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LA REFORMA PROCESAL CIVIL Y EL DEBIDO

PROCESO
William Herrera Áñez*

1. La reforma del proceso civil

La reforma del proceso civil boliviano era un mandato de la Constitución


de 2009, la Ley del Órgano Judicial (Ley Nº 025, de 24 de junio de 2010), y la
nueva realidad social que exigían un cambio del sistema de justicia civil que
garantice los derechos sustantivos. El cambio era una demanda antigua ya que
el Código de Procedimiento Civil de 1976, y su reforma parcial mediante la Ley
Nº 1760, de 28 de febrero de 1997, pese a la opinión de sus mentores en lo
fundamental supuso un simple “maquillaje”, porque el proceso civil continuaba
lento, burocrático y funcional a la corrupción.

La excesiva duración de los procesos afectaba gravemente la imagen del


sistema judicial ante la opinión pública, cada vez más necesitada de una
justicia de calidad en todo sentido. La retardación de justicia en realidad ha
sido el foco más negativo para la comunidad, que la consideraba una
verdadera denegación de justicia.[1]

Hoy el proceso civil no tiene que ser el medio para solucionar los
conflictos típicos de una sociedad rural, sino el instrumento con el que se tiene
que hacer frente a los conflictos propios de una sociedad urbana y tiene que
convertirse en un fenómeno en el que estén implicados no sólo las capas
privilegiadas de la población, sino la mayoría de los ciudadanos en el que el
elemento fundamental del mismo sea su efectividad práctica. En efecto,
mientras la efectividad era algo ajeno al modelo procesal del siglo pasado,
ahora tiene que ser el eje central a tomar en cuenta en los Códigos procesales
civiles modernos.

La reforma del proceso civil se venía exigiendo hacía tiempo desde diferentes
frentes académicos y políticos. En 1995 por ejemplo el Ministerio de Justicia
organizó en la ciudad de La Paz el Seminario Internacional: “Las Experiencias
de Reforma Procesal en Latinoamérica y perspectivas para Bolivia”.[2]

En este encuentro los expertos pusieron de relieve la necesidad de comenzar


la reforma de los ordenamientos procesales en materia civil como penal, ya que
si las estructuras e instituciones no se actualizaban y definían pensando en la
plena eficacia de las garantías y derechos constitucionales, terminarían
convirtiéndose en instrumentos ritualistas, sin contenido social, al servicio de
las personas con mayor influencia económica y social, en detrimento del
Estado Constitucional de Derecho.

Sin embargo, a partir de la aprobación del texto constitucional de 2009 y


la LOJ, el Estado estaba obligado a trabajar en el nuevo Código Procesal Civil.
En la exposición de motivos se registra que el 25 de abril del año 2010, se llevó
a cabo la primera reunión del Sector Justicia, en la ciudad de Sucre con la
participación de autoridades de los Órganos Ejecutivo, Legislativo, Judicial,
Tribunal Constitucional y Ministerio Público, con el fin de comenzar un trabajo
conjunto y coordinado para el desarrollo de la nueva normativa procesal.
El segundo paso fueron las reuniones denominadas “lineamientos y
directrices para el desarrollo normativo judicial”, realizadas los días 22 y 23 de
agosto de 2011, donde no sólo se presentó el diagnóstico de la administración
de justicia, sino también se crearon las comisiones codificadoras a cargo de
las principales autoridades de los Órganos Legislativo y Judicial, académicos
e invitados especiales.[3] En la reforma se tomó en cuenta la realidad
latinoamericana, con sus carencias económicas, técnicas y materiales y se
puso de manifiesto además que la escritura venía a ser el principal problema
del proceso civil, porque lo hacía demasiado burocrático y funcional a la
corrupción.

El legislador reconoce igualmente las nuevas corrientes del Derecho


Procesal Civil que se han materializado en algunos países vecinos,
seleccionando de manera adecuada lo más útil a nuestra realidad, conciliando
lo nuevo con las buenas prácticas tradicionales, en una adecuada
sistematización entre lo teórico y lo práctico, siguiendo las técnicas de
codificación con el propósito de materializar las experiencias del público
litigante y de los jueces, labor que ha llevado seis meses de trabajo sostenido
plasmándose la experiencia forense de varios años en la aplicación de la actual
legislación procesal civil.

La reforma del proceso civil pone el acento en la oralidad y reconoce que esta
característica fue impulsada por el Instituto Iberoamericano de Derecho
Procesal que desde la década del sesenta ha desarrollado una proficua labor
para dotar a los países del área de instrumentos procesales modernos y
adecuados, adelantándose a los procesos de integración regional. Este
Instituto y los profesores uruguayos Enrique Vescovi, Adolfo Gelsi y Luis
Torello elaboraron el Ante-proyecto de Código Procesal Civil Modelo para
Iberoamérica, el cual suministra bases para la uniformización de los sistemas
procesales y ha servido fundamentalmente como precedente para las reformas
procesales en Latinoamérica.

Los autores de este Código modelo, reconocen como ideas rectoras que el
proceso es el medio fundamental para la consolidación de los derechos
humanos, y su instrumentalidad al servicio de todo el Derecho sustantivo, no
implica diversidad de procesos, sino más bien su unificación; el proceso no
tiene preferencias por una u otra materia, ni a ésta corresponde señalar las
estructuras procesales, sino meramente sus necesidades. De la misma forma
reconocen que una de las mayores exigencias de nuestra época radica en la
abreviación de los trámites, y en la obtención de un resultado rápido, debiendo
implantarse la oralidad como un mecanismo para combatir la retardación de
justicia.

Aunque el legislador boliviano no ha reconocido ―ni ha negado― haber


seguido en lo fundamental a este Código Procesal Civil Modelo para
Iberoamérica, ni al Código General del Proceso del Uruguay de 1989, menos al
anteproyecto de Código del Proceso Civil boliviano de 1997, elaborado por del
Ministerio de Justicia, toda esta experiencia resulta de indudable interés en el
contexto iberoamericano para cualquier país que analice alternativas para
modernizar su proceso civil.

El hecho de que el legislador sostenga que la reforma es “boliviana y a la


boliviana” e intente ocultar su fuente inmediata no sólo priva de conocer su
fuente principal, sino que le puede restar rigor científico, pues hubiera sido
más honesto reconocer que siguió a un determinado modelo y si éste fuera el
“uruguayo”, mejor aún ya que en este país se implantó un sistema procesal
civil, construido y aprobado por la más destacada doctrina procesal
internacional.

En cualquier caso, el Código General del Proceso del Uruguay de 1989, que
tuvo como fuente inmediata y directa al Código Procesal Civil Modelo para
Iberoamérica, fue uno de los primeros en Latinoamérica en diseñar el proceso
por audiencia, que ha adoptado la reforma procesal civil boliviana,
incorporándole tan solo algunos cambios para ajustarlo a la realidad nacional.

2. Los principios rectores de la reforma

Dado que los principios constituyen verdaderos mandatos jurídicos, dirigidos a


los Órganos del Estado para que sean tomados en cuenta en el proceso de
creación de las normas, destacaremos algunos de estos principios que
deberán convertirse en las directrices fundamentales del nuevo sistema
procesal civil, a saber:

2.1 Dirección del proceso por el juez o tribunal

La reforma busca que el juez, sin vulnerar el principio dispositivo, se convierta


en un partícipe activo del proceso con su presencia y el ejercicio de los
poderes-deberes asignados por el sistema procesal civil. Esta dirección del
proceso consagra el principio del impulso procesal de oficio, debiendo el juez
tomar todas las medidas tendientes a evitar la paralización del proceso,
incluso, debe adelantar su trámite con la mayor celeridad posible.

En el ordenamiento jurídico uruguayo, que adoptó primero el proceso por


audiencia, según Pereira Campos, se ha previsto los siguientes poderes-
deberes:[4]

a) Rechazar in limine la demanda, cuando fuera manifiesta-mente improponible


por cuestiones formales o de fondo.

b) Rechazar in límine la intervención de terceros cuando la petición carezca de


los requisitos exigidos.

c) Rechazar in limine los incidentes que reiteren otros ya pro-puestos por la


misma causa o cuando, a pesar de fundarse en causa distinta, esta haya
podido alegarse al promoverse uno an-terior.

d) Declarar de oficio y de plano las nulidades absolutas e in-subsanables y para


disponer las diligencias que persiguen evitar dichas nulidades.

e) Imponer a los procuradores y abogados sanciones disci-plinarias y multas en


los casos previstos legalmente, así como para dirigir el proceso e imponer
sanciones a quienes obser-ven conducta incompatible con la dignidad y decoro
de la Jus-ticia.

f) En materia de prueba, se faculta al juez:

i) Ordenar las diligencias necesarias al esclarecimiento de los hechos


controvertidos (el juez no puede, por ende, alte-rar el marco fáctico del
proceso), respetando el derecho de defensa de las partes.
ii) Disponer, en cualquier momento, la presencia de los testigos, de los peritos
y de las partes, para requerirles las explicaciones que estime necesarias al
objeto del pleito.

iii) Rechazar las pruebas inadmisibles, así como las mani-fiestamente


inconducentes, impertinentes e innecesarias.

Toda esta doctrina se puede extrapolar perfectamente a nuestra realidad


nacional. En ningún caso no obstante estos poderes-deberes deben alterar la
imparcialidad del juez, que es una exigencia fundamental del debido proceso.
No debe olvidarse que una cosa es la imparcia-lidad ―siempre
imprescindible― y otra, muy distinta, la neutralidad del juez ―que lo hace mero
espectador prescindente― que en nada colabora proactivamente en la
dilucidación del conflicto. La posición activa del órgano judicial respecto a las
pruebas no es incompatible con su imparcialidad, en tanto el derecho de
defensa se preserva íntegramente.

En todo caso, los jueces deben hacer un ejercicio moderado y adecuado de


tales mecanismos, sin afectar su imparcialidad, el principio de igualdad de las
partes y el derecho de defensa en juicio.

2.2 El principio dispositivo

El nuevo proceso civil continúa siendo predominantemente dispositivo, donde


las partes tienen la facultad de disponer del proceso, salvo que se trate de
derechos irrenunciables. Este principio gobierna el Derecho civil, y consiste en
la facultad que ostentan las partes no sólo de aportar los hechos y las pruebas
al proceso, sino también de disponer (en el sentido más amplio de la palabra)
de las pretensiones en cualquier momento de la contienda judicial.

En palabras de Montero Aroca,[5] alrededor de este principio se han venido


incluyendo dos situaciones distintas: el principio dispositivo en sentido
estricto, esto es, la disponibilidad que las partes tienen sobre el interés privado
y la conveniencia o no de acudir al órgano jurisdiccional pretendiendo su
satisfacción y, en segundo lugar, el de aportación de parte, por el que las
partes tienen también el monopolio de aportar al proceso los elementos de
hecho y los medios de prueba.

El principio dispositivo en sentido estricto significa un criterio de ordenación de


las facultades de iniciación del proceso y de configuración del objeto procesal,
según el cual éstas deben ser atribuidas a los que se afirman titulares del
derecho o del interés jurídico para los que piden la tutela judicial. Según el
concepto amplio, el principio dispositivo es un principio de ámbito más general,
de contenido heterogéneo, del que derivan una serie de sub-principios todos
ellos caracterizados por reconocer a las partes el predominio en los más
diversos aspectos de la actividad procesal (no sólo en la iniciación del proceso
y la configuración de su objeto, sino también en la aportación de los hechos y
de la prueba), de modo coherente con la disponibilidad del Derecho material

En consecuencia, el principio dispositivo no es más que la continuidad, en el


plano procesal, de la libertad de ejercicio y de disposición que el Derecho
privado reconoce a los titulares de los derechos subjetivos y otros intereses
jurídicos privados.
2.3 Principio de inmediación

El principio de inmediación, que constituye uno de los pilares esenciales de la


reforma, implica la comunica-ción personal del juez y las partes con los actos
de adquisición, fundamentalmente de las pruebas, como instrumento para
llegar a una íntima cognición de los intere-ses en juego a través del proceso y
de su objeto litigioso.

