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El contenido básico del concepto libertad como bien jurídico, es la voluntad del ser
humano, en cuanto la capacidad para decidir de forma “libre”. Se contrapone a esta situación el
hecho de estar determinado por una voluntad ajena. Como sostiene el profesor Antonio
BASCUÑÁN RODRÍGUEZ, existen tres formas de incidir en el comportamiento de otro: la
persuasión (en principio, legítima); el engaño (de relevancia en ciertos tipos de significación
patrimonial y sexual) y la coacción. Seguiremos la nomenclatura sugerida por el autor.
La coacción, como forma ilegítima de interacción, es el núcleo injusto de todos los
delitos contra la libertad. Así, el autor define libertad como ausencia de interacción coercitiva,
fundamento de su consideración como bien jurídico de carácter genérico. La libertad es
libertad de acción, es decir, realización en el mundo exterior, mediante el comportamiento, de
los contenidos de la voluntad, sin constreñimientos que provengan de otras personas.
Nuestro Código Penal dispersa la protección de la autonomía según ámbitos
específicos de ejercicio, en concurrencia con otros bienes jurídicos que representan esferas
concretas de expresión de la autonomía, como la libertad ambulatoria (secuestro, sustracción
de menores), autonomía patrimonial (extorsiones), autodeterminación sexual (violación,
estupro, abusos sexuales) y otros, sin perjuicio de que tipifique, en forma general, dos figuras
que protegen la facultad amplia del comportamiento libre: las amenazas y coacciones.
i. Coacción por medio de violencia o falta de coacciones (art. 496 Nº16). Atentado
contra la libertad personal, que por definición es temporal y sólo resulta punible al
consumarse.
ii. Coacción por medio de amenaza o amenazas condicionales (arts. 296 y 297). Su
núcleo distintivo es prolongación temporal de la lesión (no inmediatez) por la inclusión
de una condición bajo amenaza. Es punible cumplida o no la condición.
– Condicional (cumplida)/mal constitutivo de delito (art. 296 Nº1)
– Condicional (no cumplida)/mal constitutivo de delito (art. 296 Nº2)
– Condicional (con o sin cumplimiento) de un mal no constitutivo de delito (art. 297)
Gonzalo Bascur
Derecho Penal – Delitos en Particular
Profesor Dr. Francisco Maldonado Fuentes
1 Así, según la CA de Concepción [11/07/2008] no se configura el delito de robo con intimidación en grado de
tentado si el victimario sube intempestivamente a un taxi y, por la espalda del conductor, con un brazo lo
inmoviliza y con el otro presiona un cuchillo contra su cuello; señalándole que se quedara quieto, momento en el
cual es sorprendido por Carabineros. La falta de ánimo de lucro propio del delito contemplado en el art. 432 CP
evidencia la ausencia de elementos típicos que permitan inferir la intención de apropiación sobre determinadas
especies, sin perjuicio de que los hechos descritos se subsuman en la figura de amenaza no condicional
constitutiva de delito, reuniendo los requisitos del art. 296 Nº3 CP (seriedad y verosimilitud de la amenaza).
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Reguladas como falta en el libro cuarto del Código Penal, las coacciones o también
denominada coacción por medio de violencia, se establece en el art. 494 Nº16, que dispone: «El que
sin estar legítimamente autorizado impidiere a otro con violencia hacer lo que la ley no
prohíbe, o le compeliere a ejecutar lo que no quiera», hecho que lleva aparejado una pena
consistente en multa de entre una a cuatro unidades tributarias mensuales.
La coacción puede definirse como la afectación violenta y momentánea de la libertad
personal, dentro de un contexto situacional único. El bien jurídico protegido por la falta es la
libertad personal del coaccionado, pues se quebranta la autonomía decisoria del mismo,
obligado por la violencia a realizar una conducta no querida.
El constreñimiento de la voluntad es el resultado jurídico del delito, en cuanto
elemento del tipo. Así, las coacciones son un delito de resultado y se consuman por el hecho de
coartar efectivamente la autonomía del ofendido. El hecho de que el coaccionador logre
conseguir o no su propósito (móvil de su acción), es indiferente para la consumación del delito,
perteneciendo a su fase de agotamiento.
Lo que cierra la tipicidad es el hecho de que la violencia ejercida consiga imponer su
voluntad por sobre la del coaccionado. Dicho de otro modo, esta conducta delictiva se
consuma cuando el sujeto pasivo hace aquello a lo que se le compele u omite aquello que se le
impone, y el agotamiento consistirá en la obtención de sus objetivos.
En Chile, como las faltas se castigan sólo consumadas, la tentativa y la frustración son
atípicas. La coacción es punible solamente de producir su resultado típico (constreñir la
voluntad).
Sin embargo, teóricamente es posible concebir etapas imperfectas de ejecución. El
problema radica en que tropiezan con una consideración dogmática: de considerar una
tentativa, lo será precisamente por no generar un peligro concreto para la voluntad (no habría
puesta en peligro y por tanto, tentativa) o bien el medio utilizado no es adecuado (tentativa
inidónea).
Así, si el sujeto que pretende coaccionar a una persona empleando violencia, pero no
logra vencer su capacidad de autodeterminación, realiza un hecho atípico. Ello es sin perjuicio
de que pueda ser castigado por las lesiones o daños causados por el empleo de violencia, en
cuanto ejecución del mal, conducta que absorbe a la coacción como acto copenado.
Ejemplo: de coaccionar a un sujeto de que, si no hace entrega en el acto de su reloj de
oro, en su presencia, se enviará por celular una fotografía de la víctima a su cónyuge en que
sale vestido particularmente en una fiesta secreta. Si el sujeto pasivo hace caso omiso al intento
de constreñimiento, no hay afectación a su libertad. Declara de forma autónoma que le da
exactamente lo mismo, sin perjuicio de existir otro hecho punible (como la intimidad de
efectivamente enviar la fotografía).
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La inmediatez del hecho típico por ausencia de una condición, importa que se lesione
tan solo la libertad personal, pues el forzamiento violento de la voluntad se agota dentro de un
contexto situacional único y momentáneo. Ello supone una confrontación directa y presencial
del coaccionador con la víctima, a diferencia del uso de la amenaza, que permite al
coaccionador mantenerse oculto, y así restar inmune a la reacción defensiva de la misma.
Como la constricción es directa y vigente sólo durante la consumación del delito, lo
instantáneo de la conducta impide configurar una lesión a la seguridad individual, por lo que
entendemos que es absorbida como medio para ejecutar la coacción, justificando su menor
penalidad ante las amenazas condicionales, resultando en la afectación de un solo bien jurídico
que se traduce en su tratamiento como falta. Por el contrario, si se ejecuta la conminación
violenta, el hecho típico (lesiones, homicidio) absorberá la lesión a la seguridad individual
dentro del bien jurídico específico (salud, vida).
Ejemplo: cuando el secuestrador apunta al conductor con un revólver para que lo
acompañe al maletero del automóvil; si este accede, se configura la coacción. De escapar,
habrá, por el contrario, expresión de su libertad, aunque lamentablemente alguna figura de
lesiones u homicidio. La situación es para efectos pedagógicos, pues el secuestro absorbe a la
coacción como medio para afectar la libertad ambulatoria, ya que se entiende como una forma
de estado de coacción permanente; como veremos más adelante.
(1) Elemento negativo del tipo. Ausencia de una coacción amparada en alguna
causal de justificación. En cuanto elemento negativo del tipo («el que sin estar legítimamente
autorizado»), las coacciones justificadas excluyen la antijuricidad del delito de coacciones.
