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Esta pregunta capital no es de sencilla respuesta. Es fácil intuir de qué trata el Derecho Marítimo,
el Derecho Agrario o el Derecho Minero. Pero el Derecho de Obligaciones no lleva en su nombre
una definición implícita. Sin embargo, podemos afirmar categóricamente que el Derecho de
Obligaciones no es la rama del Derecho que estudia todas las obligaciones del Derecho. El
Derecho de Obligaciones, al igual que absolutamente todas las otras ramas del Derecho, estudia
cierta categoría de obligaciones, pero no todas las obligaciones (si las estudiara todas,
lógicamente no existirían las otras ramificaciones). Entonces, ¿cuáles son esas “ciertas”
obligaciones que son objeto de estudio del Derecho de Obligaciones? ¿Qué es lo característico
del Derecho de Obligaciones? Como éstas y otras tantas preguntas son de vital importancia, usted
encontrará en esta página web el primer capítulo de mi libro Introducción al Derecho de
Obligaciones, el cual puede visitar haciendo clic aquí. Allí conseguirá una “Aproximación al
Derecho de Obligaciones”.
Capítulo I
Aproximación al Derecho de Obligaciones
Cinco situaciones.-
Pero para no desviarnos del tema podemos afirmar que para que haya obligación o deber
estrictamente legal tiene que haber una norma jurídica que imponga la obligación. Puesto en
pocas palabras: no hay obligación o deber legal si no hay norma jurídica que la sustente. Tener
este punto claro es realmente fundamental. Si yo, cuando voy a la playa, no tengo la obligación
legal de meterme en el agua es simple y llanamente porque no existe una norma jurídica que me
imponga tal obligación. Si yo no tengo la obligación legal de transcurrir todo el día domingo en
la población de Mucuchíes es porque no hay una norma jurídica que me imponga tal obligación.
Ahora, si mañana se sanciona una ley (imaginémonos la «Ley sobre dónde se debe transcurrir el
día domingo») en la cual se establece que todos los ciudadanos que viven en la ciudad de Mérida
tienen que pasar todo el día domingo en la población de Mucuchíes, yo sí tendría entonces la
obligación legal de transcurrir todo el día domingo en la población de Mucuchíes. Tendría tal
obligación en la medida en que existiera una norma jurídica que me la impusiera. El tener o no
una determinada obligación o deber legal depende simplemente de la existencia o no de una
norma jurídica que imponga el deber u obligación. Así de sencillo, al menos desde un punto de
vista estrictamente jurídico. Pero no es de pasar por alto que las normas jurídicas no son las
únicas normas que regulan nuestra conducta. Paralelamente a las normas jurídicas, y no siempre
en armonía, encontramos las normas morales, las normas sociales y, para la mayoría de nosotros,
las normas religiosas. Todas tienen en común el carácter normativo (imponen deberes), todas
tienen en común la posibilidad de una sanción (coactividad), pero sólo las normas jurídicas son
coercibles, en el sentido de que son las únicas en que se puede aplicar la sanción por medio de la
fuerza pública en caso de incumplimiento (de ahí que se afirme que el Derecho asume el
monopolio de la fuerza)[1].
Ahora imaginemos por un momento cinco situaciones distintas. Situación primera: Pedro
necesita un televisor. Pedro acude a una tienda de electrodomésticos y compra un televisor por un
precio de quinientos mil bolívares. Como Pedro no tiene todo el dinero paga la mitad y se
compromete a pagar la otra mitad en seis cuotas mensuales. Pregunta: ¿tiene Pedro la obligación
legal de pagar las seis cuotas convenidas?
Situación segunda: Miguel acude al banco a depositar cien mil bolívares en su cuenta de ahorros.
Al llenar la planilla de depósito Miguel se equivoca de número de cuenta y el banco acredita el
dinero a una persona distinta, a José. Pregunta: ¿tiene José la obligación legal de devolver el
dinero que por un error de Miguel ha sido acreditado en su cuenta?
Situación tercera: Antonio, quien vive en Mérida, se compra una casa en Porlamar para disfrutar
las vacaciones con su familia. Por un motivo o por otro, por largo tiempo se le hace imposible
hacerse cargo de su casa vacacional. Víctor, vecino de Antonio en Porlamar y a quien sólo conoce
de vista, ante el abandono de la casa, decide hacerse cargo de ésta. Paga los recibos de luz, agua y
demás servicios públicos. Se encarga del mantenimiento mínimo de la casa: jardinería,
filtraciones y demás reparaciones necesarias. Víctor se ha encargado espontáneamente del
mantenimiento de la casa de Antonio, incluso sin el conocimiento de éste. Pregunta: ¿tiene
Antonio la obligación legal de pagar a Víctor los gastos en que éste ha incurrido?
Situación cuarta: Alberto decide pintar su casa. Todo va bien hasta el momento en que, ya
cansado y en forma imprudente (pero no intencional), se le cae el pote de pintura encima del
vehículo de su vecino, dañándole seriamente la carrocería. Pregunta: ¿tiene Alberto la obligación
legal de reparar el daño que ha causado al vehículo de su vecino?