A efectos de que la inmediación tenga pleno vigor, el juez debe asumir en la


audiencia un rol de director, actuando con mesura y razonabilidad, cuidando
en todo momento su imparcialidad. Este principio es más exigente no sólo con
los jueces sino tam-bién con los abogados, porque demanda un conocimiento
completo y constante del asunto controvertido. La inmediación requiere mutua
colaboración entre el juez y los abogados para realizar esa obra en común que
es cada audiencia y el proceso todo, de ahí que el nuevo Código procesal
establece los siguientes mecanismos:

a) Se le confieren al juez poderes-deberes que le permiten ser el verdadero


director del proceso, sin perjuicio de la inquebran-table vigencia del derecho
de defensa de las partes.

b) Se sanciona con nulidad absoluta todo lo actuado en las au-diencias que se


celebren sin la presencia del juez, sin perjuicio de la responsabilidad funcional
en la que pueda incurrir este por no asumir la dirección de la audiencia.

c) Se prevé la identidad entre el juez que dirige las audiencias de un proceso y


el que dicta la correspondiente sentencia.

d) Es preceptiva la presencia de las personas físicas en la audiencia preliminar


(las personas jurídicas y los incapaces ob-viamente comparecen por
representantes), salvo motivo fundado.

e) Se sanciona al actor con el desistimiento de la pretensión cuan-do


injustificadamente no comparece a la audiencia preliminar, salvo que se tratare
de derechos indisponibles.

f) Se sanciona al demandado con la admisión de los hechos ale-gados por el


actor cuando injustificadamente no comparece a la audiencia preliminar, salvo
que se tratare de derechos indispo-nibles.

g) Se sanciona con una presunción desfavorable (relativa) a la parte que


injustificadamente no comparece a la audiencia com-plementaria, a la
audiencia de conciliación previa o a otras au-diencias del proceso.

h) Se regula la recepción de prueba en audiencia.

2.4 Principio de economía (celeridad)

Aun cuando el principio de economía tiene múltiples manifestaciones


(economía de esfuerzos y economía de dinero), sin lugar a dudas lo más
trascendente es obtener la celeridad de los procesos (economía de tiempo). La
agilización de los procedimientos con el fin de que el proceso concluya en un
plazo razonable, constituye uno de los desafíos centrales del Derecho Procesal
desde siempre y de ahí por qué el legislador ha previsto:
a) Los plazos son perentorios e improrrogables, sin perjuicio de la facultad de
las partes de acordar la suspensión de los mismos.

b) Se consagra el impulso procesal de oficio, según el cual, una vez iniciado el


proceso (para lo cual rige el principio dispositivo), el tribunal deberá impulsar
el proceso evitando su paralización.

c) Se prevé el principio de las audiencias continuas.

d) Se elimina la realización de actos innecesarios tales como rei-teración de


traslados (ya desde muchos años antes se había eliminado la réplica y la
dúplica).

e) Se regula en la audiencia preliminar el despacho saneador, procedimiento


que busca depurar el proceso de incidentes o excepciones previas, pasándose
así a debatir sobre el fondo del caso.

f) Se consagra un régimen eficiente de notificaciones, que se construye sobre


los siguientes pilares:

i) La notificación a domicilio es excepcional y se exige la asistencia de los


abogados al juzgado o tribunal.

ii) Con todas las resoluciones dictadas en la audiencia, quedan noti-ficadas las
partes.

iii) Las nulidades son excepcionales en materia de notificacio-nes, rigiendo el


principio de finalismo.

g) Se restringen las nulidades a las estrictamente necesarias, siem-pre y


cuando exista perjuicio, quien las alega no las haya sub-sanado o haya
contribuido a causarlas y siempre y cuando el acto, aunque irregular no haya
cumplido su finalidad.

h) Carácter no suspensivo de los incidentes.

i) En el régimen impugnativo se hace hincapié en mecanismos de aceleración


procesal como lo son la apelación con efecto dife-rido y no suspensivo, la
interposición o el anuncio de recursos en audiencia, etc.

j) Las diligencias para mejor proveer son excepcionalísimas y tie-nen limitado el


plazo por el cual suspenden el proceso.

k) Cuando la pretensión presenta un alto grado de fehaciencia ini-cial,


simplicidad y/o baja probabilidad de oposición (letras de cambio, contratos
inscriptos, etc.), se permite la tramitación del proceso por la vía monitoria,
constituyendo este un mecanismo de enorme utilidad para obtener una
sentencia de inmediato, sin perjuicio de la eventual impugnación median-te la
interposición de excepciones y la ordinarización del proceso.

2.5 Principios de buena fe, lealtad y veracidad


El nuevo sistema procesal civil establece que la conducta del juez, las partes,
sus representantes, abogados y demás partícipes debe adecuarse a la
dignidad de la justi-cia, lealtad y buena fe, principios que se buscan garantizar
mediante los siguientes instrumentos:

a) El Tribunal deberá impedir el fraude procesal, la colusión y cualquier otra


conducta ilícita o dilatoria, disponiendo para ello de poderes-deberes.

b) Presentación de la demanda y contestación con toda la prueba de que se


dispone, adjuntando los documentos que obran en poder de la parte, intimando
la entrega de los que obren en poder de la contraparte o terceros y
proporcionando todos los elementos de los demás medios de prueba de los que
la parte habrá de servirse (datos de testigos y objeto de su declaración, objeto
de la pericia, objeto de la inspección judicial o la re-construcción, etc.). De este
modo, se impone a las partes la carga de anticipar en la demanda y en la
contestación toda la prueba que se intenta producir, evitando ocultamientos y
ma-niobras.

c) Se prevé el deber de veracidad al establecerse como requisito de todo acto


procesal que habrá de ser realizado con veracidad y buena fe y tener por causa
un interés legítimo.

d) Se otorgan al Tribunal poderes-deberes para rechazar la prueba


inadmisible, inconducente, impertinente o innecesaria, las pre-tensiones
manifiestamente improponibles u ostensiblemente in-fundadas, para dirigir el
proceso con plena autoridad, evitando la dilación y para aplicar sanciones a
quienes lo obstaculicen indebidamente.

e) Se desestimulan las impugnaciones meramente dilatorias, y se confiere


efecto no suspensivo a la apelación de sen-tencias interlocutorias, admitiendo
la ejecución provisoria de la sentencia de condena apelada. En algunos casos
especiales se prevé la apelación con efecto diferido que también desalien-ta la
impugnación infundada de las resoluciones.

f) Se sanciona al demandado debidamente emplazado que no contesta la


demanda con la admisión de los hechos alegados por el actor (rebeldía del
demandado)

g) La publicidad del proceso –debidamente garantizada– y la presencia


permanente del juez en las audiencias, también des-alientan al litigante
malicioso que debe “dar la cara” frente al juez, a su cliente y al colega que
asiste a la contraparte.

h) Se consagra un poder cautelar genérico al tribunal para ase-gurar la


efectividad de la sentencia, así como la admisión de la imposición de sanciones
pecuniarias conminativas.

3. El debido proceso del constituyente

La reforma procesal civil no sólo debe limitarse a introducir el proceso por


audiencia, la “audiencia preliminar” y la “oralidad”, sino tiene que cumplir unos
determinados principios o estándares básicos para concretar el debido
proceso que proclama la Constitución, los Pactos y Convenios internacionales.
Todos estos “estándares básicos” se encuentran reconocidos en la
Constitución boliviana (arts. 115-120 y 180.I), cuando establece con carácter
general que “toda persona será protegida oportuna y efectivamente por los
jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, y que
el “Estado garantiza el derecho al debido proceso, a la defensa y a una justicia
plural, pronta, oportuna, gratuita, transparente y sin dilaciones”.

De la misma forma, establece que “ninguna persona puede ser condenada sin
haber sido oída y juzgada previamente en un debido proceso”; además, “las
partes en conflicto gozarán de igualdad de oportunidades para ejercer durante
el proceso las facultades y los derechos que les asistan. Entre estos
presupuestos que exige el debido proceso, la Constitución establece
igualmente que toda persona tiene derecho a ser oída por una autoridad
jurisdiccional competente, independiente e imparcial…” y a ser juzgada en su
idioma.

El proceso justo, que es una garantía básica para todo tipo de proceso, abarca
en realidad varios elementos como la necesidad de que el juicio concluya
dentro de un plazo razonable, la independencia e imparcialidad de los jueces,
el acceso directo a los tribunales, el derecho a ofrecer y producir pruebas, la
motivación de las resoluciones, etc.

En esta línea, desde un principio el TC ha pregonado que el debido proceso es


el derecho de toda persona a un proceso justo y equitativo, en el que sus
derechos se acomoden a lo establecido por disposiciones jurídicas generales
aplicables a todos aquellos que se hallen en una situación similar; comprende
la potestad de ser escuchado presentando las pruebas que estimen
convenientes en su descargo (derecho a la defensa) y la observancia del
conjunto de requisitos de cada instancia procesal, a fin de que las personas
puedan defenderse adecuadamente ante cualquier tipo de acto emanado del
Estado que pueda afectar sus derechos.[6]

El desafío del legislador boliviano será, en consecuencia, diseñar el proceso


(cualquier tipo de proceso y en todas las materias), de modo que el juicio, a los
efectos de su validez y reconocimiento constitucional, tenga que celebrarse
conforme a los derechos, garantías y principios consagrados en la
Constitución, los Convenios y Tratados Internacionales. En particular tienen
derecho a ser oído o escuchado en audiencia, que no hay que tomarlo en
sentido literal, como simplemente a estar presente, sino que va mucho más
allá, e implica fundamentalmente que la persona no sea meramente un objeto
del proceso, sino que tenga ocasión de poder defenderse y hacerse escuchar a
lo largo de la audiencia oral.

La idea es que el demandado tenga la oportunidad (el juez debe velar porque
se den las condiciones necesarias) de expresar su posición frente al tribunal
acerca de las pretensiones en su contra y realizar de la manera más amplia
posible su derecho a la defensa. El derecho de audiencia en efecto consiste en
la facultad irrestricta que tiene toda persona de ser oída, impugnando las
pruebas de contrario, proponiendo y aportando las que estime convenientes,
con el fin de desvirtuar o enervar la pretensión o atenuar la responsabilidad
que se le atribuye.

Así, el derecho a ser oído se constituye en el plexo sobre el que se articulan las
garantías judiciales mínimas relativas al debido proceso (art. 8.2 del Pacto de
San José), donde todos sus institutos de alguna manera se conectan y
convergen con el derecho a la defensa. Lo relevante es que a nadie se le
condene sin que haya tenido las posibilidades reales y efectivas de proponer y
practicar las pruebas que vea conveniente dentro de los límites que le permita
su derecho a la defensa.

Tal como aclara De Falco, el derecho de audiencia ha tenido desde siempre un


significado especial, y ha sido establecido en el artículo 103.1 de la
Constitución alemana como norma procesal fundamental de todos los procesos
judiciales.[7] De ahí por qué cuando se vulnera este derecho fundamental,
dependiendo de la relevancia de la lesión, el legislador ha establecido los
recursos ordinarios y extraordinarios para restablecerlo.

Los referidos mandatos constitucionales, los Convenios y Tratados


internacionales han creado una doctrina internacional acerca de los alcances y
componentes centrales de la noción de debido proceso que, a su vez, cada uno
de estos derechos ha sido objeto de complejas derivaciones y estándares
específicos. En palabras de Duce, Marín y Riego, la revisión de estas normas
constitucionales e internacionales permite sostener que el eje central sobre el
cual se articulan todas las garantías para todo tipo de materias es la idea de
juicio, entendido éste como una audiencia oral, pública y contradictoria.[8]

Estos autores aclaran que, al menos en el contexto cultural moderno ―en el


que esas garantías se han desarrollado― resulta imposible imaginar cada uno
de estos derechos específicos consagrados en los instrumentos
internacionales sin referirlos a la idea de una audiencia oral y pública,
desarrollada ante un tribunal imparcial por medio de un debate en el que
participan las partes involucradas, se ejerce el derecho a defensa y se rinde la
prueba, en base a todo lo cual el tribunal puede fundar su decisión.

En la medida en que las pruebas y argumentos de las partes no se presenten


en forma oral y directa frente a los jueces que van a conocer y resolver la
controversia, se corre el riesgo de la delegación de funciones y con ello que el
proceso se limite al intercambio de papeles entre los abogados y el tribunal.

En consecuencia el debido proceso, por una parte, y el juicio oral como una
herramienta eficaz para depurar la información que ingresa a él, por otra, son
los dos elementos centrales que deben prevalecer al momento de diseñar un
proceso judicial moderno. A estas alturas cabe la pregunta ¿el proceso por
audiencia que ha adoptado la reforma ha diseñado un juicio oral y público
capaz de depurar la prueba y tener una información de calidad como lo exige el
debido proceso?

Aunque el vocablo “juicio” no existe en el Código Procesal Civil, sino audiencia,


se toman en principio como sinónimos y sirve para referirse exclusivamente a
la audiencia oral, publica y contradictoria que tiene por objeto que las partes
presenten su versión de los hechos, mediante sus argumentos y medios de
prueba, ante un tribunal imparcial que percibe concentrada y directamente la
actividad de las partes litigantes y que, de acuerdo a lo percibido, y solo de
acuerdo a ello, debe formar su juicio o convicción, resolviendo inmediatamente
el asunto controvertido.

