Leale, H. (2016). "Consumos de sustancias
psico-activas: Prevención crítica y
Reducción de Daños. Ficha de Cátedra de
Psicología Preventiva de la Facultad de
Psicología, UBA. Mimeo.
“Hablar de drogas es, ante todo, hablar de fabulosos
negocios” (Dr. Horacio Cattani)
EL PARADIGMA PROHIBICIONISTA. Drogas y control
social.
En los procesos de cambio social que condujeron a las
sociedades burguesas contemporáneas es posible puntuar
cambios significativos en las formas de control social. Se
produjo el paso de un tipo de control social en el que se
trató básicamente de asegurar la dominación de los
señores sobre los súbditos; a otro tipo, -ligado al desarrollo
del capitalismo-, a través del cual se trató de “hacer
ciudadanos productivos, pero que no cuestionen su lugar
subalterno en la sociedad” (Pavarini, 1983). El
funcionamiento de la libre empresa necesitaba garantizar
una cierta autonomía de los individuos: el contrato entre
individuos (teóricamente) iguales aparece como el
mecanismo básico de relación social. Era necesario que
todas aquellas masas desarraigadas que pululaban por
Europa participaran del consenso de que su nueva
situación de explotación fabril era lo más natural del
mundo. Ello implicaba que la coacción debía ser 'velada',
no podía aparecer como el elemento básico de control
social.
Hubo entonces, un proceso de transformación, o de
creación, de una serie de mecanismos e instituciones
tendientes a normatizar cada vez más aspectos de la vida
de los individuos (para conseguir aquel objetivo de lograr
individuos sumisos y productivos a la vez). Conceptos
difundidos, aprovechados, muchas veces reelaborados
desde unas posiciones de clase, etnia, género y/o edad
dominantes, como podrían ser los de 'vandalismo juvenil',
'locura', 'prostitución', 'drogadicción' o 'inmigración', se
hacen circular con la función de afianzar una conformidad
con las actuaciones de las agencias de control social
formal. Es la 'imposición' de consensos sobre la base de
una determinada moral, de una cierta cohesión ética y de
la apelación a una pretendida mayoría ciudadana, lo que
garantiza el éxito de estas agencias.
Este mecanismo ha implicado (implica) la definición de
ciertas áreas de la realidad social como problemas
sociales, y no de otras; incluso con independencia de lo
que se aprecie a través de indicadores tan consensuados
de problematicidad como pueden ser los índices de
mortalidad o de morbilidad. Lo cual nos ilustra, además,
del “carácter político de dichos problemas sociales,
precisamente porque se basan en la censura moral de
ciertas categorías” (Baratta, 1987). Es decir, siempre es
posible resaltar o invisibilizar problemas.
Así, "el problema de la droga" ha llegado a ser definido
como uno de los primeros problemas mundiales, cuando, -
si nos atenemos a los índices de morbimortalidad-, la
comparación de sus efectos negativos con los de la
pobreza infraestructural, la persistencia de las formas de
explotación humana más brutales, las guerras y/o la
violencia política o sexual, el saqueo sistemático de
amplias zonas naturales (población incluída!), la
siniestralidad laboral o los accidentes de tránsito, -para
poner sólo algunos ejemplos-, situaría los problemas
relacionados con las drogas en las posiciones más bajas
de las tablas estadísticas. Es verdad que ciertos usos de
algunas sustancias se han entramado con algunos de los
problemas citados, en gran parte a causa del mismo
sistema de control existente. El “problema de la droga” -
así, en singular-, es un caso típico de creación de un
problema social. El empleo del sustantivo 'droga' (en
singular), opera como un condensador de sentidos
múltiples con tanta fuerza de evidencia que no se hace
necesario argumentar ni dar explicaciones de ningún tipo;
'la droga' explica un asesinato, una violación, un robo, un
suicidio. Tamaño poder explicativo cierra (clausura) la
posibilidad de pensamiento y justificaría las acciones que
se realizaren 'contra' ella. La demonización de las
sustancias las convierte, de objetos inanimados -meros
productos químicos-, en sujetos; y sujetos de alta
peligrosidad, por lo cual es imperativo prohibirlas.