Lo más seguro es que, a primera vista, se pueda considerar que en algunas de las situaciones
expuestas sí haya la obligación legal y en otras no. O tal vez se tengan dudas sobre algunas de
ellas. O tal vez se piense que en algunas de las situaciones expuestas tan sólo haya un deber de
carácter moral o social. ¿Cómo saber si en las situaciones expuestas hay o no la obligación legal
que nos estamos planteando? La única forma de poder contestar categóricamente a las cinco
preguntas de las cinco situaciones es determinando si existe o no en algún texto legal una norma
jurídica que sirva de sustento, que sirva de fundamento a la obligación. Y, en efecto, todas las
situaciones expuestas tienen una norma jurídica de respaldo. Se encuentran en los artículos 1264,
1184, 1173, 1185 y 1178 del Código Civil.
Las cinco situaciones son diversas. Pero las cinco situaciones tienen algo muy importante en
común: las cinco generan cinco obligaciones legales. (Se ha hablado de «obligaciones legales»
para significar, como ya ha sido precisado, que puede haber obligaciones no legales, por ejemplo:
las obligaciones morales. De ahora en adelante se hablará sencillamente de «obligación» dando
por sentado que son «legales»). Y las cinco obligaciones generadas por las cinco situaciones
tienen rasgos comunes muy importantes.
Tratemos de ver estos rasgos. En las cinco obligaciones conseguimos dos sujetos. Uno que tiene
el deber (una obligación) de observar una determinada conducta (pagar una cantidad de dinero,
reparar un daño) al cual se le llama técnicamente «deudor», y otro que tiene la facultad (el
derecho) de exigir el cumplimiento de la obligación, al cual técnicamente se le llama «acreedor».
Son dos sujetos que se encuentran en posiciones distintas, antagónicas. El uno tiene un derecho y
el otro tiene una obligación. El uno puede exigir del otro el cumplimiento de la obligación. El
otro tiene la obligación de cumplir con lo debido. El segundo rasgo en común consiste en que en
las cinco obligaciones los sujetos (acreedores y deudores) se encuentran vinculados, relacionados.
Las cinco situaciones, con motivo de la obligación, «vinculan» a los sujetos que intervienen en
ellas. Y el vínculo no es otro que la norma jurídica.
Retomemos la primera situación. Cuando Pedro salió a comprar el televisor, tal vez ni siquiera
sabía de la existencia de la tienda donde compró el televisor. En el momento en que entra a la
tienda y compra el televisor se relaciona con la tienda. Para el Derecho es relevante la compra del
televisor pues entra dentro del ámbito de sus normas. En el momento en que Pedro se
compromete a pagar el saldo del precio del televisor en seis cuotas, queda «vinculado» a la
tienda. Existe una norma jurídica que le impone la obligación de pagar las cuotas convenidas. Ha
nacido entre Pedro y la tienda una «relación jurídica». En el momento en que Pedro y la tienda
celebran el contrato de venta aplican normas generales (entre otras las contenidas en los artículos
1264, 1486 y 1527 del Código Civil) y crean normas particulares: principalmente la norma
particular por la cual la tienda debe entregarle el televisor a Pedro y éste debe entregarle la
cantidad de dinero pactada a la tienda. Así, los hechos (las conductas de Pedro y de la tienda) han
puesto al Derecho en movimiento generando deberes y derechos mediante la creación de una
relación jurídica particular con un contenido principalmente patrimonial. Podemos entonces
afirmar que la norma jurídica, en los cinco casos, vincula acreedores y deudores por intermedio
de la relación jurídica.
Y existe un último rasgo en común: las cinco relaciones obligatorias implican que los cinco
deudores tienen un deber hacia los cinco acreedores: pagar las cuotas convenidas del televisor,
devolver el dinero recibido en exceso, pagar los gastos de mantenimiento de la casa, etc. Los
cinco deudores tienen el deber de desplegar una determinada conducta hacia los acreedores. Y
existen las cinco obligaciones (así como existen los cinco derechos de los acreedores) en la
medida en que la norma jurídica genera la obligación, tomando en cuenta un determinado hecho.
Sin norma jurídica no hay obligación ni derecho. Sin norma jurídica no hay relación jurídica. Y a
esta conducta, que el deudor debe desplegar en beneficio del acreedor (en el Derecho de
Obligaciones), se le conoce con el nombre de «prestación». Y las cinco prestaciones de las cinco
situaciones tienen algo en común. Y ese algo en común es capital para el Derecho de
Obligaciones. Este «algo en común» es que las cinco prestaciones son susceptibles de valoración
económica. Las prestaciones generadas por las cinco situaciones son susceptibles de ser
traducidas en términos de dinero. Las «prestaciones» generadas por las cinco situaciones tienen
un contenido eminentemente patrimonial, o que puede ser susceptible de valoración económica.
