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LUIS ESTEBAN FERNÁDEZ- SINTESIS CARTA APOSTÓLICA MISERICORDIA DEI- DE JUAN PABLO II

Trata sobre aspectos de la celebración del Sacramento de la Penitencia.


La salvación es redención y liberación del pecado como impedimento para amistad con Dios. Jesús en la
tarde del día de su Resurrección da el poder a los apóstoles de reconciliar con Dios y con la Iglesia a los pecadores
arrepentidos por medio del Bautismo y la Penitencia. A lo largo de la historia la reconciliación ha tenido
diversidad de formas, pero con una misma estructura fundamental (un obispo o presbítero que juzga y absuelve
atiende y cura en el nombre de Cristo), los actos del penitente: la contrición, la confesión y la satisfacción.
En Reconciliatio et paenitentia invitaba a afrontar la crisis del “sentido del pecado” y la crisis del
Sacramento. Recuerda que todo fiel, con las debidas disposiciones interiores, tiene derecho a recibir
personalmente la gracia sacramental.
Hace falta además de la conciencia de pecado por parte del fiel que los confiese y tenga la voluntad de
no recaer más, para la absolución. Trento dice que es necesario confesar cada uno de los pecados mortales.
Recuerda que la absolución general es extraordinaria (grave necesidad). Es ordinario para la
reconciliación, la individual, solo la imposibilidad física o moral excusa de esa, en cuyos casos se puede conseguir
por otros medios.
A todos los que se les confían la cura de almas deben proveer la confesión a quienes lo pidan
razonablemente, en horas y días asequibles. Incluso deben los pastores ir en busca de las ovejas. Se recomienda
la presencia visible de los confesores en los lugares de culto durante horarios previstos, adecuar los horarios a
situaciones reales, disponibilidad para confesar antes y durante de las misas si hay otros sacerdotes disponibles.
Se reprueba todo lo que restrinja la confesión a una acusación genérica o limitada a sólo uno o más
pecados considerados más significativos. Se recomienda confesar también los pecados veniales.
Las justificaciones de la absolución general sin confesión individual se justifican por: 1º amenace un
peligro de muerte, 2º haya una grave necesidad, que haga que los penitentes vayan a quedarse por mucho
tiempo sin la gracia sacramental (territorios de misión, de guerra o desoladas). No así cuando sea por no contar
con suficientes confesores en una fiesta o peregrinación. El tiempo razonable para escuchar la confesión
dependerá de las posibilidades reales del confesor y penitentes.
Sobre el juicio prudencial de la cantidad de tiempo cuando no hay peligro inminente de muerte véase el
canon 960. Aunque esto debe analizarse según cada caso.
No se pueden crear o permitir las situaciones de aparente grave necesidad, por no observarse las
recomendaciones y menos cuando los penitentes busquen la opción general como algo normal.
Juzgar si se dan las condiciones requeridas del canos 961 depende del obispo diocesano, tomando en
cuenta las exigencias que derivan del mismo sacramento en su divina institución.
Se debe velar por la comunión entre las Iglesias particulares con la Iglesia Universal con respecto a la
disciplina en la administración del sacramento. Los obispos deben informar sobre los lugares y posibles casos
de gravedad que ameriten la absolución general.
Se debe exhortar a los fieles según las posibilidades a realizar un acto de contrición.
No pueden recibir la absolución quienes estén en pecado grave y no tengan intención de cambiar su
situación.
A quien se le perdonen pecados graves en una absolución general debe acercarse a la confesión
individual lo antes posible, antes de recibir otra absolución general a menos que haya causa justa.
El lugar del sacramento depende de las Conferencias Episcopales. Estas han de garantizar que esté
situado en lugar patente y provista de rejillas.
Dado el 7 de abril de 2002, por el ahora San Juan Pablo II.

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