Existe consenso en que la figura exige la falta de una causal de justificación (ejercicio legítimo
de un derecho o el cumplimiento de un deber, por ejemplo).
En otras palabras, no debe tratarse de personas autorizadas (justificadas) por el
ordenamiento jurídico para compeler a ejecutar u omitir a otros. El problema que presenta este
tipo de situaciones, es al producirse una situación de error sobre la licitud en el empleo de
violencia. En estos casos debemos determinar si deben aplicarse las reglas que tratan el error
de tipo; o bien el error sobre el presupuesto de una causal de justificación de acuerdo al error
de prohibición.
(2.2.) La entidad de la fuerza moral. Por otra parte, los profesores GUZMÁN
DALBORA y MATUS incluyen dentro del concepto violencia, los casos de violencia física
como de vis compulsiva (que puede incluir el empleo de una amenaza). Se basan en que a
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través de todo el Código Penal, cuando se utiliza el vocablo no se distingue entre ambas
formas, por cuanto no corresponde al intérprete realizarlo en forma particular. La dificultad de
esta segunda tesis es lograr demarcar cuando la violencia moral califica como propia de
coacciones o de amenazas condicionales.
MATUS y GARRIDO MONTT aluden a un criterio de entidad, siendo la violencia
moral de mayor gravedad constitutiva de amenazas (por ejemplo, atentar contra bienes
personalísimos como la vida). Sin embargo aún es complejo aplicar la solución, puesto que en
cualquiera de estos atentados, se entiende que la coacción moral ha sido suficiente para
constreñir la voluntad de la víctima y por ende, satisfacer cualquiera de las figuras. Ello sin
perjuicio de la utilidad de la tesis para argumentar una menor calificación de los hechos.
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imponer a otro una condición (hacer o no hacer determinada cosa) bajo amenaza del ejercicio
de un mal. La fórmula común a las figuras condicionales (excluyendo la amenaza no
condicional) radica en el ofrecimiento de un mal, de no cumplirse una condición (la finalidad
perseguida por el hechor).
Así, cobra relevancia la constricción prolongada en el tiempo de la autonomía y la
experimentación de la inseguridad individual (o para con terceros), intervalo en que el sujeto
experimenta la dualidad entre soportar el mal o actuar en forma contraria a su voluntad. En
otras palabras, su mayor gravedad está dada por comprometer la seguridad individual (cantidad
de bienes jurídicos) y prolongar la afección de la libertad personal (factor temporal).
Este lapso de afectación permanente a los bienes jurídicos conlleva su desvalor
independiente de consumarse un hecho delictivo, y por tanto, de la existencia de un concurso
real de delitos de llegar a ejecutarse el mal.
Ejemplo: situación frecuente en nuestro país. El divorciado que no puede ver a su hijo
ya que su mujer decide castigarlo por adeudar alimentos. Su aflicción lo lleva a decirle a su ex
mujer que si no deja las instrucciones en su nuevo hogar de que irá a buscarlo el fin de semana,
este la matará. Llegado el día no encuentra a nadie en el hogar. Después de unos días,
encuentra a su ex mujer cerca de un parque y dispara en su cabeza. Durante toda la semana la
mujer vivió el temor a que en cualquier momento y lugar, apareciera el padre y le quitara la
vida. Estamos en presencia de un concurso real entre delitos de amenazas y homicidio, ya que
se afectan y verifican los requisitos y fundamentos de ambas figuras. Se lesionó durante todas
las horas y días la libertad personal y la seguridad individual.
Distinto es el caso de que, sin mediar advertencia en los días anteriores, llegado el día
sábado, en la puerta de la casa, la mujer expresa que no lo entregará. El hombre apunta con el
revólver, pero ella no accede. Se dispara. No existió afectación de la voluntad. Ella la expresó
libremente a costa de su vida. La misma hipótesis, sin advertencia días anteriores, pero la mujer
accediendo a la petición, configura una coacción. El atentado contra la vida, en cuanto temor y
afectación a la seguridad individual, es solo un medio para afectar su libertad.
En primer lugar, como resulta obvio, debe establecerse una condición a través de alguna
manifestación exterior (verbal o contenida en algún soporte). Al respecto, debemos considerar
la agravante contemplada en el art. 296.4 al efectuarse por escrito o por medio de emisarios.
La amenaza del mal puede ir dirigida tanto a la víctima o a su familia (extendiéndose
hasta los colaterales de tercer grado de afinidad), respecto a su persona, honor o propiedad.
Las afectaciones legítimas quedan excluidas (como el requerimiento de pago excesivo del
acreedor). Dicho de otro modo, el sujeto pasivo debe ser una persona capaz de percibir el
mensaje amenazador, que inclusive puede ir dirigido contra un individuo distinto del sujeto
amenazado.
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(2) Elemento subjetivo del tipo. Seriedad del mal. Dispone el art. 296: «el que
amenazare seriamente a otro con causar»; frase que alude a la intención real de ejecutar el mal.
La mayoría de los autores exige la existencia de un ánimo serio de que se lleve a cabo si el
amenazado no cumple con la condición impuesta. Esta disposición anímica opera como
elemento subjetivo del tipo, independiente del dolo, asimilable a una especie de dolo eventual
respecto a que de no cumplirse lo exigido, se ejecutará el mal anunciado.
Ello se traduce en constatar la intención real del victimario de ejecutar el daño. De lo
contrario, no puede existir desvalor de resultado, pues constituye el medio con el que se
quebranta la voluntad, es decir, el contenido mínimo de lesividad que afecta los bienes
jurídicos. Este ánimo especial generalmente se mide en cuanto al mal con el que se amenaza.
Ejemplo: si el profesor nos amenaza con destruir nuestras pretensiones académicas de
no depositarle $50 mil pesos en su cuenta, ningún alumno lo va a considerar como algo fuera
de una broma. Los casos risibles que encuadren en este tipo de contextos quedan, en principio,
excluidos.
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(4) Naturaleza del mal amenazado. Es irrelevante la ilicitud penal del hecho que
constituye el mal, pues lo importante es que sea un elemento de tensión para la víctima
suficiente para quebrantar su autonomía, es decir, seria y verosímil. Sin embargo, cobra
relevancia para efectos de la absorción del desvalor.
Si es constitutivo de delito, y este se ejecuta, no se absorbe el delito de amenazas. Ello
es sinónimo de todo daño o perjuicio calificable como delito, concepto que, como sostiene
GARRIDO MONTT, en concordancia con el art. 3 CP, comprendería los crímenes, simples
delitos y faltas (tal sería la muerte de un familiar de la víctima o el incendio de su casa). De esta
forma, las amenazas condicionales y el mal constitutivo de delito, corresponden a esferas
independientes de antijuridicidad, con afectación de bienes jurídicos independientes (libertad y
lesión de que se trate; como la integridad física, el honor o la vida) susceptibles de generar un
concurso real de delitos.
2 Como se falló en la C.A. de San Miguel [12/07/2001], no cumple con los requisitos de verosimilitud de las
amenazas, la discusión proferida entre dos sujetos que “son personas sencillas, que habitan en un medio
eminentemente rural y actúan, por tanto, en conformidad a sus propias valoraciones culturales y juicios éticos” y
pese al calor de la discusión, la doctrina moderna está de acuerdo en que la verosimilitud de la amenaza significa
que el mal cuya realización se asevera o anuncia tenga apariencia de verdadero y sea digno de crédito para el sujeto
conminado. Examinada la declaración prestada por el ofendido y relacionada con el contexto del caso, con las
características personales de sus protagonistas no se desprende en modo alguno que él hubiere creído y temido
como algo real y posible de ocurrir el sufrimiento de algún daño físico futuro.
