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PEDRO FARNÉS SCHERER, Pbro.

MONICIONES Y
ORACIONES SÁLMICAS
para Laudes y Vísperas de las cuatro
semanas del Salterio
EDITORIAL REGINA, S.A.
BARCELONA
1990
Colección LETRA Y ESPÍRITU
Itinerarios de la reforma litúrgica

Bajo la dirección del


CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA DE BARCELONA
CON LICENCIA ECLESIÁSTICA
12 EDICIÓN

© Editorial Regina, S.A., 1978


Mallorca, 87-89, 08029-Barcelona
Futura 3
Barcelona
I.S.B.N.: 84-7129-249-3
Depósito legal: B. 40.525-90

Impreso en España
Printed in Spain

2
INTRODUCCIÓN
1. Los salmos, elemento básico de la Liturgia de las Horas
Los salmos, por su contenido, no constituyen aún la expresión más plena de la
oración eclesial, ya que «los salmos no presentan más que una sombra o esbozo de
aquella plenitud que se reveló más tarde en Cristo, plenitud de la que la oración de la
Iglesia recibe su más alto valor». 1 Sin embargo, en razón del abundante uso que se
hace de los salmos en el Oficio divino, puede decirse que, en la práctica, la calidad
de la oración eclesial depende principalmente de la manera como se comprende, se
vive y se realiza la salmodia. Pero la salmodia no sólo es importante por el amplio
lugar que los salmos ocupan en el conjunto del Oficio, sino que lo es principalmente
porque en ellos se encuentra la mejor escuela, querida por el mismo Espíritu Santo,
para llegar a la plenitud de oración que luego se nos revela en el nuevo Testamento.
En los salmos se contiene la mejor pedagogía de la oración cristiana y, por ello, la
Iglesia, desde sus más remotos orígenes, y a partir del mismo nuevo Testamento, ha
reservado siempre para los salmos un lugar destacado en la plegaria litúrgica.
Es, pues, de la mayor importancia dar a la comprensión de los salmos su
debido valor en la celebración. Cuando se capta bien el sentido de los salmos como
plegaria, el Oficio divino llega a constituir la mejor forma de oración; si, por el
contrario, los que celebran la Liturgia de las Horas no consiguen penetrar en el
sentido de los salmos, difícilmente el Oficio divino pasará de ser el mero
cumplimiento de una obligación.
2. Los salmos no siempre son fáciles y por ello deben ser
introducidos
Los salmos son importantes, pero resultan difíciles, con frecuencia, para no
pocas personas. No es exagerado afirmar que son muchos los que, después de haber
intentado con la mayor buena voluntad abordar los salmos para convertirlos en
oración, han topado con dificultades tan serias que o bien han desistido de su conato
de orar con es tos venerables poemas, o bien, cuando se trata de personas obligadas
al Oficio, han ido cayendo en la práctica de una recitación meramente material de la
Liturgia de las Horas.
Algunos salmos son, ciertamente, de inteligencia fácil, pero la mayoría de
ellos, por su densidad de contenido, presentan serias dificultades para los no
iniciados. Unas dificultades surgen por lo que podríamos llamar la «periferia de los
salmos»: lenguaje y ambiente lejano por la geografía y por el tiempo; otras
dificultades, más serias si cabe, se deben al contenido ideológico de estos poemas:
textos que abundan en sentimientos de amenaza y de venganza, piezas en las que el
orante se presenta como un dechado de perfección, de modo que su plegaria, por lo

1
Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núm. 101.
3
menos aparentemente, se asemeja a aquella oración del fariseo que el Señor
condenó.2 «No es de extrañar —reconoce la propia Institutio de la Liturgia de las
Horas— que, si bien todos se muestran concordes en la suma estima de los salmos,
surjan a veces algunas dificultades cuando alguien, al orar, intenta hacer suyos tan
venerables poemas».3 Por ello, la misma Institutio, por una parte, exhorta a los
pastores de la Iglesia a que encaucen a los fieles « hacia la inteligencia cristiana de
los salmos, a fin de que lleguen gradualmente a gustar mejor y a hacer más amplio
uso de la oración de la Iglesia», 4 y, por otra, pro pone algunos medios para facilitar
la comprensión de los salmos en su vertiente de oración. 5
Precisamente este libro de introducciones a los salmos y de oraciones sálmicas
que presentamos se sitúa en esta doble línea sugerida por la Institutio de la Liturgia
de las Horas: en primer lugar, ayudar a una inteligencia de los salmos que sea algo
más que un simple conocimiento exegético científico, y, después, lograr que quienes
rezan la Liturgia de las Horas «lleguen gradualmente a gustar mejor»6 de la
espiritualidad de los salmos.
Con esta pequeña aportación deseamos simple mente abrir horizontes para una
mejor y más viva comprensión de los salmos, con la esperanza de que quienes se
inicien con este instrumento en la contemplación del mensaje cristiano anunciado en
los salmos irán descubriendo después nuevas posibilidades, tanto en la
interpretación espiritual de los mismos, como en la redacción de otras posibles
colectas sálmicas que «cristifiquen» y «actualicen» estos cantos que tanto han
contribuido a la vida de oración de la comunidad eclesial.
3. Los salmos situados en el dinamismo interno de la
historia de la salvación
Hoy conocemos mejor que ayer cómo toda la historia santa camina hacia
Cristo: las grandes etapas de la historia de la salvación no se comprenden ya como
pequeñas anécdotas aisladas, sino que se sitúan en su dinamismo hacia la Pascua del
Señor y hacia la parusía final. La marcha de Israel por el desierto, para poner un
ejemplo, se ve de nuevo, según la más genuina tradición de los Padres, como figura
e inicio del caminar hacia la libertad total, libertad iniciada para la humanidad con la
victoria de Cristo sobre la peor de las esclavitudes, la muerte, y libertad cuya
realización completa espera la Iglesia en la parusía, cuando la humanidad entera sea
liberada de la esclavitud de la muerte.7 Bajo esta perspectiva, leer hoy las luchas y
las dificultades de Israel por el desierto no es para la comunidad eclesial anécdota
del pasado, sino contemplación del presente y profecía del futuro.

2
Cf. Lc 18, 12.
3
Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núm. 101.
4
Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núm. 23.
5
Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núms. 110-113.
6
Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núm. 23.
7
Cf. Rm 8, 21.
4
Este dinamismo interno que invade todo el con junto de la historia de la
salvación tiene también su realidad, bajo el prisma concreto de oración, en el
Salterio. Los salmos, en efecto, aunque escritos para situaciones concretas y como
súplicas para crisis determinadas o acciones de gracias por victorias singulares,
deben colocarse en el dinamismo total de la historia de la salvación; así situados
sobrepasan las limitadas fronteras de un personaje concreto, de una época
determinada o de unas circunstancias precisas, y adquieren su sentido más pleno de
oración por las luchas del vivir cotidiano, o de contemplación profética ante la
victoria final de la humanidad, vivida por la Iglesia en la esperanza e incluso
iniciada ya en no pocas de las realizaciones logradas por el pueblo de Dios en su
peregrinar por el mundo.
4. Hay que descubrir el dinamismo de la historia de la
salvación al orar con los salmos
Pero este dinamismo de la historia de la salvación, presente en los salmos
como en toda la Escritura, debe descubrirse: hay que saber contemplar y vivir las
situaciones concretas de los salmistas y apropiarse incluso sus mismas expresiones
como oración que nos lleva hacia una liberación superior a aquella de la que ellos
nos hablan literalmente; hay que saber entrever en las victorias que canta el salmista
la profecía de la victoria pascual que la Iglesia contempla realizada en Cristo y, de la
cual, suplica participar al fin de los tiempos. Los apóstoles —como aparece en los
primeros discursos del libro de los Hechos— anunciaban a Cristo resucitado casi
siempre a partir de la contemplación de los salmos, en los que leían ya la victoria del
Señor.8 Hay que recordar, con todo, que incorporarse a este dinamismo de la historia
de la salvación a través de los salmos no siempre resulta fácil, sobre todo para
quienes han vivido una espiritualidad poco bíblica y poco pascual. Si, por el
contrario, nos sumergimos en el dinamismo de la historia de la salvación, mirándola
en conjunto como una acción única que va progresando a través del tiempo, al
contemplar las primeras maravillas realizadas por Dios para salvar a su pueblo,
fácilmente descubriremos ya en ellas los primeros pasos de una liberación que luego
fue progresando hasta llegar a su culminación en Cristo. Colocados en el interior de
este dinamismo, no resultará difícil contemplar en las victorias del rey de Israel
sobre sus enemigos el preludio de la victoria de Cristo sobre la muerte; en el fin del
exilio de Babilonia, la profecía de la liberación de toda clase de destierros; en la
destrucción de los pueblos enemigos, el anuncio de la aniquilación definitiva de todo
poder enemigo de Cristo y del hombre: dolor, pecado, muerte.
A semejanza del visitante que, al contemplar hoy la pila bautismal donde fue
bautizado en el siglo pasado aquel recién nacido al que llamaron Ángel Roncalli, no
dejará de pensar en el bautismo del papa Juan XXIII, por más que ni los familiares
ni el ministro que confirió el sacramento pudieran tener la menor idea de que
estaban bautizando al que luego sería el papa, así también, quien con mirada

8
Cf. Hch 2, 25-28; 2, 34-35; 4, 25.
5
posterior contempla los triunfos de la dinastía de David no puede dejar de pensar en
la victoria definitiva de Cristo, el Hijo de David por excelencia.
5. Orar con los salmos universaliza l a oración
No se puede negar que los salmos, escritos por autores muy lejanos a nuestro
mundo actual, tanto por el tiempo como por la geografía y la cultura, se sirven de
imágenes y modos de expresión muy distintos de los que usa el hombre de hoy. Esta
lejanía con respecto a nosotros se experimenta como fuente de dificultades por
muchos que hoy quieren o deben orar con las viejas fórmulas del Salterio. Por
nuestra parte, más bien diríamos que si se sabe utilizar debidamente, esta misma
lejanía no es una dificultad, sino un buen instrumento para llevarnos con más
facilidad a la comunión, con Dios y a la contemplación de sus maravillas. Y esto por
dos motivos: porque los salmos nos «universalizan», y porque los salmos nos llevan
a un ambiente distinto del nuestro —nos «alienan», si se quiere usar esta palabra en
sentido no peyorativo—, para colocarnos en un mundo que puede ser la imagen del
mundo de Dios, al que la oración nos debe llevar.
Los salmos, en efecto, al ser como el eco de situaciones muy lejanas, son aptos
para evocar acontecimientos diversos sin encerrarnos en un solo hecho determinado:
pueden evocar no solamente una dificultad concreta, que quizá nos preocupa des
mesuradamente, sino el conjunto de dificultades y de situaciones por las que
atraviesa la Iglesia y la humanidad. Con ello salimos de nuestro pequeño mundo, en
el cual vivimos encerrados, y nos abrimos al mundo entero, con sus luchas y
necesidades; así los salmos hacen, si se quiere usar esta expresión, que nuestra
oración sea «extravertida». Esto en cuanto al contenido mismo de la oración.
Y por lo que se refiere a la forma, el uso de unas imágenes lejanas a nuestro
mundo y de un vocabulario no usual en nuestro tiempo —aunque plenamente
comprensible— nos invita a salir de nuestra rutina y de nuestro mundo de cada día,
con sus tópicos que llegan a perder, a veces, todo significado por su repetida
utilización. Con ello las expresiones y las imágenes de los salmos, con su poesía y
su lenguaje no usual, nos invitan a decir nuestras realidades con expresiones que, al
no ser las de cada día, pueden ayudarnos a pensar más en lo que decimos, saliendo
de nuestro ambiente rutinario y acercándonos a un mundo del que vivimos lejos: el
mundo de las maravillas de Dios.
6. Las moniciones sálmicas
El objeto de las moniciones sálmicas, como el de las restantes moniciones
litúrgicas, es «introducir», para ayudar a una inteligencia más plena y a una vivencia
más personal de los textos litúrgicos a los que sirven de pórtico. La misma edición
típica de la Liturgia de las Horas ofrece para cada salmo un doble género de
moniciones: en primer lugar, el título, que aparece en caracteres rojos y que no debe
proferirse en la celebración, sino que se ofrece a la reflexión personal durante el
silencio que oportunamente se intercala antes de los salmos, y que orienta sobre el
sentido literal de los mismos; en segundo lugar, la breve sentencia del nuevo

6
Testamento o de los Padres, que interpreta el salmo en sentido cristiano y que está
destinada a usarse eventualmente, durante el tiempo ordinario, en lugar de la
antífona común.9 Hay que reconocer, sin embargo, que estos dos tipos de
moniciones suponen ya, en cierta manera, algún conocimiento del salmo. En este
volumen presentamos, por el contrario, unas moniciones —por su extensión quizá
deberían llamarse más bien « homilías»— que intentan ilustrar, casi explicar, el
contenido del salmo, pero conservando un cierto sentido mistagógico como lo
requiere el hecho mismo de la celebración.
Según el tenor de cada salmo —pues los salmos no son un género literario
uniforme10— estas moniciones tienen presente dos, tres o hasta cuatro planos del
salmo que comentan: a) su sentido más literal, sin la comprensión del cual cualquier
interpretación posterior podría apartarse de lo que Dios ha querido comunicarnos a
través del salmo; b) la realización del salmo en Jesucristo; c) en la Iglesia; y d)
incluso en cada uno de los fieles que recitan el salmo.
7. Cómo usar las moniciones sálmicas de este volumen
En contraposición con las breves moniciones que aparecen en la edición típica
de la Liturgia de las Horas, las que aquí presentamos son un tanto extensas; como ya
hemos dicho, las moniciones de este volumen son más bien pequeñas homilías que
moniciones propiamente tales. Por ello precisamente su uso exige una cierta
discreción y una tal pedagogía que su presencia en la celebración no dificulte el
dinamismo de la misma. En efecto, si a cada uno de los salmos de la celebración se
antepone una monición extensa como las que aquí presentamos, fácilmente se
correrá el peligro de que la misma estructura del Oficio pierda su dinamismo y, con
ello, posiblemente el conjunto de la celebración se asemeje más bien a una
catequesis bíblica que a una celebración de la comunidad cristiana. Hay que lograr,
pues, que el uso de estas moniciones no invada de tal manera la celebración que
lleguen a convertirse en la pieza clave. Las moniciones no deben perder su carácter
de textos introductorios, «servidores» de la proclamación o canto del salmo, que
debe continuar ocupando el lugar principal. Por ello sugeriríamos no usar en cada
celebración más que la monición a uno solo de los salmos; 11 en un primer mes se

9
Según la Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, estas breves sentencias pueden
usarse sólo en aquellos tiempos y días en que los salmos no tienen antífonas propias. La razón
de esta norma litúrgica es obvia: estas pequeñas moniciones, como las antífonas comunes,
subrayan sólo el sentido más general del salmo. En los días y tiempos más importantes, las
antífonas colorean los salmos aplicándolos más particularmente al matiz que tiene la
celebración en estas circunstancias determinadas. Por ello, en estos días no es conveniente
usar estas sentencias que dan al salmo un sentido más general, pero no el apropiado al día y al
tiempo.
10
Cf. Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núm. 121.
11
Creemos que habitualmente no debería hacerse la monición a más de un salmo para no
desequilibrar el dinamismo de la celebración. Con todo, en alguna circunstancia especial (por
ejemplo, durante los días de un retiro), podrían introducirse todos y cada uno de los salmos;
7
podría introducir diariamente el primer salmo de Laudes, al mes siguiente el
segundo, y así sucesivamente hasta haber recorrido, en el intervalo de seis meses, los
tres salmos de Laudes y de Vísperas de las cuatro se manas del Salterio. En todo
caso, juzgamos del todo desaconsejable que se reserve el uso de estas moniciones
solamente a los días de fiesta o a las celebraciones más solemnes, pues con ello no
se conseguiría la vivencia del conjunto de los salmos, sino sólo la de unos pocos,
que, además, siempre serían los mismos. Para lograr que el salmo introducido por la
monición no pierda su relieve y no haga el papel de pequeño elemento al lado del
largo comentario que lo introduce, será pedagógicamente muy acertado cantar
siempre dicho salmo; con ello, además, se irá revalorizando y profundizando
progresivamente cada uno de los salmos y, al mismo tiempo, se aprenderán sus
diversas melodías, que tanto pueden ayudar a una correcta vivencia de su sentido
oracional, en el supuesto que las melodías estén pensadas como servidoras del texto
sálmico y no como simple música para solemnizar.12
Por otro lado, el uso de estas moniciones debe considerarse como algo
provisional, un instrumento para llegar a la comprensión viva de los salmos.
Cuando, al cabo de un tiempo, el sentido de los mismos ya se haya captado, será
mejor usar de cuando en cuando alguna breve frase evocativa y sugerente (por
ejemplo, las moniciones que aparecen en el mismo volumen oficial de la Liturgia de
las Horas) que volver a insistir en la introducción-explicación del salmo tal como la
presentamos en este libro. Quizá después de haber usado las moniciones durante seis
meses se podría interrumpir su uso por algún tiempo, y repetirlas después, por
segunda vez, otros seis meses. Creemos que con esta doble etapa de reflexión el
simple texto sálmico ya dará casi espontáneamente materia suficiente para la
oración.
8. Las oraciones sálmicas
Las oraciones sálmicas son uno de los antiguos usos litúrgicos que la reforma
litúrgica postconciliar ha restaurado y que merece destacarse por su importancia.

pero con la condición de darles también el debido realce o bien por el canto, o bien por los
silencios, o bien con las oraciones sálmicas. En este caso, habría que destinar a Laudes o a
Vísperas un espacio de tiempo bastante más prolonga do que el habitual, extremo fácil de
lograr en unos días especiales, pero más difícil en el horario de la vida cotidiana.
12
Bajo este aspecto recomendaríamos la obra de Domingo Cols Celebración cantada de la
Liturgia de las Horas como una de las más logradas. En esta publicación se res peta muy bien
el sentido propio de cada uno de los salmos y, con ello, se ayuda a captar mejor el sentido de
los mismos. Una presentación musical del Salterio que forzara la singularidad de cada salmo
reduciéndolos todos a un esquema único, común y monótono, consistente en un recitativo a
dos coros, no parece que hoy sea adecuada. Este modo de salmodia, heredado del canto
gregoriano en una de sus aplicaciones menos felices, no ayudaría a la comprensión y vivencia
de los salmos. Incluso nos parece que sería contrario a lo que propone la Institutio generalis
sobre la Liturgia de las Horas cuando sugiere que «según las exigencias del género literario se
propongan distintos modos de recitación que ayuden a percibir mejor la fragancia espiritual y
literaria de los salmos» (núm. 21).
8
Podríamos escribir estas colectas diciendo que son unas oraciones parecidas en su
presentación exterior a las restantes oraciones del Oficio o de la misa, si bien tienen,
por su contenido, una función distinta y muy concreta: la de resumir el sentido del
salmo previamente recitado o alguna faceta: del mismo, abriendo su significado a las
realidades del nuevo Testamento y a la vida actual de la comunidad cristiana. De
este modo, las oraciones sálmicas se ponen en la línea de una de las mayores
recuperaciones de nuestro tiempo: el re- descubrimiento del antiguo Testamento en
su relación con el misterio de Cristo y con la vida de la Iglesia.
9. Las oraciones sálmicas son uno de los medios para
facilitar la oración cristiana de los salmos
Las dificultades que hoy podemos encontrar en la recitación de los salmos no
son un fenómeno de nuestro tiempo: también la antigüedad cristiana topó con ellas.
Pero, convencida como estaba de que el Salterio era un don del mismo Dios para
facilitar y guiar la oración de su pueblo, no renunció nunca a los salmos ni los
substituyó por otras plegarias de contexto más fácil, sino que buscó instrumentos
para facilitar la inteligencia y vivencia de los mismos en una visión dinámica y
cristiana. Así se originaron en primer lugar los llama dos «Títulos de los salmos»,
que orientaban el sentido del texto, a partir de la situación del salmista, hacia la
realización más plena de la plegaria en la persona de Cristo o en las situaciones de la
comunidad eclesial. Otro instrumento —que nació por la misma causa y ha
perseverado a través de los siglos hasta nuestros días— fueron las antífonas: en ellas
se quiso subrayar una frase del mismo salmo o un texto bíblico paralelo para centrar,
a base de una de las ideas, la atención del que va a recitar el texto. Finalmente, en
esta misma línea de cristianizar los salmos, aparecieron las oraciones sálmicas. Estos
tres instrumentos —títulos, antífonas y oraciones — han sido conservados —
antífonas— o restaurados —títulos y oraciones— por la nueva estructura de la
Liturgia de las Horas.13
10. Cómo se originó el uso de las oraciones sálmicas
Detengámonos ahora un poco en el tercero de estos instrumentos, las oraciones
sálmicas, y, para captar mejor su significado, veamos cómo se introdujo esta
costumbre. Por los documentos que han llegado hasta nosotros, sabemos que entre
los siglos IV y VI, tanto en Oriente como en Occidente, seguramente como reacción
ante el peligro que re presentaba una recitación puramente mecánica de los salmos,
se fueron introduciendo, entre salmo y salmo, pequeños espacios de oración privada.
Algunos de los testimonios nos hablan claramente de oraciones sálmicas recitadas
por uno de los participantes; otros testimonios, en cambio, son de más difícil
interpretación, pues en su literalidad tanto podrían aludir a momentos de oración
personal y silenciosa, como a recitación de fórmulas personales e improvisadas, o
finalmente a oraciones fijas y estructuradas, a la manera de las oraciones litúrgicas;

13
Cf. Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, núms. 110-114.
9
incluso es posible que coexistieran los tres tipos de oración o que, evolutivamente,
se pasara de la oración en silencio a las oraciones improvisadas y, de éstas, a la
cristalización de fórmulas fijas. Veamos, a manera de ejemplo, algunos textos
antiguos:
El anciano (anacoreta Serapión) se dispone a rezar el Oficio. Y empezando por el
libro del salterio, al final de cada uno de los salmos, rogaba a Dios diciendo una
oración.14
No podernos asegurar en este caso si se trata de una oración en silencio, de una
breve jaculatoria o de una oración sálmica espontánea o estereotipada.
Cuando ha entrado ya todo el pueblo (en el interior del santo sepulcro), un
presbítero dice un salmo y todos responden cantando la antífona, y después se
recita la oración. Luego, un diácono recita un segundo salmo que concluye también
con su colecta. Finalmente, un clérigo dice un tercer salmo que concluye también
con su oración. Dichos los tres salmos con sus tres oraciones... Llegado el obispo a
la basílica de la cruz se reza nuevamente un salmo con su oración.15
En este testimonio se habla evidentemente de las oraciones sálmicas ya
estereotipadas.
Cuando han terminado un salmo (los monjes de Egipto) no se arrodillan
precipitadamente como algunos de nuestros monjes, sino que, antes de arrodillarse,
rezan un poco y pasan la mayor parte del tiempo de pie en oración de súplica.
Después se postran en tierra brevemente, únicamente para adorar la divina
bondad, y luego se levantan en seguida y, de pie nuevamente, extienden los brazos y
rezan como al principio, prolongando su oración. Y cuando el que debe recitar la
oración conclusiva se levanta, todos se levantan al mismo tiempo.16
Aquí nos encontramos con un ceremonial ya complejo, compuesto de oración
en silencio y oración sálmica de conclusión.
Al salmodiar cuídese de no unir nunca un salmo con el siguiente, pues esto no
está permitido. Se debe, por el contrario, terminar cada salmo con el Gloria, de tal
forma que nunca se omita ni la doxología ni la colecta entre los salmos.17
Creemos que los testimonios aducidos son suficientes para descubrir hasta qué
punto la antigüedad nos puede servir de ejemplo en su deseo de reaccionar ante el
peligro de que la salmodia se limite a una recitación mecánica de salmos. Pero no
queremos cerrar este apartado de testimonios antiguos sin citar un texto cuya
referencia a las oraciones sálmicas es, por lo menos, probable, según el pensar de E.
Dekkers; se trata de una de las afirmaciones de la Sancta Regula cuya posible
alusión a nuestro objeto será especialmente sugestiva para cuantos siguen la Regla
benedictina:
La oración debe ser breve y pura... en comunidad abréviese la oración en lo posible
y, dada la señal por el superior, levántense todos a un tiempo.18

14
Apotegmaia Patrum: PG 56, 415.
15
ETERIA, Peregrinación: «Sources chrétiennes» 21, p. 197.
16
Cf. Instituciones cenobíticas, II, 7: «Sources chrétiennes» 109, pp. 71-73.
17
Regula Magistri: «Sources chrétiennes» 106, p. 185.
18
18 Cap. 20, 4-5.
10
11. Las oraciones sálmicas hoy
Como hemos visto, las oraciones sálmicas fueron en su origen un instrumento
para actualizar y cristianizar los salmos abriendo el sentido de los viejos textos en
dos direcciones: la contemplación de la salvación humana realizada en Cristo, y la
lucha de la Iglesia en tensión hacia el bien total, hacia la parusía.
Estas dos direcciones son también válidas para la comunidad cristiana que hoy
reza los salmos. Sin que ello quiera significar que las composiciones que nos legó la
antigüedad sean, incluso en su materialidad, válidas para el hombre de hoy; muchas
de las antiguas colectas lo son sin duda, otras, en cambio, más difícilmente se
adaptarían a nuestro tiempo. Por otra parte, nuestra época puede sin duda igualar y
superar en este campo a las antiguas generaciones. Es fundamental, sin embargo,
que las colectas sálmicas no sean simples oraciones que digan lo que a su autor le
plazca, aunque sea partiendo de una fortuita expresión del salmo: no puede olvidarse
que estas colectas deben actualizar el contenido mismo de la oración que Dios
inspiró en el Salterio, y no deben decir cualquier trivialidad a base de los tópicos que
hoy pueden estar en boga.
Incluso admitiendo que alguno de los antiguos testimonios haga referencia a
oraciones improvisa das —extremo que en el estado actual de nuestros
conocimientos no aparece con claridad— vemos muy difícil seguir este camino. Lo
que a uno se le puede ocurrir en el momento de orar puede ser muy apto para su
oración personal, pero más cuestionable cuando se trata de la oración comunitaria a
la que la asamblea debe responder con su «Amén». La oración comunitaria debe
expresar el querer de la asamblea, e incluso el sentir de la Iglesia en su más amplio
sentido. Si a ello se añade que, por tratarse aquí de oraciones sálmicas, se debe
actualizar además el sentido mismo del salmo, aún resulta más difícil que, sin una
reflexión previa y reposada, pueda improvisadamente llegar- se a esta meta. Sin que
a ello se pueda objetar que el Espíritu sopla donde quiere, pues no está dicho que
este Espíritu no se sirva de una cuidadosa preparación cuando se trata de
celebraciones que la exigen. O, si no, habría que optar también por la conveniencia
de una homilía improvisada, bajo el pretexto de que el Espíritu sopla, pero no
creemos que sean necesarios muchos argumentos para afirmar que cuando un
responsable no ha preparado la homilía el Espíritu no parece estar muy presente.
12. Las oraciones sálmicas de este volumen
En este volumen presentamos dos oraciones sálmicas para cada uno de los
salmos de Laudes y de Vísperas. Algunas de estas colectas son una versión
adaptación de alguno de los formularios que nos ha legado la antigüedad;19 otras, en
cambio, son de composición totalmente nueva. Tanto en la versión de las unas como
en la composición de las otras se ha procurado conservar una doble fidelidad con

19
Una edición cómoda del texto latino de tres de las colecciones antiguas de estas oraciones
sálmicas se encuentra en P. VERBRAKE Oraisons sur les 150 psaumes, col. «Lex orandi»,
París, Cerf.
11
respecto al salmo: fidelidad de con tenido y fidelidad de forma. La fidelidad de con
tenido estriba en que la petición o peticiones que formula la colecta vayan en la
misma línea de las súplicas del salmo y no se limiten a una coincidencia verbal o
artificiosamente rebuscada; sólo así se logra adaptar la espiritualidad del salmo al
mundo actual. La fidelidad de forma busca orar, en la medida de lo posible, con el
mismo vocabulario del salmo en su versión oficial; y ello con una finalidad
funcional: a través del vocabulario bíblico, la liturgia abre las expresiones sálmicas a
las necesidades actuales y, poco a poco, se va descubriendo así hasta qué punto las
peticiones del Salterio corresponden también a nuestras vivencias actuales. Esta nota
de identidad de vocabulario es pedagógicamente muy importante para lograr que la
recitación de los textos bíblicos vaya evocando, cada vez con mayor espontaneidad,
las realidades cristianas.
13. Cómo usar las oraciones sálmicas de este volumen
Más arriba hemos manifestado un cierto recelo ante el peligro de que el uso de
las largas moniciones que ofrecemos en este libro pudiera ser obstáculo al
dinamismo de la celebración. Creemos que este peligro no existe en el uso de las
oraciones sálmicas. Y no existe por tres motivos: porque las oraciones se dirigen a
Dios y por ello no corren el riesgo de convertirse en explicación; porque se trata de
textos muy breves; y, finalmente, por que el uso de colectas que en el interior de la
celebración resumen el sentido de las lecturas bíblicas o de los misterios que se
celebran es práctica habitual de la liturgia romana, a la que el pueblo está ya
acostumbrado.
Por ello diríamos que, de por sí, no veríamos ningún inconveniente en usar
estas colectas incluso diariamente y para todos los salmos. Las comunidades
monásticas y contemplativas, que han mira do a veces con cierto recelo el
acortamiento del Oficio divino actual, sobre todo con relación al Salterio, quizá
podrían encontrar en el uso habitual de las oraciones sálmicas el mejor medio para
hacer más intensa su oración, sin que ello significara un apartarse de las estructuras
de la Liturgia de las Horas del rito romano, al que pertenecen también los monjes;
con ello, además, recuperarían una costumbre que tuvo precisamente en los monjes
o bien su origen o, por lo menos, sus más habituales usuarios.
Si un límite hay que señalar al uso de estas oraciones es el de evitar que sólo
constituya una multiplicación de fórmulas: aconsejaríamos, por tanto, no usarlas si
ello hubiera de significar un rezo precipitado, por la premura de tiempo. Para los que
no disponen, pues, de largos intervalos de tiempo para la oración quizá un buen
medio sería usar estas oraciones sólo sucesivamente, a la manera que hemos
sugerido ya para las moniciones: o bien emplear las oraciones sálmicas una cada día,
durante el curso de seis meses, al mismo tiempo que cada uno de los salmos se
introduce con la monición, o bien, después de haber pasado seis meses usando cada
día una sola monición sálmica para un salmo, pasar otros seis meses usando de la
misma manera cada día un salmo con su oración. Como se ve, distribuir el contenido
de este pequeño libro en el curso de un año no prolonga mucho el Oficio, ni en la

12
recitación coral o comunitaria ni en la recitación individual. Aunque quizá la
práctica mejor sería la de dedicar cada día todo el esfuerzo posible a uno de los
salmos, a base de tres modalidades que incidieran en él: a) monición previa que lo
ambientara; b) canto del salmo con su antífona, que diera la posibilidad de vivirlo y
gustarlo más intensamente; c) finalmente, oración sálmica, que «resumiera»,
«cristianizara» y «actualizara» las peticiones para la comunidad o para el orante de
hoy.
Una última nota conclusiva de nuestras reflexiones sobre las oraciones
sálmicas: antes hemos afirmado que al cabo de una o dos veces de usar el conjunto
de moniciones sálmicas los salmos se conocerán suficientemente y, por tanto, no
será necesario insistir en el uso de aquéllas; por el contrario, respecto a las oraciones
sálmicas no vemos inconveniente alguno en su repetición, pues aquí no se trata ya
de saber nuevas cosas ni de adquirir nuevas ideas, sino de hacer intensa la oración.
Quizá podría pensarse, en cambio, en la composición de otras colectas para no
repetir siempre las mis mas; si bien siempre será mucho más importante adentrarse
cada vez más en el sentido de la oración cristiana que encontrar nuevas fórmulas de
plegaria, siempre será preferible usar unas mismas fórmulas que componer otras
menos evocativas del contenido del salmo.
Deseamos que la publicación de este libro ayude a las comunidades y a los que
individualmente participan en la oración comunitaria de la Iglesia a que el Oficio
divino, y particularmente el uso de los salmos, los renueve en su oración, de tal
forma que se vean cada vez más incorporados a la plegaria de Cristo, de quien los
salmos con tanta frecuencia hablan y en cuyas expresiones él mismo ora con
nosotros y en nosotros;20 así cada día nos iremos acercando más a aquel culto en
espíritu y en verdad, que es uno de los signos de los tiempos mesiánicos.
PEDRO FARNÉS
Barcelona, domingo de Pentecostés
14 de mayo de 1978

20
Cf. san AGUSTÍN, Enarraciones sobre los salmos, Salmo 85, 1: BAC 255, pp. 216-217.
13
SIGLAS DE LOS LIBROS DE LA BIBLIA
Ab: Abdías Lc: Lucas
Ag: Ageo Lm: Lamentaciones
Am: Amós Lv: Levítico
Ap: Apocalipsis 1M: 1 Macabeos
Ba: Baruc 2M: 2 Macabeos
lCo: 1 Corintios Mc: Marcos
2Co: 2 Corintios Mi: Miqueas
Col: Colosenses Ml: Malaquías
ICro: 1 Crónicas Mt: Mateo
2Cro: 2 Crónicas Na: Nahúm
Ct: Cantar de los cantares Ne: Nehemías
Dn: Daniel Nm: Números
Dt: Deuteronomio Os: Oseas
Ef: Efesios 1P: 1 Pedro
Esd: Esdras 2P: 2 Pedro
Est: Ester Pr: Proverbios
Ex: Éxodo Qo: Qohelet
Ez: Ezequiel (Eclesiastés)
FIm: Filemón 1R: 1 Reyes
FIp: Filipenses 2R: 2 Reyes
Ge: Gálatas Rm: Romanos
Gn: Génesis Rt: Rut
Ha: Habacuc 1S: 1 Samuel
Hb: Hebreos 2S: 2 Samuel
Hch: Hechos de los apóstoles. Sal: Salmos
Is: Isaías Sb: Sabiduría
Jb: Job Sir: Ben Sirá
Jc: Jueces (Eclesiástico)
Jds: Judas So: Sofonías
Jdt: Judit St: Santiago
JI: Joel Tb: Tobías
Jn: Juan lTm: 1 Timoteo
lJn: 1 Juan 2Tm: 2 Timoteo
2Jn: 2 Juan 1 Ts: 1 Tesalonicenses
3Jn: 3 Juan 2Ts: 2 Tesalonicenses
Jon: Jonás Tt: Tito
Jos: Josué Za: Zacarías
Jr: Jeremías

ADVERTENCIA
Con la sigla MD se indica el Cantoral de «Misa Dominical», preparado por A. Taulé Viñas,
Barcelona, Centro de Pastoral litúrgica, 1971.

