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HISTORIA DEL ARTE I Escuela Municipal de la Joya

Apunte para tercer parcial Docente: Ana Quiroga

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El Imperio Romano
27 a.C. – 476 d.C.

Según la leyenda, Roma fue fundada en el año 753 a.C. por Rómulo, el primer rey de la ciudad. En
el año 509 a.C. se convirtió en una República. A lo largo de 450 años, Roma conquistó primero el
resto de Italia y luego se expandió hacia Francia, España, Turquía, el norte de África y Grecia. En los
últimos años de la República, el fortalecimiento del personalismo condujo a los triunviratos y a
dictaduras como la de Julio César. Tras su muerte, las guerra civiles subsiguientes supusieron el fin
de la República y el principio de una nueva etapa: el Imperio.
Desde el año 27 a.C., durante la fase imperial, Roma se caracterizó por tener un gobierno
autocrático, en manos de un solo individuo: el emperador. Durante cinco siglos el poder estuvo en
manos de emperadores como Augusto, que expandieron el vasto territorio del Imperio, que en el año
200 d.C. iba de Siria a España y de Gran Bretaña a Egipto. En este espacio, las redes viarias
comunicaban ciudades ricas y vibrantes, llenas de edificios públicos de gran belleza. La población,
los bienes y las ideas se mantenían cohesionados gracias a la existencia de una cultura
grecorromana compartida.
Víctima de las presiones internas y las amenazas militares, el Imperio Romano se fue debilitando y
en el año 395 d.C. se dividió en dos: Imperio Romano de Oriente y Occidente. Hacia el año 476, el
Imperio Romano de Occidente sucumbió a la sucesión de invasiones «bárbaras» y con su colapso
finalizó oficialmente la Edad Antigua. El Imperio de Oriente sobrevivió y se transformó en el
denominado Imperio bizantino. Bizancio (hoy en día Estambul) preservó las tradiciones
grecorromanas y conservó el cristianismo ortodoxo como religión principal durante un milenio.

La joya en el Impero Romano

Primer período (siglo VII a.C. – siglo II a.C.)


Se inicia en la época de los reyes y se extiende hasta el siglo II a.C., durante la República romana.
En esta época, el adorno de metal es relativamente raro. Las continuas guerras por la consolidación
del estado que se estaba formando, y la extrema austeridad en las costumbres de la vida cotidiana
excluyeron cualquier lujo personal. Sin embargo, ya en esta época se conocían en Roma accesorios
sabinianos y otros importados de Jonia, pero especialmente etruscos.
En los primeros siglos de la República, las sencillas modalidades de los romanos tampoco se
modificaron esencialmente. Las usanzas tradicionales que los antepasados practicaban, y la áspera
disciplina varonil, siguieron constituyendo siempre el ideal de este pueblo que había logrado
subyugar a las tribus circunvecinas y conquistar pronto a toda Italia. Pero con el engrandecimiento
constante del Imperio, crecieron no solamente el poderío y el nivel de la vida del ciudadano romano.
Aquí, la mujer romana aparece en la vida pública y, al ocuparse de arte, literatura y política, tiene la
oportunidad de exhibir alhajas.

Segundo período (siglo II a.C. – 476 d.C.)


Comprende el lapso de la hegemonía mundial de Roma y termina con el ocaso del Imperio Romano
de Occidente, en el 476 d.C.
En las incursiones de conquista hacia Sicilia, Cartagno, Grecia y Egipto, los romanos recogieron
como botín inmensos tesoros de valiosos objetos artísticos, piedras preciosas, perlas y oro, que
luego exhibieron al pueblo en las calles de Roma en solemnes cortejos de triunfo. Entonces, una
codicia irrefrenable abrazó no solamente a la nobleza sino también a los ciudadanos romanos, en un
deseo de acumular riquezas y objetos de lujo personal. Después de siglos de una vida austera y
sencilla, el pueblo romano se volvía ostentoso y salía en busca de riquezas y grandezas.
El lujo y el derroche fastuoso aumentaron con el tiempo, derivando en el uso de joyas grandes,
rígidas y pesadas. La inclinación no fue solo hacia adornos personales, sino también hacia piezas y

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objetos de todo tipo desmesuradamente grandes, costosos y de colores llamativos, mientras que la
forma y la ejecución fina desempeñaron solo un papel subordinado.
De esta manera, el arte acusa los síntomas de un cambio que se manifestaría en el abandono de las
formas grecorromanas relegadas a segundo plano, hasta que con la irrupción de los bárbaros decae
el mundo antiguo y se asiste al triunfo del viejo espíritu oriental, viéndose Roma sometida por las
artes de Persia y Egipto. Es que el Oriente, con la suntuosidad de sus materiales ricos en tejidos y
joyas, ejercía siempre una fuerte atracción, y los productos que los mercaderes sirios introducen
directamente en Roma, intensifican todavía más el gusto por las costumbres exóticas.