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El bien jurídico protegido por la amenaza no condicional, depende del hecho típico al
que se encuentren asociadas, y puede conceptualizarse como una exteriorización de la voluntad
(dolo) de ejecutar un hecho punible, radicando su desvalor en la inseguridad que produce
aquella manifestación externa de ejecutar determinado delito (como bien jurídico concreto que
se afecta).
Dispone el art. 296 Nº3 que se castigará la amenaza seria y verosímil de un mal
constitutivo de delito: «Con presidio menor en su grado mínimo, si la amenaza no fuere
condicional; a no ser que merezca mayor pena el hecho consumado, caso en el cual se
impondrá ésta.».
Ejemplo: quién dice a otro, policía, dentro del contexto de una discusión que lo
asesinará. Tan solo es una exteriorización de voluntad que no genera ningún riesgo, pero de
reunir los requisitos del art. 296.1, podría llegar a constituir algo más que una mera declaración
impune.
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Como no existe condición alguna, no se puede sostener algún nivel de afectación para
la libertad personal, operando como una simple advertencia. Siendo la condición el elemento
que configura lesividad en las demás situaciones de amenazas, su ausencia implica que la
víctima no tenga injerencia alguna en la posibilidad de controlar la ejecución del mal
anunciado, pendiendo solamente del arbitrio del victimario. Por consideraciones de política
criminal, particularmente insatisfacción del principio de lesividad, existe consenso en que no
debiera existir como delito. Esta crítica se corrobora en su misma tipificación, al castigarse solo
en forma subsidiaria, cuando no se absorbe por la comisión del delito principal, con una
penalidad tan baja que la categoriza como delito de peligro abstracto, que no se adjudica
siquiera el nivel de riesgo que exige una tentativa.
Sin perjuicio de lo anterior, entendemos que su ratio legis obedece a la anticipación en la
tutela de los bienes jurídicos protegidos por otros delitos, por la similitud a un acto
preparatorio de los mismos. De esta forma, entendemos como principio de base, que la
posterior ejecución del mal amenazado absorbería el desvalor de la amenaza no condicional.
En coherencia con esta interpretación, si el delito se ejecuta, la amenaza no condicional se
absorbe como un acto anterior copenado, acorde a las reglas del concurso aparente de leyes penales.
Por ende, al no satisfacer la exigencia de una tentativa y pertenecer (aún con reservas) al
universo de los actos preparatorios; el legislador, de forma coherente, restringe la amenaza no
condicional a los siguientes requisitos:
(i) El mal amenazado debe constituir delito, pues lo contrario sería penalizar la
exteriorización de conductas lícitas, que jamás podría significar sino un acto preparatorio de
una conducta autorizada. Por tanto, hay atipicidad en las amenazas no condicionales que
consistan en el anuncio de un mal no constitutivo de delito.
(iii) El delito objeto de la amenaza debe tener mayor penalidad que la amenaza no
condicional. El desvalor3 independiente es tan bajo4 que cualquier grado de ejecución del iter
criminis lo absorbe, salvo que subsista su castigo independiente de comprobarse que el delito
amenazado tiene pena más baja.
3 Según jurisprudencia de la C.A. de Concepción [24/06/2009], las expresiones groseras que se profirieron por un
imputado a los agentes de la PDI que lo detuvieron (“ratis culiados, cuando estén solos se las voy a cobrar”), no
permiten tener por acreditada la seriedad y verosimilitud que las amenazas no condicionales exigen como
elementos del tipo, no ha quedado debidamente acreditado que se esté haciendo referencia a un hecho que
constituya delito, por mucho que se haya señalado por los propios funcionarios policiales que cobrar en la jerga
delictual significa vengarse.
4 Señala la C.A. de Santiago [30/05/2011], falta seriedad en la manifestación que realiza el ex marido de la
querellante cuando le manifiesta públicamente en el metro de la ciudad “que hací maraca culia, te voy a echar a mi
familia para que te saquen la chucha”… pues corresponden más bien a improperios vertidos por el imputado a la
afectada en momentos de ofuscación, debido a problemas existentes entre ambos, sin que ellas constituyan
amenazas reales.
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i. Violación de morada (art. 144). Protección de la intimidad como espacio físico y temporal
determinado de expresión de la vida privada. Figuras calificadas:
– Mediante violencia o intimidación (art. 144, inc. segundo)
– Funcionario público no justificado y abusando de su oficio (art. 155).
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iv. Chantaje (art. 161–B). Corresponde a una modalidad especial de amenazas condicionales.
Dispone el art. 144, inciso primero: «El que entrare en morada ajena contra la voluntad
de su morador, será castigado con reclusión menor en su grado mínimo o multa de seis a diez
unidades tributarias mensuales». La conducta típica consiste en que un tercero ingrese a una
morada ajena, contra la voluntad de su titular. Por tanto, el bien jurídico es la intimidad como
manifestación de un espacio físico de privacidad, dentro de un contexto materialmente delimitado y
excluyente a voluntad del morador.
Entendemos por «morada ajena», un lugar físico donde la persona o «morador»
mantiene una residencia permanente (hogar doméstico) o transitoria (camarote, habitación de
hotel) en que despliega o desarrolla su intimidad. Es una elaboración abstracta que no se
condice con la definición legal de domicilio civil (art. 59 CC). El que se encuentre cercada o
delimitada es irrelevante, el aspecto definitorio del lugar es la habitualidad en que se desarrolla y
administra la vida privada, con exclusión de la presencia de otros. Así, la morada es un
concepto funcional a la voluntad de su titular, en cuanto libertad para administrar el acceso de
cualquiera (así como la facultad para vetar el ingreso), por las implicancias de aquel espacio
respecto a su propia intimidad. No se protege la propiedad (puede cometerlo el dueño contra
un arrendatario).
Se acepta (implícitamente) la existencia de moradas dentro de otra morada. Ellas se
refieren a espacios más reducidos, existentes dentro de uno más amplio, en que la
administración exclusiva pertenece al legítimo titular y coexiste con otros moradores (en sus
propias moradas).
Ejemplo: la oficina del administrador dentro del contexto de un centro comercial o la
carpa de un turista dentro de un camping internacional, en cuanto espacios delimitados de
privacidad. También los espacios comunes de una pensión universitaria y las habitaciones
particulares, además de los casos en que existe subordinación laboral, como las habitaciones de
las empleadas de casa particulares respecto al hogar familiar o los espacios para vestir dentro de
las industrias.
El verbo rector consiste en entrar, por tanto, es el hito que marca la posibilidad de
realizar el tipo. Literalmente, ETCHEBERRY la defina como pasar de fuera adentro, cruzando el
límite que separa la morada de otros lugares (públicos o privados).
La entrada debe además, contrariar la voluntad del morador. Debe constar de alguna
forma la intención o voluntad de no habilitar el ingreso de terceros, sea de manera generalizada
o en particular a ciertas personas. La doctrina, para sortear dificultades prácticas, sostiene que
si bien la voluntad debe constar, puede manifestarse expresamente (morador mismo en el caso
concreto) o de forma tácita, exteriorizada de forma clara como prohibición erga omnes
(señales preconstituidas, accesos bajo llave, rejas, etc.).