14
DOMINGO I
I Vísperas.
SALMO 140, 1-9
Tradicionalmente el salmo 140 es por antonomasia el salmo de la oración
vespertina a causa de la expresión suba el alzar de mis manos como ofrenda de la
tarde. Pero hay un motivo más profundo que la simple cita literal de la tarde para
hacer de este salmo la oración del fin de la jornada: nuestro texto es la oración de un
hombre que, tentado en Su fidelidad a Dios, quiere mantenerse firme, pero teme ante
las acechanzas del tentador: No dejes, Señor, inclinarse mi corazón a la maldad,
guárdame del lazo que me han tendido.
El fin de la jornada es un momento especialmente indicado para hacer la síntesis
del día y para ver hasta qué punto también nosotros, como el salmista, estamos
rodeados de continuas tentaciones que ponen en peligro nuestra fidelidad. Cómo el
autor de nuestro salmo, somos unos pobres perseguidos por el tentador; como nos
recomendó ya el Señor, nos es necesario «velar y orar para no caer en la tentación»
(Mt 26, 41), pues nuestro enemigo, el diablo, constantemente nos incita a la
infidelidad: No nos dejes, Señor, caer en la tentación, en ti nos refugiamos, no nos
dejes indefensos.
Oración I
En esta hora de la ofrenda de la tarde, Señor, alzamos hacia ti nuestras manos;
escucha nuestra voz, ya que en ti nos refugiamos, y no nos dejes indefensos frente a la
tentación y a la seducción de los hombres malvados. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Nuestros ojos están vueltos hacia ti, Señor; guárdanos de los lazos que nos han
tendido, no nos dejes caer en la tentación y haznos participar en la victoria pascual de
tu Hijo; que podamos contemplar cómo nuestro enemigo, el diablo, ha caído
despeñado y sus tentaciones, como una piedra de molino rota por tierra, han quedado
desvanecidas. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 141
El salmo 141 —plegaria de un hombre perseguido y abandonado, pero que
confía en que Dios le salvará— es una plegaria muy apropiada para empezar en la
tarde de hoy la celebración del día del Señor, porque este salmo viene a ser como una

15
profecía del misterio pascual de Jesucristo: «Todo lo que describe el salmo —nos dice
san Hilario— se realizó en el Señor durante su pasión.»
En el justo perseguido, pero salvado por Dios, sumergido en la angustia, pero
lleno de confianza, podemos ver a Jesucristo que ahora ora con nosotros, reunidos en
su nombre. Jesús, en efecto, en los días de su pasión, no encontró nadie que le hiciera
caso, nadie que mirara por su vida, pero, en la resurrección, el Padre le sacó de la
prisión y ahora da gracias a su nombre, mientras los justos —la Iglesia que, sobre todo
en el domingo, se reúne a su alrededor para celebrar la eucaristía— le rodean,
contemplando cómo Dios le ha devuelto su favor.
Nosotros, pues, el pueblo de Jesús resucitado, empezamos ahora con este salmo
la acción de gracias de este domingo, que inauguramos en este momento, rodeando a
Cristo triunfante, como lo haremos también, unidos a todos los cristianos, en la
eucaristía que será el centro de nuestro domingo.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la esperanza, por ejemplo: «En Dios pongo mi
esperanza» (MD 704) o bien «Protégeme, Dios mío» (MD 736).
Oración I
Con frecuencia, Señor, nuestro espíritu está abatido y, ante las muchas
dificultades
de nuestro caminar de cada día, nos va faltando el aliento; ayúdanos, pues, con los
ejemplos del misterio pascual de tu Hijo y afiánzanos en la esperanza de que nos
sacarás de la prisión y nos llevarás al país de la vida, donde todos los justos rodearán a
Cristo y, por los siglos de los siglos, darán gracias a tu nombre. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Imploramos, Señor, humildemente tu misericordia y gritamos a ti, que eres
nuestro refugio, pidiéndote que atiendas nuestros clamores y hagas que un día
podamos gozar de tu heredad en el país de la vida, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS FILIPENSES (2, 6 -11)
El cántico del nuevo Testamento de esta celebración es un antiguo himno de la
comunidad apostólica en honor de la persona de Cristo y de su misterio pascual. Este
himno nos lleva a la contemplación de la gloria de Cristo en su doble vertiente de Dios
consubstancial con el Padre y de Hombre salvador, que, con su misterio pascual,
restablece la comunión de la humanidad con Dios.
Cristo, para rehacer el primitivo orden querido por Dios, anduvo por una senda
inversa a la que siguiera Adán: el primer hombre deseó ser Dios y por ello comió del
fruto prohibido; Cristo, nuestro segundo Adán, a pesar de poseer como propia aquella
condición divina, que envidiaba para sí el primer Adán, actuó como un hombre

16
cualquiera y se hizo obediente, hasta someterse incluso a la muerte. Con esta sumisión
y obediencia significó el nuevo amor de la humanidad a Dios.
Pero también Dios, ante la humilde obediencia del nuevo Adán, manifestó su
nuevo amor a los hombres: a Cristo, segundo padre de la familia humana, lo levantó
sobre todo y quiso que su humanidad santísima fuera colocada en su propio trono
divino. En Cristo, pues, y por Cristo, toda la humanidad ha «pasado» del alejamiento y
de la enemistad de Dios a la plena comunión con él. Y es este «paso» o misterio
pascual lo que celebramos, hoy, en el domingo cristiano.
Que todo el día, que empieza con esta celebración de Vísperas, sea como un
himno de glorificación, para gloria de Dios Padre, a Cristo, Señor, a quien, en la
celebración eucarística del domingo, aclamaremos también, diciendo: « Sólo tú eres
Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, en la gloria de Dios Padre.»
Oración I
Oh Cristo Señor, igual al Padre en gloria y majestad, que para restablecer la
creación te rebajaste hasta someterte incluso a la muerte y ahora, levantado sobre todo,
vives a la diestra del Padre, mira con bondad a tu familia humana y haz que todos los
hombres, redimidos por tu misterio pascual, conozcan tu salvación y con nosotros
proclamen que sólo tú eres Santo, tú solo Señor, tú solo Altísimo, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Oh Dios, que tanto amaste al mundo que entregaste a tu Hijo único y lo quisiste
en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, haz que quienes, por propia
naturaleza, somos imagen de Adán, el hombre terreno, nos transformemos por tu
gracia en imagen del Hombre celestial, Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro. Que vive y
reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Laudes
SALMO 62, 2-9
Este salmo es, probablemente, la oración de un levita, desterrado de Jerusalén y
alejado del templo, que recuerda con añoranza los días felices en que contemplaba a
Dios en el santuario, viendo su fuerza y su gloria. Ahora la situación ha cambiado,
pero el deseo y la esperanza de contemplar nuevamente el santuario perseveran.
Alejado del templo, su alma se siente como tierra reseca, agostada, sin agua, pero el
espíritu no desfallece, pues Dios volverá a otorgarle los antiguos favores, con mayor
abundancia si cabe: Mis labios te alabarán nuevamente jubilosos, me saciaré como de
enjundia y de manteca.
El alma del salmista está, desde el primer momento del día —por ti madrugo—,
toda ella en tensión esperanzada hacia Jerusalén. Por ello su oración puede ser la
17
expresión de la oración cristiana, sobre todo en esta primera hora del domingo.
También nosotros, aunque quizá hoy nos encontremos como tierra reseca, agostada,
sin agua, contemplamos la fuerza y la gloria de Dios en la carne del Resucitado; y este
recuerdo alienta nuestra esperanza. Nuestra alma está sedienta de Dios, de felicidad,
de vida, pero, como el salmista, estamos ciertos de que en el reino de Dios nos
saciaremos como de enjundia y de manteca; y, si por un momento hemos de vivir aún
en la dificultad y la noche, a la sombra de las alas del Señor esperamos tranquilos.
Es recomendable que este salmo sea cantado o de clamado a dos coros.
Oración I
Creador de la luz eterna, Dios todopoderoso, otorga la luz sin ocaso a este
pueblo que por ti madruga; haz que nuestros labios te alaben jubilosos, que toda
nuestra vida te bendiga y que nuestro día entero, desde este amanecer, glorifique tu
santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Aunque nuestra alma está sedienta, como tierra reseca, agostada, sin agua,
nuestro corazón, Señor, no desfallece: por ti madrugamos, en este domingo, para
contemplar tu fuerza y tu gloria manifestadas en Cristo resucitado; tu gracia, Señor,
por la que esperamos participar un día de la gloria de tu Hijo, vale más que la vida que
ya nos has dado, por eso, aunque nos sentimos a veces solos y descorazonados,
esperamos confiados a la sombra de tus alas cantando con júbilo nuestra esperanza,
que nos hace confiar que un día entonaremos los himnos de acción de gracias en tu
reino, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES (Dn 3, 57 -88. 56)
La escena de los tres jóvenes en el horno de Babilonia es una de las páginas del
antiguo Testamento que más ha usado la Iglesia desde los tiempos primitivos, como lo
prueba ya la antigua iconografía de las catacumbas.
La comunidad cristiana —sobre todo la que vivió las grandes persecuciones de
los comienzos— veía en los jóvenes martirizados por el rey, que, en medio de las
llamas y como si no sintieran el tormento del fuego, cantaban unánimes a Dios, una
imagen evocadora de la actitud de la Iglesia. Perseguida por los poderes del mundo,
sometida a los sufrimientos del martirio, la comunidad de Jesús se siente como
refrigerada por una suave brisa, que no es otra sino la esperanza que le infunde la
contemplación del Resucitado. También él fue perseguido y martirizado y, tras un
breve sufrir, venció la muerte y ahora se sienta, feliz y glorioso, a la derecha del
Padre.
La Iglesia de nuestros días necesita también este aliento; el domingo que
estamos celebrando quiere infundirnos esta esperanza. Por muchos que sean los
sufrimientos y las dificultades, el recuerdo de la resurrección, que hoy celebramos los
cristianos, debe constituir como una brisa refrescante que, transportándonos en la

18
esperanza al reino escatológico, donde Cristo reina, nos impida sucumbir ante la
tristeza y nos haga vivir tranquilamente dedicados a la alabanza, como los tres jóvenes
del horno de Babilonia.
Oración I
Señor Dios todopoderoso y eterno, acepta la alabanza de tu Iglesia que, en esta
celebración matutina del día de la resurrección de tu Hijo, se siente recreada por la
esperanza de su futura gloria; que en medio de las dificultades y sufrimientos,
desterrados aún y lejos de ti, te glorifiquemos con todas tus criaturas del cielo y de la
tierra, esperando que un día podremos unir nuestros cantos a los del cortejo victorioso
del Cordero que venció y reina ahora contigo, en medio de la asamblea de los santos,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que mitigaste las llamas del horno ardiente para que los tres jóvenes no
sintieran el tormento de las llamas y permanecieran en tu fidelidad, protege también
hoy a tu pueblo para que, en medio del fuego de la tentación y del desánimo, no deje
de cantar tu gloria con todas las criaturas, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 149
Con el salmo 149 Israel cantaba la especial protección de Dios para con su
pueblo y las victorias de Yahvé frente a los enemigos. Este salmo, recitado en el
domingo, a nosotros, nuevo Israel de Dios, nos invita también a cantar al Señor que
ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.
Que el júbilo y la alabanza sean, pues, el trasfondo de nuestra jornada y de la
oración de este día; que ante la creación, cuyo inicio tuvo lugar en domingo, se alegre
Israel por su Creador; que ante la resurrección de Cristo, también realizada en este día
y en esta hora primera de la jornada, los fieles festejemos fa gloria del Resucitado, con
vítores a Dios en la boca.
Cantemos también la perspectiva escatológica en la que nos introduce la victoria
pascual del domingo: se ejecutará la sentencia dictada. La venganza de los pueblos, el
castigo a las naciones, la sujeción de sus reyes y de sus nobles con esposas de hierro
son otras tantas imágenes que nos describen poéticamente la aniquilación definitiva
del poder del mal. Ejecutar este plan de Dios es un honor para nosotros, sus fieles.
Oración I
Tú, Señor, eres nuestro creador, y nosotros, tu pueblo, nos alegramos de tus
obras; tú eres nuestro liberador, y nosotros, tus fieles, cantamos tu victoria; haz, Señor,
que la sentencia contra el mal, dictada ya en las profecías del antiguo Testamento y
manifestada ahora en la resurrección de Cristo, tu Hijo, sea nuestro honor y nuestro
orgullo y que este triunfo también resplandezca en nuestras obras: que tomemos
venganza de nuestros enemigos, sujetemos a reyes y nobles con esposas de hierro
19
hasta que, aniquilado todo el poder del mal, podamos festejar tu gloria, por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, creador y libertador nuestro, nosotros,-tu pueblo, festejamos hoy tu
gloria y te damos gracias porque has adornado a tu pueblo con la victoria; que el
cántico nuevo que hoy entonamos sea el preludio del himno de exultación que en tu
reino esperamos cantar, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

II Vísperas
SALMO 109, 1-5. 7
En su origen el salmo 109 fue un oráculo dirigido a un rey de Judá en el día de
su consagración real. Una gran fiesta ha congregado en el palacio al rey electo y al
pueblo; todo está dispuesto ya para la consagración del que ha de ser el Ungido del
Señor. Pero, en medio de tanta fiesta, no todo es optimismo: Israel está rodeado de
poderosos enemigos, más fuertes, sin duda, que el minúsculo reino de David. ¿Cuál
será, pues, la suerte del nuevo rey que está a punto de ser consagrado? Un oráculo
divino viene a dar la respuesta, tranquilizando al rey y a su pueblo: Oráculo del Señor
(Dios) a mi Señor (el rey): «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos
estrado de tus pies. No temas, pues, oh rey: en este día y entre los esplendores
sagrados de esta solemne liturgia de consagración, yo mismo te engendro como
cabeza, rey y sacerdote de mí pueblo. Desde este día de tu nacimiento como rey, eres
príncipe. El Señor extenderá tu poder desde tu palacio de Sión: someterás en la batalla
a tus enemigos y, si, persiguiendo o perseguido por tus enemigos, apenas puedes en tu
camino beber del torrente, levantarás al fin la cabeza y conducirás a tu pueblo
victorioso al triunfo de la resurrección.»
Por su tono de victoria y por la descripción que en este texto se hace de la unción
del rey de Israel, este salmo ha venido a ser para los cristianos, ya desde el tiempo de
los apóstoles, el salmo mesiánico por excelencia; el propio Cristo se lo aplicó a sí
mismo (Mt 22, 44); los apóstoles se sirvieron de él para proclamar la victoria de la
resurrección (Hch 2, 34-35; Rm 8, 34; etcétera); el autor de la carta a los Hebreos se
sirve del mismo para probar la superioridad del sacerdocio de Cristo frente al del
antiguo Testamento.
A nosotros este salmo, situado al final del domingo, nos invita a contemplar el
triunfo del Resucitado y a acrecentar nuestra esperanza de que también la Iglesia,
cuerpo de Cristo, participará un día de su misma gloria, por muchas que sean las
dificultades y los enemigos presentes. Como el antiguo Israel, al que literalmente se
refiere el salmo, como Cristo en los días de su vida, la Iglesia tiene poderosos
enemigos que podrían darle sobrados motivos de temor; pero la misma Iglesia escucha
un oráculo del Señor: «Haré de tus enemigos —la muerte, el dolor, el pecado—

20
estrado de tus pies.» « Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos —que
hoy, como cada domingo, celebramos—, Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una
esperanza viva» (1P 1, 3). Que la contemplación de la antigua promesa de Dios al rey
de Judá, realizada en la resurrección de Cristo, tal como nos la hace contemplar este
salmo, intensifique nuestra oración cristiana de acción de gracias en este domingo.
Es recomendable que este salmo sea proclamado en forma dialogada, a la manera del
relato de la pasión en los días de Semana santa. En este diálogo deberían intervenir
«el cronista», «Dios» y «el pueblo»; este último, representado por toda la asamblea,
debería hacer (si es posible, con canto) las aclamaciones del pueblo al nuevo rey. De
este modo, se facilita una oración contemplativa de la victoria pascual de Cristo.
(Para una distribución óptima de las diversas partes de este salmo, véase D. Cols,
Celebración cantada de la Liturgia de las Horas, páginas 26-28).
Oración I
Señor, Dios todopoderoso, Señor Jesucristo, hijo de David, tú que, después de
haber sometido en la gran batalla de tu pasión a todos tus enemigos, has resucitado y
estás sentado a la derecha del Padre como rey vencedor y sacerdote eterno, intercede
siempre por nosotros, para que un día, hechos semejantes a ti, podamos poner también
nosotros como estrado de nuestros pies a nuestros enemigos, el pecado y la muerte.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios todopoderoso y eterno, que has glorificado a tu Hijo Jesucristo
sentándolo a tu derecha y destruyendo el poder de sus enemigos, haz que el poder de
su cetro se extienda hasta los confines y que la victoria de tu Hijo alcance a todos los
pueblos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 113 A
Acabamos de meditar el salmo 109, que nos ha hecho contemplar el triunfo del
Mesías, el Primogénito entre muchos hermanos, a quien el Padre ha prometido «hacer
de sus enemigos estrado de sus pies» (y. 1). Ahora el salmo 113 nos hará contemplar
al pueblo que, también triunfante, sigue a Cristo, caminando hacia la libertad
definitiva: el nuevo Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente.
Para la comunidad cristiana este salmo es, sobre todo en el domingo, una
evocación de su propia peregrinación, triunfante por lo menos en la esperanza. Como
Israel se sintió acompañado por Dios durante los años del desierto —Judá fue el
santuario de Dios, Israel su dominio—, así también el pueblo cristiano se ve
acompañado por la fuerza de Cristo y de su misterio pascual en su caminar por este
mundo.
Que este salmo nos invite, pues, a la contemplación de la victoria de Cristo
participada por la Iglesia. Cuando Israel salió de Egipto, en presencia del Señor se
estremeció la tierra; cuando el nuevo pueblo de Dios, siguiendo a Cristo, camina hacia
21
la libertad definitiva, también las peñas duras de las dificultades se transforman en
manantiales de agua abundante, y así, con paso firme y seguro, contemplando como el
mar huye y los montes saltan como carneros —es decir, como se allanan todas las
dificultades—, el nuevo pueblo de Dios camina hacia la tierra de la vida.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese el sentido de peregrinación del pueblo de Dios, por
ejemplo: «Por ti, patria esperada», sólo el estribillo (MD 602) o bien «El pueblo gime
en el dolor», sólo la primera estrofa (MD 639).
Oración I
Señor, Dios todopoderoso, que nos has arrancado del Egipto del pecado y nos
has hecho nacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo, convirtiéndonos en raza
elegida, sacerdocio real, nación consagrada y pueblo adquirido por ti, concede a todos
los que hemos sido llamados a salir de la tiniebla y a entrar en tu luz maravillosa
proclamar tus hazañas en esta vida y cantar tus alabanzas con todos los elegidos, por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios todopoderoso, te damos gracias y te bendecimos porque en Cristo,
tu Hijo y Señor nuestro, nos has librado de la esclavitud del pecado y, haciéndonos
pasar por el agua salvadora del bautismo, nos has concedido la verdadera libertad de
los hijos de Dios; haz que el recuerdo de tus maravillas sea para todos nosotros causa
de continua alegría mientras peregrinamos por este mundo hasta que finalmente
consigamos, de una forma manifiesta, en tu reino, aquella misma libertad que la fe nos
asegura que ya poseemos ahora bajo velos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (cf. 19, 1 -7)
El cántico con el que terminamos hoy la salmodia dominical es una aclamación a
Cristo, Señor victorioso, muy parecida por su estilo a las que, en la antigüedad, se
entonaban en honor del emperador. En el Apocalipsis, estas aclamaciones forman
parte de la contemplación profética del hundimiento de la nueva Babilonia, la gran
Roma perseguidora de los mártires y figura del mal, y de la victoria del Cordero
vencedor.
Nosotros, desterrados también y lejos del reino, celebramos, cada domingo, el
triunfo de la humanidad, inaugurado por la resurrección de Jesucristo, y nos sentimos
incorporados en este mismo triunfo y partícipes de él, como la esposa asociada a la
gloria de su esposo.
Este cántico nos hace participar también, ya en esta vida, de aquella adoración
en espíritu y en verdad, de la que viviremos eternamente; y de la cual el do mingo es
como un anuncio y pregustación.

22
Oración I
Te glorificamos, Señor Jesucristo, Dios nuestro y Dueño de todo, y te damos
gracias porque con tu victoria pascual has embellecido a tu Esposa, la Iglesia; haz que
sepamos alegrarnos siempre en tu triunfo y que un día lo contemplemos, por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, que has entregado la vida por la Iglesia y, con tu sangre, la has
embellecido, convirtiéndola en tu Esposa inmaculada y santa, escucha, en la voz de
tus fieles, los gemidos del Espíritu y, ya que anhela más ardientemente tu venida,
alégranos con tu presencia y con la dulzura de tu amor de Esposo. Tú, que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

En los domingos de Cuaresma:

CÁNTICO DE PEDRO (1P 2, 21b-24)


«El que quiera seguirme —dijo Jesús a sus discípulos— que cargue con su cruz
cada día y se venga con migo» (Lc 9, 23). El cántico que en los domingos de
Cuaresma concluye la salmodia de las II Vísperas quiere ser una respuesta de la
comunidad cristiana a esta invitación de su Señor.
Literalmente, con el contenido de este texto se quiere alentar a los esclavos
injustamente vejados por dueños crueles e injustos: si sufren sin haberlo merecido, que
recuerden que los mismos castigos que a ellos les infligen — insultos, azotes, incluso
la crucifixión—, como ellos y antes que ellos, los soportó el Señor.
Pero el Espíritu Santo ha querido que en los sufrimientos de estos esclavos del
siglo i se reflejaran también todas las injusticias y los sufrimientos de los fieles de
todos los tiempos, nuestros propios sufrimientos también. Y ha querido darnos la
única res puesta válida, desde el punto de vista cristiano, ante el sufrimiento: la
paciencia esperanzada. En efecto, la paciencia ante la tribulación es una de las
enseñanzas más repetidas en la Escritura; por ello, hay que decir que para los
seguidores de Cristo es válida también en nuestros días, aunque nuestro mundo respire
sólo sublevación ante el sufrimiento, y violencia ante la violencia. El cristiano no
puede ser hombre violento ni puede dar curso libre a la venganza ni tomarse la justicia
por su mano, sino que debe presentar la mejilla izquierda al que le abofetee en la
derecha y dar la capa al que quiera ponerle pleito para quitarle la túnica (cf. Mt 5, 39-
40). Si esta doctrina nos parece difícil, que nuestro cántico a Cristo sufriente nos
ayude en estos domingos de Cuaresma, en los que con mayor asiduidad contemplamos
su cruz.

23
Oración I
Danos tu fuerza, Padre santo, para seguir con fidelidad las huellas de tu Hijo
para cargar cada día con su cruz y seguirlo, imitando los ejemplos de su pasión; aleja
de nosotros todo espíritu de venganza y haz que sepamos amar a nuestros enemigos
como Cristo, que, en la cruz, pidió perdón por los que lo maltrataban. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Mira, Señor, el rostro escarnecido de tu Hijo amado, con su cuerpo atormentado
por la violencia y su espíritu humillado por los insultos; que, alzado sobre la cruz, sea
como un signo para tu Iglesia y un ejemplo para todo el mundo, contra odios y
rencores, contra injusticias y opresiones; que él, que subió al leño a fin de que
vivamos para la justicia, sea para todos esperanza de un mundo nuevo, sin rencores ni
odios ni desamor. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

24
LUNES I
Laudes
SALMO 5, 2-10. 12-13
El salmista es un levita injustamente acusado que, en su aflicción, acude por la
mañana al templo y presenta a Dios su súplica confiada. Este salmo, puesto en labios
de un cristiano y recitado por la Iglesia al empezar el día, es una invitación a que,
llenos de esperanza, pongamos en manos de Dios todas las preocupaciones del día que
empieza: «Señor, tú no eres un Dios que ame la maldad; yo deseo durante este día
caminar por tus sendas, pero, tú lo sabes, tengo enemigos que dificultarán mi
propósito: mi debilidad, mi inconstancia, el ambiente. Atiéndeme, pues, ante tanta
dificultad, te expongo mi causa, y me quedo aguardando en paz, seguro de que tu
ayuda no me va a faltar. Guíame, Señor, durante toda la jornada con tu justicia,
alláname tu camino, tú que, porque detestas a los malhechores, deseas que todos
seamos justos en tu presencia.»
Oración I
Señor, Dios de justicia y de bondad, tú que detestas a los malhechores y
destruyes a los mentirosos, guíanos con tu justicia, por Jesucristo, nuestro Salvador,
camino de verdad y templo de tu gloria, a fin de que los que a ti nos acogemos
podamos alegrarnos con júbilo eterno y cantar tus maravillas, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios todopoderoso y eterno, tú que oyes nuestros gritos de socorro ya
antes de que te manifestemos nuestras necesidades y deseos, escucha nuestras
plegarias, atiende a nuestros gemidos y, puesto que tú mismo, Señor, eres quien hace
germinar en nosotros el querer y el obrar, haz también que, cubiertos como con un
escudo por tu favor, realicemos, durante el día que ahora empieza, aquello que es
grato a tus ojos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE DAVID (1Cro 29, 10 -13)
Próximo ya a su muerte, David congrega al pueblo y, después de anunciarle las
grandes riquezas que ha reunido para el futuro templo, exhorta a los israelitas a que
contribuyan también con sus dones a la edificación de una morada digna de Dios. El
pueblo ofrece, entonces, con generosidad sus presentes, y el rey entona este himno, en
el que confiesa que, si las riquezas ofrecidas han sido muchas, el mismo Señor es la
25
fuente de ellas y de todo bien; por tanto, todo lo que el pueblo ha ofrecido era ya
propiedad de Dios.
Utilicemos hoy este cántico para ofrecer nuestro día y nuestras obras al que es
dueño supremo de todo. Todo el bien que hay en nosotros proviene de Dios, como lo
decía ya san Ignacio de Loyola, en la bella plegaria que podría ser un buen comentario
a este cántico: «Recibe, Señor, mi libertad, acepta mi memoria, mi inteligencia, mi
voluntad; todo lo que tengo o poseo, tú me lo diste; a ti te lo devuelvo todo, y todo lo
pongo a tu disposición.»
Oración I
Señor, rey y soberano de todo, tú que nos has creado para tu gloria, acepta la
acción de gracias de tu familia, que, confesando que en tu mano está el poder y la
gloria, quiere consagrarte las acciones de este día dándote gracias y alabando tu
nombre glorioso. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, rey y soberano de todo, tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra y
de ti viene la riqueza y la gloria; al empezar, pues, nuestra jornada queremos poner en
tus manos todo cuanto poseemos, reconociendo que viene de ti: acepta nuestro
ofrecimiento y haz que, con cada una de las acciones de nuestro día, te demos gracias
y alabemos tu nombre glorioso. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 28
La contemplación de una furiosa tempestad, calificada hasta siete veces en este
salmo como voz del Señor, eleva el alma del salmista hasta el trono mismo del Señor,
que está encima del aguacero. A nosotros este salmo, situado al comienzo del primer
día laborable de la semana, nos invita a contemplar la creación —y el mismo trabajo,
con sus éxitos— como sacramento manifestativo de la grandeza de Dios.
Es muy posible que este salmo sea como la réplica de Israel a un antiguo himno
al dios de la tempestad; en este contexto, nos puede servir de respuesta ante las
frecuentes tempestades de nuestro mundo, que pretende divinizar y absolutizar sus
propios triunfos y progresos. Del mismo modo que el salmista proclamaba que Dios
estaba por encima de la grandiosa tempestad, que a los ojos de muchos de sus
contemporáneos era un dios, así nosotros proclamamos que cuanto de grandioso hace
el hombre es simplemente la voz del Señor, que ha dado tal poder a sus criaturas, e
invitamos a toda la creación a aclamar, junto con nosotros, en el templo de Dios:
«Gloria al Señor.»
Oración I
Señor Dios, que al que reflexiona sobre tus obras le manifiestas tu eterno poder y
tu misma divinidad, haz que nosotros, tus hijos, al contemplar la creación, sepamos

26
ver en ella tu gloria y tu poder y un día podamos aclamar visiblemente la gloria de tu
nombre postrados ante ti en el atrio sagrado de tu reino. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Enséñanos, Señor, a descubrir tu voz y a contemplar tu acción, tanto en el
progreso de la humanidad como en las convulsiones y tempestades del mundo: que en
toda circunstancia nuestros labios aclamen tu voz potente y magnífica, tu voz que
lanza llamas de fuego y descorteza las selvas, hasta que un día, postrados ante ti en el
atrio sagrado, nos bendigas eternamente con la paz. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 10
Este salmo es un diálogo entre los amigos del salmista, pusilánimes y alarmados,
y el propio salmista que, confiando en Dios, nada teme. En Israel, aparentemente, la fe
mengua y las costumbres se corrompen; de ahí la actitud decaída de los amigos del
salmista, de ahí el consejo que sale de sus bocas; Escapa como un pájaro al monte,
porque, cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?
La situación de temor ante el arraigamiento del mal en el mundo se repite
también en nuestros días y puede constituir para muchos una gran tentación de
desánimo; este salmo nos invita a rechazar los consejos de los «profetas de desdichas»
que ante cualquier dificultad nos irán repitiendo: Cuando fallan los cimientos, ¿qué
podrá hacer el justo?
Que nuestra respuesta ante todo posible temor sea la misma que alentó la fe del
salmista: Al Señor me acojo, porque el Señor es justo y se complace en los justos, y
por ello estamos ciertos que, finalmente, los buenos verán su rostro.
Oración I
Confiamos, Señor, poder entrar un día en tu templo santo del cielo, donde tienes
tu trono, y poder contemplar allí tu rostro; a ti nos acogemos, en medio de las
dificultades de esta vida; porque tú eres justo y amas la justicia, confiamos que tus
ojos no dejarán de observamos con mirada protectora y providente. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que tienes tu trono en el cielo, contempla cómo los malvados tensan el
arco para disparar contra los buenos; no permitas, Señor, que tus hijos caigan en la
tentación del desánimo; que, ante la dificultad, no escapemos como un pájaro al
monte, sino que sepamos acogemos en ti y, robustecida nuestra fe, esperemos, sin
temor, que un día podremos contemplar tu rostro, por los siglos de los siglos.
27
R. Amén.
SALMO 14
El salmo 14 servía a los israelitas que se disponían a subir en peregrinación a
Jerusalén para examinarse sobre si eran o no dignos de acercarse al templo del Señor;
ante la pregunta de los peregrinos: ¿Quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en
tu monte santo?, los sacerdotes respondían recordando las condiciones requeridas para
ofrecer a Dios un culto que le sea agradable. En el nuevo Testamento Jesús promulga
para sus seguidores una doctrina muy parecida a la de este salmo: «Si, cuando vas a
poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas
contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu
hermano» (Mt 5, 23-24).
Este salmo, pues, escuchado al fin de la jornada, viene a ser como una invitación
a la reflexión sobre las acciones de nuestra jornada e incluso de toda la vida, al
examen de conciencia sobre nuestro comportamiento y a la consideración del
significado mismo de nuestra celebración y de nuestro culto. Que este texto nos ayude
a la propia conversión, en esta hora tan oportuna para el examen de nuestro día.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna
antífona que aluda a la palabra de Dios como camino a seguir, por ejemplo: «Tu
palabra, Señor» (MD 706) o bien «Enséñame a seguir tus sendas, Señor» (MD 743).
Oración I
Contempla, Señor, a tu pueblo, que desea hospedarse en tu tienda, y no permitas
que nuestra vida se aparte nunca de tu voluntad; ayúdanos a proceder honradamente y
a practicar la justicia, para que, obrando así, nunca fallemos y logremos habitar un día
contigo en tu monte santo, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Haz, Señor, que seamos siempre hombres de conducta irreprensible, que
procedamos honradamente, practiquemos la justicia y no calumniemos con nuestra
lengua ni hagamos mal a nuestro prójimo, para que así merezcamos hospedarnos en tu
tienda y habitar contigo en tu monte santo, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS EFESIOS (1, 3 -10)
En una célebre carta de Plinio, gobernador de una de las provincias romanas al
emperador Trajano, se describe a los cristianos como un grupo de hombres que, «en
un día determinado se reúnen y entonan un himno a Cristo, como a su Dios». De
hecho, en los libros del nuevo Testamento encontramos algunos fragmentos que, muy
probablemente son los himnos a los que se refería Plinio. San Pablo, en más de una
ocasión, exhorta a los fieles a que, además de los salmos, entonen «himnos

28
espirituales» a Dios. Uno de estos «cantos» es, sin duda, el presente fragmento de la
carta a los Efesios.
Nuestro «himno espiritual», que, como quiere el Apóstol vamos a añadir a los
salmos que hemos cantado, contiene cuatro bendiciones o alabanzas a Dios Padre,
porque:
1. Ya antes de crear el mundo, nos ha bendecido, contemplándonos como
formando un solo cuerpo en la persona de Cristo.
2. Porque esta predestinación se ha realizado de una manera admirable: ha hecho
de nosotros hijos suyos.
3. Porque esto es consecuencia de su sabiduría y prudencia infinitas: es por la
sangre de Cristo que nos ha perdonado nuestros pecados.
4. Porque, finalmente, por esta su intervención, Dios nos ha revelado el plan de
salvación oculto al principio: recapitular en Cristo, a través de su infinita perfección,
todas las deficiencias que, por culpa nuestra, pudieran tener los hombres y toda la
creación.
Que los sentimientos de gratitud expresados en este himno sean, pues, el tema de
nuestra alabanza y que, por nuestra fidelidad a la Iglesia, contribuyamos también
nosotros al pleno cumplimiento de la obra de Cristo.
Oración I
Te bendecimos, Señor Jesucristo, porque has querido que, por el bautismo,
incorporados a ti, tuviéramos parte en tu santidad y obtuviésemos el perdón de
nuestros pecados; haz que todos los hombres y la creación entera lleguen a someterse
a tu poder y sean recapitulados en ti, según el plan de Dios, tu Padre. Tú, que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Padre, lleno de amor, que en Cristo, tu Hijo, nos has dado a conocer el plan
oculto desde la creación del mundo y que habías proyectado realizar cuando llegase el
momento culminante: ser tus hijos por la sangre de Cristo, haz que creamos en tu
amor para con nosotros y que nuestra vida toda redunde en alabanza de la gloria de tu
Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

29
MARTES I
Laudes
SALMO 23
Una solemne procesión avanza hacia el templo, llevando quizá consigo el arca
de la alianza. En esta procesión de Dios con su pueblo hacia el lugar santo, se alternan
los cantos a la grandeza de Dios y a la santidad que debe adornar al pueblo que lo
acompaña: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, él la fundó, él la afianzó; pero,
¿quién puede subir, acompañando a Dios, al monte del Señor?, ¿quién puede estar en
el recinto sacro?
Al llegar ante el templo, la procesión se detiene. Unos momentos de expectación
ante las puertas cerradas, para contemplar la grandeza de Dios y sus victorias,
ayudarán a que la entronización del arca sea más apoteósica: ¡Portones!, alzad los
dinteles, va a entrar el Rey de la gloria, el Señor, héroe de la guerra.
Es éste un salmo muy apto para empezar la oración de la mañana. En esta hora,
Cristo, saliendo del se pulcro como Señor, héroe de la guerra, Dios de los ejércitos,
Rey de la gloria, verdadera arca en la que reside toda la plenitud de la divinidad, entró
definitivamente en el templo de la gloria; en esta hora, la Iglesia, iluminada por el
triunfo de su Señor, emprende nuevamente la ruta de un nuevo día que le acercará al
triunfo definitivo de la Parusía, en la que ella también entrará en el templo de Dios.
Nosotros, pues, cuerpo de Cristo en la tierra, avanzamos acompañando al Señor que,
por su resurrección subió a lo más alto de los cielos: cada día es un nuevo paso de esta
procesión Pero, antes de empezar nuestra jornada, al mismo tiempo que recordamos la
victoria del Rey de la gloria, debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién puede
subir al monte del Señor? Que las acciones del nuevo día nos hagan dignos de
acompañar al Señor que asciende a lo más alto de los cielos.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
las antífonas «Ciudadanos del cielo» (MD 61)) o bien «Hacia ti, morada santa» (MD
649).
Oración I
Señor, héroe valeroso, Señor, Dios de los ejércitos, tú que eres el Rey de la
gloria, consérvanos inocentes nuestras manos y puro nuestro Corazón, para que
Contigo podamos subir a tu monte santo y, en el recinto sacro de tu templo, podamos
recibir tu bendición. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, Rey del cielo y de la tierra, que has introducido en el templo de tu
gloria a Cristo, hermano y sacerdote de los hombres, concédenos manos inocentes y

30
puro corazón, para que podamos acoger, en lo más íntimo de nosotros, a Cristo, el Rey
de la gloria, y así también él pueda recibirnos un día en su monte santo del cielo,
donde vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE TOBIT (Tb 13, 1-10)
Compuesto por un piadoso israelita que vive en la diáspora, el cántico de Tobit
quiere ser una exhortación a la fidelidad, ante la seducción de las costumbres paganas,
y una invitación a la esperanza, ante los sufrimientos a que el pueblo de Dios se ve
sometido por los habitantes del lugar.
Con la dispersión, fuera de Palestina, han llegado horas amargas, pero Dios
azota y se compadece. La diáspora entre gentes que no comparten la fe de Israel es
motivo de sufrimiento, pero este sufrimiento es fecundo y lleva a Israel a realizar una
misión evangelizadora del pueblo opresor: Proclamad ante los gentiles la grandeza de
Dios. Además, la hora del sufrimiento es momento de examen (Dios nos azota por
nuestros delitos) y de esperanza (si volvéis a él de todo corazón, él volverá a vosotros
y os congregará de entre las naciones por donde estáis dispersados).
También hoy el pueblo de Dios vive una nueva diáspora en un mundo que no
comparte nuestra fe cristiana; también la Iglesia debe ser evangelizadora de quienes
desconocen el rostro de Dios revelado por Cristo; también nosotros hemos sido
infieles y merecemos el azote de nuestro Padre; también el nuevo Israel está llamado a
la esperanza... Por ello, el cántico de Tobit puede ser nuestra oración: Dios nos azota,
pero se compadecerá de nosotros; Dios nos azota, pero, si volvemos a él, nos
congregará definitivamente en su reino escatológico de entre las naciones por donde
estamos dispersados; Dios nos dispersó entre las naciones, pero para que, con nuestra
fe y nuestra esperanza, proclamemos ante los gentiles la grandeza de Dios.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando las
antífonas «En Dios pongo mi esperanza» (MD 704) o bien «Vuelve a nosotros, Señor,
para que volvamos a ti» (ficha F 84).
Oración I
Señor Dios, tú que nos azotas, dispersándonos entre los hombres y pueblos que
te desconocen y no te buscan, sácanos de este abismo donde estamos hundidos y
haznos nacer de nuevo para una esperanza viva de lo que harás con nosotros;
concédenos, Señor, que, dispersados entre los gentiles, proclamemos ante todos los
vivientes tu grandeza y que en nuestro cautiverio, como Iglesia peregrina, te
ensalcemos a ti, Dios que vives eternamente y cuyo reino dura por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Dios y Padre nuestro, confirma en la fe a tu Iglesia, dispersada entre las
naciones, y haz de tu pueblo signo y fermento de la reunión de todas las naciones que
31
te darán gracias a boca llena y te bendecirán como Rey de los siglos. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 32
El autor del salmo 32 pudo tener como trasfondo de su himno alguna de las
gloriosas liberaciones de su pueblo. En su lenguaje se trasluce el eco de unos planes
de las naciones deshechos, de unos proyectos frustrados, de unos habitantes del orbe
que tiemblan ante el poder de Dios, de un rey que no vence por su mucha fuerza, de
unos caballos que nada valen para la victoria...
Pero, frente a este trasfondo de debilidad humana, emerge la fuerza de la palabra
creadora y de la pro videncia solícita del Señor para con sus fieles. Por ello, el
salmista invita a los justos a esta bella oración tan apropiada para el comienzo del
nuevo día. Del mismo modo que, al comienzo de la creación, Dios, por su palabra,
mandó que surgiera el mundo, así también, nuevamente, al comienzo de este nuevo
día, Dios, por su palabra creadora, mandará que surja el bien. Pero, si nuestra
debilidad, siempre inclinada al mal, nos hace desconfiar, estamos convencidos de que
la fuerza providente del Señor está al lado de aquellos que, sabiendo que nada valen
sus caballos para la victoria, confiesan que sólo el Señor es su auxilio y escudo y que
sólo en él se alegra su corazón.
Oración I
Señor, tú que miras desde el cielo, pon tus ojos en nosotros, tus fieles, que
esperamos en tu misericordia; confesamos que nada valen nuestras fuerzas para la
victoria y por eso te pedimos que tu misericordia venga sobre nosotros. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que frustras los proyectos de los pueblos y deshaces los planes de las
naciones, no permitas que, en este día que ahora empieza, caigamos en los lazos de
nuestro enemigo, el diablo, que, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar;
pon tus ojos en nosotros y libra nuestras vidas de la muerte, para que podamos
aclamarte y darte gracias, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 19
El salmo 19 es la oración de Israel por su rey, que va a emprender la batalla
contra sus enemigos: Que te apoye el Señor, que dé éxito a todos tus planes, que
podamos celebrar tu victoria, pues, si otros confían en sus carros o en su caballería,

