribir es combatir”?
3. ¿Qué crees que quiere decir “inventar la
realidad como ficción”?
4. ¿Cuál es la relación que, según el texto, se
establece entre el individuo y el mundo social?
¿Coincidís en que el Lazarillo problematiza esta
relación? Fundamentá tu respuesta.

Lecturas para debatir, reflexionar y establecer relaciones de transtextualidad…


“Criminal” de Gabriela Cabezón Cámara.

Lo que se ve es una bolsa, transparente pero empañada. Respira. Se escucha eso, una aspiración esforzada, la bolsa queda pegada
como un chicle explotado a algo que parece una cara, y enseguida la espiración, el globo. Si solo hubiera sonido podría pensarse
en un ejercicio de meditación. Pero está la imagen, la bolsa que se infla y se desinfla tapizada de gotas microscópicas.

-Dejalo así.

Se aleja la cámara, y entran más cosas. Es un chico aspirando pegamento. Está sentado en unos escalones. Un poco sucio, con las
zapatillas rotas, la ropa que le queda grande, un perrito que le lame la cara cuando se desvanece, o eso parece, acostado en la
escalera. El animal gime y lo sigue lamiendo. Parece asustado.

-Esto entra. Poné el arma adelante.

En un ángulo mal iluminado estaba. Así, en primer plano, el arma es gigante al lado del pie del chico, que debe tener unos diez, a
lo mejor más pero con esto pibes nunca se sabe, no crecen bien. El perro se acuesta arriba del cuerpito como si quisiera darle calo.
Le está dando calor. Es un animal flaco también, costilludo, orejón y dorado. El pibe respira con dificultad, pero poco a poco va
recuperando el ritmo tranquilo como si el corazón del perro se lo marcara.

-Que no se le vea la cara todavía.

Se lo marcaría el corazón del perro porque la vuelta a la conciencia del pibe se aprecia primero en la cola del animal, que se mueve
entusiasta. Alegre incluso. Se para y le lame la cara con énfasis. El chico se tapa y se ríe. Colita, le dice, pará, Colita, mientras abraza
al animal. Recién cuando se incorpora, se acuerda de que hay gente ahí con él, hay una cámara. Se pone serio y agarra el revólver.

-Casi te llevamos al hospital

-No, al hospital no me llevas ni ahí o te cueteo.


Agarra el arma y casi inmediatamente se le cae. Es pesada y él todavía no recuperó toda su fuerza. Se escuchan ruidos.

-Tené cuidado con eso.

-¿Qué, tenés miedo vos, puto?

-Sacá la voz de Lolo, dejalo al pibe hablando solo.

Pasa la secuencia editada. Se ve la cara del pibe en primer plano. Se le caen los mocos, está agitado, tiene los ojos redondos, los
pelos negros parados, las mejillas sucias, serruchito en las puntas de los dientes. Algunos le faltan, todavía no le crecieron, o los
perdió. Corte. Está parado, con el arma en la mano. Dice: “No, al hospital no me llevás ni ahí o te cueteo. ¿Qué, tenes miedo vos,
puto?”

-Quedó bien. Dale, poné toda la carne que nos quedan quince minutos.

Las imágenes se suceden con vértigo, parecen sacadas de videojuego. Se ve al pibe caminando por las calles sucias de un barrio
precario como un pac-man avanzando en un laberinto enloquecido, de pasillos angostos y a medias de cualquier cosa. La cámara
lo toma de espaldas. Como señales de tránsito a toda velocidad se ven manos que salen de las casillas agitando saludos. Apena
visibles entran y salen de cuadro los azules de los uniformes de la policía y el gris de un traje de un tipo de traje. Llegan a una
esquina.

-Pará, pará.

Otra vez la cara del pibe que mira la cámara y a los que están detrás como no sabiendo qué hacer, como perdido. El perrito no se
le separa, está parado a su lado pero no está perdido, está tenso, como amenazado. Se ve un mango con anillos grandes, a de
Lolo, alcanzarle una hamburguesa y una coca al pibe, otra hamburguesa para el animal. El nene se la come medio desesperado,
con la boca abierta, se ven los pedazos de pan y de carne dándole vueltas entre la lengua y los dientes. El perro desconfía, huele
con insistencia lo que le tiraron, pero al final gana el hambre y se la come.

-Contame otra vez lo que me dijiste antes, lo del transa, ¿te animás?

