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Plan de clase de teatro 2° año

Tema: “ROMANCE LA DE LA CONDESA PEREGRINA”


Fecha: 18/8/16.
Duración: 80 minutos.

Objetivos: leer fragmentos de la obra, seleccionar escenas, escribir sus diálogos y representarlas.
Realizar pruebas del cómo camina, cómo habla, cómo se mueve cada uno de los personajes.

Materiales para Agosto: Fuenteovejuna; Los viajes de Marco Polo; Sentencia de Juana de Arco;
Relatos sobre la peste negra.

Motivación: 5 minutos.
Breve introducción a la historia de la obra. Introducción al significado de acción tanto en la obra
como en cada personaje. Diferentes tipos (física, interna)

Desarrollo: 1 hora. “ROMANCE LA DE LA CONDESA PEREGRINA”


Revisión de los personajes y el conflicto.
*Ejercicio de imitación: los alumnos varones caminarán por el espacio realizando todos diferentes
arquetipos del Conde Flores, las alumnas los observarán e imitarán a los que más se asemejen al
imaginario que tienen del Conde, para después ser ellas las que caminarán por el espacio
imitándolos.
*Conflicto: Se define el conflicto principal del Romance, se interpreta por dos alumnos y se le pide
al resto del grupo que armen parejas y busquen diferentes finales para el conflicto real.

Fijación: 15 minutos.
Acercamiento al personaje desde la imitación y sobre como surgen desde el mismo conflicto
diferentes finales.
Guardado de materiales usados.

Vestuario:

Cuadro de Corrección: ¿ADQUIRIÓ EL TEMA EN ESTE MES? SI- ¿VOLVIÓ A DARLO Y LO ADQUIRIÓ BIEN?
TEMAS NO MES Y FIRMA
Ritmo escénico
Resolución grupal de la escena
Caracterización de personaje
Utilización de vestuario/utilería
Otros:
Temas de Historia de Agosto:

-Las Cruzadas: Guerra Santa.


-Los Capetos en Francia.
-Transformaciones en la Baja Edad Media: renovación económica, recuperación del
comercio, las ferias y hansas.
-Marco Polo.
-La Guerra de los 100 años: causas, desarrollo, Juana de Arco, consecuencias.
-La Caída de Constantinopla.
-Surgimiento de los Estados modernos en Europa: Monarquías Centralizadas

Textos de Lengua
ROMANCE DE LA CONDESA PEREGRINA
(Anónimo)

Grandes guerras se publican Dadme licencia, mi padre,


entre España y Portugal para el Conde ir a buscar.
al conde Flores le llevan - Mi licencia tienes, hija;
de capitán general. cúmplase tu voluntad.

La condesa, que lo supo, Se quita el rico vestido,


no dejaba de llorar: se pone un tosco sayal,
- Decidme, por Dios, el Conde, coge un bastón en su mano
cuanto tiempo faltarás. y se va a peregrinar
- Condesa, no cuentes días; Anduvo de villa en villa
por años hay que contar. y de ciudad en ciudad,
Si a los siete años no vuelvo, anduvo tierras y tierras,
condesa, te casarás. no pudo al Conde encontrar.

Pasan siete, pasan ocho, Estando desesperada,


pero el Conde no vendrá ya pensaba en regresar,
llorando la condesa, cuando gran rebaño, un día,
pasa así su soledad. halló en un ancho pinar.

Estando en su estancia un día, - Pastorcito, pastorcito,


su padre la vino a hablar: por la Santa Trinidad,
- Cartas del Conde no llegan, que me niegues la mentira
hija, te debes casar. y me digas la verdad.

- No lo querrá el Dios del cielo, ¿De quién es este rebaño,


ni la Santa Trinidad; con tanto hierro y señal?
mientras mi marido viva, - Del Conde Flores, romera,
no me puedo desposar. que hoy está para casar.
¿En dónde vive ese Conde?
¿En dónde le podré hallar? abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
- En aquel alto palacio, traigan capas aguaderas,
en aquel palacio real. no capuces ni tabardos;
Ha llegado hasta la puerta, con camisones de estopa,
y al Conde se fue a encontrar. no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
- Dadme limosna, buen Conde, que no en mulas ni en caballos,
por Dios o por caridad. las riendas traigan de cuerda,
Metió la mano en su bolsa, no de cueros fogueados;
un real de plata le da. mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
- ¡Qué corta limosna es ésta, con cuchillos cachicuernos,
para la que solía dar no con puñales dorados;
- ¿De dónde es la peregrina? sáquente el corazón vivo,
¿De qué tierra y qué ciudad? por el derecho costado,
si no dices la verdad
- De la ciudad de Sevilla de lo que te es preguntado:
y de España natural. si tú fuiste o consentiste
- Diga, diga la romera, en la muerte de tu hermano.
qué se cuenta por allá. Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
- Que el Conde Flores no ha vuelto Allí habló un caballero
y su mujer le ha ido a buscar. de los suyos más privado:
- ¿Quién eres tú, peregrina, —Haced la jura, buen rey,
que tantas señas me das? no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
- ¿No me conoces, buen Conde? ni Papa descomulgado.
Pues mira y conocerás Jura entonces el buen rey
el anillo que me diste que en tal nunca se ha hallado.
el día de desposar. Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
Al oír estas palabras, —Mucho me aprietas, Rodrigo,
cae desmayado hacia atrás. Cid, muy mal me has conjurado,
Ni con agua ni con vino mas si hoy me tomas la jura,
le podían levantar después besarás mi mano.
si no es con dulces palabras —Aqueso será, buen rey,
que la romera le da. como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
Arriba llora la novia dan sueldo a los hijosdalgo.
en un alto ventanal; —¡Vete de mis tierras, Cid,
- Malhaya la romerita, mal caballero probado,
quién la trajo para acá. y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
- No la maldiga ninguno —Que me place —dijo el Cid—.
que es mi mujer natural; que me place de buen grado,
con ella vuelvo a mi tierra; por ser la primera cosa
con Dios, señores, quedad que mandas en tu reinado.
que los amores primeros Tú me destierras por uno
son muy malos de olvidar. yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
ROMANCE XX ES EL DE LA JURA DE SANTA sin al rey besar la mano;
GADEA
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
En Santa Gadea de Burgos
las puertas deja cerradas,
do juran los hijosdalgo,
los alamudes echados,
allí toma juramento
las cadenas deja llenas
el Cid al rey castellano,
de podencos y de galgos;
sobre un cerrojo de hierro
sólo lleva sus halcones,
y una ballesta de palo.
los pollos y los mudados.
Las juras eran tan recias
Con el iban los trescientos
que al buen rey ponen espanto.
caballeros hijosdalgo;
—Villanos te maten, rey,
los unos iban a mula
villanos, que no hidalgos;
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.
MARCO POLO
Preámbulo

