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Era sin duda alguna el soldado más raro de los que estaban bajo la dirección del capitán

Julio. Escuálido, torpe, débil; esas eran las cualidades que el capitán solía recalcar cuando
hablaba al respecto. Zuri Lazcano era su nombre, otro motivo de burlas, pues la carencia de
género de aquel apelativo causaba risas entre sus compañeros. El capitán estaba cansado, pues
ninguno de los soldados quería tener a Lazcano de compañero, sin importar cual fuera el castigo
por negarse. Varios se habían quejado de que era muy flaco, qué sus manos eran muy delgadas,
que se sentían incómodos cuando lo tenían cerca, algunos incluso temían partirlo al medio si lo
llegaban a golpear. Había decidido ponerle un compañero permanente, valiéndose de su
condición de padre y del hecho de que el soldado en cuestión era igual de patético que el mismo
Lazcano. Cada uno sería responsable de la vida y la seguridad del otro, pues si algo le sucedía,
pagaría el mismo precio. Pensó que así se animarían el uno al otro, al verse cada cual más
patético qué el anterior, con la esperanza de que ambos pensaran qué estaban allí para mantener
al otro con vida.
Su hijo Santiago, no era precisamente su orgullo como soldado, era de hecho casi una
réplica de Lazcano, sin importar cuánto se esforzara, Santiago caía irremediablemente en la
categoría de lo lamentable. Aquella idea de ponerlos juntos para no escuchar más quejas había
dado resultados para el capitán, no obstante Zuri y Santiago no pensaban lo mismo. No se
llevaban precisamente bien y para desgracia de ambos ahora debían andar juntos. Pasaban la
mayor parte del tiempo sin dirigirse la palabra, procurando en lo posible ignorarse el uno al otro,
hasta qué no quedaba más remedio qué romper el silencio para conversaciones muy específicas,
como cuando se encontraban realmente aburridos o querían evitarse un castigo.
• Oye Zuri ¿Te dormiste?
• No, pensé que tú te dormirías primero.
• Casi sí, pero quería estar seguro de que no te habías dormido tú.
• ¿Quieres tomar turnos?
• ¿Podemos?
• Supongo que sí, al fin y al cabo es mejor que dormirnos los dos, como la última vez.
• Ese castigo no fue divertido, aun me zumban los oídos.
• No y la verdad no estoy de humor para pasar por eso de nuevo.
• Tampoco yo.
• Entonces cierra la boca y duérmete de una buena vez, te despertaré cuando sea tu turno de
vigilar
• Gracias Zuri.
Esas era las conversaciones más comun qué tenían. A pesar de lo poco que hablaban,
habían aprendido a llevarse mejor el uno con el otro. Aunque realmente no eran amigos, estaban
conscientes de que era más fácil sobrevivir, con la ayuda de su compañero y evitando que
murieran, para no morir de la misma manera. Sin embargo, contrario a lo que se esperaría, con el
pasar del tiempo, mientras más se conocían, menos deseos tenían de estar el uno con el otro.
Lazcano se daba cuenta de que Santiago era bastante atento, casi al punto de ser algo atosigante,
siempre estaba sonriendo cual imbécil y no conforme con eso, era demasiado entrometido para
su gusto. Santiago por su parte había tratado con un esfuerzo sobrehumano de ser lo más
antipático posible, pero no lo conseguía. Había comenzado a pensar qué estaba volviéndose loco.
Estaba aliviado por el hecho de que Zuri no le devolviera las atenciones que él cometía sin
pensar, le había tomado afecto, quizás por el hecho de que nunca había tenido una amistad,
pensaba qué tal vez así se sentía tener un amigo, aunque también pensaba qué eran los extraños
comportamientos de Zuri la razón.
Entre aquellos comportamientos, llamaba su atención el incontrolable temor qué Lazcano
sentía por las serpientes, jamás había visto a nadie reaccionar como Zuri lo hacía. En una ocasión
en la que caminaban hacia el cuartel, una víbora se cruzó en su camino, causando qué Zuri dejara
escapar un grito y subiera al árbol más cercano, negándose rotundamente a bajar hasta qué el
animal estuviera fuera de su vista.
• ¡Serpiente!
• Oye espera.
• ¿Esperar qué? ¡Mátala!
• Pero es inofensiva.
• Ay si tú, inofensiva, eso decían de mi padre.
• Zuri baja ya, vamos a llegar tarde, deja de actuar como tonto.
• ¡Mata a la serpiente Santiago! ¡Mátala ya!
• No, bájate de ese árbol, nos volverán a castigar
• Y será tu culpa por no matarla.
• Podemos tomar otro camino ¿Qué opinas?
• ¿Qué tan idiota crees que soy?
• Tienes mi palabra, somos amigos, por favor
• ¿Por qué no quieres matarla?
• No lo merece solo porque tú le tienes miedo, no hace nada, baja ya de una vez o subiré la
serpiente al árbol.
• Como la subas al árbol, te juro que descubrire a qué le temes y lo pondré encima de ti
mientras duermes.
• Si no puedes con una serpiente, mucho menos con un escorpión.
• ¿Escorpiones? Interesante y no necesito tomarlo, solo se lo diré a todos en el cuartel.
• Pues yo les diré que les temes a las serpientes
• Ya lo saben retrasado, casi rompí la nariz de tu padre por eso, en un ataque de pánico.
• Oh sí, recuerdo eso, pero no la mataré, vamos, baja ya, aún tenemos tiempo de tomar otro
camino, por favor, no quiero que me castiguen de nuevo.
• ¿Tomaremos otro camino?
• Tienes mi palabra, baja de una buena vez, por favor.
• Bien, pero como nos acerquemos a la serpiente.
• Si ya te entendí. De cualquier forma ya se fue
• ¿A dónde se fue?
• No lo sé, quizás se subió al árbol.
• ¡No!
• Espera, no saltes, vas a romperte las piernas.