El paradigma básico sobre el cual se construyó “el
problema de la droga” fue el del prohibicionismo, esto
implica la fiscalización de determinadas sustancias;
aquellas que recibían la denominación de 'drogas', y de las
que se prohibía su cultivo, comercialización y consumo.
Una gran mayoría de países del mundo, presionados
básicamente por los Estados Unidos desde inicios del siglo
XX, acabaron firmando el Convenio Único de
Estupefacientes de 1961, en Viena; y una serie de
convenios internacionales subsiguientes, que configuran la
política que denominamos como "prohibicionista". El eje
central de dicho paradigma -tutelar-, será 'la protección del
débil'. El prohibicionismo supone una otra cara
invisibilizada, la económica. En las sustancias ilegales,
precisamente la ilegalidad es condición de fijación del
precio; con lo que quedan firmemente soldadas la
dimensión del lucro y la del control social, ambas sirviendo
sinérgicamente a poderes económicos.
¿Cuál ha sido el resultado de las consignas totales:
“Guerra a las drogas”, “Drogas Cero para el año 2008”,
nuestra consigna nacional: “Sol sin Drogas” y otras
semejantes?. Ninguna de las metas y objetivos que se ha
planteado la Comisión de Estupefacientes de la ONU, se
han cumplido. El consumo y tráfico de drogas ilícitas y
sustancias psicotrópicas no se ha reducido en lo
sustancial, y en muchos lugares del mundo, incluso ha
aumentado considerablemente.
La “guerra contra las drogas” ha significado un elevado
gasto de recursos públicos y consecuencias no deseadas
en la salud, la política y la cultura; y ha fracasado
rotundamente. Sería propicio que quienes la promovieron
pudiesen reflexionar sobre la dilapidación de recursos
públicos que supone el plantearse objetivos irrealizables y
programas preventivos mal formulados. Resulta
demasiado evidente el contraste entre la persistencia en
los mismos objetivos prohibicionistas año tras año, con sus
presupuestos cada vez más millonarios dedicados
fundamentalmente a la represión (policial y/o militar), y los
datos ofrecidos por los propios organismos oficiales, de
aumento del consumo global de drogas (a pesar de las
oscilaciones de una u otra) y de problemas sociosanitarios
asociados. Algunos sostienen que el prohibicionismo 'crea'
el mercado, habría que ver que sucedería de no existir
prohibición, sin embargo no hay dudas que en estas
condiciones actuales, el mercado de drogas se mantiene
fuerte y en crecimiento.
Los consumidores de sustancias son, desde esta
perspectiva, delincuentes, -ya que tienen en su poder
sustancias ilegales-, o en el 'mejor de los casos', enfermos
(adictos/toxicómanos). En cualquiera de los dos casos, sus
derechos serán objeto de cercenamiento. Podrán recibir
condenas del sistema punitivo (en nuestro país, lo referido
a 'drogas' es considerado delito federal); o ser forzados a
'declararse enfermos' para recibir un tratamiento
compulsivo -una internación forzosa-. Es decir, que a los
propios sufrimientos que provocan ciertos consumos, se
agregan los estigmas sociales que conlleva el estar al
margen de la ley. La cuestión central para el paradigma
prohibicionista es la reducción del uso de drogas; aún
cuando esto produzca un aumento en la cantidad de
muertes de usuarios de drogas, por al menos dos motivos:
a) las sustancias ilegales no pueden tener ningún tipo de
control de las agencias estatales encargadas de verificar la
composición química, y b) la criminalidad asociada. Cabe
incluir que la mirada se ha focalizado en algunas drogas; y
las políticas públicas y estrategias de prevención del abuso
de alcohol y de psicofármacos (con y sin prescripción
médica) son escasas y poco eficaces, siendo estos
consumos de mayores dimensiones y consecuencias
sociales y sanitarias.
