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Moulian - Tensiones y crisis política: análisis de la década del sesenta

Presentación

Factores de desequilibrio a partir de 1964 explican la crisis de 1973. Proceso de radicalización


política pero con ausencia de crisis política “abierta” hasta 1970-73. Indicadores: a) radicalización de los
proyectos gubernamentales que va desde el conservadurismo tecnocrático de Alessandri al reformismo
antioligárquico global de Frei, y después al proyecto de tránsito institucional al socialismo; b) la
ideologización de todas las fuerzas políticas.

1 Punto de inflexión

Hubo dos momentos en que el desarrollo político pudo desviarse de su curso posterior: el
ibañismo, que pudo provocar la transformación del caudillismo en cesarismo, entrando en una fase de
nacional-populismo; y el alessandrismo, que habría permitido consolidar un camino conservador
tecnocrático. Del fracaso de ambos surgieron los experimentos radicalizados de 1964 y 1970.

1.1 La fase del caudillismo

La emergencia de Ibáñez (1952) fue la expresión de un abierto desencanto de la política de


partidos. La acción a través de partidos constituye la mejor de las estructuraciones posibles de la
competencia democrática, pero no la única (partido de notables, movimiento caudillista, partido
corporado). En Chile, desde la consolidación en 1938 (en base a la Constitución de 1925) de una
competencia política regulada, se establece una estructura más o menos sólida de partidos.
La campaña presidencial de 1952, oponía “la autoridad fuerte” a los partidos, ensalzando al líder
en contra de las instituciones representativas (Caudillismo en vez de “política de compromiso”). El éxito
de este discursos, de tintes cesaristas, denotaba un debilitamiento (transitorio) de la legitimidad.
Pero el cuestionamiento ibañista del “juego de partidos” no se guiaba por una lógica
democrática, de superación de los defectos de la representatividad. Algunos, los socialistas populares,
buscaban una “democratización sustantiva”; otros buscaban una imitación del peronismo. El aspecto
caudillista se mezclaba con elementos antioligárquicos y populistas.
Sucesivamente se aplicaron medidas estatistas y liberales; de izquierda, centro y derecha, sin un
mayor esfuerzo ideológico para legitimarlas.
Estos seis años de políticas cambiantes no fueron totalmente estériles. No obstante, los avances
(sobre todo en legislación social y ampliación del intervencionismo estatal) resultaron opacados por la
explosión de desequilibrios macroeconómicos (inflación y déficit de balanza de pagos) y por la
percepción del agotamiento de la “etapa fácil” de sustitución de importaciones. Insuficiencia respecto a
las expectativas populares.
En las elecciones parlamentarios de 1953 había logrado retener la energía de masas. Pero ya en
1957 y especialmente en 1958 éstas fueron reabsorbidas por la estructura tradicional de partidos. Pero
esta estructura es nueva: se constituye un nuevo campo de fuerzas, caracterizado por la unificación
político-electoral y el crecimiento gradual de la izquierda, por el debilitamiento electoral relativo de la
derecha y por la emergencia de un “centro” alternativista. Sobre esas bases se va formando la frágil
estructura de “tres tercios” de fines de los 1960.
En las presidenciales de 1958, la izquierda estuvo a punto de triunfar. Pero, en lo inmediato,
fueron contrarrestados por el fortuito triunfo presidencial de Alessandri. La derecha consiguió así una
oportunidad de modificar las relaciones de fuerza, antes de que cristalizaran. Hubiera sido el camino del
liderazgo carismático y eventualmente del cesarismo (“modernización desde lo alto”, jugando un papel
arbitral entre diferentes clases, o se hace cargo de la expresión simbólica de lo popular, pero dentro de un
discurso “nacional”).