Para sorpresa de Santiago, Zuri no solo saltó del árbol, sino que corrió a toda velocidad en
dirección al fuerte. Apenas si pudo darle alcance antes de llegar de últimos a la fila y disimular el
agotamiento antes de entrar para recibir sus respectivas tareas de ese día. El capitán noto de
inmediato que ambos venían cansados.
• Siempre los últimos, pero al menos esta vez, llegaron a tiempo ¿Les sucede algo?
• No señor.
• ¿Y a ti Santiago?
• No capitán, nada nuevo que reportar.
• Magnífico, en unos meses serán las pruebas para los ascensos y espero que se lo tomen
enserio, ambos.
• Sí señor.
• Bien, aquí están sus asignaciones, váyanse ya.
• Sí señor.
No habían llegado muy lejos cuando Santiago vio a Zuri arrugar la asignación y lanzarla a
una papelera sin siquiera leerla
• ¿Qué estás haciendo?
• Vamos al campo de prácticas.
• ¿De qué hablas?
• Quiere que te tomes en serio la prueba ¿De verdad necesitas leer la asignación?
• Zuri, no puedes asumir que...
• Lee la asignación Santiago zalamero…
• No soy un zalamero.
• Si lo eres.
Santiago leyó de mala gana la asignación, luego la arrugó y guardó silencio.
• ¿A dónde vamos señor zalamero?
• Solo tuviste suerte.
• Claro, fue suerte.
Justo como Zuri había dicho les tocaba práctica. Al llegar se encontraron con un entrenador
que ya los conocía hace mucho a ambos.
• Gusanos patéticos ¿Vinieron para ser molidos?
• Él sí, yo no tengo interés alguno en esto.
• Tu más que él deberías entrenar Lazcano, está cada vez más flacucho o quizás se agrandó
tu uniforme no lo sé, eres patético
• Lo se señor, pero esa no es una novedad, cualquier entrenamiento será inútil con un
cuerpo como este ¿No es así?
• no te hagas el divertido, los dos harán el circuito básico completo seis veces y luego
pasarán al avanzado seis más.
• Sí señor.
Ambos comenzaron con la asignación mientras él lo vigilaba, animándolos a los gritos,
hasta que no logró que se movieran, ni a patadas. Después de terminar el circuito básico por
completo, pero no pudieron pasar de la cuarta vuelta en el avanzado.
• Son patéticos ambos, como castigo vigilaran la puerta trasera de la cocina, hasta que yo
decida qué pueden moverse de allí.
• Sí señor.
• Váyanse de una vez.
Ambos se levantaron con las pocas fuerzas que les quedaban, llegaron a la puerta de la
cocina y cada uno tomó posición de un lado. Pasado un rato el olor de la cena llegó a sus narices.
• Tengo hambre.
• Calla Santiago, por favor, que lo digas solo lo empeora.
• Lo lamento, pero, si deben darnos de cenar ¿No?
• Espero que sí, porque después de ese entrenamiento, tengo el apetito despierto.
• Pues avanzamos más que la última vez.
• Habla por ti, yo no me esforcé.
• Si continúas así, no lograras ascender.
• Yo no quiero ascender.
• ¿Por qué eres soldado Zuri?
• Por lo mismo que tu zalamero.
• No soy zalamero.
• Estás aquí por tu padre, no quieres ser soldado.
• ¿Acaso estás aquí por el tuyo? Pensé que estaba muerto.
• Está muerto, yo lo hago por mi madre.
• Eso es peor.
• Quizás, pero yo solo debo soportar unos meses más, tú en cambio serás zalamero toda tu
vida
• Eso no es verdad.
• Claro que sí, eres un hijo de papi, quieres ser como el capitán, un zalamero para siempre.
• No es cierto, yo no quiero ser como mi padre.
• Por favor, quieres ser el próximo capitán Brizuela.
• ¡Qué no!
• ¡Claro que sí!
• Como sigas te romperé la cara.
• Ven aquí zalamero ¿Crees que te tengo miedo?
• Claro que sí, todos respetan al hijo del capitán
• ¿Lo ves? Eres un zalamero
• Y tú un imbécil, solo necesito encontrar una serpiente para qué se te acabe lo valiente.
• Quiero verte encontrarla con los ojos hinchados
Antes de darse cuenta se estaban dando de golpes, sin pensar en el castigo que se les
vendría encima. No había pasado mucho cuando ambos estaban de pie uno frente al otro con los
rostros ensangrentados, tomando un respiro.
• Retráctate Lazcano.
• Jamás zalamero.
• Imbécil.
• Puede que sea menos fuerte que tú, pero no me voy a dejar vencer por un niño de papi.
• ¡No soy un niño de papi!
• ¡Si lo eres!
• Te voy a tumbar los dientes que te quedan.
• Ven entonces.
Estaban de nuevo revolcándose a golpes en el suelo, cuando el capitán que había
escuchado el alboroto desde el comedor llegó para separarlos.
• ¿Qué les pasa? ¿Quieren que los castigue de nuevo? ¿Acaso no pueden llevarse bien?
Respondan.
• No queremos un castigo señor.
• No capitán.
• ¿Entonces les parece divertido darse de puños?
• No señor
• Quiero que vayan a dormir, los quiero aquí mañana temprano, pensaré en un castigo
bueno para los dos.
• Sí señor.
• Lárguense ya.
Ambos dejaron el cuartel y regresaron al cuarto que les tocaba compartir en la barraca.
Zuri decidió darse un baño para quitarse la tierra, antes de ir a dormir, mientras que Santiago
sólo se lanzó en la cama y se durmió. Era casi medianoche cuando Santiago se sentó de nuevo en
la cama, no podía dormir del hambre que tenía.
• Zuri ¿Ya te dormiste?
• No ¿Qué quieres?
• Tengo hambre, no puedo dormir.
• ¿Y qué quieres qué haga? Te comiste la comida que tenía escondida.
• Hay un arbusto de moras, no está lejos.
• Ve a buscarlas entonces.
• No quiero ir solo.
• Zalamero y llorón.
• Vamos, tú también tienes hambre ¿No?