Sobre esto volveremos más adelante. Por ahora ya hemos descubierto los elementos de toda
relación obligatoria que interesa al Derecho de Obligaciones: sujeto activo (acreedor), sujeto
pasivo (deudor), vínculo y prestación.
Dijimos anteriormente que una función básica del Derecho es generar obligaciones. El Derecho
tiene diversas ramas. Así como se habla del Derecho de Obligaciones se habla del Derecho Penal,
del Derecho Administrativo, del Derecho Procesal, del Derecho de los Contratos, del Derecho
Ambiental, del Derecho de Familia, del Derecho Mercantil, etc. Todas las ramas del Derecho
implican obligaciones (y toda obligación, correspectivamente, implica un derecho). Mi
obligación de no matar a mi vecino entra en el ámbito del Derecho Penal. La obligación de
educar a mi hijo entra en el ámbito del Derecho de Familia. La obligación de no deforestar un
bosque entra en el ámbito del Derecho Ambiental. La obligación del comerciante de publicar en
el periódico una futura venta de su fondo de comercio entra en el ámbito del Derecho Mercantil,
etc. Ya, a este punto, podemos preguntarnos: ¿qué es lo que entra en el ámbito del Derecho de
Obligaciones?
Si hay una rama del Derecho que se caracteriza por tener un nombre confuso, esa es el Derecho
de Obligaciones. Este nombre, para la gente extraña al mundo del Derecho, no significa
absolutamente nada. Para cualquier persona, estudiosa del Derecho o no, el Derecho Marítimo le
significa algo; se imagina, por lo menos, las leyes que tienen que ver con mares y naves. Igual
que el Derecho Agrario o que el Derecho Ambiental, que llevan una definición implícita.
Podemos afirmar categóricamente que el Derecho de Obligaciones no es la rama del Derecho que
estudia todas las obligaciones del Derecho. El Derecho de Obligaciones, al igual que
absolutamente todas las otras ramas del Derecho, estudia cierta categoría de obligaciones, pero no
todas las obligaciones (si las estudiara todas, lógicamente no existirían las otras ramificaciones).
Entonces, ¿cuáles son esas «ciertas» obligaciones que son objeto de estudio del Derecho de
Obligaciones? ¿Qué es lo característico del Derecho de Obligaciones?
Para saber si una obligación pertenece o no al ámbito del Derecho de Obligaciones es menester
atender a la conducta que impone la obligación. Si la conducta que impone la obligación (y que
para el Derecho de Obligaciones, como ya dijimos, se denomina «prestación») es susceptible de
ser valorada en términos económicos (esto es, de dinero) estamos en presencia de una obligación
que entra dentro del ámbito del Derecho de Obligaciones. La prestación, se dice, tiene un carácter
esencialmente patrimonial. La prestación es eminentemente patrimonial. La prestación, aun en
los casos que no consista en dinero, al menos tiene que poder ser traducida a dinero. Si tengo la
obligación de pintar una casa, mi prestación no es originariamente de dinero pero puede ser
traducida a dinero: el dinero que cualquier pintor exigiría por pintar la casa.
Un segundo criterio importante, dando siempre por existente el anterior, radica en que en la
obligación, las partes (acreedor y deudor) se encuentran en plano de igualdad. La obligación de
pagar mis impuestos tiene carácter patrimonial, pero los sujetos no están en plano de igualdad. Yo
no estoy en el mismo plano del Estado. El Estado está, en principio, en un plano de superioridad.
Entonces, la obligación de pagar mis impuestos no entra en el ámbito del Derecho de
Obligaciones. Tal obligación entra en el ámbito del Derecho Fiscal.
El término obligación (del latín obligatio, ob y ligatio significaba textualmente «ligado por», en
el sentido de atadura, ligamen, sujeción) fue acuñado por los romanos para denotar precisamente
este tipo de obligaciones que tenían esencialmente una prestación de carácter patrimonial (aunque
los romanos no advirtieron explícitamente este carácter patrimonial)[ 3]. La vulgarización del
mismo, aun dentro del ámbito jurídico, es lo que ha hecho que el nombre Derecho de
Obligaciones no denote por sí mismo preciso significado.
Modernamente, y con mucha razón, se ha descubierto que el término obligación (a los efectos
del Derecho de Obligaciones) no denota el fenómeno completo, sino que hace alusión a la
obligación desde el punto de vista del deudor, olvidando que el acreedor también juega un papel
importante en la dinámica de la misma. De ahí que el término obligación (siempre a los efectos
del Derecho de Obligaciones) ha sido sustituido modernamente por el término «relación
obligatoria», para así incluir al acreedor y, de paso, asomar la idea de «relación jurídica». Por lo
tanto, de ahora en adelante, hablaremos de «relación obligatoria» para denotar aquella especial
relación jurídica mediante la cual un determinado sujeto (denominado «deudor») se encuentra
obligado hacia otro sujeto (denominado «acreedor») a cumplir con una determinada prestación de
carácter eminentemente patrimonial. Esto último, y así de sencillo, no es más que una moderna
definición de relación obligatoria (u obligación, si queremos seguir utilizando términos antiguos).
