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El pequeño perverso polimorfo

El escándalo del discurso freudiano sobre el niño y su sexualidad horroriza a


algunos y calma a otros. Salvador Dalí, identificándose con el texto freudiano, reproduce
su versión de la perversión infantil: caricatura de la división, el bello e inocente querubín
se relame con la sangre de una rata. No es la tranquilizadora imagen del bebé
succionándose el pulgar, sino su contracara caníbal, un impulso martirizador que no
encuentra obstáculo en la compasión.
El escándalo está aún presente: en los trabajos sobre la llamada “violencia
doméstica” nadie se atreve a encontrarse con los componentes crueles de la pulsión sexual
ni con la lectura sádica de la escena primaria; menos aún con la excitación sexual
producto de la actividad muscular.
En el siglo XXI, los científicos, tan proclives a subsanar con urgencia el misterio de
la esterilidad, deberían tener en cuenta en sus indicaciones a los futuros padres el “todos
somos adoptados” de la novela familiar (como se deduce de “La novela familiar del
neurótico” de S. Freud).
El escándalo sobre la sexualidad infantil es equivalente, aunque en el otro extremo,
al que provoca en el discurso común, el “no hay relación sexual“de Jacques Lacan. No es
un contrasentido; es en contra del sentido común.

En la actualidad la sexualidad en los niños no sólo es aceptada sino promovida su


instrucción. Otra cuestión es que la sexualidad sea infantil. Es decir, que sea
independiente de la reproducción y del cuerpo biológico, que se satisfaga a través de las
pulsiones parciales y que dicha satisfacción se obtenga con y en el propio cuerpo. Tanto la
sexualidad infantil como el postulado del “no hay” revelan que, en lo que hace a la
sexualidad humana no hay armonía ni complementariedad y que, en lo que hace a la
satisfacción sexual, ésta no puede ser compartida. Empeñarse en el goce mutuo conduce a
la insatisfacción y al sufrimiento.
Las nociones de pulsión parcial y sus objetos, la repetición y la satisfacción son
precedentes tenidos en cuenta por Lacan al elaborar su teoría del objeto “a”, constitutivo
de la subjetividad.
Freud inicia su texto “Tres ensayos para una teoría sexual” con una declaración de
principios: la deliberada independencia de la investigación biológica. Otro principio cae:
la teoría de la seducción, por la cual los padres eran todos culpables. El niño es aquí
personaje central. Idea retomada por Lacan que lo concibe como sujeto de pleno derecho y
por lo tanto susceptible de responsabilidad.
La perversión polimorfa se presenta como una transacción: se trata de una
disposición que bajo la influencia de la seducción es conducida a toda clase de
extralimitaciones sexuales.
No me detendré en el polimorfismo de la sexualidad infantil sino que abordaré el
concepto de perversión, a partir de la consideración de la sexualidad femenina en la
madre como condición preliminar a todo tratamiento posible de la infancia.
Todo niño es hijo de una madre, madre que a su vez es mujer y como tal, sujeta a
las vicisitudes de la castración y de la promesa que ésta encierra: la equivalencia niño–
falo. Bajo la amenaza fantasmaticamente cumplida de la castración, la relación madre-hijo,
como relación de objeto, pierde su carácter mítico de vínculo armonioso. La relación de