• Sí, pero me rompiste el tobillo.
• ¿De verdad?
• Bueno, no está roto, pero si duele, no quiero caminar.
• Yo te ayudare, por favor, no puedo dormir con hambre. Lamento haberte golpeado, es
que realmente no quiero ser como mi padre, él ya tiene un hijo del que está orgulloso, me
molesta que piensen qué quiero ser como mi hermano.
• Pero quieres ascender.
• No, simplemente no quería qué te desanimes.
• ¿Yo? Pero si yo no quiero estar aquí.
• Bueno al menos eso si lo tenemos en común.
• Y el hambre, vamos por esas moras, pero no me toques.
• Antipático.
Después de buscar las moras sin que los atraparan fuera de la cama, regresaron a comerlas
al cuarto, antes de acostarse a dormir de nuevo. En la mañana, después del desayuno fueron con
el capitán para recibir el castigo que les había mencionado. Al cruzar la puerta, el capitán les
entregó una asignación
• Sinceramente no sé si están locos o solo son estúpidos ambos, pero no quiero que esto se
vuelva a repetir ¿He sido claro?
• Sí señor.
• Si capitán.
• El castigo me parece digno de su estupidez, no se tomen su tiempo, quiero que todo esté
listo para la cena ¿Quedó claro?
• Sí señor.
• Si capitán.
Al salir de la oficina Zuri se percató de que Santiago no tenía ganas de leer la asignación.
• ¿Qué sucede?
• Creo que me estoy cansando de ser un zalamero.
• No te culpo ¿Qué te tocó?
• Lavar los Perros y los Caballos ¿Qué hay de ti?
• Los Caballos y los Perros, Bueno, tu perros y yo caballos.
• ¿Por qué?
• Por qué es tu padre, claramente quiere que laves los perros porque son más pequeños, no
te castigará más que a mí.
• Pues entonces yo quiero lavar los caballos.
• No seas estúpido.
• ¿Mitades?
• Parece más sensato.
• Vamos entonces.
Mientras caminaban cambiaron de opinión y decidieron trabajar los dos en lo mismo para
terminar ambas tareas más rápido. Cuando se acercaba la hora de almorzar, terminaron de asear a
todos los perro, treinta y dos cazadores negros, lavados, secados y sin pulgas. Fueron a comer y
regresaron a terminar con los caballos, que afortunadamente no tuvieron que mojar, con lo que
solo los cepillaron a todos y les ajustaron las herraduras, cuarenta caballos, peinados, ajustados y
listos. Apenas a tiempo para cenar.
• Listo, al menos esta vez no estamos empapados ¿Verdad?
• Me pregunto si tu padre se pondrá de buen humor cuando sepa qué ayudaste con los
caballos.
• No lo sabrá.
• Apestamos, quiero darme un baño, no me gusta oler a perro.
• Y a caballos.
Estaban por irse cuando el capitán apareció.
• Bien hecho los dos, tienen una tareíta adicional, para que el castigo esté completo,
revisarán las trampas del río, quiero comer un pescado en la cena, vayan de una vez.
• Si capitán.
• Sí señor.
El capitán se retiró y Santiago tuvo que sujetar a Zuri de los brazos, para que no le lanzara
un cepillo para caballos que acababa de tomar del suelo. Afortunadamente Santiago logró que se
detuviera antes de que el capitán se volteara a verlos. Le llevaba sobre su hombro de camino al
rio.
• ¿Puedes bajarme ya?
• Te devolverás a golpear al capitán.
• No, no golpearé a tu querido padre, ahora bájame.
• Bien.
• Gracias y no vuelvas a tocarme.
• Lo lamento, pero nos ibas a meter en líos.
• Solo a mí, él no te castigara a ti.
• No sigas con eso, claro que me castiga.
• Ahora vamos a terminar empapados, odio eso.
• Bueno, te quitarás el olor a perro.
• Cállate.
Después de revisar las trampas y sacar todos los peces, regresaron empapados y apestando
a pescado hasta la cocina para entregarle los pescados al cocinero. Por como olían no los dejaron
comer con el resto así que les tocó comer afuera.
• Bueno, al menos podemos cenar.
• Supongo que es mejor que volver a comer moras.
• Está haciendo frio.
• Estás mojado, es normal que tengas frío.
• ¿Por eso tiritas?
• Es culpa de no tener grasa en el cuerpo.
• Esta noche voy a dormir como un oso.
• Espero que no, te lo tomas muy en serio en la parte de roncar.
• Yo no ronco.
• Claro que sí, ahora cállate y termina de comer, quiero ir a cambiarme, antes de pescar un
resfriado.
Aquella noche después de cambiarse, se fueron a dormir y justo como Santiago predijo
acabó durmiendo como un oso y como Zuri dijo también roncando. Pero ni siquiera eso bastó
para despertar a Zuri qué no estaba muy lejos de alcanzarlo en agotamiento. En la mañana
mientras caminaban de regreso al fuerte, fueron interceptados por un grupo de soldados de su
propio batallón, quienes los separaron y tras darle una paliza a Zuri qué en vano procuró
defenderse tanto como pudo, los encerraron a cada uno en una celda diferente. Santiago estaba
cansado de gritar cuando por fin un soldado de mayor rango, que él conocía perfectamente bien,
apareció.
• Lo lamento Santiago, no se suponía qué te encerraran a ti, son unos idiotas.
• Esto fue tu idea ¿No es así?
• Eres hijo del capitán, los guardias me contaron qué te dejaste humillar por el don nadie de
Lazcano, no puedes humillar a nuestro padre así.
• Ya habíamos resuelto nuestras diferencias y no necesite tu estúpida intervención para eso.
• Claro, pero ahora él luce más golpeado que tú, sal de allí.
• ¿Dónde está Zuri?
• ¿Lo llamas por su nombre? qué patéticos son los dos, debe estar en alguna de esas celdas.
• Dame la llave.
• Yo no la tengo tonto, debo irme, llegare tarde, mi padre no te castigara por perder a tu
perro, no te preocupes.