Nótese la diferencia entre la definición propuesta y las definiciones clásicas del Derecho
Romano. El término «obligación», de ahora en adelante, salvo que se indique distinto, lo
utilizaremos para señalar la conducta que debe desplegar el deudor en beneficio del acreedor. El
término «relación obligatoria» lo utilizaremos cuando se quiera hacer mención al fenómeno
completo[4].
Los textos tradicionales sobre el Derecho de Obligaciones le atribuyen a éste dos características
fundamentales, basadas en la naturaleza abstracta del Derecho de Obligaciones [6]: universalidad
y permanencia. En cuanto a la primera, se quiere significar que el Derecho de Obligaciones es
muy similar en todos los sistemas jurídicos del mundo, sin importar el régimen político o social
de ninguno de ellos, lo cual es absolutamente cierto. En cuanto a la permanencia, se quiere hacer
alusión al hecho de que sus normas permanecen invariables en el tiempo [7], pues su naturaleza es
muy poco cambiante. Esta permanencia, sin embargo, no ha estado ajena a la enorme
transformación política, social y económica que comenzó en el siglo XIX, principalmente con la
Revolución Industrial. Hasta principios del siglo XX, por ejemplo, nadie concebía la
responsabilidad civil de un sujeto cualquiera sin culpa. Hoy día, por el contrario, ya es lugar
común en todos los ordenamientos jurídicos la posibilidad de establecer una responsabilidad sin
culpa (aunque siempre como excepción y no como principio). Ya es difícil hablar de
«permanencia» del Derecho de Obligaciones en estos tiempos. Las transformaciones sufridas son
enormes.
Retomemos por un momento la situación cuarta (aquella donde Alberto imprudentemente daña la
carrocería del vehículo de su vecino). A través de ella trataremos de observar el
«funcionamiento» o dinámica de la relación obligatoria.
Imaginemos por un momento que, antes de que Alberto dañara la carrocería del vehículo de su
vecino, ninguno conocía al otro. No eran amigos, no eran conocidos, no pertenecían a ningún
club ni partido político en común. No había, en pocas palabras, absolutamente nada en común
entre ellos. No estaban relacionados bajo ningún aspecto. En el momento en que Alberto daña la
pintura del vehículo de su vecino[8] se genera (nace) una relación entre ambos. El vecino, que ni
siquiera conocía a Alberto de vista, podrá ahora exigirle legalmente a éste que le pague la
reparación del daño de su vehículo. El vecino tiene ahora un derecho frente a Alberto (quien, a su
vez, se encuentra obligado por la misma causa). Y se lo podrá exigir simplemente porque hay una
norma jurídica que protege los intereses del vecino. En este caso en particular el artículo 1185 del
Código Civil establece: El que con intención, imprudencia o negligencia ha causado un daño a
otro está obligado a repararlo[...] Esta norma jurídica, que para ellos existía solamente en forma
abstracta en el Código Civil, se materializa en el momento en que Alberto daña la pintura del
vehículo de su vecino. Ahora el vecino podrá exigir la reparación del daño, y Alberto estará
obligado a repararlo. Si el artículo 1185 no existiera, Alberto no tendría la obligación legal de
reparar el daño causado al vecino; a lo más tendría una obligación moral. Pero ahora el vecino es
«acreedor» de Alberto. Alberto es ahora «deudor» de su vecino. Se dice que el uno es el «agente
del daño» y el otro la «víctima del daño». Alberto está ahora obligado a desplegar una
determinada actividad en favor de su vecino con carácter eminentemente patrimonial: reparar el
daño del vehículo (esto es, tiene que cumplir con una determinada «prestación»). Ellos, que ni
siquiera se conocían, ahora se encuentran «relacionados». La norma jurídica, en este caso el
mencionado artículo 1185, los ha puesto en contacto. La norma ha generado un «vínculo» entre
ellos. La norma ha generado una obligación para Alberto y un derecho para su vecino. La norma
ha creado una «relación jurídica», en plano de igualdad y de carácter principalmente patrimonial,
entre Alberto y su vecino.
Lo que puso en funcionamiento el artículo 1185 del Código Civil fue la conducta de Alberto. Lo
que hizo nacer la obligación de Alberto fue su propia conducta. Lo que hizo nacer el derecho del
vecino fue la conducta de Alberto. La conducta de Alberto no es otra cosa sino un «hecho». Y un
hecho no es más que un “suceso”, un “acontecimiento”, un “evento”. Las normas jurídicas
generan derechos y obligaciones (en todo el Derecho; no sólo en el Derecho de Obligaciones) en
la medida en que hay un «hecho» que es relevante (importante, tomado en cuenta) para el
Derecho. De ahí el aforismo romano Ex facto oritur ius («Del hecho nace el derecho»). Pero no
sólo las conductas imprudentes ponen en funcionamiento el Derecho. Nótese cómo en las
situaciones segunda, tercera y quinta antes mencionadas se generan derechos y obligaciones sin
que en ningún momento haya culpa o dolo de las partes, pero sí podemos afirmar, sin excepción,
que en todas hay un hecho generador.