Marco Polo (15 de septiembre de 1254 – 8 de enero de 1324) fue un mercader y


explorador veneciano que, junto con su padre y su tío, estuvo entre los primeros
occidentales que viajaron por la ruta de la seda a China. Se dice que introdujo la pólvora
en Europa, aunque la primera vez que se utilizó en Occidente acaeció en la batalla de
Niebla (Huelva) en 1262.
Casa de Marco Polo - Korcula
Los Polo (Marco, su padre y su tío) vivieron allí supuestamente durante diecisiete años

antes de volver a Venecia. Tras su regreso, Marco Polo contaba a la sazón 41 años y
comandaba una galera veneciana el día en que se libró, ante los muros de Korcula, una
batalla naval contra la gran rival de Venecia, la República de Génova, en 1298.
Los genoveses apresaron a Marco Polo, lo llevaron a Génova y allí, en la prisión, Polo
dictó a un tal Rustichello de Pisa las memorias de su viaje fabuloso hasta Catai (China) y
el regreso por Malaca, Ceilán, la India y Persia. Rustichello redactó en un dialecto franco-
véneto el libro conocido como Il Milione (El millón o «Los viajes de Marco Polo») acerca de
sus viajes.
El libro se llamó originalmente Divisament du monde ("Descripción del mundo"), pero se
popularizó como Libro de las maravillas del mundo y, más tarde, como Il Milione. Es
creencia general que tal nombre vino de la tendencia del autor a referirse a grandes
cantidades; "millones" pero es más probable que derivase de su propio nombre "Emilione",
abreviado en Milione. No habría, pues, en esta denominación ninguna alusión a su
exageración.
Marco Polo está considerado como uno de los grandes exploradores, e insigne narrador
en literatura de viajes.
Aquí empieza la rúbrica de este libro denominado: La división del mundo.

Señores emperadores, reyes, duques y


marqueses, condes, hijosdalgo y burgueses y gentes que deseáis saber las diferentes
generaciones humanas y las diversidades de las regiones del mundo, tomad este libro y
mandad que os lo lean, y encontraréis en él todas las grandes maravillas y curiosidades de
la gran Armenia y de la Persia, de los tártaros y de la India y varias otras provincias; así os
lo expondrá nuestro libro y os lo explicará clara y ordenadamente como lo cuenta Marco
Polo, sabio y noble ciudadano de Venecia, tal como lo vieron sus mortales ojos.
Hay cosas, sin embargo, que no vio, más las escuchó de otros hombres sinceros y
veraces. Por lo cual referimos las cosas vistas por vistas y las oídas por oídas para que
nuestro libro resulte verídico, sin tretas ni engaños.
Y todo hombre que leyere y entendiere este libro debe creer en él, pues todas estas cosas
son verdad, y os certifico que desde que Dios nuestro Señor plasmó con sus manos a
Adán y Eva, nuestros primeros padres, hasta hoy día, no hubo cristiano ni pagano ni
tártaro ni indio ni hombre alguno de ninguna generación que tanto supiere ni buscare como
el dicho mi señor Marco averiguó y supo; por eso os digo que sería gran desventura no
quedaran escritas todas las grandes maravillas que vio y oyó para quelas gentes que no
las vieron ni conocieron tengan de ellas razón en este libro. Y os repito que para enterarse
de ello vivió en estas diferentes regiones y provincias más de veintiséis años.
Y ello fue que, estando encarcelado en Génova, hizo exponer todas estas cosas a maese
Rustichello de Pisa, que se hallaba también en la misma prisión en el año 1298 del
nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

De la gran maravilla que sucedió en las montañas de Bagdad.