• Eres un idiota.
Santiago comenzó a buscar de celda en celda después de que su hermano se fue, cuando
encontró a Zuri no pudo evitar sentir terror. Vio que la llave estaba dentro de la celda a su lado,
quizás con la intención de que saliera cuando se pudiera levantar, pero estaba claro qué le
tomaría un buen periodo despertar a menos que hiciera algo. Santiago sacudió la puerta con
fuerza haciendo la mayor cantidad de ruido posible, hasta que alcanzo a escuchar un quejido.
• Zuri ¿Me oyes? dime algo, por favor.
• Cállate Santiago, me duele la cabeza.
• Qué alivio, no estás muerto.
• Zuri escúchame, la llave está a tu lado debes salir de allí.
• No quiero salir, tu hermano tiene razón, tu padre no te castigara por perder un perro. Yo
ya me canse de esto.
• ¿De qué hablas? vamos sal de una vez.
• No debí aceptar, debí negarme desde el principio.
• Te sacaré de allí, bucare otra llave.
• Déjame en paz zalamero, esto es bueno para ambos.
• ¿Qué?
• A ti te ascenderán y yo seré libre de irme antes, podré irme de esta ciudad y terminar con
esta pesadilla.
• Ya empiezas a decir sandeces, buscaré la llave.
• No te atrevas.
• Te llevare a tiempo, así tenga que cargarte, no voy a dejar qué te rindas.
En vano se cansó Santiago de buscar una réplica de la llave, si lo pensaba con calma, tenía
sentido ¿Por qué tendría una celda dos llaves? Regreso entonces y se sentó contra la puerta de la
celda.
• Zuri, necesito que te levantes.
• Déjame en paz Santiago, acaba de irte de una buena vez, mira, sino le dices a nadie que
estoy aquí, moriré de hambre y nadie lo sabrá.
• No es eso, es que mi hermano dijo algo más y tengo miedo de decírtelo, por eso necesito
que te levantes y salgas de allí, porque si lo descubres entraras en pánico y te vas a
lastimar.
• No me vas a engañar con eso, déjame en paz.
• Como quieras, dejaron una serpiente en la celda contigo imbécil.
La reacción fue justo la que Santiago esperaba, se apartó de la puerta justo cuando se abría,
pero antes de que Zuri pudiera escapar le sujeto de los brazos antes de que se lastimara más.
• ¡Calma! Te mentí, no hay nada allí.
• ¿Qué?
• Lo lamento pero no podía dejarte allí dentro.
• Te matare miserable zalame…
• ¿Zuri? No, no, por favor despierta, demonios.
Santiago se subió a Zuri al hombro, tratando de no causarle más daño. Se percató entonces
de que estaba vendado bajó el uniforme, lo que de inmediato llamó su atención, pero tenía prisa,
así que salió de allí y llegó hasta la oficina del capitán justo antes de que saliera.
• Pero ¿Qué rayos les paso? ¿Qué le sucedió a Lazcano?
• Pues a Damián le pareció divertido, hacer respetar al hijo del capitán.
• ¿De que estas hablando?
• Hizo golpear a Lazcano para que pareciera más golpeado que yo, porque a su parecer que
yo sea tu hijo debe ser razón de temor.
Aun hablaban cuando Zuri reaccionó.
• Santiago, bájame por favor.
• Zuri ¿Estas bien?
• ¿Cuándo ha sido estar bien colgar de cabeza?
• Lo lamento.
• Lazcano ¿Qué paso?
• Pues, nos dieron una golpiza capitán.
• ¿Cuántos soldados?
• Diez alcance a contar yo.
• ¿Puedes ponerte de pie?
Zuri intentó levantarse, pero de inmediato cayó de nuevo al suelo, lo intentó de nuevo y
volvió a caer. Santiago se acercó para darle una mano, pero Zuri se negó a recibir ayuda hasta
que tras el quinto intento logro levantarse.
• Diez soldados y puede ponerse de pie, tienes un orgullo muy grande Lazcano. Esto está
mal, Santiago.
• ¿Si señor?
• Lleva a Lazcano a las barracas, creo que tiene rotas las costillas, yo voy a buscar a tu
hermano.
• Sí señor.
El capitán dejó la oficina en ese momento. Con ayuda de Santiago, a regañadientes Zuri
llegó a las barracas y se dejó caer en la cama
• Voy por el médico.
• No te atrevas.
• Pero te han dado una paliza.
• Gran novedad, no es la primera vez, quiero dormir, con eso bastara.
• ¿De verdad?
• Sí.
• Zuri ¿Para qué son las vendas?
• ¿Qué vendas?
• Las que tienes bajó el uniforme.
• Para evitar el frio y amortiguar los golpes.
• No lo hacen muy bien.
• Yo creo que sí.
• ¿Seguro que todo está bien?
• Sí, solo voy a dormir un rato.
Después de estar seguro de que se había dormido, Santiago salió a buscar al capitán. No
pasó mucho cuando lo vio venir desde el campo de práctica.
• ¿Dónde está Lazcano?
• Durmiendo.
• ¿Lo dejaste solo?
• No se lastimara dormido.
• No, pero no sabes si algún soldado decida terminar lo que empezaron los otros.
• No pensé en eso.
• Ve para ya ahora mismo, lo necesito vivo para que señale a los responsable junto contigo,
de lo contrario deberé matarte a ti.
• Sí señor.
Santiago llegó tan rápido como pudo y como esperaba, todo estaba como lo había dejado,
se tumbó en su cama y pensó en aquello como una tarde libre. A la hora de la cena fue a buscar
algo en la cocina y regresó con ambas cenas. Se sorprendió de ver a Zuri de pie junto a la cama,
tratando de tomar una valija de una repisa alta.
• ¿Qué estás haciendo? Deberías estar en la cama.
• Llegue a mi limite, me retiro, me iré a casa, mejor renunciar vivo, que volver en una caja,
porque ni mi madre me querrá enterrar cuando me regresen.