Esta audiencia según la LOJ (art. 30.2), debe celebrarse de forma


fundamentalmente oral, observando la inmediación y la concentración de la
actividad probatoria como garantías del debido proceso. En correspondencia
con esta normativa, el proceso civil comienza proclamando la oralidad y, por
tanto, deberá reducirse la escritura a la demanda, a la contestación, a las
excepciones y, en su caso, a la reconvención, y de ahí en adelante todo debe
ser en audiencia oral; es decir, tienen que invertirse los principios
instrumentales actuales de la escritura por la oralidad, al estilo del proceso
penal.[9]

Este cambio trascendental como hemos dicho,[10] significa que en los


actos procesales tiene que predominar lo hablado sobre lo escrito, como medio
de expresión y comunicación entre las partes o sujetos que intervienen en el
proceso. En la medida en que el operador jurídico tenga la voluntad y la
capacidad de pasar de una oralidad formal, a una oralidad real, cumplirá con
los principios básicos o estándares del debido proceso y el juicio concluirá en
un plazo razonable, dada la concentración, simplificación e inmediación de los
actos procesales. Además la oralidad no llega sola, sino bien acompañada de
otros principios procesales fundamentales, porque en general éstos no son
excluyentes, sino complementarios y forman parte de un conjunto inescindible.
Tómese en cuenta que la verdadera inmediación sólo es posible en una
audiencia oral.

También el juicio oral permite la publicidad, reconocida en la


Constitución y la mayoría de los Convenios y Pactos internacionales, que es
una conquista del pensamiento liberal y se opone a lo que se conoce como
justicia de gabinete. O sea sin oralidad no hay publicidad o, lo que es lo mismo,
sólo un proceso oral y concentrado permite la publicidad y con ella la
fiscalización y control popular del funcionamiento de la justicia.

La publicidad permite transparentar el ejercicio de la potestad


jurisdiccional y se ha convertido en un derecho fundamental. En tal sentido, no
basta con la tutela que prestan los tribunales, sino que es necesario que el
pueblo tenga acceso y conozca a ciencia cierta cómo funcionan las
instituciones democráticas y, en especial, el sistema judicial por el tipo de
bienes que están en juego: la libertad, la dignidad, el patrimonio de las
personas, etc.

Todas estas garantías que consagra la Constitución boliviana, los Pactos y


Convenios internacionales, ya se encuentran plasmadas por ejemplo en los
procesos penal y agroambiental y tienen que extrapolarse al proceso civil, de
modo que el juicio concluya en una audiencia oral y en un plazo razonable,
aunque puede estar compuesta de sesiones continuas, hasta agotar la prueba
y de inmediato, previa exposición de las conclusiones de las partes, el juez
deberá pronunciar sentencia.

4. El proceso por audiencia

El legislador boliviano se ha decantado por el “proceso por audiencia”, en el


que la audiencia oral se constituye en el elemento central del proceso y busca
en lo fundamental que, bajo la dirección del juez, las partes contendientes
deben actuar conjuntamente a fin de aportar los elementos necesarios para
reconstruir el pasado y permitir establecer el derecho aplicable.

Se llama proceso por audiencia en efecto porque a partir de la contestación a


la demanda y en su caso la reconvención y su contestación, todas las
actuaciones procesales se realizan y resuelven en una audiencia, bajo los
principios de la inmediación, la concentración y la publicidad, entre otros
principios procesales que se encuentran incorporados al nuevo sistema
procesal.
En la exposición de motivos se deja establecido que la denominación del
proceso por audiencia parte del criterio de que terminada la etapa de la
postulación (demanda, reconvención y, en su caso, contestaciones), las
actuaciones posteriores se desarrollarán en audiencia oral donde, con la
concurrencia de los principios de inmediación, concentración y publicidad,
transparentan el proceso en la búsqueda de una solución pronta y eficaz.

La idea del proceso por audiencia en general se remonta a las Primeras


Jornadas Latinoamericanas de Derecho Procesal, realizadas en 1957 por el
Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal, en homenaje a la memoria de
Eduardo Couture, en donde se reconoció la figura también de la audiencia
preliminar, que luego fue regulada en el Código Procesal Civil Modelo para
Iberoamérica de 1988 ―como una de sus grandes novedades―,
convirtiéndose este Código en una de las principales fuentes para las reformas
procesales.

Los proyectistas del Código Procesal Modelo ponían de relieve que la audiencia
preliminar, marcaba el punto principal y constituía la innovación más
representativa del nuevo régimen de los Códigos iberoamericanos. Esta
primera audiencia, presidida por el juez, tenía el fin primordial de evitar el
litigio, o limitar su objeto y depurar el procedimiento. Como fuente inmediata de
esta institución, se tienen la audiencia preliminar austriaca e inglesa y el
saneamiento portugués.

Otro precedente relevante viene a ser el Anteproyecto del Código del Proceso
Civil boliviano de 1997, elaborado por el Ministerio de Justicia del Gobierno de
entonces. Esta propuesta pretendía una transformación del tratamiento de los
conflictos civiles a través, en primer término, de la introducción del sistema
oral, que seguramente buscaba traducir las bondades de una justicia civil
fluida y garantizadora paritariamente de las pretensiones de los titulares del
proceso que ocurren a los estrados. En la exposición de motivos del
Anteproyecto sus autores advertían que el nuevo sistema buscaba la
prevalencia de la oralidad frente a la escrituración, que bien puede ser
calificada como la madre de los problemas hasta el presente en materia civil.

A tiempo de poner de relieve que el proceso por audiencia es sencillo y


práctico, en la exposición de motivos el legislador actual deja establecido que
la primera etapa comprende la audiencia preliminar, en la que se aplica el
principio de concentración, acumulando diversas actividades procesales, tales
como la alegación de nuevos hechos que estén conexos con la pretensión
principal, se aclaren cuestiones oscuras, precisándose el contradictorio; se
busque una conciliación intraprocesal, con la finalidad de lograr el
advenimiento de la solución del conflicto; se cumpla con la función saneadora
del proceso, depurando aquellas cuestiones de forma que puedan obstaculizar
el ingreso al fondo de la controversia facilitando la labor del juez y de paso
evitando que en el futuro se pretendan invocar incidentes o cuestiones que
sean ajenas al mérito; se fija el objeto del proceso y como consecuencia de la
prueba.

En general el proceso por audiencia busca, según el uruguayo Pereira Campos,


lo siguiente:

• Revertir el alto grado de ineficiencia por la demora en la resolu­ción de los


conflictos.
• Simplificar y reducir el número de las estructuras procesales y sus trámites.
La simplicidad se obtiene al limitar el número de tipos de procesos a su mínimo
indispensable. Así, fuera de la necesaria previsión de procesos preliminares,
cautelares e inci-dentales, el proceso de conocimiento se reduce a tres formas:
la ordinaria, extraordinaria y monitoria.

Luego, la simplicidad se verifica dentro de cada estructura procesal, al


eliminarse actos innecesarios y actuar los principios de inmediación y
concen-tración, fundamentalmente en la audiencia que funciona como
elemento central del proceso.

• Un Código Procesal que tuviera vocación general, abarcando el mayor


número de materias no penales.

• Lograr el contacto directo del juez con las partes y la prueba.

• Convertir al juez en verdadero director del proceso.

• Moralizar el proceso evitando conductas desleales y dilatorias. La probidad se


logra mediante mecanismos que aseguren que los sujetos actúen con lealtad y
buena fe, entre los cuales asu-me fundamental importancia la carga de
anticipar en la deman-da y en la contestación toda la prueba que se intenta
producir, evitando el ocultamiento y las maniobras. En el mismo sentido, el
otorgamiento al Tribunal de trascendentes poderes-deberes, y un régimen
impugnativo en el cual el efecto suspensivo sea la excepción, evitan conductas
maliciosas.

• Priorizar lo sustancial sobre lo formal: que las formas ―siempre necesarias


para garantizar el debido proceso― sean instrumenta-les al derecho
sustantivo.

• Priorizar la autocomposición del litigio.

• Lograr la eficacia del proceso de modo que todo sujeto de de­recho tenga
acceso a un proceso de duración razonable que resuelva sus pretensiones.

Así el legislador parece convencido de que el contacto físico del juez con las
partes de manera organizada evita distorsiones en la percepción de los hechos
y por el contrario coadyuva extraordinariamente en la búsqueda de la verdad
material, de ahí por qué ha dividido el proceso ordinario en dos etapas: la
audiencia preliminar y la audiencia complementaria:

4.1 La audiencia preliminar

La audiencia preliminar y la oralidad, que han sido reconocidas en la mayoría


de los ordenamientos jurídicos, constituyen el eje central de la reforma
procesal civil. Esta audiencia en efecto no sólo es para salvar al proceso de
virtuales falencias y deficiencias y en muchos casos evitar el juicio, sino
también para que las partes intenten un acuerdo conciliatorio o transaccional
que ponga fin al proceso. También deberá depurarse el proceso resolviendo
las posibles cuestiones sobre presupuestos y óbices procesales, determinar
con precisión las pretensiones de las partes y el ámbito de su controversia y de
existir hechos controvertidos se propongan y admitan las pruebas pertinentes
que se producirán en la audiencia.
Así, la audiencia preliminar cumple al interior del proceso una extraordinaria
labor de delimitación y simplificación del proceso posibilitando el
diligenciamiento de los medios de prueba adecuados y también preparando la
decisión final. En síntesis, la audiencia preliminar no sólo buscará salvar al
proceso de falencias y deficiencias, sino también evitar el juicio, promoviendo
un acuerdo conciliatorio o transaccional que ponga fin al proceso.

A diferencia del viejo sistema procesal civil, a esta audiencia el juez debe llegar
lo suficientemente interiorizado de la demanda, contestación, reconvención y,
en su caso, contestaciones por cuanto aquí, frente a frente, los litigantes y sus
abogados, con la intervención activa del juez como director del proceso, se
buscará llegar prioritariamente a una conciliación total o parcial y, en su
de-fecto, se fijan los puntos en disputa de manera clara y concreta. La
consigna será entonces ―siempre que haya voluntad política para revolucionar
el proceso civil―, cambiar el viejo tribunal oscuro receptor de escritos para
formar gruesos expedientes, en el espacio perfecto para construir el proceso
―fundamentalmente mediante la audiencia oral― con la presencia física del
juez y las partes.

En general, el Código procesal (art. 365) prevé que el juez convocará a las
partes para la realización de la primera gran audiencia preliminar. Las partes
comparecerán en forma personal, excepto motivo fundado que justificare la
comparecencia por representante, al igual que las personas colectivas y los
incapaces. Si se suspendiere por inasistencia de una de las partes, atribuible a
razón de fuerza mayor insuperable, que deberá justificarse mediante prueba
documental, la audiencia podrá postergarse por una sola vez.

La disposición aclara que la inasistencia no justificada de la parte actora o


reconviniente se tendrá como desistimiento de la pretensión, con todos sus
efectos. En cambio si la ausencia injustificada fuera de la parte demandada, en
la nueva audiencia la autoridad judicial queda facultada a dictar sentencia de
inmediato, teniendo por ciertos los hechos alegados por la o el actor en todo
cuanto no se hubiere probado lo contrario y fueren derechos disponibles.

En la audiencia preliminar, siempre y cuando sea bien dirigida y administrada


por el juez, pueden llegar a evitarse o concluir un alto porcentaje de las
controversias jurídicas, bien por conciliación o acuerdos, bien por la vía del
saneamiento procesal, bien por los incidentes y las excepciones, etc. A
propósito de la reforma, el éxito dependerá en gran parte ―habrá que
advertirlo― de que los jueces civiles cambien los viejos paradigmas y dejen de
ser simples espectadores del proceso para convertirse en verdaderos
protagonistas del cambio procesal.[11]

La finalidad de esta audiencia en general es intentar un acuerdo o transacción


de las partes que ponga fin al proceso, examinar las cuestiones procesales que
pudieran obstar a la prosecución de éste y a su terminación mediante
sentencia sobre su objeto, fijar con precisión dicho objeto y los extremos, de
hecho o de Derecho, sobre los que exista controversia entre las partes y, en su
caso, proponer y admitir la prueba.

En la línea del Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica, el Código


General del Proceso del Uruguay de 1989, la Ley de Enjuiciamiento Civil
española, de 7 de enero de 2000, y el Anteproyecto de Código del Proceso Civil
boliviano de 1997, entre otras fuentes, el legislador nacional ha diseñado que
en la audiencia preliminar se cumplirán las siguientes actividades:
1) Ratificación de la demanda y de la contestación, y en su caso, de la
reconvención y su contestación; igualmente, alegación de hechos nuevos que
no modifiquen las pretensiones o las defensas, así como aclarar extremos
oscuros, contradictorios o imprecisos a juicio de la autoridad judicial o de las
partes.