Queremos relatar una gran maravilla que sucedió entre Bagdad y Mosul. Hubo en 1275 de
la Encarnación de Cristo un califa de Bagdad que odiaba a los cristianos, y día y noche
pensaba el modo de convertir a éstos en sarracenos o hacerlos perecer si no lo conseguía.
Todos los días reunía en Consejo a sus ministros y a seis sabios para preparar sus planes,
pues todos ellos odiaban a los cristianos. Es verdad que todos los moros detestan a los
cristianos. El caso es que el califa y los sabios que le rodeaban encontraron que en el
Evangelio está escrito: «Si un cristiano tiene tanta fe como un grano de anís, obtendrá de
Dios con su oración que se junten dos montañas.» Cuando hubo leído esto el califa, se
alegró inmensamente, porque vio en ello un pretexto para convertir a los cristianos a la
religión sarracena o perderlos a todos. El califa mandó entonces reunir a todos los
cristianos de su reino, y cuando se hallaron en su presencia les enseñó el Evangelio y les
hizo leer el texto. Enterados de ello, les preguntaron si aquello era la verdad. Los cristianos
contestaron que ésa era la única verdad. « ¿Decís, pues - replicó el califa -, que un
cristiano que tiene fe, por las oraciones hechas a su Dios es capaz de juntar dos
montañas?» «Esto es» - respondieron los cristianos -, «Os ofrezco una alternativa - dijo el
califa -; puesto que sois cristianos, debe de haber entre vosotros quien tenga un poco de
fe; de modo que haréis mover esa montaña que veis desde aquí, o si no, os haré morir de
mala muerte, pues si no la hacéis mover es que no tenéis fe. De modo que os haré
perecer a todos, a menos que no os convirtáis a la ley de Mahoma y así estaréis en la fe
verdadera y os salvaréis. Os doy, pues, diez días de tiempo para conseguir esto. Si en tal
término no lo habéis hecho, os condenaré a todos a muerte.» Dicho esto, calló el califa y
despidió a los cristianos.

Marco Polo abriendo caminos al Oriente.

Del miedo que tuvieron los cristianos de cuanto les dijo el califa.

Cuando esto oyeron los cristianos, tuvieron gran miedo de morir. Sin embargo confiaban
en su Creador que los sacaría de tan duro trance. Los sabios cristianos reuniéronse en
consejo, pues había arzobispos, obispos y sacerdotes entre ellos. No pudieron resolver
más que rezar a Dios nuestro Señor para que en su gran misericordia les inspirara en esta
ocasión y les hiciera escapar de una muerte segura si no hacían lo que el califa les había
exigido. Sabed, pues, que día y noche se hallaban en oración y rezaban devotamente al
salvador Dios del cielo y de la tierra para que les auxiliara en el duro trance en que se
veían. Quedaron ocho días y ocho noches orando hombres, mujeres, niños pequeños y
grandes. Y sucedió que un ángel del Señor se apareció a un obispo, que era hombre de
vida santa e inmaculada, y le dijo: «Ve a un zapatero que no tiene más que un ojo y le
dirás que rece para que la montaña se mueva, y la montaña cambiará de sitio.» Y os
contaré cuál era la vida de este zapatero. En verdad os digo que era un hombre honrado y
casto. Ayunaba con frecuencia y su alma no estaba mancillada por pecado alguno. Iba a
misa diariamente y frecuentaba a menudo la iglesia. Tenía maneras tan gentiles y una vida
tan ejemplar, que no había otro mejor a cien leguas a la redonda. Atestigua una cosa que
hizo el derecho a decir que era hombre de gran fe. Había oído varias veces que en el
Evangelio decía: «Si el ojo os hiciere pecar, hay que arrancarle o hacer de modo que no
haga pecar.» Un día llegó a su casa una bella señora a comprarse zapatos. El maestro
quiso verle el pie y la pierna para saber qué zapatos pudiera calzar. Y se hizo enseñar la
pierna y el pie, que eran tan hermosos que jamás hubo otros más bellos. Cuando el
maestro vio las piernas de esta mujer, fue tentado, porque sus ojos se deleitaban en ellas.
Entonces dejó marchar a la dama y no quiso venderle los zapatos. Y cuando se alejó, el
zapatero se dijo: «Ah, desleal y ladino, ¿en qué piensas? Tomaré gran venganza en mis
ojos, que me escandalizan.» Y cogiendo una lezna, se dio un corte en el ojo, de tal suerte
que se le reventó y no vio más con él. Así, este buen zapatero se vació el ojo, y
ciertamente era un santo varón. Más volvamos al relato.

De cómo vino la revelación a un obispo de que un zapatero haría mover la montaña.

Cuando tuvo el obispo la revelación de que la oración de un zapatero tuerto haría mover la
montaña, se lo comunicó a los cristianos. Y los cristianos obtuvieron que hiciera venir el
zapatero. Entonces le dijeron que elevara una plegaria al Señor para hacer mover la
montaña. Cuando el zapatero se hubo enterado de lo que los cristianos pretendían de él,
contestó que no era tan santo para que el Señor le escuchase en tan gran milagro. Los
cristianos le instaron fervorosamente de interceder por ellos, hasta que pudieron
persuadirle de cumplir su voluntad y de elevar a su Creador esta prez.

De cómo la oración del cristiano hizo mover la montaña.