Es imprescindible señalar que las políticas públicas no han
sido capaces de proteger los derechos humanos y la
dignidad de todas las personas usuarias de sustancias
psicoactivas, expuestas a la exclusión social y persecución
penal, con una subsiguiente clandestinización,
obstaculizando que los dispositivos de salud los acojan. A
pesar de todas las críticas que se le han venido haciendo,
desde sus inicios, al paradigma de prohibición; la
judicialización (con un consecuente accionar de las fuerzas
de seguridad) se instaló y aún se mantiene como la
principal estrategia de abordaje de la cuestión drogas1. Las
1
Sin ir más lejos, en la campaña electoral del año
perspectivas críticas plantearon desde entonces el modo
en que la persecución penal determinaba la exclusión y la
marginalización social, incrementando un sufrimiento, ya
presente en la mayor parte de los usuarios. Andreas
Saurer explicitaba en 1992 una posición semejante, y
proponía la despenalización como una opción que
permitiría; por un lado enfrentar decididamente las
organizaciones de narcotráfico, y por otro lado acercar a
los usuarios a los dispositivos de salud contribuyendo
además a modificar la representación social que los
estigmatiza como peligrosos delincuentes. Escribía
también sobre la necesidad de inventar dispositivos
flexibles que puedan tener cercanía territorial y espacial
con los usuarios, y relataba las experiencias que se
desarrollaban en Suiza, su país.
OTRA PERSPECTIVA PARA LA CUESTIÓN
“Si uno quiere encontrar a una persona,
tiene que ir a buscarla adonde esa persona está.”(A.
Dolina)
Desde el mismo inicio de las acciones sostenidas en el
paradigma prohibicionista, comenzaron a escucharse
(aisladas) voces críticas, y a desarrollarse unos otros
dispositivos de abordaje sostenidos en un paradigma
opuesto, intentando maneras más humanas de abordar los
problemas relacionados con las sustancias psicoactivas.
Sostenían esas voces críticas, que quienes consumen no
son enemigos/as a los que debe aniquilar, sino personas
que tienen derechos. El punto de partida era reducir la
cantidad de muertes producidas por el consumo, aún
cuando esto estuviese acompañado por un aumento en el
consumo de sustancias. Esta perspectiva de derechos,
denominada de Reducción de Daños, que reconoce los
derechos asistenciales, sociales, médicos de los usuarios
y las usuarias de sustancias, sin condicionarlos a la
abstinencia, no constituye en rigor una política social
nueva. Se considera que sus principios fueron
establecidos en 1926 en Gran Bretaña, por el Comité
Rolleston, que recomendó a los médicos prescribir
drogas -con un criterio empírico very british- en aquellos
casos en que el consumo aparecía como necesario para
que un/a usuario/a pudiera llevar adelante sus tareas
cotidianas. La reducción de daños, reconoce los derechos
asistenciales, sociales, médicos de los usuarios y las
usuarias de drogas sin condicionarlos a la abstinencia.
El concepto de reducción de daños empezó a utilizarse a
fines de los años 80 en la provincia de Merseyside
2015 “el narcotráfico” fue convertido en una consigna
central por los principales candidatos; llegando incluso a
proponer la militarización de la cuestión. Aparecía
descarnadamente la dimensión de control social que el
problema “drogas” supone desde su aparición como
'problema'. Control social que se articula con la dimensión
económica de este fabuloso negocio.