Este primer inciso pone de manifiesto una de las finalidades de la


audiencia preliminar, de modo que no sólo se trata de ratificar la demanda, la
contestación y en su caso, de la reconvención y su contestación, sino que las
partes tengan las posibilidades de proponer, como obvia consecuencia de
conocerse todo el planteo de las partes, nuevos hechos siempre que no
modifiquen las pretensiones o las defensas, así como aclarar extremos
oscuros, contradictorios o imprecisos a juicio del juez o de las partes. Hay que
recordar que uno de los propósitos de la audiencia preliminar es
fundamentalmente abreviar el proceso, simplificar los procedimientos y todo
esto es posible en la medida en que las partes aclaren y especifiquen sus
pretensiones, y cualquier deficiencia sea advertida y subsanada
oportunamente por el juez.

Tal como advierte Montero Aroca,[12] la escritura, la preclusión y la


eventualidad del viejo proceso llevaron a un procedimiento complejo, en el que,
además al final, podía resultar que todos los actos habían resultado inútiles,
por cuanto el juez no podía pronunciarse sobre el fondo del asunto, o que
algunos de los actos habían sido innecesarios, pues sin ellos se habría dictado
igual sentencia sobre el objeto del proceso. Nada más contraproducente que
seguir ―como ha ocurrido siempre―, realizando actividad procesal sobre el
fondo del asunto, y constatar en la sentencia que se habían debatido
cuestiones o se habían probado hechos no determinantes o lo que es lo mismo,
advertir al final que todo el esfuerzo realizado no tuvo ningún sentido.

En esta audiencia también los litigantes, sin alterar sustancialmente sus


pretensiones ni los fundamentos de éstas expuestos en sus escritos, podrán
efectuar alegaciones complementarias en relación con lo expuesto de
contrario. Si después de la demanda o de la contestación ocurriese algún
hecho de relevancia para fundamentar las pretensiones de las partes en el
pleito, podrán alegarlo en la audiencia. De la misma forma, las partes podrán
aportar documentos y dictámenes que se justifiquen en razón de las
alegaciones complementarias, rectificaciones, peticiones, adiciones y hechos
nuevos.

A esta audiencia las partes comparecerán personalmente asistidas de


sus abogados; y si no concurrieren así ni otorgaren poder, se les tendrá por no
comparecidas y en este caso se levantará acta donde el tribunal, sin más
trámites, tendrá que hacer constar esta situación y además declarar el
desistimiento de la pretensión; sin embargo, si la ausencia injustificada fuera
de la parte demandada, en la nueva audiencia la autoridad judicial podrá dictar
sentencia de inmediato, teniendo por ciertos los hechos alegados por la o el
actor en todo cuanto no se hubiere probado lo contrario y se trate obviamente
de derechos disponibles.

2) Tentativa de conciliación que deberá realizar la autoridad judicial respecto


de todos o algunos de los puntos controvertidos.
La audiencia preliminar en efecto no sólo es para salvar al proceso de virtuales
falencias y deficiencias y en muchos casos evitar el juicio, sino también para
que las partes intenten un acuerdo conciliatorio o transaccional que ponga fin
al proceso.

La conciliación constara en acta, la cual será firmada por las partes, la


autoridad judicial y refrendada por la o el secretario. La conciliación aprobada
tiene efectos de cosa juzgada entre las partes y sus sucesores a título
universal. Como novedad se ha previsto que cuanto expusiere la autoridad
judicial en la audiencia de conciliación, aunque estuviere referido al fondo de la
controversia no importará prejuzgamiento ni será causal de recusación.

A diferencia del viejo sistema procesal, la Ley ahora le permite al órgano


judicial realizar propuestas concretas con tal de lograr la conciliación; el juez
asume un rol de facilitador de la negociación proponiendo a las partes ciertos
puntos de acuerdos incluso sobre el fondo de las pretensiones.

El trato directo del juez con las partes resulta mucho más eficaz y eficiente;
eficaz porque plantea mayores posibilidades de llegar a un acuerdo y eficiente
porque correctamente conducida la audiencia puede lograrse la conciliación
en un tiempo menor. Esta forma plantea una estructura flexible en la que el juez
va avanzando en diferentes frentes como consecuencia de tomar conocimiento
directo y advertir la mayor o menor disponibilidad de las partes por llegar a un
acuerdo, cuáles son sus verdaderos intereses, explicar las fortalezas y
debilidades del caso, verificar que los abogados hayan explicado estas
circunstancias a sus clientes, readecuarlos en caso de ser necesario y explorar
nuevas alternativas o modalidades de cumplimiento que resulten atractivas
para las partes.

3) Recepción de prueba relativa a excepciones, si existieren hechos que,


siendo susceptibles de prueba, ésta hubiere sido pedida juntamente con las
excepciones.

Este inciso permite a las partes proponer y producir prueba para fundamentar
sus excepciones, especialmente las denominadas medios de defensa
materiales; por ejemplo, si se interpone una excepción de pago y se `pide la
consiguiente extinción de la obligación, tendrá que acompañarse el documento
donde conste precisamente el pago que motiva la excepción. Lo propio tendrá
que hacerse si se trata de una excepción de cosa juzgada, esto es, deberá
acompañarse la sentencia del proceso concluido donde conste que se trata de
un caso juzgado y todos los requisitos que exige la excepción de cosa juzgada,
etc.

Todas las excepciones así como cualquier otra cuestión o cuestiones


propuestas por las partes, serán resueltas en una sola resolución para sanear
el proceso, salvo que la autoridad judicial se declare incompetente, en cuyo
caso no tiene otra cosa que hacer que remitir el proceso al juez tenido por
competente.

4) Saneamiento del proceso, pronunciándose auto interlocutorio para resolver


las excepciones o nulidades advertidas por la autoridad judicial o acusadas por
la parte, incluyendo la improponibilidad de la demanda y la legitimación en la
causa, cuando éstas puedan ser resueltas al comienzo de la sustanciación.
El saneamiento del proceso viene a ser otra de las grandes ideas
centrales de la audiencia preliminar. Esta normativa proyecta o establece dos
situaciones: 1) Unas veces se tratará de terminar el proceso, impidiendo su
entera tramitación, cuando se sabe que no puede conducir a una sentencia de
fondo; y, 2) Otras veces se tratará de resolver las cuestiones procesales para
que, tramitado después el proceso, no exista ya la posibilidad de una sentencia
meramente procesal o formal.

En general la idea fundamental es no sólo salvar al proceso de virtuales


falencias y deficiencias o entorpecimientos de las partes, sino en muchos
casos, incluso, todavía tratar de evitar el juicio. Y en el supuesto de que sea
inevitable la realización del juicio ―siempre habrán casos que tendrán que
llegar hasta el final―, se lo simplifique al máximo y concluya en el menor tiempo
posible.

Aunque no lo establezca expresamente el Código procesal igualmente se


puede ordenar la acumulación de acciones, la resolución de las excepciones
opuestas, la corrección de la demanda y, en su caso, de la reconvención. En
esta línea, la Ley de Enjuiciamiento Civil española (art. 424) prevé que si el
demandado alegare en la contestación a la demanda falta de claridad o
precisión de ésta en la determinación de las partes o en las pretensiones
deducidas, o si el actor adujere en la audiencia esos mismos defectos de
contestación o en la reconvención, o si de oficio el tribunal apreciare unos u
otros, admitirá en el acto de la audiencia las aclaraciones o precisiones
oportunas. En caso de no formularse aclaraciones y precisiones, el tribunal
sólo decretará el sobreseimiento del pleito si no fuese posible determinar en
qué consisten las pretensiones del actor o, en su caso, del demandado en la
reconvención, o frente a qué sujetos jurídicos se formulan las pretensiones.

En el fondo el saneamiento supone ejercer unos controles estrictos del proceso


para evitar que sufra marchas y contramarchas, avances y retrocesos y tenga
un desarrollo normal y eficiente. En la medida en que se haga una verdadera
depuración procesal, podrán desarrollarse a plenitud los principios rectores de
todo proceso: oralidad, concentración, inmediación y continuidad del juicio.
Asimismo, los juicios tienen que ser serios y fundados, y cuando no están
dadas las condiciones mínimas para su desarrollo normal, se hace imperioso
establecer un mecanismo para discutir previamente si tales condiciones de
forma y de fondo están o no presentes.

El saneamiento del proceso supone, en consecuencia, el planteo y resolución


de todas las cuestiones procesales, al margen de las excepciones que tienen
su propio cause como hemos visto; por ejemplo, la falta de presupuestos como
la capacidad y aun la legitimación e improponibilidad de la demanda,
cuestiones que deberán ser resueltas por el juez o tribunal, mediante lo que
constituye un verdadero auto saneador. El juez incluirá en las cuestiones a
resolver la regularización del procedimiento y la subsanación de los actos que
puedan provocar nulidades sanables o la declaración de las insanables, con el
fin de ingresar limpio al juicio civil.

En la interpretación del TC, existen cuatros presupuestos concretos para que


opere la nulidad procesal y son:[13] a) El principio de especificidad o legalidad,
que se resume en el sentido de que no hay nulidad, sin ley específica que la
establezca; b) El principio de finalidad del acto, significa que, no obstante su
irregularidad, lo que importa es que el acto haya logrado su finalidad a la que
estaba destinado; c) El principio de trascendencia, significa que quien solicita
nulidad debe probar que la misma le ocasionó perjuicio cierto e irreparable; y,
d) El principio de convalidación, supone que toda nulidad se convalida por el
consentimiento del afectado.

La reforma del proceso civil debería clasificar y uniformar todas estas


irregularidades en defectos absolutos y defectos relativos, como se ha hecho
en materia penal.[14] Los primeros defectos no son susceptibles de
convalidación y los segundos pueden convalidarse en determinados casos
cuando haya, por ejemplo, el consentimiento del acto defectuoso. La diferencia
sustancial entre ambos radica en que los defectos absolutos vulneran
derechos fundamentales y los defectos relativos suponen el quebrantamiento
de una formalidad y, por tanto, los efectos son diferentes en uno y en otro tipo
de defectos.

5) Prórroga de la audiencia cuando no se hubiere podido producir la totalidad


de la prueba o dictar resolución de saneamiento. En el primer caso, podrá
diferirse la recepción hasta otra audiencia que se realizará en plazo no mayor
de diez días.

Este inciso prevé una excepción al principio de la continuidad del proceso en el


sentido de que cuando no se haya producido la totalidad de la prueba o dictado
la resolución del saneamiento procesal, el juez podrá diferirse la recepción
hasta otra audiencia que se realizará en un plazo no mayor de diez días, tiempo
suficiente para buscar la conciliación, recepcionar la prueba de las
excepciones, resolver éstas, y sanear el proceso, que son los objetivos
centrales de esta fase procesal.

5) Fijación definitiva del objeto del proceso; determinación, ordenamiento y


diligenciamiento de los medios de prueba admisible; recepción de las pruebas
cuyo diligenciamiento fuere posible en la audiencia, o convocatoria a audiencia
complementaria respecto de las que no se hubieren producido hasta su
conclusión.

Con la finalidad de evitar procesos inútiles y actos innecesarios, se tiene que


delimitar y determinar cuál es el objeto del proceso fijado por el actor y cuál
será el objeto del debate suscitado por el demandado y sobre qué debe versar
la prueba. En cualquier caso, las partes podrán proponer nuevos medios de
prueba que, a juicio del juez o tribunal, se refieran a hechos nuevos o
rectificaciones hechas en la propia audiencia. Aquí igualmente se deberá
delimitar los términos del debate, de modo que las partes y el juez, fijen los
hechos sobre los que existe conformidad que no precisan ser probados y los
hechos controvertidos, los necesitados de prueba.

Para Montero Aroca,[15] los hechos admitidos por las dos partes (los no
controvertidos), no sólo no precisan ser probados, sino que los mismos están
excluidos de la prueba. En el ordenamiento jurídico español, la delimitación de
los hechos controvertidos cumple, además otros dos objetivos. En primer
lugar, puede suceder que no existan estos hechos, por lo que la discrepancia
entre las partes ha quedado reducida a una cuestión exclusivamente jurídica,
no siendo necesaria la actividad probatoria. En este caso, finalizada la
audiencia el juez dictará sentencia; de la misma manera cuando la única
prueba admitida sea la de documentos, no impugnados, o la de dictámenes
periciales ya presentados, sobre la que no se solicite la presencia de los
peritos en el juicio, el juez podrá proceder a dictar sentencia, sin celebración
de juicio.
Así fijados los hechos controvertidos, la audiencia proseguirá con la
proposición y admisión de los medios de prueba; es decir, expresamente cada
parte deberá proponer los medios concretos de prueba de que intenta valerse
y el tribunal deberá admitir o denegar cada uno de los medios de prueba. El
artículo 366.II CPC recoge todos estos supuestos cuando establece que las
partes podrán proponer nuevos medios de prueba que, a juicio de la autoridad
judicial, se refieran a hechos nuevos o rectificaciones hechas en la propia
audiencia.