Cuando expiró el plazo concedido por el califa, los cristianos se levantaron de madrugada,
y hombres y mujeres, pequeños y grandes, se fueron al pie de la montaña en procesión,
llevando la Cruz del Salvador. Eran más de 100.000 reunidos en la llanura los que
rodeaban la Santa Cruz. El califa asistía por su lado con un sinnúmero de sarracenos,
pronto a exterminar a los cristianos en cuanto la montaña no se moviese. Y los cristianos,
grandes y chicos, tenían gran zozobra y miedo; pero, sin embargo, esperaban en su
Creador. Cuando todos, cristianos y sarracenos, se hallaban reunidos en el valle, el
zapatero se arrodilló ante la Santa Cruz, y alzando sus brazos al cielo, imploró al Salvador
para que la montaña se moviera y para que los cristianos no tuvieran que morir de muerte
adversa. Y acabado que hubo de impetrar la clemencia del cielo, la montaña empezó a
agitarse y moverse violentamente. Y así que el califa y los sarracenos vieron esto,
llenáronse de maravilla y más de uno se convirtió, y el califa mismo se hizo cristiano en
secreto. Cuando murió le hallaron encima una cruz, y los sarracenos no lo sepultaron en la
tumba de los demás califas, sino en lugar apartado. Y así se produjo el milagro.
En donde se trata del Viejo de la montaña y de sus asesinos.

Muleet significa herético, según la ley de Sarain. Os contaré su historia, tal como la oyó
repetidas veces micer Marco. Al viejo le llamaban en su lengua Aladino. Había hecho
construir entre dos montañas, en un valle, el más bello jardín que jamás se vio. En él había
los mejores frutos de la tierra. En medio del parque había hecho edificar las más
suntuosas mansiones y palacios que jamás vieron los hombres, dorados y pintados de los
más maravillosos colores. Había en el centro del jardín una fuente, por cuyas cañerías
pasaba el vino, por otra la leche, por otra la miel y por otra el agua. Había recogido en él a
las doncellas más bellas del mundo, que sabían tañer todos los instrumentos y cantaban
como los ángeles, y el Viejo hacía creer a sus súbditos que aquello era el Paraíso. Y lo
había hecho creer, porque Mahoma dejó escrito a los sarracenos que los que van al cielo
tendrán cuantas mujeres hermosas apetezcan y encontrarán en él caños manando agua,
miel, vino y leche. Y por esta razón había mandado construir ese jardín, semejante al
Paraíso descrito por Mahoma, y los sarracenos creían realmente que aquel jardín era el
Paraíso. En el jardín no entraba hombre alguno, más que aquellos que habían de
convertirse en asesinos. Había un alcázar a la entrada, tan inexpugnable, que nadie podía
entrar en él, ni por él. El Viejo tenía consigo a una corte de jóvenes de doce a veinte años;
era los que adiestraba en el manejo de las armas, convencidos ellos también por lo que
dice Mahoma, que aquello era el Paraíso. El Viejo los hacía introducir de a cuatro, de a
diez y de a veinte en su mansión; les daba un brebaje para adormecerles, y cuando
despertaban se hallaban en el jardín, sin saber por dónde habían entrado.

De cómo el Viejo de la montaña convierte a la obediencia y a la disciplina a sus


asesinos.

Cuando los jóvenes despertaban y se encontraban en el recinto, creían, por las cosas que
os he dicho, que se hallaban en el cielo. Y damas y damiselas vivían todo el día con ellos,
tocando y cantando y dándoles todos los gustos, sometidas a su albedrío. De suerte que
estos jóvenes tenían cuanto deseaban, y jamás se hubieran ido de allí voluntariamente. El
Viejo, que tiene su corte en una espléndida morada, hace creer a esos simples
montañeses que es el Profeta. Y así lo creen en verdad. Cuando el Viejo quiere enviar un
emisario a cierto lugar para matar a un hombre, hace que tomen el brebaje un determinado
número de entre ellos, y cuando están dormidos les hace llevar a su palacio. Y cuando
despiertan y les dice que van a tener que ir en misión, se asombran, y no siempre están
contentos, pues por su voluntad ninguno se alejaría del Paraíso en donde se hallan. Se
humillan, sin embargo, ante el Viejo, pues creen que es el Profeta. El Viejo les pregunta de
dónde vienen; ellos contestan: «del Paraíso», y aseguran que ese paraíso es realmente
como el que Mahoma describió a sus antepasados, haciéndoles lenguas de cuantas
maravillas contiene. Y los que no conocen aún, tienen deseos de morir y de ir al cielo para
alcanzarle pronto. Así es que cuando el Viejo quiere hacer matar a un gran señor, escoge
por asesinos a los mozos que sean más garridos. Los envía por el país y les manda matar
a ese hombre. Ellos van y ejecutan el mandato de su señor y vuelven luego a su corte (por
lo menos los que escapan con vida, pues hay muchos de entre ellos que son ejecutados
después de haber cometido el reato).

De cómo los asesinos se entrenan para el mal.

