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DOMINGO DE LA QUINTA SEMANA DE

PASCUA

REFLEXIONES
Entrada: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha
hecho maravillas; revela a las naciones su justicia.
Aleluya» (Sal 97,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Gelasiano, Gregoriano


y Sacramentario de Bérgamo): «Señor, Tú que te has
dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos;
míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos
creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad
verdadera y la herencia eterna».

Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de


este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad;
concédenos que nuestra vida sea manifestación y
testimonio de esta verdad que conocemos».

Comunión: «Yo soy la vid verdadera; vosotros los


sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da
fruto abundante. Aleluya» (Jn 15,1.5).

Postcomunión (del Misal anterior , retocada con textos


del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Ven Señor en
ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los
misterios de tu Reino, haz que abandonemos nuestra
antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la
novedad de la vida eterna».

Ciclo A

La Iglesia es toda ella un misterioso templo de Dios, en el


que Cristo, Piedra viva (1 Pe 2,4) ha sido puesto por el
Padre como cimiento. Sobre Él se construye el nuevo
Pueblo de Dios con piedras vivas y vivificadas por Cristo,
que somos nosotros.
–Hechos 6,1-7: Escogieron a siete hombres llenos del
Espíritu Santo. Véase el sábado de la 2ª Semana de
Pascua.

–1 Pe 2,4-9: Vosotros sois una raza elegida, un


sacerdocio real. Por nuestra unión con Cristo Sacerdote
todos debemos sentirnos piedras vivas de un inmenso
templo viviente que glorifica a Dios y es signo de salvación
para todos los hombres. Orígenes afirma:

«Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados


piedras vivas... Para que te prepares con mayor interés, tú
que me escuchas, a la construcción de este edificio, para
que seas una de las piedras próximas a los cimientos,
debes saber que es Cristo mismo el cimiento de este
edificio que estamos describiendo. Así lo afirma el Apóstol
Pablo. Nadie puede poner otro cimiento distinto del que
está puesto, que es Jesucristo (1 Cor 3,11)» (Hom. In
Jesu Nave 9,1).

––Juan 14,1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.


Véase comentario en el viernes 4ª semana.

1.

Nada tiene de extraño que el tema de la Iglesia aflore con


fuerza e insistencia en los "domingos de Pascua". Aparte la
natural y estrecha vinculación del misterio de la Iglesia
con el misterio pascual (la Iglesia, sacramento de la
Pascua), está el hecho, litúrgicamente importante
(documentado ya desde los tiempos del Crisóstomo y de
Agustín), de la lectura de los Hechos de los Apóstoles
durante la cincuentena pascual. Se narran los orígenes de
la Iglesia; la selección de los domingos ofrece, en cada
uno de los ciclos, a modo de un álbum de fotos de familia
de la primera comunidad cristiana. Se pone de relieve que
la vida de la Iglesia arranca del misterio pascual.
Pero este domingo son las tres lecturas las que se prestan
a un tratamiento eclesiológico. Permiten proponer tres
aspectos complementarios del misterio de la Iglesia,
siempre en relación con la perspectiva pascual obligada en
este tiempo.

-LA IGLESIA, TEMPLO ESPIRITUAL: I/TEMPLO En la


segunda lectura, san Pedro nos ofrece una de las más
bellas descripciones de la Iglesia, pueblo sacerdotal,
templo de Dios. Es una construcción "espiritual", no en el
sentido de realidad "invisible", sino por estar construida y
habitada por el Espíritu (cf. 1 Co 3. 15): la cohesión
mutua de las piedras vivas que la conforman es obra del
Espíritu.

Estas piedras vivas "entran en la construcción del templo


del Espíritu" por el sacramento del Bautismo, primera
experiencia pascual del cristiano, que lo deja marcado
para toda la vida. No olvidemos que el tiempo pascual es
el tiempo de los sacramentos de la iniciación cristiana, que
definen la condición del cristiano como comunión con la
Pascua del Señor. Sin apartarse de la imagen y del texto
de Pedro, cabe hablar del origen pascual de esta
construcción espiritual que es la Iglesia: descansa sobre
"la piedra escogida y preciosa" que los constructores
desecharon, el Señor Jesús, a quien crucificaron los
hombres, pero Dios hizo "piedra angular" de la Iglesia
(cf.Ef/02/20-22). "Nadie puede poner otro cimiento fuera
del ya puesto, que es JC" (1Co/03/11). La Iglesia es "un
pueblo adquirido por Dios": lo adquirió con la sangre de su
Hijo (cf.Hch 20. 22).

Estamos ante un lugar clásico para la doctrina del


sacerdocio común de los bautizados; no la podemos dejar
pasar inadvertida.

La Iglesia es esa porción de la humanidad que Dios ha


escogido para que le rinda culto en Espíritu y en Verdad.
Su triple función -sacerdotal, regia y profética- está
suficientemente apuntada en el texto: "ofrecer sacrificios
espirituales", "proclamar las hazañas del que nos llamó".
También su dependencia radical de JC, único Sumo
Sacerdote y Mediador: así como el pueblo de Israel fue
constituido nación sacerdotal delante de la roca del Sinaí
sobre la cual se había celebrado el sacrificio ritual de la
Alianza, el nuevo pueblo es consagrado sacerdote en torno
a otra roca, Cristo, sobre la cual "ofrece los sacrificios
espirituales que Dios acepta por JC".

-LA IGLESIA, UNA ESTRUCTURA DE SERVICIOS: I/CRISIS:

La primera lectura nos orienta hacia otra faceta del


misterio de la Iglesia. Nos la muestra como una sociedad
humana, compuesta por hombres y mujeres normales.
Asistimos a la primera crisis (crisis de crecimiento: "al
crecer el número de los discípulos") y a las primeras
tensiones (entre el grupo de los "helenistas", que
hablaban griego, y el grupo de los "hebreos", que
hablaban arameo y leían la biblia en hebreo).

La comunidad cristiana primitiva solucionó aquel problema


organizando mejor entre sus miembros el servicio, la
"diakonía".

En el "pueblo del Servidor de Yahvé" todo ha de


entenderse como servicio humilde (el número siete era
para los griegos símbolo de universalidad, como lo era el
número doce para los judíos). En la Iglesia de Cristo todo
es servicio: servicio de la Palabra, servicio de la oración,
servicio de las mesas. Todos son "servidores" -"diakonoi"-,
empezando por los responsables de la comunidad. De una
manera u otra, todos están al servicio de la comunión. El
modelo supremo, la referencia última obligada, es el gran
Acto de Servicio que realizó en la cruz aquél que "no vino
para que le sirvieran, sino para servir y dar su vida en
rescate por todos" (Mc/10/05). A partir de aquel
momento, en la Iglesia el servicio no se practica como un
gesto aislado, sino como estilo de vida.
-LA IGLESIA, SACRAMENTO DEL REINO: I/SO/DEL-RD El
pasaje evangélico está enteramente proyectado hacia las
"estancias del cielo". Por continuidad con los dos puntos
anteriores, cabe interpretarlo también en clave
eclesiológica. Así la Iglesia aparece como un pueblo en
marcha hacia la casa del Padre, guiada por el Hijo
resucitado. Su gran esperanza es volver a estar con su
Señor, que ha llegado a la comunión total con el Padre. Su
destino último y definitivo es entrar también ella en la
familiaridad perfecta con Dios ("morada", en el lenguaje
de Juan, es expresión de comunión con Cristo y con Dios).
La Iglesia ya "ha sido iniciada en los misterios de tu Reino"
(postcomunión), gracias a los sacramentos pascuales de la
iniciación cristiana. Está llamada a "vivir, ya desde ahora,
la novedad de la vida eterna" (ibidem) y a convertirse,
para los hombres, en sacramento del Reino, de suerte que
su vida "sea manifestación y testimonio de esta realidad
que conocemos" (oración sobre las ofrendas).

2. DIOS/PADRE:

"Míranos siempre con amor de Padre". El tiempo pascual


es particularmente apto para gustar la realidad de la
paternidad divina recibida en el Bautismo. El plan eterno
de Dios, preparado largamente, llegó a su plena
realización en la pasión y resurrección del Hijo. El regalo
de la Pascua del Hijo es el don del Espíritu. Por él podemos
llamar a Dios "Padre". Ya no somos esclavos sino hijos en
el Hijo. El Padrenuestro "entregado" y "devuelto" por los
bautizados durante la Cuaresma tenía la finalidad de
conducir, por la oración modelo de los cristianos, a una
experiencia gozosa de Dios como Padre. De ella debe vivir
toda su vida el bautizado. Por eso pide la oración colecta:
"...míranos siempre con amor de Padre". Dios desea ver
siempre grabada en nosotros la imagen del Hijo.
3. /Sal/097/01-02 PAS/NOVEDAD

"Cantad al Señor un cántico nuevo". La Pascua es novedad


de vida apoyada en Cristo resucitado. Esta vida se
transmite al cristiano en el Bautismo y se apoya en la
nueva alianza sellada en la sangre de Cristo.

Quienes han nacido de nuevo están llamados a cantar con


toda su vida "un cántico nuevo", expresión de alegría. En
este sentido la antífona de entrada (Sal 97. 1-2) es un
buen ejemplo que tiene la finalidad de una "obertura" de
toda la celebración: "Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la
victoria, su santo brazo". Respecto del canto nuevo dice
san San Agustín "Sed vosotros mismos el canto que vais a
cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís
santamente" (Oficio de lectura, martes III semana). Este
canto hecho de acciones concretas debe resonar en todos
los ambientes y latitudes.

4. ENTRADA

El evangelio de hoy nos presentará un Jesús que se


autocalifica como camino, verdad y vida, y nos invita a
seguir esa senda que es él mismo. La eucaristía celebrada
entre hermanos es la realización más clara y concreta de
ese ser camino, verdad y vida que Jesús es, y, al mismo
tiempo, de aceptar esa realidad de Jesús por parte
nuestra. Que nosotros nos reunamos aquí para celebrar la
memoria de la cena de Jesús con sus amigos el Jueves
Santo significa que queremos seguir el camino-Jesús. Esta
realidad que ahora celebramos aquí debe ser constante en
nuestra vida, no sólo una realidad para vivir un rato el
domingo.
5. LOS DIÁCONOS EN LA IGLESIA

Tiene enorme importancia teológica el que junto a la lista


de los Doce apóstoles en el evangelio, se haya transmitido
desde los mismos orígenes de la Iglesia, la lista de los
Siete diáconos en el libro de los Hechos.

Después de unos siglos de oscurecimiento, el diaconado


como ministerio permanente en la Iglesia ha vuelto a
brillar. El Vaticano II lo instauró en 1963, y son ahora en
todo el mundo más de doce mil los diáconos permanentes,
célibes y casados, insertados por la familia y la profesión
en la problemática de la vida, los que ayudan a la misión
apostólica de los Obispos y completan el ministerio
sacerdotal de los presbíteros.

Para evangelizar en nuestros días hay que recorrer


caminos muy humildes de presencia, escucha y
compromiso. Los diáconos permanentes, sobre todo los
casados, están llamados a responder a las cuestiones
sobre la fe y a resucitar los gestos que colmarán las
necesidades de los hombres. Los gestos de amor se
concretarán en una ordenada beneficencia con los
marginados. Los diáconos son testimonios de la caridad en
el ministerio de la calle, diario, imprevisible al azar de los
encuentros y de las circunstancias.

El doble arraigamiento en el mundo y en la Iglesia del


diácono confiere a las celebraciones que puede presidir
(bautismo, matrimonio, exequias) un signo de
complementariedad, y no de suplencia, del sacerdote. La
evangelización, la liturgia y la caridad son pues las
funciones específicas de quienes han recibido este carácter
indeleble y una gracia particular. Sin escapismos ni
utopías, la instauración del diaconado permanente es un
signo de renovación eclesial.

6. Para orar con la liturgia


Resplandezcan en su vida (de los diáconos) todas las
virtudes: el amor sincero, la solicitud por los enfermos y
los pobres, la autoridad moderada, la pureza sin tacha y
vivir siempre según el Espiritu; que tus mandamientos,
Señor, se vean reflejados en su vida, y que el ejemplo de
su castidad suscite la imitación del pueblo santo; que
sostenidos por el testimonio de su buena conciencia,
perseveren firmes y constantes en Cristo, de forma que,
imitando en la tierra a tu Hijo, que no vino a ser servido,
sino a servir, merezcan reinar con él en el cielo.

PRIMERA LECTURA
En aquella primera comunidad cristiana todos eran todavía
judíos, pero unos procedían de la emigración y eran, por lo
tanto, más abiertos; y otros eran de familias que nunca
abandonaron Palestina y eran, por ello mismo, más
conservadores y tradicionalistas. Estos últimos trataban a
los de la emigración como cristianos de segunda clase. Los
apóstoles condenaron esta discriminación.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6,1-


7.
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de
lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo
que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los
apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:

No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos


de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de
vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría;
y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la
oración y al servicio de la palabra.
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban,
hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor,
Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los
presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos
orando.

La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el


número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

COMENTARIOS A LA PRIMERA
LECTURA
Hch 6. 1-7

1.

Aquella unidad promovida por el entusiasmo de los


creyentes y de la que nos habla san Lucas en los primeros
capítulos de los Hechos, tiene que afirmarse ahora,
superando el primer conflicto.

La comunidad cristiana de Jerusalén estaba formada por


"hebreos", es decir, los indígenas de habla aramea, y de
"helenistas", judíos procedentes de la diáspora, de habla
griega (cf. Hch 2.5-11). Al parecer, se daba una cierta
discriminación, en perjuicio de los pobres del grupo de los
helenistas, a la hora de distribuir los bienes de la
comunidad (2. 45; 4. 35).

DISCIPULOS/APOSTOLES: Por vez primera en los Hechos


se nombra a los "discípulos" en contraposición a los
"apóstoles". En los evangelios se llama "discípulos" a
cuantos siguen a Jesús (Mt 28. 19). Los "apóstoles"
proponen a los "discípulos" que elijan a siete varones para
que se encarguen de servir a los pobres. Al parecer, se
tiene en cuenta la queja de los helenistas, y la comunidad
elige precisamente a siete hombres que llevan nombres de
origen griego.

La comunidad elige, pero sólo los Apóstoles imponen las


manos. La "imposición de manos" es un rito ya conocido
en el A.T. (Gn 48.14; Nm 8. 10s). Aquí aparece como un
símbolo sagrado y jurídico (Hch 8. 17; 13. 3; 14. 23; 28.
8; 1 Tm 4. 14; 5. 22; 2 Tm 1. 6; Hb 6. 2). No es fácil ver
en otros casos si tiene o no carácter sacramental, pero
aquí es muy probable. Es dudoso que se trate de la
ordenación de unos "diáconos" en el sentido actual, y
parece más bien que debe pensarse en aquellos
"presbíteros" que, más tarde, hallaremos en este mismo
libro unidos a los Apóstoles (11.30; 14. 23; 15. 2; etc.).

Como puede verse, estamos en una fase inicial en la que


comienza un proceso de institucionalización cada vez más
necesario e inevitable ante el crecimiento de la
comunidad. Ya se van distinguiendo funciones y servicios,
pero estamos todavía muy lejos de unos "ministerios"
perfectamente definidos en el ámbito de la Iglesia. San
Ignacio de Antioquía distinguirá ya claramente entre
obispos, presbíteros y diáconos. La Iglesia sigue
ordenando hoy a sus "ministros" (es decir, servidores)
mediante la imposición de manos. Pero se ha olvidado, por
desgracia, la participación del pueblo en la elección de
aquellos que le han de servir.

2.

Esta introducción (v. 1) ofrece un toque de realismo


histórico. Rompe el clima idílico trazado por Lucas hasta
este momento. La comunidad es algo humano y sujeto a
los normales condicionamientos de estos grupos. De esta
forma, al ir creciendo se producen las normales tensiones
previsibles en toda organización.
Los creyentes helenistas, mencionados aquí por primera
vez, son cristianos de origen también judío, pero no son
de Palestina, sino de la diáspora. Residen en Jerusalén
temporalmente. Son un grupo de enorme importancia en
la futura expansión del cristianismo.