32
nosotros nos sentimos fuertes, porque invocamos, como escudo, el nombre del Señor,
Dios nuestro.
En labios cristianos, este salmo es una oración con fiada pidiendo que la victoria
inaugurada por el misterio pascual de Cristo se realice también en cada uno de los
cristianos. Cristo, en efecto, emprendió una batalla contra los enemigos del hombre:
dolor, muerte, pecado; y Dios escuchó a Cristo, le envió auxilio desde el santuario y,
al resucitarlo del sepulcro, dio éxito a todos sus planes. Pidamos a Dios que esta
victoria inaugurada en Cristo sea continuada también por la Iglesia, que lucha en la
tierra contra el mal y la injusticia, y que espera que Dios la hará vencer
definitivamente incluso del poder de la muerte: Que podamos, Señor, celebrar tu
victoria, que logremos alzar estandartes de triunfo, pues, si unos confían en sus carros,
otros en su caballería, nosotros, Señor, invocamos tu nombre para mantenernos en pie.
Oración I
Señor, tú que escuchaste a tu Hijo cuando te invoco, en el día del peligro de su
pasión, y le diste la victoria, resucitándolo de entre los muertos, míranos también a
nosotros, que no confiamos en nuestras fuerzas, sino que invocamos tu nombre, y
envíanos tu auxilio desde el santuario, para que también nosotros podamos alzar
estandartes de victoria en nuestros combates contra las fuerzas del mal. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Oh Dios, que, con los prodigios de tu mano victoriosa, hiciste caer derribados a
los que confiaban en sus carros y caballos y diste la victoria a tu Ungido, Jesús, el
Señor, escucha nuestra oración en el día del peligro y envíanos tu auxilio desde el
santuario: que se cumpla el deseo de nuestro corazón y que, al fin de nuestra
peregrinación terrena, podamos celebrar la victoria de tu Hijo, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
SALMO 20, 2-8. 14
En su sentido original el salmo 20 es un canto de acción de gracias por las
victorias del rey de Israel. Viene a ser como una respuesta a la plegaria del salmo 19,
que acabamos de rezar, y en el que se pedía precisamente por el triunfo del rey en el
combate.
Para nosotros, cristianos, este salmo es como un himno ante la victoria de Cristo
resucitado, como una contemplación gozosa de su triunfo y una acción de gracias por
el reino inaugurado en el misterio pascual del Señor.
Cristo se siente colmado de gozo en la presencia del Padre; vestido de honor y
majestad, en su resurrección de entre los muertos, ha conseguido la vida que pidió y
ve que sus años se prolongan sin término.
Al rezar este salmo, debemos alegrarnos por el triunfo de Cristo sobre el pecado
y la muerte, y pedir también que esta victoria de Jesús, cabeza de la Iglesia, sea
33
finalmente compartida por la misma Iglesia, que es su cuerpo, y por toda la
humanidad, última destinataria de la lucha de Cristo contra el mal: Levántate, Señor,
con tu fuerza, y al son de instrumentos cantaremos tu poder, cuando contemplaremos
la humanidad entera glorificada en el último día.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna
antífona que exprese el triunfo del Señor, por ejemplo: «Los confines de la tierra han
contemplado (MD 722) o bien «Cantemos al Señor, sublime es su victoria» (MD 737).
Oración I
Señor, tú que has puesto en la cabeza de Cristo una corona de oro fino y, al
resucitarlo de entre los muertos, le has concedido el deseo de su corazón, otorga
también a tu Iglesia vida, victoria y bendiciones, para que, superando todas las
adversidades, se sienta colmada de gozo en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que has concedido a Cristo la vida que te pidió, otórganos también a
nosotros el deseo de nuestro corazón: cólmanos de gozo en tu presencia, y al son de
instrumentos cantaremos tu poder, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (4, 11; 5, 9 -10. 12)
La victoria del rey de Israel, que acabamos de cantar en el salmo 20, es como
figura o profecía de la victoria pascual de Cristo, victoria completa y definitiva que da
sentido a todas las luchas y sufrimientos del pueblo de Dios. Y es esta victoria la que
canta el himno del Apocalipsis que ahora vamos a hacer nuestro.
Entonemos nuestra acción de gracias al Dios creador, que lo ha llevado todo a la
existencia para nuestro bien: Por su voluntad lo que no existía fue creado.
Entonemos nuestro himno a Cristo, el Cordero inmolado, porque con su misterio
pascual seca las lágrimas de los que lloramos desconcertados Como el vidente de
Patmos, porque, si por nuestras luces personales no alcanzamos a comprender Cómo
Dios permite el mal, a la luz del misterio pascual de Cristo comprendemos en cambio
la historia del mundo —el libro cerrado con los sellos— y el sentido del sufrimiento
de los buenos. También Cristo sufrió hasta la muerte, y Dios Padre lo resucitó. Esta
exaltación de Cristo, que sigue a su muerte, nos abre el libro de la historia y sus sellos,
es decir, nos da a comprender el sentido de los breves sufrimientos presentes.
Asociémonos, pues, al canto de los ancianos —figura de los santos del antiguo
Testamento, que ven realizadas en Cristo sus esperanzas— y a los himnos de los
ángeles, que contemplan cómo la Iglesia, por la sangre de Cristo, ha sido hecha pueblo
real y sacerdotal. Que este himno sea el modelo de nuestro homenaje a Dios Padre,
creador del mundo, y a Cristo, que con su sangre nos ha comprado.

34
Oración I
Señor Dios nuestro, que has creado el universo para nuestro bien y, en el
misterio pascual de Cristo, tu Hijo, nos has abierto el sentido de la historia, haz que los
hombres de toda raza, pueblo y nación canten con nosotros la salvación que tu Hijo ha
realizado y disfruten de su triunfo, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, que has hecho de nosotros un reino de sacerdotes, para que, en
nombre de la creación, cantemos tu gloria y demos gracias por la redención de los
hombres, ábrenos el sentido del libro sellado, para que comprendamos, en el misterio
de la muerte y resurrección de tu Hijo, el Cordero degollado y viviente ahora por los
siglos de los siglos, el sentido de la historia humana y de sus dolores y contrariedades.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

35
MIÉRCOLES I
Laudes
SALMO 35
Empezamos hoy nuestra jornada escuchando un salmo sapiencial que puede
ayudarnos a orientar, desde los primeros momentos del día, nuestra conducta. El
salmo presenta ante nuestros ojos un doble cuadro: la conducta del malvado arrogante
y la actitud del hombre humilde que se acoge a la sombra de las alas de Dios.
Cada uno de nosotros puede ser, durante esta jornada, el malvado que, viviendo
al margen del Señor, dice con su orgullosa suficiencia: No tengo miedo a Dios, ni en
su presencia.
Pero también podemos formar parte del grupo de los humanos que se acogen a la
sombra de las alas de Dios y se nutren de lo sabroso de su casa. Que este salmo ayude
nuestra determinación: Señor, en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz,
durante el día que ahora empezamos. Tu luz, que es tu propio Hijo, luz del mundo, nos
hace ver la luz, pues quien a él sigue no anda en tinieblas.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando la
antífona «Tu palabra me da vida» (MD 832).
Oración I
Ilumínanos, Señor, fuente y origen de la luz eterna, con la luz de tu Hijo y haz
que, viviendo alejados de toda soberbia y presunción, podamos saciarnos de lo
sabroso de tu casa y bebamos abundantemente del torrente de tus delicias. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, Luz de luz y Fuente de toda vida, tú que haces salir el sol sobre
malos y buenos y quieres que llueva sobre justos y pecadores, nutre a los justos de lo
sabroso de tu casa y prolonga tu misericordia con los pecadores, para que así podamos
todos juntos beber un día abundantemente del torrente de tus delicias, por los siglos de
los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE JUDIT (16, 2-3. 15-19)
El cántico de Judit es la oración de acción de gracias con que concluye la
narración de la victoria de la heroína judía sobre el terrible Holofernes; viene a ser
como un «Te Deum» solemne después de una gran victoria en la que el enemigo ha
sido derrotado.

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Este enemigo derrotado es el mal, las fuerzas que se oponían a Israel,
simbólicamente personificadas en Holofernes y su ejército. Pero el mal, simbolizado
en el terrible jefe del ejército, continúa existiendo; por eso, la parábola del libro de
Judit sirve para todos los tiempos, y el himno de acción de gracias de la heroína de
Israel puede ser nuestra oración de acción de gracias por todas las victorias que Dios
nos ha prometido y nos da.
Es difícil prever cuáles serán los combates y las dificultades de la jornada que
ahora empezamos y cuáles los avatares de nuestra vida y de la vida de la comunidad
cristiana y de la humanidad entera a través de la historia. Pero una cosa es cierta: que,
en la etapa final, el bien triunfará sobre el mal, y la victoria de la mañana de Pascua
será, finalmente, la victoria de toda la humanidad salvada por Cristo.
La fe en esta victoria pascual nos hace cantar nuestro «Te Deum» en esta
primera hora de la mañana, cuando aún no hemos experimentado ninguna victoria. La
palabra del Señor es suficiente para que de nuestra esperanza brote la acción de
gracias por la victoria que nos promete nuestra fe.
Es recomendable que este cántico sea cantado o declamado a dos coros; si no es
posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando
alguna antífona de acción de gracias o de alabanza, por ejemplo: «¡Venid ante el
Señor entre cantares de gozo!» (MD 702), «Por siempre yo cantaré tu nombre,
Señor» (MD 709) o bien «Mi fuerza y mi poder es el Señor».
Oración I
Te damos gracias, Señor Jesús, quebrantador de guerras, y te ofrecemos los
acordes de un salmo de alabanza porque te has mostrado grande y glorioso en tu
resurrección; muéstrate también admirable en tu fuerza e invencible en cada uno de
tus fieles, dándoles parte en tu victoria: que, si las olas sacuden los cimientos de los
montes y sentimos que por ello vacila nuestra esperanza, creamos que nada podrá
resistir a tu voz, cuando convoques al mundo a participar de la resurrección final, y no
dudemos nunca de que tú serás siempre propicio a tus fieles. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que has escogido lo débil del mundo para humillar lo que era fuerte y
en Cristo, nacido de una virgen pobre y humilde, has vencido los poderes que
dominaban al mundo, concede a todos los hombres la libertad, el gozo y la paz, para
que puedan cantar que tu fuerza es admirable e invencible. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
SALMO 46
Este salmo aclama a Dios como rey universal; parece oírse en él el eco de una
gran victoria: Dios nos somete los pueblos y nos so juzga las naciones. Posiblemente,
este texto es un himno litúrgico para la entronización del arca después de una
37
procesión litúrgica —Dios asciende entre aclamaciones — o bien un canto para alguna
de las fiestas reales en que el pueblo aclama a su Señor, bajo la figura del monarca.
Nosotros con este canto aclamamos a Cristo resucitado, en la hora misma de su
resurrección. El Señor sube a la derecha del Padre, y a nosotros nos ha es cogido como
su heredad. Su triunfo es, pues, nuestro triunfo e incluso la victoria de toda la
humanidad, porque fue «por nosotros los hombres y por nuestra salvación» que «subió
al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Por ello, no sólo la Iglesia, sino
incluso todos los pueblos deben batir palmas y aclamar a Dios con gritos de júbilo.
Oración I
Señor Jesús, rey sublime y terrible, emperador de toda la tierra, tú que has
ascendido entre aclamaciones y te has sentado, como primogénito de muchos
hermanos, a la derecha de Dios Padre, concede a los pueblos gentiles, que aún no
conocen tu nombre, reunirse con el pueblo del Dios de Abrahán y contemplar un día,
en tu reino definitivo, cómo sólo tú eres Altísimo, con el Padre y el Espíritu Santo, por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, rey sublime y terrible, batimos palmas en tu honor y te aclamamos
con gritos de júbilo, porque, con tu misterio pascual, sometes el pecado y sojuzgas la
muerte, y a nosotros, tus hermanos, nos has escogido por heredad tuya; haz que un día
también los gentiles se reúnan con nosotros, el pueblo del Dios de Jacob, y,
contemplando tu gloria, toquen para ti, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 26 (I)
La primera parte del salmo 26 es una oración de esperanza para cuando fallan
todas las esperanzas: que se multipliquen los enemigos, que crezcan las pruebas y las
dificultades, «si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8, 31).
Al finalizar este día, en el que probablemente habremos tenido nuestros momentos de
desaliento, ha gamos nuestra esta oración, abandonándonos confiadamente en los
brazos de Dios. Él nos protegerá en su tienda, nos esconderá en lo escondido de su
morada, y levantaremos, finalmente, la cabeza sobre los enemigos que hoy nos
atemorizan.
Oración I
Señor Dios, luz y salvación de los que en ti esperan, tú que no abandonaste a tu
Hijo amado cuando le asaltaron los malvados para devorar su carne, sino que lo
escondiste en tu tienda y lo alzaste sobre la roca en el día de la resurrección, no
abandones a tus siervos que buscan tu rostro y haz que también nosotros podamos

38
levantar la cabeza sobre los enemigos que nos cercan y lleguemos a gozar un día de tu
dicha en el país de la vida, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, defensa de nuestra vida, al llegar a este fin de la jornada, cuando la
luz del sol ya no brilla ante nuestros ojos y las tinieblas de nuestro desánimo y de
nuestro pecado nos asaltan y nos declaran la guerra, debilitando nuestra esperanza,
confesamos que tú eres nuestra luz y nuestra salvación y te pedimos una sola cosa:
que, cuando se apague definitivamente para nosotros la luz de esta vida, nos des a
gozar de tu dulzura, contemplando tu templo, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 26 (II)
La segunda parte del salmo 26 —en realidad se trata de un salmo distinto— es la
súplica y lamentación de un pobre perseguido y abandonado, a quien incluso parece
que Dios ha escondido el rostro. No resulta difícil rezar este salmo unidos a Cristo en
su pasión. Él fue dejado por sus discípulos, sensiblemente abandonado por el Padre en
la cruz; él, en el huerto de Getsemaní, oró como nuestro salmista pidiendo auxilio.
Pero vivió, en plenitud, la total esperanza que contiene nuestro salmo: Espero gozar de
la dicha del Señor en el país de la vida. Y ello porque él buscó siempre lo que
agradaba al Padre, siempre buscó el rostro del Señor.
Unidos, pues, a Cristo, que ora con nosotros, hagamos de este salmo nuestra
súplica de auxilio ante las dificultades de la vida: No me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación; y expresemos con las palabras de este salmo nuestra total
confianza en Dios, por graves que sean nuestras dificultades: Si mi padre y mi madre
me abandonan, el Señor me recogerá.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la esperanza, por ejemplo: «En Dios pongo mi
esperanza» (MD 704) o bien «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti» (MD 736).
Oración I
Escúchanos, Señor, que te llamamos: mira, tenemos enemigos que respiran
violencia y nuestro corazón desfallece; buscamos tu rostro, Señor, no nos escondas tu
rostro, enséñanos tus caminos, para que un día podamos gozar de tu dicha en el país
de la vida, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios nuestro, fuerza de los que esperan en ti, tú que no entregaste para
siempre a tu Hijo a la saña de sus adversarios, sino que lo escuchaste cuando te llamó
y le concediste gozar de la dicha en el país de la vida, no nos escondas tampoco a
nosotros tu rostro y haz que quienes te hemos llamado en el día del peligro apodamos
gozar de tu dicha, por los siglos de los siglos.
39
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS COLOSENSES (1, 12 -20)
Este cántico es un himno cristológico, que canta la primacía absoluta de Cristo,
tema también de toda la carta a los Colosenses, en donde este himno está incluido.
Demos gloria a Dios Padre, que ha querido incorporarnos a su Hijo. Demos
gloria a Dios Hijo, que, ya en la creación, como reflejo del Padre, fue instrumento
único, a través del cual el Padre realizó su obra; y que, después de la creación, hecho
hombre por nosotros, con su misterio pascual y por su Iglesia, ha devuelto a la
creación todo su sentido.
Que este cántico, que de manera tan plena nos hace proclamar el papel de Cristo
en la eternidad y en la historia, sea el himno de nuestra fe en el Hijo amadísimo del
Padre, el «Amado» de la Iglesia, según la expresión del Cantar de los cantares.
Oración I
Señor, Padre santo, que por tu Verbo, imagen de tu gloria, has creado el universo
de una manera admirable y de una manera más admirable has hecho de Cristo cabeza
de la Iglesia, haz que, finalmente, por su sangre sean reconciliados contigo todos los
seres del cielo y de la tierra. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Oh Cristo Jesús, imagen visible del Dios invisible y camino, verdad y vida para
el hombre que tiene sed de Dios, concédenos vivir en la contemplación de tu gloria y
haz que, como miembros de tu Cuerpo, contribuyamos a reconciliar todas las cosas
con Dios, tu Padre. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

40
JUEVES I
Laudes
SALMO 56
Literalmente, el salmo 56 es la oración de un perseguido. Los peligros son
gravísimos: el salmista se ve echado entre leones devoradores de hombres, con una
fosa ante sus pies para que caiga en ella. Pero, a pesar de tanto peligro, se siente
seguro, en paz, e incluso es tanta la seguridad que tiene del auxilio de Dios, que se ve
ya librado y entona un canto de acción de gracias: Mi corazón está firme; voy a cantar
y a tocar.
Este salmo puede ser el telón de fondo de nuestra oración, sobre todo por la
mañana, hora de la resurrección de Cristo. Estamos, es cierto, rodeados de peligros y
dificultades; nuestro enemigo, el diablo, ronda buscando a quien devorar, pero nuestra
esperanza tiene su firme fundamento en la contemplación del Señor resucitado.
También él fue tentado, también él vio una red tendida a sus pasos, pero cayeron en
ella sus enemigos, la muerte y el pecado, mientras él experimentó cómo Dios Padre,
desde el cielo, le envió la salvación, arrancándolo del sepulcro. Acrecentemos nuestra
esperanza: de todas nuestras angustias nos librará el Señor (2Tm 3, 11) y despertemos
la aurora de este nuevo día dando gracias a Dios, que nos ha hecho renacer a una
nueva esperanza por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (cf.
1P 1, 3).
Oración I
Envíanos, Señor, tu gracia y tu lealtad, y líbranos de nuestro enemigo, el diablo,
que, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar; haz que, en alegre unión
con tu Hijo resucitado, podamos darte un día gracias ante los pueblos y tocar para ti
ante las naciones, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Elévate sobre el cielo, Dios nuestro, elévate sobre el cielo, gloria nuestra, pues,
cuando en la aurora sales del sepulcro, se desvanecen las tinieblas de nuestra
mortalidad y renace esplendorosa la esperanza de una nueva vida. Tú, que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE JEREMÍAS (31, 10-14)
Jeremías, el profeta de las lamentaciones, es también un profeta de esperanza. En
este cántico se dirige a los deportados a Babilonia y les anuncia un futuro lleno de
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bendiciones de Dios: El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un pastor a
su rebaño y convertirá su tristeza en gozo.
Este anuncio, lleno de esperanza, se dirige hoy a nosotros, que vivimos también,
como Israel en Babilonia, desterrados y en medio de múltiples dificultades, lejos del
gozo sensible de la visión del Señor. Ojalá este oráculo, escrito, como toda la palabra
de Dios, para que con «el consuelo que da mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4),
nos infunda verdadero coraje y llene nuestra jornada de aquel optimismo cristiano que
nos hará capaces, a nuestra vez, «de poder nosotros alentar a los demás en cualquier
lucha, re partiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios» (2Co 1, 4). Sí,
el Señor nos prometió convertir nuestra tristeza en gozo, y su palabra no puede fallar.
Dios nos librará de nuestras tribulaciones, como libró a Israel de la esclavitud de
Babilonia, y nos consolará tan plenamente que vendremos con aclamaciones a la
altura de Sión y nuestra alma no volverá a desfallecer.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la esperanza, por ejemplo: «En Dios pongo mi esperanza» (MD
704) o bien «El Señor es mi pastor» (MD 801).
Oración I
Señor Jesucristo, Pastor de la Iglesia, que con tu muerte y resurrección nos
rescataste de una mano más fuerte, la muerte y el pecado, contempla cómo vivimos
aún, peregrinando y lejos de ti, y consuélanos con tu palabra, para que mantengamos
nuestra esperanza; así, mediante el consuelo con que tú nos consuelas, podremos
también nosotros consolar a los que están en toda tribulación y seremos, como tú nos
lo mandaste, luz del mundo y sal de la tierra. Tú, que vives y reinas por los siglos de
los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, que moriste en la cruz para reunir a los hijos de Dios dispersos y
para que todos los hombres llegaran a ser un solo rebaño bajo un solo Pastor, mira con
amor a los pueblos que aún no te conocen y a los cristianos que vivimos desunidos y
llévanos hacia el trigo y el vino de tu reino, para que tu pueblo pueda saciarse
finalmente de los manjares sustanciosos de tu casa. Tú, que vives y reinas por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 47
En su sentido literal nuestro salmo es un canto de admiración dedicado a
Jerusalén y al Dios que habita en ella y, desde ella, revela su grandeza. Para nosotros,
cristianos, nuestra Jerusalén es la Iglesia; la ponderación de sus bellezas externas, la
evocación de sus victorias nos ha de alentar la esperanza. Como Dios habitó en Sión,
así Cristo habita en la Iglesia; como Dios protegió a Jerusalén, así Cristo protege a la

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Iglesia, esposa amada. En torno a ella se realizará la gran liberación escatológica de la
humanidad.
Entonemos, pues, nuestro himno de alabanza a la madre Iglesia, alegría de toda
la tierra. Y, si se presentan dificultades, confiemos en quien habita en la Iglesia:
Mirad, los reyes se aliaron, pero, al verla, huyeron despavoridos.
Oración I
Señor, digno de alabanza, lo que habíamos oído de Sión lo hemos visto en la
ciudad del Dios de los ejércitos, la Iglesia santa de tu Hijo; haz que la contemplación
de esta ciudad santa acreciente nuestra esperanza; que podamos admirarnos de cómo
los reyes que se alían para atacarla huyen despavoridos, mientras tú, desde tu Iglesia,
altura hermosa, eres la alegría de todos los pueblos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, que has querido que la Iglesia de tu Hijo fuera la alegría de todos los
pueblos, haz que esta Iglesia, monte santo, altura hermosa, haga llegar tu renombre y
tu alabanza hasta el confín de la tierra. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 29
Este salmo, con el que hoy empezamos nuestra oración de la noche, fue, en su
origen, la oración de acción de gracias de un enfermo que acudió a Dios pidiéndole la
salud, y éste se la devolvió. Este enfermo es, por una parte, figura de Cristo, débil y
enfermo en su pasión, bajado a la josa del sepulcro en su muerte, pero a quien el Padre
hizo revivir en la resurrección. Por esta curación, por esta exaltación, Cristo exhorta
hoy a su Iglesia a que, con templando este triunfo pascual, dé gracias al Padre: Tañed
para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; pues el Señor sacó mi vida
del abismo, me hizo revivir cuando bajaba a la fosa.
Por otra parte, este enfermo somos también todos nosotros, rodeados de
innumerables males. Quizás en este mismo día, que ahora finalizamos, al atardecer
nos visita el llanto de nuestros fracasos humanos. Pero, abrámonos a la esperanza;
como Cristo, veremos que el Señor sacará, finalmente, nuestra vida del abismo y en la
mañana de la parusía nos visitará el júbilo. Por ello, digamos, alegres en la esperanza:
Te ensalzaré, Señor, porque, en la esperanza, me has librado, cambiando mi luto en
danzas.
Oración I
Padre amante, Dios clementísimo, no permitas que nuestros enemigos se rían de
nosotros: como sacaste la vida de tu Hijo del abismo y le hiciste revivir cuando bajaba
a la fosa, cambia así también nuestro luto en danzas y, si en el atardecer de este siglo
43
nos visita el llanto, haz que por la mañana de tu retorno nos visite el júbilo y en él
vivamos, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, tú que experimentaste cómo en el atardecer de tu pasión te
visitó el llanto, y el júbilo por la mañana de tu resurrección, haz que no quedemos
desconcertados cuando escondes tu rostro; que, contemplando asiduamente tu misterio
pascual, jamás vacilemos; que, ante las dificultades cotidianas, vivamos en la
esperanza de que cambiarás nuestro luto en danzas, nos vestirás de fiesta y nuestra
alma te cantará sin callarse, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 31
El salmo 31 es una reflexión sapiencial muy apropiada como meditación del fin
de la jornada. El hombre que reconoce y confiesa su pecado, dice el salmista, es
dichoso y será absuelto de su culpa; éste es un camino posible para todos.
Acabamos nuestro día, quizás insatisfechos a causa de nuestras faltas e
infidelidades; reconozcamos y confesemos nuestras debilidades, y Dios nos
perdonará: Mientras callé se consumían mis huesos; pro puse: «Confesaré al Señor mi
culpa», y tú perdonaste mí pecado; dichoso el hombre a quien el Señor ha absuelto de
su culpa.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna
antífona que exprese el arrepentimiento y el deseo de conversión, por ejemplo: «Crea
en mí, oh Señor, un corazón puro» (MD 729), «Sí, me levantaré» (MD 931) o bien
«¡Padre, he pecado contra el cielo y contra ti!» (MD 932).
Oración I
Señor, Dios de misericordia, que has querido que tu Hijo, cargado con nuestros
pecados, subiera al leño, para apartar de nosotros tu indignación, míranos
amorosamente con ojos de padre, a nosotros, que, como hijos pródigos, retornamos a
ti, confesando nuestras culpas, reconociendo nuestros pecados; y haz que, absueltos de
nuestros delitos, encontremos siempre en ti nuestro refugio y nos veamos rodeados de
cantos de liberación. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, Padre santo, tú que absuelves de las culpas y sepultas los pecados al
hombre que no te encubre sus delitos, escucha nuestras súplicas y haz que,
reconociendo nuestro delito, nos sintamos dichosos de tu perdón y nos alegremos y
gocemos contigo, rodeados de cantos de liberación. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

44
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (11, 17 -18; 12, 10b-12a)
El cántico de hoy, entresacado de dos lugares muy distintos del Apocalipsis,
canta el advenimiento del reino de Dios que, aunque tiene que contar aún con luchas y
dificultades, alcanzará finalmente una victoria completa sobre las fuerzas del mal.
La primera y la segunda estrofa son el himno conclusivo de la descripción del
Cordero que, con su muerte y resurrección, fue digno de abrir el libro sellado: el
sentido de la historia y, en concreto, el por qué del sufrimiento de los mártires y de los
justos. Ante este triunfo del Cordero, los ancianos se postran en signo de adoración y
proclaman el reino de Cristo, quien, a pesar de su muerte, ha asumido, finalmente, por
su resurrección, el gran poder y ha comenzado a reinar. Con este triunfo, ha llegado el
tiempo de juzgar a los muertos, dando el premio a los profetas (santos del antiguo
Testamento) y a los santos (mártires cristianos) y a los que temen su nombre (el
conjunto de los cristianos), y de castigar a los que arruinaron la tierra (perseguidores
de la Iglesia).
La tercera y cuarta estrofa son la parte poética de la conocida visión de la mujer
que da a luz a un hijo y que, perseguida, escapa al desierto. Es la comunidad cristiana
que, a pesar de la persecución, sale victoriosa. Los ángeles cantan este triunfo y a él
son asociados los mártires, que no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
El reino de Dios, aunque seguro, contará aún con numerosas luchas antes de
llegar a su triunfo final. No hay, pues, que descorazonarse, no hay que hacer
componendas con estas fuerzas del mal que revestirán formas bien diversas a través de
la historia. Ello sería renunciar a la esperanza cristiana y no tener presente las palabras
del Señor: « En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo»
(Jn 16, 33).
Oración I
Señor Jesucristo, que por tu resurrección has comenzado a reinar y has dado el
galardón a los mártires, que, a semejanza tuya, han derramado su sangre, robustece
nuestra esperanza y haz que ante la lucha no dudemos, sino que confiemos siempre
que, como tú lo has prometido, también nosotros venceremos al mundo y contigo
reinaremos, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, Padre todopoderoso, que, en la muerte y resurrección de tu Hijo, has
precipitado el poder del diablo, el acusador de nuestros hermanos, haz que creamos
siempre que también nuestro morir de cada día, por la palabra del testimonio cristiano,
no es nunca una derrota, sino una victoria que contribuye a la salvación del mundo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

45
VIERNES I
Laudes
SALMO 50
El salmo 50, con el que cada viernes empezamos la oración de la mañana, es,
para la Iglesia, el salmo penitencial por excelencia. Este salmo fue redactado por Israel
en tiempos del exilio o inmediatamente después del retorno de Babilonia, cuando el
pueblo, que tenía muy vivo el sentimiento de que su propia culpabilidad fue la causa
de los sufrimientos del destierro, quiere asumir, para expiarlas, todas las infidelidades
de su propia historia, desde el pecado de David con Betsabé hasta aquellas otras
culpas que originaron el destierro y la destrucción de la ciudad santa: Señor, líbrame
de la sangre (la que derramó David a causa de sus malos deseos); Señor, reconstruye
las murallas de Jerusalén (destruidas a causa de las infidelidades de los reyes de Judá y
de su pueblo).
Podemos rezar hoy el salmo 50 como lo rezó su autor, es decir, asumiendo,
como Iglesia, los pecados de la comunidad cristiana de todos los tiempos e incluso los
de la humanidad entera. Recordemos que somos en el mundo el cuerpo de Cristo y
que también el Señor quiso hacerse él mismo pecado, para destruir en su cuerpo el
pecado del hombre. En comunión con la Iglesia pecadora y Con toda la humanidad,
imploremos, en este viernes de la muerte del Señor, el perdón de nuestros propios
pecados y asumamos en nuestra oración, como lo hizo el Señor en su pasión, los
pecados de todo el mundo, suplicando el perdón de Dios.
Oración I
Por tu inmensa compasión, borra, Señor, nuestras culpas y limpia nuestros
pecados; que tu inmensa misericordia nos levante, pues nuestro pecado nos aplasta; no
desprecies, Señor, nuestro corazón quebrantado y humillado, haz más bien brillar
sobre nosotros el poder de tu Trinidad: que nos levante Dios Padre, que nos renueve
Dios Hijo, que nos guarde Dios Espíritu Santo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios de bondad y de gracia, que, para perdonar el pecado del hombre,
quisiste que tu Hijo, que no conocía el pecado, se hiciera él mismo pecado por
nosotros, mira con amor nuestro corazón quebrantado y humillado y, por la penitencia
de tu Iglesia, concede al mundo entero la alegría de tu salvación. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.

46
CÁNTICO DE ISAÍAS (45, 15-26)
Ante Israel, que se dispone ya a emprender el camino del retorno, porque Ciro
ha vencido a Babilonia, los antiguos opresores, avergonzados, reconocen que Israel
cuenta realmente con un Dios que, escondido hasta entonces, protege realmente a su
pueblo: En verdad, tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador.
Para nosotros, cristianos, este cántico ha de ser un himno de fe y de esperanza.
De fe, porque, aunque a veces el Señor parece no existir o no preocuparse de nosotros
—un Dios realmente escondido, como en el caso del largo destierro de Babilonia—,
confesamos que él es el Señor y no hay otro. De esperanza, porque creemos que,
finalmente, el Señor salvará a Israel con una salvación perpetua, para que no se
avergüencen ni se sonrojen nunca jamás.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la esperanza, por ejemplo: «El Señor es mi fuerza» (MD 647).
Oración I
Dios escondido, Dios salvador, que fabricaste la tierra y la afianzaste, haz que
tus fieles, aun cuando tú parezcas un Dios escondido, Continúen firmes en la
esperanza y que todos los hombres, desde los confines de la tierra, se vuelvan hacia ti
para salvarse y confiesen que sólo tú eres el Señor que tienes la justicia y el poder, por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo Dios nuestro, tú que modelaste la tierra y la fabricaste y has
querido ser un Dios escondido ocultando tu gloria en la cruz, fuerza y sabiduría de los
humildes, escándalo y necedad para los fuertes, abre los ojos a todos los hombres, para
que contemplen tus maravillas y no pongan su esperanza en un dios que no puede
salvar, sino que doblen su rodilla ante ti, diciendo: Sólo tú tienes la justicia y el poder,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 99
El salmo 99 nos invita al gozo y a la alegría. Cristo, victorioso vencedor de la
muerte, es nuestro pastor, y nosotros, sus ovejas, caminamos, tras él y como él, hacia
la resurrección. Aclamemos, pues, al Señor con alegría, y que esta hora, en la que
Cristo entró en su gloria, aumente nuestra esperanza de que también nosotros, ovejas
de su rebaño, entraremos un día por sus puertas con acción de gracias, bendiciendo su
nombre.
Oración I
Cristo Jesús, Señor nuestro, porque tú nos has hecho, nosotros somos tu pueblo y
ovejas de tu rebaño; y, porque sabemos que tu fidelidad dura por todas las edades,

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nosotros queremos servirte con alegría, dándote gracias y bendiciendo tu nombre
ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Somos tuyos, Señor, porque tú eres nuestro Dios y tú nos has hecho; concédenos
servirte siempre con alegría y bendecir tu nombre, hasta que, terminada nuestra
peregrinación terrena, entremos en tu presencia con vítores, confesando que tu
misericordia ha sido eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 40
El salmo 40 es, literalmente, la oración de un enfermo que sufre no sólo
físicamente, sino también moralmente. En su cuerpo padece a causa de la enfermedad;
moralmente sufre a causa de la maledicencia de sus amigos y de la traición del más
íntimo de ellos. Esta oración está enmarcada por una introducción sapiencial, en la que
el enfermo se dirige a los que como él sufren, y por una conclusión de acción de
gracias, en la que canta ya la salud que Dios le devuelve.
Este salmo, rezado en viernes, día de la muerte del Señor, nos invita a ver en este
enfermo al mismo Señor sufriente, tanto más que el mismo Jesucristo se aplicó este
texto a sí mismo, aludiendo a la traición de Judas.
Cristo sufriente, pues, el mismo que afirmó que considerará como hechos a su
propia persona los cuidados que tenemos con los pequeños y pobres, nos invita a la
compasión ante nuestros hermanos necesitados. «Dichoso el que cuida del pobre y des
valido —nos dice con las palabras del salmo—; el Padre lo sostendrá, como me
sostuvo a mí, y en el día aciago lo pondrá a salvo.»
Y, si sufrimos físicamente o si el dolor moral nos aflige, rezar este salmo, unidos
a Cristo, acrecentará nuestra esperanza. También Cristo sufrió, también fue
traicionado, y ahora él, que es el más dichoso de entre los hijos de los hombres, se nos
presenta como paradigma de la acción de Dios: «Después del sufrimiento de una
pasión momentánea, vino el gozo de la alegría eterna; porque el Padre me ama,
aunque haya permitido mis sufrimientos; en esto conozco que Dios me ha amado: en
que mi enemigo no ha triunfado de mí y ahora me veo resucitado.»
Oración I
Señor Jesucristo, tú que por nosotros quisiste ser débil y enfermo, tú que
experimentaste la amargura de ver cómo tu amigo, el que compartía tu pan, fue el
primero en traicionarte, haz que, cuando nos llegue nuestro día aciago, no perdamos la
confianza de que, como tú fuiste sostenido por tu Padre, así nosotros conoceremos que
Dios nos ama y veremos que nuestros enemigos no triunfan de nosotros. Tú, que vives
y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
48
Oración II
Señor Dios, apiádate de nosotros, que hemos pecado contra ti; ponnos a salvo en
el día aciago, calma los dolores de nuestras muchas enfermedades, haz que nuestros
enemigos, el desánimo, el pecado, la muerte, que nos desean lo peor y nos hablan con
fingimiento, no triunfen de nosotros; que conozcamos que tú nos amas en que nos
sostienes en el lecho del dolor y quieres mantenernos siempre en tu presencia. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 45
Sobre un horizonte de guerras y de desastres frecuentes, los israelitas ven a Sión
como una ciudad fuerte e invencible, porque Dios habita en ella y por esto, pase lo que
pase, aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen, teniendo a Dios en medio,
nada les puede atemorizar. A los cristianos de nuestro tiempo nos es necesaria la
confianza plena expresada en este salmo. No todo va bien, ni en el mundo ni en la
Iglesia.
Algunos de los males de nuestros días, con frecuencia, nos atemorizan en
exceso; las injusticias del mundo, las infidelidades de muchos en la Iglesia nos pueden
parecer dificulta des aptas para descorazonar incluso a los más fuertes. Pero no,
aunque hiervan y bramen las olas, «más potente que el oleaje del mar, más potente en
el cielo es el Señor» (Sal 92, 4). Por eso la Iglesia, sabiendo que Dios está en ella, no
vacila y sabe esperar contra toda esperanza.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la confianza, por ejemplo: «En Dios pongo mi
esperanza» (MD 704) o bien «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti» (MD 736).
Oración I
No tememos, Señor, aunque tiemble la tierra, porque sabemos que nuestro
alcázar eres tú, que tú estás con nosotros y nos socorres como poderos defensor en el
peligro; haz que crezca siempre esta nuestra esperanza hasta que un día podamos
contemplar, cara a cara, tus maravillas, en tu alegre ciudad, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, fuerza y refugio de tu pueblo, tú que en la adversidad proteges a
quienes en ti esperan y en la prosperidad los defiendes, escucha las súplicas de tus
fieles y haz que, realizando fielmente tu voluntad, merezcamos ser siempre
escuchados por ti. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (15, 3 -4)
Nuestro cántico es la parte poética de una visión en la que se contemplan a los
mártires cristianos, los cuales, de pie sobre la bóveda del cielo y después de haber