No sólo las conductas humanas ponen en funcionamiento el Derecho. También los hechos de la
naturaleza pueden poner en funcionamiento el Derecho: recuérdese los casos de aluvión y
avulsión a que hace referencia la materia Bienes y Derechos Reales [9]. Lo importante es tener
claro que todo derecho y toda obligación (en el sentido más amplio del término y para todas las
ramas del Derecho, sin excepción) tienen como punto de partida un «hecho» (humano o no) que
es tomado en cuenta por alguna norma jurídica (el Derecho).
Una vez nacida la relación obligatoria (a consecuencia de un hecho que es tomado en cuenta por
el Derecho), el deudor tiene dos caminos: cumplimiento o incumplimiento de su obligación. No
existe una tercera posibilidad. Si el deudor cumple (o paga[10]) su obligación, ésta se extingue.
El deudor ha desplegado la conducta que tenía que desplegar y el acreedor ha visto satisfecho su
derecho. El pago extingue la relación obligatoria. Con el pago quedan nuevamente desligados
acreedor y deudor. El pago (o cumplimiento) puede ser definido, por ahora, en pocas palabras,
como la ejecución de la prestación debida.
Pero también puede suceder que el deudor no cumpla su obligación: que haya un incumplimiento.
El deudor sencillamente no ejecuta la prestación debida. Los alemanes [11] descubrieron en la
obligación del deudor dos momentos (o fases): el débito y la responsabilidad (en alemán: schould
y haftung). El débito implica el deber de cumplimiento que tiene todo deudor. La responsabilidad
implica la «sanción» a que puede ser sometido el deudor por haber incumplido culposamente su
obligación.
Ante el incumplimiento del deudor es necesario analizar la causa del mismo. Es necesario saber
si el incumplimiento ha sido voluntario o involuntario. Que el incumplimiento sea involuntario
implica que hay un hecho, totalmente ajeno a la voluntad del deudor, que lo coloca en la
imposibilidad absoluta de poder cumplir con su obligación (a este hecho se le conoce
técnicamente con el nombre de «causa extraña no imputable»). Por ejemplo, un escultor asume la
obligación de hacer una estatua de un caballo en el término de tres meses. Pero a la semana de
asumir la obligación se enferma gravemente y lo hospitalizan por seis meses. Lógicamente está
imposibilitado de cumplir con su obligación en el tiempo previsto, debido a una causa extraña no
imputable: la enfermedad. El incumplimiento involuntario se caracteriza por la ausencia de culpa
del deudor, de ahí que se le prefiera denominar «imposibilidad de prestar»[12].
La imposibilidad de prestar puede generar, pero no necesariamente, la extinción de la relación
obligatoria, dependiendo de si la causa extraña no imputable genera un incumplimiento definitivo
o temporal. Si el escultor que ha asumido la obligación de hacer la estatua del caballo pierde la
vista (causa extraña no imputable), ya más nunca podrá cumplir la obligación (incumplimiento
definitivo) y la relación obligatoria se extingue. Si el escultor sufre la fractura de un brazo (causa
extraña no imputable) se verá imposibilitado de cumplir por un cierto tiempo (mientras se
recupera de la fractura), pero una vez curado podrá ejecutar la prestación debida (incumplimiento
temporal). En este caso la causa extraña no imputable no extingue la obligación, sólo suspende la
ejecución de la misma por el tiempo que impida la ejecución. Una vez que cesan los efectos de la
causa extraña no imputable, el deudor, en principio y si todavía es posible, debe cumplir. La
característica fundamental del incumplimiento involuntario (sea definitivo o temporal) es la
ausencia de culpa del deudor. La ausencia de culpa implica que no se pueda hablar de
«responsabilidad» por lo que respecta al deudor. No hay responsabilidad sin culpa, entendida la
responsabilidad en el sentido de posibilidad de sanción como consecuencia del
incumplimiento[13].
Pero también puede suceder que el incumplimiento sea voluntario. Que el incumplimiento sea
voluntario quiere decir que la inejecución de la prestación se debe a dolo o culpa propiamente
dicha del deudor. Ya no hay una causa extraña no imputable que le impide cumplir. Ahora el
deudor incumple la obligación intencionalmente o, al menos, como consecuencia de su
imprudencia o negligencia. Entonces entramos en la fase de la responsabilidad.