• ¿De qué hablas? Deja de decir tonterías, vamos mírate, pudiste ponerte de pie.
• Es porque no sabes cuánto tiempo tengo peleando para levantarme.
• El capitán dice que debes tener las costillas rotas ¿Quieres que vaya por el medico?
• Ya te dije que no, solo quiero mi valija.
• Por favor Zuri, puedes soportar un poco más, no falta mucho para las pruebas, después
del ascenso nadie nos molestará.
• Creí haberte escuchado decir, que no querías estar aquí.
• Sí, pero irse con el ascenso es menos humillante, si te vas sin eso te llamaran desertor y
jamás te dejaran en paz.
• Créeme Santiago, después de que me vaya, nadie sabrá que fue de mí, no habrá forma de
que sepan que soy yo.
• Está bien, digamos que tienes razón, pero ¿Estas consiente de que te darán una paliza por
desertar antes de que te vayas?
• Con algo de suerte moriré.
• Vamos Zuri por favor, puedes llegar a las pruebas y luego solo te vas, además…
• ¿Además?
• No quiero que asignen a alguien más conmigo, ya no nos llevamos tan mal y al menos tú
tienes la sinceridad en la punta de la lengua, los demás me tratan como al hijo del capitán,
no quieren ser mis amigos, solo me tratan por mi padre.
• No somos amigos.
• Si lo somos, yo te considero mi amigo, por favor.
• ¿De qué te serviría a ti que me quede?
• No tener que adaptarme a un imbécil diferente.
• ¿De qué me serviría a mí?
• Podrías recuperarte de la golpiza, señalar a los culpables conmigo y disfrutar de verlos
castigados, además en tu estado no te pondrán tareas difíciles ¿Qué harás en casa con tu
madre?
• Buena pregunta.
• Vamos solo serán unos meses, dos exactamente, no es tanto tiempo, por favor, no quiero
otro imbécil.
• Supongo que está bien.
• Fabuloso, deja eso entonces, aquí está la cena.
• Vaya, la trajiste hasta aquí.
• Sí, el capitán teme que si te abandono, los otros soldados te rematen y él deba matarme a
mí.
• Es comprensible.
Después de la cena, se volvieron a tumbar, pero Zuri no tenía sueño, después de dormir
toda la tarde. Se levantó, se dio una ducha rápida, se vistió y regresó a la cama. No tardó
demasiado en quedarse dormido de nuevo, pero no despertó a tiempo para desayunar, Santiago
se había comido el desayuno pero decidió que sin duda Zuri debía descansar. Era casi mediodía
cuando logró despertarse.
• ¡No puede ser! ¡No me levante!
• Relájate, el capitán dijo que nos tomáramos el día, que antes de la cena debíamos ir a
señalar a los responsables, me muero de ganas de ver la cara de Damián ¿Tienes hambre?
• Sí.
• Fabuloso, iré por el almuerzo.
• ¡Santiago!
• ¿Sí?
• Yo voy contigo.
• ¿Caminaras?
• Sí, estoy bien, te lo aseguró.
• Bien, vamos.
Al llegar al comedor tomaron la comida y regresaron a la barraca. Santiago procuraba
caminar despacio en consideración a Zuri, quien además venía con la cabeza baja y en silencio.
• ¿Te sucede algo?
• ¿Qué?
• ¿Qué si te sucede algo?
• No, nada.
• Generalmente no hablas mucho Zuri, pero estas actuando raro.
• No es nada, no hay de qué preocuparse
• ¿Qué piensas entonces?
• Pienso que tomara algo de tiempo que esto sane y que después del castigo esos
miserables quizás regresen y ahora vendrán por ambos.
• ¿No quieres delatarlos?
• Por el contrario, si quiero, pero necesito pensar que hacer cuando vuelvan.
• No pasara nada relájate.
Después de comer, regresaron al campo de práctica donde el capitán los esperaba. Todos
los soldados estaban allí, pero a Zuri y a Santiago solo les tomó un momento señalar a los
responsables, incluido el hermano mayor de Santiago. El capitán les asignó los castigos
correspondientes. Santiago y Zuri se quedaron a mirar antes de bajar a cenar y luego regresar a
dormir. Justo como Santiago había mencionado, mientras se Lazcano se recuperaba, el capitán
les daba a ambos tareas más fáciles, algo que ambos pudieron disfrutar. Pero Damián no estaba
contento con lo que Santiago había hecho y decidió intentar hacer a su hermano darse cuenta de
su error. Se acercó a conversar con Santiago mientras vigilaba una de las esquinas del muro del
fuerte, mientras que Zuri estaba en la otra punta, a la vista, pero no lo bastante cerca para
escuchar.
• ¿Qué haces aquí?
• ¿Por qué me entregaste?
• Lo que hiciste estuvo mal y lo sabes.
• Por favor es solo un perro y no solo es un perro, es el perro más raro del mundo.
• Quizás sea porque no es un perro, sino una persona Damián.
• Vamos Santiago, de verdad ¿No notas lo extraño que es?
• ¿De qué hablas?
• No importa cuánto se esfuerce no hace músculos, es súper delgado, tiene la voz muy
aguda, su cuello es muy fino y sus manos son tan flacas y largas, no es normal.
• Quizás está enfermo de algo, pero no te da razones para ser cruel.
• Pues te vas a contagiar de lo que sea que tenga si sigues siendo tan amable.
• ¿Qué podría importar? No cambiare demasiado si eso pasa, no puedo ser como tú, ya lo
intente soy patético, ascenderé a mi modo.
• Dudó que lo logres, y dudo aún más que el enclenque de Lazcano lo haga.
• Ya verás que equivocado estas.
• Puede que me equivoque sobre eso, pero deberías tener cuidado, está claro que Lazcano
es muy extraño.
• Quizás sea así, pero me cae bien.
• Estás loco.