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vencido en la persecución, se asemejan a los hijos de Israel que, pasado el mar Rojo,
entonaron su cántico de victoria contemplando la derrota del faraón. Este cántico nos
invita, pues, a tomar parte en una liturgia celeste con los mártires. Cantemos el cántico
de Moisés y de los hijos de Israel.
Admiremos e imitemos la fe expresada en este himno, que, en medio de la más
dura persecución romana, sabe ya entrever el triunfo de la causa de Dios y se goza de
la victoria mesiánica. Esta victoria no consiste en la destrucción del enemigo, sino en
su incorporación al reino de Dios: Porque vendrán todas las naciones (los
perseguidores paganos) y, con nosotros, se postrarán en tu acatamiento.
Oración I
Acrecienta en nosotros, Señor, la fe en la victoria inaugurada por tu Hijo, y
concede a todos los perseguidores de tu Iglesia postrarse, alegres, en tu acatamiento y
contemplar, con gozo, cómo tus juicios de salvación se hacen manifiestos a todos los
hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Oh Rey de los siglos, Señor Dios omnipotente, que en la Pascua de tu Hijo has
inaugurado la nueva alianza, haz que, con nuestro esfuerzo en anunciar el Evangelio a
los pueblos, apresuremos el día en que todas las naciones se postren en tu acatamiento
y proclamen que tú solo eres santo y que tus caminos han sido verdaderos y justos. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

50
SÁBADO I
Laudes
SALMO 118, 145-152
El salmo 118 es un canto a la Ley, de un piadoso israelita que vive en un
ambiente de indiferencia religiosa, muy parecido a muchos de nuestros ambientes
actuales. La Ley significa, para él, la revelación, las promesas, la palabra misma de
Dios que se dirige a su pueblo. Empezar el día con este salmo significa profesar que
también nosotros ponemos en Dios nuestra delicia; y ello a pesar de que el ambiente
procura olvidar a este Dios, para vivir cada uno de cara a sus propios intereses. «
Señor, me adelanto a la aurora esperando tus palabras; en ellas quiero cimentar toda
mi vida. Conozco las dificultades, los enemigos que, con esta actitud, me ganaré: Ya
se acercan mis inicuos perseguidores. El mundo nos odiará y nos rechazará, pero, si
los perseguidores se acercan, tú, Señor, estás más cerca aún y con tus mandamientos
me darás vida, y una vida muy superior a la que el mundo, con sus riquezas, podría
ofrecerme.»
Oración I
Señor, tú estás cerca de los que te invocan, escucha, pues, la oración de quienes
se adelantan a la aurora pidiendo tu auxilio y salva a los que se adelantan a las vigilias
meditando tu promesa. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Nos hemos adelantado, Señor, a la aurora, esperando tus palabras y meditando tu
promesa; respóndenos, Señor, y haz que, si durante esta jornada nuestros inicuos
perseguidores se acercan y nos tientan presentándonos lazos para hacernos caer,
tengamos el gozo de experimentar que tú, Señor, estás más cerca que ellos. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE MOISÉS (Ex 15, 1 -4. 8-13. 17-18)
La salida de Egipto y el paso del mar Rojo fueron vividos e idealizados por
Israel, como la epopeya nacional y religiosa que dio nacimiento al pueblo de Dios.
Siguiendo esta pedagogía que el mismo Dios nos dio al querer que esta poética
epopeya fuera incluida como parte de la Biblia, la Iglesia cristiana, desde la
antigüedad, se ha servido de esta narración, llena de imágenes, para cantar el triunfo
de Cristo y de la Iglesia sobre el pecado y el poder del mal. El Faraón y su ejército
personifican el pecado y la muerte que esclavizan al hombre; mientras que el pueblo
51
de Israel, que sale incólume de las aguas del mar Rojo, es símbolo del pueblo nacido
en las aguas del bautismo. Ya el autor del Apocalipsis, en su visión del triunfo de los
santos sobre la idolatría del Imperio romano, nos dice, refiriéndose a este himno de
victoria, que «los que habían vencido a la bestia cantaban el cántico de Moisés, el
siervo de Dios» (Ap 15, 2-3).
Cantemos, pues, al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado
en el mar; ha vencido el pecado, por el bautismo, y la muerte, por la resurrección de
Jesucristo y la esperanza de la resurrección universal.
Que nuestro entusiasmo por la victoria de la mañana de Pascua no sea, pues,
inferior al entusiasmo de Israel en su cántico por la victoria sobre el Faraón y su
ejército.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la alegría por la victoria, por ejemplo: «Por siempre yo
cantaré tu nombre, Señor» (MD 709), «Cantemos al Señor, sublime es su victoria»
(MD 737) o bien «Mi fuerza y mi poder es el Señor».
Oración I
Señor, tú que en la resurrección de tu Hijo has manifestado la sublimidad de tu
victoria, no olvides de guiar con misericordia a tu pueblo rescatado; tú que en otro
tiempo quisiste que el Faraón y su ejército se hundieran como plomo en las aguas
formidables, destruye también el poder de nuestros enemigos, la muerte y el pecado, a
fin de que tu pueblo alcance victorioso el Santuario que fundaron tus manos y pueda
cantar eternamente que tú, Señor, reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que eres un guerrero, sublime por tu victoria, renueva hoy, en bien de
tu pueblo, las antiguas maravillas que en otro tiempo realizaste en favor de Israel: tú
que hundiste como plomo en las aguas formidables al Faraón y a su ejército y, de una
manera semejante, destruiste la muerte y el pecado en las aguas del bautismo, haz que
quienes han renacido por el sacramento de la muerte y resurrección de tu Hijo
consigan también la plena victoria sobre la muerte y, plantados en el monte de tu
heredad, canten tu victoria, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 116
El salmo 116 es una doxología por las maravillas que Dios ha realizado en
medio de su pueblo: Firme ha sido su misericordia con nosotros. Y, como entre todas
estas maravillas de Dios la resurrección de Jesucristo es la culminación de todas, por
ello precisa mente este salmo encuentra en la hora de Laudes su momento más
apropiado. Que todo nuestro ser bendiga, pues, a Dios, cuya fidelidad a sus antiguas
pro mesas de protección a su pueblo ha sido firme, se ha manifestado a nosotros y
dura por siempre.

52
Oración I
Señor, Dios eterno y todopoderoso, que, para mostrar tu fidelidad, has ratificado
las promesas hechas a los patriarcas y, para manifestar tu misericordia, has querido
también que los pueblos gentiles aclamaran tu nombre, reúne en tu Iglesia a los
hombres de todas las naciones y de todos los pueblos a fin de que, unidos en un
mismo espíritu, aclamen tu misericordia y tu fidelidad, ahora y por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, a quien alaban todas las naciones y aclaman todos los pueblos, te
pedimos humildemente que tu fidelidad para con nosotros dure por siempre y tu
misericordia alcance todas las naciones. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

53
DOMINGO II
I Vísperas
SALMO 118, 105-112
Después de una semana, llena probablemente de luchas, tentaciones y
dificultades, esta celebración nos introduce en el domingo, figura y anticipo de aquel
día sin dolor ni llanto ni aflicción, que, precisamente porque ya no pertenece a esta
creación, fue llamado por los Padres «día octavo», es decir, día que no cuenta entre los
siete de la primera creación y que es inicio de un mundo nuevo.
Puesto en el umbral del domingo, el fragmento del salmo 118 que vamos a
escuchar puede darnos el sentido pleno de nuestro día festivo. El autor del salmo es un
joven y piadoso israelita que se encuentra rodeado de indiferencia religiosa y nos hace
participar de sus sentimientos, manifestándonos su propia experiencia: «¡Estoy tan
afligido! Mi vida —la vida de mi integridad religiosa— está siempre en peligro, por
que los malvados constantemente me tienden un lazo. Pero yo —dice al Señor—
encuentro siempre luz en tu palabra, ella es una lámpara para mis pasos; iluminado por
ella, aunque las tentaciones sean recias, yo no me desviaré de tus decretos.»
El domingo será para nosotros y para todos los cristianos el día de la palabra
amorosamente escucha da y meditada. Rodeados durante la semana de enemigos, al
empezar el domingo nos disponemos a colocar la lámpara de la palabra divina ante
nuestros ojos; ella iluminará nuestros pasos y así nosotros, aunque se presenten
dificultades numerosas, llegaremos a poseer la alegría de nuestro corazón, nuestra
herencia perpetua, inaugurada por la resurrección de Cristo en el primer domingo que
vivió la humanidad.
Oración I
Que tu palabra, Señor, sea lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero;
que, iluminados por ella, nunca nos desviemos de tus decretos por muchos que sean
los lazos que nos tienda el enemigo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Los malvados, Señor, nos tienden constantemente su lazo; no permitas que
olvidemos tu voluntad; que tu palabra sea luz para nuestros pasos y que, iluminados
por ella, lleguemos a poseer, en el domingo definitivo de la vida eterna, la alegría de
nuestro corazón, nuestra herencia perpetua. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

54
SALMO 15
Literalmente, el salmo 15 es la plegaria de un justo que vive rodeado de
paganos, que sirven a otros dioses, y de israelitas, que, cediendo ante la tentación de la
cultura superior del pueblo que les rodea, mezclan el culto al Dios verdadero con los
cultos idolátricos. Todos ellos multiplican las estatuas de dioses extraños; el autor de
nuestro salmo, en cambio, quiere permanecer total y únicamente fiel al Dios
verdadero: Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen, no derramaré sus
libaciones con mis manos.
Ya en este sentido original, nuestro salmo es una oración muy apropiada para
quienes, en el bautismo, hemos renunciado a todo para servir al único Dios verdadero
y, en muchas ocasiones, hemos renovado nuestro compromiso bautismal. También es
una oración muy propia para los que, en la profesión religiosa, han dicho a Dios: El
Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Pero el salmo 15, sobre todo colocado como canto de inauguración del domingo
en estas I Vísperas del día de la resurrección, nos evoca de una manera muy intensa,
como lo indica ya san Pedro el día de Pentecostés (cf. Hch 2, 25-28), el recuerdo de
Jesús, el plena mente fiel al Padre, el que no siguió dioses extraños ni cedió cuando se
trataba del amor al Padre. Por eso, el Padre no dejó a su fiel conocer la corrupción del
sepulcro, sino que le enseñó el sendero de la vida y le sació de gozo en su presencia.
Que este salmo, pues, nos afiance en nuestra fidelidad bautismal ante cualquier
tentación, y, en este domingo, nos recuerde a Jesús resucitado de entre los muertos,
dándonos la esperanza de que también nosotros, como él, seamos saciados de gozo en
la presencia de Dios. Que, con esta esperanza, nuestra carne descanse serena.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la confianza, por ejemplo: «El Señor es mi fuerza» (MD
647) o bien «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti» (MD 736).
Oración I
Protégenos, Señor Jesús, que nos refugiamos en ti, y lleva a plenitud en nosotros
tu designio de vida y de salvación; concédenos que, iluminados con el gozo de tu
resurrección, encontremos, un día, en tu presencia, con todos los santos, la alegría
perpetua, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios nuestro, que, en tus inescrutables designios, diste a tu Hijo en
heredad la copa de una muerte amarguísima, pero no dejaste a tu fiel conocer la
corrupción, sino que le enseñaste el sendero de la vida, haz que también nosotros
busquemos solamente en ti nuestra heredad y podamos por ello gozar, en el día de la
resurrección universal, de alegría perpetua a tu derecha. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

55
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS FILIPENSES (2, 6 -11)
Véase domingo I, I Vísperas (p. 16).

Laudes
SALMO 117
El salmo 117 evoca la historia de la victoria de un rey e incluye una liturgia de
acción de gracias. Un personaje importante —probablemente, el rey o el pueblo
entero, personificado en este personaje— ha tenido que librar una fuerte batalla contra
el enemigo. El combate ha sido recio y el peligro grande; la misma vida ha estado en
trance: Todos los pueblos me rodeaban, cerrando el cerco; me rodeaban como avispas
y empujaban para derribarme. Ante tales dificultades, se acudió al Señor, y el Señor
mostró su poder: En el peligro grité al Señor. El Señor me castigó, pero no me entregó
a la muerte, me escuchó.
Por ello se celebra esta fiesta de acción de gracias, esta procesión jubilosa al
templo, que constituye el segundo tema del salmo. Todo el pueblo se dirige al templo
con cantos de acción de gracias. El Señor manifiesta realmente su poder en la guerra:
Éste es el día en que actuó el Señor; dad, pues, gracias al Señor, porque es eterna su
misericordia. Al son de estos cantos de acción de gracias, la procesión llega al templo,
para celebrar una liturgia de acción de gracias: Abrid- me las puertas del triunfo (del
templo), y entraré para dar gracias al Señor. Israel era, ciertamente, insignificante ante
el poder de los enemigos, pero la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular. Dios ha bendecido con la victoria al débil, y por ello los sacerdotes,
desde el templo, repiten esta bendición sobre la procesión que avanza: Bendito el que
viene en nombre del Señor.
Para los cristianos, esta lucha y esta victoria evocan el misterio pascual de Jesús,
luchando en la pasión y triunfando en la resurrección. El Señor mismo, a las puertas
de su muerte, aplicó este salmo a su persona: «¿No habéis leído nunca en la Escritura:
“La piedra que desecharon los arquitectos...”?» (Mt 21, 42). Las turbas aplicaron a
Jesús este canto en el domingo de ramos: «Bendito el que viene en nombre del Señor»
(Mt 21, 9).
Los apóstoles, en su predicación, confirma ron esta interpretación (cf. Hch 4, 11;
cf. 1P 2, 4). No es extraño, pues, que en todas las liturgias este salmo haya venido a
ser un salmo dominical y pascual. A nosotros, recitado en la primera hora del
domingo, debe invitarnos a una oración contemplativa del triunfo pascual y a la acción
de gracias por el mismo. El salmo nos evoca la voz del Señor en la lucha de su pasión:
«Todos los pueblos me rodeaban, cerrando el cerco; me rodeaban como avispas y
empujaban para derribarme, pero acudí con lágrimas y súplicas al Padre (Hb 5, 7), y el
Señor, si bien me castigó en la cruz, cargando sobre mí el pecado del mundo, no me
entregó a la muerte definitiva, y me escuchó.» Por eso, el domingo resuena en todas
las comunidades cristianas con cantos de victoria y acción de gracias.

56
Escuchad, hay cantos de victoria: «La diestra del Señor es pode rosa.» No he de
morir, viviré; porque el Señor, cual vencedor, sube al templo, a su gloria, a dar gracias
al Padre —abridme las puertas del triunfo, ordenad una procesión con ramos, que la
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular-.--; y la Iglesia, con
Cristo, evoca este triunfo y se une a esta acción de gracias.
Es recomendable que la recitación de este salmo sea distribuida entre diversos
lectores, que representen a los diversos personajes que intervienen en él: «el rey», «el
cronista», «los levitas» del templo, «el pueblo». Sólo así se logrará dar a este salmo
todo su realismo, sólo así se llevará a los que celebran las Laudes dominicales a la
contemplación gozosa de la resurrección.
Es conveniente que las partes del salmo correspondientes al pueblo sean cantadas;
para ello se pueden usar las estrofas «Dad gracias al Señor» y «Éste es el día en que
actuó el Señor» de la célebre melodía del salmo de M. Manzano.
De una forma más completa, puede recitarse este salmo según la disposición que
figura en D. Cols, Celebración cantada de la Liturgia de las Horas, pp. 108-112.
Pero, en este caso, aconsejaríamos que, si hay celebrante, éste recitara las partes
aplicadas a Cristo (en el esquema del citado libro se asignan al salmista II), y que el
salmista II recitara algunas partes del cronista (en el esquema del citado libro se
asignan al celebrante).
Oración I
Señor, tú que nos has dado en el domingo un día de gozo exultante, porque en él
Cristo Jesús, la piedra que desecharon los arquitectos, ha venido a ser la piedra
angular del edificio espiritual, concede a nuestras asambleas cristianas celebrar cada
domingo, con cantos de victoria, el triunfo singular de tu Hijo resucitado. Que vive y
reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Dios Padre, lleno de bondad, que en este día del domingo quieres que se
escuchen cantos de victoria en las tiendas de los justos, haz que la Iglesia, unida al
triunfo de tu Hijo, sea para todos los hombres piedra angular y puerta de triunfo: para
que el mundo, cimentado sobre esta piedra, tenga también parte, con tu pueblo, en la
victoria de Cristo sobre el dolor y la muerte. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES (Dn 3, 52-57)
La escena de los tres jóvenes en el horno de Babilonia es una de las páginas del
antiguo Testamento que más ha usado la Iglesia desde los tiempos primitivos, como lo
prueba ya la antigua iconografía de las cata cumbas.
La comunidad cristiana —sobre todo la que vivió las grandes persecuciones de
los comienzos— veía en los jóvenes martirizados por el rey, que, en medio de las
llamas y como si no sintieran el tormento del fuego, cantaban unánimes a Dios, una
imagen evocadora de la actitud de la Iglesia. Perseguida por los poderes del mundo,
sometida a los sufrimientos del martirio, la comunidad de Jesús se siente como
57
refrigerada por una suave brisa, que no es otra sino la esperanza que le infunde la
contemplación del Resucitado. También él fue perseguido y martirizado y, tras un
breve sufrir, venció la muerte y ahora se sienta, feliz y glorioso, a la derecha del
Padre.
La Iglesia de nuestros días necesita también este aliento; el domingo que
estamos celebrando quiere infundirnos esta esperanza. Por muchos que sean los
sufrimientos y las dificultades, el recuerdo de la resurrección, que hoy celebramos los
cristianos, debe constituir como una brisa refrescante que, transportándonos en la
esperanza al reino escatológico, donde Cristo reina, nos impida sucumbir ante la
tristeza y nos haga vivir tranquilamente dedicados a la alabanza, como los tres jóvenes
del horno de Babilonia.
Oración I
Señor Dios todopoderoso y eterno, acepta la alabanza de tu Iglesia que, en esta
celebración matutina del día de la resurrección de tu Hijo, se siente recreada por la
esperanza de su futura gloria; que en medio de las dificultades y sufrimientos,
desterrados aún y lejos de ti, te glorifiquemos con todas tus criaturas del cielo y de la
tierra, esperando que un día podremos unir nuestros cantos a los del cortejo victorioso
del Cordero que venció y reina ahora contigo, en medio de la asamblea de los santos,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que mitigaste las llamas del horno ardiente para que los tres jóvenes no
sintieran el tormento de las llamas y permanecieran en tu fidelidad, protege también
hoy a tu pueblo para que, en medio del fuego de la tentación y del desánimo, no deje
de cantar tu gloria con todas las criaturas, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 150
Alabar al Señor por sus obras magníficas es particularmente apropiado a esta
hora y en este día, en que celebramos la mayor de estas obras magníficas, que nosotros
conocemos mejor aun que el salmista, es decir, la resurrección de Cristo,
manifestación y comienzo de la resurrección universal.
Oración I
Te alabamos, Señor, por tus obras magníficas, porque en este día has sacado de
entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesucristo; que todo ser
que alienta alabe tu nombre, Señor, ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.

58
Oración II
Te alabamos, Señor, en tu templo, tocando trompetas, y con arpas y cítaras; haz
que esta nuestra alabanza, unida a la de todos tus santos, perdure por los siglos de los
siglos.
R. Amén.

II Vísperas
SALMO 109, 1-5. 7
Véase domingo I, II Vísperas (p. 20).
SALMO 113 B
Israel, probablemente en el tiempo que siguió al destierro, se sentía como
humillado en su fe religiosa. Parecía como si los pueblos vecinos tuvieran dioses más
poderosos que Yahvé, pues la situación de es tos pueblos era más próspera que la del
pueblo de Israel. En este contexto, se compone el salmo 113, como acto de fe en el
poder de Yahvé frente a los dioses extranjeros.
La tentación de creer que hay dioses más poderosos que nuestro Dios no es una
cosa ya superada; también nuestro tiempo tiene sus divinidades, en las que no pocos
ponen su confianza: el dinero, el poder, los proyectos humanos, los ideales políticos,
el progreso del mundo y de la ciencia, los planes propios. El domingo es el día
bautismal —muchos cristianos han recibido hoy el baño del nuevo nacimiento— y por
ello puede llevarnos fácilmente al recuerdo de nuestros compromisos bautismales. En
las renuncias del bautismo, «abandonamos los ídolos para servir al Dios vivo» (lTs 1,
9). Que el salmo que ahora rezaremos renueve nuestra fidelidad a los compromisos
bautismales: Los ídolos del mundo son plata y oro, hechura de manos humanas; Israel,
confía en el Señor: sólo él es su auxilio y su escudo.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la adhesión al Señor, por ejemplo: «Tu reino es vida, tu
reino es verdad» (MD 823) o bien «El auxilio me viene del Señor», sólo el estribillo
(MD 840).
Oración I
Oh Dios inmenso, que hiciste el cielo y la tierra y has creado al hombre a tu
imagen y semejanza, para que dominara la creación y, al contemplar tu obra, adorara
al que la ha creado, haz que nosotros, tus hijos, no adoremos nunca la hechura de
nuestras manos, sino que te bendigamos únicamente a ti, ahora y por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios nuestro, siempre fiel en el amor, haz que tu Iglesia no confíe nunca
en ídolos, hechura de manos humanas, sino que ponga siempre en ti su esperanza y,
59
anhelando el retorno de Jesús al fin de los tiempos, bendiga tu nombre, ahora y por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (cf. 19, 1 -7)
Véase domingo I, II Vísperas (p. 23).

En los domingos de Cuaresma:

CÁNTICO DE PEDRO (1P 2, 21b-24)


Véase domingo I, II Vísperas (p. 24).

60
LUNES II
Laudes
SALMO 41
El salmo 41 es la súplica dolorosa de un levita desterrado. Alejado de Dios y del
templo, en nada puede encontrar descanso, sino en el recuerdo de las celebraciones
litúrgicas y en la esperanza de que volverá a tomar parte en ellas: Desahogo mi alma
recordando otros tiempos: cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de
Dios; pero, ¿por qué te acongojas, alma mía? Volverás a alabar a Dios.
Pasada la alegría del domingo, empezamos ahora un nuevo día de trabajo, una
nueva jornada de quehaceres. Dios nos ha dado la luz, el trabajo, los proyectos..., pero
todo ello es poco para quien ha gustado «qué bueno es el Señor» (Sal 33, 9). Por eso,
por lo menos a la luz de la fe, estos dones no son suficientes. Mi alma tiene sed de
Dios y, si Dios se esconde, las lágrimas serán mi pan. El salmo 41, contemplado y
profundizado, dará sentido y paz incluso a nuestra se quedad y noche oscura. El
recuerdo de los favores pasados —entre ellos el de la celebración del domingo, tan
reciente aún— será nuestro consuelo: Recuerdo cómo marchaba hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo, y desahogo mi alma conmigo. La esperanza de un domingo sin
fin en la contemplación del Resucitado será nuestro aliento: Espera en Dios, que
volverás a alabarlo en aquel lugar donde ya no habrá más ni dolor ni llanto ni muerte.
Oración I
Que se manifieste, Señor, tu poder sobre nosotros y no se acongoje más nuestra
alma; que tus torrentes y tus olas se calmen y, a la tempestad de tu cólera, seguirá la
bonanza de tu perdón; que, teniendo siempre sed de ti, como busca la cierva corrientes
de agua, podamos finalmente gozar un día de la claridad de tu presencia, por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, fuente de toda vida y principio de todo bien, que, por el agua
del bautismo, nos has llamado del abismo del pecado al abismo de tu misericordia, no
nos olvides mientras peregrinamos, lejos de tu rostro, anhelando tu presencia; no dejes
insaciada nuestra alma que tiene sed de ti, antes danos el consuelo de tu amor; que,
saciados por tu palabra, no desfallezcamos en el camino y podamos entrar después de
la muerte a ver el rostro de Dios Padre y gocemos de tu presencia, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.

61
CÁNTICO DE JESÚS, HIJO DE SIRA (36, 1 -7. 13-16)
La plegaria que vamos a hacer hoy fue compuesta poco antes de la terrible
persecución de Antíoco Epífanes y de la sublevación de los Macabeos.
Podemos decir que es la oración emocionada de un pueblo que se siente
amenazado, en sus tradiciones religiosas y en sus más profundas convicciones, por
una nación enemiga y políticamente más fuerte y poderosa. Pero, al mismo tiempo,
este texto es una plegaria que deja traslucir la esperanza de que Dios renovará sus
antiguos prodigios a favor de Israel y hará nuevamente visible aquel brazo poderoso
que en otros tiempos condujo a los hijos de Israel hacia la libertad.
Han pasado muchos siglos desde que esta plegaria se dijo por vez primera, pero
su contenido continúa siendo de gran actualidad. Por eso el Espíritu quiso que se
consignara en las Letras santas para que el pueblo de Dios de todos los tiempos tuviera
un modelo de oración. Hoy la comunidad cristiana vive también en el mundo como en
un destierro, y muchos creyentes sufren también ante el ambiente de indiferencia
religiosa que amenaza frecuentemente sus más profundas convicciones. Pidamos,
pues, humildemente, con este texto, que el Dios del universo nos salve, que renueve
los prodigios y repita los portentos, para que los pueblos sepan, como nosotros lo
sabemos, que no hay Dios fuera de él; que el Señor haga que el pueblo que lleva su
nombre sea como un signo levantado, entre las naciones, que reúna a todas las tribus
del nuevo Jacob, como antiguamente, para que los hombres todos crean en el Padre y
en aquel a quien el Padre ha enviado.
Oración I
Contempla, Señor, nuestras penas y dificultades y ten compasión del pueblo a
quien nombraste tu primogénito; muestra tu gloria en nosotros y no permitas que el
pueblo que lleva tu nombre y que tú elegiste para que anunciara tus maravillas se
sienta como descorazonado y deje de confesar ante el mundo que no hay Dios fuera de
ti. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Contempla, Señor, a tu Iglesia, el nuevo Israel que lleva tu nombre; las
dificultades nos atemorizan, la poca fidelidad a tu mensaje nos ha dividido; renueva,
pues, tus antiguos prodigios, robustece tu brazo, y nos sentiremos confortados; reúne
todas las tribus de Jacob en una única Iglesia, y daremos así testimonio de tu nombre y
todos sabrán, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti y de tu enviado,
Jesucristo, nuestro Señor. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 18 A
La mañana, con su luz, y el día que renace, con su claridad, nos evocan los
comienzos de la creación, cuando, a través de las criaturas, a toda la tierra empezó a
alcanzar el pregón del Creador. Y el sol, que sale como el esposo de su alcoba al

62
empezar este nuevo día, nos recuerda también al Sol de justicia, Cristo el Señor, que,
en la primera hora de la mañana, salió de las tinieblas del sepulcro para re correr su
camino de salvación universal. Demos gracias a Dios y proclamemos su gloria por el
don de la creación y por el sol que ilumina nuestro día; pero más aún porque Cristo,
luz verdadera que ilumina a todo hombre, resplandece sobre nosotros y asoma por un
extremo del cielo y llega al otro extremo sin que nada se libre de su calor.
Oración I
El cielo, Señor, proclama tu gloria y su mensaje alcanza hasta los límites del
orbe; que nuestro espíritu sepa descubrirte en tus obras y que, a través de ellas,
alcancemos tu conocimiento y tu alabanza, Dios nuestro, autor de todos los bienes.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Contemplando el cielo, el firmamento que han creado tus manos, sentimos
nuestro ser de criaturas pequeñas en la magnitud de tu creación; el día que acaba de
nacer nos proclama tu gloria; en el sol que sale de su alcoba vemos tu imagen, Señor,
como la del esposo que sale de su alcoba, como la del héroe que recorre su camino. A
ti, Señor, la gloria por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 44 (I y II)
El salmo 44 literalmente es un epitalamio en honor de un rey de Judá, que se
desposa con una princesa extranjera. La primera parte del salmo canta la belleza y
cualidades del joven esposo; la segunda es una exhortación a la nueva princesa para
que ame al rey, se sienta feliz por el matrimonio que le ha tocado en suerte y olvide,
ante tanta dicha, toda su vida anterior.
Cuando Israel ya no tuvo reyes aplicó este antiguo salmo al desposorio del
pueblo elegido con Yahvé, su nuevo y único Rey. La Iglesia cristiana, en esta misma
línea y desde muy antiguo, usó este canto nupcial para cantar las bodas de Cristo con
su Iglesia y también para describir la vocación de María y de las vírgenes cristianas,
personalización la más acabada del amor nupcial de la Iglesia hacia Cristo.
Hoy este salmo, pues, nos ha de servir de poema de amor en honor de Cristo,
nuestro esposo. En su primera parte —aquella que, en su sentido original, estaba
consagrada al esposo—, cantaremos, con las palabras del salmo, la belleza y la
victoria pascual de Cristo y el amor con que el Padre lo ama: Eres el más bello de los
hombres; los pueblos se te rinden, se acobardan los enemigos del rey (la muerte y el
pecado); el Señor, tu Dios, te ha ungido. La segunda parte del salmo —la que en el
texto original se dedicaba a la esposa— la hemos de escuchar como una exhortación a
la fidelidad y al amor de Cristo, el esposo verdadero de la Iglesia, dirigida a la Iglesia
63
y a cada uno de nosotros: Olvidemos nuestro pueblo y la casa paterna; a cambio de
nuestros padres (los bienes que habremos dejado) tendremos hijos, que serán
príncipes, es decir, que serán bienes imperecederos.
Es recomendable que la primera parte de este salmo sea cantada o declamada a dos
coros, como un himno a Cristo; y que la segunda parte sea proclamada por un
salmista y escuchada por la asamblea como una exhortación dirigida a la comunidad
cristiana, esposa de Cristo.
Oración I
Señor Jesús, esposo de la Iglesia, tú, el más bello de los hombres, tú, el que
victorioso en tus batallas has realizado proezas en tu Pascua, acobarda también ahora a
tus enemigos, la muerte y el pecado; haz que la Iglesia, prendada siempre de tu
belleza, olvide su pueblo y la casa paterna, se postre ante ti, que eres su Señor, y viva
el gozo inmenso de tu contemplación Tú, que vives y reinas por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, ungido por Dios Padre como rey de los hombres, que, al tomar
nuestra carne mortal, te has desposado con la humanidad, haz que nosotros, como
esposa amante, inclinemos siempre hacia ti nuestro oído, olvidando, por tu amor,
nuestro pueblo y nuestra casa paterna, que, a través de nuestro peregrinar cotidiano,
caminemos, con alegría y algazara, hacia tu palacio real y, llegados a él, te alabemos,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS EFESIOS (1, 3 -10)
Véase Lunes I, Vísperas (p. 29).

64
MARTES II
Laudes
SALMO 42
Alejado del templo, exiliado en tierra pagana, un le vita expresa en este salmo su
nostalgia por el templo y por su Dios, y espera confiado, pero no sin gran angustia, el
día del retorno, para poder participar de nuevo, sin que se lo impidan sus enemigos, en
la liturgia del templo.
Este salmo, recitado por la comunidad cristiana al comienzo de un nuevo día,
quiere ayudar a la Iglesia en su ascensión hacia Dios. La Iglesia vive en el mundo,
pero no es del mundo. Dificultades numerosas nos rodean y, con frecuencia, nos hacen
andar sombríos, hostigados por el enemigo que menosprecia nuestra sed de Dios. Dios
mismo, a veces, guarda silencio en noches oscuras que desconciertan —tú, que eres
mi Dios y protector, me rechazas—, pero todo ello no es suficiente para hacernos
dudar de Dios y apagar nuestra esperanza: ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te
me turbas? Espera en Dios, que volverás a ala bario y, sin enemigos que te lo impidan,
gozarás de él en la mañana sin noche de la eternidad.
Oración I
Te pedimos, Dios todopoderoso, a ti que eres la fuente de la luz verdadera y de
la esperanza inconmovible, que envíes tu verdad a nuestros corazones y tu luz a
nuestro espíritu, para que no nos acongojemos nunca ante las dificultades del destierro
y mantengamos firme la esperanza de poseerte eternamente. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, tú que en la mañana de Pascua
colocaste en el trono de tu gloria a tu Unigénito destrozado en la cruz a causa de
nuestro pecado, no nos abandones para siempre en manos de nuestro enemigo, antes
haznos dignos de acercarnos a tu altar, para que podamos darte gracias al son de la
cítara y adorarte en espíritu y en verdad, en el monte santo de tu gloria, por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE EZEQUÍAS (Is 38, 10 -14. 17-20)
El cántico de hoy, que la redacción actual del libro de Isaías pone en boca del
piadoso rey Ezequías, es la oración de un enfermo que se siente llegado ya a las
puertas de la muerte: «En medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del
65
Abismo; ya no me será posible asistir a las solemnes liturgias del templo; ya no veré
más al Señor en la tierra de los vivos, porque levantan y enrollan mi vida como el
vendaval arrebata una tienda de pastores.» Ante tamaña desgracia, el enfermo acude a
Dios y ora, sus ojos, mirando al cielo, se consumen, esperando, contra toda esperanza,
que el Señor intervendrá finalmente devolviéndole la anhelada salud. Dios escuchó a
este enfermo —este cambio de escena constituye la segunda parte de nuestro
cántico— y le devolvió la salud: Me has curado; detuviste mi alma ante la tumba
vacía. Por eso entona un cántico de acción de gracias: Los vivos son quienes te alaban,
como yo ahora.
Cuando este texto fue escrito la fe en la resurrección aún no había arraigado en
el pueblo de Israel. Nosotros, que conocemos mejor que el salmista el plan de Dios,
que incluye la resurrección final, podemos hacer nuestra, con mayor plenitud si cabe
que el propio autor de este texto, el contenido de esta oración y de esta acción de
gracias. Si es verdad que nuestra naturaleza mortal nos lleva hacia la muerte y,
mientras más avanza nuestra edad, más sentimos el peso de los años —tengo que
marchar hacia las puertas del Abismo, me privan del resto de mis años—, con todo, la
resurrección de Cristo, que celebramos cada mañana en la hora de Laudes, nos asegura
que tendremos una curación más plena que la del enfermo, autor de nuestro canto:
Detuviste mi alma ante la tumba vacía. Por eso tocaremos nuestras arpas todos
nuestros días en la casa del Señor.
Con el fin de lograr que sea más fácil captar las dos partes de este cántico —la
oración del que aún está enfermo y la oración después de recobrada la salud— es
recomendable distribuir sus dos partes entre dos lectores distintos: el primero
recitaría la oración del salmista enfermo (desde el principio hasta «sal fiador por
mí»); el segundo, la plegaria de acción de gracias una vez recobrada la salud (desde
«Me has curado» hasta el final).
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la esperanza y la fe en la resurrección, por ejemplo: «El
Señor es mi fuerza» (MD 647) o bien «En Dios pongo mi esperanza» (MD 704).
Oración I
Señor Jesucristo, tú que eres el que vive, aunque estabas muerto, y el que tiene
las llaves de la muerte, escucha nuestra voz suplicante: tenemos que marchar hacia las
puertas del Abismo, nos privan del resto de nuestros años, por eso nuestros ojos miran
al cielo, piando como una golondrina, gimiendo como una paloma; resucítanos
gloriosamente en el último día, para que con los vivos te alabemos y toquemos
nuestras arpas en la casa del Señor, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, tú que experimentaste la angustia y el temor de la muerte, pero
resucitaste y volviste a la vida para no morir más, danos el Espíritu que te resucitó del
sepulcro, para que, terminado el curso de nuestra peregrinación y superada la muerte,
juntamente contigo y con todos los vivos, alabemos al Padre por los siglos de los
siglos.

66
R. Amén.
SALMO 64
Literalmente, nuestro salmo es un canto de acción de gracias de los repatriados
de Babilonia: «A ti acudimos a causa de nuestras culpas, y tú nos has respondido con
portentos de justicia. Ahora, por fin, en la Jerusalén restaurada, somos dichosos
porque vivimos en tus atrios y nos saciamos de los bienes de tu casa.»
A nosotros este canto nos invita a la acción de gracias en un sentido más amplio
y más pleno aún que el que tiene el sentido literal del salmo. Dios ha perdonado
nuestras culpas y nos ha elegido y acercado para que vivamos en sur atrios, en una
tierra cuidada y regada, enriquecida sin medida, donde nos sacia de los bienes de su
casa, es decir, en la Iglesia, figura y comienzo terreno de su reino de felicidad eterna.
Dios merece nuestro himno en Sión.
Oración I
Te damos gracias, Señor, porque nos das tus bienes espirituales, al perdonar
nuestros delitos y elegimos para que vivamos en tu intimidad; te bendecimos porque,
con tu fuerza, reprimes el estruendo del mal, con tus signos, nos llenas de júbilo y
cuidas nuestra tierra y la enriqueces; haz, Señor, que alcancemos también la cosecha
definitiva, contemplando cómo coronas los años de nuestra vida con tus bienes en el
reino definitivo, y entonces podremos aclamarte y cantar tu nombre, por los siglos de
los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, que cuidas la tierra y la enriqueces sin medida, que vistes los lirios
del campo y cuidas los pájaros del cielo, recibe, Dios nuestro, el himno que te entona
tu Iglesia y haz que para tu pueblo estén siempre llenas de júbilo las puertas de la
aurora y del ocaso. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 48 (I y II)
El salmo 48 es un poema sapiencial sobre la vanidad de las riquezas y la
brevedad de la vida. Al final de la jornada, escuchar atentamente estas reflexiones de
un sabio puede centrar nuestro espíritu, excesivamente turbado quizá por los
quehaceres y preocupaciones de la jornada. Ha pasado ya un nuevo día de nuestra
vida, y como él terminará también nuestro vivir en la tierra. ¿Por qué, pues, temer
tanto ante males que sólo duran un instante? ¿Por qué habré de temer los días
aciagos?, se pregunta el salmista; y ¿por qué esperar tanto de nosotros mismos y
desesperar ante nuestros fracasos, si nadie puede salvarse a sí mismo?