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objeto sólo puede ser comprendida si introducimos entre la madre y el niño un elemento
tercero: el falo, significante y objeto privilegiado que permite significantizar las anteriores
experiencias de pérdida (pecho, heces). Si la mujer encuentra en el niño una satisfacción,
es precisamente en la medida en que halla en él algo que la calma, que satura más o
menos bien, su necesidad de falo.
En su experiencia de recienvenido, sólo alojándose como falo, siendo el falo -en sus
diversas maneras- adquiere su significación de ser viviente.
“Todo el problema de las perversiones consiste en concebir cómo el niño, en su
relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital sino
por su dependencia de amor, es decir, por el deseo de su deseo, se identifica con el objeto
imaginario de ese deseo en cuanto que la madre misma lo simboliza con el falo” 1
Ser el falo, en este momento constitutivo, lo son tanto el niño como la niña. Así la
expresión “ser el falo” designa la posición tomada por el sujeto en el deseo materno, antes
de la intervención separadora del padre, que no siempre se produce.
Ser el falo será posible para el hijo sólo si la madre, como mujer, ha experimentado
la castración como falta, haciendo de ella deseo y no falta absoluta. De esta manera el
niñ@ entrará en la dialéctica del “ser y el tener”.
El sujeto se inscribe en la función fálica gracias al deseo de la madre. Esta desea el
falo y el sujeto se ve en la necesidad de situarse en función de ese deseo, para ser, a su
vez, deseado. La universalidad del falo es asumida por el sujeto en la forma de un “todos
fálicos”, que representa la premisa universal del pene, primera teoría sexual freudiana.
Esa inscripción del sujeto es respuesta a una interpretación del deseo materno: para
satisfacerla es preciso y suficiente con ser el falo. Interpretación freudiana de la
equivalencia niño-falo, restos de la unidad mítica perdida que se desarrollará en un
tiempo lógico de engaño imaginario para ambos, hasta que ambos, por razones
estructurales e históricas, se sean insuficientes. “El tiempo para comprender que la madre
está castrada puede durar toda la vida”2.
El niño se presenta a la madre en grados y posiciones diversas para cumplir esa
función, distinguiéndose dos posiciones de gran valor clínico: ser metáfora del amor de la
madre por el padre, o ser metonimia de su deseo de falo.
Lacan da un paso más allá en esta equivalencia niño –falo, diferenciando por un
lado la función de sustitución (sustitución imaginaria del niño al falo) y por otra lo que
ocurre cuando el niño no coincide con la imagen del falo para la madre. ¡Triste
desencuentro éste! donde caben todas las patologías del recién nacido, las depresiones
puerperales y los mitos del niño intercambiado. Lacan utiliza para este fenómeno el
término diplopía.
Por una parte, desde el punto de vista freudiano, la sustitución imaginaria del niño
al falo conduce a una cierta saturación, y por otro lado, la versión lacaniana acentúa entre
el niño y la madre un real irreductible, que provoca una discordancia, una disyunción
entre el niño y el falo.
Esta madre deseante puede ver representado su deseo en el falo. Pero, en tanto se
trata de la sexualidad femenina –“en la madre busquen a la mujer” dice Miller- no basta
que la madre simbolice su falta con el falo. Necesita también que el órgano, en tanto

1
Lacan, J.: Écrits, “D’une question préliminaire … “ Seuil, 1966, pag 554
2
Silvestre, M.: “Mañana el psicoanálisis”, Manantial, 1988

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órgano del goce, no de la falta, tenga un papel en la subjetividad materna. Así también las
madres tienen su plural: no se trata de madre no hay más que una sino de
“polimadrizar”3 y buscar a la madre del deseo, la madre del deber, la madre del amor.
En tanto la sexualidad femenina, no cae toda bajo la significación fálica, y ese algo
la hace ausente y Otra para sí misma, es un algo que, al mismo tiempo que la aleja, la
vuelve enigmática para el hijo. Si como madre es en tanto falo que él podía hacerle falta,
esta dimensión inaugura la pregunta del sujeto infantil por la mujer, por la alteridad,
pregunta que precede a la construcción del fantasma neurótico. Fantasma que consuela
para la salida del engaño imaginario madre-niño-falo.
La caída de este engaño, para el niño, es precedida por un encuentro traumático: el
del goce de su propio órgano, que por lo inesperado y sorprendente es vivido como ajeno,
héteros. En este delicado momento, donde ve zozobrar su economía libidinal, queda a
merced del capricho materno, de su desdén o su reconocimiento. “He aquí el germen del
futuro paranoico”, nos dirá Lacan en el Seminario de “La relación de objeto”.

En los años 50 Lacan abordará la cuestión de la sexualidad femenina por la relación


a la falta en ser y al falo. En los años 70 se tratará de la relación entre la falta fálica y el
suplemento de goce.
El niño comprende el malentendido en que se funda su existencia, en el momento
decisivo en el que, no sólo no completa ya a su madre, sino que ella misma está faltada y
su mirada y su deseo, apuntan a un más allá del niño, a un más allá del falo.
La condición de posibilidad para un niño, de separarse de su identificación fálica,
pasa por una condición de satisfacción del sujeto madre, es decir de una satisfacción que
ella pueda encontrar como mujer, más allá del niño como objeto imaginario o real que
sustituya su falta.
Separarse de la identificación fálica requiere de la metáfora paterna que rige la
presencia-ausencia de la madre y, a otro nivel, de la acción de un padre perversamente
orientado en su deseo hacia esa mujer, que es la madre.
La metáfora infantil del falo sólo es lograda cuando falla. Sólo es lograda cuando
no atornilla al sujeto a una identificación fálica y, por el contrario, le da acceso a la
significación fálica en la modalidad de la castración simbólica, lo cual requiere que se
preserve el no-todo del deseo femenino y, por lo tanto, que la metáfora infantil no reprima
en la madre su ser de mujer.

Clara Bermant, Barcelona, octubre de 2005

3
Miller, J-A.: “Acerca del Gide de Lacan”, pag. 24. Manantial.

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