1.2 La oportunidad de la derecha

Alessandri aglutina la votación derechista, evitando su dispersión hacia el centro (Frei). Ganó
porque el centro no pudo, como antaño, atraer el apoyo de la izquierda.
Su discurso electoral se articuló en términos de la oposición entre política partidaria y política
tecnificada. Igual que en 1952, los partidos fueron identificados con la privatización del a política. Pero el
papel carismático del personaje fue sustituido por el referente abstracto de la técnica.
Durante tres años logró llevar adelante un plan económico que buscaba la modernización
industrial sobre la base de la “iniciativa privada”. Sin embargo, falló en dos aspectos esenciales: en la
mantención de una imagen exitosa de la política económica y en el manejo de la sucesión presidencial. A
causa de ello, se radicalizaron las opciones políticas. Esto se originó en el descalabro, en 1962, de la
estrategia de desarrollo basada en la liberalización del comercio exterior y la “congelación” del precio del
dólar.
La “profundización” del desarrollo capitalista, efectuada sin necesidad de una “revolución”, hizo
posible una readaptación de las antiguas clases dominantes dentro de un nuevo bloque de poder. La
simbiosis entre industriales y terratenientes, coronada por el predominio de los segundos en la
representación política del conjunto, constituye el eje explicativo del conservadurismo relativo de las
clases dominantes. Si durante 1938-64 no se suscita una fisura interna entre “conservadores” y
“modernos” es porque los terratenientes habían logrado unificar ideológicamente al conjunto. Los
industriales tenían intereses diferenciados, pero no lograron llegar a expresarlos en un proyecto
autónomo. Es que el desarrollo pleno del mercado interno requería la modernización del campo; y éste la
liquidación del latifundio. La industrialización dependió, entonces, de la protección estatal, limitando la
competencia y estimulando tendencias monopólicas. La estrategia de Alessandri suponía la existencia de
una burguesía al estilo Weber. El empresariado chileno, estaba habituado a vivir del Estado.
El fracaso del programa económico acentuó el desprestigio de las soluciones “capitalistas” y
amplió el eco de las tesis que saciaban crecimiento económico sostenido con “reformas estructurales”. A
esto se suma el desarrollo de la Democracia Cristiana, una opción de centro con imagen “progresista”.
El candidato demócrata-cristiano no se iba a retirar para evitar que ganara Allende: no era
“vulnerable” al argumento de la “amenaza popular”. Ese miedo fue el mayor handicap que tuvo la
derecha en el manejo de la sucesión presidencial: la obligó a jugar la carta del “mal menor”.
La derecha tuvo una oportunidad con Alessandri. Su fracaso fue básicamente político y significó
cancelar el camino de la modernización conservadora. El éxito de esa estrategia requería crear la imagen
que el capitalismo liberal era capaz de superar el subdesarrollo.
Para interpretar la radicalización política se acude a conceptos como los de “frustración de las
masas” o “radicalización social”, producida por la percepción de agotamiento del “camino de reformas”.
Sin embargo, el análisis del conjunto de decisiones políticas que condujeron a la elección presidencial de
1970 muestra que el problema real fue la estructuración de un determinado tipo de oferta política. (Tesis
general).
Cerrado el camino del caudillismo populista o el de la modernización tecnocrática, la
Democracia Cristiana tuvo su oportunidad.

2 La culminación del reformismo

2.1 ¿Mediación burguesa?

Parte de la literatura de izquierda ha analizado el gobierno de Frei como realizador de un


proyecto de pura “modernización burguesa” o “mediación burguesa”. Es decir, la Democracia Cristiana
habría sido la fuerza en quien la burguesía, impedida de ejercer por sí misma la dominación política,
delegó el poder. Dos errores:
a) Creer que en Chile existían intereses burgueses diferenciados y políticamente constituidos,
de modo que pudiera efectuarse una delegación. Las clases dominantes las conformaban
latifundistas (predominio político e ideológico) y sectores burgueses (predominio
económico). Esa fusión impidió que se estableciera una vinculación duradera entre los
partidos de las clases dominantes y los partidos de las clases medias, que asumían programas
modernizadores. Modernización y clases dominantes fueron conceptos antitéticos porque el
latifundio representaba el atraso.
b) No percibir que la Democracia Cristiana es, simultáneamente, un partido de capas medias y
un partido ideológico policlasista. Esto se debe a la pobreza teórica de la tesis de que sólo
pueden tener proyectos políticos autónomos o significativos las clases fundamentales. Ese
tipo de proyectos puede no sobrepasar el ámbito de los “cambios en el sistema” y, por lo
tanto, limitarse a proponer la “humanización del capitalismo”, pero no cabe afirmar que tales
programas constituyen simples “modernizaciones burguesas”. En primer lugar, porque la
burguesía no se reconoce en ellos, lo cual ha sido a partir de 1938 el gran obstáculo par que
en chile existiera una derecha con proyección histórica. En segundo término porque uno de
los ejes principales de esa política son los intereses de las capas medias.