67
Pero la sabiduría a que nos exhorta el salmista no es una sabiduría sólo negativa.
Los días aciagos terminarán, como termina la vida terrena de los sabios y de los
ignorantes y como desaparecerán un día las riquezas y todos los planes de los hombres
satisfechos y confiados en sí mismos. Pero hay una salvación que no desaparecerá —
que el salmista sólo entrevé, pero que nosotros conocemos ya totalmente por la
revelación de Jesucristo—, porque, si bien es verdad que el hombre de por sí es como
un animal que perece, que irá a reunirse en el sepulcro con sus antepasados, este
mismo hombre será salvado por Dios de las garras del Abismo y el Señor le llevará
consigo. Ésta es la esperanza cristiana, capaz de superar todo pesimismo humano.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; no es necesario
dividir con el «Gloria al Padre»» y la antífona sus dos partes; es mejor proclamar el
salmo todo seguido (cf. Institutio generalis sobre la Liturgia de las Horas, número
124). La asamblea podría recitar la primera antífona antes de empezar la
proclamación por el salmista, y la segunda cuando el salmista haya terminado,
después del «Gloria al Padre» final.
Oración I
Señor Dios, fuente y origen de toda sabiduría, haz que nuestra boca hable
sabiamente y que sean sensatas nuestras reflexiones: que, iluminados por tu palabra,
no temamos los días aciagos ni envidiemos al hombre que se enriquece y aumenta el
fasto de su casa; que nuestra paz sea saber que tú nos salvas, nos sacas de las garras
del Abismo y nos llevas contigo para que contigo vivamos, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Haz, Señor, que nuestras reflexiones sean sensatas y nuestra boca hable siempre
sabiamente; que no tengamos que temer los días aciagos ni merezcamos ser tratados
como un animal que perece, por no haber apreciado el tesoro de nuestra fe; que nos
apoyemos sólo en ti, el único Dios que salva y saca de las garras del Abismo para
llevarnos consigo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (4, 11; 5, 9 -10. 12)
Véase martes I, Vísperas (p. 35).

68
MIÉRCOLES II
Laudes
SALMO 76
El salmo 76 es la oración angustiada, desesperada casi, ante una grave catástrofe
nacional, probablemente ante la prolongada prueba del destierro de Babilonia. El
salmista, en su angustia, quiere buscar su res puesta en Dios, pero Dios no la da y por
ello el re cuerdo del Señor no sirve sino para acrecentar el dolor: Cuando me acuerdo
de Dios, gimo. Si se intenta buscar la solución en la antigua historia del pueblo,
tampoco aquí se encuentra. En los tiempos remotos de la esclavitud de Egipto, Dios se
mostró preocupado por la suerte de Israel: Tú, haciendo maravillas, res cataste a tu
pueblo. Pero, ahora, ¿es que el Señor nos rechaza para siempre?; qué pena la mía, se
ha cambiado la diestra del Altísimo. Pero, a pesar de tanta noche y por grandes que
sean las dificultades, Dios mío, tus caminos son santos, tú no abandonarás para
siempre a tu pueblo.
El salmo 76 es, pues, una oración para los tiempos de prueba, y de prueba
prolongada. Todos nosotros conocemos estos trances y, si para algunos no es ésta la
situación del día de hoy, la Iglesia en esta oración quiere «llorar con los que lloran»
(Rm 12, 15); cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre. Unidos, pues, a todos los
cristianos que sufren hoy, participando de la angustia de los hombres que buscan y no
encuentran, aunque personalmente no nos encontremos afligidos, teniendo conciencia
de que somos el cuerpo de Cristo que experimentó en los días de su carne la angustia y
la continúa experimentando hoy en muchos de sus miembros, dirijamos a Dios esta
oración.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
la antífona «Basta cuándo, Señor, seguirás olvidándonos».
Oración I
Que en los días de angustia tus fieles, Señor, extiendan sus manos hacia ti sin
descanso y tengan el gozo de encontrarte; que quienes en la noche de este siglo te
buscan en la oración y te sirven con sus obras no se desalienten nunca ante tus largos
silencios, que se acuerden siempre de ti, en ti mediten y en ti esperen siempre contra
toda esperanza. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Dios misericordioso, Dios eterno, tú que confirmaste la antigua alianza con las
maravillas del éxodo y con mayores maravillas has ratificado la nueva Pascua de tu
Hijo, no olvides a tu Iglesia en sus aflicciones, ábrele un Camino por las aguas
caudalosas de este siglo y no dejes nunca de guiar a tu pueblo como un rebaño por la
69
mano de Jesús, tu Hijo, nuevo Moisés y verdadero Aarón. Que vive y reina por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE ANA (1S 2, 1-10)
Dios es el único que, con su poder, puede desbaratar y cambiar todas las
situaciones; es él únicamente quien puede « derribar del trono a los poderosos y
enaltecer a los humildes» (Lc 1, 52). Es éste el tema del cántico que el libro de Samuel
pone en boca de Ana, la mujer estéril que da gracias a Dios porque le ha concedido
dar a luz a su hijo Samuel.
Este cántico, sobre todo colocado, como lo hace la Liturgia de las Horas de hoy,
después del salmo 76, viene a ser como una invitación a la esperanza ante cualquier
dificultad. El salmo 76 ha terminado como una pregunta sin respuesta, a la manera de
los muchos interrogantes que encontramos en nuestra vida: «Tú, Señor, guiabas a tu
pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón» (Sal 76, 21); pero,
ahora, «se ha cambiado la diestra del Altísimo» (y. 11), ¿es que «se ha agotado ya su
misericordia» (y. 9)? Los años de la esterilidad de Ana fueron largos y difíciles, como
lo son muchas de nuestras situaciones. Pero no perdamos la esperanza; los silencios de
Dios pueden ser prolongados, pero el Señor al final siempre responde. De él son los
pilares de la tierra y él guarda los pasos de sus amigos. El recuerdo de lo que Dios
realizó con Ana debe aumentar nuestra esperanza e invitarnos a cantar siempre y en
toda situación a Dios que siempre «auxilia a Israel, su siervo» (Lc 1, 54), como decía
María en el «Magníficat», inspirándose precisamente en este cántico de Ana.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la acción de gracias o la alabanza, por ejemplo: «Por
siempre yo can taré tu nombre, Señor» (MD 709) o bien «El Señor hizo en mí
maravillas» (MD 981).
Oración I
Señor Dios, tú que eres un Dios que sabe y tienes pesadas todas las acciones, haz
que en los momentos de tribulación y de prueba nos sintamos seguros bajo tus alas y
confiemos en que tu brazo es nuestro escudo y armadura y que cuando
experimentemos tu ayuda no olvidemos que has sido tú también quien levanta del
polvo al desvalido y alza de la basura al pobre; así nuestro corazón se regocijará
siempre por ti y te alabaremos por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios de sabiduría, tú, que eres quien da la muerte y la vida, has querido
esconder la fuerza de la cruz a los sabios y a los poderosos; concede, pues, la victoria
a tu Iglesia, y haz que engendre siempre nuevos hijos; guarda los pasos de tus amigos,
para que, confiados, avancen hacia ti hasta heredar un trono de gloria, donde,
juntamente con todos tus santos, puedan gozar del banquete de tu reino, por los siglos
de los siglos.

70
R. Amén.
SALMO 96
El salmo 96 es un canto al Dios de las grandes teofanías, sobre todo el Dios de la
gran teofanía del Sinaí. El Señor reina y, con su presencia, aniquila a los falsos dioses,
mientras su pueblo se alegra y amanece para él la luz de la esperanza. Israel con este
salmo cantó más tarde su retorno de Babilonia: Delante de él —que encabezaba la
procesión de los repatriados —, los montes se derriten como cera, mientras, viendo la
procesión de los peregrinos, los que adoran estatuas se sonrojan.
Con este salmo nosotros cantamos el reino de Cristo resucitado. También él
encabeza ahora la larga comitiva de los que caminamos hacia la resurrección: Delante
de él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos —la muerte y el pecado—,
mientras todos los pueblos contemplan la gloria del Resucitado.
Oración I
Señor Jesús, que con tu resurrección reinas por encima de toda criatura, destruye
con tu poder a los enemigos y alegra con tu presencia la nueva Jerusalén; haz que
amanezca la luz para los justos, para que puedan contemplarte como Señor Altísimo,
encumbrado sobre todos los dioses y reinante por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Que se alegren los justos, Señor, porque ha amanecido su luz; que todos los
pueblos se regocijen y contemplen tu gloria; que Sión y todas las ciudades de Judá se
regocijen, viendo cómo tú eres Altísimo sobre toda la tierra. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 61
El salmo 61 es la oración confiada de un hombre cruelmente perseguido; esta
oración cuadra muy bien como final de la jornada. Hombres de poca fe, cuan do la
persecución se avecina, nos sentimos con frecuencia decaídos. Esta oración debería
aportarnos la gran lección del abandono en manos de Dios: Pueblo suyo, confiad en él
—nos dice el salmista—; aprended de mi experiencia, mis enemigos arremeten contra
mí, sólo piensan en derribarme, pero, en realidad, no son más que un soplo; por eso,
por muchos que sean sus ataques, mi alma descansa tranquila en Dios.
Oración I
Señor, mira compadecido a tu Iglesia: sus enemigos sólo piensan en derribarla,
pero tu pueblo confía en ti; los hombres que nos persiguen no son más que un soplo,
tú, en cambio, eres roca firme; ante ti desahogamos nuestro corazón y en ti nuestra

71
alma descansa tranquila, pues tú tienes el poder y pagarás a cada uno según sus obras.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Que sólo en ti, Señor, descanse nuestra alma, porque sólo tú eres nuestra roca y
nuestra salvación; que nuestro corazón no se apegue a los nobles, seres de polvo que
no son más que un soplo, ni ponga su ilusión en la riqueza, cuya roña será testigo en
contra de nosotros; sé sólo tú nuestra esperanza, tú que eres el único que tiene el poder
y la gracia para pagar a cada uno según sus obras. Por Jesucristo nuestro Señor.
SALMO 66
El salmo 66 es una acción de gracias por la cosecha que ha sido abundante y, al
mismo tiempo, una plegaria pidiendo a Dios que continúe mostrando su bondad por
medio de nuevos beneficios: La tierra ha dado su fruto, que el Señor nos bendiga.
Además, este salmo —cosa no frecuente— tiene una fuerte resonancia universal. El
salmista, tanto cuando se refiere a la alabanza divina como a los beneficios de Dios,
no piensa únicamente en su pueblo, sino también en las otras naciones: Que todos los
pueblos te alaben, que todos los pueblos conozcan tu salvación.
El final del día es un momento muy oportuno para dar gracias a Dios por los
beneficios de la jornada, para recordar cómo Dios nos ha bendecido hoy y durante
toda la vida, para invitar a los hombres y a la creación entera a la alabanza. Y,
también, para pedir a Dios, ahora que las tinieblas empiezan a cubrir la tierra, que
ilumine su rostro sobre nosotros y sobre los hombres, para que todos los pueblos
conozcan su salvación.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la acción de gracias, por ejemplo: «Que todo cuanto vive
y respira» (MD 708) o bien «A Dios den gracias los pueblos» (MD 830).
Oración I
Oh Dios, que te alaben los pueblos, porque, por medio del árbol de la cruz, la
tierra ha dado su fruto; haz que todos los pueblos se congreguen bajo las ramas de este
árbol santo y que su fruto sea la salvación de todas las naciones. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Bendito seas Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos has bendecido en
la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales; tú, que para
reconciliar el cielo y la tierra has elevado entre ellos el árbol de la cruz, haz que las
ramas de este árbol santo se extiendan de un extremo al otro del mundo, para que
todos los pueblos conozcan tu salvación y, hasta los confines del orbe, todos los
pueblos te alaben. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

72
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS COLOSENSES (1, 12 -20)
Véase miércoles I, Vísperas (p. 40).

73
JUEVES II
Laudes
SALMO 79
El salmo 79 es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha
invadido el territorio nacional y ha destruido la ciudad y el templo, y Dios parece
mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Pastor de Israel, ¿hasta
cuándo estarás airado?; mira desde el cielo, fíjate y ven a visitar tu viña; suscita,
Señor, un nuevo rey que dirija las victorias de tu pueblo, fortalece un hombre
haciéndole cabeza de Israel y que tu mano proteja, a éste, tu escogido.»
Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el
nuevo Israel sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser
aquella vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios: «Tú,
Señor, elegiste a la Iglesia para que llevara fruto abundante, tú la quisiste universal,
quisiste que su sombra cubriera las montañas, que extendiera sus sarmientos hasta el
mar; y, fíjate, sus enemigos la están talando, su mensaje topa con dificultades, su
Evangelio, con frecuencia, es adulterado; pon tus ojos sobre tu Iglesia, despierta tu
poder y ven a salvarnos, que tu mano proteja a los pastores, a nuestro obispo, el
hombre que tú fortaleciste para guiar a tu Iglesia. Ven, Señor Jesús, y sálvanos.»
Oración I
Pastor de Israel, escucha con misericordia; Señor, tú que guías a José como a un
rebaño, despierta tu poder; que tu mano proteja a nuestro obispo, el hombre que tú
fortaleciste para que guíe con sabiduría a tu pueblo; que tu diestra otorgue a los
pecadores el valor de convertirse; vuélvete a nosotros, Señor, muéstranos tu faz y
seremos salvos, tú que eres el Dios sublime que te fijas en los humildes y escuchas
siempre con bondad la oración de los que a ti acuden. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, Dios eterno, tú que guías la cepa que tú misma diestra plantó, para que
extendiera sus sarmientos hasta el mar, mira desde el cielo y ven a visitar a tu Iglesia:
concédele vivir siempre unida a tu Hijo, como los sarmientos están unidos a la vid,
para que, profundamente arraigados en la caridad, tus fieles den a todo el mundo
testimonio de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (12, 1-6)
El cántico que hoy usamos en nuestra oración es la conclusión de los primeros
capítulos del libro de Isaías —el llamado «Libro del Emmanuel»—, obra que viene a
74
ser como una colección de oráculos que anuncian los castigos de Dios a Judá y a sus
reyes por sus repetidas infidelidades, pero que contiene también el anuncio de la
venida de un Rey justo que librará al pueblo de todos estos males. Nuestro cántico,
situado, pues, al final de los oráculos esperanza dores sobre el Rey justo, es una acción
de gracias por este enviado de Dios y por los bienes que el futuro Rey aportará.
Para Israel el motivo de esta acción de gracias fue, pues, la llegada de este Rey
mesiánico: «En los días de nuestras infidelidades —dice el pueblo— estabas airado
contra nosotros, pero con la venida del Rey justo —nos dice — ha cesado tu ira y nos
has consolado)». Para el pueblo cristiano que hoy repite esta oración, el gran motivo
de su acción de gracias es la venida del Libertador definitivo, Cristo, el Hijo de Dios.
Israel confiaba en que podría sacar aguas con gozo de las fuentes de la salvación,
aludiendo al rito de derramar agua, como signo de acción de gracias por la cosecha,
cuando Israel, después del castigo, celebraría festivamente su liturgia en la fiesta de
los tabernáculos; el pueblo cristiano cree firmemente que, «como dice la Escritura: de
las entrañas del que cree en Dios manarán torrentes de agua viva» (Jn 7, 38), y por
esto da gracias al Señor, Dios y Salvador, que es fuerza y poder, incluso para el pueblo
que le ha sido infiel.
Oración I
Te damos gracias, Señor, porque con tus castigos nos llamas a conversión y,
cuando nos convertimos, cesa tu ira y nos consuelas; haz que todos los hombres
puedan proclamar, junto con nosotros, que tu nombre es excelso y, conociendo tus
hazañas, confíen y no teman, que tú eres su Dios y Salvador. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, tú que has dicho: «El que tenga sed, que venga a mí y que beba,
porque de las entrañas del que cree en mí manarán torrentes de agua viva», danos a
beber del agua de tu Espíritu, para que nunca más tengamos sed, sino que, saciados de
tu bondad y de tus favores, podamos gritar jubilosos que tú eres el Santo de Israel,
nuestra salvación. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 80
El salmo 80 es, por una parte, un canto de Pascua; Israel lo cantaba para
bendecir a Dios por el don de la libertad: Oigo un lenguaje desconocido: has retirado
mis hombros de la carga, mis manos dejaron la espuerta.
Pero, por otra parte, es también una exhortación a la conversión y a la vida
nueva: ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!
La acción de gracias por la libertad pascual y el deseo de andar por sendas
nuevas, con espíritu de conversión, son dos sentimientos muy apropiados para esta
oración de la mañana. En esta primera hora del día se obró, en efecto, la gran
liberación que nos arrancó de la muerte por la resurrección de Cristo, y en esta hora
75
también empieza, en cierto modo, nuestra nueva vida que debería andar por caminos
nuevos de fidelidad. Demos vítores al Dios de Jacob, que nos ha liberado de la muerte,
y escuchemos la voz de Dios, que nos invita a la conversión.
Oración I
Tú, Señor, que respondiste, oculto entre los truenos, al pueblo que te clamó en la
aflicción y retiraste sus hombros de la carga, escucha nuestra oración; y haz que,
caminando por tus caminos, alcancemos también nosotros la libertad pascual y la
suerte que nos tienes fijada, y seamos saciados con tus dones, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, fuerza nuestra, que retiraste nuestros hombros de la carga,
librándonos de nuestra dura esclavitud, hemos recaído en nuestras infidelidades:
hemos adorado dioses extraños, no hemos escuchado tu voz ni hemos querido
obedecer, porque preferimos andar según nuestros antojos; cambia, Señor, nuestro
corazón de piedra y danos un corazón dócil que te reconozca y te confiese con sus
obras como al Dios que nos libró del Egipto de nuestra esclavitud. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 71 (I y II)
El motivo que dio origen al salmo 71 fue la entronización de un nuevo monarca.
Israel, que experimentó con frecuencia a donde le llevaban los malos gobernantes,
pide en este salmo que el nuevo rey esté adornado de las mejores cualidades: que sea
justo, que cuide de los pobres, que tenga prestigio ante los reyes vecinos y triunfe en
las batallas... Tantas y tan asombrosas cualidades sobrepasan las perspectivas de un
rey simplemente humano y reflejan ya los rasgos del futuro Mesías esperado por Israel
y del que los di versos reyes, aun los mejores, eran sólo figuras parciales y limitadas.
Nosotros, que hemos llegado a conocer al Rey definitivo, el que se sentó para
siempre en el trono de David su padre, en este salmo contemplamos la gloria de Cristo
y de su reino, y, por otra parte, pedimos que este mismo reino del Ungido de Dios —la
Iglesia— tenga aquella prosperidad que Israel pedía para su pueblo: «Que en el reino
de tu Hijo, Señor, no sólo en el escatológico, sino también en el de nuestros días, los
montes traigan la paz, los humildes del pueblo sean defendidos y el explotador sea
quebrantado, que su Evangelio domine, con suavidad, de mar a mar...»
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna
antífona que celebre el reino de Cristo, por ejemplo: «Tu reino es vida» (MD 823) o
bien «El Señor es nuestro rey» (MD 828).

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Oración I
Padre todopoderoso, haz que llegue a todos los pueblos el reino de justicia y de
paz que confiaste a David y a su descendencia, Cristo, Señor nuestro; que, por medio
de la Iglesia, reino de tu Hijo, la paz florezca hasta el confín de la tierra, que los
humildes del pueblo sean defendidos, los hijos del pobre socorridos, los explotadores
quebrantados y que Cristo sea la bendición de todos los pueblos. Él, que vive y reina
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios todopoderoso, que por medio de tus ángeles anunciaste a los pobres
de Belén el nuevo reino de David, tu Hijo, haz que este reino venga a nosotros, para
que abunde la paz entre los hombres que tú amas y por medio de él sean bendecidas
todas las razas de la tierra. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (11, 17 -18; 12, 10b-12a)
Véase jueves I, Vísperas (p. 46).

77
VIERNES II
Laudes
SALMO 50
Véase viernes I, Laudes (p. 47).
CÁNTICO DE HABACUC (3, 2-4. 13a. 15-19)
El cántico que hoy será el tema de nuestra oración concluye el libro de Habacuc,
obra escrita cuando la amenaza de invasión por parte del pueblo babilónico hacía
temer lo peor para Israel. En este cántico se mezclan los acentos de temor y de
esperanza de un espíritu que se siente como a las puertas de la muerte, pero que, con
todo, quiere continuar esperando en la protección de Dios: El Señor viene desde
Temán; lo escuché y temblaron mis entrañas, al oírlo me entró un escalofrío por los
huesos. Pero Dios puede manifestar su salvación incluso en el castigo; es éste el deseo
del profeta: En el terremoto, acuérdate de la misericordia. Es más, el mismo castigo
que se acerca se ve ya como un castigo más bien de los enemigos de Judá que del
propio pueblo de Dios. El profeta, pensando que la invasión se convertirá en castigo
de los mismos invasores, dice que espera con tranquilidad el día de angustia que
sobreviene al pueblo que nos oprime. Por esto el profeta se atreve incluso a cantar esta
venida de Dios a través de la invasión de los enemigos, como la venida de Dios que
sale a salvar a su pueblo, Esta plena confianza en el amor de Yahvé hace decir al autor
de este cántico que, aunque la invasión destruya los campos y los bienes de Judá,
aunque la higuera no eche yemas y las viñas no tengan fruto, aunque los campos no
den cosechas y se acaben las ovejas del redil, él exultará con el Señor y se gloriará en
Dios su Salvador.
Que sea ésta también nuestra oración de fe ante los castigos de aquel que
sabemos que cuando nos castiga lo hace para corregimos como un padre; cuando Jesús
anunció los castigos del fin de los tiempos, ya los presentaba a sus discípulos como
salvación: «Cuan do empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca
vuestra liberación» (Lc 21, 28). Todos los castigos de Dios son salvación: el Señor
también cuando castiga sale a salvar a su pueblo, a salvar a su ungido, destruyendo
únicamente el poder del mal.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la esperanza, por ejemplo: «En Dios pongo mi esperanza» (MD
704) o bien «Alma mía, recobra tu calma» (MD 826).
Oración I
Tú, Señor, que eres el Santo, el que con tu resplandor eclipsas el cielo y con tu
brillo llenas la tierra de tu alabanza, escucha la voz de tu pueblo que se estremece y
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teme aquel día de tu venida como justo juez en que pisarás el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano; en aquel día, Señor, cuando llegues enojado contra
el mal con el que el hombre ha envilecido tu obra, acuérdate de tu misericordia: que tu
venida sobrevenga como un día de angustia solamente sobre el mal que oprime a tu
pueblo, que destruya para siempre el poder del pecado y de la muerte, así, cuando todo
esto empiece a suceder, alzaremos la cabeza porque se acerca nuestra liberación, nos
sentiremos felices al ver que tú sales a salvar a tu pueblo y te alabaremos por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Dios todopoderoso y eterno, tú que quisiste que, al morir tu Hijo en la cruz, la
tierra se conmoviera y el sol no dejara ya ver su resplandor y, al resucitar Cristo en la
mañana de Pascua, llenaste la tierra de luz y de alegría, manifiesta también hoy tu
resplandor y, por la pasión de tu Hijo, acuérdate de la misericordia: que la angustia y
el temor por los castigos que hemos merecido se conviertan, al fin de nuestra
peregrinación, en gozo pascual. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 147
Cantemos a Dios, que domina tanto sobre los elementos naturales como sobre el
curso de la historia. Como Señor de la naturaleza, manda la nieve, esparce la escarcha
y hace caer el hielo, como si se tratara de las migajas de pan de su mesa; y, como
Señor de la historia, ha vencido con el mismo poder la cautividad de Babilonia y ha
reforzado los cerrojos de las puertas de Jerusalén, bendiciendo a los hijos, en otros
tiempos deportados, y colocándolos ahora dentro de los muros de ella.
A nosotros todo este poder de Dios nos aporta con fianza y alegría Alaba a tu
Dios, Sión, que con su palabra te alienta y con el pan de la eucaristía te anuncia su
decreto de que te resucitará; glorifica al Señor, Jerusalén, porque envía su mensaje a la
tierra y te sacia con flor de harina.
Oración I
Oh Dios todopoderoso, dueño de la naturaleza y señor de la historia, tú que
tienes poder para poner paz en nuestras fronteras y poder para mandar la nieve, el
hielo, el frío y la escarcha, concede la paz a tus hijos y sácialos con la flor de harina,
para que se sientan seguros y esperanzados y vivan, con mayor entrega, consagrados a
tu alabanza. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Tú, Señor, que, después de haber probado a tu pueblo en los duros años del
destierro, pusiste paz en sus fronteras y bendijiste a sus hijos dentro de Jerusalén, mira
también, compadecido, las dificultades de tu Iglesia y refuerza los cerrojos de sus

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puertas para que te glorifique, y confiese ante las naciones que con ninguna otra
nación obraste así. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 114
El salmo que vamos a recitar es la oración de un enfermo en trance de muerte.
Este salmo, rezado en un viernes, nos lleva fácilmente a la contemplación del Señor
crucificado: Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del Abismo, caí
en tristeza y angustia. Pero el enfermo autor de nuestro salmo fue salvado de su
enfermedad: Estando yo sin fuerzas me salvó, arrancó mi alma de la muerte. Por ello
el salmo no sólo describe los dolores de la pasión, sino también el triunfo de la
resurrección; es decir, todo el misterio pascual que hoy, como cada viernes,
empezamos y que, con todos los cristianos, culminaremos el domingo. Si el salmista,
refiriéndose a su curación, pudo decir: Arrancó mi alma de la muerte, esta expresión
resulta aún más real en labios de Jesús salido del sepulcro. Por esto este salmo —
como, por otra parte, todas las prácticas penitenciales de los viernes— inaugura ya
nuestra celebración semanal del misterio pascual que culminará el domingo.
Pero este salmo no solamente nos lleva a la contemplación del misterio de
Cristo, sino que nos habla también de nuestra participación en el mismo. También el
cuerpo de Cristo, que somos nosotros, sufre y será liberado. Mas no sólo el cuerpo de
Cristo, sino incluso la humanidad entera, participan de este sufrimiento y de esta
liberación. Diversas son las tribulaciones de cada uno de los hombres y cada uno de
ellos puede aplicar a sus propias vivencias las palabras del salmo: Me envolvían redes
de muerte, caí en tristeza y angustia; diversas también serán las liberaciones de Dios y
cada uno habrá experimentado las suyas. Pero todos, a través de los propios
sufrimientos y mediante sus diversas liberaciones, nos encaminamos a la liberación
final y escatológica que nos hará participar de la victoria de Cristo y de su vida
definitiva: Caminaré, finalmente, en presencia del Señor en el país de la vida. Que ésta
sea nuestra firme esperanza.
Oración I
Dios de poder y misericordia, que, por la muerte y resurrección de tu Hijo, nos
has dado la esperanza de escapar de las redes de la muerte y de los lazos del Abismo,
arranca nuestras almas de la muerte, nuestros ojos de las lágrimas, nuestros pies de la
caída, para que podamos caminar en tu presencia en el país de la vida. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Míranos, Señor, envueltos, con frecuencia, en redes de muerte y caídos en
tristeza y angustia, y contempla en nosotros el rostro de tu Hijo doliente; tú, que eres
benigno y justo, arranca nuestros pies de la caída y haz que, a través de las dificultades
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de nuestra peregrinación, caminemos en tu presencia, invocando sin cesar tu nombre,
hasta llegar al país de la vida. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 120
El salmo 120 es una profesión de fe en la ayuda de Dios de un peregrino que se
dirige a Jerusalén. Esta profesión de fe es tanto más heroica cuanto que el salmista se
ve rodeado de peligros que constituyen una fuerte tentación contra su esperanza: ¿De
dónde me vendrá el auxilio? El camino es difícil; resbalar, bien posible; pero el
salmista no duda: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
También nosotros somos peregrinos en el mundo y también nuestro camino es,
con frecuencia, difícil y lleno de dificultades —el día que estamos terminando nos
podría dar seguramente testimonio de ello—; a menudo vivimos la tentación de
levantar nuestros ojos a los montes del poder y de los proyectos meramente humanos.
Que este salmo nos ayude a reafirmamos en que sólo Dios es la fuerza absoluta, el
único que puede realizar plenamente los deseos de nuestro corazón: El auxilio me
viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la confianza, por ejemplo: «En Dios pongo mi
esperanza» (MD 704) o bien «El auxilio me viene del Señor», sólo el estribillo (MD
840).
Oración I
Señor, que hiciste el cielo y la tierra, ven en nuestra ayuda y no permitas que
levantemos nuestros ojos a los montes de las fuerzas de este mundo; no permitas que
nuestro pie resbale, apartándose del camino de la fe, haz, por el contrario, que
caminemos siempre, confiando en que tú guardas nuestras entradas y salidas ahora y
por siempre. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Guardián de Israel, tú que no duermes ni reposas, acrecienta nuestra esperanza
en tu auxilio y ayúdanos a vivir en paz, refugiados bajo tus alas, para que, seguros de
que tú nos guardas de todo mal, avancemos en paz por las rutas de este mundo. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (15, 3 -4)
Véase viernes I, Vísperas (p. 51).

81
SÁBADO II
Laudes
SALMO 91
Hoy empezamos nuestra oración matinal con un canto a la providencia divina,
que tiene dispuesto que el justo dé fruto abundante y duradero y que el mal, que hoy
contemplamos germinando en el mundo, sea excluido para siempre: El justo crecerá
como una palmera, se alzará como un cedro, seguirá dando fruto, estará lozano y
frondoso. El mal, en cambio (personificado en este texto en el malvado), aunque
germine como hierva y florezca, será destruido para siempre, porque los enemigos del
Señor —que son, al mismo tiempo, los enemigos de la felicidad del hombre: la
muerte, el pecado, el dolor— perecerán y serán dispersados.
Este salmo, proclamado o meditado en la primera hora del día, hora de la
resurrección del Señor, nos invita a la contemplación y a la esperanza. Contemplación
del Justo resucitado y esperanza de que el mal será definitivamente desterrado del
mundo. El justo —Jesucristo resucitado— se ha alzado, Señor, como un cedro del
Líbano plantado en tu casa; proclamado por la Iglesia, el Justo seguirá dando fruto en
el mundo. Tus enemigos, en cambio, Señor —el mal, la muerte, el pecado—,
perecerán; aunque ahora germinen como hierba, serán destruidos para siempre. Por
eso, es bueno dar gracias al Señor y proclamar por la mañana su misericordia, pues sus
acciones son nuestro júbilo y sus designios nuestra alegría.
Oración I
Aleja, Señor Jesús, de nosotros nuestro oprobio y haz que tus acciones sean
siempre nuestra alegría y nuestro júbilo, las obras de tus manos; que quienes hemos
sido plantados por mano apostólica en tu casa sigamos dando fruto por la fe, la
esperanza y el amor en los atrios del Padre, nuestro Dios. Tú, que vives y reinas por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, que dijiste a tus discípulos que el Padre era glorificado cuando
nosotros llevamos fruto abundante, destruye el mal que germina y florece en el mundo
como la hierba y haz que nosotros, plantados en la casa de nuestro Padre, el Señor,
crezcamos siempre en sus atrios y, permaneciendo unidos a ti, como tú estás unido al
Padre, llevemos fruto abundante y nuestro fruto permanezca siempre. Tú, que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

82
CÁNTICO DEL DEUTERONOMIO (32, 1 -12)
Nuestro cántico, con el que se concluye el libro del Deuteronomio, es una
invitación a la conversión, puesta en labios de Moisés en el momento de morir; es la
última exhortación y como el testamento espiritual del gran caudillo que condujo a
Israel desde Egipto al país de Canaán. Cuando Israel tome posesión de la tierra que
Dios le ha preparado, debe estar atento en no olvidar al Señor, como, con tanta
frecuencia, hizo mientras duró su peregrinación por el desierto. Durante los cuarenta
años de camino, por parte de Dios hubo únicamente amor y benevolencia: Acuérdate
de los días remotos, pregunta a tu padre, y te lo contará: encontré a tu pueblo en una
tierra desierta; en la peregrinación, el Señor solo los condujo, no hubo dioses extraños
con él; y así condujo a Israel hasta las puertas mismas de Canaán. Por parte del
pueblo, en cambio, sólo hubo infidelidades e ingratitudes: Hijos degenerados, se
portaron mal con él.
Apliquemos este cántico a nosotros mismos y a toda la Iglesia. Somos los
elegidos de Dios, su pueblo ama do; pero, al mismo tiempo, los ingratos y los infieles
a su bondad. Que descienda cual lluvia esta doctrina sobre el campo de nuestra alma y
nos ayude a dar gloria a nuestro Dios por medio de la propia con versión.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la alabanza o la conversión, por ejemplo: «Por siempre yo
cantaré tu nombre, Señor» (MD 709) o bien «¡Perdón, Señor, hemos pecado!» (MD
802).
Oración I
Reconocemos, Señor, humildemente, que nos hemos portado mal contigo, que
hemos sido una generación malvada y pervertida; haz que la doctrina de Moisés, tu
siervo, que acabamos de escuchar, descienda como llovizna sobre nosotros y, dando
un fruto del ciento por uno en obras de conversión, nos conduzca a ti, el Padre y
Creador que nos ha hecho y que no deja de revolar sobre nosotros como el águila
incita a su nidada, para llevarnos a la patria definitiva, donde cantaremos tu amor, por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Oh Dios, Padre y redentor nuestro, que nos has rescatado con la sangre de tu
Hijo y nos llevas sobre tus plumas como el águila revuela sobre sus polluelos, llévanos
a tu reino, donde nos saciarás con la abundancia de tu mesa; no permitas que quienes
hemos sido enriquecidos con tantos dones te olvidemos y nos revelemos contra ti,
antes líbranos del mal y aplaca tu justa indignación, tú que eres un Dios fiel, sin
crueldad, justo y recto. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

83
SALMO 8
El sábado es el día de la creación terminada; y el salmo 8 es un himno al Dios
creador. El cosmos todo nos invita a cantar la grandeza de Dios. En la tierra, son los
hombres —incluso los más insignificantes de ellos, los niños de pecho, por si entre los
grandes hubiera rebeldes y soberbios— los encargados de entonar este canto; en el
cielo, son los astros quienes nos impelen a dilatar nuestro espíritu en un horizonte
abierto y a proclamar la grandeza de Dios.
Mañana, en el descanso y la paz del día del Señor, cantaremos la nueva creación,
que perfecciona, con la resurrección, la obra terminada el sábado.
Que esta celebración del sábado nos introduzca ya en la contemplación del
domingo, que culminará, por unos caminos insospechados para el salmista, lo que ya
él cantaba contemplando la sola creación natural: ¿Qué es el hombre, Señor, para que
te acuerdes de él? Todo, incluso la muerte, lo sometiste bajo sus pies.
Oración I
Señor, dueño nuestro, tú que creaste al hombre y lo coronaste de gloria y
dignidad, para que cantara tu nombre admirable en toda la tierra, haz que,
contemplando el cielo y las estrellas, reflexionemos sobre tus obras y vislumbremos tu
eterno poder y tu divinidad; que no seamos necios y, en vez de tributarte la alabanza y
las gracias que mereces, cambiemos tu gloria inmortal por las imágenes mortales, obra
de nuestras manos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, dueño nuestro, aunque niños pequeños, al contemplar el cielo, cantamos
que tu nombre es admirable en toda la tierra; recibe nuestra alabanza y sálvanos, ya
que somos obra de tus dedos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

84
DOMINGO III
I Vísperas
SALMO 112
El salmo 112 es uno de los salmos que el pueblo judío usaba y usa aún hoy en la
liturgia de la cena pascual; este texto es una alabanza a Dios que, al arrancar a su
pueblo de la esclavitud de Egipto, levantó del polvo al desvalido y alzó de la basura al
pobre, para sentarlo con los príncipes, haciendo de él una nación semejante a las otras.
Por esto precisamente este salmo es muy apropiado para empezar la celebración
del domingo cristiano en el que, más aún que en la salida de Egipto, Dios levanta del
polvo al desvalido, para sentarlo con los príncipes.
Este pobre, este desvalido, exaltado por Dios, es sobre todo Cristo, arrancado del
sepulcro; pero es también toda la humanidad que «ha resucita do con Cristo Jesús y ha
sido sentada en el cielo con él» (Ef 2, 6). Alabemos, pues, el nombre del Señor,
porque ha realizado maravillas.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la acción de gracias, por ejemplo: «Por siempre yo
cantaré tu nombre, Señor» (MD 709) o bien «Alabad, siervos de Dios», sólo la
primera estrofa (MD 804).
Oración I
Tú, Señor, que, en la resurrección de Cristo, has alzado de la basura a tu Hijo y
lo has levantado del polvo del sepulcro y, en su admirable ascensión lo has sentado
con los príncipes de tu pueblo, colocándolo a tu derecha en las alturas, tanto más
encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado,
escucha ahora la oración de tu Iglesia, que empieza a celebrar, en este domingo, la
victoria de tu Hijo, y concédele que también ella un día, juntamente con Jesucristo,
pueda sentarse con los ángeles en tu gloria y alabe tu nombre, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, Hijo de Dios eterno, que no hiciste alarde de tu categoría de
Dios, sino que tomaste la condición de esclavo, pasando por uno de tantos, para
levantar del polvo al pobre, haz que la humanidad, entrando a formar parte de tu
Iglesia, tenga un puesto en tu casa como madre feliz de hijos que alaben tu nombre,
ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.