Ejemplo: el cambiar la cerradura anualmente, junto a la renovación de arrendatarios,
sugiere que el rentador excluye el ingreso de quienes no porten la nueva llave; o bien el
establecimiento de señaleticas en los predios rurales de no ingresar a la propiedad privada.
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– Situación del art. 145. ¿Excusa legal absolutoria o aplicación de la parte general?
El art. 145 presenta, según algunas discusiones, en nuestro concepto inocuas, una
excusa legal absolutoria (que opera como justificación) totalmente innecesaria y carente de
sentido (por constituir aplicación de las reglas de la parte general). Dispone el inciso primero:
«La disposición del artículo anterior no es aplicable al que entra en la morada ajena para evitar
un mal grave a sí mismo, a los moradores o a un tercero, ni al que lo hace para prestar algún
auxilio a la humanidad o a la justicia».
Aún no se ha logrado conceptualizar, siquiera a nivel jurisprudencial, el concepto de
«auxilio a la humanidad», pues el riesgo de amplitud de su contenido, sobretodo de
considerarlo una causal de atipicidad, legitimaría cualquier tipo de intervención en la intimidad
de la población.
El auxilio a la justicia podría llegar a interpretarse como una ponderación de intereses
concretos, como realizar un allanamiento particular inicialmente punible; aunque innecesario
por el establecimiento de las reglas generales sobre causales de justificación del art. 10, que
contemplan sus propios límites para no llegar a excesos interpretativos como la norma en
comento.
Resulta todavía más extraño su inciso segundo: «Tampoco tiene aplicación respecto de
los cafés, tabernas, posadas y demás casas públicas, mientras estuvieren abiertos y no se usare
de violencia inmotivada», considerando que el derecho de ingreso a un establecimiento
comercial en funcionamiento siempre será lícito. ETCHEBERRY lo interpreta como un límite
a la posibilidad de querellarse por alguien que eventualmente pretenda adjudicar la calidad de
morada, pues el ingreso a tales espacios conlleva a una renuncia a la intimidad propia del
objeto protegido.
La primera parte del art. 155 castiga al funcionario público que «abusando de su oficio,
allanare un templo o la casa de cualquiera persona», entendiendo por tal el uso arbitrario de la
autoridad, fuera de los casos permitidos por la ley (arts. 205 y ss. CPP), para ingresar a recintos
privados.
Dispone el art. 146, inciso primero: «El que abriere o registrare la correspondencia o
los papeles de otro sin su voluntad, sufrirá la pena de reclusión menor en su grado medio si
divulgare o se aprovechare de los secretos que ellos contienen, y en el caso contrario la de
reclusión menor en su grado mínimo».
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El art. 156 contempla una figura agravada para diversas hipótesis relacionadas sobre la
correspondencia, por funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones (empleados de
correos u otros de la Administración) realizadas por uso arbitrario de sus facultades. El art. 156
dispone: «Los empleados en el servicio de correos y telégrafos u otros que prevaliéndose de su
autoridad interceptaren o abrieren la correspondencia o facilitaren a tercero su apertura o
supresión, sufrirán la pena de reclusión menor en su grado mínimo y, si se aprovecharen de los
secretos que contiene o los divulgaren, las penas serán reclusión menor en cualquiera de sus
grados y multas de once a veinte unidades tributarias mensuales».
La interceptación incluye el simple apoderamiento de correspondencia ajena, su
desviación intencional para el extravío y la destrucción o supresión.
Por la apertura entendemos que se contempla en idénticos términos al art. 146.
El caso de la facilitación a un tercero de la apertura o supresión, regula un caso de
omisión propia, en cuanto los empleados de Correos de Chile son garantes de la indemnidad
de la correspondencia como deber funcionario, pues materialmente, la facilitación a otro
equivale al acceso o difusión de la correspondencia (como dejarla intencionalmente
abandonada).
La situación del retardo doloso, se contempla en el inciso segundo, disponiendo una
hipótesis privilegiada: «En los casos de retardo doloso en el envío o entrega de la
correspondencia epistolar o de partes telegráficos, la pena será reclusión menor en su grado
mínimo». Se critica que la fórmula responde a una sanción disciplinaria, elevada a hecho
punible, más que a una lesión a la intimidad, sin perjuicio del eventual detrimento patrimonial o
moral causado a los destinatarios. En este sentido, la deficiencia del tipo es similar a la
interferencia, pues de realizarse por particulares resulta impune.
Ejemplo: se retiene dolosamente por el funcionario de correo privado, una notificación
que otorga una importante licitación pública o bien un importante mensaje sobre algún litigio
judicial, en términos de que ya nadie encarga dichas funciones a las entidades estatales.
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Por otra parte, el art. 155 se refiere al registro de papeles cometido por funcionario
público, realizado de forma arbitraria (falta de orden judicial o incumplimiento de
formalidades).
El inciso segundo dispone que la norma «no es aplicable entre cónyuges, ni a los
padres, guardadores o quienes hagan sus veces, en cuanto a los papeles o cartas de sus hijos o
menores que se hallen bajo su dependencia». Se entiende que este hecho se justifica cuando se
ejercen las potestades de cuidado sobre el desarrollo de los infantes.
Añade el inciso tercero, lo mismo respecto a otras justificantes contempladas en el
ordenamiento jurídico: «Tampoco es aplicable a aquellas personas a quienes por leyes o
reglamentos especiales, les es lícito instruirse de correspondencia ajena». Por ejemplo: la
exhibición de papeles como medida prejudicial en el juicio ordinario.
Sin perjuicio de la ley 19.223/1993 que tipifica figuras penales relativas a la informática,
las expresiones de sentido fijadas en correo electrónico o plataformas virtuales (mensajería
instantánea como MSN o Facebook) quedan excluidas de la tipificación del art. 146. Los
verbos rectores de la violación de correspondencia son imposibles de realizar en un medio
inmaterial como internet. La naturaleza del ciberespacio es jurídicamente indeterminada.
La apertura o registro de información computacional en línea no puede ser considerada
en términos materiales y objetivos. La regulación de la normativa señalada, por lo añejo de su
data, castiga la imposición sobre el contenido vulnerando medios de seguridad o la utilización
de la información para beneficio propio (espionaje industrial o captación de lista de clientes).
En general, la protección se encuentra centrada en el sistema de información mismo (servidores y
hardware) y los datos que contiene.
Ejemplo: no podemos enmarcar en los términos de abrir o registrar a los casos en que se
revisa el correo ajeno o la red social que descuidadamente ha dejado abierta la víctima. Se
abarca el acceso indebido, como alguna forma de descifrar el password traspasando los
cortafuegos con algún virus, etc.
Lo correcto, acuerdo a los avances de la sociedad, sería conceptualizar la protección de
las esferas de intimidad relativas a comunicaciones, sin atarlas necesariamente a un soporte
físico (el que accediera indebidamente a una comunicación privada entre dos personas en un
entorno privado, por ejemplo).
La figura fue incorporada por la ley 19.423/1995, como resguardo ante los avances
tecnológicos para la intromisión subrepticia o clandestina5 de alguna de las dimensiones que
5 El delito se legisló a propósito de un escándalo político ocurrido en 1992 y protagonizado por el precandidato
presidencial Sebastián PIÑERA y su contendora en el partido RN, Evelyn MATTHEI. Durante un programa
televisado, se difundió una grabación telefónica clandestina entre PIÑERA y su amigo entrevistador, en la cual le
comentaba una maniobra para bajar de carrera a la candidata. La grabación fue revelada en el programa de
televisión, siendo descubierto, tiempo después, que había sido registrada por escuchas del Comando de
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implica la intimidad, denominada comúnmente por la doctrina como vida privada. El objeto
genérico de protección es la intimidad, como hito privado y excluyente, sobre tres dimensiones
de expresión, que operan como tipos penales independientes agrupados en un mismo artículo.