En cualquier caso, deberá depurarse el proceso resolviendo las posibles


cuestiones sobre presupuestos y óbices procesales, excluir los medios
probatorios ilegales, determinar con precisión las pretensiones de las partes y
el ámbito de su controversia y de existir hechos controvertidos se propongan y
admitan las pruebas pertinentes que se producirán en el juicio.

4.2 La audiencia complementaria

Aun cuando la dicción de la Ley sugiera una sola audiencia, el Código procesal
en realidad reconoce dos audiencias: la preliminar y la complementaria. En
palabras del legislador, la segunda audiencia, denominada complementaria,
está condicionada al hecho de que en la audiencia preliminar no se hubiera
agotado el diligenciamiento de la prueba, siendo justamente la función de
complementar la producción de la prueba.

El Código procesal (art. 368.IV), es terminante en el sentido de que en la


audiencia complementaria serán recibidos todos los medios de prueba, y como
no existe plazo probatorio, agotada la actividad probatoria, previa
fundamentación oral de las partes, el juez pronunciará sentencia. A contrario
sensu, cuando se trate de pretensiones de puro derecho y por tanto no sea
necesaria la producción de la prueba, el juez, previa fundamentación oral de
las partes, pronunciará directamente sentencia.

Como está diseñada la reforma procesal, puede concluir el proceso en la


audiencia preliminar, cuando no haya necesidad de producir prueba; es decir,
la audiencia complementaria sólo tiene sentido si no se pudo recepcionar toda
la prueba en la audiencia preliminar.

En la exposición de motivos aclaran que, agotada la producción de la prueba,


las partes tendrán la facultad de fundamentar oralmente y en pocos minutos
sus conclusiones, debiendo considerar que el tiempo invertido es
extremadamente útil a los fines de su pretensión; para luego dar paso a que el
juez de cara a las partes, pronuncie la sentencia ya sea de manera íntegra o la
parte dispositiva, reservándose en este caso la fundamentación para una
audiencia de lectura del fallo.

El proceso por audiencias representa el núcleo central y medu-lar de la


reforma de la justicia. Este método asegura la virtualidad y operatividad de los
principios cardinales del proceso: inmediación, concentración, celeridad,
economía, buena fe, publi-cidad y desacralización de las formas procesales, la
orali-dad, la identidad del juez que asume las pruebas y decide la causa. Ello se
complementa con la ampliación de los poderes del juez, sobre todo en materia
probatoria (siempre en el marco de los hechos alegados y controvertidos por
las partes), y su facultad de valorar dicha prueba, conforme con las reglas
racionales de la sana crítica.
El Código procesal (art. 368), prevé que si en la audiencia preliminar no se
hubiere podido diligenciar totalmente la prueba, se convocará a las partes para
audiencia complementaria que se realizará dentro de los quince días
siguientes, durante cuya vigencia se verificarán necesariamente las diligencias
que se hubiere dispuesto realizar fuera de audiencia, como inspecciones,
pericias, informes y otras similares, a fin de que estén cumplidas en
oportunidad de la audiencia complementaria.

La normativa aclara que no se suspenderá la audiencia complementaria, ni se


dejará de diligenciar la prueba por ausencia de una de las partes, salvo el único
caso de fuerza mayor debidamente comprobado. Sin embargo, la audiencia
podrá ser prorrogada de oficio o a petición de parte, por única vez, si faltare
diligenciamiento de alguna prueba que deba cumplirse fuera del asiento
judicial, en cuyo caso la autoridad judicial fijará nueva fecha para reanudación
de la audiencia, dentro de los quince días siguientes.

A efectos de garantizar el principio de la inmediación y la continuidad del


proceso, el legislador ha sido terminante en el sentido de que la inasistencia de
la parte a la audiencia complementaria significará presunción desfavorable
para ella. La asistencia personal de las partes es fundamental pues en la
audiencia complementaria serán recibidos todos los medios de prueba;
debiendo los testigos y peritos una vez oídos por su orden, permanecerán en el
acto a efecto de aclaraciones o careos posibles, salvo autorización de la
autoridad judicial para su retiro.

5. El juicio civil y sus características

En toda esta descripción que se ha hecho no existe algún dispositivo legal


expreso que recoja el momento preciso del juicio civil. En general la audiencia
preliminar busca por todos los medios la conclusión extraordinaria del proceso
y no cabe en principio asimilar esta fase al juicio. El desconcierto normativo es
aún mayor cuando el artículo 368 CPC establece que “si en la audiencia
preliminar no se hubiere podido diligenciar totalmente la prueba, se convocará
a las partes para audiencia complementaria…” Dado que el juicio es para
recibir la prueba ofrecida, según este precepto, pareciera que la audiencia
preliminar tiene el propósito de diligenciar la prueba, por cuanto sólo habrá
audiencia complementaria en la medida en que no se haya diligenciado la
prueba ofrecida.

Sin embargo, ni la audiencia preliminar ni su complemento equivalen a un


verdadero juicio, entendido éste como la audiencia oral, pública y
contradictoria que tenga el propósito exclusivo del diligenciamiento de la
prueba. Está claro no obstante que el legislador permite “pimponear” la
recepción de la prueba entre ambas fases del proceso. Tampoco el viejo
sistema procesal civil, ni el Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica, ni
el Anteproyecto boliviano del 1997, contemplaban un dispositivo expreso, pero
era el momento de superar esta deficiencia, permitida en las reformas que se
proyectaron a mediados del siglo pasado.

El legislador boliviano en realidad perdió la oportunidad histórica de superar a


su fuente principal, y debió consignar en una disposición el momento cumbre
del proceso: el juicio civil con sus principales características, al estilo de la
LEC española del 2000 (art. 431), cuando prevé que el juicio tendrá por objeto
la práctica de las pruebas de declaración de las partes, testifical, informes
orales y contradictorios de peritos, reconocimiento judicial en su caso y
reproducción de palabas, imágenes y sonidos.

Tal como ocurre en el Derecho comparado, el término “juicio” lo usaremos


para referirnos exclusivamente a la audiencia oral, pública y contradictoria,
que tiene por objeto que las partes presenten su versión de los hechos,
mediante sus argumentos y medios de prueba, ante un tribunal imparcial que
percibe concentrada y directamente la actividad de las partes litigantes y que,
de acuerdo a lo percibido, y solo de acuerdo a ello, debe formar su convicción,
resolviendo inmediatamente el asunto controvertido.

Dado que en el juicio es donde se tiene que producir y depurar la prueba


ofrecida, se requiere como condición necesaria que las reglas de la prueba
tengan un diseño adecuado. Los autores chilenos Duce, Marín y Riego,[16]
advierten de la necesidad de que hayan unas determinadas “reglas de la
prueba”, entendidas éstas como aquellas que regulan (1) el momento en que
los medios de prueba deben ser presentados en un juicio, (2) la forma en que
los medios de prueba deben ser presentados en un juicio, (3) la metodología
que las partes y el tribunal usarán para extraer y controlar la información que
estos contienen, y (4) la forma en que el tribunal debe valorar su contenido
probatorio.

Así al disponer de reglas de la prueba avanzadas en cada uno de estos


componentes tendremos el supuesto básico necesario para obtener un juicio
oral eficiente en el control de la calidad de la información ingresada a él y, por
lo tanto, para obtener decisiones judiciales fundadas en información de mayor
confianza que hagan a esas mismas decisiones más confiables. Sin embargo, la
existencia de estas reglas avanzadas de la prueba no son suficientes por sí
mismas para lograr tal objetivo, ya que también será necesaria la concurrencia
de otros requerimientos, como la capacitación de los operadores del sistema
que las aplicarán. En cambio, reglas de la prueba atrasadas dificultarán el
proceso de toma de buenas decisiones jurisdiccionales ya que estas estarán
construidas sobre información de poca confianza, independientemente de la
capacitación y buena voluntad de los operadores del sistema.

Cabe aclarar que para efectos de este trabajo vamos a entender que un
sistema probatorio es más avanzado en la medida en que establezca
mecanismos más claros o más perfeccionados para permitir que las partes
puedan mostrar, analizar y valorar con mayor especificidad la información
ingresada al juicio. Aquí entendemos que el diseño de las normas sobre la
prueba es más avanzado cuando entrega herramientas eficaces para que el
tribunal sea capaz de discriminar de manera efectiva entre la información de
buena y de mala calidad presentada en el juicio.

Las reglas de la prueba son determinantes para que ingrese información de


calidad al juicio, por la sencilla razón de que en el proceso se trata de
reconstruir hechos que han ocurrido en el pasado y en los cuales el juez no
estuvo presente y por tanto cada medio de prueba tendrá para aportar solo
fragmentos de la totalidad de los hechos ocurridos. El problema de la prueba
en el proceso es entonces el de cómo es posible tomar decisiones tan
relevantes para el futuro de las personas con la mínima confianza de haber
establecido los hechos correctamente.
Este proceso de depuración de la información es el criterio que debe gobernar
todas las normas de producción de la prueba y debe basarse en una primera
idea central: la mejor forma de depurar la información consiste en permitir que
todas las versiones que contengan la información, cualquiera sea el formato en
que se expresen puedan ser objeto de un cuestionamiento severo (control de
calidad) a cargo de la parte a quien esa información perjudica. Esto último se
justifica debido a que la contraparte estará en mejores condiciones de
preparar su caso con detalle, y tener el mayor interés en demostrarle al
tribunal las deficiencias de la versión de la otra parte.

En cualquier caso, el juez recibirá en el juicio información cuya calidad no tiene


cómo corroborar (el juez no investiga) y entonces lo que hará es permitir que la
parte a quien esa información perjudica desarrolle sus mejores esfuerzos con
el fin de mostrarle las falencias, distorsiones o errores que esas versiones
contienen. Este esfuerzo de la contraparte no solo servirá para revelar los
puntos débiles de cada versión, sino que también resultará clave para afianzar
aquella información o versiones que efectivamente son confiables y que
debieran tener un peso importante en la formación de convicción del tribunal.
En la medida en que una versión ha pasado de manera impecable todos los
filtros y mecanismos de depuración y lejos de desmoronarse se mantiene firme
y consistente, se puede considerar una información confiable y valiosa, como
ocurre por ejemplo cuando alguien acepta como válida una versión que lo
perjudica.

5.1. Oralidad del juicio

La oralidad es la herramienta al servicio de la inmediación y este principio


permitirá al tribunal determinar qué hechos y cómo realmente ocurrieron por
cuanto percibe los medios probatorios directamente, sin intermediarios. Esta
es la única manera conocida de lograr que el juez o tribunal tenga un
conocimiento directo de los medios de prueba, por lo que el juicio que se forme
será más fiel a la realidad.

Mientras menos intermediarios, menos distorsión y pérdida de información.


Mientras más inmediata la percepción, mayor calidad de la misma. En el mismo
sentido, la audiencia debe ser oral para que la parte a quien la información
perjudica pueda tener contacto directo con ella, frente al juez, con el fin de
poder demostrar detalladamente todos los elementos de distorsión, de
manipulación o error contenidos en ella. Esto no puede hacerse sino en
presencia de la fuente directa de la información, a lo menos en la mayor medida
posible. Además, el juicio debe ser oral para que la percepción de la prueba
por el juez y por la parte sea simultánea porque lo que se quiere controlar es el
modo y el contenido específico de la prueba cuando se presenta frente al juez
dado que las distorsiones, la información de mala calidad, puede estar
contenida en cualquier elemento expresivo que se transmita.

Sin embargo, el legislador boliviano no obstante pregonar la oralidad como la


gran novedad de la reforma no ha diseñado el juicio civil oral, concentrado,
público, pues sólo se ha limitado a reconocer que la oralidad es la forma de
desarrollar el proceso, sin perjuicio de la escritura en los actos establecidos
por ley (art. 1.1 CPC), con lo cual reiteramos que se perdió la oportunidad de
avanzar hacia un verdadero juicio en los términos previsto por la Constitución y
la LOJ.
5.2. Concentración y continuidad del juicio

La inmediación también debe proteger la concentración y continuidad del


juicio, por cuanto son herramientas al servicio de la inmediación. Esto significa
que la audiencia de juicio debe desarrollarse de principio a fin en una sola
unidad continua. Los jueces deben ver la prueba de una sola vez, toda en su
conjunto y fallar con la mente fresca de lo percibido directamente en la
audiencia.

Al estilo de que ocurre en materia penal, habrá juicios que duren una mañana,
otros un día completo y otros, en fin, varios días. Lo relevante para la
inmediación es que una vez que el tribunal comience a conocer del juicio, no
haga otra cosa dentro de su jornada laboral que no sea conocer de dicho juicio
desde que comienza hasta que termina, con las interrupciones estrictamente
necesarias para comer, dormir y descansar el fin de semana.