(Inglaterra) en respuesta a dos factores principales: 1) el
problema de la infección por VIH entre usuarios de drogas
inyectables, y 2) la sospecha creciente de que las
estrategias adoptadas hasta el momento no habían
mejorado la situación y, en algunos casos, habían tenido el
efecto no deseado de aumentar los daños asociados a las
drogas. También participaban de estas acciones en salud
dispositivos en Ámsterdam y Rotterdam hacia la primera
mitad de los años '80, a través de los Junkiebond,
asociación de usuarios de opiáceos, y en Zurich con la
experiencia de las “fixeraüme” (lugares fijos). En todos los
casos, la iniciativa y la participación de los usuarios de
drogas, así como su aceptación como interlocutores
válidos por las instituciones, son datos cruciales.
¿A qué se denomina reducción de daños? La reducción de
daños –también conocida como reducción del riesgo o
minimización de los daños- es una política social que tiene
como objetivos prioritarios: disminuir los efectos negativos
del uso de drogas; disminuir la morbilidad y mortalidad;
prevenir las enfermedades transmisibles; favorecer la
accesibilidad a los servicios asistenciales y mejorar la
calidad de vida de los usuarios de drogas. Partiendo de
una evaluación epidemiológica, el Consejo Británico que
evaluaba la cuestión drogas, planteó ya en 1988 que “para
la salud individual y para la salud pública la transmisión del
VIH es un peligro mayor que el abuso de drogas”.
Los programas de reducción de daños no pretenden la
abstinencia en el consumo de sustancias, (exigencia
presente en todos los programas apoyados en el
paradigma prohibicionista), sino que tratan de reducir las
consecuencias que éste provoca, admitiendo la dificultad
que muchas personas presentan para suspender el
consumo. Incluso aún si una persona no desea suspender
su consumo de drogas, se trata de ayudarla a reducir los
daños que puede causarse o causar a otros. Los
programas no procuran reemplazar los servicios dirigidos a
sostener la abstinencia, cuando esta aparece como un
deseo o una necesidad del usuario, sino que son un
complemento indispensable.
La reducción de daños puede ser vista como un objetivo
(reducción de múltiples daños asociados al consumo) o
como una estrategia (un abordaje especifico que hace foco
en las consecuencias negativas del consumo más que en
el nivel del uso), que permite ampliar la variedad de
tácticas de las intervenciones y adaptar los servicios a las
necesidades de los usuarios. Propicia un abordaje integral,
al asociar asistencia y prevención en acciones complejas
de salud; ya que las intervenciones exceden el marco
biomédico o psicológico proponiendo una centralidad ética,
política y de derechos en integración social. Como
estrategia de intervención promueve redes socio-sanitarias
de referencia que faciliten el acceso a la atención integral
de los usuarios y la ampliación de la oferta. Trabaja en la
promoción de políticas públicas de drogas que no
criminalicen, sino que por el contrario implementen
dispositivos sanitarios y sociales de proximidad con la
población usuaria, garantizando en los hechos el acceso a
la salud y a los diversos programas sociales, educativos y
de reducción de daños; que puedan producir un pronto
impacto ante los problemas del del consumo de sustancias
legales e ilegales; y cambios en los servicios de atención
generando recursos abiertos, amigables y no
censuradores.
FUNDAMENTOS ÉTICOS Y EPISTEMOLÓGICOS
Desde una perspectiva de prevención crítica, una
intervención socio-sanitaria debe respetar y tomar en
cuenta la visión del mundo que tiene la población con
quien se trabaja. Hay sobrados ejemplos de cómo la
eficacia del chamán o del terapeuta, tanto en sociedades
tradicionales como en las industriales, depende en buena
medida de que comparta el mismo mundo simbólico de la
persona que va a asistir. Precisamente nos encontramos a
menudo que la ausencia de estos "mundos compartidos"
dificulta tanto las relaciones profesional-paciente como el
desarrollo de los grandes programas socio-sanitarios. Por
eso debemos tener presente que la intervención no es solo
un asunto técnico, sino un conjunto de técnicas, rituales
aplicados y procesos de movilización que se enmarcan en
una determinada visión del mundo con sus
correspondientes sistemas. En el trabajo con sectores
estigmatizados, implica asumir una posición clara contra la
exclusión social y la decisión de ir al encuentro de los
usuarios más marginalizados.