Cuando los que se han salvado vuelven a su señor, dicen que han cumplido con su misión.
El Viejo demuestra gran regocijo y festeja la hazaña. Ya le han enterado de quién puso
más ardimiento y diligencia en la ejecución, pues envía a la zaga hombres que le informan
de quién fue el más arrojado. Cuando el Viejo quería quitar de en medio a algún señor u
otro hombre que le estorbaba, escogía entre sus asesinos a los más aguerridos, los
mandaba a donde quería, diciéndoles que les enviaba al Paraíso y que matarán a tal o
cual hombre, y que si éste desaparecía les estaba reservado el cielo. Lo que les mandaba
lo cumplían de muy buena gana, de manera que la víctima no escapaba a su mala suerte
cuando el Viejo así lo disponía. Así tenía en jaque a varios reyes y varones, que no tenían
ni idea de que quisiera exterminarlos. Os he referido las artimañas del Viejo de la montaña
y de sus asesinos; ahora os contaré cómo fue derrotado y por quién. Otra cosa se me
olvidaba deciros: este Viejo tenía a otros dos sicarios, que eran sus cómplices y tenían sus
malas costumbres. El uno lo envió a Damasco y el otro al Kurdistán. Pero dejemos esto, y
veamos cómo acabó. Hacia el año 1262 del nacimiento de Cristo, Alan, el señor de los
tártaros de Levante, enterado de las horribles hazañas de este Viejo, decidió que había
que destruirle. Reunió a sus barones, los envió bien provistos de gentes de armas y
pusieron cerco al castillo durante tres años; pero era tan fuerte, que no pudieron tomarle.
No hubiesen podido apoderarse de él si los sitiados hubieran estado bien provistos de
todo; pero al cabo de los tres años se acabaron los víveres, y entonces el Viejo de la
montaña, de nombre Aladino, hubo de rendirse con toda su gente, y pereció infamemente.
Desde aquella época hasta hoy no hubo más asesinos y acabó el terror que el Viejo de la
montaña sembrara en el pasado. Y dejemos ahora esto y prosigamos nuestra relación.
ROBIN HOOD (Anónimo)

CAPÍTULO UNO: NORMANDOS Y SAJONES


Hace cientos de años, los vikingos realizaron continuas campañas de conquista por toda
Europa. Estos audaces guerreros daneses, noruegos o suecos, tuvieron atemorizado a
medio mundo durante tres siglos. Sus aventuras parecían no tener límites geográficos:
Alema-nia, Francia, España, Portugal o Rusia fueron visitados por los feroces vikingos. Su
ansia de expansión, apoyada en una gran preparación militar, les llevó a emprender
arriesgadas expediciones por mares y ríos. Las poderosas embarcaciones con las que
contaban, únicas en la época, y su extraordinaria pericia como navegantes les permitían
arribar a cualquier costa y penetrar por cualquier río. Su superioridad naval se hizo
incontestable. Adquirieron una gran experiencia en los ataques por sor-presa, y sus
terribles y sangrientos saqueos llegaron a sertriste-mente célebres en toda Europa. Uno de
estos pueblos vikingos, asentado desde hacía años en Normandía, emprendió la invasión
de la vecina Inglaterra. Este país, no muy lejano de las costas normandas, resultaba muy
vulnerable por mar. La longitud de su litoral no permitía ni una vigilancia completa, ni una
concentración rápida de las tro-pas para rechazar un desembarco. Todo esto no pasó
inadvertido a los ojos del duque nor-mando Guillermo que, movido por su ambición y
deseo de gloria, decidió preparar a conciencia el ataque a la isla. ¡Venceremos a los
sajones! arengaba Guillermo a sus tropas. Con la conquista de Inglaterra, nuestro poder se
extenderá a otros reinos. ¡Viva el duque Guillermo! gritaban exaltados los caballeros
normandos. Guillermo de Normandía, animado por el apoyo de los suyos, continuó
diciendo: Los sajones vencieron a nuestros antepasados muchas veces. Fueron más
fuertes, más decididos, más inteligentes... Pero ahora no lo serán. Ha llegado por fin
nuestro momento y. . . ¡ha llegado su hora! Los aplausos y los vivas al duque Guillermo
cesaron al acabar aquella multitudinaria reunión. Pero el fervor y la entrega de su ejército
lo acompañarían de forma permanente durante toda la expedición. Meses después, las
naves capitaneadas por el duque Guillermo eran avistadas en las costas inglesas. Señor,
se acercan barcos normandos comunicó un vigía al monarca sajón. Los sajones no
estaban preparados para competir contra un peligro que procedía del mar. ¡Disponed
todas las fuerzas posibles en tierra! ordenó el rey inglés. Debemos evitar el desembarco.
Una pequeña guarnición intentó impedir que los normandos tomaran tierra. Pero no lo