85
SALMO 115
El salmo 115 es propiamente la continuación del salmo 114, que recitamos ayer.
Es la oración del enfermo que, «envuelto en redes de muerte y caído en tristeza y
angustia, invocó el nombre del Señor» y pudo ver cómo «el Señor arrancó su alma de
la muerte» (Sal 114, 2-3. 8). En la parte del salmo que vamos a rezar hoy, el salmista
da gracias a Dios por la curación y se dispone a celebrar, con el pueblo de Dios
congregado, una libación eucarística: Alzaré la copa de la salvación, en presencia de
todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor.
Si la primera parte del salmo, recitada en el viernes, nos llevaba a la
contemplación de la primera faceta del misterio pascual de Cristo, su muerte en la
cruz, de la que manó la vida y la resurrección, esta segunda parte del mismo salmo,
recitada al empezar el domingo, nos lleva a la contemplación de la segunda faceta del
mismo misterio pascual, la vida que brota de la muerte. Sí, aunque el Señor permita
los sufrimientos del justo — de Cristo y de todos los que como él padecen en este
mundo—, estos dolores, incluso la misma muerte, no son unos sufrimientos
definitivos ni una muerte para siempre. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus
fieles, para permitir que sea definitiva. «Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la
destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera» (Sb 1, 13-14); por ello
determinó que la muerte fuera destruida por la resurrección de su Hijo. Empecemos,
pues, este domingo con este salmo de acción de gracias, y que este texto nos prepare
ya para la gran eucaristía que, con todos los cristianos, celebraremos unidos al Señor
en este domingo. Porque Dios «nos arrancó de la muerte» (Sal 114, 8), rompiendo sus
cadenas, ofreceremos un sacrificio de alabanza, en presencia de todo el pueblo.
Oración I
Padre admirable, Dios nuestro, que, con la muerte y la resurrección de tu Hijo
Jesucristo, nos has llenado de esperanza, haz que nuestra existencia sea una continua
acción de gracias, para que todos los hombres puedan llegar a conocerte y glorificarte,
hasta alcanzar la plenitud de tu amor y de tu vida. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Te ofrecemos, Señor, nuestro sacrificio de alabanza, porque en la resurrección de
tu Hijo nos has arrancado de la muerte y has roto sus cadenas; haz que, en este
domingo, alcemos la copa de salvación, dándote gracias e invocando tu nombre en
presencia de todo el pueblo y proclamando que tú eres el Dios de la vida y no te
recreas en la destrucción de los vivientes; por ello mucho te costaría la muerte de tus
fieles para dejarlos definitivamente en el sepulcro. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS FILIPENSES (2, 6 -11)
Véase domingo I, I Vísperas (p. 16).

86
Laudes
SALMO 92
El salmo 92 es uno de los llamados « cánticos nuevos» que celebran el reino
restaurado después de la cautividad de Babilonia. Israel, después del largo destierro,
ha podido regresar a Jerusalén y ha reconstruido la ciudad y el templo, desde donde
nuevamente, como antes del destierro, el Señor reina vestido de majestad.
Es verdad que la persecución fue violenta, es innegable que, aun superada la
prueba del exilio, las dificultades no faltan: Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos
su voz; pero también es verdad que más potente que el oleaje del mar —símbolo para
los antiguos de las fuerzas del mal—, más potente en el cielo es el Señor.
Este salmo tiene su más plena realización en la Pascua de Jesucristo, que
celebramos en el domingo. Los ríos de la persecución y de la muerte levantaron su voz
contra el Señor, las aguas caudalosas del infierno se levantaron contra Dios y contra su
Ungido, pero, pasada la hora de las tinieblas, el Señor reina vestido de majestad y
ceñido de poder, porque más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es
el Señor: su trono ahora está firme y no vacila.
Si Israel cantaba entusiasmado con este salmo el nuevo reino de Dios restaurado
después de Babilonia, que el entusiasmo del nuevo pueblo de Dios no sea menor ante
la resurrección de Cristo: Tu triunfo, Señor, es admirable; llenos de alegría,
celebramos tu reino.
Oración I
Tus mandatos, Señor, son fieles y seguros; en Cristo resucitado contemplamos la
verdad de los antiguos oráculos; tú reinas, vestido de poder y majestad y tu trono está
firme; concede, Señor, a tu Iglesia, que, vestida también con tu santidad y tu poder,
brille para bien del mundo por su fe y que, pasado este siglo, resplandezca por días sin
término, contemplando la claridad de tu rostro. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, Rey vestido de majestad, tú que, resucitando por el poder del
Espíritu, has hecho que tu trono esté firme para siempre, para que nunca sea destruido
por los ríos del mal que levantan su voz ni sucumba ante las aguas caudalosas de la
muerte: que se haga, Señor, tu voluntad, así en la tierra como en el cielo, y que
podamos contemplar a la Iglesia, tu casa, aderezada con el adorno de la santidad,
sirviéndote por días sin término. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES (Dn 3, 57 -88. 56)
Véase domingo I, Laudes (p. 18).

87
SALMO 148
La hora de Laudes, sobre todo en el domingo, primer día de la semana, tiene un
significado muy propio: nos recuerda aquel momento maravilloso en que, en el primer
día de la semana, Dios hizo surgir la creación. Del caos primitivo y tenebroso, bajo el
soplo vital del Espíritu, fueron saliendo las diversas criaturas que pueblan el universo:
« El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas...; y separó Dios la luz de la
tiniebla...; y vio Dios que la luz era buena)» (Gn 1, 2. 4). En este contexto, el salmo
148, recitado en esta primera hora del primer día de la semana, ad quiere un sentido
muy propio, como alabanza de la creación a su Hacedor: Alabad al Señor, espacios ce
lestes; alabadlo, montes y todas las sierras. Pero para nosotros, cristianos, esta primera
hora de la mañana, sobre todo en el día siguiente al sábado, nos recuerda que la
creación primera alcanzó toda su perfección cuando Cristo, resucitando del sepulcro,
la iluminó con una nueva luz: la esperanza de una vida sin fin.
Como pueblo sacerdotal que somos, invitemos, pues, a toda la creación, salida
maravillosamente de las manos de Dios en el primer día de la semana y perfeccionada
por la resurrección de Cristo también en el domingo, a que alabe al Señor: Alabad al
Señor en el cielo, alabad al Señor en la tierra; es ésta la alabanza de Israel, su pueblo
escogido.
Oración I
Dios altísimo, cuya Palabra hizo surgir el mundo y cuyo Espíritu dio vida a todas
las criaturas, recibe la alabanza de tu pueblo, que admira la obra de tus manos, y haz
que siempre podamos unir nuestras voces a la alabanza de tu Iglesia, nuevo Israel,
pueblo escogido, hasta que, en tu presencia, te cantemos por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Te alabamos, Señor, creador del universo, porque al principio creaste el cielo y
la tierra y pusiste en ellos el admirable cortejo de las criaturas; te bendecimos también
porque, al llegar la etapa definitiva de la historia, tu Hijo, asumiendo en su persona la
primitiva creación, recapituló en sí mismo todas las cosas del cielo y de la tierra y,
resucitando, inauguró una nueva vida para los hombres; haz que esta nuestra alabanza
llegue a tu presencia, y que un día pueda ser asociada al cántico nuevo que en tu honor
cantan tus elegidos, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

II Vísperas
SALMO 109, 1-5. 7
Véase domingo I, II Vísperas (p. 20).

88
SALMO 110
El salmo 110 podemos decir que es un buen colofón de la celebración del
domingo. Meditado al final del día del Señor, nos ayuda a dar como una mirada
retrospectiva a los grandes misterios que hemos conmemorado y vivido en este día:
Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.
El domingo, en efecto, nos ha recordado que el Señor envió la redención a su
pueblo: la resurrección de Jesucristo, que hoy hemos conmemorado, es el inicio de la
resurrección universal. Lo que el hombre tanto deseaba, su más preciada heredad, la
ha obtenido ya: la resurrección iniciada por Jesús es, más aún que la antigua posesión
de Canaán, la heredad por la que la humanidad tanto suspira. Nos ha dado, pues, la
heredad de los gentiles.
Recordando siempre su alianza, da alimento a sus fieles. La eucaristía, que hoy
todos los cristianos hemos celebrado, ha hecho presente la alianza de Dios con los
hombres, ha sido como el memorial de su pro mesa de resurrección universal: « El que
come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 52).
Podemos decir, pues, que este salmo, que ya para Israel era un himno de
renovación de la alianza, es para nosotros como una nueva eucaristía vespertina que
nos recuerda cómo el Señor ha hecho maravillas memorables para con nosotros. En
compañía de los rectos, pues, en la asamblea, recordando cómo la obra de Dios es
esplendor y belleza, demos gracias al Señor de todo corazón.
Oración I
Dios de ternura y de amor, gloria de la Iglesia y gozo de todos los santos, danos
la primicia de la sabiduría que es tu temor y haz que sepamos admirar el esplendor y
belleza de tu obra, para que, en compañía de los rectos, en la asamblea, celebremos en
la eucaristía, el memorial de tus maravillas, ofreciendo, por medio de ella, nuestro
sacrificio de alabanza, y encontremos en este alimento que tú das a tus fieles la prenda
de nuestra esperanza. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Haz, Señor, que, en compañía de los rectos, en la asamblea, te demos gracias por
el esplendor y belleza de tu obra y, al participar en la eucaristía, memorial de tus
maravillas, encontremos el alimento que tú das a tus fieles como prenda de su futura
resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (c f. 19, 1-7)
Véase domingo I, II Vísperas (p. 23).

En los domingos de Cuaresma:

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CÁNTICO DE PEDRO (1P 2, 21b-24)
Véase domingo I, II Vísperas (p. 24).

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LUNES III
Laudes
SALMO 83
Hoy empezamos nuestro nuevo día con un antiguo canto procesional de Israel
que, en un ambiente de renovación postexílica, se dispone al retorno a su tierra,
mientras soñaba en el nuevo templo: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los
ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, después que de ellos ha
vivido tanto tiempo alejado en el destierro. Será necesario preparar una larga y penosa
peregrinación, pero no importa, cuando atravesemos áridos valles, la esperanza de
volver a Jerusalén los convertirá en oasis y, con pie firme, sin titubear ante la
dificultad, caminaremos de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión. Este salmo
fue repetido después por Israel como canto de peregrinación en sus fiestas anuales
cada vez que subía al templo. El Espíritu quiso que este salmo quedara cristalizado en
la Escritura, para acompañar también la peregrinación del nuevo Israel, que camina
hacia el reino. También nosotros, peregrinando, deseamos la Jerusalén definitiva,
donde contemplaremos al Dios vivo, y envidiamos a los que llegaron ya al término de
su peregrinación: Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Pero,
también, dichosos nosotros, que, preparando nuestra peregrinación, vivimos alegres en
la esperanza y, cuando atravesamos áridos valles de dificultades, los convertimos en
oasis; teniendo a Dios como sol y escudo que nos protege, caminamos, con esperanza
firme, de baluarte en baluarte hasta que veamos a Dios en Sión.
Empezamos ahora un nuevo día, iniciamos una nueva etapa de nuestra
peregrinación. Que la esperanza que nos insinúa este salmo convierta en oasis las
posibles dificultades de nuestra jornada.
Oración I
A tus fieles, Señor, a quienes has dado a conocer tu ley, concédeles también tu
bendición abundante: que, caminando durante su vida de baluarte en baluarte,
pasemos de este valle de lágrimas a tu Jerusalén celeste y lleguemos hasta ti cargados
de aquel fruto que tú mismo has sembrado en nuestros corazones. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor de los ejércitos, Dios de Jacob, que has atendido la oración de tu Ungido y
le has dado el gozo de vivir para siempre en tu casa, ayúdanos a amar a tu Iglesia, que
peregrina caminando hacia ti: que pueda presentar en tu altar su sacrificio de alabanza,

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que, caminando de baluarte en baluarte, llegue felizmente a tus atrios, y allí pueda
cantar tu alabanza eternamente. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (2, 2-5)
Este Cántico de Isaías, considerado sobre todo como plegaria, es una invitación
a la oración contemplativa y a la acción de gracias ante el plan de salvación universal
que Dios prepara para la humanidad. El final de la historia de los hombres será el
triunfo definitivo del bien sobre el mal, la victoria de la paz sobre la guerra y la unidad
de los hombres concordes en el conocimiento y el culto del Dios verdadero sobre las
mutuas divisiones: Al final de los días, confluirán pueblos numerosos al monte del
Señor, a la casa del Dios de Jacob. El amor entre los pueblos alejará definitivamente
toda guerra y toda enemistad, hasta tal punto que los hombres convertirán las armas de
guerra, ya inútiles, en instrumentos de trabajo y prosperidad: De las espadas forjarán
arados, de las lanzas, podaderas.
Que este cántico afiance nuestra esperanza ante el poco amor que respira el
mundo actual, ante el menguado espíritu religioso de los hombres, ante todo culto que
se desencamina del culto al verdadero Dios: «Tened valor: Yo he vencido al mundo»
(Jn 16, 33), nos dice Jesús. Al final de los días, todos los enemigos serán puestos bajo
el escabel de los pies de Cristo vencedor, y las naciones, todas unidas, caminarán a la
luz del Señor.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la gloria de la Jerusalén futura o la universalidad de la
salvación, por ejemplo: «Hija de Sión, alégrate», sólo la segunda estrofa (MD 606) o
bien «¡Qué alegría, cuando me dijeron!» (MD 822).
Oración I
Te bendecimos, Señor, y te damos gracias, porque la renovación del universo,
irrevocablemente decretada para cuando llegue el tiempo de la restauración de todas
las cosas, las has empezado a realizar ya en este mundo, haciendo de la Iglesia un
sacramento universal de salvación; haz que tus hijos no pierdan nunca la esperanza y
vivan alegres en la contemplación de la ciudad futura, donde reina ya tu Hijo que,
como primogénito entre muchos hermanos, ha vencido ya la muerte y el pecado y
reina contigo por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Reafirma, Señor, la esperanza de tus fieles, frecuentemente angustiados por las
guerras y por la falta de amor entre los hombres; haz que por todo el mundo resuene tu
palabra, que es Cristo, nuestra paz; que él, que destruyó en su cuerpo el muro del odio,
reconciliando a los pueblos que vivían divididos, haga de todos los hombres una sola
familia, reuniéndolos con su Espíritu en la nueva Jerusalén de tu reino. Él, que vive y
reina por los siglos de los siglos.

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R. Amén.
SALMO 95
El salmo 95 es un canto de los desterrados que, desde Babilonia, retornan a
Israel, para gozar en ella de la libertad: Que los campos y cuanto hay en ellos vitoreen,
que los árboles del bosque aclamen, delante del Señor, que ya llega con su pueblo, a
tomar nueva posesión de Jerusalén y regir desde ella el orbe con justicia.
Este salmo, a nosotros, los cristianos, nos habla del triunfo final de Dios en el
último día; y también de nuestra vocación sacerdotal, consistente en invitar a los
hombres a celebrar a Dios. Nuestro día no sólo debe cantar al Señor, sino ser también
una invitación a las familias de los pueblos a que aclamen la gloria y el poder del
Señor.
Oración I
Bendecimos, Señor, tu nombre, proclamamos día tras día tu victoria,
manifestada en la resurrección de tu Hijo Jesucristo; haz que todo nuestro día, con sus
obras y palabras, cuente a los pueblos tu gloria, para que todos los hombres, postrados
ante ti, aclamen tu gloria y tu poder. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios todopoderoso, concede a tu Iglesia, que canta en honor de tu Hijo un
cántico nuevo, celebrando su resurrección, alegrarse también un día con el cielo y la
tierra, y vitorear delante de Cristo, cuando llegue, en su última venida, a regir el orbe
con justicia y con fidelidad. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 122
El salmo 122 es la oración de un pueblo que se sien te postrado. Se trata de
Israel que, retornado de la cautividad de Babilonia, sufre, por una parte, las vejaciones
de los pueblos vecinos, que impiden la re construcción de la nación, y, por otra, el
abuso de los pudientes del propio pueblo, que, aprovechando la situación, oprimen sin
piedad a la clase humilde.
Expresemos con las palabras de este salmo nuestra pobreza personal ante Dios.
Que nuestros ojos, humildemente levantados a lo alto, esperen de la misericordia de
Dios lo que no obtendrán del orgullo de las fuerzas humanas de los poderosos del
mundo: Nuestra alma, Señor, está saciada del desprecio de los orgullosos, por eso
nuestros ojos están fijos en ti, Señor, y de ti esperamos la misericordia. ¿Es posible
para el hombre una actitud más verdadera ante Dios que la de este salmo?

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Oración I
Desde la mañana, Señor Jesucristo, hemos querido que nuestros ojos estuviesen
levantados hacia ti en todos los momentos de nuestra jornada; ahora, al llegar al
umbral de la noche, te suplicamos que los ilumines, por tu misericordia, para que
podamos continuar contemplándote en la fe, en medio de la oscuridad de un mundo
satisfecho y orgulloso. Tú, que eres la luz del mundo y vives y reinas por los siglos de
los siglos.
R. Amén.
Oración II
A ti levantamos nuestros ojos, Señor que habitas en el cielo: ten piedad de
nosotros y fortalece nuestra pequeñez, pues nos sentimos descorazonados ante el
desprecio de los orgullosos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 123
El salmo 123 es literalmente una plegaria de los «pobres de Yahvé», que todo lo
han perdido a excepción de la vida: Hemos salvado la vida como un pájaro dé la
trampa del cazador. El autor de este salmo tiene muy presente la catástrofe de
Jerusalén en el año 587 —nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos—, y
está muy vivo en su mente el re cuerdo, aún reciente, de las humillaciones del
destierro. Pero, en medio de tanta dificultad, hay que decir, con todo, que el Señor
estuvo de nuestra parte: humillados, sí, pero salvados; pobres ahora y desposeí dos de
todo, pero escapados de algo aún peor que hubiera podido acontecer. Y esta salvación
es obra de Dios: Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes.
Esta plegaria de los pobres de Yahvé cuadra muy bien con la oración cristiana,
sobre todo al final del día. Dios permite, con frecuencia, que las dificultades y
angustias de la vida nos hagan experimentar nuestra propia debilidad: « Por fuera,
luchas; por dentro, te mores; pero Dios, que consuela a los débiles» (2Co 7, 5-6),
también, al final, nos saca de nuestras tribulaciones. Por eso, también nosotros,
podemos concluir nuestro día dando gracias a Dios con el salmista: El Señor no nos
entregó en presa a sus dientes; nuestro auxilio es el nombre del Señor; bendito el
Señor.
Es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
salmo cantando las antífonas «En Dios pongo mi esperanza» (MD 704), «La verdad
del Señor, mi escudo y salvación» (MD 741) o bien «El auxilio me viene del Señor»,
sólo el estribillo (MD 840).
Oración I
Señor Jesús, que anunciaste a tus discípulos que serían odiados por causa de tu
nombre, pero que ni un cabello de su cabeza perecería, sin la permisión de tu Padre,
haz que nosotros, en medio de las pruebas de esta vida, sintamos la protección de tu
Espíritu Santo y nos veamos alentados por su consuelo, de tal forma que, salvados de

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la trampa del cazador, confesemos siempre que nuestro auxilio es tu nombre, ahora y
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Apártanos, Señor, de la trampa del cazador, que nos asalta y quiere tragarnos
vivos; que nuestro auxilio sea tu nombre, para que no caigamos como presa de sus
dientes, antes, cubiertos con tus plumas y refugiados bajo tus alas, podamos
bendecirte, viendo cómo la trampa se rompió y nosotros escapamos. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS EFESIOS (1, 3 -10)
Véase lunes I, Vísperas (p. 29).

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MARTES III
Laudes
SALMO 84
El salmo 84 es la oración de los repatriados de Babilonia, que durante los largos
años del destierro habían suspirado por el retorno que ahora Dios les ha concedido. Su
plegaria es, ante todo, un canto de acción de gracias al Dios que los ha salvado: Señor,
has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob. Pero el retomo no ha
sido tan glorioso como se habían imaginado durante los días del destierro: la ciudad
está en ruinas, la sequía malogra los campos, los pueblos vecinos hostiles dificultan la
reedificación del templo y de las murallas. Por ello a la acción de gracias por la
libertad obtenida hay que añadir una súplica pidiendo una restauración más plena:
Restáuranos, Dios salvador nuestro, es decir, devuélvenos aquella gloria de la antigua
Jerusalén y muéstranos tu misericordia, como lo hiciste antaño con nuestros padres.
La contemplación de la libertad lo grada y el deseo de una restauración más plena
lleva al salmista a un tercer sentimiento: la esperanza en las promesas de Dios. La
pequeña restauración logra da es sólo presagio e inicio de la salvación escatológica
que Dios prepara para su pueblo. Hay que abrirse a la esperanza: Voy a escuchar lo
que dice el Señor: «Dios anuncia la paz»; la salvación está ya cerca de sus fieles.
Las tres ideas clave del salmo 84 son hoy, oportunamente, fundamento de
nuestra oración cristiana, sobretodo en el momento de Laudes, hora de la resurrección
del Señor. Por la resurrección de Cristo, Dios ha restaurado la suerte de su pueblo, ha
perdonado su culpa, ha sepultado todos sus pecados. Pero, como en el caso de los
repatriados de Babilonia, también nuestra salvación está sólo incoada: la resurrección
de Jesús, cabeza del cuerpo de la Iglesia, es sólo el inicio de nuestra salvación, pues el
cuerpo de la Iglesia vive aún sumergido en numerosas dificultades. Que nuestra
plegaria, en esta hora de la resurrección del Señor, sea una oración de alabanza por lo
que Dios nos ha dado ya; pero que, a esta acción de gracias, se añada nuestra súplica
por una salvación más total: Restáuranos, Dios salvador nuestro, como restauraste el
cuerpo de tu Hijo. Y que esta súplica nos abra también a la esperanza: Voy a escuchar
lo que dice el Señor: La salvación está ya cerca de sus fieles.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona de acción de gracias o de petición o esperanza de los bienes
escatológicos, por ejemplo: «En Dios pongo mi esperanza» (MD 704), «Te damos
gracias, Señor» (MD 833) o bien «Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándonos».
Oración I
Muéstranos, Señor, tu misericordia y, ya que confesamos y reconocemos nuestra
miseria, no permitas que nuestra carne, tierra en la que habita tu gloria, sea esclava de
las concupiscencias y del pecado. Por Jesucristo nuestro Señor.

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R. Amén.
Oración II
Señor y Padre nuestro, tú que, en la muerte de Jesucristo, has sepultado todos
nuestros pecados y, en su gloriosa resurrección, te has mostrado bueno con tu tierra,
restáuranos plenamente mostrándonos tu misericordia y devolviéndonos la vida, para
que tu pueblo se alegre contigo y nuestra tierra dé su fruto, resucitando como Cristo en
gloria y santidad. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (26, 1-4. 7-9. 12)
Nuestro poema es un cántico de victoria y un himno de esperanza. Los
habitantes de Jerusalén se sienten orgullosos de su ciudad, protegida por Dios y, por
eso, victoriosa e inconmovible: hacia ella confluyen los justos que confían en el Señor.
La ciudad enemiga, en cambio, la Babilonia orgullosa y dominante, ha sido derrotada.
Esta acción de Dios es el fundamento de la confianza que siente el pueblo de Dios: El
Señor es la Roca perpetua; todas nuestras empresas nos las realizas tú.
Por fuertes que sean las embestidas del mal, no debemos acobardarnos, porque
Dios hará que su pueblo salga victorioso en el combate: «El poder del infierno no
derrotará a la Iglesia» (Mt 16, 18). Dios se sirve, con frecuencia, de «lo débil del
mundo para humillar a lo fuerte» (1Co 1, 27); los pasos del pueblo justo entrarán en la
ciudad.
Que este cántico, recitado al empezar el nuevo día, dé optimismo a nuestra
jornada: Mi alma, Señor, te ansía, mi espíritu madruga por ti, tú nos darás la paz en
este día, porque en ti confiamos y en ti tenemos una ciudad fuerte.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la gloria de la ciudad de Dios o la con fianza en el
Señor, por ejemplo: «Ciudad celeste, tierra del Señor», sólo el estribillo (MD 601) o
bien «El Señor es mi fuerza» (MD 647).
Oración I
Tú, Señor, eres nuestra ciudad fuerte, tú, nuestra muralla y baluarte de salvación,
tú nos darás la paz porque en ti confiamos; sé tú, pues, nuestra ayuda y protección
durante la jornada que empezamos, porque todas nuestras empresas de hoy deseamos
que nos las realices tú. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, Hijo amado de Dios, que, confiando siempre en el Padre, tu Roca
perpetua, te entregaste a realizar su voluntad, haciéndote obediente hasta la muerte;
haz que también nosotros, esperando contra toda esperanza, mantengamos nuestra paz
confiando en ti. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

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SALMO 66
El salmo 66 es literalmente un canto de acción de gracias por la nueva cosecha:
La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios. Esta nueva cosecha
invitaba a Israel a elevarse de los bienes naturales a cantar las bendiciones divinas del
llamamiento de todos los pueblos al conocimiento y alabanza de Dios: Oh Dios, que te
alaben los pueblos, que canten de alegría las naciones.
Ya para el salmista, y mucho más para nosotros, que en el nuevo Testamento
conocemos el plan universal de salvación que Dios tiene previsto, el salmo debe
significar un abrirse a los horizontes del mundo. Tanto nuestra acción de gracias como
nuestras peticiones de bendición deben tener siempre un sentido universal: Que todos
los pueblos te alaben, Señor, que conozca la tierra tu salvación.
Oración I
Oh Dios, que te alaben los pueblos, porque tú los has bendecido en tu Hijo con
toda suerte de bendiciones espirituales y celestiales; que todas las naciones conozcan
tus caminos, que todos los pueblos sepan que nos ha bendecido el Señor nuestro Dios
y por ello las naciones canten de alegría, ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, que riges el mundo con justicia y gobiernas las naciones de la tierra,
bendice nuestro día y haz que en él todos los hombres gocen del fruto que ha dado la
tierra, y un día te canten eternamente contemplándote, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 124
Probablemente el salmo 124 fue compuesto en ocasión de una peregrinación a
Jerusalén. La vista de la ciudad, coronada por el monte Sión, es, para los peregrinos,
como un símbolo de la seguridad del creyente; los enemigos de Jerusalén tendrán que
retroceder, porque la montaña de Sión es inexpugnable. Así los que confían en el
Señor no tiemblan y pueden estar tranquilos aunque las embestidas del enemigo arre
ciasen: No pesará sobre ellos el cetro de los malva dos, porque el Señor rodea a su
pueblo.
Hagamos nuestra esta actitud de firme confianza del salmista. Aún en medio de
las mayores dificulta des, esperamos contra toda esperanza, porque los que confían en
el Señor son como el monte Sión, asentado para siempre.
Es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna
antífona que exprese la confianza, por ejemplo: «En Dios pongo mi esperanza» (MD
704) o bien «El auxilio me viene del Señor», sólo el estribillo (MD 840).

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Oración I
Escucha, Señor, a tu Iglesia, que espera de ti la unidad, la fuerza y la paz; tú, que
has dicho a los discípulos en la tempestad nocturna: «Soy yo, ¡no tengáis miedo!», no
permitas que pese sobre nosotros el cetro de los malvados; en ti confiamos, Señor
Jesús. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesucristo, que has fundamentado tu Iglesia sobre la roca firme y has
prometido que las fuerzas del mal nunca prevalecerían contra ella, haz que creamos
siempre que tú rodeas a tu pueblo como las montañas rodean Jerusalén, y no permitas
que, desconfiando de tu promesa, extendamos nuestras manos a la maldad. Tú, que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 130
El salmo 130 nos invita a una oración sumergida en la confianza y en la
humildad: es la plegaria de Israel, que ha experimentado hasta la saciedad cómo sus
sueños de grandezas siempre quedaron desvanecidos. Con frecuencia, en efecto,
incluso en los momentos más críticos, Israel no dejó de esperar futuras grandezas
políticas, victorias deslumbrantes. Los repetidos fracasos han llevado al autor de
nuestro salmo a esperar de Dios otro tipo de gloria y de salvación: Señor, mi corazón
no es ahora ambicioso, no pretendió grandezas.
Hagamos nuestra esta plegaria de infancia espiritual; también a los cristianos nos
conviene recordar que las victorias que Dios nos ha prometido —y estas victorias son
muchas— no son los triunfos de un reino de este mundo: «Si no volvéis a ser como
niños —nos ha dicho el Señor—, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3).
Que nuestro corazón no sea, pues, ambicioso, que sepamos acallar y moderar nuestros
deseos, como un niño en brazos de su madre, imitando a aquel «que es manso y
humilde de corazón» (Mt 11, 29).
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
las antífonas «En Dios pongo mi esperanza» (MD 704), «Mi alma es pera en el
Señor», sólo el estribillo (MD 285) o bien «El Señor es mi pastor» (MD 838).
Oración I
Señor Jesús, tú que eres manso y humilde de corazón, tú que dijiste que quien
acoge a un niño te acoge a ti, tú que prometiste el reino de los cielos a los que se hacen
como un niño, no permitas que nuestro corazón sea ambicioso, sino ayúdanos a acallar
y moderar nuestros deseos, esperando en ti, como un niño espera en brazos de su
madre. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

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Oración II
Señor, tú que dijiste: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»,
ayúdanos a no pretender grandezas que superan nuestra capacidad, sino a esperar en ti,
ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (4, 11; 5, 9 -10. 12)
Véase martes I, Vísperas (p. 35).

100
MIÉRCOLES III
Laudes
SALMO 85
Este poema contiene la oración confiada de un individuo —o mejor de un
pueblo— que, hallándose en una situación crítica, ha experimentado la salvación de
Dios: Tú, Señor, eres bueno y clemente con los que te invocan; tú me salvaste del
Abismo profundo.
El salmista vive, nuevamente, un momento difícil de su vida: Una banda de
insolentes atenta contra mi vida. Pero la experiencia antigua le hace pasar con
facilidad de la súplica a la confianza y a la acción de gracias: Tú, Señor, me salvaste
del Abismo pro fundo; da, pues, fuerza a tu siervo y yo te alabaré de todo corazón.
Los acentos de súplica y confianza de este salmo pueden fácilmente ser el
arranque de la oración de nuestro nuevo día. Como el salmista, llamemos todo el día
y, si en algún momento de la jornada nos creemos sumergidos en el mal o
descorazonados por las dificultades, recordemos las antiguas maravillas de Dios para
con su pueblo —grande eres tú, y haces maravillas — y esperemos que el Señor
nuevamente nos ayudará y nos consolará.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
alguna antífona de súplica, por ejemplo: «A ti levanto mis ojos» (MD 841).
Oración I
Inclina tu oído, Señor, a nuestras súplicas y ten piedad de nosotros, tú que eres
bueno y clemente; ten piedad, Señor, de nosotros, pues a ti estamos llamando todo el
día; salva a los hijos de tu esclava, ayúdanos y consuélanos. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Escúchanos, Señor, que somos unos pobres y desamparados; enséñanos tu
camino y haz que nos mantengamos durante todo el día en el temor de tu nombre; que,
aunque nos veamos sumergidos en el Abismo profundo, sepamos confiar en tu grande
piedad para con nosotros y bendecir tu nombre por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (33, 13-16)
Este cántico alude literalmente a la liberación de Jerusalén cuando Senaquerib
levantó el asedio de la ciudad (2R 18, 13-16). El profeta quiere tranquilizar al pueblo
que está aún lleno de temor, anunciándole la victoria que se a vecina: Escuchad lo que

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he hecho, reconoced mi fuerza. Pero Isaías se dirige también a los israelitas que han
sido infieles a la alianza, profanando la misma santidad de Jerusalén. Cuando estos
israelitas contemplen el castigo del ejército de Senaquerib, temerán también por sus
propias infidelidades; también temen en Sión los pecadores, y un temblor agarra a los
perversos: « de nosotros habitará un fuego devorador, la hoguera perpetua, que va a
destruir al enemigo?» Que el pueblo de Dios no tema: si se convierte y procede con
justicia, habitará en lo alto de la Jerusalén libertada y, perdonado por Dios, tendrá
abasto de pan y provisión de agua.
Como oración de la mañana, este cántico nos invita a la contemplación del
triunfo pascual inaugurado por Jesús. El asedio de Jerusalén levantado es como un
signo de que la muerte y el pecado han sido ya derrotados: Escuchad lo que he hecho,
reconoced mi fuerza. Pero las palabras de este himno de victoria son también
exhortación a la penitencia. Hemos sido llamados al reino de Dios, a formar parte de
la Iglesia santa; si nuestro comportamiento nos hace temer que sucumbiremos,
juntamente con los enemigos de Dios, que el mensaje de este cántico nos devuelva la
paz: Si procedemos con justicia, habitaremos en lo alto de la Jerusalén definitiva, y, en
el banquete eterno, gozaremos, con abasto de pan, de la mesa de Dios.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona penitencial o de acción de gracias, por ejemplo: «Padre, hemos pecado
contra ti» (MD 933) o bien «Grandes y maravillosas son tus obras».
Oración I
Señor Dios, que, por la victoria de Jesucristo, nos has hecho conocer tu fuerza y,
por su gloriosa ascensión a tu derecha, nos has dado la esperanza de habitar un día en
lo alto, concédenos también tu ayuda, para que procedamos con justicia y cerremos
nuestros ojos para no ver la maldad; así un día podamos habitar contigo en el picacho
rocoso de tu reino eterno, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Santo Dios, santo Fuerte, santo Inmortal, tú que manifestaste a Moisés tu
nombre desde la zarza ardiente y, en Cristo, tu Hijo, nos has revelado las exigencias
de la nueva ley, ayúdanos a proceder siempre con justicia y a cumplir siempre con
espíritu filial tus mandamientos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 97

El salmo 97 tiene un claro significado mesiánico y escatológico; nos hace


contemplar la victoria final de Dios sobre el poder del mal y la salvación que
conseguirá Israel para todos los pueblos: El Señor da a conocer Su victoria. En esta
primera hora del día, hora de la resurrección, cantemos, pues, la victoria de nuestro
Dios, manifestada en la Pascua de Jesucristo. Y que, ante esta maravilla, toda nuestra
vida sea un cántico nuevo, proclamado ante los confines de la tierra. Que los hombres,

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que con tanta frecuencia viven faltos de esperanza, comprendan que también a ellos el
Señor les revela su justicia, para que los confines de la tierra contemplen, como
nosotros, la victoria de nuestro Dios.
Oración I
Señor Dios, autor de maravillas, te bendecimos y te damos gracias, porque nos
has dado a conocer la victoria de tu Hijo; recibe nuestro cántico nuevo y haz que
aclamemos a Cristo, tu Hijo, como Rey y Señor, ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Padre lleno de amor, que te acordaste de tu misericordia y tu fidelidad en favor
de la casa de Israel, haciendo maravillas y dándole la salvación, haz que sepamos
vitorearte y tocar en tu honor y revela también a las naciones tu justicia, para que
también los confines de la tierra te aclamen como Rey y Señor. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 125
A la comunidad judía le cuesta reinstalarse en Israel después del destierro; pero,
pese a las dificulta des, los corazones se llenan de alegría al retorno de los primeros
repatriados: Cuando el Señor cambió la suerte de Sión y nos hizo pasar del destierro a
Israel, nos parecía soñar. Pero a la alegría del retorno hay que unir la súplica por una
restauración más plena, hay que pensar en los que aún están cautivos en la lejana
Babilonia: Que el Señor cambie nuestra suerte y nos dé la liberación total.
En labios cristianos este salmo debe ser la oración escatológica de un pueblo
que, aunque sufre aún en el destierro y está lejos del reino, se sabe ya salvado. Por la
resurrección de Cristo —el primer hombre re patriado—, el Señor ha cambiado la
suerte de Sión; pensar en el triunfo del hombre, tal como resplandece en la carne del
Resucitado, nos parece un sueño, casi no podemos creer tanta felicidad..., pero es ya
realidad; el Señor ha estado grande con nosotros real mente. Pero a la alegría del «ya
ahora estamos salva dos» hay que unir la súplica ferviente por una salvación y
liberación total que abarque a toda la humanidad: Que el Señor cambie nuestra suerte,
la suerte de la humanidad esclava aún, la de los hombres que viven sin esperanza. Y
que el pensamiento de que a los dolores sigue la alegría nos haga siempre «alegres en
la esperanza”.
Es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
salmo cantando las antífonas «Los confines de la tierra han contemplado» (MD 722)
o bien «¡Qué alegría, cuando me dijeron!» (MD 822).