La realización del juicio en distintas sesiones separadas unas de otras por


largos periodos hace que el juez no pueda formar su juicio final respecto de los
hechos con la imagen de lo que percibió directamente, sino que solo con un
recuerdo vago e impreciso de lo que percibió directamente o, peor aún, con la
información contenida en las actas de dichas audiencias pasadas. Lo mismo
ocurre si la sentencia es dictada tiempo después de la audiencia de juicio,
aunque esta última se haya realizado en una sola sesión o en varias sesiones
diferentes pero continuas. Estas situaciones son problemáticas porque hacen
perder toda la inmediación lograda en la audiencia, volviendo en la práctica a
resolver los conflictos a través de sistemas mediatos, como el escrito, donde la
calidad de la información es de menor calidad.

Sin embargo en contra de lo que supone un verdadero proceso oral, la Ley


establece que se labrará “acta resumida” de todo lo actuado y se acumularán
al expediente los informes y demás documentos recibidos. En particular fuera
de las aclaraciones o complementaciones de las partes, se harán constar las
resoluciones de la autoridad judicial sobre la admisión o rechazo de alguna
prueba controvertida, así como sobre la interposición de recursos.

La autoridad judicial oirá seguidamente los alegatos de las partes, a cuyo


objeto fijará el tiempo necesario que no excederá de diez minutos para cada
una y que podrá ser prorrogado por un lapso similar, salvo que se trate de
casos complejos y sea estrictamente necesario concederá una ampliación
dependiendo de cada caso en particular. Acto seguido, la autoridad judicial
pronunciará la sentencia que pondrá fin al litigo en primera instancia, y recaerá
sobre las cosas litigadas en la manera en que hubieren sido demandadas,
sabida que fuere la verdad material por las pruebas del proceso (art. 213 CPC).

La disposición aclara que la autoridad judicial deberá dictar sentencia al cabo


de la audiencia, en cuya oportunidad se dará lectura a la misma a los efectos
de su notificación. No obstante cuando el caso así lo amerite podrá dictar
solamente la parte resolutiva, y diferir su fundamentación del fallo para una
ulterior audiencia, que se realizará en un plazo no mayor de veinte días. A
diferencia del viejo sistema procesal, al juez suplente no le corre plazo para
dictar sentencia y por tanto es válida la sentencia extemporánea, debiendo en
su caso imponerse sanción disciplinaria a la autoridad judicial (art. 216 CPC).

5.3. Medios suficientes para la contradictoriedad efectiva


Otra de las conquistas de los procesos modernos es la transparencia, de modo
que las partes conozcan de antemano cuál o cuáles serán los medios
probatorios que se producirán en el juicio. Con esta finalidad se les debe
entregar a las partes las herramientas necesarias para poder controlar
eficientemente la calidad de la información que transmite el medio de prueba
en la audiencia oral. Así, por ejemplo, durante la audiencia se le debe permitir a
la contraparte realizar preguntas directas (contraexamen) a los testigos que
presente la contraparte (nunca a través del juez de algún escrito que impide
toda fluidez y rectificación sobre la marcha); igualmente antes del juicio, se le
debe permitir que conozca el contenido específico de la prueba que se rendirá
en la audiencia con el objeto de preparar su contraexamen investigando al
medio de prueba previo a su presentación en la audiencia.

Aunque la reforma procesal civil boliviana pregona la oralidad, muy poco de


esto ha ocurrido en la nueva normativa procesal. Como en tiempos de la
colonia sigue el interrogatorio escrito y con ello una práctica centenaria
rígidamente formal, anquilosada y rutinaria, que no contribuye al
esclarecimiento de los hechos y a la convicción del juez. El legislador tenía que
hacer un giro de 180 grados, como lo hizo en su momento en materia penal, y
erradicar las absurdas preguntas afirmativas: diga el testigo tal cosa…

A propósito del interrogatorio, el juez previsto en la Constitución boliviana es


un juez neutral, imparcial, entre dos partes parciales, y el hecho de atribuirle la
facultad de hacer preguntas a los testigos vulnera su propia imparcialidad que
debería prevalecer siempre. Así pues, el Código procesal civil (art. 176) prevé
que la autoridad judicial no sólo interrogue a la o el testigo sobre sus generales
de ley y si concurre alguna causal de tacha, sino que ordenará al testigo que
haga una exposición de los hechos que personalmente le conste en relación al
objeto de la controversia; asimismo, que justifique sus afirmaciones,
explicando las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que hubiere ocurrido
cada hecho.

Terminada la declaración del testigo, las partes podrán interrogarlo libremente


por intermedio de sus abogados y bajo la dirección del juzgador, que en
cualquier momento podrá formular nuevas interrogaciones, rechazar las
preguntas impertinentes o agraviantes para el testigo, así como dar por
terminado el interrogatorio. La normativa aclara que cada pregunta no estará
referida a más de un hecho; será clara y concreta. No se admitirán las
preguntas vejatorias u ofensivas, tampoco podrá asesorarse de abogado a
tiempo de responder, ni podrá leer notas o apuntes, a menos que por la índole
de la pregunta la autoridad judicial así lo disponga.

En definitiva, se echa en falta un dispositivo expreso al estilo del artículo 306


LEC española, que reglamente el interrogatorio cruzado para los testigos, de
modo que una vez hayan sido respondidas las preguntas formuladas por el
abogado de quien solicitó la prueba, los abogados de las demás partes y el de
aquélla que declarare podrán, en ese orden, formular al declarante nuevas
preguntas que se reputen conducentes para determinar los hechos.

Al margen del interrogatorio directo, una condición necesaria para hacer


efectiva la contradictoriedad en el juicio consiste en que cada una de las
partes, en algún momento anterior al juicio, debe mostrar a la otra qué es lo
que tiene para sustentar su caso, avisando a la contraparte cuáles son los
medios de prueba específicos o la información con la que intentará hacer
prevalecer su pretensión. Se dice incluso, para graficarlo con una imagen
común, que las partes deben mostrar sus cartas, como en el póquer. Esta
actividad es la que se denomina descubrimiento o discovery en el derecho
anglosajón.

Al tomar conocimiento anticipado de la prueba, se logran varios objetivos. Uno


de ellos consiste en facilitar la negociación entre las partes, evitando el costo
que tiene el juicio para el sistema de justicia. La idea es que las partes, luego
de saber cuáles son las cartas de la contraria, pueden ahora ponderar
comparativamente la verdadera fuerza de sus posturas y decidir si siguen
adelante con el juicio o terminan su disputa a través de un acuerdo. Con ello se
evita ir a juicio en contra de una parte que “gritaba fuerte”, pero que solo
estaba simulando tener un caso más firme del que realmente tenía. Por otro
lado, se le permite al juez evaluar si hay mérito para seguir adelante hasta el
juicio, desestimando las demandas que le parezcan infundadas.

Este conocimiento anticipado de la prueba tiene también otras finalidades,


relacionadas con el debido proceso. En efecto cada parte tendrá en el juicio el
derecho a confrontar la prueba de la contraparte (defensa), pero no de forma
abstracta dirigiendo preguntas a una persona desconocida respecto de la cual
no se tiene mayores antecedentes, sino que, por el contrario, se debe tratar de
la verdadera posibilidad de hacer un contraexamen efectivo; es decir, cada
parte deberá tener la información suficiente para preparar dicha confrontación
y el aviso anterior de qué es lo que la contraparte llevará al juicio como uno de
los medios para hacerla efectiva. Por supuesto, para que esto sirva de algo, se
debe agregar que la prueba que se descubre será la única que podrá ser
utilizada en el juicio. De no establecerse esta limitación, toda la prueba
presentada en el juicio sería sorpresiva pues las partes no tendrían ningún
incentivo para descubrirse antes del juicio y el derecho a confrontar la prueba
de manera efectiva se vería seriamente afectado.

Todas estas garantías permiten además controlar la calidad de la información


que cada parte presentará en el juicio para que el tribunal resuelva el conflicto
con mejores elementos de convicción. Así, la posibilidad de que la contraparte
pueda conocer los medios de prueba antes del juicio le permitirá preparar la
confrontación de la información entregada por ese medio de prueba (control de
la calidad). En todo caso entre el momento del descubrimiento y el juicio, las
partes podrán investigar independientemente la calidad de cada medio de
prueba de la contraparte, podrán verificarla, relacionarla con el resto de la
prueba de esa misma parte y de la contraria, encontrar nuevas pruebas que la
pongan en entredicho, entre muchas otras posibilidades. Todo esto solo es
posible si, antes del juicio, se sabe y se tiene acceso a los medios de prueba
ofrecidos.

En este aspecto, el descubrimiento de la prueba que se usará en el juicio es un


medio para facilitar la confrontación efectiva y, a su vez, la confrontación
efectiva es la base para un ejercicio profundo de valoración de la prueba, ya
que esta reposa en la posibilidad de que las partes, especialmente aquella a
quien la prueba perjudica, ilustren al juez acerca de sus fortalezas y
debilidades, llamando su atención acerca de todas las distorsiones, errores,
inconsistencia y demás defectos que esa información pueda contener.

Para que esta función de descubrimiento pueda ser cumplida debe existir un
estándar legal de descubrimiento que asegure cuánta información debe
proporcionar la parte que presenta la prueba, para que la otra pueda
razonablemente preparar su confrontación. Los referidos autores chilenos
consideran que este estándar debe fijarse en función de su objetivo
(preparación de la confrontación) y debe obligar entonces a entregar la
información suficiente y necesaria para ello. De esta manera, anunciar el medio
de prueba a través de su identificación meramente formal ayuda muy poco al
abogado que debe preparar su confrontación, más aún si se trata de un medio
de prueba desconocido para su representado, quien generalmente será su
principal fuente de información. Así ocurriría, por ejemplo, si se anunciara a un
testigo indicando solo su nombre, estado civil, profesión y domicilio o si se
anunciara un documento señalando solo que se trata de una escritura de
compraventa. Esta fórmula de anunciar la prueba, que podríamos denominar
del tipo “lista de testigos”, no constituye descubrimiento alguno porque no
entrega la información suficiente y necesaria para preparar la confrontación,
convirtiéndose en una mera formalidad o en un medio para lograr objetivos
institucionales del sistema, como el de tener un domicilio para saber adónde
enviar la citación a los testigos para que comparezcan.

De esta forma, respecto de los documentos y cualquier otro medio de prueba


que no consista en la declaración de una persona (testigo o perito), podrá
lograrse un descubrimiento de mejor calidad exigiendo que se entregue una
copia de los mismos a la contraparte antes del juicio (ya sea acompañándose
en la misma demanda/contestación o en la audiencia preliminar). Esta es una
exigencia que no debiera presentar problemas ya que es fácil de cumplir
atendiendo el acceso que hoy existe a la tecnología necesaria para hacerlo.

Respecto de la declaración de los peritos el estándar de descubrimiento debe


ser más exigente. Los peritos o testigos expertos se caracterizan por entregar
opiniones en materias sobre las cuales un lego no tiene conocimiento suficiente
(a diferencia de los testigos que, por regla general, no opinan sino que solo
relatan hechos percibidos por sus sentidos). Esta característica de los peritos
hace que su confrontación espontánea en juicio sea aún más difícil. Incluso
hacen complicado su confrontación si solo se conocen las líneas básicas de lo
que declararán.

Con el propósito de depurar el medio probatorio, la contra parte deberá tener


el acceso con anticipación no sólo a los medios ofrecidos, sino saber además
qué puntos se intenta probar y con qué medios. Tal es caso del perito que
deberá presentar su informe por escrito que haya confeccionado previamente
en el cual están contenidas sus conclusiones y la descripción del método
utilizado para llegar a ellas. De esta forma, la contraparte podrá estudiar por sí
mismo el peritaje (su método y conclusiones) como también a la persona del
perito (carrera académica, publicaciones, experiencia, etc.), y podrá también
solicitar la opinión de otros expertos en la materia que lo ayuden a detectar las
falencias del peritaje y podrá, por último, llevar a juicio a sus propios peritos
para presentar conclusiones distintas. Además, durante el juicio el perito podrá
ser confrontado con su informe, que para efectos del juicio será su declaración
previa.

En un sistema oral, en el que se respete la inmediación tanto como elemento


del debido proceso como un medio para depurar información, las
declaraciones previas solo deben poder ser usadas para manifestar
contradicciones entre lo que dice hoy el testigo en juicio y lo que dijo antes. Es
decir, la declaración previa es un medio que está limitado a valorar la
credibilidad de la persona que declara en el juicio. En caso contrario, en el
contexto de una cultura legal que viene recién saliendo de los sistemas
escritos, las declaraciones previas fácilmente podrían ser usadas como
documentos sustituyendo las declaraciones personales de los testigos y
peritos que deben comparecer al juicio.

Todo lo anterior hace más efectivo el ejercicio de confrontación de la prueba y


pone de manifiesto otra de las características del juicio que nuestra tradición
procesal suele olvidar, quizás por la misma confusión respecto de lo que es un
juicio. El momento en que se rinde la prueba (el juicio) no es un momento
destinado a investigar, sino que, por el contrario, es el momento en que las
partes le presentan al tribunal, de la manera más persuasiva que puedan, la
investigación que ya realizaron.