Tomemos otro ejemplo. Supongamos que Manuel concede en préstamo a Rafael un tractor hasta
el día 27 de octubre. El día 27 de octubre, por lo tanto, Rafael deberá devolver el tractor. Llega el
día pautado y Rafael no devuelve el tractor, sin que haya habido una causa extraña no imputable
que le haya impedido entregarlo. Sencillamente, Rafael deliberadamente no quiso entregar el
tractor o, simplemente, se le olvidó entregar el tractor. Si la no entrega fue deliberada podemos
afirmar que hubo dolo por parte de Rafael. Si la no entrega fue por olvido podemos afirmar que
hubo negligencia. En los dos casos, podemos afirmar, hubo «voluntariedad» en el
incumplimiento de Rafael. Entonces Rafael es «responsable» (entra en la fase de la
«responsabilidad») por haber incumplido con su obligación.
Que Rafael sea responsable significa, en líneas generales, que ahora podrá ser obligado a pagar el
daño que haya ocasionado la falta de entrega del tractor en su debida oportunidad. La conducta
culposa de Rafael ha puesto en funcionamiento, entre otras, la norma jurídica contenida en el
artículo 1271 del Código Civil. Ahora la obligación de Rafael hacia Manuel es más onerosa: no
sólo tiene que entregar el tractor, sino que además tiene que pagar el daño que ha ocasionado la
no entrega del tractor en el tiempo convenido. El derecho de Manuel también será más amplio:
además de tener derecho a que se le devuelva su tractor tendrá derecho a que se le pague el daño
que ha sufrido. Resumiendo un poco las cosas tenemos como sigue. En el incumplimiento
involuntario conseguimos una inejecución de la obligación, pero esta inejecución se caracteriza
por ausencia de culpa del deudor. Y, al no haber culpa del deudor, no hay responsabilidad civil
para éste. En el incumplimiento voluntario también conseguimos una inejecución, pero se
caracteriza porque se debe a culpa del deudor. El determinar la existencia o no de la culpa es lo
que permite calificar al incumplimiento como voluntario o involuntario.
Pero Manuel no está obligado a exigirle a Rafael la devolución del tractor y el pago del daño
causado. Manuel tiene el derecho, mas no el deber, de poder exigir tractor y reparación del daño.
En efecto, Manuel puede asumir una conducta pasiva o activa. Asumir una conducta pasiva
implica afirmar que Manuel tiene la facultad de olvidarse del tractor y de la reparación del daño.
Manuel sencillamente decide no exigir nada. Si Rafael no cumple, el tiempo pasará y la obligación
prescribirá.
La otra alternativa es que Manuel asuma una conducta activa. Manuel quiere de vuelta su tractor
y el pago del daño. Rafael se resiste a cumplir. Manuel no puede hacerse justicia por sí mismo.
Entonces Manuel sólo tiene la posibilidad de acudir al órgano jurisdiccional competente
(autoridad judicial) y exigir, a través de éste, la devolución del tractor y el pago del daño. Manuel
deberá demostrar la existencia de la obligación de devolver el tractor [14] y el juez, constatada la
existencia de la misma, condenará a Rafael, por medio de la sentencia, a la devolución del tractor
y al pago del daño ocasionado. La sentencia, técnicamente hablando, genera una nueva relación
obligatoria especialmente calificada, en la medida en que ahora la obligación de Manuel es más
onerosa y esta obligación se hace de fácil ejecución. Veamos qué sucede una vez que Manuel
obtiene sentencia a su favor.
La autoridad judicial, en la sentencia, establece un lapso de tiempo (entre tres y diez días [15])
para que Rafael cumpla voluntariamente la obligación generada por la sentencia (a esto,
procesalmente hablando, se le conoce con el término de «autoejecución»). Si todavía Rafael se
resiste a cumplir la sentencia, entonces se procede a la «ejecución» de la misma. Que se ejecute la
sentencia significa la posibilidad, siempre a solicitud de Manuel, de lograr, aun con la ayuda de la
fuerza pública de ser necesario, el cumplimiento de lo establecido en la sentencia dictada por la
autoridad judicial. Si la sentencia, por ejemplo, ordena al deudor pagar cierta cantidad de dinero y
el deudor se resiste, la autoridad judicial podrá tomar determinados bienes de éste y hacerlos
vender en subasta pública. Con el producto de la subasta se le pagará al acreedor. Si, por ejemplo,
la autoridad judicial condena al deudor a entregar cierto bien y éste no puede ser habido (el
deudor lo ha destruido, escondido, etc.), se estimará el valor del bien en términos económicos
(bolívares) y se procederá como en el caso anterior[16].
El Derecho es tan antiguo como la humanidad; el Derecho nace en el mismo momento en que los
seres humanos, hombres y mujeres deciden agruparse para sobrevivir. Y, partiendo de un Derecho
primitivo, poco a poco el Derecho fue evolucionando hasta lograr una fuerte sistematización. La
antigua Roma representa el momento y el lugar en que el Derecho logra una atención y una
sistematización de refinación muy pronunciada. Ya antes de Roma el Derecho había echado
raíces sólidas (los griegos, por ejemplo, tenían instituciones jurídicas sumamente avanzadas),
pero es en Roma donde la preocupación por el mismo alcanza niveles nunca vistos antes.