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Oración I
Señor, cambia la suerte de tu Iglesia, que, peregrina en la tierra, va sembrando
con lágrimas; haz que el gran día de la siega universal podamos volver cantando,
trayendo las gavillas, fruto de nuestro esfuerzo, y, con nuestra lengua llena de
cantares, aclamar que tú has sido grande con nosotros. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Tú, Señor, has estado grande con tu Hijo cuando lo arrancaste del poder de la
muerte; renueva, pues, tus antiguas maravillas en bien de la Iglesia: aleja de ella toda
suerte de esclavitud y haz que, después de haber llorado con Cristo, participando de su
pasión, experimente también como él el gozo de una abundante cosecha. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 126
Para comprender el significado espiritual del salmo 126 puede ayudar mucho
conocer su contexto histórico. Nuestro salmista vive en medio de las gravísimas
dificultades del tiempo de la restauración después del destierro; se intenta reconstruir
el templo, las murallas y la ciudad, pero las gentes que ocuparon Palestina durante el
destierro lo impiden. Por ello, al mismo tiempo que se reconstruye, es necesario luchar
contra los que se oponen a la reconstrucción. Es necesario, como lo dice el salmo 149,
«que los fieles canten jubilosos, con vítores en la boca» (vv. 5-6), dando gracias a
Dios por el retorno, que, con su trabajo, reconstruyan el templo y que, al mismo
tiempo, tengan «espadas de dos filos en las manos» (v. 6) para defender a los
constructores. Es, pues, en este contexto de vigilancia, de reconstrucción y de trabajo
duro en medio de enemigos, que Israel debe recordar que en vano se cansan los
albañiles, en vano vigilan los centinelas, si Dios no colabora, si no es el mismo Señor
quien construye la casa y guarda la ciudad.
Las dificultades para construir la ciudad eterna y nuestra ciudad terrena son
dificultades de todos los tiempos. Por eso, el salmo 126 es evocador de la actitud de
todo el que se esfuerza en construir. Dichoso el hombre que, en su esfuerzo y en su
trabajo, cree, como los israelitas que trabajan en reconstruir el templo, que los mejores
resultados son más obra de Dios que del propio esfuerzo, como los hijos, que son una
herencia que da el Señor.
Que después de todos nuestros afanes, al final del día, sepamos descansar en
Dios y colocar nuestras preocupaciones en su seno: Dios da el pan a sus amigos,
incluso mientras duermen. «Sin el Señor no podemos hacer nada» (Jn 15, 5); todos
nosotros «somos edificio de Dios» (1 Co 3, 9), no simple edificio humano.
Es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
salmo cantando las antífonas «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti» (MD 736)
o bien «Que el Señor nos construya la casan (MD 827).

104
Oración I
Señor Dios, autor de todos los bienes, tú que has querido que, cuando un hombre
echa simiente a la tierra, mientras duerme de noche y se levanta de mañana, la semilla
germine y vaya creciendo, sin que él sepa cómo, haz que los que construyen tu Iglesia
y los que vigilan la ciudad terrena confíen más en ti que en su propio esfuerzo y que,
realizada la tarea que tienen asignada para cada día, crean que, incluso mientras
duermen, tú procuras el pan necesario a tus amigos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Construye tú mismo, Señor, la casa que nosotros queremos construir en nosotros
mismos; guarda tú la ciudad terrena, que nosotros quisiéramos guardar; que no nos
resulte inútil madrugar ni velar hasta muy tarde, sino que, ayudados con tu auxilio, nos
sintamos fuertes y no quedemos derrotados cuando litiguemos con nuestro adversario
en la plaza. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS COLOSENSES (1, 12 -20)
Véase miércoles I, Vísperas (p. 40).

105
JUEVES III
Laudes
SALMO 86
El salmo 86 literalmente canta la gloria de Jerusalén y su maternidad universal.
Dios ha colocado en la ciudad santa su morada y la ama con predilección: El Señor
prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. Por eso, aunque
humanamente Jerusalén sea exigua e insignificante a los ojos del mundo, llegará a ser
la madre de todos los pueblos; incluso los más poderosos y terribles enemigos de
Israel: Egipto y Babilonia, desearán llegar a ser sus hijos: Contaré a Egipto y a
Babilonia entre mis fieles.
Cantar con acentos tan entusiastas la gloria de una ciudad pequeña y sin
prestigio, desconocida por las grandes potencias del mundo y frecuentemente
pisoteada por los pueblos enemigos, no significa megalomanía por parte del pueblo
creyente, sino fe y con fianza en las promesas de Dios.
Para nosotros, hijos de la nueva Jerusalén, este salmo debe servirnos para cantar
la gloria de nuestra madre la Iglesia. No con sentimientos de un falso triunfalismo —
sabemos que la Iglesia es, como la Jerusalén de la antigua alianza, pequeña y exigua
por nuestros valores humanos—, sino con adhesión firme a la palabra de Cristo, que
tanto amó a su Iglesia que «se entregó a sí mismo por ella, purificándola con el baño
del agua, para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga» (Ef 5, 25-27). El Señor
prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob; el amor de Cristo a su
Iglesia es el fundamento de nuestra esperanza de que, al fin de los tiempos, ella será
madre de todos los hombres, aun de aquellos que ahora aparecen como sus enemigos:
Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
las antífonas «Hacia ti, morada santa» (MD 649) o bien «Ciudad ce leste, tierra del
Señor», sólo el estribillo (MD 601).
Oración I
Señor Jesús, tú que lloraste sobre la Jerusalén de la tierra, que había de ser
destruida a causa de su infidelidad, y fundaste la nueva Jerusalén, madre de todos los
creyentes, haz que los cristianos nos gloriemos siempre de ser hijos de la Iglesia, tu
esposa amada, y que todos los hombres puedan ser contados un día entre los hijos de
la Jerusalén del cielo. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que amas a la Iglesia y prefieres las puertas de Sión a todas las
moradas de Jacob, haz que también nosotros, confiados en tus promesas y no en falsos

106
valores humanos, sepamos decir siempre con nuestras palabras y con nuestras obras:
«Todas mis fuentes y alegrías están en ti, nueva Jerusalén, esposa amada de Dios.»
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (40, 10-17)
Literalmente este cántico se refiere al advenimiento de Ciro, el rey persa, que
llega con poder, y cuyo brazo manda; en este rey es el mismo Señor Dios quien viene
con su salario, para destruir Babilonia; de este modo, los hijos de Israel alcanzarán la
libertad frente a sus opresores.
Pero esta victoria y este advenimiento fueron, ya para Israel, algo más que la
victoria de un rey sobre otro rey; fue Dios quien se sirvió del rey persa para librar a su
pueblo de la esclavitud. En la persona de Ciro es Yahvé quien llega para salvar a su
rebaño, dispersado entre los gentiles, reuniéndolo con su brazo, tomando en brazos a
los corderos y haciendo recostar a las madres.
Pero en nuestro cántico hay algo más que la buena noticia de la liberación; el
texto nos habla también de los caminos inescrutables de Dios, cuando él se propone
salvar al hombre. Nunca ningún israelita hubiera sospechado que sería por medio de
un pueblo pagano y un rey extranjero que llegaría a la libertad. «Los planes de Dios no
son nuestros planes, nuestros caminos no son sus caminos» (Is 55, 8).
Mantengamos, pues, firme nuestra esperanza y segura nuestra fe, aun cuando,
con frecuencia, no comprendamos el proceder del Señor. ¿Quién le ha sugerido su
proyecto? ¿Con quién se aconsejó para que le enseñara el camino exacto?
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la confianza que el pueblo de Dios tiene en el Señor, por
ejemplo: «El Señor es mi fuerza» (MD 647) o bien «El Señor es mi pastor» (MD 801).
Oración I
Señor Dios, pastor eterno, que con tu amor reúnes a tu rebaño y con tu poder lo
proteges, nadie puede medir tu aliento ni enseñarte el método inteligente; haz, pues,
que nosotros, en medio de nuestras tinieblas, sepamos acallar nuestros deseos, como
un niño en brazos de su madre, y estemos seguros de que nadie como tú conoce el
camino exacto y el método inteligente. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Danos, Señor, tu luz, para que conozcamos tus misterios; tú eres el que está lejos
y eres inaccesible, pero has querido acercarte a nuestra pequeñez; tú, el poderoso que
no quieres aterrarnos con tu poder; mira, pues, nuestra pequeñez y, ya que has
querido, en Cristo, asumir nuestra debilidad humana, haz que el fruto de la victoria de
tu Hijo nos preceda siempre como trofeo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

107
SALMO 98
El salmo 98 es uno de los cantos del reino restaura do después de la cautividad
de Babilonia. En él se celebra, sobre todo, la entronización de Dios en su nuevo
templo, después de que se ha vencido el poder de los enemigos. El Señor reina,
sentado sobre querubines..., y los pueblos se postran ante el estrado de sus pies.
A nosotros, cristianos, este salmo debe hacernos penetrar en el cielo, donde el
Señor reina para siempre. ¡Ojalá sepamos vivir, a través de estas sucesivas
preparaciones —que son los triunfos parciales que Dios concedió a su antiguo pueblo,
como cantamos en los salmos—, la certeza de que el Señor reinará por siempre!
Oración I
Señor Dios, que reinas sentado sobre querubines y ante quien vacila la tierra, que
todas las naciones reconozcan que tu nombre es grande y terrible y te ensalcen como a
su Señor y a su Dios. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Dios santo, cuyo Hijo se entregó a sí mismo, para que también nosotros
fuéramos santos ante ti, ayúdanos a proclamar con nuestras obras tu grandeza y a vivir
de tu perdón, no manchando la santidad que nos has otorgado. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 131 (I y II)
El salmo 131 es probablemente un canto para festejar el aniversario de la
entronización del arca en Jerusalén en tiempos de David; la ocasión no puede ser más
oportuna para evocar las diversas etapas de la entrada del arca y para recordar sobre
todo a David y sus desvelos por el culto y el templo. Cuando la monarquía dejó de
existir y con ella se deshicieron las esperanzas humanas de Israel, este salmo sirvió
para acrecentar la esperanza mesiánica: El Señor juró a David que uno de su linaje se
sentaría sobre su trono, y esta promesa no se puede retractar.
Para nosotros, cristianos, descendientes también de David, este salmo nos debe
servir de oración con la que recordemos a Dios los desvelos de nuestro santo patriarca:
Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes y bendice a nuestro pueblo, hijo, en
Cristo, de David, en atención a la santidad del antiguo patriarca. Pero con este salmo
podemos evocar también al verdadero y definitivo Hijo de David, Cristo el Señor, y
sus desvelos por la gloria del Padre. Dios prometió a María que su Hijo se sentaría
sobre el trono de David, su padre; que recuerde, pues, su promesa y que, en atención
al Hijo de David, bendiga la nueva Sión, la Iglesia, mansión de Dios por siempre,
porque Dios ha deseado vivir en ella.

108
Oración I
Señor Jesucristo, Hijo de David, tú has hecho de la Iglesia una casa real y un
pueblo sacerdotal y has querido que fuese el signo perenne de tu presencia salvadora
en todo lugar y en todo tiempo; continúa en nosotros la obra que has empezado y
mantén encendida en los que has ungido con tu Espíritu la lámpara de la fe hasta la
fiesta eterna. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor, siempre fiel a tus promesas, tú que has puesto sobre el trono de David,
como lo habías jurado, a Jesús, tu Hijo y tu Mesías, y has hecho de su Iglesia tu
mansión para siempre, levántate y ven a nosotros como a tu morada y haz que tus
sacerdotes y tus fieles guarden siempre tu alianza y sean fermento de santidad en el
mundo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (11, 17-18; 12, 10b-12a)
Véase jueves I, Vísperas (p. 46).

109
VIERNES III
Laudes
SALMO 50
Véase viernes I, Laudes (p. 47).
CÁNTICO DE JEREMÍAS (14, 17-21)
El cántico de Jeremías es una plegaria penitencial que cuadra muy bien con la
oración del viernes, día de la muerte del Señor. Una prolongada sequía está
destruyendo, año tras año, las cosechas de los campos y, ante tamaña desgracia, el
profeta pide ayuda y misericordia a Dios. Pero Dios se muestra inexorable: los hijos
de Judá van en pos de dioses extranjeros y tanto el profeta como el sacerdote vagan
sin sentido por el país. El Señor, por tanto, no solamente dejará sin re medio la sequía,
sino que al castigo de los campos sin cosechas seguirá el azote de la guerra. Ante tal
res puesta por parte del Señor, Jeremías no desfallece; confiesa las culpas del pueblo
— Señor, reconocemos nuestra impiedad— y espera el perdón de Dios —no rompas
tu alianza con nosotros, no nos rechaces—.
Pidamos, también nosotros, al Señor que, a pesar de nuestras infidelidades, no
nos abandone. Que nuestra plegaria sea la del publicano humilde que se reconoce
pecador; aunque nuestras culpas merecen el castigo, el Señor se apiadará de nosotros
por amor de su nombre.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona de matiz penitencial, por ejemplo: «¡Perdón, Señor, hemos pecado!» (MD
802) o bien «Danos, Señor, un corazón nuevo» (MD 971).
Oración I
Señor, reconocemos nuestra impiedad: hemos pecado contra ti como nuestros
padres de Israel, hemos merecido que tu garganta tenga asco de nuestro pueblo; pero
tu amor supera nuestras culpas, recuerda y no rompas tu alianza con nosotros, no nos
rechaces, por tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, tú que lloraste sobre tu ciudad de Jerusalén, que no quiso
reconocerte como su Salvador, haz que nosotros nos compadezcamos también y
lloremos por los sufrimientos de la humanidad, signos del mal profundo que nos
penetra a todos los humanos; cura la terrible desgracia de nuestro pueblo, su herida de
fuertes dolores, y no rompas tu alianza con nosotros, tú que moriste en la cruz por
todos los hombres y ahora vives y reinas por los siglos de los siglos.

110
R. Amén.
SALMO 99
El salmo 99 es un canto procesional de acción de gracias a Dios que ha elegido a
Israel y lo guía con cuidado amoroso como a ovejas de su rebaño. Pero Israel —la
Iglesia— es un pueblo sacerdotal, es «Lumen gentium», luz de los gentiles; por ello
no puede contentarse con cantar ella sola a Dios. Toda la tierra, todos los hombres,
deben sumarse a esta alabanza: Aclamad al Señor, tierra entera. Nosotros caminamos
también procesionalmente siguiendo a Cristo, que ha pasado ya de este mundo al
Padre, y nos dirigimos hacia el verdadero atrio de Dios, el reino donde Cristo
victorioso está sentado a la derecha del Padre. Que la alegría y el canto sea pues el
distintivo de los que creemos en el reinado que, ya en este mundo, es objeto de nuestra
esperanza y de nuestros anhelos.
Oración I
Señor, Dios bueno, cuya misericordia es eterna, y cuya fidelidad dura por todas
las edades, haz que te sirvamos con alegría durante el día que ahora empieza y
esperemos anhelantes entrar por tus puertas con acción de gracias, para bendecir tu
nombre, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Somos, Señor, las ovejas de tu rebaño, haz, pues, que caminemos siempre en tu
seguimiento, hasta que, terminada nuestra peregrinación terrena, entremos por tus
atrios con himnos, confesando que tú has sido bueno para con nosotros y que tu
misericordia ha sido eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 134 (I y II)
Este salmo es un himno al Dios creador del universo y salvador de Israel. Con él,
el pueblo de la antigua alianza aclamaba al que tiene en sus manos el universo y
dirigió los destinos de Israel, desde la liberación de Egipto hasta la instalación en
Canaán.
Para nosotros, cristianos, este salmo, sobre todo situado en viernes, día en que
empezamos nuestra celebración hebdomadaria de la Pascua, puede ser muy evocativo;
con él celebramos a Dios creador y recordamos la historia de la salvación. De esta
forma, el salmo prepara ya la celebración cercana del domingo, día en que empezó la
creación y llegó a su término la historia de la salvación.
Este recuerdo de la creación y de la Pascua hacía germinar en el corazón de
Israel una fe tan sólida, que la multitud de ídolos les parecían simple caricatura. ¿Son

111
también para nosotros nuestros himnos a Dios tan sinceros que nos lleven al desprecio
de la multitud de ídolos que continuamente crea nuestro mundo?
Oración I
El recuerdo de tus maravillas, Señor, fortalece nuestra fe y nos impulsa a la
acción de gracias; acuérdate de nosotros, tú que nos has creado y nos has redimido;
acuérdate de nosotros, que somos el templo y la casa edificada por tu Hijo, para que
podamos bendecirte de edad en edad, como Dios vivo y verdadero. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, dueño nuestro, que haces todo lo que quieres en el cielo y en la tierra,
contempla a tu pueblo que te alaba porque eres bueno, que tañe para tu nombre, pues
eres amable, y se alegra porque, por Cristo tu Hijo, Señor nuestro, has herido de
muerte al enemigo y te has compadecido de nosotros, tus siervos; no permitas que la
Iglesia, en nuestros días, confíe en los ídolos del mundo, hechura de manos humanas,
antes confírmala en tu alabanza y bendícela abundantemente con el poder de tu
diestra. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (15, 3 -4)
Véase viernes I, Vísperas (p. 51).

112
SÁBADO III
Laudes
SALMO 118, 145-152
El autor del salmo 118 es un piadoso israelita, enamorado de la ley de Dios, que
sufre las burlas de un ambiente de indiferencia religiosa que desprecia su proceder y
prefiere dedicarse a los propios intereses antes que meditar la ley de Dios y poner en
ella su esperanza. El ambiente de indiferencia religiosa no fue privativo de muchos
hijos de Israel, sumergidos entre pueblos que les aventajaban culturalmente casi
siempre. También hoy la Iglesia cristiana, sumergida en culturas y técnicas muy
adelantadas, puede tener la tentación de hacer de ellas su dios y olvidar el Evangelio.
Por ello, la oración del joven israelita autor del salmo es muy apta para empezar
nuestra jornada cristiana: Aunque se acerquen, Señor, mis inicuos perseguidores, que
quisieran apartarme de tu ley, prometiéndome otras felicidades, yo me adelanto a la
aurora, esperando tus palabras.
Oración I
Tú, Señor, estás cerca de cuantos te invocan de todo corazón; escucha, pues, la
oración de quienes se adelantan a la aurora pidiendo tu auxilio y protege con tu brazo
a quienes esperan en tus palabras. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Nuestros ojos, Señor, se adelantan a la aurora meditando tu promesa; danos vida
con tus mandamientos, pues, sumergidos en las dificultades de la vida, sin tu ayuda
desfalleceríamos ante nuestros inicuos perseguidores. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA SABIDURÍA (9, 1-6. 9-11)
Este cántico que el libro de la Sabiduría pone en labios de Salomón, el rey sabio
por excelencia, es una de las más bonitas plegarias de la Biblia, muy apta para ser
rezada al principio del nuevo día y muy fácil mente adaptable a la situación de cada
uno de nosotros.
Por nuestra condición humana, somos débiles y demasiado pequeños para
conocer el juicio y las leyes de Dios; pero el Señor ha escogido el hombre, para que
dominase sobre sus criaturas y para que rigiese el mundo y lo gobernase. Mas, para
realizar esta misión, nos es necesario pedir insistentemente la sabiduría asistente del
trono de Dios.

113
Tenemos necesidad de conocer los planes de Dios para construir la Iglesia y
edificar el mundo con los trabajos del día que estamos empezando. Pidamos, pues, que
el Señor nos dé su sabiduría, para que sepamos realizar lo que es grato a los ojos de
Dios, y lo que es recto según sus preceptos.
Que Dios dé también esta sabiduría a todos nuestros hermanos, especial mente a
aquellos que tienen responsabilidades especia les en el gobierno del mundo y de la
Iglesia.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que pida la luz de Dios o la asistencia del Espíritu, por ejemplo:
«Oh, Señor, envía a tu Espíritu» (MD 972).
Oración I
Señor, dueño nuestro, contigo está tu Verbo, la Sabiduría conocedora de tus
obras, que te asistió cuando hacías el mundo y que, poniendo su tabernáculo entre
nosotros, nos enseñó lo que es grato a tus ojos; pero nosotros somos demasiado
pequeños para conocer sus leyes; por eso te pedimos, Señor, que nos asistas, para que
comprendamos esta Sabiduría que has mandado de tus santos cielos: que sus juicios
guíen prudentemente nuestras acciones, para que, en todos nuestros trabajos,
realicemos lo que es grato a tus ojos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, tú que, cuando se cumplió la etapa final de la historia, nos mandaste de
tus santos cielos la Sabiduría que procede de ti, tu Palabra hecha carne, para que, con
su luz, nos enseñara lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos,
haz que también, por medio de esta Palabra, hecha para nosotros sabiduría,
justificación, santificación y redención, toda nuestra vida sea un sacrificio de alabanza
agradable a tus ojos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 116
Véase sábado I, Laudes (p. 54).

114
DOMINGO IV
I Vísperas
SALMO 121
Cuando en sus peregrinaciones anuales los israelitas llegaban a Jerusalén, sus
rostros quedaban iluminados contemplando la ciudad santa. Allí, en santa asamblea, se
congregaba el pueblo, como en los tiempos del desierto en torno a la tienda; allí
resonaban las alabanzas al nombre del Señor; allí era posible a los israelitas en litigio
encontrar justicia, pues en las puertas del palacio real estaban los tribunales de
justicia; allí resonaba sin cesar el tradicional «shalom» entre los hermanos de un
mismo pueblo. ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!
Lo que para Israel representaba Jerusalén para nos otros, cristianos, lo representa
el domingo. En este día, nos reunimos, y el nuevo Israel aparece como ciudad bien
compacta en las asambleas dominicales; en este día, según la costumbre del nuevo
Israel, celebramos el nombre del Señor; este día nos aporta la esperanza escatológica y
es, para quienes frecuentemente sufrimos, prenda de que se nos hará justicia
definitiva; en este día del Señor, intercambiamos todos los cristianos nuestro
«shalom» al celebrar la eucaristía..
Que nuestro entusiasmo, al llegar el domingo, no sea, pues, menor que el de
Israel cuando se acercaba a Jerusalén: ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la
casa del Señor»!
Oración I
Te damos gracias, Señor Jesucristo, por la alegría que nos has dado en tu ciudad
de Jerusalén: tu santa resurrección y la efusión de tu Espíritu; que, al reunirnos
mañana con nuestros hermanos y compañeros en la asamblea eucarística, sintamos
nuevamente el gozo de tu presencia de Resucitado, que nos desea la paz, como hiciste
en el primer domingo con tus discípulos, tú que fuiste muerto y ahora vives, por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, según la costumbre del nuevo Israel, nuestros pies están ya pisando
los umbrales del domingo, que nos reunirá con nuestros hermanos de todo el mundo
para celebrar tu nombre en la Iglesia, tu nueva Jerusalén; que el vernos congregados
en asamblea nos colme de alegría y nos haga esperar, con mayor anhelo, la Jerusalén
definitiva, donde esperamos encontrar la paz, junto a nuestros hermanos que nos han
precedido ya en el signo de la fe. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

115
SALMO 129
Hoy, para la celebración de estas I Vísperas del do mingo, usamos un salmo que,
a primera vista, puede parecer no muy apropiado con el carácter festivo y alegre del
día del Señor. El salmo 129 es, en efecto, la plegaria penitencial de un pecador que,
con clara con ciencia de su culpa, se ve enfermo y a las puertas de la muerte en castigo
de su pecado: Desde lo hondo, a ti grito, Señor; si llevas cuenta de los delitos, ¿quién
podrá resistir? Pero, a pesar de esta primera apariencia, el sentido más profundo de
nuestro salmo respira un ambiente muy distinto. Más que la confesión de la propia
culpabilidad, el salmista expresa su plena confianza en la salvación de Dios; y esto
hace del salmo 129 una plegaria muy propia para inaugurar la celebración del do
mingo, porque el domingo es precisamente el memo rial de cómo Dios, por la
resurrección de Cristo, arrancó al hombre del abismo, de la muerte y del pecado, no
llevando cuenta de sus delitos, porque del Señor procede el perdón.
El salmo 129 es uno de los cantos de peregrinación que los israelitas cantaban en
su camino a Jerusalén; el nuevo Israel, en peregrinación también hacia la Jerusalén
definitiva, repite hoy este salmo a las puertas ya de la celebración dominical,
pregustación de su llegada a la Jerusalén eterna. Al acabar la semana, en la que
probablemente no han faltado infidelidad ni pecado, no perdemos la confianza: Desde
lo hondo de nuestra miseria, a ti gritamos, Señor. El recuerdo de cómo Dios resucitó a
Cristo, primogénito de la humanidad, alienta nuestra esperanza: Nuestra salvación no
es obra nuestra, del Señor viene la redención copiosa, él redimirá a Israel, como
resucitó a su Hijo, de entre los muertos.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
las antífonas «En Dios pongo mi esperanza» (MD 704) o bien «Desde un abismo
clamo a ti, Señor» (MD 730).
Oración I
Tu pueblo, Señor espera en ti, la Iglesia espera en tu palabra; nuestras culpas nos
han hundido en el abismo, pero de ti viene la misericordia, y la redención copiosa;
devuélvenos, pues, en este domingo que ahora empezamos, la alegría de tu salvación y
haznos oír el gozo y la alegría. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios de poder y de bondad, que nos has dado la redención copiosa,
enviándonos a Jesús, para que salvara al pueblo de los pecados, no nos abandones
ahora en lo hondo de nuestra miseria, que tus oídos estén atentos a la voz de nuestra
súplica, para que no quede defraudada nuestra esperanza de que tú redimirás a Israel
de todos sus delitos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS FILIPENSES (2, 6 -11)
Véase domingo I, I Vísperas (p. 16).

116
Laudes
SALMO 117
Véase domingo II, Laudes (p. 56).
CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES (Dn 3, 52 -57)
Véase domingo II, Laudes (p. 58).
SALMO 150
Véase domingo II, Laudes (p. 59).

II Vísperas
SALMO 109, 1-5. 7
Véase domingo I, II Vísperas (p. 20).
SALMO 111
El salmo 111 es uno de los salmos rituales usados por Israel para celebrar la
renovación de la alianza. Viene a ser como la lista de las bendiciones que Dios
promete a quienes han sellado su pacto con él. Al escuchar esta lista de bendiciones,
prometidas al justo que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos, los cristianos
pensamos, casi espontánea y necesariamente, en Cristo, el Justo por excelencia, el que,
como cabeza del nuevo pueblo de Dios, ha sellado en su sangre la alianza nueva y
eterna. Dios ha realizado en él todas las bendiciones prometidas en el salmo: Su
descendencia —la Iglesia— es bendita; él brilla en las tinieblas como una luz; su
recuerdo es perpetuo, como la misma celebración del domingo nos evidencia. Pero
este salmo puede evocarnos también la felicidad de quienes, por nuestra comunión en
Cristo, somos también herederos de las bendiciones de la nueva alianza. Meditado en
este contexto, este salmo puede ser muy significativo para concluir el domingo.
El bautismo, incorporándonos a Cristo, nos ha dado par te en las bendiciones
divinas prometidas al justo: también nosotros somos luz del mundo; también nuestro
corazón puede estar seguro, sin temor de malas noticias, porque hemos escuchado la
Buena Noticia de Jesús; también nosotros esperamos alzar la frente con dignidad y ver
derrotados a nuestros enemigos, la muerte y el pecado.
Que este salmo, pues, nos lleve, por una parte, a la contemplación de las
perfecciones de Cristo, el Justo por excelencia, y, por otra, a la acción de gracias por
la alianza y por las bendiciones que, por Cristo, hemos obtenido.
Es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
salmo cantando las antífonas «Gloria y honor a ti, Señor», sólo la primera estrofa
(MD 604) o bien «El Señor es mi luz y mi salvación» (MD 842).

117
Oración I
Señor Jesús, luz que brillas en las tinieblas, tú que amaste de todo corazón los
mandatos del Padre y has dejado en el mundo un recuerdo perpetuo, tú que, incluso en
medio de las angustias de la pasión, conservaste tu corazón firme, seguro y sin temor y
viste derrotados a tus enemigos, la muerte y el pecado, danos parte de tus bendiciones:
haz de nosotros luz del mundo y sal de la tierra, concédenos un corazón seguro y sin
temor y haz que en el último día, por haber amado de corazón tus mandatos, podamos
alzar la frente con dignidad. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Jesús, luz indeficiente de quienes aman de corazón los mandatos de Dios,
haz que todos los cristianos caminemos como hijos de la luz, que nuestra caridad sea
constante, sin falta, que, por haber repartido limosna a los pobres, podamos en el
último día alzar la frente con dignidad y escuchar de tus labios la bendición suprema:
«Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo.» Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (cf. 19, 1 -7)
Véase domingo I, II Vísperas (p. 23).

En los domingos de Cuaresma:

CÁNTICO DE PEDRO (1P 2, 21b-24)


Véase domingo I, II Vísperas (p. 24).

118
LUNES IV
Laudes
SALMO 89
Después de la celebración alegre del domingo, empezamos hoy un nuevo día y
una nueva semana de trabajo con un salmo sapiencial que nos hace meditar sobre la
brevedad y fragilidad de la vida del hombre, corta trayectoria entre el nacer y el morir,
repleta, además, de miserias y limitaciones, fruto de nuestras culpas e infidelidades:
Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; nuestros años se acaban como un
suspiro.
Pero el salmo, a pesar de sus acentos oscuros, nos abre a la esperanza. Dios tiene
compasión de sus siervos. El nuevo día, que empezamos, puede traernos la
misericordia del Señor, su perdón, la alegría y el júbilo; así pensaba ya el salmista, que
desconocía aún la inmortalidad futura: Vuélvete, Señor, ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Si así pensaba el salmista en los umbrales de la re velación, el salmo, meditado
por quienes somos sabe dores de la resurrección que Dios tiene preparada a los
hombres, se abre a perspectivas mucho más esperanzadoras. La mañana, en que
estamos y que recuerda el salmo, nos puede evocar la mañana definitiva, el momento
todo luz, en que aparecerá el Hijo del hombre, momento del cual este comienzo de día
es débil imagen: En aquella mañana, Señor, cuando vengas a juzgar al mundo,
sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será eternamente alegría y júbilo.
Oración I
Señor, antes que fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y para
siempre, tú eres Dios y soportas que nosotros, frágiles y culpables, continuemos
habitando en la tierra de los vivos y nos das días y años para que adquiramos un
corazón sensato: que el amor, Señor, nos haga siempre dóciles a tu voluntad, que
nuestras acciones proclamen la obra de tus manos para que así podamos un día gozar
eternamente de la dulzura de tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Dios y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos al polvo del
que fuimos formados, tu paciencia nos concede días y años, para que adquiramos un
corazón sensato: que baje a nosotros tu bondad y haga, durante este día, prósperas las
obras de nuestras manos, para que se manifiesten al mundo tu bondad y tu gloria. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

119
CÁNTICO DE ISAÍAS (42, 10-16)
Bajo diversas imágenes, frecuentes en el lenguaje bíblico —Dios guerrero
victorioso, dolores de la mujer cuando da a luz—, nuestro cántico anuncia a los des
terrados de Babilonia la libertad que se acerca. Los años de la cautividad han sido
largos cronológicamente y, sobre todo, psicológicamente: «Desde antiguo guardé
silencio, me callaba y aguantaba, permitiendo que los caldeos oprimieran a mi pueblo;
pero está llegando la hora en que saldré como un héroe, excitaré mi ardor como un
guerrero, y así salvaré a mi pueblo de la cautividad, guiándole, por senderos que
ignora, hacia la tierra de Canaán. El camino será como una procesión de alegría y,
bajo los pies de los desterrados que retornan, se agostarán montes y collados y ante
ellos convertiré lo escabroso en llano.» Los pueblos vecinos, al contemplar las
caravanas que retornan, clamarán desde la cumbre de las montañas y darán gloria al
Señor.
También nosotros experimentamos nuestras pruebas, también conocemos lo que
es el destierro y, con frecuencia, creemos que nuestras dificultades no terminarán;
pensamos que el Señor desde antiguo guarda silencio y se calla. La celebración
cotidiana de Laudes nos debe recordar que está cercano el fin de nuestras pruebas; en
esta primera hora de la mañana, el Señor salió como un héroe, excitó su ardor como
un guerrero, mostrándose valiente frente al enemigo, cuando destruyó la muerte al
salir del sepulcro.
Con esta acción gloriosa, Dios no salvó ya a un pueblo de la esclavitud de
Babilonia, sino que libró a la humanidad entera de toda esclavitud, cuando libró de la
corrupción del sepulcro y de la esclavitud de la muerte a su Hijo Jesucristo,
primogénito de una nueva humanidad.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que exprese la alabanza o la acción de gracias por la victoria, por
ejemplo: «Grandes, maravillosas son tus obras», sólo la primera estrofa (MD 607) o
bien «Cantemos al Señor, sublime es su victoria» (MD 737).
Oración I
Señor Jesús, tú que, como primogénito entre muchos hermanos, excitaste tu
ardor como un guerrero, destruyendo el imperio de la muerte, condúcenos a nosotros,
ciegos que no conocemos el camino, y guíanos por senderos de esperanza,
convirtiendo nuestras tinieblas en luz, hasta que lleguemos a contemplar aquel día que
ya no tendrá más noche. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Oh Dios, libertador nuestro, que, por la victoria de Cristo sobre la muerte, has
manifestado a todos los hombres el poder invencible de tu amor, ayúdanos a librar el
noble combate de la fe y haz que trabajemos para que nuestros hermanos sean
liberados de la injusticia y del error; que, a través de un nuevo éxodo, lleguen a ser el
pueblo de los salvados y, guiados por Jesucristo, tu Hijo, alcancen tu reino de felicidad
y de paz. Por Jesucristo nuestro Señor.
120
R. Amén.
SALMO 134, 1-12
El salmo 134 es una invitación a la alabanza, funda da principalmente en la
contemplación de las dos obras más destacadas de Dios en favor de la humanidad y de
Israel, la creación y el éxodo: Yo sé que el Señor es grande, todo lo que quiere lo
hace: en el cielo y en la tierra...; él hirió a los primogénitos de Egipto, envió signos y
prodigios... Este salmo es, pues, en su conjunto, una gran afirmación de la
trascendencia divina.
También nosotros, Señor, queremos alabarte por la creación y por el nuevo
éxodo que nos has hecho vivir. Tú, Señor, eres grande; tú haces lo que quieres, heriste
de muerte a pueblos numerosos, a los innumerables pecados de los hombres y a la
misma muerte..., y nos diste tu tierra —el reino eterno— en heredad a nos otros,
Israel, tu nuevo pueblo.
Oración I
Señor grande, creador y salvador de tu pueblo, alabamos tu nombre y te
bendecimos, porque has hecho obras grandes en favor de tu pueblo: mataste a reyes
poderosos, el pecado y la muerte; compadecido de nosotros tus siervos, nos has dado
tu tierra en heredad; que tu recuerdo perdure entre nosotros de edad en edad y que un
día, en los atrios de tu casa, podamos bendecirte eternamente. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor, creador del cielo y de la tierra, tú que haces lo que quieres, tú que haces
subir las nubes desde el horizonte, desatas las lluvias y sueltas a los vientos,
compadécete de tus siervos, que, reunidos en la casa del Señor, alaban tu nombre; y,
ya que nos has escogido en posesión tuya, danos también un día tu tierra en heredad y
haz que, en los atrios de tu casa, podamos bendecir tu nombre, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 135 (I y II)
Para Israel el salmo 135 formaba parte del «gran hallel pascual», es decir, de la
suprema alabanza del pueblo escogido en honor de Yahvé. El entusiasmo con que
repetía el mismo estribillo impedía la rutina. El encadenamiento de las diversas
maravillas realiza das por Dios a favor suyo le testimoniaba el amor indeficiente del
Señor: Porque es eterna su misericordia.
En esta lista de acciones prodigiosas de Dios en favor de su pueblo hay tres
momentos privilegiados: la creación del mundo, la liberación de Egipto, la solicitud de
121
Dios por el pan de cada día de sus criaturas: Él hizo sabiamente los cielos y afianzó
sobre las aguas .la tierra; él hirió a Egipto y sacó a Israel de aquel país; él da alimento
a todo viviente.
Que la enumeración de estas maravillas, completa das, sobre todo en lo que se
refiere a la liberación pascual, por Jesucristo, no deje frío o indiferente al nuevo Israel
de Dios. Que el estribillo Porque es eterna su misericordia no se convierta en nuestros
labios en una fórmula rutinaria, sino que la contemplación amo rosa del amor de Dios
para con los hombres haga también de este salmo nuestro «gran hallel», la alabanza a
Dios del pueblo cristiano.
Es recomendable que este salmo sea recitado a manera de una letanía. Un lector (o,
mejor aún, un cantor, para que cada una de las frases de la letanía penetre más
profundamente) puede ir enumeran do las diversas maravillas que presenta el salmo,
y la asamblea puede responder con canto —tanto si la enumeración es leída como si
es cantada—: «Porque es eterna su misericordia.»
Oración I
Señor y Padre nuestro, porque eres bueno, porque amas al mundo y no quieres
que nadie se pierda, nos has enviado como salvador a tu Hijo; porque es eterna tu
misericordia, has aceptado su obediencia que nos ha hecho pasar de la muerte a la vida
y has dado tu Espíritu a los creyentes, para que vivamos en la libertad, como hijos
tuyos; por ello te damos gracias y bendecimos tu nombre, ahora y por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, autor de grandes maravillas, te damos gracias porque eres bueno,
porque tu misericordia es eterna; te damos gracias por Cristo tu Hijo, nuestro Señor,
en quien hemos recibido toda gracia y todo don: por él has creado cuanto existe en el
cielo y en la tierra, en él y con él hemos pasado de la muerte a la vida, por ello
queremos bendecirte ahora y por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS EFESIOS (1,3 -10)
Véase lunes I, Vísperas (p. 29).