Técnicas

Pese a que podemos destacar ciertas técnicas y modelos de objetos, la joyería romana no destacó
demasiado dentro del mundo antiguo, y gran parte de su historia se vio influenciada por los
procedimientos y estilos de otros pueblos. Sin embargo, los romanos fueron quizás los que más
apreciaron la joyería y todo lo relacionado con el oficio: los orfebres dejaron de ser anónimos y sus
productos eran elementos esenciales para indicar la categoría social de los individuos.
Desde el punto de vista técnico, la joyería romana ofrece todos los procedimientos conocidos y
todas las calidades posibles, pues en el mercado mundial del imperio se amontonan las mercancías
que afluyen de todas partes. Roma es un punto de atracción para artesanos, artistas y orfebres
internacionales, puesto que el mercado mundial y la gran demanda de alhajas del Imperio les
aseguraban un provechoso campo de actividad.

Técnicas de construcción de joyas:


-Batido: el metal se conforma y estira con martillos y mazos de distintos tipos sobre una superficie
blanda y plana, para lograr láminas finas
-Moldeado
-Calado
-Fundición
-Soldadura
-Bisagras, uniones con argollas

Técnicas de decoración de joyas:


-Repujado
-Cincelado
-Granulado
-Estampado
-Pulido
-Esmaltado
-Engarce de piedras
-Filigrana
-Grabado
-Opus interrasile: técnica que consistía en elaborar un calado perforando la hoja de metal con un
cincel, creando un delicado encaje
-Intaglio (en italiano, incidir o tallar): son las técnicas de grabado e impresión donde un diseño es
creado a partir de incisiones debajo de la superficie de la piedra o sobre una plancha de metal, por
corte, tallado o grabado, para establecer las zonas de impresión.
-Glíptica: arte de tallar o grabar en piedras preciosas o acero. Ej: Camafeo.
-Millefiori: tallado, decorado y pulido de vidrio

Desde los primeros emperadores se revelan indicios de un cambio radical en la ejecución artística
de las joyas. El modelaje disminuye porque ya no se estima, las formas pierden por consiguiente
plasticidad y se van nivelando, proceso paralelo y simultáneo al del arte de los relieves. La
animación de la superficies se efectúa ahora por medio del trabajo calado o bien por la yuxtaposición
de colores contrastantes. También por el juego de luces y sombras que el romano, entre los pueblos
clásicos, introduce primero en el arte y, precisamente con la entalladura, saben los orfebres latinos
dar vida a planos mayores.

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Para la contraposición de colores opuestos, se sirven del esmalte celtarromano, el esmalte
campeado, el vidrio con células o la incrustación de piedras preciosas. En los talleres de Roma y
Alejandría se superan en la imitación de piedras preciosas, no siendo raras las falsificaciones. En el
arte de las piedras talladas, grabadas y esculpidas -glíptica-, los romanos producen obras
técnicamente descollantes. En los períodos de Nerón y de Augusto, la talla de los camafeos (relieve
en piedra preciosa) alcanzó su punto culminante. El número de capas cortadas de las piedras y la
delicadeza del tratamiento de las superficies eran criterios de alta calidad. Se fabricaron camafeos
en ágata o sardónice indio (una variedad de ónice con bandas marrones, rosa y crema), y también
en zafiro, azabache, topacio, calcedonia, esmeralda, granate, cornalina, amatista y aguamarina.
Entre los temas predilectos para tallar estaban los emperadores, personajes mitológicos y hermosas
mujeres, representadas de perfil. Se utilizaron en sellos, amuletos, artículos de ornamentación como
colgantes, medallones, broches o anillos.

El adorno y la técnica romanos se difundieron en todas partes donde dominó la cultura romana,
desde España hasta Asia occidental y de Bretaña hasta el norte de África. Cuando el Imperio de
Occidente sucumbió ante los pueblos invasores, el arte romano se salvó en el Imperio de Oriente,
hasta que al fin de muchos siglos resucitaría a una nueva vida en el Renacimiento italiano.