-Claro que me animo. Yo no le tengo miedo a nada. Maté a uno pero no me hicieron la denuncia porque era un transa. No me quiso
regalar una bolsita de droga y se lo di en la boca. Le di un tiro por acá, que le salió por acá.

-Y robaste, ¿por qué robaste?

-Porque estaba aburrido.

El perrito sigue inquieto, da vueltas alrededor del pibe. En un costado está estacionando un patrullero. Sigue hablando del chico.
El de las hamburguesas le pregunta si no le tiene miedo a la policía.

-No le tengo miedo a nada, ya te dije. Yo tengo más años que lo que entrenaron ellos, no saben manejar una pistola. Yo sí sé, ya la
viste a la mía, es una Bersa Thunder, con regulación automática, para que no te tire para atrás.

-Sacá lo de la comida, sacá la voz de Lolo, bruleale la cara al pibito y dejá lo demás hasta la pistola y ahí cortamos. En cinco nos
dan aire.

El técnico hace lo que le dicen y se va de la cabina de edición. La película sigue sin que nadie la mire. El chico termina de hablar y
se desinfla, como la bolsita que aspiraba al principio. Lolo se le acerca con otra botella de coca. El perro se decide, le salta y le
muerde un hombro. El tipo le pega dos patadas y el animal queda hecho un bollo. El chico llora con el revólver en la mano. Lo
apoya en el piso para abrazar al perrito que gime. La pantalla se pone negra.

“Las hamacas voladoras” Miguel Briante

Primer punto.

Movió la palanca y la gente empezó a girar. La cara de una chica. Un hombre gordo. Una vieja que con una mano se sujetaba el
sombrero. Los demás, igual: aferrándose al borde de los asientos de madera. Los había mirado a todos, uno por uno, mientras le
entregaban el boleto: alguno tenía una lapicera dorada, sobresaliente del bolsillito del saco, junto al pañuelo blanco; otro, una
mancha en la camisa, junto a la corbata gastada; la vieja, una medalla con algún santo; acerca del gordo, no podía recordar si
llevaba o no cadena; los ojos de la chica eran marrones y el pelo rubio, suelto. La primera vez que los miraba así.Todos se habrían
despertado, esa mañana de domingo, pensando en la tarde, en el momento feliz de entrar al parque desplegando la sonrisa, la
plata, de subir al tren fantasma, al látigo, a las hamacas voladoras. El, en cambio, se había despertado pensando: hoy va a ser
distinto. Tres días que lo pensaba, tres mañanas eludiendo la cara del viejo, haciéndole trampas: poner cara de miedo pero
burlarse para adentro de esos ojos terribles, dominantes. Y ahora, como siempre, estaba ahí: con los dedos de la mano derecha
doblados sobre la palanca de hierro. Dirigía -por primera vez sintió eso: que dirigía- ese remolino de caras que estaba
envolviéndolo. Era necesario que la gente se acostumbrara de a poco al movimiento. Se lo había explicado el viejo, la primera vez
que le permitió manejar eso que ellos llamaban la máquina. (Segundo punto, inconscientemente). Despacio, muy despacio, la
palanca avanzaba sobre esa especie de semicírculo parecido a un engranaje: el trozo de cobre, el contacto, iba entrando
sucesivamente en las ranuras. La máquina aumentaba su velocidad. Lo aprendió mucho tiempo después de encontrar al viejo. El
tenía la espalda amoldada a esos bancos curvos, las piernas acostumbradas a replegarse en los asientos, cuando los guardas lo
dejaban dormir en los trenes en marcha. Aún se acordaba de muchas cosas: un policía haciéndolo bajar en Aristóbulo del Valle,
preguntándole dónde vivía. Alguien, diciendo: la culpa la tienen los padres. Y él había descubierto que sí, que si papá no se hubiese
muerto, si mamá. Después, al poco tiempo, otro agente avanzando hacia él, en Retiro. Y esa figura encogida, esa cara de viejo
apareciendo de atrás, adelantándose al uniforme y tomándolo de un brazo. Vamos, apúrate que te llevan, había dicho el viejo. El
se dejaba arrastrar. Escapando de las comisarías de las preguntas, de esos patios traseros que había lavado tantas veces, entre los
presos, o de esos zapatos que había lustrado cayéndose de sueño, entre las risas de los agentes. Las hamacas volaban bajo. Pero
no tan bajo como deberían estar volando, pensó.Las cadenas cimbraban levemente. La chica parecía más feliz. El pelo de la vieja,
libre de sombrero, ondulaba. Dentro de un rato va a flotar. El pibe que la seguía iba a tocarlo; la madre del pibe, atrás, iba a tocarlo
a él. Todos despreocupados, contentos, ninguno había advertido nada: el movimiento brusco sacudiendo la máquina, al comenzar.
Se acostumbraban lentamente -como explicaba siempre el viejo- a la altura, a la velocidad. Recordaba la cara del viejo (esa cara
que los años iban gastando hacia adentro, ahuecándola como una roca, creándole nuevas aristas duras, brutales), y su voz
diciendo: estúpido, entendés ahora, a ver, probá. El probó: con una sensación de torpeza, de inseguridad en las manos. La palanca,
demasiado separada, corrió casi todos los puntos de golpe: las hamacas, vacías, estaban allá arriba, girando a la máxima velocidad.
Entonces el viejo hizo una mueca, una de las manos se apoyó en su cuello, la otra subió hasta él, golpeándolo.