Por tanto, en este caso no se protege el aspecto material de aquellas manifestaciones íntimas
(conversación, documento u hecho en sí mismo), pues ello corresponde a otras figuras
(violación de correspondencia, secretos, etc.)
Dispone el art. 161–A, inciso primero: «Se castigará con la pena de reclusión menor en
cualquiera de sus grados y multa de 50 a 500 Unidades Tributarias Mensuales al que, en
recintos particulares o lugares que no sean de libre acceso al público, sin autorización del
afectado y por cualquier medio, capte, intercepte, grabe o reproduzca conversaciones o
comunicaciones de carácter privado; sustraiga, fotografíe, fotocopie o reproduzca documentos
o instrumentos de carácter privado; o capte, grabe, filme o fotografié imágenes o hechos de
carácter privado que se produzcan, realicen, ocurran o existan en recintos particulares o lugares
que no sean de libre acceso al publico».
Telecomunicaciones del Ejército, que en aquella época, monitoreaba a los militantes de los partidos de todo el
espectro político.
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De la revisión de los verbos rectores podemos concluir que es un delito de peligro contra
la intimidad, siendo el núcleo de lo injusto el riesgo generar condiciones de difusión sobre
todos los hitos privados que se «produzcan, realicen, ocurran o existan en los lugares de
privacidad». A nivel abstracto, la esfera de intimidad es anulada por el peligro que supone su
registro, susceptible de conocimiento masivo y lesión a la vida privada.
Por ello, el solo hecho de fijar el contenido en algún soporte idóneo para la difusión
masiva, consuma el delito. Resulta irrelevante desde la perspectiva de lesividad del bien
jurídico, la imposición individual del hechor sobre el hito registrado. La incorporación de un
tercero a la esfera de intimidad no satisface el riesgo masivo de anulación. Tal interpretación se
arriba analizando la tipificación, que pretende abarcar el proceso completo de difusión
considerando todas las posibles etapas de ejecución. El verbo captar sugiere que debe
registrarse en un soporte material funcional a la posterior difusión, excluyendo el caso de
escuchar una conversación ajena. Así, una mera captación, pese a vulnerar la intimidad de otro,
por el sólo hecho de entrometerse en su esfera exclusiva, mediante formas ocultas, si jamás se
divulga el material, resulta impune.
Ejemplo: el solo hecho de estar escuchando tras una pared una conversación privada es
un hecho atípico, pues debe recogerse en algún soporte material que permita su transferencia o
difusión; salvo que por ejemplo, se consigne la información en una grabadora digital o se
transcriba a un cuaderno, o bien si el profesor ingresa a la oficina del decano y observa
documentación relacionada con la propuesta de remuneraciones del año 2013, y procede a leer
el documento; materialmente hay un grado de riesgo para la difusión (su persona), pero es tan
leve en relación a la formulación del delito que no satisface el peligro requerido. Caso distinto
si lo fotografía con su móvil, pues se configura la tipicidad del art. 161–A.
Esta protección ante la imposición masiva de la intimidad se corrobora analizando la
progresión de lesividad en la figura: el inciso primero corresponde a la sola puesta en peligro; el
segundo, a la lesión, y el tercero, a la lesión calificada.
El inciso segundo protege el núcleo central (lesión) de la figura: «Igual pena se aplicará
a quien difunda las conversaciones, comunicaciones, documentos, instrumentos, imágenes y
hechos a que se refiere el inciso anterior». Esta hipótesis castiga la difusión de la esfera de
intimidad registrada, en cuanto lesión de la misma por la anulación de este espacio.
La hipótesis se agrava en el inciso tercero: «En caso de ser una misma la persona que
los haya obtenido y divulgado, se aplicarán a ésta las penas de reclusión menor en su grado
máximo y multa de 100 a 500 Unidades Tributarias Mensuales».
Ejemplo: si un periodista en terreno, que ha captado algún hito relevante, recibe la
palabra por el lector de noticias y divulga la información, será sancionado por la figura
calificada del inciso tercero, por ejecutar ambas conductas a la vez.
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autoría y por ende,: no existirían conductas accesorias o etapas imperfectas de ejecución del
delito, pues se hayan reguladas en la propia figura.
Esta interpretación no obsta a que se discuta la posibilidad de que se puedan aplicar las
reglas generales sobre autoría y participación, así como iter criminis, considerando las hipótesis
como conductas principales. En este sentido, no existe doctrina ni jurisprudencia mayoritaria.
El delito exige una circunstancia asociada al lugar en que se ejecuta la conducta típica:
los hitos personales deben obtenerse necesariamente en recintos particulares o lugares que no
sean de libre acceso al público. Por tanto, se concluye el gran problema de la figura. Si el sujeto
activo realiza alguno de los actos en un lugar público o de libre acceso, se excluye la tipicidad.
Es un error insubsanable a través de la interpretación, restando solamente la vía de la
derogación legal.
Ejemplo: de instalarse los medios para interceptar un teléfono desde bares, parques
recreacionales, o una esquina, la conducta es atípica, mientras que si se realiza desde el living
del hechor, sería condenado.
Sin perjuicio de lo anterior, la ley 18.168/1982 General de Telecomunicaciones, en su
art. art. 36 B), sanciona la intercepción, captación o grabación de una conversación (pública o
privada) efectuada a través de cualquier servicio de telecomunicación, desde cualquier recinto
de emisión.
Tradicionalmente, autores como ETCHEBERRY entendían, aplicando un criterio
delimitador objetivo, que los recintos públicos no son idóneos para expresar la intimidad e
implican una renuncia expresa a la protección de la misma. Las dificultades empiezan en
relación a lugares en que se superponen estas categorías: bares o tabernas que exigen el pago de
una entrada, áreas de atención de hospitales o policlínicos, etc.
Para efectos de la configuración de «recintos particulares o lugares que no sean de libre
acceso al publico», consideramos necesario atender a un criterio normativo desde el bien
jurídico de la vida privada. Por espacio privado, entendemos un lugar determinado que reúna las
condiciones idóneas para desplegar la esfera de intimidad que se trate. Se trata de considerar el
enfoque de la víctimo–dogmática por sobre el espacio físico descriptivo, pues el contexto y no
la ubicación objetiva, debe permitir que se desarrolle un hito de la intimidad, bajo un contexto
excluyente del libre acceso al público.
Ejemplo: bajo esta perspectiva, puede ser un lugar privado un espacio no cerrado; como
el centro de una cancha de fútbol si no hay nadie a su alrededor, o el fondo de un bar donde
no se escucha la música y no hay tercero rondando la escena.
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El delito de chantaje es más bien un atentado contra la libertad, pero que regula el caso
de una amenaza condicional, donde el mal amenazado consiste en el uso de información
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proveniente de un atentado contra la intimidad: «Se castigará con la pena de reclusión menor
en su grado máximo y multa de 100 a 500 Unidades Tributarias Mensuales al que pretenda
obtener la entrega de dinero o bienes o la realización de cualquier conducta que no sea
jurídicamente obligatoria, mediante cualquiera de los actos señalados en el artículo precedente.