5.4 Prueba presentada en el juicio

Toda la prueba que pretendan usar las partes para convencer al tribunal
acerca de la veracidad de su versión debe haber sido presentada en el juicio;
es decir, sólo debe ser valorada en la sentencia la prueba que haya sido
presentada en la audiencia. De lo contrario, la parte a quien esa prueba
perjudica no habrá tenido la oportunidad de confrontarla relevando sus
falencias y, además, tampoco podrá haberlo realizado inmediatamente frente al
juez que determinará los hechos en definitiva. Esta exigencia también significa
que la prueba misma debe ser realmente presentada en el juicio y no una mera
representación de ella.

En consecuencia, en el juicio debe presentarse el testigo en persona y no una


declaración anterior de esa persona contenida en algún medio escrito o
audiovisual, por ejemplo. En caso contrario, no podría realizarse un control de
la calidad de la información contenida en dicha declaración porque no habría
forma de interactuar con ella. Así, en un juicio oral los testigos declararán
personalmente, frente al tribunal, de manera que los jueces puedan escuchar y
ver directamente lo que esa persona tenga que decir y mostrar. Sus
declaraciones personales no pueden ser sustituidas por declaraciones
escritas, ya que si esto se permitiera se acabaría la oralidad y, por
consiguiente, la inmediación (además de los problemas que presentaría para la
contradictoriedad). La oralidad al servicio de la inmediación, entonces, no se
satisface por la lectura “oral” de lo que alguien dijo en algún momento remoto
anterior al juicio, sino que solo con la declaración personal del testigo
directamente ante el tribunal. Esto es lo que constituye la regla general en los
sistemas que privilegian la inmediación y solo admite excepciones calificadas.

3.5 Sistema de convicción del tribunal

Al haber percibido directamente toda la actividad probatoria, el juez debe tener


libertad para formarse su propia convicción sobre los hechos y valorar la
prueba de acuerdo a lo percibido. Es decir, debe tener libertad para valorar los
medios de prueba concretos y específicos rendidos en la audiencia, como en el
sistema de la sana crítica, abandonando el sistema de la prueba legal o tasada
en abstracto por el legislador. Todo el ejercicio de las partes durante el juicio
estuvo encaminado a demostrarle al tribunal los matices de la prueba que
hacían más creíble una versión que otra.

Este ejercicio fue percibido por el juez, quien vio como un testigo entró en
contradicción con lo que había dicho hace unos momentos o que, más allá de
sus palabras, se mostró dubitativo e inseguro, tomándose largo tiempo para
pensar en una respuesta antes de contestarla. Frente a una pregunta difícil de
la contraparte, vio cómo un perito buscaba la mirada del abogado que lo
presentó esperando una guía. Lo vio confrontado con un artículo escrito por él
mismo en una revista especializada en el que sostenía una tesis distinta a la
que sostiene ahora en el juicio y lo vio balbucear una explicación desarticulada.
La calidad y especificidad de esta percepción del juez sería borrada de un
plumazo con una norma de prueba legal con las partes en conflicto o porque
reunían ciertas particularidades innatas.

Así, en ejemplos históricos más extremos, las mujeres eran testigos


inadmisibles. O más modernamente, los parientes cercanos de las partes o
cualquiera que tuviese interés en el resultado del juicio eran testigos
inadmisibles. Es decir, todas estas personas eran, en abstracto, sospechosas
de prejuicio y parcialidad. Lo que dijeran era indigno de credibilidad a priori,
por lo que se decidía derechamente no admitir que su testimonio fuera recibido
por el juez. Este era el sistema de reproches o tachas, que desconfiaba no
tanto de dichos testigos, sino que de la capacidad del juez para valorar
correctamente la credibilidad de los testigos en general. Lo mismo ocurría con
las partes en conflicto. Ellas no podían declarar en su propia defensa sirviendo
como un elemento de convicción del tribunal, sino que –y no siempre– solo se
permitía que la contraparte exigiera su declaración al tenor de preguntas
escritas cuyas respuestas eran también escritas y preconstituidas,
transformándolo en un acto meramente formal. Muy por el contrario, en un
sistema de valoración de la prueba en concreto, como la sana crítica, no
corresponde que el legislador en abstracto excluya de la audiencia de juicio
ciertos medios de prueba porque le parecen parciales o poco creíbles a priori.

Esta inadmisibilidad por falta de credibilidad ha sido desterrada de muchos


sistemas procesales hace ya mucho tiempo, menos del sistema procesal civil
boliviano. En efecto aunque el Código procesal proclame que toda “persona”
mayor de dieciséis años podrá ser propuesta como testigo, lo cierto es que
existen normas relativas a la capacidad de las personas para ser testigo y así el
legislador objetiva máximas de la experiencia y concluye que determinadas
personas no deben ser admitidas como testigos.

En tal sentido, el Código procesal civil (arts. 169-172) reglamenta un


conjunto de inhabilidades o limitaciones, llamadas históricamente tachas, que
son causales legales para que un testigo no sea creído, por su parcialidad o
falta de medios para conocer con exactitud lo que declara y se tiene:

a) En primer lugar, están las tachas absolutas y, consecuentemente, no


podrán ser creídos como testigos: 1) Quienes padecieren de enajenación
mental o perturbación psicológica grave; 2) Los que se encuentren en estado
de embriaguez o bajo el efecto de sustancias estupefacientes o alucinógenas;
3) Los que hubieren sido condenados por falso testimonio; 4. Los ciegos y
sordos con relación a hechos perceptibles por la vista o el oído,
respectivamente.

En esta primera categoría se encuentran aquellas personas que, dadas


esas características reglamentadas, aunque declaren el juez o tribunal no
podrá reconocerle valor probatorio alguno. En todo caso, la condición de
enajenado mental y el falso testimonio, se tienen que acreditar con resolución
judicial firme.[17] En cambio, la ceguera y la sordera no son causas de
incapacidad jurídica, pero sí lo son para testificar respecto de los hechos que
han de percibirse por uno y otro sentido; el ciego puede declarar sobre lo oído
y el sordo sobre lo visto. La mudez no afecta a la capacidad para ser testigo.
b) En segundo lugar se encuentran las inhabilidades o tachas relativas,
esto es, no podrán ser creídos como testigos: 1) El pariente en línea directa, así
como el pariente colateral hasta el cuarto grado de consanguinidad o segundo
de afinidad; y el derivado de vínculos de adopción; 2) El dependiente de la parte
que lo ofreciere; 3) Quien tuviere interés directo o indirecto en el litigio, por sí
mismo o por parentesco dentro de los grados establecidos en el numeral 1 de
este parágrafo; 4) Los pupilos por sus tutores y viceversa; 5) Quien tuviere
litigio pendiente con la parte contraria a su presentante; 6) El amigo íntimo de
la parte que lo presentare o el enemigo manifiesto de la parte adversa; 7) Ser
deudor o acreedor de alguna de las partes.

A diferencia de las absolutas, las tachas relativas permiten al juez recibir


la declaración de la persona propuesta como testigo, pero probada la tacha, el
juez en la sentencia prescindirá de su declaración (arts. 171-172 CPC). A todo
esto habrá que recordar que la imbecilidad, el parentesco, la domesticidad, la
infamia misma, no impide que se haya podido ver y oír bien y, por tanto, es a los
jueces a quienes corresponde pesar el valor del testimonio.

3.6 Sistema de recursos compatible

La necesidad de contar con un sistema de recursos viene dada modernamente


desde la garantía del debido proceso y de ahí por qué la Constitución boliviana
(art. 180.II) reconozca el derecho a la impugnación. Así, el artículo 8º de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa
Rica) reconozca que toda persona tiene derecho, en plena igualdad, a las
siguientes garantías mínimas: h) a recurrir del fallo ante juez o tribunal
superior”, y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos dispone en su
artículo 14 que “Toda persona declarada culpable de un delito tendrá derecho
a que el fallo condenatorio y la pena que se le haya impuesto sean sometidos a
un Tribunal Superior, conforme a lo prescrito por la ley”.

En general existen básicamente dos modelos de recursos. El primero,


relacionado con el recurso de apelación o que podríamos denominar sistemas
de doble instancia, que permite que un tribunal distinto al que decidió el asunto
en un primer momento revise tanto los hechos dados por ciertos como el
derecho aplicado por este último. Esto implica la existencia de una doble
instancia; es decir, dos veces se dice cuáles son los hechos probados y dos
veces se dice cuál es la consecuencia jurídica que se desprende de ellos. De
esta manera, el tribunal que revisa en segunda instancia puede entender que
los hechos dados por acreditados por el primer tribunal de juicio son
incorrectos, logrando la convicción de que las cosas ocurrieron de una manera
distinta.

A partir de esto se podría concluir, a primera vista, que un sistema que incluya
la apelación es un sistema que protege muy intensamente las garantías ya que
no solo dispone el derecho a un juicio antes de resolver sobre los derechos de
las personas, sino que asegura la realización de dos juicios. Sin embargo, no es
este afán el que explica el recurso de apelación. Este sistema recursivo no está
asociado históricamente al desarrollo de la noción de debido proceso sino que
a los sistemas de control jerárquico dentro del propio Poder Judicial, ya que el
inferior jerárquico (juez de primera instancia) se entiende como un delegado
del tribunal superior, quien es en definitiva el único con el verdadero poder
jurisdiccional y que, por lo mismo, mantiene la última palabra respecto de todo
lo que el inferior realizó previamente.
La reforma procesal civil boliviana se inscribe en este primer modelo de
recurso, por cuanto se decantó por lo que se conoce también como apelación
plena. Esta apelación supone que el tribunal superior, al realizar el examen del
tema de fondo y al decidir sobre el mismo, cuenta con todos los materiales de
hecho y probatorios con que contó el juez o tribunal de primera instancia, más
aquellos otros materiales que las partes han aportado en el procedimiento de la
segunda.

Así, la apelación plena o segunda instancia aún vigente en materia civil,


contrasta con los principios constitucionales de la inmediación e inmediatez,
debido proceso, celeridad, oralidad, concentración, etc. La doble instancia se
pone de manifiesto en el Código procesal (art. 264), cuando prevé que el
Tribunal superior radicará la causa y señalará audiencia en el plazo máximo de
quince días para el diligenciamiento de la prueba ofrecida o si el tribunal viere
por conveniente hacer uso de su facultad de mejor proveer. En esta audiencia
las partes podrán formular sus conclusiones y luego se nombrará vocal relator
para que en el plazo máximo de veinte días, se proceda a la relación de la
causa, debiendo señalarse día y hora de audiencia para la lectura del auto de
vista, que no podrá exceder de tres días.

El segundo modelo supone la revisión sólo de puro derecho, al estilo de lo que


ocurre en materia penal. Aquí el tribunal superior se limita a contrastar si se
cumplió o fue aplicado correctamente el derecho. La amplitud de la revisión es
menor que en el recurso de apelación (no pueden revisarse los hechos), pero la
revisión del derecho admite cierta amplitud. Es decir, no solo puede revisarse
la corrección en la aplicación del derecho sustantivo, sino que también puede
revisarse la aplicación de las normas procesales con el objeto de verificar si se
cumplieron con los estándares del debido proceso. En los casos en que el
tribunal revisor estime que hay una errónea aplicación del derecho en alguno
de estos sentidos, podrá ordenar que se realice un nuevo juicio o dictar una
sentencia de reemplazo (dependiendo de cuál haya sido el error cometido en el
juicio). Este sistema de recursos es asociado históricamente al sistema
republicano y democrático y a la noción de debido proceso que garantiza el
derecho a un juicio, y solo a uno, pero que sea justo.

El verdadero juicio oral siempre será de única instancia, por cuanto sólo debe
permitir la revisión del derecho de una manera amplia, y así compatibilizaría
con la garantía del debido proceso prevista en la Constitución boliviana y los
tratados internacionales.

6. El poderoso expediente y la reforma

Aun cuando la reforma procesal civil ha adoptado el proceso por audiencia y


busca implantar la oralidad, vuelve a reglamentar sin embargo el expediente
como si se tratase de un proceso escrito.[18] En efecto, el artículo 99 prevé
que, con el primer memorial o acta inicial de toda causa, se formará un
expediente al que serán incorporadas cronológica y sucesivamente las
actuaciones posteriores pudiendo ser electrónico; además, la reglamentación
de las tachas y el interrogatorio a los testigos a cargo del juez (arts. 169-176),
socaban y degradan las bases del juicio oral, público y contradictorio, como el
que pretende el proceso por audiencia.