Tómese, por ejemplo, las Instituciones de Justiniano. Las mismas, redactadas en lenguaje
sumamente sencillo y siempre acompañadas de ejemplos elementales, fueron concebidas para
que todo el pueblo tuviera un conocimiento, aunque fuera elemental, del Derecho Civil. Leyendo
las mencionadas Instituciones, nos damos cuenta de la «permanencia» del Derecho de
Obligaciones. No pocas cosas del Derecho de Obligaciones de aquella época permanecen
inalterables al día de hoy. Y es por esto que el Código Napoleón (promulgado en el año de 1804)
tiene una marcada influencia romanística.
Ex facto oritur ius, del hecho nace el derecho, establece acertadamente el adagio latino. Son los
hechos los que ponen en funcionamiento las normas jurídicas creadas por el ser humano y para el
ser humano. La norma jurídica, en cuanto ordena una conducta, es, en primer lugar, imperativa.
Dicta una determinada conducta que debe ser observada. Establece un deber. En segundo lugar, la
norma jurídica es atributiva: genera deberes y derechos que pueden ser absolutos o relativos.
Absolutos en cuanto establece deberes sin conceder derechos o facultades a persona alguna en
plano de igualdad al sujeto obligado. Relativos en cuanto al lado del deber creado, genera un
derecho o facultad a otra persona en plano de igualdad con el sujeto obligado [19]. Desde este
punto de vista nuestro término obligación (o «relación obligatoria») pertenece al campo de los
derechos relativos. En tercer lugar, la norma jurídica es coercible. Esto es, una vez materializada
la norma jurídica existe la posibilidad lógica de hacer efectiva la sanción (pago de daños y
perjuicios, por ejemplo) establecida por la norma como consecuencia de haberse realizado el
hecho condicionante. Por último, los derechos y deberes derivados de la norma jurídica son
correlativos.
La norma jurídica, básicamente, no relaciona personas ni cosas, sino hechos o conductas que, a su
vez, son contenido ya de deberes, ya de facultades. Cuando decimos que el comprador y el
vendedor están relacionados jurídicamente, expresamos que el vendedor, por ejemplo, está
obligado a entregar la cosa, es decir, debe realizar una determinada conducta. El comprador, a su
vez, debe también desplegar una conducta: pagar el precio. Entendida la relación jurídica como
una relación de hechos establecida por la norma jurídica, nada obsta para decir que la relación
jurídica constituye el género, y la relación obligatoria la especie. La relación obligatoria no es
otra cosa que una relación jurídica en virtud de la cual un determinado sujeto (denominado
deudor) se encuentra obligado frente a otro sujeto (denominado acreedor), a cumplir con una
determinada prestación de carácter eminentemente patrimonial, quedando expuesto el deudor en
sus bienes, en caso de incumplimiento culposo, al poder de agresión del acreedor[20]. La relación
obligatoria no es más que una especie de relación jurídica.
Los elementos de la relación obligatoria son básicamente cuatro. Por un lado conseguimos el
sujeto pasivo: el deudor. El deudor es el sujeto obligado (debitor reus promittendi), quien debe
realizar la prestación en que consiste el objeto de la relación obligatoria. El deudor es quien posee
un débito en contraposición al crédito del acreedor.
Por otra parte conseguimos el acreedor (creditor reus estipulandi)[21]. El acreedor goza de una
facultad, tiene el derecho a exigirle al deudor el cumplimiento de una determinada prestación,
aun con el auxilio de la autoridad judicial, si fuere el caso. El acreedor tiene un crédito a su favor.
El deudor está obligado a desplegar una determinada conducta hacia su acreedor, conducta que si
bien no siempre tiene por mira favorecer patrimonialmente al acreedor, sí existe la posibilidad de
ser valorada económicamente, como es el caso de quien tiene la obligación de dar una clase de
inglés, cantar en una fiesta o amaestrar un animal. Acreedor y deudor constituyen lo que se ha
denominado el elemento subjetivo.
De la prestación se dice que debe ser posible, lícita, determinada o determinable. En cuanto a la
posibilidad se dice que la misma debe ser material y jurídica. Posibilidad material implica para el
deudor que le sea factible realizar personalmente, o a través de un tercero, la prestación a la cual
se ha obligado. Ningún sentido tendría que el deudor se comprometa a hacer algo que le resulte
imposible, como destruir una estrella o vaciar el océano. Posibilidad jurídica implica que la ley
permita al deudor realizar la conducta jurídica a que se ha obligado. Desde este punto de vista
resulta imposible vender una plaza pública o enajenar un ejido.