En el evento que se exija la ejecución de un acto o hecho que sea constitutivo de delito, la pena
de reclusión se aplicará aumentada en un grado». Así, corresponde a una figura agravada de las
de amenazas condicionales, donde el mal con el que se conmina es la difusión de alguno de los
hitos del art. 161–A. Es decir, amenaza condicional de mal constitutivo de delito.
Ejemplo: El decano amenaza al Director de Escuela con difundir las imágenes captadas
en la extraña fiesta a que acudieron la noche anterior, si éste no deposita $12.000.000 en su
cuenta antes del mediodía; aunque también puede referirse a cualquiera otra conducta del art.
161–A.
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ii. Figuras privilegiadas del secuestro: detención arbitraria (art. 143) y detención
irregular (art. 148)
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desplaza en su cautiverio, pero sin que pueda salir a voluntad; un maletero con orificios la
respiración y vigilancia; el fondo de una piscina seca rodeada de llamas intermitentes, etc.
El verbo «detuviere», implica limitar el desplazamiento por cualquier mecanismo
funcional a ese propósito, obligando a una persona a estar en un lugar contra de su voluntad.
Los medios comisivos pueden ser materiales (atar de pies y manos, aturdir) o inmateriales
(amenazas), además del uso de drogas alucinógenas o somníferos. La capacidad de movimiento
no debe estar necesariamente anulada en forma completa, sino que basta que esté restringida
en términos de lesionar realmente la libertad ambulatoria.
Ejemplo: colocar un dispositivo magnético en la pierna de la víctima que le impida
atravesar los arcos metálicos de un predio, bajo el temor a morir producto de un shock
eléctrico, o bien la situación de la película Along Came a Spider (2001), en que el detective
interpretado por Morgan Freeman debe atrapar a un psicópata que mantiene a varias mujeres
secuestradas a base de narcóticos.
En general, se considera al secuestro como un delito de resultado. El profesor
ETCHEBERRY, sostiene un planteamiento minoritario, que interpreta la frase «privándole de
su libertad» como un resultado concreto que se materializa en la consciencia del sujeto pasivo de
estar privado de la facultad de autodeterminarse espacialmente (aún de forma momentánea),
elemento necesario para acreditar el grado de lesividad de la figura. Por tanto, la ejecución de
alguna de las conductas debe producir en los hechos, una privación concreta de libertad, que
supone el conocimiento real de la situación de secuestro.
Ejemplo: así, el encerrar en una habitación entre tres y cuatro de la mañana a una
persona que duerme durante todo ese lapso, no es secuestro. Tampoco lo habría, aunque el
sujeto despertara durante el mismo, siempre que no intentara salir, ni se enterara en otra forma
de que está encerrado. Bajo esta tesis no se ha logrado lesionar su libertad ambulatoria, caso
análogo al desvío de un proyectil para matar a otro. Sin embargo podrán verificarse las etapas
imperfectas de ejecución del delito (tentativa o frustración).
Los inconvenientes aparecen llevando la tesis a situaciones extremas, como el caso de
inconscientes (drogadas o hipnotizadas) que no podrían cumplir con el requisito de estar
conscientes de la detención o encierro.
La doctrina mayoritaria considera que la expresión «el que sin derecho», constituye un
elemento normativo, de carácter negativo del tipo penal, que alude directamente a la ausencia
de una causal de justificación para los efectos de detener o encerrar a otro.
Así, por funcionar a nivel de tipicidad, el que encierra o detiene, autorizado por alguna
norma del ordenamiento jurídico, ejecuta una conducta atípica, generalmente en virtud de la
teoría de la adecuación social. Existe una amplia gama de conductas permitidas en hipótesis
corrientes de privación de libertad ambulatoria: oficiales militares respecto a los subordinados,
Directores de Salud en ciertos casos de enfermedades contagiosas, etc.
Consecuencia de ello es que el tratamiento de las situaciones de error, generalmente
sobre la falsa percepción en la concurrencia de las facultades legales, ha de considerarse una
situación de error de tipo. Para algunos sectores doctrinarios, el referente alude a la
antijuridicidad de la conducta y el caso debería tratarse en sede de culpabilidad, acorde a las
reglas del error de prohibición.
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En principio, se trata de un delito común, con la reserva de que más del noventa por
ciento de los casos reales se deben a formalizaciones por la figura privilegiada de la detención
irregular (art. 148), que abarca los casos de funcionarios públicos dentro del marco de sus
competencias (jueces, intendentes, gobernadores, funcionarios de policía, militares, etc.).
Respecto al sujeto pasivo, el secuestro se aplica sólo a los mayores de edad (18 años), pues
la figura de la sustracción de menores regula de forma absoluta la administración de su libertad
ambulatoria. Sobre las personas inconscientes o que sufran algún grado de parálisis (temporal o
permanente), puede cometerse secuestro, según POLITOFF/MATUS/RAMÍREZ, pues su
capacidad de ejercer la libertad ambulatoria se manifiesta y realiza través del encargado de su
cuidado o custodia.
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suele retenerse a la víctima en la cajuela de su vehículo durante horas. Todos casos en que la
privación de libertad funciona como medio comisivo. Situación distinta es el caso de que en el
atraco a una sucursal bancaria se amenaza con liquidar a todos los clientes de no facilitar las
autoridades un avión hacia tierras islámicas (secuestro calificado).
Suelen distinguirse diversas figuras de secuestro: una simple y tres agravadas. La simple
consiste en los términos que indica el art. 141, inciso primero. Las agravadas tienen lugar, de
conformidad con la misma disposición, en los incisos tercero, cuarto y quinto, por la
incorporación de elementos adicionales que califican su injusto:
(1) Los móviles del autor (art. 141, inc. tercero). Se agrava el injusto cuando se
ejecuta el secuestro «para obtener un rescate o imponer exigencias o arrancar decisiones».
como elemento subjetivo del tipo. El fundamento de la agravación de la responsabilidad penal
se encuentra en que, además de privarse la libertad ambulatoria de las víctimas, se busca afectar
otros bienes jurídicos. La consideración de esta finalidad como un elemento subjetivo (móvil
de tendencia) restringe su amplitud al dolo directo, excluyendo al dolo eventual.
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(1.3.) Arrancar decisiones. En este caso, la coacción se dirige a una autoridad pública
para obtener el uso discrecional de alguna potestad administrativa (por ejemplo, el Alcaide de
una prisión para que libere a familiares de los secuestradores).
En general, se considera que esta causal ha sido desplazada por un concurso aparente
de leyes penales a raíz de especialidad por el delito de secuestro político, sancionado con mayor
severidad en el art. 5 b) de la ley 12.927 sobre Seguridad del Estado; o bien por derogación
tácita dada su promulgación con posterioridad al Código Penal.
(2) Concurrencia de causales objetivas adicionales (art. 141, inc. cuarto). En este
caso, el secuestro se agrava por verificarse en forma conjunta a la privación de libertad, como
resultado, alguna de las circunstancias objetivas que se definen: «el encierro o la detención se
prolongare por más de quince días o si de ello resultare un daño grave en la persona o intereses
del secuestrado».
(2.1.) Daño grave en la persona del secuestrado. Para la mayoría de los autores,
implica una lesión menos grave (art. 399), simplemente grave (art. 397 Nº2) y las hipótesis imprudentes
del inciso tercero. Cabe señalar que en atención al principio de culpabilidad, se excluye el
tratamiento de un delito calificado por el resultado, exigiéndose a lo menos culpa o dolo eventual.