Tercer golpe.

Lo dio con rabia. El viejo dio ese tercer golpe, y el cuarto, y los demás, con una rabia casi increíble. Pero yo sí debía creerla. Porque
desde hace mucho tiempo esa rabia, esos golpes, eran reales, cotidianos, para él. Me ha pegado mucho, me ha pegado demasiadas
veces. Desde la vez en que lo llevó al parque y le dijo: vos, por ahora, tenés que limpiar. Y él, con el trapo en la mano, pensaba:
poder estar allá arriba, poder subir. Mientras limpiaba los engranajes, aceitaba las ruedas, arreglaba los asientos que la gente
rompía. Las caras pasando constantemente, recortándose felices contra el cielo. Los boletos desplegándose en sus manos, durante
unos segundos. El viejo en la boletería. Las manos blancas. Las manos grandes de los hombres oscuros o de los marineros. Los
sombreros de las viejas. El pelo rubio y el rostro de las chicas, flotando. Dando vueltas. Vueltas. Poder estar allá arriba. Y recordaba
esa mañana en que el viejo le había dicho: subí, vamos a probar cómo anda. Porque algo estaba roto y había que tener seguridad.
Eso: seguridad. Me estaba usando para hacer las pruebas. Y él había subido. Después de tantos años era hermoso -aunque nunca
supo decir qué era, en realidad- sentir esa detenida felicidad de estar subiendo. Se ajustó, lentamente, el cinturón. Acomodó las
manos sobre la madera. Yo tenía diez años, o más. El viejo movió la palanca. El movía la palanca para que subiera yo. La máquina
arrancó. Las hamacas tomaron velocidad lentamente. Mucho más lentamente que ahora: en forma normal. Girar. Subir. Girarsubir
en un apuro envolvente hasta que el parque estuvo abajo. Primero -a pedazos, tratando de ver por entre los hierros de la montaña
rusa, imaginando lo que ocultaban los edificios del parque- se preocupó de la Torre de los Ingleses, de los relojes de Retiro que
pasaban hacia atrás en círculo, después la avenida y la plaza San Martín, y después la ciudad y después el puerto con los barcos
que parecían navegar rápidamente mientras él daba vueltas, feliz, hasta que miró hacia abajo, hacia el parque, y lo vio desierto,
largamente vacío, silencioso, sin rostros, sin luces, muerto mientras la velocidad decrecía (movió la palanca: arriba, la velocidad
aumentaba) y él, al bajar, se encontraba con el viejo, con los trapos sucios que durante años iban a ser su único trabajo. Y hasta
después de cumplir los quince años (aunque nunca supo exactamente su edad) siguió pensando lo mismo que había pensado
aquella vez: cómo será de noche, cuando las luces y los rostros. Sobre todo desde aquella vez en que el viejo le dio la orden:
Bueno, ahora tenés que manejar vos; yo voy afuera, a los boletos. Cada vez que ponía en marcha la máquina pensaba eso. Poder
estar allá arriba, entre la gente, pensó. Cinco.