Entre este grupo y los cristianos de origen judío


palestinense hay tensiones. Probablemente no sólo en lo
material, sino también de tipo cultural. Las tensiones
sobre los repartos de alimentos son algo secundario
respecto al tema principal. También lo es que es la única
vez en Hechos que se habla de los Doce como grupo. Para
cuando se escriben, ya hay otras designaciones más
usuales para llamar a los primeros y más importantes
discípulos.

La superación de las diferencias las lleva a cabo el grupo


dirigente con una decisión mezcla de sentido común y
espiritual, apoyada democráticamente por los demás, que
no son meros ejecutores de órdenes.

Suelen llamarse "diáconos" a los siete designados


(¡número simbólico!). Pero en lo que sigue no se ve que
su misión sea servir las mesas, sino el servicio de la
Palabra. Por lo tanto, y dados los nombres griegos de
todos ellos, puede pensarse que aquí se mencionan los
dirigentes de la comunidad cristiana helenista de
Jerusalén.

Probablemente Lucas ha fundido dos datos: el servicio y


ministerio material, conocido a lo largo del Nuevo
Testamento, y otros escritos de la Iglesia primitiva. Eso es
lo propiamente diaconal y encaja en el contexto de
dificultades materiales del primer grupo cristiano. No usa
el nombre, pero precisamente por presentarlo en este
contexto el grupo es conocido luego como el de los Siete
Diáconos. El otro dato sería el de los predicadores y
directivos del sector helenista cristiano de Jerusalén.
Resulta interesante notar la autoridad que poseen los
Doce para encomendar la misión, aunque se tiene la
impresión de que quieren justificar su acción y desean que
todos participen de la solución que proponen. Bien
pudieron usar el antiguo rito judío de imposición de
manos, aunque no necesariamente se ha de suponer que
se usase tan pronto en la Iglesia.

El Espíritu es también elemento decisivo en todo ello,


tanto para la vocación como para la práctica posterior
(Hech. 6, 3 y 5).

3.

Lucas presenta un cuadro entusiasta, aunque un poco


forzado, de la comunidad primitiva, de su unanimidad y de
su testimonio.

Puede leerse entre líneas la existencia de un conflicto


entre los cristianos de Palestina y los procedentes de la
Diáspora, representantes, respectivamente, de una actitud
conservadora y de una actitud avanzada. Problemática
inherente al desarrollo de la Iglesia con sus grupos y
tensiones.

En el texto de hoy Lucas recoge únicamente el aspecto


positivo de esta problemática conflictiva: la creación de un
grupo particularmente dinámico de cristianos. A
situaciones nuevas, soluciones nuevas, buscadas
responsablemente entre todos bajo la guía activa de los
apóstoles. La Iglesia no es sólo incumbencia de los
encargados de su dirección. El v. 5 refleja un acto
exquisito en la solución adoptada (léase el motivo de la
tensión en el v. 1). Los elegidos tienen todos ellos nombre
griego. Lección práctica que se desprende: buscar para los
cargos las personas adecuadas y oportunas. La
organización eclesial como respuesta a unas necesidades y
no como modelo previo a ultranza. Los modelos son
cambiables.

4.

Con la fuerte idealización que se suele poner al narrar el


comienzo de todos los grandes movimientos sociales,
Lucas nos describe en el libro de los Hechos de los
apóstoles cómo se difunde la predicación cristiana desde
Jerusalén hasta Roma.

Dentro de la "secta de los nazarenos" convivían dos tipos


de personas: los judeo-cristianos y los cristianos
helenistas. Los del primer grupo hablaban arameo, eran
de mentalidad semita, leían la Escritura en hebreo y, como
es natural, se sentían muy ligados a las tradiciones judías,
sobre todo en cuanto a la sinagoga y el templo. Cumplían
de forma estricta la ley de Moisés, incluyendo desde luego
la circuncisión. Como buenos judíos, eran queridos por el
pueblo y defendidos por los fariseos. El segundo grupo
(que el texto llama "de lengua griega") lo constituían
gentes que procedían de las colonias judías situadas en las
riberas del Mediterráneo. Hablaban griego común, su
mentalidad era muy occidental, leían las Escrituras en
griego y no mostraban tanto apego a la ley mosaica como
los palestinos. Su estilo era urbano y su posición
económica desahogada.

La necesaria institucionalización se hace en función de las


necesidades y con la participación de los afectados y no
con un modelo previo al que se hayan de adaptar las
nuevas situaciones.

Durante muchos siglos, la comunidad o pueblo participó


decisivamente en la designación de sus pastores.

5.
En la primera comunidad cristiana de Jerusalén había dos
partidos: los "helenistas" y los "hebreos". Los primeros
procedían de la emigración judía (de la diáspora),
hablaban en griego y se mostraban más abiertos; los
segundos habían nacido en Palestina, hablaban el hebreo
(es decir, el arameo) y se atenían en todo lo posible a las
tradiciones judías. Las quejas de los helenistas, que veían
cómo se desatendía a las viudas de su grupo en el
suministro diario que se hacía a los pobres con los bienes
de la comunidad, revelan una situación no exenta de
conflictos que impedía la buena convivencia entre los dos
partidos. También la comunicación de los bienes era
entendida como expresión de una misma comunión de fe.
Por tanto no parece que aquí se tratara únicamente de
una desatención, sino más bien de un intento de marginar
a todo el partido de los helenistas.

Por vez primera se distingue claramente en este libro


entre los "apóstoles" y los "discípulos". Aquéllos
pertenecían al grupo reducido de los doce que siguieron a
Jesús a partir de su bautismo en el Jordán, éstos eran
todos los demás creyentes y bautizados en nombre de
Jesús (cf. Mt 28, 19).

Los apóstoles proponen a los discípulos, a toda la


comunidad, que elijan siete varones para atender de la
administración y del servicio a los pobres, pues ellos en
adelante se dedicarían exclusivamente a la oración y a la
predicación del evangelio. Se admite la propuesta y se
hace la elección. Todos los elegidos llevan nombres
griegos, sin duda pertenecen al grupo de los helenistas.

El amor y el buen sentido cristiano ha salvado la unidad y


las diferencias. La comunidad elige y presenta a los
elegidos, pero sólo los apóstoles imponen las manos sobre
ellos. La "imposición de manos" es un rito sagrado y
jurídico por el que se autoriza a ejercer un servicio público
en la comunidad y se significa la comunicación del espíritu
o fuerza de Dios para ejercerlo bien. Siguiendo el ejemplo
de Moisés que impuso las manos a Josué, los rabinos
ordenaban a sus discípulos con el mismo rito. Por cierto
que en esta ordenación, en la que se confería el poder de
enseñar y de juzgar según la ley, se requería la presencia
de tres rabinos que impusieran las manos sobre un mismo
discípulo.

Se ha querido ver en este pasaje la ordenación de los siete


primeros diáconos de la iglesia; sin embargo, no parece
probable. No olvidemos que estamos todavía en el período
constituyente de la iglesia y de su jerarquía. En ningún
libro del Nuevo Testamento se distingue aún con claridad
entre "diáconos", "presbíteros" y "obispos".

Vale la pena subrayar que también en este caso la


necesidad crea el órgano, que la iglesia se va organizando
a partir de sus necesidades y que los nuevos ministerios
son siempre nuevos servicios. Pero sobre todo la
participación de la comunidad en la designación y
presentación de sus servidores. Es lamentable que esto no
sea así en nuestros días.

6. /Hch/06/01-15

Con el capítulo Vl del libro de los Hechos comienza un


tema nuevo. Aparecen ante nosotros los testigos del
servicio de la caridad, los que después fueron los
«diáconos». Estos testigos, hombres llenos del Espíritu y
de sabiduría, son los siete primeros colaboradores de los
apóstoles, con Esteban como jefe.

Los capítulos del 6,1 al 9,31 forman un grupo de transición


dentro de la primera parte del libro de los Hechos (3,1-
14,28). Decimos de transición porque se ensancha la
actividad del grupo apostólico, y otros colaboradores
entran en él. Desde el primer testimonio, local, de Pedro,
Juan y los apóstoles (3,1-5,42) hasta el comienzo del
testimonio viajero de Pedro y Pablo (9,32-14,28) pasamos
por esta fase central, de transición, donde se buscan
nuevos caminos para la comunidad cristiana.

Al leer el relato de los siete colaboradores y la primera


parte del proceso de Esteban (6,8-8,2) constatamos que
algo ha cambiado en la comunidad cristiana. En primer
lugar ha habido un crecimiento («aumentaba el número de
los discípulos»). Esto provoca una crisis de crecimiento
(«los de lengua griega se quejaron contra los de lengua
hebrea»). Y esta crisis, bien conducida, lleva a una
descentralización («no está bien que nosotros
desatendamos la palabra de Dios para servir a la mesa»).
Pero el móvil profundo de esta descentralización no es la
necesaria adaptación a instancias de un grupo de presión
sino una exigencia de fidelidad a la misión apostólica en lo
que tiene de esencial: la plegaria y el servicio de la
palabra. Esta plegaria apostólica y litúrgica, con la
enseñanza, es uno de los componentes básicos de la
comunidad cristiana. Plegaria y servicio de la palabra son
dos aspectos complementarios de una misma tarea: la
dedicación a la palabra de Dios, sin dualismos y sin
subordinaciones innecesarias.

La elección de los colaboradores la realiza la misma


comunidad que ha de recibir sus servicios. Una vez
presentados los hombres escogidos, los apóstoles hacen la
plegaria de bendición y de acción de gracias, porque ha
aumentado el número de los elegidos. A continuación
invocan al Espíritu Santo, distribuidor de los dones, y les
imponen las manos como un signo de la comunicación de
este mismo Espíritu.

7.

Ninguna comunidad, por muy perfecta que sea y muy


conjuntada que viva, está libre de tensiones. Incluso
podemos decir que las tensiones son necesarias y ayudan
a crecer. Así sucedió en la primitiva comunidad cristiana.
Las quejas de uno de los grupos dio origen a un mejor
estudio de la realidad. Se habló libremente por parte de
todos, y apareció oportuno dividir las tareas y las
responsabilidades.

Surge así la institución de la diakonía (diaconia), el


servicio de la caridad, o la caridad hecha servicio. La
diakonía será una de las dimensiones fundamentales de la
Iglesia, junto al culto y la palabra.

La lista de los primeros diáconos está encabezada por


Esteban. Está uno tentado a nombrarle primer presidente
de Cáritas. En lo que sí fue el primero fue en el martirio,
en el testimonio hasta la sangre. Todo amor verdadero
siempre es un «martirio». Y conste que la lista de los
diáconos sigue abierta.

8. /Hch/06/01-06 /Hch/08/01-08

Estos textos seleccionados para poner de relieve rasgos


del ilustre diácono san Lorenzo, mártir de la Iglesia
romana, constituyen también una lección pastoral de
validez permanente sobre el «diaconado» o servicio
ministerial de la comunidad cristiana.

Hch 6,1-6 se ha entendido tradicionalmente, de manera


casi unánime, como la institución apostólica de los siete
diáconos, proyectando espontáneamente en ese lugar los
orígenes de una figura ministerial que con trazos precisos
existía en la Iglesia por lo menos desde los inicios del siglo
II. Es posible que la redacción de Hechos, que acostumbra
hacer una lectura actualizadora de la historia de la
comunidad primitiva, quiera aludir al último grado de la
trilogía obispos-presbiteros-diáconos que ya tomaba
cuerpo a finales del siglo I. Y lo más probable para la
exégesis actual es que el «grupo de los siete» sea sin más
connotaciones el diaconado u organización ministerial
subalterna de los apóstoles, nacida para atender a la
comunidad de los creyentes helenistas, diferenciada
religiosa y culturalmente de los creyentes hebreos, y
discriminada por este grupo mayoritario y dirigente. La
función que de momento se subraya más es la de liberar a
los apóstoles de tareas subsidiarias, como era «servir a la
mesa» y cuidar de las viudas, «mal atendidas en el
servicio cotidiano» (vv 1.2). La función del diácono
Lorenzo era la administración de los bienes y el cuidado de
los pobres en la comunidad romana. Otro aspecto que
llama la atención de ese suceso es lo que llamaríamos la
dialéctica entre comunidad y ministerios. Estos se ven
como una función al servicio de la comunidad, que los
crea, institucionaliza y les da la fisonomía que conviene.
Una lección que para evitar esclerosis paralizantes no
debiera haber olvidado nunca la pastoral de los ministerios
y que hoy urge aprender y poner en práctica como nunca.

Hch 8,1.4-8 nos deja vislumbrar algunos rasgos de la


significación y actividad eclesial del "grupo de los siete",
que trascendía con mucho lo tocante al servicio de las
mesas. Cuando la persecución cae sobre una comunidad,
tiende a golpear a las figuras puntuales de la misma. El
protomártir de la comunidad cristiana fue el diácono
Esteban, y a su muerte fueron los de su grupo, más bien,
los perseguidos y dispersados, ya que los apóstoles
pudieron permanecer en Jerusalén (v 1). Aquella
dispersión se reveló muy pronto providencial para la
misión cristiana, ya que los dispersados «iban por todas
partes predicando la palabra» (4). Felipe, otro de los
diáconos helenistas, inicia con gran éxito la evangelización
de la semipagana Samaría (5-8).

En el NT los helenistas y «el grupo de los siete» que les


dirigía se revelan como gente puntera y los verdaderos
iniciadores de la misión a los paganos. El restaurado
diaconado permanente de ninguna manera debería ser hoy
un grupo demasiado clerical o sacristanesco, sino los
animadores de estas comunidades de base que pugnan
por nacer y parecen tan útiles para renovar nuestra
Iglesia.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 32,1-2. 4-5. 18-19

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre


nosotros,
como lo esperamos de ti [o Aleluya].

Aclamad, justos, al Señor,


que merece la alabanza de los buenos;
dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.

La palabra del Señor es sincera


y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,


en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

COMENTARIOS AL SALMO 32
1.

Potencia creadora y amor redentor de Cristo

* 'Vox Ecclesiae ad Patrem'.124 Nuestra oración de hoy


discurre por el cauce de esta estrofa, por medio de la cual
nos unimos a la aclamación con la que la Iglesia celebra
todos los beneficios que el Padre nos ha otorgado en la
Persona adorable de nuestro Salvador. Y para glorificar a
Dios Padre tenemos por Maestro a Jesús, el cual,
"asumiendo la naturaleza humana, introdujo en este exilio
terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las
moradas celestiales de modo que, uniéndonos a Sí, nos
asocia al canto de ese himno divino de alabanza."125

CANTICO-NUEVO/AG: De ahí que, en esta hora matinal,


"renovados por la gracia, podamos entonar un cántico
nuevo", 126 que se encarne en una vida renovada -en la
vida del hombre interior-, aquella en la que encuentra su
sentido más profundo el Misterio pascual. Tal glorificación
debemos llevarla a cabo mediante un cántico nuevo, que
SAN Agustín explica de esta manera:

"Cada uno se pregunta cómo cantar a Dios. Cántale, pero


hazlo bien. Si se te pide que cantes para agradar a
alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle
sin la debida preparación, por temor a desagradarle, ya
que él, como perito en la materia, descubrirá aquellos
defectos que pasarían desapercibidos para otro cualquiera.
¿Quién, pues, se atreverá a cantar con maestría para
Dios, que sabe juzgar al cantor, que sabe escuchar con
oído crítico? ... Mas he aquí que Él mismo te sugiere la
manera de cómo has de cantarle: canta con júbilo. Éste
es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo.
¿Qué quiere decir con júbilo? Darnos cuenta de que no
podemos expresar con palabras lo que se siente en el
corazón. El júbilo es el sonido que indica la incapacidad de
expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar
es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable.
Porque, si es inefable, no puede ser vertido en palabras. Y,
si no puede ser vertido en palabras y, por otra parte, no
te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con
júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la
inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos.
Cantadle con maestría y con júbilo."

** Para la Iglesia, el Salterio -usando una rotunda


expresión patrística -está "preñado de Cristo";127 en el
caso de este versículo, eso nos permite contemplar al
Señor antes de la Encarnación, en el origen mismo del
tiempo, en su inefable acción creadora.