(2.2.) Daño grave en los intereses de la persona. Comprendemos un perjuicio
económico importante, causado por la privación de libertad, como podría ser la pérdida de una
licitación pública o asistir a una importante fusión corporativa.
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personas, bajo el régimen militar, en cuya ejecución se cometieron tales atentados sexuales. Así,
en respeto del principio de legalidad, la interpretación que debe darse al caso es la vigente en
1999, restringiéndola a la violación anal. Como la tipificación previa a la reforma no captaba la
penetración oral, debe excluirse como agravante del secuestro, dando origen a un concurso real
entre este y la derogada figura del abuso deshonesto.
La detención arbitraria cometida por particulares constituye una figura privilegiada del
secuestro, establecida en el art. 143 que dispone: «El que fuera de los casos permitidos por la
ley, aprehendiere a una persona para presentarla a la autoridad, sufrirá la pena de reclusión
menor en su grado mínimo o multa de seis a diez unidades tributarias mensuales».
La menor penalidad del tipo (incluso susceptible de rebajarse a una multa) se basa en la
concurrencia de un móvil subjetivo de carácter positivo, pues la privación de libertad debe ser
ejecutada sobre la víctima «para presentarla a la autoridad», entendiéndolo como el ánimo de
colaborar con la justicia, aprehendiendo a otro que ha delinquido.
Se exige, como elemento negativo del tipo, que la privación ambulatoria deba tratarse
«fuera de los casos permitidos por la ley», alusión directa a la ausencia de una causal de
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pueden realizar el delito, sin perjuicio que en caso de conflicto entre aquellos existe un delito
especial y privilegiado: la negativa de entrega de un menor (art. 355).
La potestad de administrar se justificaría en beneficio de su propia seguridad, pues el
fundamento material de la potestad de control es la suplencia del desarrollo incompleto de la
personalidad, por tanto, la disposición responsable de su propia autonomía. La esfera de custodia,
como espacio de seguridad, protege y complementa la potencial libertad del menor.
Razones históricas de nuestra idiosincrasia se retrotraen hasta las bases conservadoras
de la concepción social sobre la familia y especialmente, el adolescente. No extraña que en el
mundo social de la actualidad, se tienda a prolongar el paso definitivo hacia la adultez hasta
etapas posteriores a los 25 años, en cuanto consideración de la persona como sujeto
autosuficiente y responsable por sus actos, capaz de desenvolverse en la vida adulta. Esta
aproximación al desarrollo de la adolescencia es el principal defecto de la regulación.
La atenuante por devolución de la víctima del art. 142 bis es aplicable en iguales
términos a la sustracción de menores, además de que la figura contempla las mismas agravantes
que el secuestro, con alteración de su penalidad.
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Derecho el atentado contra la libertad ambulatoria (aún mediante alguna invitación junto a los
amigos o algún tipo de engaño), que sumado a la lesión a las potestades de resguardo
completan la tipicidad de la sustracción de menores.
(ii) Mayor de 10 y menor de 18 años. El consentimiento excluye la tipicidad de la
sustracción de menores, ya que se reconocen condiciones para disponer de la libertad,
lesionando tan solo la esfera de resguardo. En tales casos, habrá eventualmente inducción al abandono
del hogar, hecho que, según la mayoría de los autores, sólo es punible si la inducción se realiza
con el propósito de atentar contra el estado civil del inducido; alegación factible como falta de
lesividad en la figura.
(i) Situación material de cuidado. Como primera tesis, se considera como esfera de
cuidado y dependencia el contexto material en que se desenvuelve el menor, más no a la
custodia establecida por ley o sentencia judicial. Bajo esta concepción, que sostienen
ETCHEBERRY, los padres biológicos jamás podrían violentar la esfera de resguardo, pues
son titulares por este solo hecho de legitimidad material sobre el hijo en común,
independientemente de la situación civil existente. El razonamiento discurre en que, siendo
ambos legítimos titulares, solamente se afecta el derecho de control de la contraparte, pero
nunca el espacio de resguardo del menor y menos su libertad ambulatoria, pues con cualquiera
de ellos estará seguro, independientemente de la tuición legal.
El delito de tortura fue introducido al Código Penal por la ley 19.567/ 1998 en los arts.
150 A y 150 B, como referencia a la trágica experiencia nacional bajo el régimen militar. El
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esfuerzo, sin embargo, presenta notables deficiencias que denotan una descuidada política
criminal estatal al respecto. Dispone el inciso primero del art. 150 A: «El empleado público que
aplicare a una persona privada de libertad tormentos o apremios ilegítimos, físicos o mentales,
u ordenare o consintiere su aplicación, será castigado con las penas de presidio o reclusión
menor en sus grados medio a máximo y la accesoria correspondiente».
La tortura se ha tipificado como un delito especial propio. Esto conlleva que para que
cualquiera de las modalidades de la conducta (aplicar, ordenar o consentir) sea punible, debe
tratarse de un funcionario público en ejercicio de sus funciones, respecto de una persona
detenida. Así, toda aplicación de tormentos o apremios ilegítimos, físicos o mentales, realizado por
un particular, que no deje huellas fisiológicas subsumibles en las figuras de lesiones, quedará
como un acto impune por atipicidad.
Inexplicablemente el legislador centró el desvalor en el sujeto activo, más allá de lo
determinante que se extrae de la sola lectura sobre la conducta, que, sea dicho de paso, ha
solucionado el complejo tema de los apremios psíquicos (atípicos en cuanto lesiones como delito
común).
El sujeto activo ha de ser un funcionario público, en los términos del art. 260.
Corrobora esta deficiente regulación, el art. 150 B, que sanciona al particular que participe en
las conductas de tortura ejecutada por un funcionario público: «Al que, sin revestir la calidad de
empleado público, participare en la comisión de los delitos sancionados en los dos artículos
precedentes, se le impondrán las siguientes penas (…)». Esta extensión de la punibilidad, en
calidad accesoria para los particulares, confirma que el injusto no se tipifica como delito
común.
El inciso segundo del art. 150 A regula un especial caso de omisión propia: «Las mismas
penas, disminuidas en un grado, se aplicarán al empleado público que, conociendo la
ocurrencia de las conductas tipificadas en el inciso precedente, no las impidiere o hiciere cesar,
teniendo la facultad o autoridad necesaria para ello». La disposición sanciona a los funcionarios
que pudiendo impedir la tortura, omitieren cumplir con este deber, con una sanción
privilegiada. Lo relevante de esta figura es que ha permitido sostener que en el plano del
injusto, la omisión no se equipara en gravedad a la acción.
Los incisos siguientes presentan las hipótesis calificadas: el inciso tercero agrava la
penalidad de acreditarse un elemento subjetivo de tendencia: «Si mediante alguna de las conductas
descritas en el inciso primero el empleado público compeliere al ofendido o a un tercero a
efectuar una confesión, a prestar algún tipo de declaración o a entregar cualquier información,
la pena será de presidio o reclusión menor en su grado máximo a presidio o reclusión mayor en
su grado mínimo y la accesoria correspondiente»; el inciso cuarto, se hace cargo de una situación
de concurso con algunos resultados (lesiones graves gravísimas y simplemente graves, homicidio culposo):
«Si de la realización de las conductas descritas en este artículo resultare alguna de las lesiones
previstas en el artículo 397 o la muerte de la persona privada de libertad, siempre que el
resultado fuere imputable a negligencia o imprudencia del empleado público, la pena será de
presidio o reclusión mayor en su grado mínimo a medio y de inhabilitación absoluta perpetua».
