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¿Por qué lo llaman anarquía cuando

quieren decir caos?


Buscamos en los orígenes de la metafísica occidental las bases de
la concepción, asumida por buena parte de la población, según la
cual la inexistencia de un Gobierno implica necesariamente una
situación de caos e, incluso, de violencia social.




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Detalle de la portada del libro "Leviathan" de Thomas Hobbes. CREATIVE


COMMONS

SERGIO DE CASTRO SÁNCHEZ


PROFESOR DE FILOSOFÍA

PUBLICADO
2018-06-12 10:00:00
“La anarquía es la más alta expresión del orden”
Eliseo Reclus

Tres son los sentidos del término “Anarquismo” que encontramos en el diccionario de
la Real Academia de la Lengua: 1. Ausencia de poder público. 2. Desconcierto,
incoherencia, barullo. 3. Doctrina que propugna la supresión del Estado.
Paralelamente a esta concepción –reflejo de la visión que se impone desde el poder–
si nos centramos en el lenguaje popular –utilizado también por políticos y medios de
comunicación de masas– se va incluso algo más allá y se relaciona la “falta de un
poder público” ya no con el “barullo”, sino con el caos y, en última instancia, con la
violencia. Una situación, en definitiva, en la que “reina la anarquía”.
Esta asociación, que trataremos de rastrear hasta su fundamento metafísico, tiene
sin embargo una vinculación directa con un determinado modo de entender la
política y la convivencia social como parte del pensamiento mainstream de nuestras
sociedades: la necesidad de un gobierno que garantice el orden social. La falta del
mismo implica ineludiblemente caos social. El des-gobierno supone, por tanto, des-
orden. Es más, el des-orden es siempre producto del des-gobierno.
Sin duda, una respuesta al porqué de esta identificación entre ausencia de gobierno
y caos puede realizarse desde muy diversas perspectivas. Por ejemplo, parece
evidente que el asociar violencia y caos con anarquismo juega un papel fundamental
cuando de lo que se trata es de imposibilitar un verdadero debate acerca de qué
consideramos democracia y las alternativas que dicho debate evidenciaría como
posibles. Sin embargo, en este artículo nos centraremos en mostrar los orígenes de
tal identificación en las estructuras de pensamiento que hemos heredado de la
metafísica clásica occidental.
EL DEMIURGO PLATÓNICO Y EL ORIGEN DEL ORDEN
La metafísica platónica se basa en la distinción entre mundo sensible y mundo
inteligible. El primero es el mundo de la materia, de lo visible, de las apariencias y
de lo irracional. El segundo, el de las Ideas, entidades de carácter metafísico y por
tanto eterno, inmutable y racional.
Si en el mundo sensible –el que habitamos los seres humanos– existe cierto orden no
es más que por su semejanza con el mundo inteligible, el cual es para el filósofo
ateniense modelo del mundo sensible. En una de sus últimas obras, el Timeo, Platón
trata la relación entre los dos mundos en cuanto al origen de nuestro universo se
refiere: “Como el dios quería que todas las cosas fueran buenas y no hubiera en lo
posible nada malo, tomó todo cuanto es visible, que se movía sin reposo de manera
caótica y desordenada, y lo condujo del desorden al orden, porque pensó que éste
es en todo sentido mejor que aquél”. Es por tanto un ser ajeno al mundo de lo
sensible, el Demiurgo, el que modela el caos de la materia a partir del orden
fundamental que representan las Ideas.

La dualidad mundo
sensible/mundo inteligible y el
papel de “mediador” del
Demiurgo implica la
objetualización en un plano
trascendente del origen y
causa del orden y racionalidad
del universo.
La dualidad mundo sensible/mundo inteligible y el papel de “mediador”
del Demiurgo implica la objetualización en un plano trascendente del origen y la
causa del orden y la racionalidad del universo. El fin del caos, verdadera naturaleza
de lo real, pasa únicamente por la existencia del orden trascendente que
representan las Ideas, pero también de un agente externo a lo real que impone ese
orden a la realidad material.
La traslación de este esquema metafísico al orden socio-político actual supondría la
existencia de una masa social –la sociedad civil– incapaz de autogobernarse sin la
presencia por un lado de un orden establecido –representado por la ideología
dominante, es decir por la concepción de qué es el orden social por parte de quienes
detentan el poder– y por el otro de una instancia ejecutora de ese mismo orden: un
gobierno que toma la forma de Estado. Sin ese agente externo, sin ese fundamento
trascendente, lo social pierde toda racionalidad y se ve sumido en el caos.
EL CAOS COMO FUNDAMENTO INMANENTE DEL ORDEN
Tal y como señalaba Nietzsche, la aparición de Sócrates y el desarrollo de su
pensamiento por parte de su discípulo Platón supuso la invención de un orden
trascendente –el de las Ideas– fundamento de toda la cosmovisión occidental hasta
Hegel, y que implicaría una ruptura radical con las bases del pensamiento griego
anterior a la llegada de la metafísica clásica. Una idea que se ajusta perfectamente
al tema que nos ocupa.
Así, por ejemplo, en el relato griego más conocido acerca del origen del universo –
la Teogonía de Hesíodo– podemos leer: “En primer lugar existió el Caos. Después
Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la
nevada cumbre del Olimpo. […] Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la
Noche a su vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto
amoroso con Érebo”.
De manera similar, las y los pelasgos –sociedad matriarcal anterior a los tiempos de
Homero– relataban el origen del mundo, según cuenta Robert Graves, de la
siguiente manera: “En el principio, Eurínome, la Diosa de Todas las Cosas, surgió
desnuda del Caos, pero no encontró nada sólido en qué apoyar los pies y, en
consecuencia, separó el mar del firmamento y danzó solitaria sobre sus olas”.