Este policasismo necesita como mecanismo de unidad una ideología de “integración”, categoría
opuesta a las ideologías excluyentes de clase, papel que era asumido por la doctrina social de la Iglesia,
combinada con la filosofía política de Maritain. Sin perjuicio de lo cual presentaba un carácter
“alternativista”, dado que criticaba al capitalismo.
La combinación de policlasismo, “populismo” e ideología “fuerte” diferenciaba a la Democracia
Cristiana de los típicos partidos “catch all”, que se caracterizan por la carencia de un cuerpo ideológico
coherente. En ella los elementos utópicos y la dimensión “fundamentalista” eran elementos importantes, y
sirvieron como unificador de los componentes heterogéneos.
Una formación política con estas características no puede analizarse como “nueva cara de la
burguesía”. Se pasa por alto la naturaleza de su ideología y de su programa, su estable capacidad de
movilización de sectores populares y sus relaciones de antagonismo con la derecha.

2.2 Reformismo antioligárquico

El gobierno de Frei representó una etapa decisiva en la historia del reformismo desarrollista y
modernizador. Ni los gobiernos de centro-izquierda de la década del cuarenta ni la administración Ibáñez
pudieron, pese a sus discursos, coronar este proceso. El papel de Frei fue cerrar el ciclo de las reformas
antioligárquicas.
Entre 1964 y 1970 se modificaron por fin las estructuras agrarias y las relaciones sociales
campesinas; desapareció el latifundio; se organización, en parte “desde arriba”, un significativo
movimiento sindical campesino; de desarrolló asistencia técnica para los pequeños propietarios. Esto
permitió corregir una clara injusticia social y crear condiciones para impulsar el desarrollo capitalista del
campo y par ampliar las dimensiones del mercado interno, favoreciendo la profundización de la
industrialización.
Estas reformas provocaron una restructuración interna de la clase dominante: se cerraba el
período de predominio de los terratenientes. Se corría el riesgo, al exigir el debilitamiento del derecho de
propiedad, de abrir una brecha ente las clases dominantes y la Democracia Cristiana. El riesgo se
concretó, pese a que el gobierno de Frei no tuvo una orientación anticapitalista. El empresariado, el
electorado derechista y las capas medias amantes del orden, desertaron de la Democracia Cristiana apenas
volvieron a contar con una alternativa conservadora. Era infundada la esperanza de vincular al
empresariado, por lo menos a los grandes capitalistas, a una formación política “pluralista” de carácter
reformador y propensión populista.
Desde la reconstitución política autónoma de la derecha, era imposible contrarrestar el proceso
de radicalización. Incluso si la Democracia Cristiana hubiera girado a la derecha. El centro se vio
obligado a reforzar su identidad “alternativista” y su imagen “revolucionaria”, lo cual no buscaba, como
hubiese sido lógico, la alianza con la izquierda, sino más bien sustituirla.
La derecha, traumatizada por la reforma agraria y por el impuesto patrimonial, no estaba
dispuesta a ningún “mal menor”, y prefirió apostarlo todo al candidato Jorge Alessandri (independiente),
aun cuando su victoria en 1958 había sido muy estrecha. Por otra parte, en 1969 la Democracia Cristiana
había demostrado capacidad de retener parte del electorado de 1965. Todo esto permitía prever un
enfrentamiento a “tres bandas”.

3 Deterioro de la cooperación política

Uno de los principales factores de radicalización fue la imposibilidad de construir grandes


alianzas democratizadoras. ¿Cuáles fueron las razones de tal deterioro?
Ya no estaban dadas las condiciones ideológicas que en la década del cuarenta permitieron la
colaboración entre centro e izquierda. Había desaparecido la izquierda que consideraba que la
“modernización desarrollista” era una etapa indispensable de la “revolución chilena” y había surgido una
izquierda ansiosa de socialismo. Tampoco existía otra condición indispensable: un centro que necesitara
de la izquierda y que fundara su propio poder, como antes, en la capacidad de atraerla.
La decepción por las tareas que se dejaron pendientes favoreció el desplazamiento de votantes
hacia la izquierda. Empujaba a la izquierda hacia su izquierda. El espacio para una política de cambios
“moderada” estaba dominado por el centro. Este tomó las banderas antioligárquicas y de la
“democratización sustantiva”; realizó la reforma agraria, la “chilenización” del cobre, la organización de
los pobladores, la reforma educacional y universitaria, promovió extensos planes de vivienda popular.
Pese a ser un partido ambivalente, a la Democracia Cristiana se le presentó en 1964 la
oportunidad única del apoyo sin consecuencias del electorado derechista. Pero en 1970 quedó no sólo
aislada de la izquierda y la derecha, sino además, inmovilizada, sin capacidad de “morder” la votación de
los extremos.
Ese proceso de creciente radicalización, que avanza de la “revolución en libertad” a la “vía
chilena al socialismo”, no fue inevitable ni “necesario”. La elección de Allende en 1970 no es atribuible a
una verdadera radicalización del electorado, sino que es el resultado de una forma de estructuración del
campo de fuerzas en una determinada coyuntura, producto de las estrategias de los partidos. El triunfo de
Allende no fue un “maremoto” que hubiera barrido con cualquier combinación artificiosa. (Tesis aplicada
a Allende).