Cinco veces había subido, a lo largo de todos esos años. Cada vez que se rompían las hamacas. Primero las arreglaba el viejo: él
las probaba. Pero hace poco el viejo le dio las herramientas: vos tenés que arreglarlas, a ver cómo te portás. Y se fue. Durante
toda la mañana trabajó, con esa pequeña molestia de la grasa; una costumbre, en sus manos. La palanca estaba desenganchada.
Manejó los tornillos, mientras pensaba en el viejo. (El viejo en la boletería, la gente arriba volando; el viejo a la noche, haciéndole
limpiar los asientos y las correas y la máquina. El viejo, después, en la piecita, despertándolo temprano para que fuese a arreglar
la máquina, cuando él hubiera querido permanecer ahí, dentro del sueño, en ese lugar donde la cara del viejo no era tan terrible
y a veces ni siquiera existía.) Miró hacia arriba: los rostros. Un solo rostro circular y sonriente que lo rodeaba cada vez más rápido,
una cara que ahora, al mover la palanca, cuando él pasara

al sexto punto

cambiaría de gesto, pensó mientras todos cambiaban de gesto; se mareaban, seguramente, porque ya las hamacas han salido de
lo que antes era velocidad máxima, y nadie sabe que antes sólo al pensar diez -cuando la palanca, sobre los contactos, ya no podía
avanzar más- las hamacas llegaban a la máxima velocidad. Todo va a ser distinto. Y recordaba la escena: su sonrisa al terminar de
probar las hamacas; el viejo, después, preguntando si ya andaban bien. Ya vas a ver qué bien andan, pensó, y dijo que sí, que
andaban muy bien. Su cuerpo tapaba la palanca mientras miraba cómo las hamacas, vacías, empezaban a funcionar. Ahora, está
pensando lo mismo: Ya vas a ver qué bien andan. Ya van a ver. El gesto de la gente -aunque, en realidad, no podía verlo- no habría
cambiado mucho. Ningún grito, hasta ahora. Trató de distinguir a la vieja, a la chica rubia, al gordo. Todo era un círculo veloz.
Recién en el séptimo golpe iban a darse cuenta. Pero nadie iba a detenerlo. La palanca la tengo yo. Durante un instante sintió ese
mismo placer de subir por primera vez a las hamacas. El silencio, como aquel día, era una cara aislante creciendo en sus oídos,
más acá del círculo rápido de las hamacas que giraban a su alrededor. El viejo estaba en la boletería, ocupado en contar la plata,
en atender a los que después pasaban a formar cola para la próxima vuelta. La próxima vuelta. Ninguno había advertido nada.
Ellos están arriba, yo abajo: puedo decidir. Las caras unificándose; tapando, incluso, la del viejo, haciendo que esa cara esté ahí
abajo, y gire, como si hubiese entendido algo, hacia él. Ese viejo bruto lo ha mirado como presintiendo algo. Ahora, avanza hacia
las hamacas. El sabe que la velocidad ha sobrepasado lo normal. Pero van a ir más arriba. Acércate viejo. Y la palanca saltó hacia
el

séptimo punto

y la gente, el viejo, todos, pudieron oír el crujido no muy fuerte, pero perfectamente transmitido a través del poste central, hacia
abajo, desde las cadenas. No había gritos, pero se empezaban a inquietar. El viejo avanzaba hacia él, enderezando justo al centro
del amplio círculo, por la pieza, mientras él se acurrucaba y el viejo sacudía el cinturón. En ese lugar, muchas veces había subido
los brazos, primero pidiendo perdón, inútilmente; después, atajándose los golpes, el movimiento de esas tiras de cuero traídas
del parque, para arreglar. La hebilla estaba siempre para el lado de su cuerpo. El rostro del viejo, ahora, viniendo hacia las hamacas.
La gente, sin gritar mucho todavía, arriba. La hebilla bajando sobre su cuerpo, abriendo surcos, subiendo llena de sangre para
volver a bajar y subir girando allí arriba con sonidos secos, crujidos que bajaban y subían, giraba con el rostro de la chica rubia el
pelo el tipo gordo de pronto asustado seguramente la mujer tratando de aferrar con una pirueta el sombrero que trataría de
escaparse el viejo avanzando con la máquina de los boletos en la mano cerrada sobre la cinta de cuero que se balancea mientras
él siente la palanca redondeada en su mano. Yo soy el que puede decidir ahora, viejo. Tu ruina, todo. Los de arriba ya no van a
reírse porque cuando dé el