Consideremos un ejemplo cercano a nosotros; a fines de
la década de los '80, en plena explosión epidémica del
VIH, la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) tomó en
sus manos una campaña de prevención. En el mismo
momento en que algún integrante de la cúpula de la iglesia
católica proponía, como medida de prevención el “traslado
de los homosexuales a un lugar apartado, por ejemplo una
isla”, la CHA comenzó una actividad de difusión del uso del
preservativo. 'Estar de acuerdo con la visión del mundo
con quien se trabaja', implicó aquí tomar de manera
desinhibida y hasta provocativa, las prácticas reales y las
creencias del 'mundo gay'; y proponer sobre ellas, modos
creativos de uso del preservativo. [“Es necesario erotizar el
forro”, decían dirigentes de la organización, asumiendo
que la palabra forro tenía una carga peyorativa que hacía
obstáculo para su utilización].
Cuando tenemos un lenguaje común, cuando manejamos
las mismas significaciones, y especialmente cuando el
mensaje es co-construido, es posible hacerle llegar al otro
una información que le sirva; esto quiere decir una
información de la cual pueda apropiarse y que pueda usar
para su cuidado. En la experiencia relatada fue: “hacé con
tu sexualidad lo que quieras, pero con preservativo”, una
apelación a la autonomía y a la libertad de aquél/aquella a
quien se quería llegar. Un mensaje de esta naturaleza le
reconoce al receptor, no sólo capacidad de decisión sino
también inteligencia; no emana de una autoridad superior
dirigida a 'inferiores', 'ignorantes' o 'sub-humanos'. Esta
campaña tuvo un notable éxito en frenar la expansión de la
epidemia en la población homosexual; constituye un
ejemplo de lo que ocurre cuando una población
concernida, con recursos como para hacerlo, toma en sus
manos el desarrollo de acciones.
Las políticas de reducción de daños y riesgos, desde sus
orígenes, han tenido como una de sus características
principales, la de la participación de los usuarios en la
gestión de sus propios problemas; reconocerlos como
interlocutores válidos en la discusión de las políticas
públicas que afectan a las drogas permitió el desarrollo de
este tipo de políticas que, obviando los grandes discursos
moralistas, se centraron en objetivos muy concretos: el
abatimiento significativo de la mortalidad; y la contención,
también significativa, de las morbilidades relacionadas con
el VIH-Sida y otras infecciones. Además, les dieron un
lugar diferente, tanto al usuario como a sus familiares, lo
hicieron visible socialmente como sujeto activo (y no como
mero apéndice de las instituciones profesionales, donde
poco tenía que decidir) al lado de los profesionales. Este
posicionamiento diferente les ha permitido a los sectores
más marginalizados, -más "de la calle"- recuperar una
cosa tan intangible como básica en la vida de las
personas, que es la dignidad; en relación a sus carreras
toxicómanas. Las múltiples experiencias que se
desarrollan desde esta perspectiva constituyen ejemplos
de lo que se denomina epidemiología comunitaria, es
decir, hacer epidemiología no SOBRE un grupo o
ALREDEDOR de un grupo, sino CON ese mismo grupo. Y
se apoyan en la participación de los usuarios de drogas,
asociándolos en forma participativa a la mayor parte de
acciones, recogiendo sus iniciativas, tomándolos como
interlocutores válidos, ya que sus saberes tanto sobre las
prácticas reales como sobre las creencias de sus grupos
de pertenencia son indispensables. Esta participación, que
los convierte en nuevos integrantes de los equipos de
salud, contribuye en forma decisiva para la modificación de
la autoestima y de las representaciones de sí mismos, así
como de las representaciones sociales que los
estigmatizan y marginan.