Por último, dícese que la prestación debe ser determinada o determinable. Pero cuando se habla
de la determinación de la prestación realmente no se está refiriendo a la prestación en sí
(entendida como la conducta que el deudor debe desplegar en beneficio del acreedor), sino al
objeto (el bien, en cuanto lo haya) de la prestación. De ahí que, por ejemplo, el precio de venta de
una casa pueda ser determinado o determinable. Determinado en cuanto las partes, al contratar,
expresamente lo individualizan; por ejemplo: cincuenta millones de bolívares. Determinable en
cuanto las partes, al momento de contratar, no lo individualizan pero dejan sentados todos los
elementos necesarios para poder llegar a él sin necesidad de que sean imprescindibles acuerdos
posteriores de ellas. Por ejemplo: el precio de venta de la casa será el que fijen determinados
expertos nombrados por las partes.
Entre el primer grupo de figuras afines a la relación obligatoria conseguimos los conocidos
«actos y formalidades obligatorias». Puede darse el caso de que un sujeto, para alcanzar un
determinado beneficio propio, necesite desplegar una determinada conducta. El sujeto no está
obligado a desplegar esa determinada conducta; sólo que si desea lograr un determinado
beneficio debe comportarse de una determinada manera preestablecida en la ley. Supongamos
que Pedro debe a Juan un millón de bolívares. Pedro se resiste a pagar el millón de bolívares.
Juan, en consecuencia, demanda a Pedro para que le pague el millón de bolívares. Una vez que
Juan demanda a Pedro debe demostrar la existencia de la obligación de éste. Se dice que Juan
tiene la carga de probar la existencia de la obligación. La ley, si Juan desea que Pedro sea
condenado a pagarle el dinero debido, le impone la «carga» de probar la existencia de la
obligación, en un todo de conformidad con el artículo 1354. Pero esta necesidad de probar la
existencia de la obligación no es una obligación propiamente dicha; ni siquiera constituye un
«deber», técnicamente hablando, de ningún tipo. En primer lugar, no hay nadie que pueda
exigirle el cumplimiento de esta carga. Para el demandado, a fin de cuentas, es más conveniente
que el demandante no pruebe, pues se escapará a los efectos de una sentencia condenatoria. El
juez tampoco puede exigirle el cumplimiento de la carga de probar los extremos que le impone la
norma del artículo 1354. La circunstancia de probar la existencia de la obligación sólo beneficia
al demandante; por esta razón, básicamente, no hay un deber propiamente dicho.
Por otra parte, conseguimos los derechos absolutos [24]. El derecho absoluto comporta un deber
absoluto. Por tal entendemos aquel específico deber que impone la ley, y sólo la ley, a los
ciudadanos en general, sin contenido patrimonial, que busca el beneficio de la colectividad. En el
deber absoluto, a diferencia de la obligación, no conseguimos un sujeto en el mismo plano de
igualdad que el acreedor capaz de forzar al obligado al cumplimiento del deber. Conseguimos al
Estado, en plano de superioridad, como única persona capaz de exigir el cumplimiento del deber.
Imaginemos mi deber de no estacionar mi vehículo en una zona prohibida. Este deber,
obviamente, no tiene contenido patrimonial. Este deber no beneficia a otro sujeto en particular,
sino a la colectividad en general. Sólo el Estado puede obligarme a cumplir coactivamente mi
deber. Desde este punto de vista se dice que la obligación propiamente dicha pertenece al campo
de los derechos relativos, en cuanto hay un sujeto, en el mismo plano de igualdad del deudor,
capaz de exigir el cumplimiento de la misma. Y este cumplimiento sólo beneficia al sujeto activo
(acreedor). Además, la obligación tiene principalmente un contenido netamente patrimonial). En
cambio, los deberes absolutos no tienen contenido patrimonial, buscan un beneficio colectivo y
son impuestos por el Estado actuando en plano de superioridad.
Citas a pie de página
1. Para mayor claridad sobre este punto, véase Hans KELSEN. Teoría pura
del Derecho. Buenos Aires: Eudeba, 1973; p. 79. Asímismo, véase Eduardo
GARCÍA MAYNEZ. Positivismo Jurídico, Realismo Sociológico y
Iusnaturalismo. México: Fontamara, 1999. Y, por último, véase Hans
KELSEN. Teoría Pura del Derecho. 11 edición (traducción de Roberto
Vernengo). México: Porrua, 2000.
11. AMIRA fue su principal exponente. Véase Alf ROSS. Hacia una ciencia
realista del Derecho. Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1961; p. 255.
12. Prestar en el sentido romano que implica tanto el dare como el facere. Cfr.
BONFANTE, cit., p. 379.
17. José MELICH ORSINI. Estudios de Derecho Civil... Caracas: Alva, 1986;
p. 496.
18. Para tener una breve noción acerca de la evolución de nuestra legislación
en materia de Obligaciones véase MADURO LUYANDO, cit., p 20.
21. No es difícil sentenciar con cierta agudeza que deudor y acreedor no son
tanto elementos constitutivos de la relación obligatoria, cuanto son los
presupuestos subjetivos de ésta. Cfr. Massimo BIANCA. Diritto Civile. Milán:
Giuffrè, 1994, IV, p. 49.
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