octavo golpe

las hamacas dan un salto, las cadenas giran casi horizontales y ahora sí, el miedo. Vos también tenés miedo, viejo. Estás por
entender. El rostro del viejo era una mueca terrible: ya no tengo miedo. El viejo decía que la máquina estaba descompuesta, que
la parara. Y que después, en la pieza -eso creyó oírlo, como todo, entre ruido- iba a ver. Eso: en la pieza. La hebilla manchada de
sangre bajando a desgarrarle la cara haciendo de su cara esa cosa horrible que había visto cada mañana, en el espejito de la pieza,
viendo también la cara del viejo, atrás, más allá, del círculo. Y su mano, fuertemente apretada a la palanca se mueve hasta el
noveno punto y siente saltar las hamacas. Sin mirar hacia arriba oye los gritos, confusamente perdidos. Después, ve la gente
borroneada formando una sola cara, la del viejo, allá arriba, girando, amenazándolo mientras el viejo, abajo, quiere cruzar y no se
anima. El silencio era algo más real, como una bruma que dejaba pasar los gritos, algún ruido, y a través de la cual veía
amontonarse la gente, abajo, la gente que señalaba para arriba, mientras él sólo podía oír ese crujido creciente, ahora, ese jadeo
del motor que estaba a punto de quebrarse, de reventar como van a reventar todos, como vas a reventar vos, viejo, y ya no vas a
poder volver a pegarme, pensaba, mientras el viejo, entre la gente, encerraba la cabeza entre los brazos, grotesco, y gritaba. La
cara del viejo volvía a estar allá arriba, gritando un grito enorme, girando, las cadenas se entrechocaban. Oyó un ruido más fuerte.
Le pareció que un bulto oscuro cruzaba el aire. Los gritos crecieron también abajo, subieron, uniéndose a los de ese rostro único,
al de ese maldito viejo que estaba arriba. La gente corría. Vio uniformes. Pensó: vengan. Gritó: vení, viejo de mierda, que no van
a pararme. Gritó: vengan, gran puta.

Gritó: Me queda, todavía, un punto más.

A partir de la lectura…

1. ¿Qué relaciones podés establecer entre estos dos cuentos y la novela El lazarillo de Tormes? Para establecer la relación
podrás apelar a sus temáticas, personajes, situaciones, etc.
2. ¿De qué manera se ve representada la niñez en “Criminal” de Gabriela Cabezón Cámara?
3. Según lo que conocemos sobre el personaje de “Criminal”: ¿creés que el contexto en el que podría haber crecido ese
niño determinó su estilo de vida? ¿Nuestro contexto y entorno cercano puede favorecernos o perjudicarnos o, por el
contrario, pensás que nada tiene que ver y que cada uno es “dueño” del camino que tomamos?
4. Una de las temáticas de El Lazarillo de Tormes y “Las hamacas voladoras” de Briante puede llegar a ser la educación
por medio de la violencia: ¿cómo se ve reflejado ese tópico en ambas obras? Ejemplificá con fragmentos los dos textos
mencionados.
Trabajo práctico final sobre Realismo y crítica social

Modalidad del trabajo: grupal (dos integantes).

Nota: numérica.

Se evaluará:

 Lo concreto de las respuestas.


 La elaboración propia.
 La adquisición del marco teórico reflejado en la producción escrita.
 La entrega a tiempo como muestra de compromiso.
 La correcta ortografía.

CONSIGNAS:

1. Definan el concepto de Estado que tuvo lugar durante el Renacimiento.


2. Indiquen cuáles de las siguientes características definen la novela picaresca. Luego reescribí de modo correcto aquellas
que hayan considerado erróneas.
a) Los hechos son presentados por un narrador omnisciente.
b) Su protagonista es un héroe.
c) No presenta una descripción detallada de los tipos sociales.
d) Satiriza los vicios y costumbres de la sociedad.
3. Conocemos la historia de Lázaro de Tormes a partir de lo que él nos cuenta acerca de los acontecimientos vividos junto
a sus amos. Elijan uno de los tratados que forman parte del libro y reescríbanlo desde la visión del amo. Tengan en cuenta
lo siguiente:
a) Respeten los hechos narrados.
b) Incluí opiniones o juicios personales del narrador en torno a los hechos y al personaje de Lázaro.
4. El personaje de Lázaro es caracterizado como un antihéroe. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? Escriban un texto en
el que argumenten sus posturas.
5. Escribí un texto explicativo para el siguiente tema de la obra, y citá al menos dos citas textuales que representen dicho
tópico.
a) La niñez en Lazarillo de Tormes.

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