Aquellos detalles Santiago si los había notado, pero ahora que Damián los mencionaba se
volvían un poco más evidentes, pero no podía averiguar lo que tenía solo con saber los indicios,
pensó que tal vez si le preguntaba Zuri se lo diría, pero tendría que tener mucho tacto para hacer
eso. Se había dedicado a ponerle más atención, pero aquello acabó teniendo una consecuencia
que Santiago no esperaba. Estaba convencido de estarse volviendo loco, pero sentía que algo en
Zuri le agradaba y mucho, de una forma que no era natural en su opinión, ya antes se había
sentido así, pero era un niño entonces y estaba seguro de que su maestra de música no era como
Zuri. Sin embargo aquella comparación lo hizo percatarse de que tenían ciertas similitudes.
Procuró negárselo a si mismo tanto como pudo para convencerse de que estaba equivocado, se
había vuelto más desagradable con Zuri y procuraba mantenerse alejado tanto como le fuera
posible.
Decidió dejarlo pasar mientras pensaba como descubrir que le sucedía, antes de que llegara
el día de la prueba. Se había decidido a averiguar que sucedía con Zuri, y que era aquello que le
causaba esa sensación tan extraña. Por desgracia para él se había vuelto más atosigante que antes
y esto había llevado a Zuri a su límite un tarde en la que caminaban hacia el fuerte y Santiago lo
miraba fijamente cada tanto.
• ¿Qué rayos te pasa?
• Nada.
• ¿Acaso enloqueciste?
• No ¿Por qué preguntas?
• Estas actuando muy extraño ¿Qué rayos es lo que quieres?
• ¿Sufres alguna enfermedad Zuri?
• ¿Qué? No claro que no.
• ¿Estas completamente seguro?
• Sí, lo estoy, aléjate de mí.
• ¿Por qué eres tan delgado?
• No lo sé, quizás porque mi madre era muy delgada ¿Cómo voy a saberlo?
• ¿Cómo era tu padre?
• ¿Para qué quieres saber eso?
• Es que no comprendo porque eres tan extraño.
• ¿Ahora es que lo notas? Gracias, casi lograste que me sintiera normal todo este tiempo.
• Lo lamento mucho, es solo que…
• No te preocupes, tarde o temprano tendría que pasar, afortunadamente no falta mucho
para la prueba.
• ¿De qué hablas?
• De que mi extrañeza ya no te resultara molesta.
• ¿De verdad te iras?
• Sí, ya dije que lo haría.
• Bueno siempre podrás mandarme una carta alguna vez.
• Claro, tratare de recordarlo.
Santiago no podía evitar sentirse aliviado con la idea de que se iría y no volvería a saber él,
incluso sino descubría lo que quería saber, era más fácil de esa manera. Mientras más se acercaba
el día de la prueba, más intensas se volvieron las asignaciones del capitán, llegando al punto de
dejar a todos fuera durante una noche de tormenta como un extraño método de motivación.
Aquella mañana regresaron a las barracas empapados, se cambiaron a toda prisa la ropa por algo
seco y regresaron a buscar las asignaciones de ese día, pues no tenían permiso de dormir. Les
tocó limpiar los establos y las barracas, pero por más que Santiago lo intentaba no lograba
seguirle el pasó a Zuri, algo que llamó su atención, pues él generalmente era muy molesto con su
optimismo y su exceso de energía.
• Oye ¿Qué pasa contigo zalamero?
• Estoy bien, solo cansado.
• No, no es así, estás enfermo.
• ¿Qué?
• Te resfriaste zalamero.
• No, no es así, es solo cansancio te lo aseguro.
• Vamos, nos tocan las barracas, ya casi acabamos, quédate tumbado mientras yo termino.
• Estoy bien.
• Si claro, de las mil maravillas, creo que tienes fiebre ya. Vamos te ayudare a llegar a la
cama.
• Si el capitán se entera…
• Sí tú no dices nada, yo no diré nada. Vamos, ya te debía el favor.
Después de llegar a las barracas Zuri dejó a Santiago sentado en la puerta y termino lo más
rápido posible. Sabía que tenían que presentarse ambos ante el capitán para entregar sus
asignaciones completas y luego ir a cenar, así que lo dejó dormir para que pudiera levantarse
cuando llegara la hora. Casi se acaba igual que Santiago de no ser por el sonido de un pájaro que
le saco del embeleso. Se levantó tan rápido como pudo, despertó a Santiago y llegaron a tiempo
con el capitán para entregar la asignación, pero en lugar de ir al comedor, regresaron a las
barracas y después de dejarlo en la cama, Zuri fue a buscar ambas cenas y regresó, lo despertó
para que cenara y luego lo dejó volverse a dormir. Se levantó casi a medianoche para asegurarse
de que la fiebre no lo estuviese matando y lo despertó al colocarle la mano en la frente.
• Bueno, ya no tienes fiebre y sigues vivo ¿Cómo te sientes?
• Bastante mejor, tienes las manos suaves y frías.
• Creo que la fiebre te atrofió el cerebro, vuélvete a dormir.
• Tengo hambre.
• Es media noche, la cocina ya cerró.
• ¿Vamos por moras?
• Debe ser una broma ¿Qué no estabas enfermo?
• Estaba, ahora tengo hambre, por favor.
• Bien vamos por moras.
• Gracias Zuri.
• Pero luego a dormir, tengo sueño.
• Claro que sí.
Después de comer moras hasta el cansancio regresaron a dormir. Por fortuna para ambos la
fiebre no regreso, por lo que pudieron seguir con sus asignaciones sin más problemas hasta el día
de las pruebas. Tres escrutinios era necesarios para ascender entre los soldados y dejar de ser un
novato. La primera una prueba de combate cuerpo a cuerpo por turnos, la segunda una carrera a
caballo a campo traviesa y por ultimo una pista de obstáculos avanzada que el capitán Brizuela
acababa de reforma. Diez parejas de principiantes iban a pasar aquellas pruebas para ascender o
seguir siendo principiantes por un año más. Santiago estaba decidido a pasarlas todas, Zuri no
estaba igual de emocionado, pero si ya había llegado hasta allí, bien podía hacer el intento. La
primera prueba, un combate cuerpo a cuerpo entre cada principiante y tres soldados avanzados
era generalmente la más difícil de pasar. Damián había decidido participar para tomar la
oportunidad de desquitarse de Zuri y de su hermano.