consiguió. Así, Guillermo de Normandía desembarcó en las costas inglesas, y con sus
valerosos guerreros avanzó hacia el interior. Los sajones, en clara inferioridad numérica,
se habían visto obligados a improvisar la decisiva batalla en Hastings. Poco duró el
combate. El soberano inglés cayó mortalmente herido y el ejército sajón se rindió
incondicionalmente. Las tropas del duque Guillermo siguieron avanzando hasta Londres,
donde se libró una última batalla con la que desapareció la débil resistencia sajona. La
expedición normanda había sido un rotundo éxito. En recuerdo de su victoria, el ya nuevo
rey de Inglaterra, Guillermo I el Conquistador, tras ser coronado, mandó cons-truir la
célebre torre de Londres. Esta torre serviría de cárcel para numerosos y destacados
personajes a lo largo de muchos años de la historia inglesa. Guillermo I, tras su victoria,
dedicó sus esfuerzos a pacificar el país, y tomó algunas medidas para proteger a los
sajones. Os aconsejo prudencia recomendaba el rey a sus nobles. Debemos ser
respetuosos con los vencidos. Sólo así conseguiremos la prosperidad en todas nuestras
tierras. Sólo así lograremos una pacífica convivencia. Desgraciadamente, no todos los
seguidores del rey Guillermo pensaban como él. Aprovechando una larga estancia del rey
Guillermo en sus posesiones de Francia, los nobles normandos, Llevados por su soberbia
y ambición, no cesaron de causar humillaciones a los derrotados. Las cargas tributarias se
hicieron cada vez más angustiosas, insoportables para los pobres súbditos. Los sajones se
sublevaron en masa contra los opresores. Campesinos, artesanos y nobles unieron sus
esfuerzos contra el enemigo común: los normandos. ¡Ya está bien! decía indignado un
caballero sajón. No podemos seguir tolerando las injusticias de los normandos. Quieren
hacer de nosotros sus esclavos. ¡Debemos combatirlos y ser capaces de librarnos de ellos
para siempre! ¡Hay que quitarles el poder! ¡Tenemos que ser gobernados por un rey sajón!
El rey Guillermo, que había estado ausente de Inglaterra, encontró a su vuelta un país
levantado en armas. Los sajones se mostraban más rebeldes de lo que en un principio se
podía suponer. Los nobles normandos decían a su rey: Señor, Ilevado por vuestra bondad
y magnanimidad, habéis tratado demasiado bien a los sajones. Mirad cómo os lo
agradecen. Majestad, habéis respetado a vuestros súbditos, no les habéis expropiado sus
tierras y, en cambio, ellos se sublevan contra vos. Son unos desagradecidos. El rey
Guillermo, ajeno a los desmanes de sus nobles y desconociendo las razones por las que
sus súbditos sajones se rebelaban contra él, creyó las acusaciones de sus barones.
Caballeros, creí que los ánimos se apaciguarían. Creí que, poco a poco, los sajones
olvidarían la derrota de Hastings y acabarían aceptándonos. Ahora creo que no lo harán
nunca dijo el rey en tono de lamento. Así, tomó la decisión de actuar de inmediato y con
contundencia contra los sajones. Despojó a muchos nobles de sus posesiones bajo
acusación de haber promovido o respaldado la rebelión, y aplastó cruelmente a los
rebeldes. Pese a todo, los sajones continuaron organizándose. Crea-ron un verdadero
ejército clandestino que, en forma de guerrilla, hostigaba sin tregua a los normandos. Los
focos de resistencia contra los colonizadores se hicieron constantes. La anhelada paz en
Inglaterra se veía cada vez más lejana, y los normandos, aún ricos y poderosos, no podían
vivir tranquilos a causa de las frecuentes insurrecciones de los sajones. Murió Guillermo I
el Conquistador en guerra contra Francia y sus inmediatos sucesores, durante años y
años, tampoco conseguirían apaciguar Inglaterra. La desconfianza de los sajones hacia los
normandos estaba ya tan arraigada que se había convertido en un obstáculo insalvable
entre los dos pueblos. Los planes de pacificación de los distintos reyes fallaban
estrepitosamente y las revueltas continuaban. Éstas eran contestadas con absoluta
represión. Lo que daba lugar a nuevos enfrentamientos, cada vez más sangrientos. La
espiral de violencia parecía no tener fin. El rey Enrique de Plantagenet, nieto de Guillermo
I, subió al trono y se propuso, como principal objetivo de su reinado, acabar con aquellas
luchas sin sentido. Para este propósito, pensó que debía atraerse, en primer lugar, a
algunos influyentes nobles sajones. Para conseguirlo,, no escatimó tiempo y esfuerzo el
ilusionado rey.