Aunque 'homosexualidad' y 'drogadicción' se junten en los
imaginarios construidos por el control social, las
situaciones no son comparables. Es claro que en lo que
concierne a poblaciones de consumidores no hay un
elemento identitario tan fuerte, ni tampoco la idea de
pertenencia a una 'comunidad', o a una minoría; salvo en
las expresiones micro-sociales del barrio o del lugar en el
cual de reunión. Sin embargo, es preciso consignar que en
los últimos años, la 'cultura cannábica' ha aparecido, en la
confluencia del trabajo de algunos medios gráficos y de
organizaciones de cultivadores, como un actor social que
sin dudas tendrá que ser tomado. Nuevamente el hecho de
que los ciudadanos que comparten un punto se vista se
agrupen y se organicen, que se propongan hacer visible
una cuestión, que cuestionen la ley vigente y propongan
modificaciones y alternativas, motoriza debates sociales en
el sentido de la discusión y profundización de derechos.
Ir a buscar al otro en el lugar en el que éste se encuentra,
es otra manera de nombrar aquello que Sopransi
puntualiza en Criticidad y Relación (2011). Ello implica
aceptar plenamente la pluralidad sociocultural existente en
nuestro mundo para trabajar a partir de ella; pero
enfrentamos circunstancias arbitrarias, en las que un
consumidor de alcohol está sometido a controles muy
distintos (cuando lo está) a un consumidor de sustancias
ilegales, que por simple posesión puede ser sometido a
prisión. En tal escenario el margen de discusión, y por
ende de negociación, así como la credibilidad de muchos
discursos, se vuelve muy estrecho. El abordaje de
reducción de daños no está solamente disponible para las
drogas ilegales. También es útil para los consumos de
todas las sustancias psicoactivas: tabaco, alcoholes, psico-
fármacos, drogas de diseño, otras. Por ejemplo, en las
fiestas multitudinarias de música electrónica, informar a
todos los participantes acerca de la necesidad de
mantener el nivel de hidratación corporal y además
procurar que haya abundante agua en lugares de libre
disponibilidad constituyen medidas de reducción de daños.
Otro ejemplo, en relación con el consumo de alcohol, es la
elección de un 'conductor designado', y la ingesta de agua
para compensar la deshidratación que provocan los
alcoholes en el organismo. Es importante subrayar que los
beneficios no son solamente para los usuarios/as o sus
familias, sino que llegan a toda la comunidad.
En esta perspectiva que abarca a la comunidad en su
conjunto, aparece la necesidad de generar consenso
comunitario para sostener estas políticas. Las políticas de
reducción de daños confrontan con las representaciones
sociales que sostienen el paradigma prohibicionista. Las
ideas de 'peligrosidad', 'degeneración o desviación moral',
y de 'temor al contagio' han funcionado generando la
exclusión y marginación social de los consumidores. De
allí que cualquier acción que se proponga tendrá mayor
profundidad y alcance si es desarrollada en forma conjunta
por los equipos de trabajo en salud, los consumidores, las
agencias del estado concernidas, y las
organizaciones/instituciones de la sociedad civil que
puedan sumarse. En todos los lugares en que se
comenzaron estas acciones, la comunidad fue mutando
lentamente: de considerarlos sujetos peligrosos a quienes
habia que mantener a distancia de los sectores sanos, a
mirarlos con una mirada más incluyente, (“o al menos, más
indulgente, más compasiva”, A. Wodak). Una
consideración que ha llegado en algunos lugares a
producir el cambio de una definición de “usuarios de
drogas” a otra de “ciudadanos que consumen drogas”.
La combinación de medidas que se ha podido ofrecer, (en
Gran Bretaña, Holanda, España, Francia, y otros) en torno
al establecimiento de centros de acogida de "baja
exigencia": intercambio de jeringas, acceso a
preservativos, a curas inmediatas, a ducharse, lavar la
ropa y comer algo, a hablar -con profesionales o con
pares- en un contexto tranquilo, etc., redundaron en una
mejora de la calidad de vida del sujeto -además de en un
descenso de la conflictividad callejera- en la que la
recuperación de la autoestima es un elemento clave, tanto
para vivir en mejores condiciones la vida que viven, como
para basar en ella posibles vías de salida a su situación.
