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Opinión
Dentro de las virtudes/defectos del reciente pronunciamiento está el tiempo para el segundo
debate y la nueva revisión de constitucionalidad por la Corte. Sabiendo entonces que si los
tiempos se vencen en el Congreso -el primer periodo de legislatura termina el próximo 20 de
junio- podría generar un efecto no deseado, ya que el proyecto tendrá que ser archivado,
significando esto un retroceso para el proceso de paz y una inconformidad general de los
ciudadanos. A pesar del riesgo que signifique una fecha límite, podría servir para agilizar los
debates y por ende, que los congresistas tengan una mayor responsabilidad para pronunciarse
sobre las objeciones presidenciales dichas, y así decidir, si se cambia parcialmente la ley o
por el contrario tendrá que ser promulgada tal cual como esta por el presidente.
La mayor preocupación que han generado las seis objeciones presentadas por el presidente
de la República es la de si el desconoció la sentencia que existía de la Corte y la autoridad de
la misma institución, cuestionando la constitucionalidad del proyecto de ley que llegó a su
despacho. Después de aclarar que se trataban de objeciones por inconveniencia y no por
inconstitucionalidad, se generó otra controversia, y se empezaron a analizar detalladamente
las mismas para saber qué fundamento de trasfondo había.
El principal motivo en el que se escudo el presidente para realizarlas, fue la falta de limitación
y fuerza para que se cumpliera punto a punto lo pactado hace tres años en el Acuerdo Final
para la terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. La
intención de buscar una mayor claridad en la ley estatutaria, sin cuestionar la
constitucionalidad de la misma, es que todo el proyecto sea lo más conveniente para el futuro
del país, entendiendo que una ley puede ser catalogada de constitucional pero no por eso
asegurar un bienestar e interés general y “conveniente”.