Comenta Tomás de Aquino que, cuando se ha cerrado el


círculo de las dos procesiones divinas 'ad intra', ya no hay
lugar más que para esa otra operación 'ad extra', llamada
Creación.128 Aun siendo común de las tres Personas, toda
ella hemos de atribuirla llana y sencillamente al Verbo
porque en la Esencia divina, Él es la Sabiduría personal,
mediante la cual Dios creó todo.129 La belleza del
Universo no es sino un magno cántico, obra de un músico
inefable, eco externo y pálido del Verbo Creador.

Pero, de entre todas las criaturas, sobresale de un modo


eminentísimo el 'summum opus Dei', la Humanidad
Santísima del Señor, la obra maestra del Espíritu Santo,
donde la mirada eterna e invisible de Dios se
transparenta en la retina visible del Cristo. "¡Los ojos
deseados que tengo en mis entrañas dibujados!"130 Y
mirada también de la Virgen que dice al Dios enamorado,
que viene a visitarnos, que también en la tierra se mira
como se mira en el Cielo.

***

Nosotros ya conocemos -en un sentido plenísimo- los


proyectos del Corazón de Dios, su plan eterno de
salvación, que se actúa en Cristo para librarnos de la
muerte y reanimarnos en tiempo de hambre (v. 19). Ese
plan de salvación se consuma en el acto inefable de amor
teándrico, que San Juan describió en un estilo casi
lapidario: 'Et, inclinato cápite, trádidit spiritum.' (E
inclinando la cabeza, entregó el espíritu).131

Todo el Misterio de Cristo se recapitula en el amor y el


amor de Dios se revela en la historia bajo un nombre:
Jesucristo. A partir del 'fiat' de Nazareth, el amor que bulle
en la Trinidad se derrama sobre los hombres por medio
del Corazón de Cristo, de modo que, cuando Dios se
enamora de las criaturas, lo hace a través de un corazón
sublime; sublime y, a la vez, humano.

2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* La poesía hebrea utiliza constantemente el paralelismo:


los versos van siempre de dos en dos. El segundo retoma
la idea del primero. Ejemplos:

1. El Señor frustró los planes de las naciones, 2. Y aniquiló


los proyectos de los pueblos.

1. El Señor hizo los cielos con su palabra, 2. Y el universo


con el soplo de su boca.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

Jesús es el Verbo (la palabra) creador, "por quien todo ha


sido hecho". (Juan 1,3).

El "ilumina y hace vivir a todo hombre" (Juan 1,4),


animando cada uno de sus actos.

El "dio gracias al Padre" por su amor salvador (la cena, la


Eucaristía).

El nos revela: "el Padre os ama" (Juan 16,17). La tierra


está llena de su amor... Los proyectos de su corazón
subsisten de generación en generación. "¡He aquí este
corazón que tanto ha amado a los hombres!".

El Señor vela, "para preservarlos de la muerte". ¡Sólo la


resurrección de Jesús realiza plenamente este programa,
este "proyecto" de su corazón de Dios! "Dichosa la nación
cuyo Dios es el Señor". Las Bienaventuranzas .

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO


** Es necesario personalizar este salmo, en nuestra propia
vida y en nuestra propio estilo: alabar... Creer en el poder
de Dios... Creer que Dios interviene "hoy y siempre en los
acontecimientos contemporáneos..." "hacerse pobre": la
"mirada de Dios" sobre nosotros es una defensa más
segura que todos los medios del poder humano.

He aquí un ejemplo de personalización... He aquí como


PAUL Claudel "releía" este salmo a su manera, vigorosa,
truculenta, poética:

"Escuchad, pájaros cantores, el ímpetu que doy a mi


canto: lo que llaman en música la anacrusa. Mirad mis
dedos que sin hacer ruido en los rayos del sol, pulsan el
arpa entre mis rodillas: hay diez cuerdas, ¡Atentos
cuando levante la mano! Yo también canto muy suave, y
los ojos bien abiertos, llevo el compás, el oído atento a
vuestra vociferación. Dios es hombre de bien: se escucha
la conciencia en todo lo que El ha hecho.

Alguien de confianza y de buenos sentimientos: que no


pide otra cosa que estar bien con el mundo. Esto es
sólido, vamos, este cielo que ha fabricado con sus manos,
y es El quien está en el interior, este espíritu que hace
marchar todo.

Es El quien ha juntado el mar como en un odre y que ha


colocado cuidadosamente aparte los abismos para
servirse de ellos. ¡Toda la tierra, si tiene corazón, que
palpite sobre el corazón de Dios! En un abrir y cerrar de
ojos todo fue hecho. Y entonces, las combinaciones de las
gentes, poco tienen que ver con él. ¡Hacéos los listos,
hombres de estado! Dios es alguien que recurre a su
eternidad para pasar el tiempo. Escoge, Señor, entre
nosotros: dichosos aquellos a quienes tú has confiado la
tarea de continuar tu obra. De lo alto de los cielos el Señor
abre los ojos para mirar: ¿son esos los hijos de los
hombres? De lo alto de su arquitectura, esta tierra que El
ha hecho, mira cómo nos las arreglamos para habitarla.
¡Todo está unido! ¡nadie es intercambiable! Ha puesto
dentro de nosotros un corazón, para que fuera nuestro
corazoncito para nosotros solos. Alguien hace de rey, otro
de gigante. Esto es gracioso. El caballo para salvaros,
deberá tener más de cuatro patas para atarlo a vuestra
ruleta.

Decid solamente: espero, tú eres bueno, eso basta. ¿Eso


basta para no ir al infierno y no tener hambre? ¡Nunca
más tendremos hambre! Dios es como una columna entre
mis brazos. ¡Intentad arrebatármela! Estamos felices de
estar juntos: nos decimos el nombre de pila unos a otros.
Y entonces, queridos hijos, atentos y todos juntos. "Que tu
amor, Señor, esté sobre nosotros, como nuestra
esperanza está en ti".

Así tradujo Claudel para él, este salmo. A nosotros toca


ahora, "gritar a Dios nuestra alabanza".

3. LOS PLANES DE DIOS

«El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los


proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste
por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en
edad».

Estas palabras me tranquilizan, Señor, como han de


tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de
la humanidad. Leo los periódicos, oigo la radio, veo la
televisión, y me entero de las noticias que día a día pesan
sobre el mundo. «Los planes de las naciones». Todo es
violencia, ambición y guerra. Naciones que quieren
conquistar a naciones; hombres que traman matar a
hombres. Cada nueva arma en la carrera de armamentos
es testigo triste e instrumento potencial de los negros
pensamientos que tienen hombres en todo el mundo, de
«los planes de las naciones» para destruirse, unas a otras.
Desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje... La
pesadilla internacional de la lucha por el poder en el
mundo, que amenaza a la existencia misma de la
humanidad.

Ante la evidencia brutal de violencia en todo el mundo,


hombres de buena voluntad sienten la frustración de su
impotencia, la inutilidad de sus esfuerzos, la derrota del
sentido común y la desaparición de la cordura del
escenario internacional. «Los planes de las naciones»
traen la miseria y la destrucción a esas mismas naciones,
y nada ni nadie parece poder parar esa loca carrera hacia
la autodestrucción. Más aún que la preocupación por el
futuro, lo que entristece hoy a los hombres que piensan es
la pena y la sorpresa de ver la estupidez del hombre y su
incapacidad de entender y aceptar él mismo lo que le
conviene para su bien. ¿Cuándo parará esta locura?

«El Señor deshace los planes de las naciones». Esa es la


garantía de esperanza que alegra el alma. Tú no
permitirás, Señor, que la humanidad se destruya a sí
misma. Esos «planes de las naciones», en su edición
inicial, eran los planes de los reinos vecinos de Israel para
destruirlo y destruirse unos a otros. Y esos planes fueron
desarticulados. La humanidad sigue viva. La historia
continúa. Es verdad que en esa historia continúan los
planes de las naciones para destruirse unas a otras, pero
también continúa la vigilancia del Señor que aleja el brazo
de la destrucción de la faz de la tierra. El futuro de la
humanidad está a salvo en sus manos.

Contra «los planes de las naciones» se alzan «los planes


de Dios», y ése es el mayor consuelo del hombre que
cree, cuando piensa y se preocupa por su propia raza. No
conocemos esos planes, ni pedimos que se nos revelen, ya
que nos fiamos de quien los ha hecho, y nos basta saber
que esos planes existen. Siendo los planes de Dios, han de
ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin
falta. Esos planes protegerán a cada nación y defenderán
a cada individuo de mil maneras que él no conoce ahora,
pero que descubrirá un día en la alegría y la gloria de la
salvación final. La victoria de Dios será, en último lugar, la
victoria del hombre y la victoria de cada nación que a sus
planes se acoja. Los planes de Dios son el comienzo sobre
la tierra de una eternidad dichosa.

«El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de


su corazón, de edad en edad». La historia de la
humanidad en manos de su Creador.

4.

El salmo 32, un himno a la


providencia de Dios

1. El salmo 32, dividido en 22 versículos, tantos


cuantas son las letras del alfabeto hebraico, es un
canto de alabanza al Señor del universo y de la
historia. Está impregnado de alegría desde sus
primeras palabras: "Aclamad, justos, al Señor, que
merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al
Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez
cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando
los vítores con bordones" (vv. 1-3). Por tanto, esta
aclamación (tern'ah) va acompañada de música y es
expresión de una voz interior de fe y esperanza, de
felicidad y confianza. El cántico es "nuevo", no sólo
porque renueva la certeza en la presencia divina
dentro de la creación y de las situaciones humanas,
sino también porque anticipa la alabanza perfecta
que se entonará el día de la salvación definitiva,
cuando el reino de Dios llegue a su realización
gloriosa.

San Basilio, considerando precisamente el


cumplimiento final en Cristo, explica así este pasaje:
"Habitualmente se llama "nuevo" a lo insólito o a lo
que acaba de nacer. Si piensas en el modo de la
encarnación del Señor, admirable y superior a
cualquier imaginación, cantas necesariamente un
cántico nuevo e insólito. Y si repasas con la mente la
regeneración y la renovación de toda la humanidad,
envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de
la resurrección, también entonces cantas un cántico
nuevo e insólito" (Homilía sobre el salmo 32, 2: PG
29, 327). En resumidas cuentas, según san Basilio, la
invitación del salmista, que dice: "Cantad al Señor
un cántico nuevo", para los creyentes en Cristo
significa: "Honrad a Dios, no según la costumbre
antigua de la "letra", sino según la novedad del
"espíritu". En efecto, quien no valora la Ley
exteriormente, sino que reconoce su "espíritu", canta
un "cántico nuevo"" (ib.).

2. El cuerpo central del himno está articulado en tres


partes, que forman una trilogía de alabanza. En la
primera (cf. vv. 6-9) se celebra la palabra creadora
de Dios. La arquitectura admirable del universo,
semejante a un templo cósmico, no surgió y ni se
desarrolló a consecuencia de una lucha entre dioses,
como sugerían ciertas cosmogonías del antiguo
Oriente Próximo, sino sólo gracias a la eficacia de la
palabra divina. Precisamente como enseña la primera
página del Génesis: "Dijo Dios... Y así fue" (cf. Gn
1). En efecto, el salmista repite: "Porque él lo dijo, y
existió; él lo mandó, y surgió" (Sal 32, 9).

El orante atribuye una importancia particular al


control de las aguas marinas, porque en la Biblia son
el signo del caos y el mal. El mundo, a pesar de sus
límites, es conservado en el ser por el Creador, que,
como recuerda el libro de Job, ordena al mar
detenerse en la playa: "¡Llegarás hasta aquí, no más
allá; aquí se romperá el orgullo de tus olas!" (Jb 38,
11).

3. El Señor es también el soberano de la historia


humana, como se afirma en la segunda parte del
salmo 32, en los versículos 10-15. Con vigorosa
antítesis se oponen los proyectos de las potencias
terrenas y el designio admirable que Dios está
trazando en la historia. Los programas humanos,
cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia,
mal y violencia, en contraposición con el proyecto
divino de justicia y salvación. Y, a pesar de sus éxitos
transitorios y aparentes, se reducen a simples
maquinaciones, condenadas a la disolución y al
fracaso.

En el libro bíblico de los Proverbios se afirma


sintéticamente: "Muchos proyectos hay en el
corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se
realiza" (Pr 19, 21). De modo semejante, el salmista
nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada
trascendente, sigue todos los itinerarios de la
humanidad, incluso los insensatos y absurdos, e
intuye todos los secretos del corazón humano.

"Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto


en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios
te mira", comenta san Basilio (Homilía sobre el salmo
32, 8: PG 29, 343). Feliz será el pueblo que,
acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones
de vida, avanzando por sus senderos en el camino de
la historia. Al final sólo queda una cosa: "El plan del
Señor subsiste por siempre; los proyectos de su
corazón, de edad en edad" (Sal 32, 11).

4. La tercera y última parte del Salmo (vv. 16-22)


vuelve a tratar, desde dos perspectivas nuevas, el
tema del señorío único de Dios sobre la historia
humana. Por una parte, invita ante todo a los
poderosos a no engañarse confiando en la fuerza
militar de los ejércitos y la caballería; por otra, a los
fieles, a menudo oprimidos, hambrientos y al borde
de la muerte, los exhorta a esperar en el Señor, que
no permitirá que caigan en el abismo de la
destrucción. Así, se revela la función también
"catequística" de este salmo. Se transforma en una
llamada a la fe en un Dios que no es indiferente a la
arrogancia de los poderosos y se compadece de la
debilidad de la humanidad, elevándola y
sosteniéndola si tiene confianza, si se fía de él, y si
eleva a él su súplica y su alabanza.

"La humildad de los que sirven a Dios -explica


también san Basilio- muestra que esperan en su
misericordia. En efecto, quien no confía en sus
grandes empresas, ni espera ser justificado por sus
obras, tiene como única esperanza de salvación la
misericordia de Dios" (Homilía sobre el salmo
32, 10: PG 29, 347).

5. El Salmo concluye con una antífona que es


también el final del conocido himno Te Deum: "Que
tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como
lo esperamos de ti" (v. 22). La gracia divina y la
esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más
aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del
vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como
un manto, nos envuelve, calienta y protege,
ofreciéndonos serenidad y proporcionando un
fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra
esperanza.

5.

Confianza ilimitada en el poder conquistador de Dios:


Que resuene sinfónicamente, con la aportación
peculiar de cada uno de nosotros, la alabanza del
Señor. Dios nos ha hablado. Cristo, que habita por la
fe en nuestros corazones, es su Palabra siempre
interpeladora y convocadora. Por esta Palabra Dios
hizo el cielo, sujetó a la creatura inestable del agua,
conduce la historia; por ella hemos adquirido nuestra
identidad carismática, nos mantenemos unidos y
congregados en el amor comunitario y lanzados hacia
la misión.

Motivo de alabanza es la confianza ilimitada en el


poder conquistador de Dios, porque su «plan subsiste
por siempre y los proyectos de su corazón de edad
en edad». Tenemos la certeza de que nuestro
servicio a la causa del progresivo reinado de Dios
tiene futuro y no es una ilusoria utopía. La certeza no
nace de nuestro prestigio social, de nuestras
cualidades humanas, de nuestro número o de
nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran
ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza...
ni por su gran ejército se salva». La certeza brota de
la seguridad de que Dios ha puesto sus ojos en
nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra
escasez, alegrándonos en nuestras penas,
auxiliándonos en las situaciones desesperadas:
«Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.»

SEGUNDA LECTURA
Los cristianos forman un pueblo de sacerdotes, y no como
el pueblo de Israel, donde solamente una casta tenía ese
privilegio. De ahí que el sacerdocio ministerial, que ejercen
solamente algunos, no puede suponer ningún privilegio,
sino debe ser compartido con toda la comunidad.
Lectura de la primera carta del Apóstol San
Pedro 2,4-9.
Queridos hermanos: Acercándoos al Señor; la piedra viva
desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios,
también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción
del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para
ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Dice
la Escritura:

«Yo coloco en Sión una piedra angular,


escogida y preciosa;
el que crea en ella no quedará defraudado.»

Para vosotros los creyentes es de gran precio, pero para los


incrédulos es la piedra que desecharon los constructores: ésta se
ha convertido en piedra angular, en piedra de tropezar y en roca
de estrellarse.

Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.

Vosotros, en cambio, sois una raza elegida, un sacerdocio real,


una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para
proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a
entrar en su luz maravillosa.

COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA


1 P 2, 4-9

1.

Cristo resucitado es, por su resurrección de entre los


muertos, la "piedra viva" elegida por Dios para construir
sobre ella la Iglesia (cf. /1Co/03/11). Los que construyen
en este mundo, desprecian frecuentemente a Cristo; pero
lo que vale es el juicio de Dios que le ha resucitado (Mt
21. 42).

También los que se unen por la fe a Cristo, "piedra viva",


participan de la nueva vida, son liberados por él de la
muerte y merecen llamarse a su vez "piedras vivas" que,
trabadas entre sí, sobre el fundamento que es Cristo,
forman el verdadero "templo de Dios" que es la comunidad
de Jesús (cf. 1 Co 3. 16 s; 2 Co 6. 16; Ef 2. 21 s). Más
aún, los creyentes son un "pueblo sacerdotal" participando
del mismo sacerdocio de Cristo, el Mediador (Hb 13.15 s).
En Cristo y por Cristo, animados por el Espíritu que habita
en medio de su comunidad, ofrecen a Dios sacrificios
espirituales: el sacrificio de alabanza y de acción de
gracias, el sacrificio de amor de su corazón, el sacrificio de
sus propias vidas (Rm 12. 1; Flp 4. 18; St 1. 27; Hb 13.
15 s).

Este texto de Isaías (28. 16) significa originariamente que


Yahvé, cuya presencia se manifiesta en el Templo, es la
roca sobra la que pueden apoyarse confiadamente los
habitantes de Jerusalén en tiempos de peligro. Ahora
estas palabras se aplican a Cristo, "piedra angular" que
sostiene y mantiene unida la verdadera "casa de Dios" que
es la Iglesia.

Para los incrédulos, Cristo es un "escándalo", es decir,


piedra en la que tropiezan y roca sobre la que se estrellan.
Los incrédulos no comprenden que el "ripio" que
desprecian los tecnócratas de este mundo puede ser
elegido por Dios para ser la "piedra angular", esto es, la
mejor piedra, la que se utiliza para los sillares del edificio.
Los creyentes, en cambio, encuentran en Cristo y por
Cristo crucificado y despreciado por los poderosos de este
mundo, la piedra angular sobre la que pueden fundar
confiadamente su vida. Los títulos de gloria del viejo Israel
pasan ahora a los cristianos, que son "Israel de Dios" (Ga
16.; Flp 3. 3). Nacidos todos ellos, por el bautismo, de un
mismo Espíritu, son una misma raza elegida, en la que, sin
distinción entre griegos y judíos, hombres y mujeres,
todos son hijos de Dios, llamados a reinar con Cristo en la
vida eterna (cf Lc 22. 30; Mt 19. 28; Ap 1. 6).

Todos son sacerdotes, participando de un mismo


sacerdocio de Cristo y, así, todos tienen acceso a Dios, a
quien llaman "Padre". Rescatados por la sangre de Cristo,
son ahora pueblo de Dios, a quien pertenecen. Todos los
creyentes han sido llamados a proclamar el Evangelio,
dando testimonio en el mundo de las hazañas que Dios ha
realizado en su favor.

2. COMUNIDAD/CULTO.

La comunidad cristiana no es un grupo dedicado al culto


ceremonial. Las palabras de uso religioso tienen, en boca
de Jesús, un significado distinto. "Culto" es la obediencia
al Padre, "templo" es la comunidad cristiana y "sacerdote"
el discípulo que vive su fe en la cotidianidad. Ni los
servicios, ni las personas que los ejercen tienen un
especial carácter sacral tal como se entiende el término en
las ciencias de la religión.

3.

Una parte, al menos, de la primera carta de Pedro, parece


ser una especie de cuaderno-guía para la celebración de la
liturgia cristiana de Pascua o, más bien, quizá, un
esquema de homilía que debía pronunciarse tras la lectura
del Ex 12, 21-28. Constaría esta homilía de tres partes: la
primera propone una interpretación cristiana y espiritual
del Ex 12, 21-28 (1 Pe 1, 13-21); la segunda es un canto
en honor del mensaje totalmente nuevo de la vida pascual
(1Pe 1, 22-2, 2) y la tercera, incluida en la lectura de este
día (1 Pe 2, 3-10), estudia la vida concreta de los
cristianos a la luz del misterio pascual.

a) El v. 9 contiene la idea esencial del pasaje. Los


cristianos constituyen el nuevo Israel, pues poseen las
prerrogativas contenidas en el título que Dios concedió al
pueblo elegido durante su peregrinación por el desierto
(Ex 19, 5-6, del que se vale Pedro en este pasaje para
aclarar el de Is 43, 20-21).

Disponen, también, de todos los títulos reservados a


Israel: raza elegida por haber sido escogida entre las
naciones (Ex 19, 5; Dt 7, 6; 14, 2), reino de sacerdotes
(cf. Ex 19, 6) capaces de ofrecer, en lugar de las
inmolaciones del Sinaí (Ex 24, 5-8), el sacrificio espiritual
de la nueva alianza (cf. v. 5 y Ap 1, 6), nación santa por
haber sido separada del mundo, no ya mediante un rito
exterior, sino por la acción interior del Espíritu Santo
(versículos 1-2), pueblo del que Dios ha tomado posesión
no solo por una intervención milagrosa de Yahvé, como
aparece en el Éxodo, sino por la propia sangre de su Hijo
(Act 20, 28; 1 Pe 1, 19); pueblo de Dios, finalmente, que
reúne las doce tribus de Israel e incluso a todas las
naciones de la tierra, hasta entonces sumidas en las
tinieblas (v. 10; cf. Is 9, 1).

b) Sin embargo, debe darse una justificación previa a esta


transferencia de títulos de manos de Israel a la Iglesia, y
el autor se vale, para este fin, del tema bíblico de la piedra
(versículos 4-8). La antigua alianza ha sido elaborada en
las faldas del Sinaí, monte al que el pueblo no podía
acercarse bajo pena de muerte (Ex 19, 23); la nueva
alianza se tramita y queda establecida para siempre en
torno a una "nueva roca", una "piedra" viva que es Cristo
resucitado; una piedra a la que, en oposición a lo que
sucede con el monte Sinaí, todos pueden acercarse (v. 4).

El nuevo pueblo acude a reunirse bajo la protección de


una persona que dio muestras de su divinidad sobre todo
en su muerte y resurrección ("rechazado..., pero
escogido", v. 4), y revela a cada uno su personalidad
religiosa. Reunidos en torno a Cristo, los cristianos
constituyen de este modo un templo espiritual, pues su
ofrenda no consiste ya en simples ritos, sino en actitudes
personales (v. 5; cf. Rom 12, 1; Heb 13, 16) y su
adhesión a Cristo deja de ser una cuestión de ablución,
para convertirse en fe y compromiso (v. 6-8).

Esta es la razón por la que los dos primeros versículos de


la perícopa litúrgica subrayan que el sacrificio espiritual de
los cristianos es de orden moral y se apoya en la
conversión incesante y el caminar permanente hacia la
meta que Cristo nos ha trazado en nuestras propias vidas.
La leche espiritual a que aluden estos versículos no es otra
que la Palabra de Dios, ofrecida en el momento de la
conversión bautismal y proclamada incesantemente para
alimentar el crecimiento espiritual y la constante
renovación de los fieles (1, Pe 1, 22-25).

Los discípulos de Jesús están seguros de ser el verdadero


Israel, pero ¿no creían de igual manera los fariseos, los
zelotes, los esenios y los saduceos? En realidad, la primera
carta de Pedro revela perspectivas muy diferentes: los
cristianos no se consideran solamente el verdadero Israel,
sino el nuevo Israel. Precisamente el conocimiento
personal y experimental del Resucitado (la "piedra" del
nuevo pueblo) es lo que permite devenir en nuevo pueblo
al que en principio no era más que un simple partido judío.
Que los cristianos de Jerusalén hayan observado durante
largo tiempo las instituciones judaicas no reviste gravedad
alguna: su fe en la "piedra" tenía que hacer volar por los
aires, tarde o temprano, aquellas instituciones.

Bajo la pluma del autor de la primera carta de Pedro, la


Iglesia se reconoce ahora como el nuevo pueblo
escatológico, en el que encuentran su definitivo
cumplimiento todas las potencialidades contenidas en el
antiguo.
El acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo
tiene, pues, para la Iglesia, la misma relevancia que para
Israel la manifestación de Yahvé en el monte Sinaí. Tal
acontecimiento es el núcleo de la constitución del nuevo
pueblo y fundamento de su sacerdocio real. Pero hay una
diferencia esencial que distingue ambos acontecimientos:
las tablas de la ley son sustituidas por una persona que se
ofrece como sacrificio, un "ser vivo" y su amor a todos los
hombres, para ofrecer a la humanidad un tipo de alianza
basada en un corazón nuevo, capaz de entregarse
totalmente a la voluntad del Padre y de edificar, de este
modo, el templo espiritual donde se ofrece el único culto
agradable a Dios.

¿Por qué, entonces, la Iglesia sigue empeñada, por todos


los medios, en definirse a partir de nociones tomadas del
judaísmo, tales como: pueblo santo, asamblea sacerdotal,
etc., todas ellas caducas y más que pasadas de moda? La
razón de ello parece ser que, mediante estas
denominaciones, se trata de evitar toda clericalización de
la Iglesia: el pueblo de Dios no existe sino todo entero.
Cualquiera que sea la misión que desempeñemos en la
Iglesia, lo que importa, sobre todo, es saber si somos
verdaderos creyentes capaces de ofrecer el sacrificio
espiritual. La noción de pueblo evita, por consiguiente,
toda concepción individualista del encuentro con el
Resucitado. La iglesia no es una confederación de pueblos
que piensan lo mismo. La voluntad de Dios de constituir
un pueblo en torno a la nueva "piedra" es anterior a la fe
de cada uno.

Finalmente, las nociones tan concretas de pueblo y


asamblea impiden idealizar a la Iglesia. Esta es,
ciertamente, una institución divina, pero no existe sin los
hombres concretos e independientemente de la búsqueda
religiosa de estos. Sin los hombres, la Iglesia no tiene
consistencia alguna. Es, por consiguiente, normal que la
Iglesia esté condicionada a su entidad terrena y pecadora
y que admita una reforma y purificación perpetuas.
La celebración eucarística reúne todas estas
características: es pueblo de Dios en acto de sacrificio
espiritual, cuando actúa todo él en respuesta al
llamamiento de Dios, y cuando ofrece, como sacrificio, su
fe en Cristo resucitado y su adhesión a la nueva ley que
Cristo promulga.

4.

En este pasaje se trata de los creyentes y de su


comunidad, que como en otros libros del NT aparece con
la imagen del templo y de la construcción.

Es interesante que los templos de los cristianos sean las


personas y no los edificios, aunque esto ha sido bastante
olvidado en la conciencia posterior, volviendo a una idea
veterotestamentaria o de religión en general, en la cual el
templo físico tiene una gran importancia.

Asentado ese punto se fundamenta la comunidad con


Cristo como cimiento total y absoluto. Lo importante es
entender bien la imagen de Cristo como fundamento. Lo
más claro es poner la Resurrección de Cristo, o Cristo
Resucitado que es lo mismo, como tal fundamento. No es,
pues, un recuerdo del Cristo histórico, y ni siquiera son los
propios actos del Jesús terrestre, por importantes que
sean. De Cristo glorioso brota la vida de los hombres.

Para ello es necesaria una opción personal hacia El (vs. 7-


8) de toda seriedad. La responsabilidad personal no es
pequeña.

Por último, de una comunidad de creyentes, no tanto de


una institución oficial que es mera mediación y no es
identificable sin más con la comunidad total, se dicen los
títulos del v. 9. El peligro aquí radica de predicarlos de la
Iglesia oficial sin más, y entonces es necesario ser muy
torpe para ver que esta comunidad no merece esos títulos
sin más ni más. Aunque sean inseparables la Iglesia
visible y la invisible, tampoco se pueden identificar
simplemente. Lo esencial es la comunidad de creyentes,
unida en fe y adhesión a Cristo. De ella sí se dicen esas
cosas.

5.

Jesús resucitado de entre los muertos es "la piedra viva".


Desechado por los hombres, excomulgado por los jefes de
Israel y eliminado por los romanos de la comunidad de los
vivos, es ahora la base y el fundamento de la nueva
convivencia de los hijos de Dios. Sobre él se edifica la
iglesia.

Por la fe, todos tenemos acceso a Cristo y a la nueva vida,


participamos en su resurrección y somos también nosotros
"piedras vivas". Sobre el fundamento que es Cristo,
construimos "el templo del espíritu", que es la iglesia (cf. 1
Cor 3, 16; 2 Cor 6, 16; Ef 2, 21s). De ahí se sigue que
nadie debe considerarse en la iglesia como un peso
muerto, pues todos son piedras vivas que contribuyen a su
construcción; de ahí, también, que el verdadero lugar de
encuentro con el Padre sea la comunidad en donde habita
el espíritu y no un templo material.

El es el único mediador (Hebr 13, 15s). Por él, en él y con


él, todos los fieles constituyen un solo sacerdocio. Si la
comunidad es templo y sacerdocio, esto acaba con todo
clericalismo: no es posible domesticar a Dios y encerrarlo
en un templo custodiado por los sacerdotes, ni es licito
que una casta sacerdotal domine sobre el pueblo de Dios.
El ministerio sacerdotal dentro de la iglesia está al servicio
del sacerdocio de toda la iglesia, pues todos los fieles
tienen acceso por Jesucristo a un mismo Padre.

Este texto de Isaías (28, 16) significa originariamente que


Yavé, cuya presencia se manifiesta simbólicamente en el
templo de Jerusalén, es el único fundamento sólido para la
confianza del pueblo. Nuestro autor lo dice ahora de
Cristo, principio y fundamento de la iglesia.

Cristo sigue siendo para los incrédulos como el ripio que


desechan los albañiles, los tecnócratas de nuestra
sociedad. Pero Dios lo ha convertido en su tropiezo, en
escándalo para ellos, y en roca en la que se han de
estrellar.

El nuevo Israel, la comunidad de Jesús, hereda los títulos


de gloria y las promesas del viejo Israel. Todos en la
iglesia tienen la misma dignidad y constituye un solo
"sacerdocio real".

Todos son reyes y sacerdotes, pues todos tienen acceso a


la misma gloria. La misión del nuevo Israel de Dios es
proclamar en el mundo el evangelio de la liberación y salir
de las tinieblas.

La nueva creación que llega a ser el cristiano por su


incorporación a Cristo realizada en el bautismo alcanza
hoy su dimensión comunitaria o de pueblo de Dios. Todo
esto se describe con una terminología sacada del A.T. y
aplicando a los creyentes en particular y en cuanto son
comunidad -en cuanto nuevo y definitivo pueblo de Dios-
lo que Israel estaba destinado a ser en virtud de su
elección.

Se describe la comunidad cristiana con la imagen de una


casa o templo que se va edificando por la incorporación a
Cristo -piedra fundamental- de cada uno de los miembros
y por la fuerza del Espíritu Santo que habita en ellos: de
ahí que se trate de un "templo del Espíritu"; todos los que
lo forman son llamados "un sacerdocio sagrado, una raza
elegida, un sacerdocio real, una nación sagrada, un pueblo
adquirido por Dios".

Todas estas imágenes, traspasadas del pueblo de la


Antigua Alianza al de la Nueva (al que Dios ha llamado,
como en un nuevo éxodo, "a salir de la tiniebla y a entrar
en su luz maravillosa"), indican la misión de todos los
creyentes no como miembros individuales, sino como
pueblo. Por medio del bautismo se forma parte de este
pueblo escogido que debe hacer de su vida entera un culto
y una donación a Dios. En medio de la diversidad de
personas que forman este pueblo, su vocación es común y
puede realizarse por la fuerza de la Palabra (cfr. 2, 2) y
del Espíritu.

7. SACERDOCIO-COMUN

v. 5. Y unos vv. más adelante, el 9, dice... En estas


palabras claramente se afirma que todos los fieles
participan del sacerdocio de Cristo. Por eso también dice
san Pablo: "Y todo lo que de palabra o de obra realicéis,
sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de
Gracias a Dios Padre por medio de él" (Col 3, 17).

