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TRES TRISTES TIGRES CURSO DE LATINOAMERICANA

[LUIS ANIBAL RIVERO MEDINA] PROF. FRANCISCO ARDILES

VEREDA TROPICAL: EL META-ARCHIPIÉLAGO

Habana, hermosa Habana


Lindo es tu Prado
Lindas son tus calles
Bello es tu mar.
(Los Zafiros – Hermosa Habana)

Con el permiso de los Zafiros, y el debido respeto a su oda habanera, conmemoración en todo
sentido justa y necesaria de la ciudad Tropicana, es necesario, desde nuestro punto de vista, aludir, en el
ocaso de ese cielo azul, donde el volar de las palomas y el gemir de violines dan paso, en una casi
metamorfosis, a esa otra Habana hermosa: la nocturna y querida isla poblada de ocultos bares, esa otra
Habana, la que goza también de otros secretos que, aunque no aparecen en ningún centro turístico, pues
sabemos: es necesario mantener una imagen de sitio magnifico, surge sí, en el mar de voces que fluyen
y caminan dentro del universo discursivo que compone la novela de Guillermo Cabrera Infante: Tres
tristes tigres. Novela que recorre (¿o recuerda?) esa Habana turística de los años cincuenta, cuya
memoria colectiva, aunque fragmentada, será la encargada de hilar el declive y la vaguedad en la vida
de sus caricaturescos personajes.

Una Habana noctámbula y retraída donde Infante recrea lo que para Antonio Benítez Roja son los
obstáculos del estudio y definición del Caribe: su fragmentación, su inestabilidad, su recíproco
aislamiento; su desarraigo; su heterogeneidad cultural; su falta de historiografía y de continuidad
histórica, su contingencia y su provisionalidad; su sincretismo, etc1. Y donde la consigna plural es el
detallarse (vaya ironía). Es, a partir de ese espectro de códigos caribeños, donde Infante tomará los
ingredientes necesarios para la gestación de una verdadera sopa de signos. Los cuales, se irán
presentando desde la figura de esos disímiles habaneros y su heterogénea idiosincrasia: No quería
devorar los kilómetros como se dice (…), sino que estaba recorriendo la palabra kilometro y pensé que
su intención era pareja a mi pretensión de recordarlo todo o a la intención de Códac deseando que
todas las mujeres tuvieran una sola vagina (aunque él no dijera exactamente vagina) o de Eribó

1
Antonio Benítez Rojo, La isa que se repite.
erigiéndose en el sonido que camina o el difunto Bustrófedon que quiso ser lenguaje2. Idiosincrasias que
compaginan, en cierto modo, con una temporalidad musical, lingüística, erótica y literaria de una época
cubana ya remota.

Es, en este punto, donde comienza la verdadera intención de la novela de Infante: la evocación, a
través del recuerdo y la memoria de sus personajes, de un determinado espacio – tiempo; cargado de lo
que Benítez Roja llama (para puntualizar el perfil geográfico del Caribe, el cual también ocupa La
Habana de Infante) su carácter de archipiélago: ese conjunto discontinuo de espacios vacíos, voces
deshilachadas, conexiones y viajes de la significación: -¿No puedes oír cómo el viejo Bach juega en la
tonalidad en re, cómo construye sus imitaciones, cómo hace las variaciones imprevisiblemente pero
donde el tema lo permite y lo sugiere y no antes, nunca después, y a pesar de ello logra sorprender?
¿No te parece un esclavo con toda libertar?3

Pues bien, desde el espectro de signos que representa La Habana de Infante, parece necesario recalcar
ese carácter representativo del mar: la memoria, pues si adoptamos la noción de meta-archipiélago de
Benítez Rojo, es éste el vehículo indispensable que atraviesa e impulsa todo el discurso narrativo de
evocación presente en la novela (entendido el mismo desde su representación de la oralidad popular):
Me reí. Pero pensé mirando al puerto que hay alguna relación sin duda entre el mar y el recuerdo. No
solamente que es vasto y profundo y eterno, sino que viene en olas sucesivas, idénticas y también
incesantes4. Así mismo, vemos como esa dualidad mar-memoria cumple con su papel de infinitud: No,
el mar no ríe. El mar nos rodea, el mar nos envuelve y finalmente el mar nos lava los bordes y nos
aplana y nos gasta como a los guijarros de la costa y nos sobrevive, indiferente, como el resto del
cosmos, cuando somos arena, polvo de Quevedo. Es la única cosa eterna que hay sobre la tierra y a
pesar de su eternidad lo podemos medir, como el tiempo. El mar es otro tiempo o el tiempo visible, otro
reloj. El mar y el cielo son las dos ampollas de un reloj de agua: eso es lo que es: una clepsidra eterna,
metafísica 5 . Lo que demuestra su fuerza para doblegar una Habana constituida por su carácter de
archipiélago e inmanente cultural, el cual no es terrestre(…), sino fluvial y marino. Comienza a
contraponer su conformación con otras culturas. Bien Rojo la describe: se trata de una cultura de