3 De la radicalización a la polarización

3.1 ¿Por qué ganó Allende?

La popularización del sufragio y la expansión del sistema de negociación, alcanzaron niveles


superiores entre 1964 y 1970, dando origen a una “democratización de masas” (entre 1957 y 1979
crecimiento de más del 200%), pero no cabe atribuir a estos fenómenos la creciente radicalización.
La incorporación de nuevas fuerzas en el sistema de negociación no provocó su crisis ni fue la
causa de los resultados electorales de 1970. La Democracia Cristiana usó su influencia estatal para
asentarse sólidamente en estos sectores. Los resultados de 1970 no fueron el efecto de una muy
importante “izquierdización” del voto; sino más bien de la repartición equilibrada de fuerzas entre el
centro y la derecha. En realidad, en 1970 la izquierda (36,2%) obtuvo menos votos que en 1964 (38,6) y
sólo un 8% más que en 11958, resultado magro pues competían tres candidatos en vez de cinco. La clave
fue que el centro, asediado desde la izquierda y la derecha, logró de todos modos retener un considerable
caudal de votos. Esto demuestra que la derecha cometió un grave error de cálculo. No hubo una
bipartición del campo en una “alianza contra el marxismo”. La derecha era renuente a repetir el
“sacrificio histórico” y el centro no era sensible al “chantaje de catástrofe”, ni quería ser la “nueva cara de
la derecha”. (Tesis elecciones).

3.2 El proceso de polarización

El triunfo de la opción más radicalizada no precipitó de inmediato la polarización del campo de


fuerzas ni tampoco el estallido de una crisis política.
Para hacer viables programas de cambios tan amplios y profundos (como los intentados por Frei
y, especialmente, por Allende) era necesaria la constitución de un bloque político entre las fuerzas que
buscaban una “democratización sustantiva”. Para que esos proyectos globales pudieran realizarse desde
dentro del Estado, siguiendo los procesos estatuidos de cambio, y para que se pudieran controlar las
inevitables presiones polarizadotas eran indispensables dos cosas: a) la constitución de una mayoría
estatal, y b) la unificación del mundo popular, escindido entre la izquierda y el centro.
La izquierda de la década del sesenta, marcada por el antirreformismo, hablaba del gobierno de
Frei como máscara populista de la dominación burguesa. Dicotomía absoluta entre reforma y revolución.
El centro era antialiancista. Este comportamiento se basaba tanto en una concepción “purista” de la
política, como en un cálculo estratégico (atracción del voto moderado de izquierda y derecha).
Como ese bloque democratizador no pudo formarse, la acción gubernamental de la UP puso en
marcha los mecanismos polarizantes. Los principales fueron:
a) La aplicación de una estrategia de reformas no negociadas.
b) El fortalecimiento, dentro de la UP, de la línea del “polo revolucionario”.
c) El progresivo “vaciamiento” del centro.
d) El efecto paradójico del éxito electoral (relativo) de la izquierda en 1973.

a) Una estrategia de cambios no negociados era posible si se toma en cuenta únicamente la