Las reglas eran sencilla, si vencían a dos de tres, pasaban la prueba, si vencían a los tres
pasaban con honores. Conforme cada grupo iba pasando varios iban quedando descalificados, los
más débiles generalmente. Los más fuertes acababan golpeados pero lograban pasar la prueba
con al menos dos soldados vencidos. Santiago estaba muy emocionado con aquella evaluación,
estaba seguro de poder pasarla, pero Zuri no se sentía de humor para aquella prueba en
particular, aun le dolían las costillas de la última golpiza, si lograban darle un golpe en el lugar
correcto quedaría fuera de combate sin siquiera empezar. Santiago decidió pasar primero, y
aunque iba con la intención de dar todo lo que podía, notó de inmediato que lo habían dejado
ganar, algo que logró hacerlo enfadar pues odiaba que no lo tomaran en serio, sabía que Damián
había tenido algo que ver, pero no podía probarlo.
Cuando fue el turno de Zuri, bajó a la arena de mala gana, pues por más que se quejó, el
capitán le negó rotundamente que se retirara del examen. Damián cambió lugares con uno de los
soldados para poder desquitarse como quería pero no logro ser el primero en entrar. El primer
soldado le doblaba la estatura, sin dudarlo logró que diera un paso atrás y antes de que el capitán
pudiera decir nada, alcanzó a ver a Lazcano correr a toda prisa con el mastodonte pisándole los
talones. Zuri estaba pensando tan rápido como podía que se suponía que debía hacer, estaba más
que claro que si lo llegaba a tocar un solo golpe bastaría para causarle la muerte, necesitaba
resolverlo sin que lo tocara, en medio de las risas de sus compañeros, comenzó a correr cada vez
más deprisa, con el otro soldado corriendo detrás, logró hacer al gorila enfadarse tanto como
pudo y luego comenzó a disminuir el paso, lo dejo rozarle la espalda y comenzó a correr de
nuevo directo a la pared de la arena.
El capitán miraba curioso, pero le tomó solo un segundo saber lo que Lazcano tramaba, si
le salía bien de seguro ganaría, de lo contrario iba a sufrir una muerte horrible. Justo como
planeo, al llegar al muro Zuri se agachó y se deslizó por debajo del otro soldado sin que este lo
tocara. Al no poder detener el mastodonte se estrelló de golpe contra el muro haciendo temblar la
arena y rompiéndose la cara quedó inconsciente de inmediato. Las risas fueron silenciadas
enseguida, al ver que el gorila no se podía levantar, había sido vencido por alguien de un cuarto
de su peso y la mitad de su estatura. Nadie lo podía creer y aunque era el ganador indudable Zuri
estaba en medio de un ataque de miedo, sabía que venía otro soldado y a ese no podría engañarlo
de la misma forma, necesitaba pensar lo más rápido posible que hacer. Se percató de que el
cinturón del mastodonte estaba lleno de pequeñas bolitas de metal que lo decoraban, le arranco
entonces el cinturón y arranco cada una de las bolitas decorativas y las metió en su boca, justo
cuando el otro soldado entraba a la arena.
Aquel era más delgado y de su misma estatura, pero seguía siendo un soldado
experimentado. Zuri no se movió, lo dejó que se acercara lo suficiente mientras alardeaba,
saludando al resto de los soldados que lo apoyaban. Cuando estuvo lo bastante cerca, antes de
que pudiera asestarle el primer golpe, Zuri comenzó a escupir directo hacia su boca abierta cada
una de las bolitas de metal que había escondido, hasta que logró hacerlo tragarse un par de ellas,
causando que se ahogara y comenzara a toser, cuando cayó de rodillas tratando de recuperar el
aliento, después de escupir las bolitas, Zuri aprovechó el momento y le dio un golpe en la nuca
que le estrelló la cabeza contra el suelo y de nuevo se deshizo de su oponente sin que le pusieran
un dedo encima. Pero antes de poder pensar que hacer con el siguiente, Damián entró a toda
velocidad a la arena y sin detenerse le asestó un golpe en el estómago que hizo a Zuri escupir el
resto de las bolitas junto con un buche de sangre, retrocedió tres pasos sosteniéndose el
estómago, pero no cayó al suelo.
• Vamos Lazcano ¿Qué planeaste para mí?
• Mal nacido.
• ¿Qué dijiste?
• Mal nacido.
• Te hare callar.
Zuri realmente no había pensado que hacer con Damián, pero hacia bastante tiempo que
tenía ganas de sacarle los ojos y que mejor oportunidad que esa. Sabía que le iba a doler el golpe
así que mantuvo el brazo izquierdo sobre su estómago para frenarlo tanto como le fuese posible y
dejó que Damián se acercara. Antes de sentir el golpe enterró los dedos en sus ojos con toda la
fuerza que tenía, haciéndolo gritar y retroceder sin que lograra golpearlo. Antes de que Damián
pudiera reacciones y recuperar la visión, Lazcano aprovecho el tiempo para darle de patadas en
el rostro y en el estómago una y otra vez. Antes de darse cuenta Damián le había sujetado una de
las piernas haciendo que callera al suelo, pero al caer Zuri se sujetó del cinturón de su pantalón
tomando todo lo que pudo de su ropa y tirando de ella hacia arriba y causándole un serio dolor en
el escroto y los testículos, que bastó para dejarlo fuera de combate de ipso facto. De inmediato se
escucharon sonidos de quejidos y lastima por parte del resto de los soldados que miraban el
combate.
• Lo lamento mucho, eso no era lo que quería hacer.
• Muy bien Lazcano, me sorprendes, el único que realmente ha vencido a sus tres
oponentes y debó decir que de forma muy original y dolorosa, no esperaba eso de ti.
• Es un tramposo.
• Lo siento Damián, en la guerra y en el amor se vale todo, Lazcano paso su prueba.