La forma en que esta normativa se aplique determinará que estas reglas tengan
escasa significación o que en realidad sean determinantes en el
funcionamiento del sistema. Si el expediente constituye solo una forma de
registrar lo que va ocurriendo en el proceso con el objeto de mantener un
control y seguimiento administrativo de lo realizado, entonces su presencia no
debiera ser un obstáculo peligroso para el desarrollo de un verdadero sistema
por audiencias. En cambio si el expediente se transforma en una herramienta
legal para la toma de decisiones jurisdiccionales, entonces su existencia pone
en grave peligro la centralidad de la audiencia desplazándola hacia el
expediente.

En consecuencia, uno de los grandes riesgos de esta reforma es que se


termine confundiendo “proceso”, “juicio” y “expediente”, como ocurría en el
sistema escrito. En rigor de verdad el legislador ha dejado muchas
interrogantes, por ejemplo, ¿por qué regular con tanto detalle en la ley la forma
de constituir el expediente si las decisiones se tomarán en audiencia oral? A lo
anterior debe sumarse la existencia de plazos prolongados para dictar
sentencia luego de la audiencia de juicio lo que, por supuesto, obligará al juez a
estudiar el acta para resolver debido al tiempo transcurrido entre la audiencia
y el momento en que debe formar su juicio sobre el asunto. Esto significa, en
definitiva, que el papel de la audiencia es la de ser un medio para levantar un
acta o, en otras palabras, es un medio para construir el expediente.

La presencia del juez en la audiencia (inmediación) tendrá entonces como


objetivo garantizar la correcta confección del acta y no que este se forme un
juicio sobre lo probado por las partes. Toda esta sospecha de que el
expediente pueda sustituir a la audiencia parece confirmarse con el
reconocimiento de la doble instancia, por cuanto ésta sólo es posible en un
sistema escrito. Sin embargo, cuando el papel de la audiencia no consiste en
ser un medio para levantar un acta, sino que es el momento para que el juez se
haga un juicio (el juicio) sobre la causa, la doble instancia se hace
problemática: los vocales del Tribunal Departamental o segunda instancia
estarían en un peores condiciones para decir qué hechos se dan por probados
y cuáles no, debido a que tienen menos y peor información que el juez que
presenció el juicio para hacerlo.

En efecto, la calidad de la información recibida a través de actas no asegura la


posibilidad de que el juez pueda realizar un verdadero examen de la calidad de
la prueba. Así pues, mientras menos continuidad y concentración exista y más
importancia tenga el expediente, habrá más peligro de estar frente a un
sistema por audiencias meramente formal en el que la gran diferencia con el
sistema escrito consistirá en que lo que antes se hacía por escrito ahora se
hace oralmente, pero en donde las decisiones que realmente importan
(sentencia y apelación) se construyen sobre la base del expediente, acta o
cualquier otra forma de reconstitución mediata de lo que ocurrió en la
audiencia.

En todo caso cuando la audiencia es solo un método distinto de construcción


del expediente y la inmediación solo un medio para garantizar la fidelidad del
acta levantada (hecha en presencia del juez y las partes), estamos lejos de un
verdadero juicio oral, y uno de los elementos centrales del debido proceso. ¿Es
verdaderamente un sistema por audiencias aquel en que el juez no puede fallar
si no hay expediente? En definitiva, el tiempo se encargará de juzgar si estamos
en presencia de un sistema por audiencia formal o uno verdadero en el que la
oralidad, la inmediación y otros valores pregonados por la reforma logran
revolucionar el proceso civil en su integridad.
*William Herrera Áñez, Doctor en Derecho por la Universidad de Valencia,
España, especialista en Derechos Fundamentales; profesor titular de la
Universidad “Gabriel René Moreno”, autor de varios libros, ex juez y Fiscal
Departamental de Santa Cruz, ex asesor de varias instituciones públicas y
privadas, miembro fundador y actual Presidente de la Academia Boliviana de
Estudios Constitucionales (ABEC).

[1] A efectos de tener un panorama completo sobre la crisis del Órgano


judicial, véase HERRERA ÁÑEZ, W., El Estado de la justicia boliviana, Del
Estado Republicano al Estado Plurinacional, Cochabamba, Ed. Kipus, 2013, pp.
77 y ss.

[2] El Ministerio de Justicia debe jugar un rol más protagónico en este proceso
de reforma, por cuanto tiene el encargo legal, entre otras cosas, de coordinar
con el Órgano Judicial, Tribunal Constitucional Plurinacional, Tribunal
Agroambiental, Policía Boliviana, Ministerio Público, Procuraduría General del
Estado, Defensor del Pueblo, y las Comisiones de Constitución, Justicia y
Policía Judicial del Órgano Legislativo, para lograr el acceso a la justicia y
la protección de los derechos fundamentales, así como proponer y dirigir
las políticas y el desarrollo normativo del sector justicia, según el DS Nº
29894, de 7 de febrero de 2009.

[3] En estas Jornadas el autor recién tomó conocimiento de que la elaboración


del Código procesal estuvo a cargo de un destacado grupo de profesionales
bolivianos a la cabeza del Profesor emérito de la Facultad de Derecho y
Ciencias Políticas de la Universidad Mayor de San Andrés, José César
Villarroel Bustios y los abogados Andrés Valdivia Calderón de la Barca, Alberto
Luna Yáñez, José Antonio Revilla, Mario Salinas Gamarra, Gonzalo Soliz, Israel
Campero, Jorge Mostajo, Natalia Miranda.

[4] Este autor, a quien seguimos en el desarrollo de los principios rectores,


considera que es deber del tribunal emplear las facultades y poderes que le
concede el Código para la dirección del proceso y la averiguación de la verdad
de los hechos alegados por las partes, incurriendo en responsabilidad por la
omisión en el cumplimiento de estos deberes. Vid. PEREIRA CAMPOS, S., La
Reforma de la justicia civil en Uruguay. Los proceso ordinarios civiles por
audiencias, puede encontrarse en: CENTRO DE ESTUDIOS DE JUSTICIA DE
LAS AMÉRICAS, CEJA, disponible en http:
//www.cejamercas.org/index.php/biblioteca/publicaciones-ceja (consultado 13
de enero de 2014).

[5] MONTERO AROCA, J., Derecho Jurisdiccional I (con MONTÓN REDONDO,


A., GÓMEZ COLOMER, J.L., y BARONA VILAR, S.), Valencia, Ed. Tirant Lo
Blanch, 2011, p. 343.

[6] El TC (SCP Nº 0425/2012, del 22 de junio), aclara que esta garantía es de


aplicación inmediata, vincula a todas las autoridades judiciales o
administrativas y constituye una garantía de legalidad procesal que ha previsto
el Constituyente para proteger la libertad, la seguridad jurídica, etc.

[7] La autora aclara además que este derecho en primer lugar consiste en que
a las partes se les otorgue la oportunidad de expresarse en cuanto a la materia
del proceso (es decir, que puedan tomar posición frente a todos los escritos,
documentos, audiencias, y actas labradas) para poder tomar influencias sobre
el proceso, y que, por su parte, el tribunal tome como fundamento para sus
decisiones sólo estas cuestiones de hecho, sobre las cuales las partes se
pudieran manifestar. Es decir, el tribunal está obligado a tomar conocimiento
de todo lo aportado al proceso, a ponderarlo y trabajar sobre todas las
presentaciones relevantes para el fundamento de la sentencia. Vid. DE FALCO,
S. Revocatoria por violación al derecho de audiencia, en AAVV Código Procesal
Civil alemán, Traductores Álvaro J. Pérez Ragone y Juan Carlos Ortiz Pradillo,
Konrad Adenauer, Oficina Uruguay, Montevideo, 2006, p. 91.

[8] Los referidos autores aclaran, entre otras cosas, que el debido proceso
jamás puede ser considerado como un conjunto de reglas rígidas vinculadas a
las formas de los procedimientos, sino un conjunto de requerimientos
sustantivos para lograr la razonabilidad buscada por el sistema. Es decir, el
debido proceso no se traduce en mandatos binarios en los cuales sea posible
hacer juicios absolutos, sino más bien entrega márgenes de discreción
importante a los Estados para que puedan establecer reglas que cumplan con
los mínimos, cuestión que normalmente se revisará caso a caso ponderando
los valores que están en juego. Vid. DUCE, M., MARÍN, F. y RIEGO, C., Reforma
a los procesos civiles orales: Consideraciones desde el debido proceso y
calidad de la información, puede encontrarse en: CENTRO DE ESTUDIOS DE
JUSTICIA DE LAS AMÉRICAS, CEJA, Perspectivas para una reforma en
América Latina, Santiago de Chile, 2008, disponible en http:
//www.cejamercas.org/index.php/biblioteca/publicaciones-ceja (consultado 13
de enero de 2014).

[9] El juicio penal se realizará en forma oral, pública y continua y “con la


presencia ininterrumpida de los jueces y de todas las partes”. En lo formal,
significa que el tribunal y las partes toman conocimiento directo de la actividad
probatoria; y, objetivamente, el juez o tribunal estará en mejores condiciones
de formar su convicción y resolver la acción penal (arts. 329-330 CPP). Tal
como grafica el Tribunal Supremo de Justicia de Bolivia (AS N° 237, de 1 de
agosto de 2005), la inmediación significa la relación interpersonal directa,
frente a frente, cara a cara entre el acusado y el juzgador, entre el acusado y el
acusador, entre el acusado y los defensores y entre éstos y el juzgador y el
acusado, respectivamente.

[10] HERRERA ÁÑEZ, W. Derecho Procesal I, Introducción general,


Cochabamba, Ed. Kipus, 2012, pp. 366-368.

[11] Entre la figura de juez-dictador y el juez-expectador, el procedimiento debe


organizarse de modo que no fuera ni lo uno ni lo otro, sino el verdadero juez
director del proceso. Tal como se advierte en la exposición de motivo del
Código Procesal Civil Modelo, la escritura tiene acostumbrados al papel pasivo
del juez ―que es el que lee la novela sin intervenir en ella, salvo para ponerle el
epílogo―, y hasta donde parecía extraño verlo proponer soluciones y
argumentar sobre los inconvenientes de la sentencia judicial. Pero, donde el
proceso es oral, el tribunal interviene activamente, rechaza peticiones,
recrimina a las partes y a los abogados que no actúan con lealtad y probidad,
inclusive los sanciona con arresto y luego continúa su tarea terminando con la
sentencia, sin que nadie piense que ha perdido su imparcialidad.

[12] MONTERO AROCA, J. y otros Derecho Jurisdiccional II…Ob. Cit., p. 227.

[13] El TC (SSCC Nº 731/2010, de 26 de julio, Nº 99/2006-R, de 25 de enero, la


Nº 1325/2004-R, de 17 de agosto y SC 1262/2004-R, de 10 de agosto, entre
otras) aclaraba que toda nulidad debe ser reclamada oportunamente a través
de los recursos e incidentes que la ley procesal establece como medios
idóneos para dejar sin efecto el acto procesal afectado de nulidad; es decir, un
acto procesal es susceptible de nulidad sólo cuando es reclamado
oportunamente o cuando el litigante no tuvo conocimiento de la existencia del
proceso, hecho que le causó indefensión, afectando su derecho a la defensa.

[14] Véase los artículos 169-170 CPP.

[15] MONTERO AROCA, J. y otros Derecho Jurisdiccional II…Ob. Cit., pp. 243 y
ss.

[16] DUCE, M., MARÍN, F. y RIEGO, C., Reforma a los procesos civiles orales:
Consideraciones desde el debido proceso y calidad de la información, puede
encontrarse en: CENTRO DE ESTUDIOS DE JUSTICIA DE LAS AMÉRICAS,
CEJA, Perspectivas para una reforma en América Latina, Santiago de Chile,
2008, disponible en http:
//www.cejamercas.org/index.php/biblioteca/publicaciones-ceja (consultado 13
de enero de 2014).

[17] Para la ex Corte Suprema de Justicia (AS Nº 233, de 4 de septiembre de


1990), la declaratoria de interdicción en contra de una persona mediante
sentencia judicial ejecutoriada, significa que aquélla ha perdido la facultad de
ejercitar libremente sus derechos civiles; en consecuencia, es inhábil de pleno
derecho para enajenar, transferir y disponer de bienes pertenecientes al
patrimonio personal y familiar; so pena de declararse nula cualquier
convención en contrario mientras no se suspenda la interdicción por igual
resolución judicial.

[18] La cultura del expediente la tenemos desde siempre; por ejemplo, en la


reforma procesal penal de 1999 el art. 280 CPP dejaba establecido que
“durante la etapa preparatoria no se formará un expediente judicial” y que las
actuaciones se acumularán en un cuaderno de investigación, siguiendo
criterios de orden y utilidad. Sin embargo, al poco tiempo no sólo que no se
eliminó el “expediente” sino que se lo duplicó: uno para el fiscal y otro para el
juez instructor y ahora se tienen dos expedientes con toda la anarquía y caos
que supone duplicar papeles.

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