122
MARTES IV
Laudes
SALMO 100
El salmo 100 fue, en su origen, el programa de actuación de un rey recién
consagrado. Meditado por la comunidad cristiana al comienzo de un nuevo día, nos
sugiere un ideal de conducta recta para ofrecer a Dios, como himno de alabanza, la
nueva jornada: «Voy a cantar, con mis acciones del día, la bondad y la justicia; que
mis obras rectas sean para ti como una música grata en tu presencia, Señor.»
Es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
salmo cantando las antífonas «Caminaré en presencia del Señor» (MD 829) o bien
«Yo cantaré al Señor toda mi vida».
Oración I
Señor Jesús, que has venido al mundo para que pudiéramos andar con rectitud de
corazón, tú, que nos has propuesto como ideal de perfección a tu propio Padre,
concede a los hijos de tu casa la verdadera perfección del amor: que vivamos hoy en
tu presencia sin cometer fraudes, sin ojos engreídos y así cantemos tu bondad y tu
justicia con cada una de las acciones de nuestra jornada. Tú, que vives y reinas por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Concédenos, Señor, Dios nuestro, la rectitud de corazón: que andemos dentro de
tu casa, la Iglesia, sin poner nunca los ojos en intenciones viles, que andemos durante
esta jornada por un camino perfecto, siguiendo en todo tu ley y sirviéndote con amor,
que desde la mañana hagamos callar al hombre malvado que habita en nosotros y
vivamos en comunión de amor con los que te son leales. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE AZARÍAS (Dn 3,26-27.29. 34-41)
El libro de Daniel pone en boca de Azarías, precipitado en el horno por haberse
negado a adorar la estatua erigida por Nabucodonosor, este cántico de penitencia. En
medio de las llamas, Azarías reconoce y confiesa humildemente los pecados de Israel,
por los que Dios parece haber olvidado sus antiguas promesas.
Toda esta plegaria refleja la situación de persecución del tiempo de los
Macabeos. A causa de sus pecados, Israel ha quedado reducido al más pequeño de
todos los pueblos, sin príncipes ni profetas, sin holocausto ni sacrificios, sin templo ni
altar donde ofrecer primicias, la humillación no puede ser mayor. Pero al profeta le
123
queda aún un medio a través del cual encontrar la faz de Dios: El corazón contrito y el
espíritu humilde pueden ser un sacrificio igual, e incluso mejor, que el holocausto de
carneros y toros.
Al empezar el nuevo día, hagamos nuestra esta plegaria. «Se acerca la hora, ya
está aquí —decía Jesús a la Samaritana—, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu» (Jn 4, 23). Como Azarías y como los mártires del
tiempo de los Macabeos, también nosotros somos pobres y estamos desprovistos de
todo: de buenas obras e, incluso, quizá, de ilusiones y de deseos de mejorar.
Ofrezcamos, pues, a Dios lo único que está a nuestro alcance, nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde, y confiemos que el Dios de nuestros padres no romperá su
alianza y multiplicará nuestra descendencia como la arena de las playas marinas, por
Abrahán, su amigo, por Isaac, su siervo, por Israel, su consagrado, y, sobre todo, por
Jesús, su Hijo amadísimo.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar con
alguna antífona de matiz penitencial, por ejemplo: «Desde lo hondo a ti grito, Señor»,
sólo la primera estrofa (MD 825) o bien «¡Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti!» (MD 932).
Oración I
Escúchanos, Señor, Dios de nuestros padres, y no retires de nosotros tu favor;
humillados a causa de nuestros pecados y descorazonados por nuestras debilidades,
pero sabiendo que los que en ti confían no quedan defraudados, acudimos a tu
misericordia: acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde y danos la
abundancia de tu perdón y de tu paz. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Concede, Señor a tu Iglesia una pobreza siempre creciente de medios y de
fuerzas propias, que le haga poner toda su confianza sólo en tu fidelidad; haz también
que el recuerdo de tus maravillas a lo largo de la historia de la salvación sea su fuerza
ante las pruebas presentes, para que, firme en la esperanza, haga de todas sus obras un
sacrificio espiritual, agradable a ti por Jesucristo, tu Hijo. Que vive y reina por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 143, 1-10
Hoy tomamos en nuestros labios, como oración de la mañana, la plegaria de un
antiguo rey de Israel que, antes de emprender la batalla, aclama a su Dios como su
roca, su escudo y su refugio. Con esta oración, empezamos hoy las luchas del nuevo
día, seguros de que Dios adiestrara nuestras manos para el combate, nuestros dedos
para la pelea. Y bendecimos a Dios porque, aunque el hombre es igual que un soplo,
que una sombra que pasa, el Señor inclina su cielo y desciende, extiende la mano
desde arriba y nos libra de las aguas caudalosas en las que a veces nos vemos
sumergidos.

124
Oración I
Señor, roca, escudo y refugio nuestro, tú, que das la victoria a los reyes y
salvaste a David, tu siervo, extiende también la mano desde arriba y defiéndenos a
nosotros de las aguas caudalosas; adiestra nuestras manos para el combate de este día
y haz que podamos someter a nuestros enemigos y que, reportada la victoria,
entonemos en tu honor un cántico nuevo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios victorioso, que, extendiendo la mano desde arriba, salvaste a Jesús,
tu siervo, sé también escudo y refugio de tu Iglesia; defiéndela en los combates del
mundo, líbrala de las aguas caudalosas del mal, que inundan la tierra, y haz que un día
te pueda cantar un cántico nuevo, confesando que ha sido salvada, porque tú has
inclinado tu cielo y te has fijado en ella. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 136, 1-6
Para hacer del salmo 136 una oración personal de cada uno de nosotros, puede
ayudamos el reconstruir las circunstancias que dieron origen a este bello poema. Israel
se ha reunido para una liturgia penitencial; en esta celebración se recuerda el tiempo
del destierro babilónico y las humillaciones sufridas a las orillas del Éufrates: Allí
nuestros opresores, para divertirse, nos invitaban a cantar los cantares de Sión;
¡hubiera sido un sacrilegio y una traición divertir al pueblo idólatra con los cantos
sagrados!
Sólo la añorada Jerusalén puede ser objeto del amor y de los cantos del pueblo
de Dios: Si me olvido de ti, Jerusalén, si no te pongo en la cumbre de mis alegrías, que
se me pegue la lengua al paladar.
Este poema nos trae así el recuerdo de Babilonia y de Jerusalén, personificación
y símbolo de los dos amores que están constantemente solicitando nuestro corazón:
Junto a los canales de Babilonia, nos invitaban a cantar; pongo a Jerusalén en la
cumbre de mis alegrías. He aquí las dos ciudades, de las que ya hablan el Apocalipsis
y san Pablo: Babilonia, la gran meretriz; Jerusalén del cielo, nuestra madre. Estos dos
amores han construido dos ciudades, nos dirá san Agustín, estos dos amores continúan
su acción en cada una de las épocas y en cada uno de nosotros y quieren captar sus
adeptos; también hoy solicitan nuestra res puesta. Que el salmo 136 nos sirva, pues,
para renovar nuestra renuncia bautismal a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y
para poner nuestro corazón en la Jerusalén del cielo: No cantaremos nuestros cantares
en tierra extranjera, sino que haremos de Jerusalén la cumbre de nuestras alegrías.
Es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
salmo cantando la antífona «Por ti, patria esperada», sólo el estribillo (MD 602).
125
Oración I
Somos conscientes, Señor, de que el mundo de la confusión y de la idolatría en
que vivimos no es la ciudad que buscamos; somos ciudadanos del cielo y de allí
esperamos que venga el Salvador; líbranos, pues, Señor, de querer mezclar nuestra fe
con el pecado y guarda nuestros labios puros para tu alabanza. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Oración II
Padre nuestro que estás en los cielos, acuérdate de nosotros que, desterrados y
lejos de ti, nos sentamos a llorar con nostalgia, junto a los canales de Babilonia,
alejados de la verdadera felicidad; no permitas que, en esta tierra extranjera, nos
olvidemos de la Jerusalén donde tú serás nuestra alegría, y haz que algún día, vencidos
nuestros opresores, alejados del pecado, liberados de la ignorancia y destruida para
siempre la muerte, podamos cantar los cantares de Sión, en compañía de todos tus
santos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 137
El salmo 137 es el himno de acción de gracias de un rey que, superados los
peligros de la guerra y vencidos los enemigos, va al templo a dar gracias a Dios por la
victoria, confesando que el triunfo ha sido consecuencia de haber pedido el auxilio de
Dios: Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque, cuando te invoqué, me
escuchaste y, cuando caminé entre peligros, me conservaste la vida.
Es fácil rezar este salmo con nuestros ojos puestos en Cristo, que «ora en
nosotros como cabeza nuestra» (S. Agustín, Comentario al salmo 85, 1). El Señor, en
efecto, verdadero rey del nuevo pueblo de Dios, al emprender, en su pasión, la lucha
contra el pecado y la muerte, invocó a Dios, su Padre, y Dios le escuchó, caminando
entre peligros; a pesar de haber penetrado incluso en el sepulcro, le conservo la vida,
y, por eso, ahora, delante de los ángeles, le da gracias de todo corazón.
Contemplemos, a través de este salmo, la victoria de Cristo, nuestro rey, demos
gracias al Señor de todo corazón por esta victoria, que redunda en bien de todos los
hombres, y pidamos a Dios que no abandone la obra de sus manos, iniciada en la
resurrección de Cristo, sino que complete sus favores con nosotros, llevando a todos
los hombres a una salvación semejan te a la de su Hijo.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
las antífonas «Te damos gracias, Señor» (MD 833), «El Señor hizo en mí maravillas»
(MD 981) o bien «Gloria, honor a ti, Señor Jesús» (L. Deiss).
Oración I
Te damos gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste a Cristo, tu Hijo,
cuando, en los días de su vida mortal, te presentó oraciones y súplicas, a gritos y con
lágrimas, y, extendiendo tu derecha, lo salvaste de la muerte; completa, Señor, con

126
nosotros los favores iniciados en Cristo y no abandones la obra de tus manos. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, que, delante de los ángeles, tañe para ti;
tú, que te fijas en el humilde y de lejos conoces al soberbio, extiende tu derecha sobre
nosotros y sálvanos, completando con nosotros aquella obra de tus manos, que
iniciaste al resucitar a tu Hijo de entre los muertos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (4, 11; 5, 9 -10. 12)
Véase martes I, Vísperas (p. 35).

127
MIÉRCOLES IV
Laudes
SALMO 107
El salmo 107 está formado por dos cantos diversos. El primer canto es una
oración pidiendo la victoriosa teofanía de Dios en una guerra: Elévate sobre el cielo,
Dios mío; que tu mano salvadora nos responda, para que se salven tus predilectos. El
salmista está tan cierto que se realizará esta su petición que da gracias ya de antemano
por la victoria y dice a Dios su plena confianza en que esta petición se realice: Dios
mío, mi corazón está firme; vendrá la victoria y, entonces, te daré gracias ante los
pueblos.
El segundo canto contiene un oráculo no realizado, por lo menos bajo la forma
como lo esperaba el pueblo: Dios habló: «Triunfante ocuparé Siquem; sobre Edom
echo mi sandalia.» La realidad, en cambio, fue muy otra, Israel no venció a Edom,
sino que sufrió una derrota en la batalla. ¿Quién me conducirá a Edom, si tú, oh Dios,
nos has rechazado? El enemigo ha vencido, y la ocupación de Edom no se ha dado;
pero, a pesar de todo, el salmista no deja de confiar: Con Dios haremos proezas, él
pisoteará a nuestros enemigos, no quizá como nosotros soñábamos, pero sí de una
manera que sólo él sabe y prevé.
Este salmo, un poco difícil en su primera lectura, es una magnífica oración de fe
y esperanza cristiana. Es una acción de gracias por la salvación, ya antes de que la
hayamos experimentado, y una acción de gracias sin titubeos: Dios mío, mi corazón
está firme; no sé lo que me traerá el nuevo día, pero despertaré a la aurora, para darte
gracias porque te elevarás sobre el cielo y tu gloria llenará la tierra, para que se salven
tus predilectos.
Y, si tus promesas no se realizan según nuestros pensamientos, si nosotros
soñábamos en tu victoria en un sentido y bajo unas apariencias que no se realizan, si
los acontecimientos nos parecen contradecir tus oráculos, si, ante los planes forjados e
imposibles de llevar a término, tengo que decir: ¿Quién me conducirá a Edom?, es
decir: « me dará la victoria sobre el mal para vencer?», pediremos tu auxilio y
esperaremos confiados tus caminos, que no son siempre nuestros caminos: Auxílianos
contra el enemigo, y contigo haremos proezas.
Oración I
Acoge, Señor, la oración de tus siervos y haz que nuestros corazones despierten
a la aurora para darte gracias; auxílianos en nuestras angustias, pues toda ayuda del
hombre es inútil, y muéstranos tu gloria, para que se salven los predilectos que tú tanto
amas. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

128
Oración II
Señor Jesús, que, triunfando sobre tus enemigos, la muerte y el pecado, has sido
elevado sobre el cielo, despierta nuestro corazón, para que te demos gracias ante los
pueblos; que, cantando tu resurrección, despertemos la aurora y, guiados por la fe,
victoria que vence al mundo, lleguemos hasta aquella plaza fuerte donde tú reinas, por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (61, 10—62, 5)
Este cántico de Isaías es un himno a Jerusalén, que será restaurada después de
los años tristes del cautiverio. Nuestro texto tiene como dos partes. En la primera parte
es la propia Jerusalén quien habla; se siente exultante y radiante al pensar en los días
que se le acercan: El Señor me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se
adorna con sus joyas. En la segunda parte es el profeta quien habla, dirigiéndose a
Jerusalén, que está a punto de abandonar el destierro de Babilonia: Los pueblos
vecinos, por donde pasarán las caravanas de los desterrados que retornan, verán tu
justicia y tu gloria; ya no te llamarán «Abandonada», como cuando eras esclava en
Babilonia, sino «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, como un joven que se
casa con su novia.
Dios continúa amando también a su pueblo en nuestros días, incluso cuando
nosotros le hemos sido in fieles. Este cántico nos recuerda el amor indefectible de
Dios hacia nosotros. Los mismos castigos y silencios de Dios, aquellos momentos en
que, personal o eclesialmente, nos podemos sentir como si fuésemos la
«Abandonada», terminarán y desembocarán en un nuevo amor de Dios, esposo que no
nos abandonará, porque el Señor nos prefiere a nosotros, y nuestra tierra tendrá un
Dios por marido.
Es recomendable que este cántico sea distribuido entre la asamblea y un lector que
representara al profeta. La asamblea podría recitar o cantar a dos coros desde el
principio del canto hasta «los himnos, ante los pueblos»; el lector proclamaría, desde
el ambón, la parte final, desde «Por amor de Sión no callaré». Si no es posible cantar
la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando alguna antífona que
celebre la gloria del pueblo de Dios, por ejemplo: «Hija de Sión, alégrate» (MD 606).
Oración I
Reconstruye, Señor, las murallas de la nueva Jerusalén, tú, que no dejas nunca
de amar a tu pueblo; haz de la Iglesia una corona fúlgida en tus manos, perdonando
todas sus infidelidades; por tu bondad, favorece nuevamente a Sión, para que,
renovada y enriquecida con tus dones, como una novia que se adorna con sus joyas,
pueda ser tomada como tu desposada y encuentres en ella la alegría que encuentra el
marido con su esposa. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

129
Oración II
Señor Jesús, que has venido al mundo, a traer la paz y la salvación a la Iglesia, tu
amada, y la has envuelto en un manto de triunfo, como una novia que se adorna con
sus joyas, haz que esta esposa, que tú mismo te has elegido, te ame siempre con amor
indefectible y que, unida a la Virgen María y envuelta en santidad, desborde de gozo y
alegría y se alegre siempre contigo, su Dios y su Señor. Tú, que vives y reinas por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 145
La primera hora del día es el momento de los planes y proyectos; pero nuestra
experiencia nos invita a no fiarnos demasiado de ellos, pues, aunque el espíritu esté
pronto, la carne es débil. Por ello el salmo 145 es una oración muy oportuna para el
comienzo de la jornada. Este salmo nos hace dirigir nuestra mirada a Dios, poniendo
sólo en él nuestra confianza: No con fiemos en el hombre —ni en nosotros mismos ni
en ninguno de los mortales—, pues los seres de polvo no pueden salvar. Apoyémonos,
en cambio, en el Señor, pues es dichoso aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, ya que
sólo él liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, da pan a los hambrientos.
Oración I
Sólo en ti, Dios de Jacob, esperamos, porque sólo tú eres poderoso y fiel;
libértanos, Señor, de nuestra cautividad, como esposo amante, abre nuestros ojos,
levanta nuestro abatimiento, danos pan, pues nos sentimos hambrientos, justicia, pues
nos sentimos oprimidos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Padre nuestro, que estás en los cielos, tú, que has querido que la buena nueva del
Evangelio fuera revelada a los pobres y oprimidos, míranos a nosotros, seres de polvo
cuyos planes perecen, y haz que gocemos de tu auxilio, pues sólo esperamos en ti. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Vísperas
SALMO 138, 1-18. 23-24 (I y II)
Un sabio medita sobre la omnipresencia de Dios y sobre su sabiduría, que
penetra hasta lo más recóndito de nuestra vida. Su poema quiere ser un homenaje de
entrega confiada a aquel que todo lo sabe: nuestro pasado, nuestro presente, nuestro
futuro. El pasado, que ya hemos olvidado o del que quizá nunca fuimos conscientes,
está presente a los ojos de Dios: Cuando, en lo oculto, me iba formando, no
desconocías mis huesos, conocías hasta el fondo de mi alma; el presente, lleno de
misterios para nuestra mente, es luminoso a los ojos de Dios: Penetras mis

130
pensamientos, distingues mi camino; el futuro, objeto sólo de mis proyectos, el Señor
no deja de penetrarlo: ¿A dónde iré?, allí me alcanzará tu izquierda y me agarrará tu
derecha.
Dios, como dirán los místicos, nos penetra más pro fundamente de lo que
nosotros mismos podemos conocernos; he aquí la confesión de este salmo. Si este
penetrar de Dios en nuestras vidas puede dar intranquilidad al impío, para el salmista
es fuente de paz y de abandono en manos del que todo lo sabe: Señor, tú me cubres
con tu palma. Esta omnisciencia de Dios suscita su oración pidiendo al Señor que
cuide de su vida: Señor, mira si mi camino se desvía y guíame por el camino eterno.
Que la paz que fluye de esta oración del salmista sea nuestra paz y nuestra plegaria en
este momento en que el día termina.
Oración I
Señor, tú no necesitas nuestras explicaciones, porque sabes bien lo que hay en el
hombre; que la luz de tu saber penetre la tiniebla de nuestros corazones, para que
podamos encontrarte y seguir con fidelidad el camino de tu Evangelio. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Tú, Señor, que nos conoces y, con tu mirada, penetras nuestros pensamientos,
cúbrenos siempre con tu palma, vela sobre nosotros, para que nuestro camino no se
desvíe, y, con tu saber portentoso, guíanos por el camino eterno. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DE LA CARTA A LOS COLOSENSES (1, 12 -20)
Véase miércoles I, Vísperas (p. 40).

131
JUEVES IV
Laudes
SALMO 142, 1-11
El salmo 142 es la oración de un oprimido, en quien podemos ver personificado
todo el pueblo de Dios. Entre dificultades y sufrimientos, los ojos puestos en el poder
de Dios y en las obras de sus manos, meditando siempre las acciones del Señor, se va
avanzando hacia la victoria definitiva. El enemigo nos persigue, nos es difícil el
camino del bien, nuestro aliento desfallece y, con frecuencia, caemos en el camino,
porque somos de barro. Pero, Señor, tú, que eres el único justo, no nos escondas tu
rostro a causa de nuestra debilidad; recuerda que ningún hombre vivo es inocente
frente a ti; lo reconocemos humildemente, Señor.
Bajo el signo de la propia debilidad y de la santidad de Dios, conscientes de
nuestro pecado, pero recordando los tiempos antiguos —el éxodo y la resurrección—
en que Dios nos dio, de una vez para siempre, garantía de su amor, empezamos un
nuevo día en la humildad y la esperanza. Señor, al empezar la jornada, tu Iglesia te
pide suplicante: En la mañana hazme escuchar tu gracia e indícame el camino que he
de seguir en cada una de las acciones de este día.
Oración I
Señor Jesucristo, que, saliendo victorioso del sepulcro, nos hiciste escuchar tu
gracia en la mañana de la resurrección, haciendo resplandecer una aurora fulgurante
sobre quienes estaban confinados a las tinieblas, como muertos ya olvidados, cuando
la muerte nos abra las puertas de tu encuentro, no llames a juicio a tus siervos, antes,
que tu Espíritu, que es bueno, nos guíe por tierra llana y nos conduzca hasta tu reino.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Extendemos nuestros brazos hacia ti y te pedimos, Señor, que perdones nuestros
pecados; Padre eterno, Dios todopoderoso, no llames a juicio a tus siervos, antes
sácalos de sus angustias y líbralos del mal que los rodea, pues ningún hombre vivo es
inocente frente a ti; que, salvados, Señor, por tu bondad, tu Espíritu nos guíe por la
senda llana, hasta alcanzar aquel reino donde tú vives, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DE ISAÍAS (66, 10-14a)
El cántico de hoy es un himno escatológico en honor de la Jerusalén definitiva.
Ha terminado ya la cautividad de Babilonia, y los israelitas han retornado a Tierra
Santa. Pero las esperanzas, forjadas durante el destierro, no se han realizado como
132
Israel imaginaba en los días de cautiverio. Jerusalén no es la ciudad gloriosa y
vencedora, sino un conjunto de ruinas; la pobreza y las calamidades de la posguerra
dificultan la reconstrucción de la ciudad, la hostilidad de los pueblos vecinos no hace
sino acrecentar las ya graves dificultades que se respiran por todas partes. Todo ello es
motivo de decepción para un pueblo que en el dolor había imaginado un porvenir
glorioso. Pero que da un resto de fervorosos israelitas que no han perdido totalmente
la esperanza y que, ante las dificultades presentes, empiezan a entrever que las
promesas de Dios sobre el futuro de la ciudad santa han de referir- se a una Jerusalén
muy distinta de la política y nacionalista que se habían imaginado. Nuestro cántico va
dedicado, pues, a este pequeño resto que continúa creyendo en las promesas de Yahvé,
y tiene por objeto reafirmar sus esperanzas.
El Espíritu nos repite hoy a nosotros el mensaje de este cántico. También el
pueblo cristiano es invitado, frecuentemente, al gozo, con el anuncio de los bienes y
favores de Dios, con la proclamación del Evangelio de Jesús. Pero también el pueblo
cristiano, con frecuencia, entiende mal este mensaje y hace de las promesas de Dios
bienes a la propia medida. Se imagina una Iglesia santa y pura en todos sus miembros
y en cada una de sus instituciones, sueña con una paz y justicia plena y total ya aquí en
la tierra..., y, cuando estos bienes no llegan a ser realidad en toda su plenitud, muchos
son los que se descorazonan. La palabra de Dios nunca nos ha prometido los bienes
escatológicos para el tiempo de nuestra peregrinación; por eso, nunca en la tierra la
comunidad cristiana será totalmente pura y santa. En el momento actual, la Iglesia es
sola mente aquella red que congrega toda clase de peces, buenos y malos, hasta el día
en que los ángeles separen los justos de los pecadores; aquí en la tierra, el mundo
nunca será plenamente justo, porque los hombres debemos anhelar el mundo mejor
que empezará con la gloriosa manifestación de Jesús, el Señor, manifestación que será
la única realidad plena de justicia humana.
Pero, mientras luchamos por aquel mundo mejor que no acabamos nunca de
conseguir, hemos de conservar viva la esperanza: Gozad con Jerusalén, todos los que
la amáis, ale graos, los que por ella llevasteis luto, porque el Señor destruirá a sus
enemigos —injusticia, dolor, pecado, muerte— y en la Jerusalén definitiva seréis
consolados.
Si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando
alguna antífona que celebre la gloria de la Iglesia, por ejemplo: «Hija de Sión,
alégrate» (MD 606) o bien «Hacía ti, morada santa» (MD 649).
Oración I
Señor Dios nuestro, has prometido consolar Jerusalén como una madre consuela
a sus hijos; haz que, mientras vivamos aún en el cuerpo, emigrados y lejos de ti,
anhelemos estar con Cristo y nos sintamos ya salvados en aquella esperanza que no
engaña. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

133
Oración II
Señor Jesús, que has dicho: «Venid a mí todos los que estéis cansados y
agobiados y yo os aliviaré», consuela a tu pueblo con la dulzura de tu amor y haz que
nuestros trabajos engendren aquel mundo nuevo, donde todos se saciarán de la alegría
que tú mismo prometiste y que nadie nos podrá arrebatar. Tú, que vives y reinas por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
SALMO 146
El salmo 146 es, con toda probabilidad, un himno que se compuso para la
reconstrucción de las murallas de Jerusalén, cuando Israel volvió del exilio. El
salmista nos hace contemplar en la reconstrucción de la ciudad y en el retorno de los
exiliados una prueba de la bondad del Señor. Un sentimiento de conmoción invade su
ánimo: El Dios omnipotente, creador del universo, se apresura ahora a ocuparse de
Israel, para levantar su postración, vendar sus heridas, sostener a los humildes y
humillar a los malvados.
Nuestra vida experimenta también dificultades y desánimos semejantes a las que
vivieron los desterrados de Babilonia, necesita también contemplar la restauración que
Dios prepara a su pueblo. En esta primera hora de la mañana —en que, por el poder de
Dios, un hombre como nosotros, Cristo Jesús, que además era verdadero Dios, levantó
su humanidad destruida e hizo de su cuerpo glorioso el símbolo y el inicio de la nueva
Jerusalén—, contemplemos este misterio y exclamemos El Señor, grande y poderoso,
el que cuenta el número de las estrellas y a cada una la llama por su nombre,
reconstruye Jerusalén y, con ello, sana nuestros corazones destrozados. Dios merece
una alabanza armoniosa.
Oración I
Señor Dios, cuya sabiduría no tiene medida, cuyo poder somete a cada estrella,
llamándola por su nombre, tú, que reconstruiste Jerusalén y reuniste a los deportados
de Israel, sana ahora también nuestros corazones destrozados y haz que confiemos
siempre en tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, tú que sostienes a los humildes, pon tus ojos en estos fieles que
confían en tu misericordia, venda nuestras heridas, sana nuestros corazones
destrozados, no permitas que vivamos nuevamente en el destierro lejos de ti, antes
reúnenos en tu Iglesia, nueva Jerusalén reconstruida, y haz que en ella entonemos la
acción de gracias, esperando el día en que cantaremos en tu presencia, la música
buena, la alabanza armoniosa que tú mereces. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

134
Vísperas
SALMO 143 (I y II)
El salmo 143, con el que hoy empezamos nuestra oración de la noche, se adapta
extraordinariamente bien a la situación de la Iglesia peregrina, que vive su «ya ahora»
de la victoria pascual realizada por Cristo y su « todavía no» de la esperanza
escatológica de los bienes que el Señor le tiene preparados.
Bendito sea el Señor, que me somete los pueblos, que salva a David su siervo,
que se ha fijado en el hombre y ha pensado en los hijos de Adán, que adiestra mis
manos para el combate; por todo ello, Señor, te cantaré un cántico nuevo, pues estas
imágenes me recuerdan el triunfo pascual de tu Hijo, el «ya ahora» de la Pascua
realizada.
Pero la Iglesia espera aún la plena manifestación del triunfo pascual; el mundo
sufre aún, porque no ha llegado, como su Cabeza, Cristo, a la «libertad gloriosa de los
hijos de Dios» (Rm 8, 21). De aquí las súplicas insistentes del nuevo Israel: Señor,
inclina tu cielo y desciende, defiéndeme de las aguas caudalosas, de la mano de los
extranjeros. Te damos gracias, Señor, por la Pascua realizada, te invocamos para que
nos asistas en nuestra lucha por la destrucción del mal.
Si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando
las antífonas «El Señor es mi fuerza» MD 647) o bien «Protégeme, Dios mío, que me
refugio en ti» (MD 736).
Oración I
Mira, Señor, a tu pueblo, que se gloría de tenerte como Dios y Padre; míranos,
reunidos en la alabanza de la victoria pascual de Jesucristo, hijo de David y hermano
nuestro según la carne no somos dignos de que te fijes en nosotros, pero tú nos has
salvado y has puesto en nuestros labios el cántico nuevo de tu alabanza; recíbela por
Jesucristo nuestro Señor. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Bendito seas, Señor, porque has pensado en los hijos de Adán y, por Cristo, tu
Hijo, has establecido tu alianza con ellos en el combate contra las fuerzas del mal; no
dejes de extender la mano desde arriba, cuando luchamos contra nuestros enemigos y
haz que la salvación que diste a Jesús, el nuevo David, sea extendida a cuantos forman
su cuerpo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (11, 17 -18; 12, 10b-12a)
Véase jueves I, Vísperas (p. 46).

135
VIERNES IV
Laudes
SALMO 50
Véase viernes I, Laudes (p. 47).
CÁNTICO DE TOBIT (Tb 13, 10-15. 17-19)
El libro de Tobías pone nuestro cántico en labios del anciano patriarca Tobit, tan
probado por Dios. Al ver Tobit que el Señor le ha devuelto la vista, después de los
largos años de ceguera, siente crecer su esperanza. Cómo la ceguera ha conocido el
fin, también tendrá fin el destierro de Babilonia, y Jerusalén, la ciudad amada,
recobrará su antiguo esplendor, hasta tal punto que vendrán de lejos muchos pueblos,
con ofrendas para el Rey del cielo. A nosotros, cristianos, que vivimos ciegos, por
nuestra ignorancia, y sumergidos en las dificultades del destierro, este cántico nos ha
de abrir a la esperanza. Experimentamos la propia limitación —ceguera de nuestro
espíritu— y las pruebas del destierro; con frecuencia, Dios nos ha castigado por
nuestras obras, pero también hemos probado, incluso ya ahora durante nuestro
destierro, el amor a Cristo, nuestro es poso, quien, con su palabra evangélica, ilumina
nuestras tinieblas, como fueron iluminados los ojos de Tobit. Esta palabra nos hace
esperar, para el futuro, el consuelo de la Jerusalén definitiva, donde nos alegraremos
con el pueblo justo reunido en ella.
Es recomendable que este cántico sea, en algunas ocasiones, proclamado por un
salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el
cántico cantando alguna antífona que celebre la gloria de la Jerusalén futura, por
ejemplo: «Hija de Sión, alégrate» (MD 606) o bien «Dad gracias al Señor con cantos
de alegría» (MD 761).
Oración I
Haz Señor que, llenos de fe, vivamos en continua espera del bienaventurado día
en que se manifestará la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús; que,
cuando él venga a ser glorificado con sus santos, podamos alegrarnos y saltar de gozo
contemplando la nueva Jerusalén, reedificada con zafiros y esmeraldas, y,
congregados en ella, te podamos bendecir, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Tú, Señor, has hecho de tu Iglesia la ciudad situada en lo alto del monte, para
que, como signo de tu amor a los hombres, aportara a los pueblos la libertad, la alegría
y la paz; haz que tu pueblo realice la misión que le ha sido confiada y congregue todas
las naciones en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.

136
R. Amén.
SALMO 147
Véase viernes II, Laudes (p. 79).

Vísperas
SALMO 144 (I y II)
El salmo 144 es todo él, desde sus primeras expresiones hasta el fin, un canto de
acción de gracias. Por ello puede ser una de las oraciones más propias del pueblo que
conoce la «Buena nueva de la salvación», que sabe que «nada le falta —como decía el
Apóstol— en ninguna clase de bienes celestiales».
Israel, para realizar lo que dice este salmo: Día tras día te bendeciré, recita
diariamente este texto en el oficio matinal; el Talmud judío afirma que quien lo reza
tres veces al día puede estar cierto de que «es hijo del mundo futuro».
Nosotros, cristianos, que en la celebración del viernes empezamos el recuerdo
semanal de la Pascua, ha gamos hoy de este salmo nuestra oración, narrando las
grandes acciones de Dios, difundiendo la memoria de su inmensa bondad, aclamando
sus victorias.
«Este salmo —decía san Juan Crisóstomo— es digno de que le prestemos la
mayor atención; es justo que quien ha sido hecho hijo de Dios, que quien participa en
su mesa espiritual glorifique a su Padre.» San Juan Crisóstomo comprendió bien que
este salmo habla de nuestro Padre, pues, en definitiva, canta el misterio de nuestra
adopción divina, los favores de aquel que es cariñoso con todas sus criaturas.
Oración I
Te damos gracias, Señor, porque eres cariñoso con todas tus criaturas, porque
has querido que no nos falte ninguna clase de bienes celestiales; ayúdanos a ponderar
siempre tus obras y a contar tus hazañas, explicando a los hombres la gloria de tu
reinado. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Oración II
Señor Dios, bueno con todos y cariñoso con todas tus criaturas, los ojos de los
hombres te están aguardando: abre, pues, tu mano y satisface los deseos de tus hijos
dispersos por el mundo, escucha sus gritos y sálvalos, sostiene a los que van a caer,
guarda a los que te aman y haz que nuestra boca pronuncie tu alabanza, ahora y por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
CÁNTICO DEL APOCALIPSIS (15, 3 -4)
Véase viernes I, Vísperas (p. 51).

137
SÁBADO IV
Laudes
SALMO 91
Véase sábado II, Laudes (p. 82).
CÁNTICO DE EZEQUIEL (36, 24-28)
El cántico que hoy usaremos en nuestra oración matutina forma parte de un
oráculo más extenso (Ez 36—37), en el que se describe la salvación que Dios promete
a Israel exiliado en Babilonia. El destierro está llegando ya a su término, y Dios se
dispone a re coger a los israelitas de entre las naciones, para llevarlos de nuevo a su
tierra. Pero antes del retorno ha de intervenir una solemne liturgia penitencial, porque
el pueblo, con sus infidelidades, se ha manchado, y Palestina es la tierra santa de
Yahvé. Por eso, Dios promete un agua purificante que, a la manera de las
purificaciones rituales, renovará el corazón y el espíritu de los hijos de Israel:
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará.
El cántico de Ezequiel se realiza plenamente en el nuevo Israel de Dios.
También nosotros y toda la comunidad eclesial hemos sido infieles, nos hemos
mancillado con nuestras repetidas infidelidades. Pero Dios no nos abandona: él ha
derramado sobre nosotros un agua pura y, en el bautismo, con la sangre de su Hijo,
nos ha purificado de todas nuestras inmundicias. Y, junto con el perdón de nuestros
pecados, «hemos recibido el Espíritu» (Hch 2, 38), como prometió Pedro a los que se
bautizaron el día de Pentecostés. Así preparados, el Señor nos promete un nuevo
éxodo hacia la Jerusalén definitiva y santa: Os recogerá de entre las naciones, y
habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; allí, cuando «el primer cielo y la
primera tierra habrán pasado», en «la ciudad santa, la nueva Jerusalén» (Ap 21, 1. 2),
seremos definitivamente su pueblo y él será nuestro Dios.
Es recomendable que este cántico sea proclamado por un salmista; si no es posible
cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el cántico cantando alguna
antífona que exprese la confianza en llegar a la Jerusalén definitiva o el deseo de
renovación por el Espíritu o bien que celebre la dicha de la Jerusalén futura, por
ejemplo: «Hija de Sión, alégrate», sólo la segunda estrofa (MD 606), «Hacia ti,
morada santa,, (MD 649) o bien «Danos, Señor, un corazón nuevo» (MD 971).
Oración I
Señor Dios, que, en el bautismo, has derramado sobre nosotros un agua pura,
que nos ha purificado de todas nuestras inmundicias, y, en el sacramento de la
plenitud cristiana, has infundido en nosotros un Espíritu nuevo, haz que nunca
contristemos este Espíritu, sino que, guiados siempre por él, caminemos según tus
preceptos; así un día mereceremos habitar en la tierra que prometiste a nuestros

138
padres, y allí, en el gozo y la felicidad, nosotros seremos tu pueblo y tú serás nuestro
Dios, por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración II
Dios y Padre nuestro, que, en el misterio pascual de la muerte y resurrección de
tu Hijo, has dado cumplimiento a todas tus antiguas promesas, renueva hoy en favor
de todos los creyentes las maravillas de la nueva alianza: derrama sobre todos los
hombres el agua purificante del bautismo, infúndeles el Espíritu nuevo de tu Hijo,
danos a todos un corazón de carne, semejante al de Cristo, y reúnenos a todos en
aquella tierra que tú has preparado para tus hijos, donde tú serás nuestro Dios y
nosotros tu pueblo por los siglos de los siglos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
SALMO 8
Véase sábado II, Laudes (p. 84).

139
Contenido
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................3
SIGLAS DE LOS LIBROS DE LA BIBLIA..............................................................................14
DOMINGO I ..............................................................................................................................15
LUNES I .....................................................................................................................................25
MARTES I .................................................................................................................................30
MIÉRCOLES I ...........................................................................................................................36
JUEVES I ...................................................................................................................................41
VIERNES I .................................................................................................................................46
SÁBADO I .................................................................................................................................51
DOMINGO II .............................................................................................................................54
LUNES II ...................................................................................................................................61
MARTES II ................................................................................................................................65
MIÉRCOLES II ..........................................................................................................................69
JUEVES II ..................................................................................................................................74
VIERNES II ...............................................................................................................................78
SÁBADO II ................................................................................................................................82
DOMINGO III ............................................................................................................................85
LUNES III ..................................................................................................................................91
MARTES III ...............................................................................................................................96
MIÉRCOLES III ......................................................................................................................101
JUEVES III...............................................................................................................................106
VIERNES III ............................................................................................................................110
SÁBADO III .............................................................................................................................113
DOMINGO IV..........................................................................................................................115
LUNES IV ................................................................................................................................119
MARTES IV.............................................................................................................................123
MIÉRCOLES IV ......................................................................................................................128
JUEVES IV ..............................................................................................................................132
VIERNES IV ............................................................................................................................136
SÁBADO IV ............................................................................................................................138
Contenido .................................................................................................................................140

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