Después de terminar, pasaron a la siguiente prueba, la carrera a campo traviesa en la que
Damián no pudo participar, por no poder subirse al caballo. Sin embargo decidido a vengarse,
envió a dos de sus aliados a causarles problemas a Zuri y a Santiago que seguía de su lado pues
si fallaban dos de las pruebas no aprobarían. A mitad de la carrera, varios soldados decididos a
detenerlos, comenzaron a atacarlos, para hacerlos caer de los caballos, Zuri que iba adelante fue
el primero en ser atacado, entre seis de ellos los rodearon haciéndolo caer, pero cuando se
disponían a atacar a Santiago, pasó a toda velocidad entre ellos, tomó a Zuri de la mano y lo
subió a su caballo.
• ¿Qué haces? Vas a perder.
• Cierra la boca y lánzales algo, para que se caigan ellos, yo llevo el caballo, tu evita que
nos tiren al menos ¿No?
• Buena idea, pero no vayas tan rápido o acabare por caerme yo.
• Si bajo la velocidad nos alcanzan Zuri, date prisa, sácalos del medio.
• Entra al bosque.
• ¿Qué?
• Entra al bosque, quiero buscar manzanas.
• Oh ya entiendo.
Santiago siguió la orden al pie de la letra y paso junto a cada árbol que pudiera estar
cargado, mientras que Zuri, de pie sobre el caballo, tomaba todos los frutos que podía arrancar y
los usaba como proyectiles contra los soldados que los seguían, haciendo caer al menos a tres de
ellos.
• Ya casi llegamos, siéntate.
• Ya era hora.
El capitán no pudo evitar sorprenderse al ver que ambos venían en el mismo caballo pero
al mirar que los seguían, quedo claro para él lo que sucedía, decidió no mencionar nada al
respecto y aprobó el examen de uno y otro, para pasar a la siguiente prueba a la que solo llegaron
once soldados. La tercera, la más sencilla de las tres era una pista de obstáculos, diseñada para
los más resistentes y no para los más fuertes. La condición era sencilla, solo debían completar el
circuito y nada más. Santiago se sentía de nuevo bastante emocionado, mientras Zuri solo
pensaba en el intenso dolor que sentía después del golpe que Damián le había dado y la caída del
caballo que por poco no le rompe el cuello, decidió ser el último soldado en cruzar el circuito
para descansar un poco, por lo que casi se dormía cuando fue su turno. Se acercó al inicio de la
pista y estaba por comenzar cuando alguien lanzo desde las tarimas una serpiente que cayo justo
a sus pies, haciendo que de inmediato entrara en pánico y comenzara a correr tan lejos de ella
como sus pies se lo permitieran.
El capitán de inmediato le dio una buena reprimenda a Damián, quien estaba seguro de que
Zuri abandonaría el circuito, corriendo en dirección a la salida, pero en lugar de eso, se había
subido al punto más alto del muro de escalada, en tiempo record y se negaba a bajar.
• Lazcano, baja de allí.
• ¡No!
• Con un infierno, Lazcano es solo una víbora.
• Bien, si es solo una víbora ¿Por qué no le da un beso a ver qué tan divertido le parece
morir envenenado?
• Tarde o temprano tienes que bajar, pero hazlo del otro lado, termina el circuito vamos, ya
hiciste la mitad.
• ¿La mitad?
• Si lo terminas yo mismo me desharé de la víbora.
Aun en medio del pánico logró bajar con mucho esfuerzo, pues recordó justo entonces el
dolor que tenía, que le hacía bastante difícil el trabajo. Logró terminar el circuito como el más
lento de los participantes, pero como la condición era terminarlo, había aprobado. Damián no lo
quería creer, estaba en extremo enojado. El capitán estaba bastante sorprendido y la verdad, se
sentía muy orgulloso de que Santiago hubiese terminado las tres pruebas, aunque realmente solo
había aprobado las dos últimas. Sin embargo una sorpresa mayor llego para el capitán cuando
Lazcano se presentó en su oficina un par de días después de recibir su total aprobación, con una
carta de baja. Lo miro con cierta curiosidad, pero sabía que no conseguiría una explicación de
aquella decisión y tampoco que cambiara de opinión, por lo que decidió simplemente aprobarla y
acabar con eso.
• Sabes Lazcano, me sorprende que hayas llegado tan lejos para retirarte después.
• Se supone que es menos terrible de este modo.
• Es verdad.
• Debo felicitarte por llegar tan lejos, no solo eso, sino por sorprenderme en las
evaluaciones finales, de verdad no esperaba que alguien con tu complexión física llegara
a vencer a tres soldados.
• Me alegra que se sienta presuntuoso, supongo…
• Diría que ha sido un placer conocerte, pero mentiría, cuídate Lazcano.
• Lo hare, con permiso capitán.
• Puedes retirarte.
Cuando se disponía a dejar el cuartel, Santiago se le acerco con una carta y se la entregó.
• ¿Qué es esto?
• No soy bueno con las palabras.
• Ya veo.
• Cuídate mucho por favor.
• ¿Yo? Me parece que quien debe cuidarse de no convertirse en un cretino como tu
hermano eres tú.
• No hare tal cosa, es una promesa.
• Aun así, ten cuidado.
• Tú también.
Después de darle un apretón de manos lo vio alejarse. Santiago no pudo evitar sentir cierto
alivio, aunque también estaba fuertemente enfadado consigo mismo. Quería saber aquello que lo
intrigaba, pero no tenía el valor de preguntar y si tenía razón entonces definitivamente estaba
loco. Había pasado mucho tiempo con Zuri, el suficiente para casi descubrir aquello que
buscaba, pero no había tenido éxito y se sentía como un idiota. No podía pedirle consejos a nadie
sin arriesgarse a convertirse en la burla de todos o aun peor ser humillado públicamente y quizás
asesinado por su propio padre. Decidió ignorar el asunto, tratando de convencerse a sí mismo de
que lo olvidaría todo si dejaba pasar el tiempo suficiente.

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