correlación de fuerzas de los primeros meses, cuando la oposición estaba desorientada y dividida. Pero
mantener esto durante tres años contribuyó a aglutinar a la oposición. Las fuerzas disidentes creyeron ver
amenazados no sólo sus intereses económicos inmediatos, sino la naturaleza misma del sistema político.
Al evitarse la participación parlamentaria en la decisión sobre las más importantes reformas económicas
(nacionalización de la banca y la industria) se quebraba la delicada estructura de contrabalances y
resguardos.
b) Características centrales de esa “nueva izquierda”:
- Visión antialiancista.
- Creciente homogeneización teórica (marxismo-leninismo).
- “Izquierdización” estratégica, especialmente de los socialistas, consistente en
definir las tareas del “gobierno popular” más en una perspectiva de “revolución
ininterrumpida” que de “revolución por etapas”.
La meta definida era en la versión extrema, el rápido tránsito al socialismo y, en la visión más moderada,
una fase de creación de condiciones políticas para el socialismo que debería venir en una etapa
inmediatamente posterior, por así decirlo, en el siguiente sexenio. Se agrega la influencia de la revolución
cubana y el rechazo de los caminos pacíficos y graduales, para coquetear con el discurso del
“enfrentamiento decisivo”. Concepción “bolchevizante”. La crisis desarrollada desde fines de 1971
suscitará el resurgimiento de la estrategia “revolucionaria”.
c) “a” y “b” contribuyeron a producir el vaciamiento del centro. A la Democracia Cristiana se le
hizo a cada momento más difícil compatibilizar negociación con el gobierno y dirección del frente anti-
izquierda. Aunque ella trató de dirigir a la oposición desde posiciones más moderadas, que implicaban
respetar el período del mandato presidencial y conservar el método electoral, se le hizo imposible sostener
esta línea a partir de octubre de 1972. En ese momento se tornó evidente la crisis de legitimidad. El fin
buscado (la salida de Allende, “la salvación de la patria”) adquirió importancia por encima de los medios.
d) El campo de fuerzas se polarizó de un modo definitivo durante la “crisis de octubre” (paro y
lock-out de 1972). En embargo, hasta después de las elecciones de marzo de 1973 no se generó una
situación de equilibrio catastrófico. Ella tiene lugar cuando, en una crisis política, se produce un empate
de fuerzas con el consiguiente empantanamiento institucional. L ausencia de un claro predominio de un
bando debilita las posibilidades de una salida pacífica. Paradojalmente, la causa inmediata del
derrocamiento de Allende fue el éxito electoral (relativo) de la izquierda en las elecciones parlamentarias
de 1973. Ello clausuró las posibilidades de un “derrocamiento legal”.

4 Efectos y profundización de la crisis

La primera tesis de este artículo es que la crisis de 1973 puede ser considerada coyuntural, pese a
su intensidad, y que no afectó los fundamentos del sistema democrático. Pero debe complementarse con
otra: se trataba de una crisis del gobierno, y no del sistema, pero la situación fue definida, por las fuerzas
decisivas y especialmente por las “triunfantes” como una crisis social global, cuya superación exigía una
“revolución” y una “dictadura duradera”. Por esto se hace necesario separar en el análisis, el período
1958-1970 del período 1970-1973. Durante el primero, incluso en su fase más radicalizada (1964-1970),
el balance entre factores de estabilidad y tensión es ampliamente favorable a los primeros.
La base de este balance era: un sistema equitativo de oportunidades, la percepción de
“alternatividad”, la noción de representatividad, la “accesibilidad” y, por último, una estructura
contrabalanceada de poderes, es decir, un sistema que impida una excesiva concentración de atribuciones.
La percepción del sistema chileno como una estructura equitativa de oportunidades explica que
las fuerzas sociales significativas hayan preferido establemente (1932-1973) la acción política
institucionalizada. Es importante anotar que no fueron exitosos los intentos golpistas prematuros entre
septiembre y noviembre de 1970, a lo que se suma la abstención política de las fuerzas armadas,
revelando la legitimidad del sistema político. Por eso la Democracia Cristiana creía, y la derecha
aceptaba, que se podía enfrentar a Allende “desde adentro”.
Aunque es evidente que el triunfo de Frei favoreció el desarrollo de los impulsos centrífugos, la
crisis como tal solamente se produjo durante el gobierno de Allende.
El problema real no era el de los partidos o las ideologías socialistas, que existían desde 1922,
sino por el desarrollo del “esencialismo revolucionario”. Se atropellarán las reglas de equidad y de
reciprocidad sin las cuales no puede existir verdadera competencia por el poder.
Pueden existir dentro de un sistema político partidos que aspiren al socialismo, que postulen
propuestas ideales de cualquier tipo. Aún más, ese tipo de organizaciones, que plantean una crítica radical
del orden, pueden ser la conciencia lúcida que el sistema necesita. Pueden tener efectos “integradores”.
Pero hay algo que es destructivo de la competencia democrática: la negación de la legitimidad formal,
basada en principios de obediencia a las reglas, oportunidades “abiertas” y tolerancia recíproca. (Careta!)
Hasta 1973 en Chile no habíamos conocido el significado exacto de la palabra “revolución”.
Solamente después del golpe militar se impuso un “partido único”, que combinaba la creencia que las
ideas propias eran verdades absolutas con el manejo del poder total del Estado. (¿Revolución =
totalitarismo?...)
Necesidad de cambios profundos en la cultura política de los “productores”.

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