PERSPECTIVAS Y OPINIONES CRITICAS
Una política de reducción de daños coherente debe poder
implicar un reconocimiento de los usuarios como
ciudadanos de pleno derecho, con los que habrá que tener
una relación fluída que permita conocer sus necesidades y
negociar una serie de medidas sociales; o un
reconocimiento de la necesidad de adquirir una "cultura
positiva de las drogas", que contribuya a minimizar sus
aspectos riesgosos para el conjunto de la población
implicada. Ambos aspectos, entre otros que se podrían
citar, chocan de manera más o menos frontal con todo un
conjunto de leyes que niegan la posibilidad legal del
consumo; lo que significa orientarlo hacia los ámbitos
delincuenciales y del llamado mercado negro, con todo lo
que esto supone de riesgos añadidos. Todos los equipos
de trabajo y quienes han producido conocimiento acerca
de poblaciones y consumos, plantean que, en forma
inevitable, aparece la cuestión del estatuto legal de las
sustancias. Y todos proponen abrir un necesario debate
acerca de las sustancias, que será en el fondo, discutir
acerca de lo que estamos dispuestos a aceptar, de sus
formas de gestión, etc. No ignoramos que los aspectos
técnico-profesionales, por más que sean centrales en
nuestro tipo de sociedades contemporáneas, forman parte
de procesos ideológicos más generales en los que la
manipulación simbólica implicada tiene que ver con la
confrontación entre distintas formas de ver el mundo y, por
lo tanto, con los posicionamientos inherentes a las
relaciones de poder. Es en este sentido que las políticas
de reducción de daños constituyen un campo de lucha
ideológica en el que se dirimen distintas alternativas de
control social. Procurar la desestigmatización de "la droga"
(con su despenalización, como un paso clave de la
misma), y en definitiva, la 'normalización de las drogas', en
el sentido de considerarlas como un elemento más de
nuestra vida social, y por lo tanto manejables por parte de
los diversos implicados; a diferencia de lo que ha
prevalecido hasta ahora en que una visión tremendista del
asunto por una parte ha bloqueado las capacidades
personales y colectivas de muchos de ellos, y ha
favorecido, al mismo tiempo, la banalización de algunas de
sus consecuencias, tanto en el caso de algunas drogas
legales como ilegales.
Las drogas, -nos guste o no nos guste-, van a continuar
estando aquí, y es mejor conocerlas y controlarlas a partir
de los intereses generales de la sociedad, (es decir, de
forma democrática y participativa), que continuar con el
actual "descontrol salvaje" propiciado por la prohibición,
que sólo beneficia a unas minorías (productores,
traficantes y funcionarios conexos sobornados) y resulta,
además de inútil para los fines propuestos,
contraproducente para la salud pública de las poblaciones
y la salud democrática de las sociedades.
Algunas posiciones teóricas en el campo de la psicología
critican las políticas de reducción de daños ya que le
asignan una función de “sostenedoras del síntoma
adictivo”, porque ponen en primer plano el repartir jeringas,
o la apertura de narco-salas sin interrogar por el placer
implicado en el consumo. Pensamos que es otro modo de
plantear la cuestión ya mencionada: Clínica de la
abstinencia versus Clínica del sujeto. Para las estrategias
de reducción, la reflexión del sujeto sobre sus prácticas y
creencias será un punto de llegada; nunca un punto de
partida. Entendemos que una perspectiva de trabajo
psicoanalítica (remarco: de trabajo, no de 'lectura ex-post-
facto') sólo es posible a partir de un encuentro con ese
otro. De manera que también al interior de nuestro campo
disciplinar es necesario promover un debate que incluya la
dimensión propiamente clínica de la cuestión.
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Epistemes y prácticas en Psicología Preventiva, Buenos Aires: Eudeba. 2011