Por eso en el Canon se dice de todos los fieles que "ellos


mismos te ofrecen este sacrificio de alabanza", es decir,
los "sacrificios espirituales" a los que se refiere san Pablo y
la "Acción de Gracias" de la que habla san Pablo. El Pueblo
de Dios no sólo ha sido elegido para ejercer un "sacerdocio
real", para "celebrar constantemente la Acción de Gracias
al Padre, por todos" los hombres, sino también para
anunciar el Evangelio, las "alabanzas de Aquel que os ha
llamado", a todas las naciones. Este sacerdocio general de
todos los bautizados no invalida el sacerdocio ministerial
de los sacerdotes, pero este último no puede acentuarse
hasta tal punto que se desconozca el primero y
fundamental.
Cuando una comunidad se reúne, lo hace en
representación de todos los hombres, para celebrar, por
todos, la Acción de Gracias. Y cuando esta comunidad sale
al mundo, toda ella y cada uno de sus miembros se
compromete en una misión evangelizadora. Este es el
sentido de la despedida: "Podéis ir en paz".

8. CRISTO/SACERDOTE/TESTIGO:

Teniendo como punto de partida la eucaristía, se le llama


ahora al cristiano a dar su testimonio. En efecto, al
celebrarla el cristiano con la Iglesia, da el testimonio más
vigoroso que se puede dar, testimonio que no es sólo el de
un hombre, sino que va revestido de la eficacia
sacramental. Porque "cada vez que coméis de este pan y
bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta
que vuelva" (1 Co 11, 26). Así pues, partiendo de esta
participación activa en el sacramento de la eucaristía, el
cristiano anuncia y da testimonio. Al hacerlo, realiza un
acto sacerdotal. No hay confusión posible entre su
sacerdocio y el del sacerdote. Sin duda hay que afirmar
que el sacrificio del fiel no es un sacerdocio meramente
analógico; es un verdadero sacerdocio. Pero mientras el
del sacerdote es ministerial, y por medio de él la realidad
del misterio pascual puede hacerse presente en la
presencia real de la eucaristía, el sacerdocio del fiel
consiste en su facultad de participar plena y activamente y
de pleno derecho en el sacrificio de Cristo hecho presente
por el ministerio del sacerdote. Así pues, ser un cristiano
perfecto significa en primer lugar desempeñar su papel
sacerdotal y, a partir de esto, su papel de testigo. Para
este papel, por otra parte, el cristiano es incorporado
seguidamente a la Iglesia, reunida por el Espíritu de
Pentecostés que estructuró el Cuerpo de Cristo y le
confirió su misión de apostolado.

A esta cumbre, pues, ha llegado el catecúmeno aceptado


como tal al principio de la Cuaresma. Ahora está ya
incorporado a la Iglesia para vivir el misterio pascual e
irradiarlo en torno suyo.

9.

He aquí una visión radicalmente revolucionaria sobre el


culto, el templo y el sacerdocio. El templo se construye ya
con piedras vivas. Cristo es la primera, «piedra angular,
escogida, preciosa». Pero todos estamos llamados a entrar
«en la construcción del templo del Espíritu»; todos
podemos llegar a ser una piedrecita o un ladrillo de este
nuevo templo; todo él vivo y resplandeciente.

El sacerdocio ya no se reserva a una casta, sino que está


abierto a todas las familias, a toda clase de hombres.
Todos llamados a formar «un sacerdocio sagrado y real»,
un pueblo consagrado. El sacerdocio de Cristo, que nada
tiene que ver con el antiguo, se abre y comunica a toda la
comunidad. El sacerdocio ministerial, que no es lo más
importante del sacerdocio de Cristo, tampoco es ningún
privilegio.

El culto que ahora Dios acepta no es el de los antiguos


sacrificios, más o menos cruentos, sino «sacrificios
espirituales», los sacrificios de la vida, los sacrificios del
amor.

10. 1P 1 22-25 1P 2 1-10

El cristiano, que ha sido regenerado y vive una nueva


vida, debe formar una comunidad: «Amaos unos a otros
de corazón» (v 22). No basta saberse salvado; es
necesario crecer mediante el alimento de la palabra para
formar un edificio nuevo fundamentado en Cristo (2,1). De
esta manera se irá cumpliendo la profecía centrada en la
alianza: «Los que antes no erais pueblo, ahora sois pueblo
de Dios» (2,10).
PD/EFICAZ: Es notable la importancia que el tema de la
palabra tiene en toda esta exhortación: la palabra es la
que nos regenera, nos alimenta y nos constituye como
pueblo. El tema, por otra parte, es muy conocido y
antiguo, con fuertes resonancias bíblicas que van del
Génesis al NT: Dios habla y dice: que haya... y hay;
manda y se realiza, la palabra, dirá Yahvé, «no vuelve a
mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi
encargo» (/Is/55/11). El Nuevo Testamento se hace eco
de eso cuando habla de la acción creadora de la Palabra
(Jn 1) y de su acción vivificadora (Heb 4,12). Por eso la
denomina palabra de la vida (Flp 2,16), de la gracia (Hch
14,3), de la salvación (Hch 13,26).

Pero todo esto puede resultar muy teórico para nosotros.


A fin de cuentas, no podemos reducir la «palabra de Dios»
a la Escritura ni identificarla con ella. Deberíamos
preguntarnos cuáles son verdaderamente las «palabras»
que nos renuevan y rehacen. Dónde están para nosotros
las palabras vivas, que resuenan fuertemente en nuestro
interior y que nos llegan muy adentro, hasta tocarnos el
corazón, y hacen de nuestro pobre corazón un corazón de
carne para amar. ¿No nos hablan de Dios muchas veces
los hombres sencillos, los niños, los enfermos, los
oprimidos, los que sufren? ¿No son éstas las palabras de
Dios que nos llegan al interior y nos transforman?

11. 1P 2 1-17

En las cartas de NT estamos acostumbrados a encontrar


con frecuencia este esquema que ofrece el fragmento que
hoy leemos: una primera parte más teológica, que pone
los cimientos y motivos de otra segunda, más exhortativa,
y que, sin la base anterior, sería como un imperativo
categórico, como una praxis desarrollada que se nos
pidiera sin razón ni motivo. El texto de hoy nos ofrece, en
su primera parte, un hilvanado de citas del AT, pero
dentro de lo que podríamos llamar lectura cristológica, que
de este modo adquiere una nueva luz y un sentido
cristiano más profundo. Sólo a través de Jesús alcanzan
las figuras del AT (el templo, la piedra, el pueblo) su
sentido definitivo; todo apuntaba a Jesús, se nos dice. Por
eso Jesús lo es todo: el templo, la piedra y el pueblo.

Y el modelo de Jesús nos muestra cómo ha de ser el


creyente: Jesús, nos dice el texto de hoy, es la piedra
escogida que constituye el punto de apoyo fundamental
del nuevo edificio, del nuevo pueblo y nuevo culto. Por ello
el cristiano es asimismo una piedra viva que, con Cristo y
los demás cristianos constituye un nuevo templo donde
habita el Espíritu. El cuerpo de Cristo ha sido designado
como lugar del culto cristiano (Jn 2,21-22). Por lo cual los
cristianos, miembros de este cuerpo, han de colaborar al
crecimiento del templo mediante las buenas obras (11-
17).

Nunca hemos acabado de creer los cristianos todo esto.


Tal vez porque, de hecho, el concepto de cuerpo de Cristo
nos resulta demasiado misterioso. Sin embargo, en
realidad, las consecuencias sacadas por el NT son bien
claras y comprensibles: conviene obrar el bien, hay que
honrar a todos, se debe amar la fraternidad. Muchas veces
las reflexiones cristológicas aparecen más claras al
intentar poner en práctica las consecuencias que de ellas
saca el NT. Obrando el bien, honrando a todos y amando
la fraternidad entenderemos mejor el culto cristiano y
construiremos el nuevo templo, que no será levantado por
mano de hombres, sino con la fuerza de Dios.

SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA


LECTURA
1 Pe 2,4-9: Construid con amor espiritual la casa de
la fe y de la esperanza
La fe que lleva en el corazón el ojo de la piedad ve cómo
se depositan en los tesoros celestes las buenas obras de
los fieles hechas con sus bienes temporales y terrenos.
Razón por la cual, cuando ve con los ojos de la carne estos
edificios que se levantan para reunir a la comunidad de
hombres piadosos, alaba piadosamente lo que ve en el
exterior, y la luz visible le otorga con qué gozarse de la
verdad invisible. Pero la fe no se dedica a contemplar la
hermosura de los elementos de este recinto, sino la gran
hermosura del hombre interior, de la que proceden estas
obras de amor. El Señor recompensará a sus fieles que
hacen esto tan piadosa, tan alegre y tan devotamente,
que hasta se sirve de ellos para levantar su propia
construcción a la que corren las piedras vivas formadas en
la fe, robustecidas con la esperanza y unidas por la
caridad.

El Apóstol, aquel sabio arquitecto, puso en ella como


cimiento a Jesucristo, suma piedra angular, rechazada por
los hombres, pero elegida y honrada por Dios (1 Pe 2,4),
como dice Pedro, apoyándose también en la Sagrada
Escritura. Uniéndonos a ella encontramos la paz;
reposando sobre ella, conseguimos firmeza. Ella es, al
mismo tiempo, cimiento porque nos sostiene y piedra
angular porque nos une. Ella es la piedra angular sobre la
que el hombre prudente edifica su casa y se mantiene
firme contra todas las tentaciones de este mundo; ni los
torrentes de lluvia la hacen caer, ni los ríos desbordados la
derrumban, ni la fuerza de los vientos la sacude. Ella es
también nuestra paz, quien hizo de los dos uno solo; en
ella, en efecto, nada vale ni la circuncisión ni el prepucio,
sino la nueva criatura (Gál 6,15). Estos dos pueblos, cual
paredes que traen distinta dirección, estaban muy lejos
uno del otro hasta que fueron conducidos a ella, como al
ángulo, y en ella unidos entre sí.

Así, pues, como este edificio visible ha sido construido


para reunirnos corporalmente, de la misma manera
construimos el edificio que somos nosotros mismos para
Dios que ha de habitarlo espiritualmente. El templo de
Dios es santo, -dice el Apóstol-, y ese templo sois vosotros
(I Cor 13,17). Como éste lo construimos con piezas
terrenas, de idéntica manera hemos de levantar el otro
con costumbres bien arregladas. Éste se consagra ahora,
con motivo de mi visita; el otro al final del mundo, cuando
venga el Señor, cuando esto nuestro corruptible se vista
de incorrupción y esto mortal se revista de inmortalidad (1
Cor 15,53), porque nuestro cuerpo humilde se modelará
según el cuerpo de su gloria.

Ved, pues, lo que dice el salmo sobre la consagración:


Tornaste mi llanto en gozo, rompiste mi saco y me ceñiste
de alegría para que mi gloria te cante a ti y no sienta
tristeza (Sal 29,12-13). Mientras dura nuestra edificación,
gime ante él nuestra humildad; cuando seamos
consagrados, le cantará a él nuestra gloria, porque la
edificación requiere fatiga y la consagración pide alegría.
Mientras se extraen las piedras de los montes y las vigas
de los bosques, mientras se les da forma, se tallan y se
ajustan, no falta la fatiga y la preocupación; mas cuando
se celebre la consagración del edificio concluido, a las
fatigas y preocupaciones les sucederán el gozo y la
seguridad. De idéntica manera, la construcción espiritual
que tendrá a Dios por morador, no será temporal, sino
eterna; mientras los hombres son apartados de una vida
de infidelidad y conducidos a la fe; mientras se corta y se
destruye lo que hay en ellos de no bueno y extraviado,
mientras se realizan en la forma adecuada los ensambles,
en la paz y la caridad, ¡cuántas tentaciones no se temen,
cuántas tribulaciones hay que soportar!

Mas cuando llegue el día de la consagración de la casa


eterna y se nos diga: Venid, benditos de mi Padre; recibid
el reino preparado para vosotros desde el comienzo del
mundo (Mt 25,34), ¡cuál no será el gozo y la seguridad!
Cantará la gloria y no se sentirá triste la debilidad. Cuando
se nos manifieste el que nos amó y se entregó a sí mismo
por nosotros, y el que se apareció a los hombres nacido de
madre se aparezca a ellos como el Dios creador que
estaba en el Padre; cuando el morador eterno entre en su
casa concluida y adornada, cimentada en la unidad y
vestida de inmortalidad, él brillará en todos para que Dios
sea todo en todos (1 Cor 15,28)...

¡Ea, pues, hermanos! Si habéis resucitado con Cristo,


buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la
derecha del Padre; gustad las cosas de arriba, no las de la
tierra (Col 3,1-2). Ésta es la razón por la que Cristo,
nuestro cimiento, fue puesto allí en lo alto: para ser
edificados hacia arriba. En las construcciones terrestres,
como los pesos tienden por su propio peso a los lugares
más bajos, se ponen allí los cimientos; lo mismo sucede
en nuestro caso, pero al revés: la piedra que sirve de
cimiento, está colocada arriba, para elevarnos hacia arriba
por el peso de la caridad. Alegremente, pues, obrad
vuestra salvación con temor y temblor. Dios es quien obra
en nosotros el querer y el obrar según la buena voluntad.
Haced todo sin murmurar (Flp 2,12-14). Como piedras
vivas, contribuís a la edificación del templo de Dios (1 Pe
2,5); como vigas incorruptibles, haced de vosotros
mismos la casa de Dios. Ajustaos, tallaos en el trabajo, en
la necesidad, en las vigilias, en las ocupaciones; estad
dispuestos a toda obra buena, para que merezcáis
descansar en la vida eterna, como en la trabazón de la
sociedad de los ángeles.

Este lugar ha sido edificado en el tiempo y no durará por


siempre, lo mismo que nuestros cuerpos por cuya
necesidad fue construido mediante obras de misericordia,
no son eternos, sino temporales y mortales. No obstante,
tenemos una habitación de Dios; una casa no construida
por mano humana, eterna en los cielos (2 Cor 5,1), donde
han de estar también nuestros cuerpos, convertidos en
celestes y eternos por la resurrección. También ahora,
aunque no en la realidad que será el verle cara a cara,
sino por la fe, habita Dios en nosotros. Mediante nuestras
buenas obras le construimos una morada a él que así
habita; esas obras no son eternas, pero conducen a la vida
eterna. Entre ellas se cuenta también este esfuerzo,
gracias al cual se construyó esta basílica; allí no
tendremos que construir edificios como éste. Allí no se
edifica nada que pueda convertirse en ruina ni entra nadie
que pueda morir. Sin embargo, vuestras obras son ahora
temporales para que la recompensa sea eterna.

Ahora, repito, construid con amor espiritual la casa de la


fe y de la esperanza; construidla con las buenas obras que
no existirán allí, porque no habrá indigencia alguna. Poned
como cimientos en vuestros corazones los consejos de los
profetas y apóstoles; echad delante vuestra humildad cual
pavimento liso y llano; defended juntos en vuestros
corazones la doctrina saludable con la oración y la palabra,
cual firmes paredes; iluminadlos con los divinos
testimonios cual si fueran lámparas; soportad a los débiles
cual si fuerais columnas; proteged bajo los techos a los
necesitados para que el Señor nuestro Dios os recompense
los bienes temporales con los eternos y os posea por
siempre una vez acabados y consagrados.

EVANGELIO
El itinerario del hombre hacia Dios, pasa necesariamente
por Cristo. Ahora bien, este encuentro con Cristo no va
envuelto en un ambiente de prodigios deslumbrantes.
Cristo se manifiesta a través de sus obras, que son obras
a favor de la liberación humana. Igualmente la Iglesia, en
nombre de Cristo, continuará estas mismas obras, y ellas
serán su gran motivo de credibilidad.

Sobre el servicio de Jesús, piedra angular, nosotros hemos


sido santificados y construidos como un templo que
contiene la gloria de Dios. El nos ha descubierto, en su
misma existencia, el Camino, la Verdad y la Vida. La
acción de gracias debe recoger toda esta riqueza que el
servicio de Cristo nos ha alcanzado.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 14. 1-12

1.