La cristalización del esquema platónico –


opuesto al de la realidad de la democracia
ateniense– ha llevado a que de manera
habitual el orden social y la convivencia sean
inconcebibles sin un aparato estatal, sin una
entidad trascendente –ajena a la sociedad–
que le dé orden.
En ambos casos, por tanto, podemos observar la total falta de referencia a una
instancia trascendente, externa al propio Caos, encargada de crear el universo
ordenado al que los griegos posteriormente denominarían Cosmos. El Caos
primigenio, en definitiva, crea el orden del universo desde sí mismo. El orden es, por
tanto, una propiedad inmanente de lo real.
Las consecuencias políticas son claras: frente a la necesidad de un Estado, la
realidad socio-política está preñada de manera inmanente de su propio orden y
racionalidad. El Gobierno se convierte, pues, en autogobierno.
POLIS NO ES SINÓNIMO DE “CIUDAD–ESTADO” SINO DE “CIUDADANÍA”
La concepción platónica del orden socio-político –producto de su pensamiento
metafísico– y que podemos observar en nuestra concepción actual del mismo,
contrasta sin embargo con la realidad de la Atenas del s. V a. de C. y con la lectura
que de la misma se ha hecho desde el propio ámbito académico.
Así, tal y como señala Cornelius Castoriadis, la traducción, tan repetida en los libros
de texto, de polis como “ciudad-estado” es totalmente incorrecta. Así, “la idea de un
Estado, es decir de una institución distinta y separada del cuerpo de los ciudadanos,
hubiera sido incomprensible para un griego”. Y añade: “No se puede oponer [...] el
cuerpo constituido permanente de los atenienses perennes e imprescriptibles de una
parte y los atenienses viviendo y respirando de otra. Ni hay Estado ni aparato de
estado”. Algo en lo que insistía Tucídides cuando dejaba muy claro que “la polis son
los hombres”.
La cristalización del esquema platónico –como decimos, opuesto al de la realidad de
la democracia ateniense del s. V a. de C.– ha llevado, sin embargo, a que de manera
habitual el orden social y la convivencia sean inconcebibles sin un aparato estatal,
sin una entidad trascendente –ajena a la sociedad– que le dé orden. De ahí que,
podemos interpretar, la polis haya sido entendida como estructura de gobierno y no
como autogobierno ciudadano, algo más en concordancia con la democracia directa
que ejercían los atenienses (que, desde luego, también adolecía de serias
carencias). La misma proyección que se mantiene en la actualidad: la democracia
son las instituciones, no la ciudadanía, tal y como nos recuerdan insistentemente
desde las estructuras del Estado.
Esta misma perspectiva la encontramos, por ejemplo, en el pensamiento
contractualista de Hobbes y Locke, para quienes la salida por parte del ser humano
del “estado de naturaleza” a través del pacto social implica tanto el surgimiento de
la sociedad como la constitución de un estado que garantice el orden y el respeto a
la ley. La confusión recurrente que entiende que lo público –como la educación o la
sanidad– es aquello controlado por el Estado, y no por la sociedad civil, encontraría
también su origen en esta concepción según la cual no hay sociedad sin estado y
que en definitiva, toda sociedad, en tanto que comunidad “ordenada”, implica
necesariamente la existencia del estado.
Contrariamente a lo que se suele enseñar en las escuelas, la democracia
representativa no encuentra su origen ni histórico ni conceptual en la democracia
ateniense. Todo lo contrario. El pensamiento platónico, profundamente
antidemocrático, es su fundamento primigenio, al menos en lo que se refiere a sus
bases metafísicas. Un pensamiento que, como hemos tratado de mostrar, ha
colonizado nuestras subjetividades de tal manera que hemos expulsado de nuestra
identidad colectiva una parte esencial de serhumano: su ser político. La
recuperación de la misma y de una convivencia verdaderamente democrática pasa
necesariamente por tomar consciencia del espejismo que nos hace creer en la
necesidad de una autoridad, de un Gobierno que suplante nuestra capacidad natural
para gobernarnos.

SOBRE ESTE BLOG


EL RUMOR DE LAS MULTITUDES
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso
en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades,
expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas
que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los
intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en
ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al
descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio
o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó
líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que,
escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos
posibles.

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4 Comentarios

Comentar
#18845 2:06 17/6/2018
Un poquito más de concreción, plz! La abstracción o los fundamentos filosóficos no
legitiman pensamientos/acciones sino estan anclados en el contexto actual por ver
las trabas en el camino para llegar a esta sociedad
Responder

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Marina 10:29 13/6/2018


La anarquía es natural en cualquier ser vivo, viene de serie, todo lo demás supone
control, complica nuestra simple existencia y la de todo nuestro entorno.
Responder

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#18723 7:48 14/6/2018


Cuidado con la idea de ¨natural¨ compañera. Está claro que debemos construir
sociedades y colectivos más democráticos y asamblearios (principal método de
organización de la anarquía) pero debemos tener cuidado con la tiranía de la falta de
estructura que se puede esconder en el concepto de natural. Tenemos que aprender
a realizar la democracia directa.
Responder

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Salyana 8:59 13/6/2018


Tendremos que repetirlo miles de veces para que esto, que es tan evidente y
sencillo, vaya rompiendo la costra de siglos de estatalismo.

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