CAPÍTULO DOS: NOBLES FAMILIAS SAJONAS


En un majestuoso castillo cercano a la bulliciosa ciudad de Nottingham vivía Edward
Fitzwalter, conde de Sherwood, y su esposa Alicia de Nhoridon. Los dos eran sajones. El
matrimonio mantenía escasas relaciones sociales y permanecía alejado de las intrigas de
la época. El conde de Sherwood no había participado en ninguna sublevación contra los
normandos y éstos, aún de mala gana, se habían visto obligados a respetar al conde y sus
posesiones. Aunque no fue atacado nunca frontalmente, Edward Fitzwalter tampoco era
mirado con buenos ojos por la nobleza normanda, en la que existía cierto recelo. Dentro de
los planes apaciguadores que llevaba acariciando durante largo tiempo el rey Enrique de
Plantagenet, entraba precisamente ganarse la confianza del noble sajón Edward Fitzwalter
Hablaré con Edward Fitzwalter comunicó el rey Enrique a uno de sus más estrechos
colaboradores. Si consigo la adhesión del conde, tal vez otros nobles sajones lo secunden
y poco a poco logremos el respaldo de todos. ¿Qué pensáis? Es una buena idea, señor
contestó el barón normando a su rey. El conde de Sherwood goza de gran respeto entre la
nobleza sajona. Respeto sin duda merecido, ya que es todo un caballero. La mayoría de
los normandos comparten también esta opinión. El rey Enrique de Plantagenet deseaba
con sinceridad que finalizaran los enfrentamientos entre sajones y normandos, y centró
sus esfuerzos en conseguirlo. Así, pocos días después de esta conversación, fue a
reunirse con el conde de Sherwood. Le tendió su mano y de sus labios salieron algunas
promesas impensables en años anteriores. Señor, os agradezco la confianza que habéis
depositado en mí contestó el conde, Entonces, conde de Sherwood, ¿puedo contar de
verdad con vos ? preguntó el rey con impaciencia, Majestad, no dudo de que os guían
buenos deseos y de que sois sensible al sufrimiento del pueblo sajón comenzó a decir el
conde. Pero vuestras promesas no son suficientes para paliar los daños que vuestro
pueblo ha causado al mío... Pero es necesario que todos hagamos el esfuerzo de salvar
nuestras diferencias, conde de Sherwood. La batalla de Hastings pertenece ya al pasado.
Es cierto, señor Pero es pronto aún para confiar en vos. Es posible que sean nuestros
hijos los que vivan la reconciliación entre nuestros pueblos, los que puedan vivir en paz.
¿Tenéis hijos, conde? preguntó el rey asintiendo. Espero uno, majestad. Conde de
Sherwood, os prometo que haré cuanto pueda por acabar con los problemas del pueblo
sajón, que intentaré borrar los errores de mis antepasados y que me esforzaré por
apaciguar esta tierra. Por mi parte, majestad contestó el conde, os aseguro que no
participaré en ningún levantamiento contra vos. Actuaré como he venido haciéndolo hasta
ahora. Pero tampoco conseguiréis mi adhesión hasta que no exista una completa igualdad
entre sajones y normandos. El rey Enrique y el conde de Sherwood estrecharon sus
manos y se despidieron amistosamente. No mucho tiempo después, Edward Fitzwalter
tuvo ocasión de comprobar que los buenos propósitos del rey Enrique que-daban
olvidados ante una nueva revuelta sajona. La sublevación fue castigada con terrible
dureza. Sajones y normandos seguían siendo enemigos irreconciliables. En esta triste
situación vino al mundo el heredero del conde de Sherwood. La alegría reinaba en todos
los rincones del castillo del conde. Amigos y vecinos acudieron a conocer al pequeño
recién nacido. Un precioso niño había venido al mundo para felicidad de Alicia de Nhoridon
y Edward Fitzwalter, sus padres. Se llamará Robert dijo el conde a todos los presentes sin
disimular su alegría. Será un valeroso sajón y confío en que le toque vivir tiempos mejores.
¡Ojalá pueda ser más feliz que nosotros! dijo levantando su copa uno de los allí reunidos.
Y todos brindaron porque así fuera. El conde de Sherwood era íntimo amigo del también
noble sajón Richard At Lea, conde de Sulrey. Y éste y su esposa tuvieron, no mucho
tiempo después, una preciosa niña, a la que pusieron por nombre Mariana. Los dos nobles
sajones se reunían con frecuencia y mantenían interminables conversaciones sobre la
compleja situación del reino. Las sublevaciones no cesan, querido amigo dijo Richard At
Lea. Pero el poder normando permanece inalterable a lo largo de los años. Sí, Richard,
nuestro pueblo está extenuado por las luchas y por las humillaciones de los barones
normandos. Los reyes intentan apaciguar esta tierra, pero fracasan. No son capaces de
contrarrestar el poder de sus nobles. Y mientras tanto, ¿por qué luchamos ya los sajones,
después de tanto tiempo? Todo parece ser una locura colectiva que no tiene fin. . . Ojalá
Inglaterra tenga pronto un rey poderoso y justo que haga posible la igualdad entre sajones
y normandos contestó con tristeza Edward Fitzwalter Pero los dos nobles sajones también
aprovechaban su compañía para sonar, al calor de la chimenea de uno a otro castillo. El
sueño que compartían era que Robert y Mariana, Ilegado el momento, se unieran en
matrimonio. Nuestra amistad, conde de Sulrey, quedaría coronada por la unión de nuestros
hijos. Nada me agradaría más, Edward, que emparentar con vos. Y estoy seguro además
de que mi hija sería muy feliz con Robert. Pasaron unos años y murió el rey Enrique de
Plantagenet. Pocos meses antes, el conde de Sherwood había perdido a su querida
esposa Alicia. La única satisfacción de Edward Fitzwalter era tener cerca a su hijo Robin,
como le llamaban todos cariñosamente, convertido ya en un apuesto joven. ¿Qué pasará
ahora, padre, que el rey ha muerto? preguntó Robin ante la reciente noticia. Subirá al trono
su hijo Ricardo, Robin. ¿Será un buen rey? ¿Lo conoces? preguntaba con avidez Robin.
Lo conozco poco, hijo. Pero deseo que consiga hacer de Inglaterra un gran reino en el que
se viva en paz.