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Señala el art. 411 bis: «El que con ánimo de lucro facilite o promueva la entrada ilegal al
país de una persona que no sea nacional o residente, será castigado con reclusión menor en su
grado medio a máximo y multa de cincuenta a cien unidades tributarias mensuales».
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– Situaciones agravadas del tráfico ilícito de migrantes (art. 141 bis, incs. tercero,
cuarto y quinto)
Existe una calificación del tipo penal «si se pusiere en peligro la integridad física o salud
del afectado» (art. 141 bis inc. segundo). Asimismo, se tipifica una agravante específica en que
la pena se aumentará en un grado «Si se pusiere en peligro la vida del afectado o si éste fuere
menor de edad».
Ejemplo: el migrante debe permanecer horas oculto bajo el fuselaje del vehículo
respirando por una bombilla con salida al exterior, o bien se convence al sujeto de que cruce,
aparentemente mediante un itinerario falsificado, un trayecto donde se encuentran enterradas
minas antitanque.
El inciso cuarto presenta una norma especial tratándose de que el sujeto activo sea un
funcionario público en el ejercicio de sus funciones, caso en que se prescinde del ánimo de lucro.
Basta que presten colaboración con la conducta para entender que se infringe un deber
funcionario. De concurrir el ánimo de lucro, podría sancionarse en conjunto con el cohecho.
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(i) Atentado al control migratorio del país. Una primera tesis, sostenida por el
Ministerio Público, argumenta una lesión a un bien jurídico de carácter colectivo: la infracción a
la política migratoria de un país, conceptualizable como el derecho de la sociedad a mantener un
control sobre las migraciones. El ingreso ilegal, facilitado por un contrabandista o smuggler,
conllevaría una alteración de la administración económica del Estado (cesantía, irregularidad
del trabajo y proliferación del narcotráfico).
Se critica esta posición, por la falta de riesgo concreto que conlleva asumir un bien
jurídico de orden tan abstracto, pues el hecho corresponde más bien a la regulación
administrativa (control fronterizo), que sirve de plataforma para otros fines (seguridad social,
policía interna), pero que impide identificarlo como una lesión concreta del entorno
socioeconómico. La teoría del control migratorio se asemeja a un delito sin víctima. Por otra
parte, asumir la tesis produce conflictos de concurso aparente con las normas contenidas en el
DL 1.094/1975 sobre Extranjería (en adelante, LE), que a fin de cuentas resulta
paradójicamente favorable al infractor y la defensa, por la absorción vía especialidad de las
nuevas figuras en el desvalor más favorable al reo en la LE.
(iii) Atentado contra la dignidad humana. Una tercera corriente trata de especificar
aún más el bien jurídico, como un atentado contra la dignidad del migrante. Lo sancionado es lucrar
con el establecimiento de una persona vulnerable en una situación de riesgo. El ingreso ilegal
mismo, bajo remuneración, constituiría un acto de explotación, por lo inescrupuloso de
conocer la situación desvalida en que se colocará al individuo. Recién bajo este esquema surge
la vinculación con la libertad, pues se ve restringida ante la necesidad imperiosa de aceptar la
oferta.
Denominador común de seguir las interpretaciones individualistas, es la posibilidad de
construir concursos reales de delitos con las normas de la LE, con el inconveniente de
generarse concursos aparentes con la regulación actual de la de trata de personas.
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Derecho Penal – Delitos en Particular
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Dispone el art. 411 quáter: «El que mediante violencia, intimidación, coacción, engaño,
abuso de poder, aprovechamiento de una situación de vulnerabilidad o de dependencia de la
víctima, o la concesión o recepción de pagos u otros beneficios para obtener el consentimiento
de una persona que tenga autoridad sobre otra capte, traslade, acoja o reciba personas para que
sean objeto de alguna forma de explotación sexual, incluyendo la pornografía, trabajos o
servicios forzados, servidumbre o esclavitud o prácticas análogas a ésta, o extracción de
órganos, será castigado con la pena de reclusión mayor en sus grados mínimo a medio y multa
de cincuenta a cien unidades tributarias mensuales».
La estructura de la figura puede ordenarse de acuerdo a los verbos rectores, los
elementos subjetivos de tendencia que radican la finalidad de los hechores y las circunstancias
o medios comisivos que implican ausencia de voluntad.
(1) Conducta punible. Los verbos rectores aluden a cualquier conducta de ejecución
organizada dirigida al comercio con seres humanos (captar, trasladar, acoger o recibir).
El primer aspecto relevante es que no se limitan al fenómeno de traslación
internacional de personas, comprendiendo hipótesis de trata nacional, pues el grado de
encubrimiento o aislamiento de las víctimas no es necesariamente provocado el cruce de
fronteras.
Ejemplo: perfectamente el Decano en su misma oficina puede explotar, mediante
engaño, a un alumno con la finalidad del tráfico de órganos. Las posibilidades de éxito son
menores, pues los gritos de dolor pueden escucharse, pero nada obsta a que se configure en
aquel lugar.
En segundo lugar, los verbos rectores están definidos como elementos periféricos a los
actos de explotación propiamente tales, en el sentido de ser colaborativos para la obtención de
aquellos fines. Debemos distinguir los hechos para la aplicación de la figura: la trata como
delito, consiste en la conducta de traer o desplazar personas bajo engaño (u otra de las
modalidades comisivas) a Chile; hecho diferente a la situación misma de explotación sexual,
laboral o de tráfico de órganos que se realice posteriormente.
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(2) Elementos subjetivos del tipo. Objetivo de la conducta. La figura exige que los
verbos rectores sean funcionales a un móvil específico, dado por las finalidades que
constituyen elementos subjetivos de tendencia. Son aquellos los que tiñen de un injusto
independiente a las conductas de la trata de personas, de los hechos a que se dirigen. Por esto,
para que el delito esté consumado, basta acreditar que los sujetos que realizan el verbo rector
se dediquen a cualquiera de los siguientes rubros:
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Ejemplo: se ofrece en Bolivia una bolsa de trabajo para el oficio de turismo vitivinícola
en el valle central. Al llegar a Chile, se retienen los pasaportes (el sujeto se transforma en
indocumentado) y se le fuerza a trabajar de forma precaria bajo alguna amenaza (atentar contra
sus familiares, por ejemplo).
(3) Elemento negativo del tipo. Modalidades comisivas que implican ausencia
de voluntad de la víctima. En todos los casos revisados, lo relevante es la carencia de
voluntad de la víctima de participar en las conductas de explotación, bajo las circunstancias que
enumera el delito: violencia, intimidación, coacción, engaño, abuso de poder, aprovechamiento de una
situación de vulnerabilidad o de dependencia de la víctima, o la concesión o recepción de pagos u otros beneficios
para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra. Tratándose de un menor de
edad, se presume de Derecho la ausencia de voluntad (art. 411 quáter, inciso segundo).
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Ejemplo: se mantiene a una trabajadora sexual con una remuneración muy baja pues de
acercarse a la policía o tratar de escapar, se notificará a su familia de que trabaja como
prostituta, o bien, de asesinar a sus hijos en su natal Bolivia.
En síntesis, la participación voluntaria en el traslado hacia las finalidades resulta en
atipicidad penal de la conducta, ya que la voluntad aparece como elemento negativo del tipo
(participar en pornografía entre adultos, trabajar de forma excesiva bajo riesgo, vender un
órgano por necesidades económicas, etc.) pues quedan sujetos a la autonomía individual.
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