Jesús, a solas con la comunidad cristiana, con aquéllos


que le han prestado su adhesión saliendo del ámbito de la
esclavitud religiosa judía. En la vigilia de su paradójica
glorificación, cuando se ponga de manifiesto su gloria, es
decir, su capacidad real de amar a costa de su propia vida.
Este amor es el lugar donde él mora y tiene la altura de
una cruz. Jesús se va al lugar que le es propio. Es un
espacio, un ámbito espacioso: el espacio del amor a toda
costa. Un espacio ilimitado, con amplitud infinita, la
amplitud que le confiere el amor sin fronteras del Padre.

J/PADRE: La religión judía había empequeñecido este


espacio convirtiéndolo en un "bunker" donde se refugiaban
los heridos que causaba la propia religión. En este
"bunker", Yahvé había perdido su nombre y se había
convertido en divinidad sin rostro. El trabajo de Jesús ha
consistido en devolverle a Yahvé su rostro concreto, el de
Padre que ama. Un continuo y arduo trabajo de
depuración del hecho religioso, invirtiendo totalmente la
concepción tradicional de Dios. En Jesús, Dios ha
recobrado su verdadero rostro, deformado por los
hombres religiosos. Por eso, este rostro brillará en todo su
esplendor en la cruz, porque no hay mayor amor que dar
la vida. La cruz, es decir, el amor, es el lugar hacia el que
Jesús va. Ver a Jesús es, pues, ver al Padre, porque uno y
otro no son más que amor a ultranza. De ahí que Jesús
sea el camino, la verdad, la vida. Su criterio de
verificación son sus obras, sus acciones concretas de
amor: la mujer que no ha muerto apedreada, el ciego que
ve, el paralítico que anda, la gente hambrienta comiendo
al aire libre, es decir, personas liberadas, con capacidad de
movimientos, personas emancipadas y adultas. Personas
así son las obras que el cristiano está llamado a realizar.

2. JESÚS/LEY /Jn/01/17-18.

El autor del cuarto evangelio es de un radicalismo y de un


atrevimiento que asustan. ¿La Ley es mala? La Ley es la
Ley, pero no es reveladora de Dios. La Ley es necesaria en
un mundo de tullidos religiosos, pero no en el mundo de
los hijos de Dios. Las obras de éstos son de una altura y
una categoría desconocidas en un sistema de Ley. Estas
obras o trabajos posibilitan la libertad de movimientos (cf
Jn 5. 1-9), la fiesta al aire libre (cf. Jn 6. 1-15), la
autocrítica (cf. Jn 8. 2-11), la visión (cf.Jn 9. 1-7), la vida
(cf Jn 11. 38-44). A través de estos trabajos es como el
autor del cuarto evangelio nos ha presentado a Jesús
revelando al Padre. A trabajos de este tipo nos invita el
autor para poder ser reveladores del Padre.

3. FE/PAZ/CALMA /Jn/14/01.

"No perdáis la calma". Lo dice Jesús en un momento en el


que las cosas estaban mal para Él y para los suyos. Lo van
a matar, que es el acontecimiento por excelencia que
puede alterar a un ser humano, y aquellos hombres a los
que ha llamado desde diversos sitios y que han convivido
con Él van a quedar desbordados por los acontecimientos.
Era de lo más importante, por consiguiente, la
recomendación de Jesús.

Pero, naturalmente, para mantener la calma es necesario


tener unos firmes cimientos. Jesús los pone
inmediatamente después de la recomendación que hace:
"Creed en Dios y creed también en Mí". Ahí está el secreto
de la calma que pide el Señor. No es la calma del apático
ni del pasota. No. Es la calma del hombre que vive
integrado en los problemas de su tiempo, que los siente,
que los sigue, que se incorpora a ellos, que intenta -si
puede- solucionarlos, pero que mantiene fija su vista en
Dios, creyendo en Él. Es la calma del hombre sensible al
dolor ajeno y propio, sensible a la injusticia, sensible ante
los acontecimientos inexplicables que nos dejan
asombrados y sin respuesta pero que, a pesar de todo,
cree en Dios. La calma que pide el Señor es una calma
activa, fruto de una personalidad forjada en el
seguimiento de Cristo, que es el rostro del Dios en el que
creemos y al que no hemos visto nunca, como le dice
Felipe al Señor.

4.JESÚS:CAMINO.VERDAD.VIDA: /Jn 14. 6.

Todo hombre, en su vida, sigue un camino u otro. Todo


hombre busca, en su vida, encontrar la verdad. Y todo
hombre desea, en fin, que su vida no termine para
siempre. A esos tres profundos anhelos del hombre da
Jesús, en el evangelio de hoy, respuesta bien cumplida. Y
no una respuesta teórica, cabalística o extraña: él mismo
es el Camino, la Verdad y la Vida.

En él, y en vivir la vida como él la vivió, está la respuesta


a los interrogantes y las búsquedas del hombre. El Camino
a seguir, La Verdad a defender, la Vida que no se pierde,
están al alcance de nuestra mano. Elegirlos o rechazarlos
es cosa nuestra.

5. VIDA/SENTIDO

Cuando el hombre pregunta por el camino está


preguntando por el sentido y meta de su existencia. Así se
entiende la respuesta de Jesús.

Jesús es el camino para Dios porque en Jesús es Dios


quien personalmente ha venido al hombre, abriéndole así
el camino.
6. JESÚS/CAMINO

En un pueblo de orígenes seminómadas, el tema del


camino tiene un amplio uso en todas las facetas de la
vida.

La palabra "camino" se emplea para designar la ley de


Moisés como cauce y dirección que el hombre ha de
conocer y aceptar si quiere llegar a la felicidad que anhela.
Es necesario conocer los caminos del Señor (las sagradas
Escrituras y preceptos legales:Sal 119.). La desobediencia
a esta ley es un extravío (Dt 31. 17) que orienta hacia
metas contrarias a las realmente deseadas por el hombre.

Jesús no es sólo un nuevo Moisés que guía a su pueblo a


través del desierto por rutas que otros hayan trazado.
Moisés no era la ley. Jesús afirma que él en persona es el
camino verdadero y viviente que sustituye a la ley
mosaica. Para el cristiano, no serán ni diez, ni trescientos
trece los mandamientos de Dios; será la persona misma
de Jesús por medio de su Espíritu quien sirva de cauce
buscado a su actuar diario.

CR/DISCIPULO/ALUMNO CV/SEGUIMIENTO: Es necesario


convertirse y dejar de "judaizar". Hay que evitar entender
las palabras de Jesús como letra obligatoria, fijada y
muerta. En la lectura de nuestra Biblia hemos de
encontrar no una nueva normativa superior a otras, sino a
una persona dinamizadora y vivificante. No se trataba ni
se trata de seguir física o miméticamente a Jesús por los
polvorientos caminos de Palestina, ni siquiera de saberse
sus discursos o su doctrina. Se nos pide ser discípulos, no
alumnos. Convertirse a él implica en primer lugar
encontrarse con él, aceptarle convencida y
voluntariamente, estar de acuerdo con sus sentimientos y
su concepción de la vida. De estas raíces saldrán en último
término los frutos de una actuación externa coherente con
lo que en el interior se siente y se vive. El programa de
Jesús es él mismo.

7.

La marcha de Jesús y el miedo ante un mundo hostil hace


nacer en los discípulos una profunda angustia que corre el
peligro de hacerlos sucumbir (14. 27; 16. 6/20). Jesús
quiere confortarlos mostrándoles que su marcha
constituirá un paso serio para una unión de carácter más
íntimo que la que ahora tienen entre ellos, por la fuerza
del Espíritu. El miedo atenaza muchas veces al que cree
en Jesús. Su fuerza y su palabra le liberan.

El camino para llegar a creer en Dios no es para nosotros


más que uno solo: JC. De ahí que la fe, asegurada en la
propia fe de Jesús, tiene que remontar la angustia que
provoca la dureza de la vida hasta el encuentro con lo más
íntimo de Dios. Para nosotros, hoy por hoy, nuestra fe es
la fe en Jesús. Confiados en él sabemos que saldremos
airosos de nuestra propia limitación y de la del mundo que
nos rodea, por dura que sea la contradicción.

La imagen del camino largo y difícil que Israel debió


recorrer para mantenerse en la fidelidad a su Dios se
encuentra en toda su amplitud en el Éxodo y su simbólica.
Después, la imagen fue aplicada a la ley como camino del
justo hacia Dios (Dt 34. 4; Sal 25. 10). En el NT la forma
de caminar según Dios es la persona misma de Jesús (Mc
8. 34; Lc 9. 23), pero en Juan tiene aún un significado
más profundo: Jesús no es solamente el camino en la
medida en que, por su enseñanza, conduce a la vida, sino
que él es el camino que conduce al Padre en la medida en
que él mismo es la verdad y la vida (cf. 10. 9). Está bien
marcado el sentido último de nuestra misión cristiana:
vivir como Jesús ha vivido y tener la misma manera de
pensar adaptada al mundo de hoy.
Felipe (1. 44) expresa la aspiración más profunda del
hombre, aspiración que nadie de nosotros logra colmar (1.
18; 6. 46).

Pero Jesús se presenta en esta situación como la garantía


de la consecución de ese fin último al que tiende con ansia
el corazón del hombre. O dicho de otro modo: Jesús puede
hacer que el hombre sea feliz ya desde ahora.

8. IGLESIA/CASA/CAMINO

Los Evangelios de este día y de los domingos siguientes


proponen extractos del discurso pronunciado por Jesús
después de la cena. Se trata de tres textos sucesivos. El
primero (Jn 13, 33-14, 31) es un discurso de despedida, al
final del cual los apóstoles y Cristo "se levantan" (Jn 14,
31); ha terminado la reunión. El segundo (Jn 15-16) es un
doblete del primero, cuyos temas principales desarrolla. El
tercero (Jn 17) reproduce la oración "sacerdotal" de Cristo
a su Padre. El Evangelio de este primer ciclo pertenece al
primer discurso.

Los apóstoles manifiestan su inquietud y su tristeza ante


el abandono de Cristo. Jesús les anuncia que todos se
reunirán en torno al Padre (Jn 14, 1-3, 19, 28), y les
garantiza su presencia entre ellos por el amor (Jn 13, 33-
35; 14, 21) y el conocimiento que de El tendrán (Jn 14, 4-
10). Este pasaje evoca dos temas bíblicos importantes: el
de la casa y el de la ruta.

a) La casa de Dios designa el Templo de Jerusalén. Pero


Jesús ha dejado bien patente que la verdadera morada del
Padre no podía confundirse con esta casa de comercio y de
contratación (Jn 2, 17-20). Dio a entender, asimismo, que
El mismo era esta casa de Dios (Jn 2, 20-22), ya que su
fidelidad al Padre constituye el sacrificio definitivo y, en El,
serán acogidos todos los hombres con mayor hospitalidad
que en el templo de Sión. En esta primera parte de su
discurso hace ver que la casa del Padre es la gloria en la
que El entrará pronto y adonde no pueden seguirle los que
aún no hayan vencido la muerte y el pecado (vv.1-3; cf. 2
Cor 5, 1). La casa llega a ser, según esto, una experiencia
más: la de "vivir" con el Señor y el Padre (v. 3); no es
tanto un lugar como una manera de existir sumergido en
la vida divina y en la comunión con el Padre.

b) La imagen de la casa evoca sin esfuerzo alguno la de


los caminos que a ella conducen: éxodo que lleva a la
Tierra Prometida, peregrinaje que nos pone en el Templo,
camino de regreso del destierro. Este tema del camino
introduce la idea de la mediación de Cristo. Lo mismo que
la estancia del Padre excluye un lugar físico, material,
siendo más bien experiencia interna de comunión con El,
de igual modo el camino que lleva a esa unión cae fuera
de toda localización física, pues es una vivencia íntima en
que se confunden autor y receptor de la misma,
comunicada por Dios a los hombres (v. 10) mediante la
enseñanza de su "verdad" y la comunicación de su "vida"
(v. 6). Jesús es verdad porque es la revelación exacta del
Padre, inabordable en todos los aspectos. Es vida porque,
a partir de El, puede el hombre participar de la comunión
con Dios vivo (Jn 3, 36; 5, 24; 6, 47); y es, sobre todo,
camino, porque sus funciones de verdad y vida tienen su
realización definitiva dentro de un contexto escatológico
cuyo cumplimiento está próximo.

Si tomamos las expresiones del v. 6 desde otro punto de


vista, podría decirse que son, al mismo tiempo
"descendentes" (verdad y vida) y "ascendentes" (camino);
se completan entre sí para evocar la mediación exclusiva
del Hombre-Dios. Cristo es el camino por el hecho de
haber vivido en Sí mismo la transfiguración, bajo el influjo
de la gloria de Dios, de la humanidad fiel, y por haber
comunicado esta experiencia a sus hermanos. Es morada
de Dios, porque en El y con El la humanidad encuentra al
Padre y participa de su vida.
Los temas casa y camino son particularmente
esclarecedores en eclesiología. Nos hacen caer en la
cuenta de que la Iglesia no es aún la mansión de Dios,
pero toma ya parte en el camino que conduce a ella. Aún
no conoce realmente a Dios, pero el conocimiento que de
El tiene es, sin embargo, verdadero. Ambos temas se
completan y se corrigen mutuamente. A los cristianos
sensibles a las ideas de estabilidad y perfección, el tema
del camino recuerda que la Iglesia es susceptible de
continua reforma y está obligada a hacer frecuentes altos
en el camino; les recuerda también a los cristianos este
tema que la Iglesia no puede -ni debe- conceder un valor
absoluto a las culturas y ritos de que se vale para su
misión; que no puede dar valor eterno a lo que, en ella, no
es más que servicio a los demás y renuncia de sí. Por el
contrario, el tema de la mansión recuerda, a los cristianos
sensibles a los cambios y agitaciones violentas, que la
Iglesia está avocada a la estabilidad y que en el propio
seno de las revoluciones late un solo corazón y un alma
idéntica a ella misma que le garantiza la presencia de su
único e idéntico Señor.

9.

Texto. Se halla en las antípodas del texto del domingo


pasado. Los interlocutores de Jesús son sus discípulos; la
forma no es la discusión sino la conversación: el ambiente
no es de enfrentamiento, sino de enseñanza y de
aprendizaje; el contexto es la amplia conversación de la
cena previa a dejar Jesús este mundo para ir al Padre.

JESUS/PADRE: La palabra Padre es precisamente la


palabra más repetida en el texto; doce veces, además de
dos referencias y de una mención de Dios. El texto es,
pues una conversación sobre el Padre, con quien Jesús va
a reunirse pronto. El verbo ir, teniendo al Padre como
destino, se menciona cinco veces. La conversación sobre
el Padre es más concretamente una conversación sobre el
camino para ir al Padre. La palabra camino se repite tres
veces. Este camino es Jesús. Yo soy el camino... Nadie va
al Padre si no es a través de mí. La frase es una
reformulación de la frase del domingo pasado "Yo soy la
puerta" y, consiguientemente, una descalificación de la
Ley como camino para ir al Padre. Si Jesús es el camino
que lleva al Padre, conocer o ver a Jesús equivale a
conocer o ver al Padre. Los verbos conocer y ver son otros
de los términos importantes del texto: cuatro y tres
menciones respectivamente. En este texto ambos verbos
vienen a ser sinónimos y no se mueven en el nivel
empírico que tenía el verbo ver en el texto del sepulcro del
día de Pascua o en el de Tomás del segundo domingo de
Pascua. En esta ocasión conocer y ver se refieren al nivel
hondo y total; es un conocer y un ver a Jesús en
profundidad. Resultado de este conocimiento y de esta
visión es la fe en Dios y en Jesús, que aparece enunciada
al principio como invitación y programa de vida para el
discípulo de Jesús: Creed en Dios y creed también en mí.
La expresión creer en Jesús vuelve a repetirse en el último
versículo, esta vez introducida por la fórmula enfática Os
lo aseguro, realzando así la importancia de lo que se dice
en el versículo: El que cree en mí, también él hará las
obras que yo hago, y aun mayores. Reaparece el término
obra, que nos es familiar desde los domingos de
Cuaresma. Se trata de un término del mundo laboral, que
designa el trabajo, el esfuerzo de ayudar a las gentes a
salir de los sistemas religiosos en la medida en que éstos
velen el rostro de Dios y produzcan personas heterónomas
e infantiles. Estas son las obras que está llamado a
realizar el discípulo de Jesús. Resulta emocionante saber
que estas obras pueden exceder en importancia de las del
propio Jesús. A modo de resumen para la reflexión: Jesús
es el camino para ir al Padre; conocer a Jesús es conocer
al Padre; conocerlos es creer en ellos; creer en ellos es
realizar las obras que ellos hacen.