2
Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres.
3
Ibid.
4
Ibid.
5
Ibid.
rumbos, no de rutas; de aproximaciones, no de resultados exactos, fáciles de identificar en aquellas
travesías repetitivas de Cué y Silvestre a lo largo del Malecón: Cué tenía esa obsesión del tiempo.
Quiero decir que buscaba el tiempo en el espacio y no otra cosa que una búsqueda era nuestros viajes
continuos, interminables, un solo viaje infinito por el Malecón6, pues aquí el mundo de las líneas rectas
y los ángulos(…) no domina; el que domina es el mundo fluido de curvas: (…)y los bares que repiten la
entrada a la salida de la alameda de Paula y recuerdan que los muelles comienzan o terminan los
paseos del mar, en la Habana, y luego siguiendo la curva suave de la bahía íbamos a cada rato hasta
Guanabacoa y Regla(…) luego regresábamos por todo el Malecón hasta la Quinta Avenida(…) o nos
hundíamos en el túnel de la bahía y aparecíamos en Matanzas(…) y luego a Varadero a jugar para
volver a medianoche, de madrugada a La Habana7. Mostrando aquí, en cierta forma, esa virtud, que
señala Benítez Rojo sobre el archipiélago, la de carecer de limites y de centro, donde se expone ese
perfil inherente del eterno retorno(…) sin propósito o meta, un rodeo que no lleva a otro lugar que así
mismo .

Ahora bien, si aceptando esa idea del mar como la evocación del recuerdo: Ahora estaba sentado en
la terraza tomando una cerveza y llegó un golpe de brisa, ese viento del mar, cálido, que comienza a
soplar al caer la tarde y en asaltos repetidos me llegó el recuerdo de este aire de la tarde, pero fue un
recuerdo total porque en uno o dos segundos recordé todas las tardes de mi vida8, al mismo tiempo que
reconocemos su infinitud como un eterno retorno: Recuerdo casi todo y además a veces recuerdo las
veces que lo recuerdo, cabe preguntarnos ¿cómo se componen en su estructura esos mecanismos antes
mencionados? Volviendo a Benítez Rojo y su ensayo La isla que se repite, el mismo nos dice que, los
denominados Pueblos del Mar, es decir, ese conjunto de islas que conforman el archipiélago del Caribe,
en esencia son todos unos, pues su cultura es la misma, permitiéndole designar para ello una misma
palabra, la cual logra encerrar esa manifestación de las culturas caribeñas, para él de algún modo
homónimas. Benítez toma entonces la palabra performance: ese acto de improvisación que se encuentra
ligado a un determinado espacio-tiempo.

Pues bien, según Benítez Rojo, ese performance desarrollado por las culturas caribeñas se conforma
a partir de una sabiduría otra: aquella estructura de ritmos cortados por otros ritmos que son cortados
6
Ibid.
7
Ibid
8
Ibid.
por otros ritmos, es decir, el poli-ritmo. Benítez continua diciendo que, el performance caribeño, no se
vuelve hacia el performer(...) sino que se dirige hacia el “otro”; es, sobre todo, un intento de seducir al
“otro” mediante el deseo del performer de establecerse como objeto deseado del otro; actos que
reconocemos en aquellos interminables y recíprocos juegos y conversaciones entre Cué y Silvestre, los
que se despliegan durante su infinito recorrido a La Habana: hablando siempre y siempre contando
chismes y haciendo chistes y siempre y también filosofando o estetizando o moralizando, siempre.

Entendemos pues, ese eterno recorrer como la válvula que dispone para abrir o impulsar esa
evocación de la memoria, claramente ligada(inherente e inmanentemente) siempre al mar: Atravesando
La Habana en automóvil en dirección al Vedado y si uno tiene la dicha de ser un pasajero, no hay más
que seguir la cadencia de las cuadras, voltear la cabeza y ver a la derecha, fugaz, una bocacalle, un
pedazo de muro y al fondo, el mar. La sorpresa es dialéctica: hay sorpresa, no debe hacer sorpresa y el
mar sin sorprenderme me asalta finalmente.9

Para cerrar podemos apoyarnos una vez más en Benítez y su idea del performance(poli-ritmos) de los
Pueblos del Mar, los cuales, nos dice, no se proponen ir a ninguna lado, y en ese caso de proponérselo
flotarían hacia el placer de entrar en la “totalidad”; la cual de algún modo se corresponde con aquellas
figuras habaneras convocadas al comienzo de nuestro trabajo; cuya idiosincrasia pueden anclar, casi
perfectamente, en esta idea: Eramos totalitarios: queríamos la sabiduría total, la felicidad, ser
inmortales al unir el fin con el principio. Pero Cué se equivoca (todos nos equivocamos, todos menos
quizás, Bustrófedon que ahora podía ser inmortal), porque si el tiempo es irreversible, el espacio es
irrecorrible y además, infinito10, es decir, su última instancia es ningún lado.

9
Ibid.
10
Ibid.
BIBLIOGRAFÍA

 Cabrera Infante, Guillermo, 1968, Tres Tristes Tigres, Barcelona – España, Editorial Seix Barral,
S.A.
 Benítez Rojo, Antonio, 1989, La isla que se repite: El Caribe y la perspectiva posmoderna,
Hanover – U.S.A, Ediciones del Norte.

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