Es el primer contacto de nuestro salvaje con aquello que es las
oposiciones a su condición. Poco a poco, conseguirá ir penetrando en ese
mundo oficial e intentará ser aceptado. Sus intentos serán muy problemáticos Con el tiempo irá estableciendo nuevos nexos con el mundo civilizado: el nombre que le identifica, la articulación de algunas palabras en ese idioma, el trabajo cuidando bueyes y sobre todo, el casamiento con Amy. Con esta ceremonia él entrará por la puerta grande. Pero la integración no será completa, la inclusión total no llegará en ningún momento, ni tan siquiera con el hijo que tenga con Amy. Esta pequeña historia es el drama del otro, del rechazo, del incomprendido. Es terrible ver cómo Yanko pasa a pertenecer a un mundo que no entiende, hablando una lengua desconocida, con unas costumbres distintas y con unas personas que no le aceptan. Amy Foster representa el único espíritu puro que encuentra Yanko en el pueblo. Pero todo ello se truncará la actitud de Amy cambiará drásticamente. Amy se retractará de su trato inicial. Amy Foster sucumbirá ante el fantasma de la exclusión y acabará por denostar la cultura y la tradición del salvaje; verá con desconfianza la lengua extraña, así como los bailes y el Padre Nuestro extranjero que pretende enseñar a su hijo. Amy huirá de casa con su hijo. Los vínculos que Yanko había tratado de establecer no solidificarán y, finalmente, el único espíritu puro será Kennedy, el médico que nos narra esta memorable historia. Podemos ver en este relato la vieja contraposición entre el “otro” y lo civilizado, El espíritu de Yanko no se borrará para siempre y marcará a Amy, que quedará estigmatizada a pesar del superficial olvido de su fugaz amante. El hijo de ambos será esa forzosa reminiscencia de un hombre al que dejó evaporarse de su vida.