Comentario. Creo que fue Goethe quien escribió lo


siguiente: Si buscas al infinito, anda tras lo finito en todas
direcciones. La invitación tiene un antecedente en este
texto de Juan. Si buscas a Dios, anda tras Jesús. El es lo
finito de Dios, a la medida de las posibilidades humanas.
El, es decir, una persona, no un sistema ni una ley, por
muy sacrosantos que sean, y con los que jamás hay
posibilidad de encuentro, de diálogo, de conversación, de
enriquecimiento personal.

¡Qué hermoso sería, si Dios existiera! La frase se la oía


ayer a un joven. Y como yo andaba a vueltas con este
texto de Juan, me acordé de esta frase: El que me ve a
mí, ve al Padre. Y sentí que Dios existe y es real.

Fue Sócrates quien en la Apología de Platón dice a sus


jueces: Voy a aportaros pruebas, que no van a consistir en
palabras, sino en algo que vosotros tenéis en mayor
estima: obras. El testimonio tiene un seguidor en este
texto de Juan: Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre
en mí. Si no, creed a las obras. ¡Cuántas palabras, y
grandes palabras en lo que llevamos de siglo! El resultado
se llama desencanto, repliegue, individualismo. La salida
de la crisis pasa sólo ya por las obras. ¡Qué pena que la
palabra se haya degradado tanto!

10.

Jesús acaba de decir a sus discípulos que se va, que uno


de ellos le traicionará y otro le va a negar tres veces antes
de cantar el gallo. Los discípulos están deprimidos por lo
que han oído. Y, ahora, Jesús trata de consolarles y
levantarles el ánimo. Les pide que confíen en Dios y en él.
Lo primero es comprensible, y lo segundo debiera serlo
también para aquellos discípulos si han creído lo que
claramente les ha dicho Jesús sobre su persona: que "él y
el Padre son uno" (10, 30 y 38). Por eso la fe y la
confianza en Dios y en Cristo ha de ser la misma (12, 44).
Jesús les infunde una esperanza que debe ayudarles a
superar todas las dificultades. Les dice que se reunirá con
ellos en la casa del Padre, en donde hay sitio para todos.
Si él marcha ahora es para prepararles un sitio. Cuando
todo se haya terminado y Jesús haya resucitado de entre
los muertos, comprenderán, bajo la luz pascual, que Jesús
ha abierto con su muerte las puertas de la gloria y que es
así como ha ganado para sus discípulos el derecho de
entrar en la casa del Padre.

Los discípulos debieran ya saber a dónde va Jesús, al


Padre. Jesús, después de haberles hablado de su propia
persona y de su misión, supone también que conocen el
camino. Sin embargo, no parece que le hayan entendido
muy bien; por lo que Tomás, en nombre de todos, le
pregunta adónde va y cuál es el camino del que habla. El
mismo es el camino por el que se llega al Padre. En la
persona de Jesús, en sus palabras y obras, se hace
presente en medio de los hombres el misterio de Dios, se
revela el Dios invisible (1, 1 s.; 3, 32; 8, 31 s.; 12, 45).
Pero la revelación de Dios en su Hijo encarnado no sólo
manifiesta lo que Dios es y quiere ser para los hombres,
sino que además da vida a cuantos la aceptan con fe. Por
eso Jesús es el Camino para encontrar al Padre, la Verdad
en la que Dios se manifiesta y la Vida misma que Dios nos
da. De todo esto ya había hablado Jesús a sus discípulos
mediante la "comparación" de la puerta que se abre a las
ovejas para que tengan vida abundante (10, 9).

Jesús es más que un camino, es el Camino, absolutamente


hablando y, por consiguiente, es también Dios, uno con el
Padre. De suerte que los discípulos, al conocer a Jesús,
conocen ya al Padre. Posiblemente Felipe le pide algo así
como una manifestación de Dios ante sus propios ojos,
semejante a lo que ha leído en las Escrituras (Ex 24, 10;
33, 18-34, 35; Is 6; Ez 1; etc). Piensa que sólo así saldrá
del sentimiento de inseguridad y abandono en el que se
encuentra ante la despedida de Jesús.
Jesús le indica que él se mueve todos los días en una
relación mucho más inmediata con el Padre de lo que era
posible en aquellas manifestaciones y visiones
momentáneas, Felipe, como los otros discípulos que le
siguen, vive en un trato familiar con Jesús y por lo tanto
con el Padre.

Sin embargo, esta visión del Padre no es posible sin la fe.


Dios no sólo se manifiesta, sino que también se oculta en
la naturaleza humana de Jesús. Es preciso aceptar la fe
con todas sus consecuencias para experimentar el gozo de
esta comunicación con Dios en Cristo y por Cristo. Las
palabras y las obras de Jesús son el testimonio en el que
se funda esa fe, pues son también palabras y obras del
Padre.

11.

Contexto. El evangelio de hoy se enmarca en la situación


motivada por la marcha de Judas (Jn. 13, 30). Esta
marcha expresa simbólicamente la muerte de Jesús cfr.
Jn. 13, 31. La muerte como glorificación; recuérdese lo
escrito el quinto domingo de cuaresma comentando el
relato de la resurrección de Lázaro). Leída, pues, a nivel
de significado (lectura de Juan), la marcha de Judas
enfrenta a los discípulos (=los cristianos) con una
situación nueva, derivada de la desaparición de Jesús (cfr.
Jn. 13, 33). ¿Qué será de los discípulos en esta situación?
¿Cuál es su función? A estas preguntas responde el
evangelio de hoy, que ha sido acertadamente calificado
como "exhortación ante la desaparición del Maestro" (M. J.
Lagrange).

Texto y sentido. Doble ruego de Jesús a sus discípulos (v.


1) y fundamentación del mismo (vs. 2-11). La fórmula
solemne del versículo 12 introduce una nueva perspectiva,
centrada en el papel de los discípulos como continuadores
de la obra de Jesús. El esquema formal nos lleva a
distinguir, pues, dos partes. Pero este modo de hablar
resulta tremendamente pobre e inexacto, dada la situación
crítica que viven los personajes. Por eso, más que de
partes hay que hablar de vivencias.

Versículos 1-11 o invitación al consuelo y a la confianza.


Estos versículos sólo los podrá "entender" quien haya
vivido la experiencia del desconsuelo y del abandono por
la pérdida de un ser querido. Esta experiencia constituye
el presupuesto hermenéutico necesario para captar el
sentido de este texto.

Ante el desconsuelo que su muerte desencadena en los


discípulos (v. 1a), Jesús les habla de un reencuentro en la
casa del Padre, de un volverse a ver, de un camino que
lleva a ese reencuentro (vs. 2-4). A la hora de interpelar
los vs. 2-4 hay que evitar el peligro de la racionalización.
Racionalizar o de estancias diferenciadas. Otro ejemplo:
preguntarse cuándo tiene lugar la vuelta de Jesús
(manifestación solemne de la Parusía; cuando uno
muere). El v. 3 no dice nada de esto; simplemente está
usando unas imágenes, poniendo una comparación. Todo,
para decir lo único que en una situación así importa: me
voy, pero nos volveremos a ver.

El segundo ruego de Jesús es una invitación a la


confianza, a fiarse del Padre y de El (v. 1b). El desarrollo-
justificación de este ruego se realiza en forma de
preguntas y respuestas (vs.5-11). Las preguntas de los
discípulos aferran la dificultad que, en última instancia,
una tal invitación plantea: ¿Cómo saber que podemos
tener confianza? ¿Dónde está la base segura y la fuerza
motora de esa confianza? Frente a la mística gnóstica
contemporánea, preocupada por conocer la vía de la
inmortalidad, el itinerario a seguir en el otro mundo a
través de las esferas celestes, Juan propone la mística
realística de Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
El que cree en Jesús no tiene necesidad de ninguna otra
gnosis o doctrina de salvación; está ya seguro de llegar a
la meta y ya la está tocando desde ahora. Se trata, como
se ve, de la misma idea del domingo anterior ("Yo soy la
puerta"), pero desarrollada desde símbolos distintos.
Puerta y camino son metáforas; verdad y vida son
experiencias humanas.

Jesús es además el que revela al Padre. El nos ofrece la


garantía absoluta de que Dios existe y de que es Padre.
¡Precisamente la garantía que como humanos
necesitamos! Versículo 12. A la invitación al consuelo y a
la confianza sigue ahora la invitación a la acción. En
ausencia de Jesús, los discípulos deben desempeñar entre
los hombres el mismo papel que Jesús ha desempeñado
entre ellos. La fe de los discípulos no es un término, sino
un punto de partida. Y un punto de partida con unas
repercusiones mayores que las de Jesús, porque la
actuación de los discípulos no estará limitada al estrecho
marco judío, como fue el caso de Jesús. Los discípulos
deberán ser para los demás hombres testimonio de
consuelo y testimonio de confianza en el Padre y en Jesús;
deberán ofrecer la garantía de que Dios existe y de que es
Padre. ¡Precisamente la garantía que como humanos están
necesitando!

12. FE/CREER:

Según la concepción veterotestamentaria y judía, la fe es


un apoyarse del hombre en el fundamento vital divino,
que le confiere vida y existencia; un entregarse sin
reservas y confiado en la promesa, bondad y lealtad de
Dios. Justamente en este sentido no es posible creer en
todo. Más aún no se puede creer absolutamente en nada
del mundo, sino sólo en Dios, porque solo él responde al
anhelo de una fidelidad incondicional. En Juan el concepto
"creer" tiene ya detrás de sí una historia cristiana, y ha
experimentado por lo mismo una ampliación importante.
Ahora la fe no se dirige tan sólo a Dios, sino también a la
persona de Jesús. Para el cristianismo primitivo Jesucristo
está tan estrechamente vinculado a Dios que él mismo se
ha convertido en el "objeto de la fe". La fe en Dios aparece
mediatizada por Jesús; es Jesús quien ha pasado a ser el
fiador de la fe. Y, a la inversa, la fe en Dios se ha hecho
fundamento de la fe en Jesús, de tal modo que, según
Juan, fe en Dios y fe en Jesús constituyen una unidad
indestructible.

/Jn/14/02: "El que quiera servirme que me siga; y donde


yo esté, allí estará también mi servidor" (12,26). Ahora
bien, el camino que Jesús recorre es el camino del Hijo del
hombre, que a través del mundo, pasando por la cruz y
resurrección, conduce hasta el Padre. Justamente ese
camino es el que ahora se impone como obligatorio
también para los discípulos; pues, pertenecer a Jesús
equivale a estar con él, por fe y amor, en una especie de
comunidad de destino. En la casa de Dios, del Padre, hay
"muchas moradas". O, formulado de una manera
abstracta: en Dios encontrará cada uno su plena
posibilidad de amor, la felicidad eterna acomodada a su
propia capacidad; nadie tiene, pues, que preocuparse de
que no vaya a haber para él ninguna posibilidad, ninguna
consumación. Como quiera que sea, allí ya no imperará
ninguna "necesidad de vivienda". La partida de Jesús -así
lo ve Juan- tiene el significado de que él es en cierto modo
el aposentador celestial que prepara la vivienda a sus
amigos. Con ello, sin embargo, va aneja la idea de que
para los hombres no hay otra posibilidad de llegar a Dios
si no es por Jesús, que nos lo revela. Su camino es el
camino modélico del hombre hasta Dios. (...)

Jesucristo representa la respuesta definitiva a la cuestión


planteada en los símbolos religiosos; es el cumplimiento
del anhelo religioso de la humanidad, tanto por lo que
respecta a la esperanza judía de salvación como al anhelo
religioso de los gentiles. En Jesús se encarnan los valores
e ideales supremos de la vida. En las metáforas aflora una
y otra vez como concepto fundamental la idea de vida, de
vida eterna. Jesús es el revelador que comunica al hombre
la verdadera y eterna vida divina.
J/SALVADOR-UNICO: De ahí deriva una doble relación.
Ante todo, la de que Jesús de Nazaret, como personaje
humano e histórico, es el revelador de Dios y el portador
escatológico de la salvación; ése es el supuesto básico del
mensaje soteriológico de Juan, como de todo el
cristianismo primitivo. Eso significa, por una parte, que
desde ese fundamento se contemplan críticamente todas
las demás expectativas de salvación sin que puedan
asegurar la salvación que prometen. Por otra parte, sin
embargo, aflora una visión positiva de las religiones, que
se puede formular poco más o menos así: con sus diversas
formas de interpretar la existencia, las religiones son la
expresión más profunda y vigorosa del deseo humano de
salvación. Ese anhelo de salvación, el afán religioso no es
una ilusión, sino una verdad humana existencial, que cada
uno puede experimentar en sí mismo. En Jesucristo y en el
Dios del amor universal a los hombres, al que Jesús llama
Padre suyo, encuentra ese anhelo su consumación
insuperable. Lo que se dice explícitamente del Antiguo
Testamento, a saber, que ha de entenderse como una
promesa de Cristo, cabe decirlo también analógicamente
de todas las religiones. En la fe cristiana están sublimadas
las religiones en el doble sentido hegeliano de la palabra:
en ella se realizan y consuman.

JESUS/CAMINO: El hombre -y así lo hemos dicho en


conexión con el versículo 5 -pregunta por el camino, el
camino de la vida o el camino de la salvación, y
consiguientemente por el sentido y finalidad de su propia
existencia. Las religiones intentan, por su parte, dar una
respuesta a esa pregunta acerca del camino. Aquí dice
Jesús de sí mismo: Yo soy el camino. Lo cual significa de
primeras, frente a todos los otros caminos, que Jesús
personalmente es el camino salvífico del hombre hacia
Dios, al lado del cual para la fe no cuentan para nada ni el
camino soteriológico judío de la piedad nomista (la tora) ni
el gnóstico de un conocimiento puramente interno de la
salvación.
Pero la palabra dice aún más. Y así lo expresa R.
Bultmann: "Al designarse Jesús a sí mismo como el
camino, queda claro: 1. que para los discípulos las cosas
discurren de distinto modo que para él; Jesús no necesita
para sí ningún camino en el sentido que lo precisan los
discípulos; más bien es él el camino para ellos; 2. que
camino y meta no pueden separarse en el sentido que lo
hace el pensamiento mitológico". En el encuentro con el
revelador Jesús está la salvación del hombre. Respecto de
Jesús el concepto "camino" abraza toda su historia, es
decir, su actividad terrestre, su muerte y resurrección. Y
todavía un paso más: su camino desde la preexistencia
celeste hasta el mundo y de nuevo su retorno al Padre, su
venida desde Dios y su ida a él. El hombre tiene ya un
camino hacia Dios, porque en Jesús es Dios quien
personalmente ha venido hasta el hombre, abriéndole así
el camino. Con la revelación de Dios en Jesús queda
resuelto el problema del hombre acerca del camino.

Simultáneamente late ahí también una referencia a la fe:


si Jesús en persona es el camino, también la fe en cuanto
respuesta humana a la revelación hay que entenderla ya
como camino. La fe es asimismo algo vivo y dinámico, un
movimiento que se adueña de la vida del hombre y la
convierte en una "marcha" permanentemente. Ahí entra
ciertamente la vinculación con Jesús, así como el buscarle
de continuo. Su persona no resulta jamás superflua para
la orientación de la fe, nunca queda superada.

JESUS/VERDAD: Para nosotros no es tan fácil de


comprender que Jesús se designe a sí mismo como la
verdad; no, desde luego, porque nosotros hayamos ligado
al concepto "verdad" unas representaciones muy distintas.
Así, por ejemplo, se entiende como verdad (1) el que uno
diga lo que piensa y quiere, la armonía entre pensamiento,
propósito y lenguaje, en oposición al engaño o mentira. O
bien (2) la concordancia de una idea o afirmación, o bien
de una doctrina, con la realidad, en oposición al error. Hoy
es frecuente sobre todo (3) entender la verdad como
introducción a la práctica recta; y, finalmente (4), se
entiende a menudo verdad en el sentido de que una
afirmación o teoría responda a las reglas de la razón, de la
lógica o de los métodos científicos. La verdad del presente
texto no se deja encasillar en ninguna de las concepciones
mentadas; buena prueba de que la idea de verdad es aquí
distinta de la que emplean el lenguaje cotidiano y la
ciencia. No se trata, por consiguiente, de que Jesús haya
dicho la verdad, ni de que en él concuerden pensamiento y
lenguaje, o incluso lenguaje y obrar, de que jamás haya
mentido. Aquí se trata ciertamente de la radical búsqueda
humana de la verdad como experiencia de sentido y
certeza. En esa dirección fundamental podría apuntar la
afirmación joánica.