CAPÍTULO TRES UN NUEVO REY: RICARDO CORAZóN DE LEÓN


Como estaba previsto, tras la muerte del rey Enrique de Plantagenet subió al trono su hijo
mayor, Ricardo I, conocido con el sobrenombre de Corazón de León por su nobleza y
valentía. El nuevo rey era muy sensible a la miseria en la que vivían los súbditos sajones.
Conocía también los intentos que sus antepasados y, en especial, su padre, habían hecho
por cambiar esa situación, sin conseguirlo. Pero él estaba decidido a dar un giro definitivo
al curso de los hechos. Deseaba ser el rey de un país en el que, de una vez por todas, no
existieran ni vencedores ni vencidos. Debemos construir una nueva Inglaterra. Pacífica,
respetada en el exterior, poderosa... decía ilusionado el nuevo rey. Para ello se necesita la
colaboración de todos por igual: sajones y normandos, nobles y plebeyos. Todos tendrán
un lugar en el nuevo reino. El rey Ricardo empezó a captar muy pronto la confianza de sus
súbditos, ya fueran sajones o normandos. Entre sus más entusiastas seguidores estaban
su esposa Berengaria; lady Edith Plantagenet, su prima, y la reina madre, Leonor Entre las
primeras medidas que tomó Ricardo Corazón de León, en aras de una mayor igualdad
entre sus súbditos, estaba la estricta prohibición de infligir castigos corporales a los
siervos, tratados como verdaderos esclavos, y la libertad de caza en los bosques, hasta
ahora privilegio de los normandos. El rey Ricardo, con su bondad y su carácter conciliador,
hizo cicatrizar las heridas abiertas entre los dos pueblos. Todos lo aceptaron para que
fuera el rey de todos. Odios y rencillas parecieron quedar adormecidos en un profundo
sueño. Pero Ricardo Corazón de León pasaría poco tiempo en su país. Así, tuvo que
acudir a la llamada del papa Clemente III para participar en la Tercera Cruzada, con el fin
de liberar Jerusalén, en manos del musulmán Saladino. El rey, antes de su partida, tuvo
grandes dudas. ¿Cómo voy a ausentarme de Inglaterra durante tanto tiempo, y
precisamente ahora, cuando más me necesitan mis súbditos? se lamentaba. Mas su deber
como rey cristiano, su deseo de lucha contra los infieles y el sincero mensaje recibido del
Papa ofreciéndole la dirección de la Cruzada, hicieron que Ricardo tomara finalmente la
decisión de partir hacia Tierra Santa. ¡Conquistaré Jerusalén. Se la arrebataré a los
infieles! decía con absoluta seguridad el rey Durante su ausencia ocuparía el trono su
hermano Juan I, conocido como Juan sin Tierra. Partid tranquilo, hermano mío. Aquí me
encontraréis a vuestra vuelta y aquí encontraréis vuestro amado reino dijo Juan sin Tierra
a Ricardo en el momento de su marcha. Gracias, hermano. Sé que puedo confiar en vos.
Sé que gobernaréis como yo lo haría y que cuidaréis de nuestros súbditos. Me voy
tranquilo porque sé que Inglaterra queda en buenas manos. Y, seguido de su séquito,
Ricardo Corazón de León abandonó, quién sabe por cuántos años, su querida Inglaterra.
Juan sin Tierra, en muy poco tiempo, acabó con los importantes logros de su hermano.
Sembró de nuevo la desconfianza y resurgió la discordia. Su crueldad y avaricia volvieron
a abrir el abismo entre sajones y normandos. Estaba convencido de que los normandos
eran una clase superior y de que sólo a ellos les correspondía el poder. La sed de
venganza parecía el único móvil que empujaba a quien regentaba el destino de Inglaterra.
No podemos seguir tolerando las continuas revueltas de los sajones dijo Juan sin Tierra.
Así se hará, majestad. No lo dudéis asintieron sus colaboradores más allegados. Pero,
señor, vivimos por primera vez una larga época de paz. Los sajones están ahora muy
tranquilos intervino un barón normando allí presente. ¡Qué ingenuo sois, caballero!
contestó con desprecio el príncipe. ¿Acaso creéis que los sajones han dejado de tramar
conspiraciones contra mi persona? ¿Pensáis tal vez que se resignan a estar bajo una
dinastía normanda? ¡Estúpido! El barón que había manifestado públicamente su
disconformidad con las palabras del príncipe era sir Percy Oswald, quien abandonó la sala
inmediatamente. Sir Percy Oswald no estaba de acuerdo con las ideas del príncipe Juan.
Pensaba que lo peor para Inglaterra era volver a los tiempos de crueldad y
enfrentamientos que, afortunadamente, habían sido ya superados. Pero Juan sin Tierra no
estaba dispuesto a aceptar ninguna opinión que no coincidiera con la suya. Y por ese
motivo, sir Percy Oswald quedó automáticamente fuera de su círculo de confianza.
Durante uno de los frecuentes encuentros entre Edward Fitzwalter y Richard At Lea, los
dos nobles se confesaron su preocupación por los rumores que corrían acerca del príncipe
Juan. No parece que vaya a seguir los pasos de su hermano dijo Richard At Lea a su
amigo. El rey Ricardo fue demasiado bondadoso al confiar en su hermano repuso Edward
Fitzwalter. De todas formas, el príncipe Juan no se atreverá a ir contra las medidas
adoptadas por el rey. Ojalá que así sea, Edward. Pero se me ocurre una cosa. El príncipe
no ignora que no simpatizamos con él. Quiero proponerte que, si a ti o a mí nos ocurriera
algo, el otro iría a hacérselo saber al rey a Tierra Santa. De acuerdo, Richard. No
transcurrió mucho tiempo sin que se confirmaran los temores que se habían confesado los
dos nobles sajones. El príncipe Juan, apoyado por un grupo de incondicionales
normandos, comenzó a romper las normas que había dictado su hermano. Inglaterra
parecía dirigirse hacia un trágico destino en el que sólo se oyera el lenguaje de las armas.
Un desgraciado día, el conde de Sherwood apareció muerto en el campo. Había salido por
la mañana a visitar a un vecino. De regreso a su castillo, un grupo de encapuchados lo
atacó y lo dejó muerto en el camino. El fiel Richard At Lea acompañó a Robin en tan duros
momentos. Estuvo con él durante el entierro de su querido amigo y alentó al desconsolado
hijo. No dejes que la pena inunde tu corazón. Eres el heredero de Sherwood y debes hacer
honor a tu apellido dijo Richard a Robin, sin poder contener su emoción. El conde de
Sulrey no quiso comunicar, ni siquiera a Robin, sus sospechas de que el propio príncipe
Juan podría estar implicado en la muerte de su amigo, de que todo hubiera sido una
acción preparada por él y sus secuaces. Pero Richard At Lea supo inmediatamente lo que
tenía que hacer: poner los hechos en conocimiento del rey. Para ello debía encaminarse
hacia Tierra Santa.

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