Al tiempo hay que pensar también especialmente en la


idea veterotestamentaria de la verdad (heb. emet). El
término hebreo emet en sentido teológico expresa la
absoluta fidelidad de Dios en su obrar, en su revelación y
en sus mandamientos. Verdad significa la credibilidad
absoluta de Dios frente al hombre, de tal modo que éste
puede confiar incondicional- mente en la palabra de Dios,
en su promesa y lealtad. De esa fiabilidad, lealtad y
verdad de Dios puede vivir el hombre; ahí adquiere la
constancia y firmeza básica para su vida. El hombre, que
se confía a la palabra y revelación de Dios y que cuenta
con ella totalmente en la práctica, en cuanto que obra la
verdad con fe, participará en la verdad de Dios. En esa
concepción de la verdad, la visión y el obrar (teoría y
práctica), conocimiento y experiencia, están en íntima
relación.

Ahora bien, la afirmación central del evangelio de Juan


está en que esa verdad de Dios sale al encuentro del
hombre en Jesús; con él han venido la gracia y la verdad
(1,17). Esa verdad que sale al encuentro, que es objeto de
experiencia y que habla, es la que hace al hombre libre:
"Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois
verdaderamente discípulos míos: conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres" (/Jn/08/31). En contacto con
Jesús y su mensaje el hombre encuentra la verdad y
realidad liberadora de Dios: experimenta la verdad en
Jesús como salvación y como amor; puede ser de la
verdad. Cierto que esa verdad nunca se convierte en
posesión disponible. Lo decisivo para la fe es que la
verdad liberadora sólo se experimenta en el encuentro con
Jesús y su palabra; tiene que ser otorgada al hombre.
Pero en Jesús se nos da de hecho y de forma permanente.
De ahí que hable el deseo humano de la suprema verdad y
sentido de una manera insuperable.

JESUS/VIDA: Finalmente, por lo que hace al concepto de


vida, es difícil agotar el contenido transcendental de esa
palabra en el marco de la teología joánica. En conexión
con el pensamiento veterotestamentario y judío la vida (o
la vida eterna) se convierte en palabra clave para la
salvación; es decir, para todo aquello que la revelación
tiene que ofrecer al hombre. Si en la tradición sinóptica
esa palabra clave para la salvación es el concepto "reino
de Dios", en Juan lo es la palabra "vida". Para una
comprensión adecuada de la importancia que tiene esa
palabra podemos recurrir al concepto moderno "calidad de
vida". Según ese concepto, lo que le interesa al hombre no
es simplemente un mínimo existencial, como es el
disponer de alimento, vestido y vivienda, sino que para
una vida humana plena hay otras cosas, como la
participación en un cierto nivel de vida o en los bienes de
la cultura. La fe dice que ni siquiera eso basta, sino que la
vida humana sólo alcanza su plena consumación en la
comunión con Dios. Podemos calificar esa concepción
como una calidad de vida escatológica. Justamente eso es
lo que preocupa al cuarto evangelista: la lejanía de Dios,
como ausencia de sentido, de felicidad y alegría es lo que
constituye el problema más grave y la auténtica
enajenación de nuestra vida; mientras que la vida
verdadera, como podría ofrecerla la revelación, consiste en
que por Jesús se nos brinda la comunión divina. Jesús, el
Hijo del hombre, es el donador de vida escatológica. Por él
ha sido dada aquella posibilidad de vida, que supera toda
otra calidad. FE/INICIO/VE:
En Juan se suma como elemento decisivo el que esa vida
eterna no se entienda sólo como algo futuro que sólo se
nos otorgará en el futuro lejano o después de la muerte,
sino que la fe es el comienzo de esa vida eterna. Con la fe
el hombre alcanza ya, aquí y ahora, una nueva calidad de
vida escatológica. La fe es el paso decisivo "de la muerte a
la vida", porque es la participación del hombre en la
comunión divina que se le ha abierto por Jesús (cf. al
respecto 1Jn/01/01-04).

Dícele Felipe: "Señor, muéstranos al Padre..."


Objetivamente la súplica formula el deseo de una
contemplación de Dios. En ese deseo de contemplar
directamente la divinidad en toda su plenitud, se condensa
la quintaesencia de todo anhelo religioso, el anhelo de que
en el encuentro con Dios se nos abra el sentido del
universo. Pese a toda la diversidad de sus respuestas, las
religiones son las formas expresivas de un sentido último
definitivo y que ya no puede superarse. También la Biblia
conoce ese deseo del hombre de contemplar a Dios, pero
alude una y otra vez a sus limitaciones. A Moisés, que
dirige a Yahveh la súplica "Déjame contemplar tu gloria",
se le da la respuesta: "No puedes contemplar mi rostro,
pues ningún hombre que me ve puede seguir viviendo." Lo
más que puede otorgársele es que pueda contemplar "las
espaldas" de la gloria divina, pero nada más (cf. Ex 34,18-
23). También el evangelio de Juan mantiene esta
concepción de que ningún hombre ha visto a Dios ni puede
verle (1,18; 6,46; cf. 1Jn 4,12). Ese principio de la
invisibilidad de Dios por el hombre constituye
precisamente un supuesto básico de la teología joánica de
la revelación. Ciertamente que al hablar de Dios se tiene a
menudo la impresión de que ese principio básico ha
quedado en el olvido, pues de otro modo nos
encontraríamos hombres con mayor inteligencia que no se
contentan con la fe en Dios.

Según la concepción bíblica Dios se muestra sobre todo al


"oyente de la palabra". La respuesta de Jesús se mantiene
exactamente en ese cuadro. El reproche "Llevo tanto
tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe?",
remite al lector una vez más al trato con el Jesús histórico.
Conocer a Jesús equivale justamente a reconocerle como
el revelador de Dios. Sobre Jesús se pueden decir muchas
cosas. Cuando no se ha encontrado ese punto decisivo, es
que aún no se ha dado con el lugar justo para hablar de
Jesús, por seguir moviéndose siempre en preliminares y
cuestiones acusatorias. Todo trato con Jesús, el teológico
y el piadoso, así como el trato mundano con él, debe
siempre plantearse esta cuestión.

Ahora el lado positivo: "El que me ha visto a mí, ha visto


al Padre". En el encuentro con Jesús encuentra su objetivo
la búsqueda de Dios. Pues ése es el sentido de la fe en
Jesús: que en él se halla el misterio de lo que llamamos
Dios. Por lo demás, el "ver a Jesús", de que aquí se trata,
no es una visión física, sino la visión creyente. La fe tiene
su propia manera de ver, en que siempre debe ejercitarse
de nuevo. Pero lo que en definitiva llega a ver la fe en
Jesús es la presencia de Dios en este revelador. Y es
evidente que, así las cosas, huelga la súplica de
"¡Muéstranos al Padre"!

Se da ahora la razón de por qué la fe en Jesús puede ver


al Padre: "¿No crees que yo estoy en el Padre y que el
Padre está en mí?" Hallamos aquí una forma de lenguaje
típica de Juan (fórmula de inmanencia recíproca), para
indicar que Jesús está "en el Padre" y que el Padre está
"en Jesús". En esa fórmula, que no debe interpretarse mal
como una concepción espacial, se manifiesta la íntima
relación y comunión entre Dios y Jesús. Que Jesús "está
en el Padre" quiere decir que está condicionado en su
existencia y en su obrar por Dios, a quien él entiende
como su Padre; y, a la inversa, que Dios se revela a través
de la obra Jesús, hasta el punto de que "en Jesús" se hace
presente. Se comprende que la verdad de esta afirmación
sólo se manifiesta en la fe, y no en una especulación sobre
Dios que pueda separarse de la fe. Y que la fe pone al
hombre en una relación viva con Jesús y, justamente por
ello, en una relación viva con Dios, asegurando una
participación en la comunión divina. (...)

FE/SENTIDO: A la fe le incumbe siempre un problema de


sentido, no la cuestión del éxito externo o del progreso.
Pero si se dejase arrastrar hasta ahí, volvería a estar en
posición de poder alcanzar una nueva certeza. Ese sentido
no es posible demostrárselo a nadie; lo que sí se puede es
vivir del mismo y testificarlo vitalmente, y eso es lo que
importa en definitiva.

MAS-ALLA/MU: Sobre los v. 2-4: Con ello quedaría


también aclarado el problema del "más allá". Juan
responde de forma breve y rotunda a esta cuestión,
inquietante para muchos hombres: quien se orienta según
Jesús y en él ha encontrado la salvación, no tiene ya en
definitiva por qué seguir cavilando acerca del "más allá",
acerca de las "moradas" del cielo. A las preguntas de ¿qué
ocurre después de la muerte?, ¿concluye todo con la
muerte?, Juan da la respuesta siguiente: la realidad del
Dios del amor es mayor. Quien durante esta vida confía en
Dios, puede y debe mantener esa confianza. No caerá en
el vacío. Dios es el amor que abraza a todos los hombres,
todos los tiempos y la historia toda; y, por ende, también
nuestra pequeña vida que alcanza su verdadero significado
sobre el trasfondo de ese amor. Todos los caminos del
hombre acaban por desembocar ahí. Con esa idea se
puede vivir y morir. Tal vez sea importante decir que ¡con
eso solo se puede vivir! No es necesaria ninguna otra
respuesta, ni se necesita tampoco ninguna "geografía del
más allá".

13.

Jesús empieza a despedirse de sus discípulos, pero ¡qué


diferencia y qué distancia! Las palabras de Jesús son tan
bellas, tan profundas, que los discípulos no se enteran.
Sus preguntas manifiestan la diferencia de niveles en que
se encuentran. Jesús empieza la despedida tratando de
animarles. «No perdáis la calma». Una palabra que no
pierde actualidad y que nos ayuda a nosotros en tantas y
tantas ocasiones. Después les promete que no les dejará
solos, que se acordará siempre de ellos, que algún día
volverán a estar todos juntos. Pero ¿dónde? Las
respuestas de Jesús alcanzan una significación admirable
que nunca nos cansaremos de meditar. Nos revelan el
misterio personal de Jesús, su unión íntima con el Padre y
su misión salvadora para el hombre.

14.

Jesús anuncia que se va. La escena nos situa ante el


llamado discurso de despedida de Jesús a sus discípulos.
La escena empieza y acaba con una invitación de Jesús a
creer (14,1.11-12). Y en medio, encontramos: la
explicación del por qué Pedro ahora no puede ir a donde
va Jesús (14,2-3); el diálogo con Tomás sobre el camino
hacia la casa del Padre (14,4-6); y el diálogo con Felipe
sobre la identidad de Jesús (14,7-10), centrada en la
afirmación: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.

Antes Pedro ha expresado el deseo de seguir a Jesús hacia


el lugar a donde va o a donde vuelve (13,36-38); incluso
ha manifestado que está dispuesto a dar la vida por seguir
a Jesús. Pero Pedro sólo irá por la fe en Jesús resucitado.
Por eso, Jesús empieza con una llamada a la fe. Si ahora
los discípulos no pueden seguirle, han de continuar
apoyándose en su persona, tal como el creyente se apoya
en Dios: ¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por
mí? Espera en Dios" (Si 42,6.12; 43,5).

Jesús vuelve a la casa del Padre para prepararnos allí un


lugar. Y el lugar dispuesto no es tanto un espacio como
una existencia con Jesús en el Padre. Jesús nos dispone
una estancia junto al Padre. La fe muestra la casa del
Padre, el banquete festivo con el Padre, e invita a la vez,
aquí y ahora, a poner nuestra atención en Jesús, el camino
que lleva a él. El camino es una opción: Seguid el camino
que Yahvé vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis
felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a
tomar en posesión (Dt 5,33). Mira, yo pongo hoy ante ti
vida y felicidad, muerte y desgracia (Dt 30,15-19).

Jesús se presenta como el camino hacia el Padre. El salmo


43,3 afirma que sólo la luz y la verdad conducen al lugar
donde reside Dios. Jesús es la luz (ó,12; 9,5) y la verdad
(8,32; 18,37-38) que nos guía. Por eso, Jesús recuerda a
Tomás, y a todos, que hagamos nuestra su pregunta: si
creemos que él es la Verdad y la Vida, seguro que
hallaremos en él el camino que lleva al Padre, a quien él
retorna y donde ya está.

Jesús se presenta tan Dios como su Padre. Es aquí Felipe


quien nos ayuda a plantearnos la relación entre Jesús y el
Padre. Jesús es Dios hecho hombre, su humanidad es el
camino, la puerta hacia el Padre. Sólo seremos como Dios
si nos unimos a Jesús por la fe, que es amor. En efecto:
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. Hemos de creer
que Jesús está en el Padre y el Padre en él. La fe es clave
para poderlo percibir, vislumbrar o entrever.

Jesús satisface nuestra búsqueda de Dios, nuestra sed de


Dios. Si buscamos a Dios, miremos a Jesús. La búsqueda
de Dios es la búsqueda de todo creyente: Tiene mi alma
sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de
Dios? (Sal 42,3). ¡Ahora sí sabemos que ver a Jesús es ver
la faz de Dios!

SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Jn 14,1-12: Nadie nos podrá separar del Padre ni de


él
Será correcta, hermanos, la comprensión de las palabras
del santo evangelio, si se descubre su concordancia con
las anteriores, porque cuando es la Verdad quien habla
deben ir de acuerdo las precedentes con las siguientes.
Anteriormente había dicho el Señor: Y si yo me fuere y os
preparare lugar, volveré a vosotros para llevaros conmigo
a fin de que donde yo estoy, estéis también vosotros.
Después había añadido: Vosotros sabéis adonde voy, y
conocéis también el camino (Jn 14,3-4), palabras con las
que no indicó otra cosa, sino que le conocían a él. Ya
expliqué ayer, en la medida de mis posibilidades, qué es ir
por sí mismo a sí mismo, y la facultad que otorga también
a los discípulos de ir a él por él.

Respecto a estas palabras: Para que donde esté yo, estéis


también vosotros, ¿dónde habían de estar, sino en él? Por
donde se ve que también él está en sí mismo y que por
consiguiente, ellos estarán allí donde está él, esto es, en él
mismo; porque él es la vida eterna, en la que hemos de
estar cuando nos lleve consigo. Y esta vida eterna que es
él está en él mismo, a fin de que donde está él, estemos
nosotros también, es decir, en él. Pues así como el Padre
tiene la vida en sí mismo, y la vida que tiene no es otra
cosa que lo que es el que tiene esa vida, así también el
Hijo tiene la vida en sí mismo, siendo él mismo la vida,
que tiene en sí mismo.

¿Por ventura seremos nosotros vida, como es él, cuando


comencemos a estar en aquella vida, o sea en él?
Ciertamente no, porque él tiene la vida por razón de su
existencia y es lo que tiene; y como la vida está en él
mismo, él está en sí mismo; nosotros, en cambio, no
somos la vida misma, sino participantes de su vida. Y
nosotros estaremos allí, no de modo que podamos ser
nosotros lo que es él, sino de modo que sin ser nosotros la
vida, tengamos por vida a él mismo, que tiene vida por sí
mismo, por ser él la misma vida. Finalmente él es
inmutable por si mismo y está en el Padre de forma
inseparable. Pero nosotros, por haber querido estar en
nosotros mismos, hemos sido víctimas de una turbación
interior, según aquellas palabras: Se ha turbado mi alma
dentro de mí (Sal 41,7), y pasando a peor condición, ni
siquiera pudimos permanecer siendo lo que fuimos. Pero
permaneciendo en él, cuando por él vamos al Padre,
según él dice: Nadie viene al Padre, sino por mí, ya nadie
nos podrá separar del Padre, ni de él.

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