Materiales

El oro fue el metal más apreciado en la Roma Antigua, por su perdurabilidad y posibilidad de
fundición y reutilización en una futura joya. Las principales fuentes de extracción de oro en el
período imperial fueron Rumania, España, Egipto, Sudán, Portugal y Britania. Roma premiaba la
virtud militar con oro y los adornos del resto de la población eran de hierro o bronce. Sin embargo,
con el tiempo, debido a la ampliación del Imperio, aumenta la cantidad de oro y de plata, y se hacen
más joyas y objetos para uso cotidiano de estos materiales.

Las piedras grabadas despertaron en los romanos auténtica pasión y llegaron a formarse grandes
colecciones de gemas y camafeos, aplicados con profusión a anillos, broches, vestidos,
candelabros, vasos y otros utensilios.
Los romanos eran fieles creyentes de las propiedades mágicas de las piedras, consideraban que
cada una tenía una propiedad diferente y en eso se basaban sus creaciones. Piedras como
diamante, zafiro, azabache, topacio, aguamarina, calcedonia, esmeralda, ágata, crisocola, granate,
cornalina, amatista y variscita (utahlita) fueron las más utilizadas en joyas, acompañadas o no de
metales como oro y plata, y generalmente entalladas.
Hacia la segunda mitad del siglo II, la demanda de entalles fue incluso mayor debido a un mundo en
crisis en el que la religiosidad se vio influida por el aumento de la superstición. El arte de tallar las
gemas se estandarizó, excepto en los talleres que trabajaban para la corte. Se hizo más difícil
obtener los materiales y los que querían joyas elegantes tenían que recurrir a usar entalles antiguos.

Las perlas eran muy solicitadas y estaban extraordinariamente consideradas, entre otras cosas, por
la dificultad de su recolección, y se clasificaban por su tamaño y brillo. Las más cotizadas eran las
gotas grandes y parejas simétricas.
El comercio de perlas en la ciudad de Roma se atestigua por primera vez a inicios del periodo
imperial. Tras las conquistas de Alejandro Magno (356 – 323 a.C.) enormes cantidades de perlas
llegaron a los mercados de Occidente desde Oriente. Alejandría, capital del imperio Tolemaico desde
el 304 a.C., se convirtió en una rica metrópolis donde incluso perlas de mejillones de Britania se
ofrecían a la venta, traídas por los fenicios que llegaban hasta las costas británicas.
Los ejemplos más hermosos venían del Cercano Oriente y Egipto. Las del Golfo Pérsico y del Mar
Rojo destacaban por su blancura. Las del Bósforo, en cambio, eran rojizas y de menor tamaño. Las
de la costa de Mauritania eran pequeñas y las perlas británicas sobresalían por ser más oscuras y
con tonos áureos. Fue un comercio de lujo, que se concentró en manos de los “margaritarii”, nombre
dado a los buscadores de perlas y a los comerciantes y joyeros, quienes establecieron sus “officinae
margaritariorum” en el Foro Romano.

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El vidrio fue introducido en la República Romana por el comercio con fenicios y egipcios, y para el
periodo del Imperio ya se obtenía en la metrópoli y España. De las técnicas empleadas para su
realización encontramos el millefiori, que es el tallado decorado y pulido, desarrollado por los
artesanos alejandrinos, y el soplado del vidrio, realizado por los artesanos sirios.
La llegada de artesanos vidrieros de Alejandría y de Siria popularizó el material, que fue utilizado por
todas las clases sociales, debido a su practicidad y a que era un material económico extraído en
territorio romano o importado de Egipto y Fenicia. La pasta vítrea también se utilizó con frecuencia
para imitar gemas coloreándolas.

En su afán por conseguir nuevos efectos, el orfebre romano utilizó monedas de oro, plata y bronce
como elementos constructivos del adorno. En los primeros dos siglos del Imperio se grabaron con
maestría en las caras de las monedas y medallas los bustos de los emperadores a imitación de los
grandes retratos esculpidos de la época.
Las principales monedas antiguas romanas incluyeron el áureo (oro), el denario (plata), el sestercio
(bronce) y el as (cobre), que se usaron desde mediados del siglo III a.C. hasta mediados del siglo III
d.C. En Roma, además de utilizarse como dinero, sirvió para transmitir mensajes de propaganda
política: de esta manera, en el anverso (cara principal) solían llevar el retrato o emblema del
emperador que emitía la moneda, y en el reverso acontecimientos históricos relevantes para el
Imperio (victorias, tratados, monumentos) o escenas religiosas. Además, se usaron como ficha de
juego, como amuleto (especialmente si tenía la representación de algún dios), y las monedas de oro
y plata fueron apreciadas no sólo por la calidad intrínseca que representaban sus metales, sino
también por la delicadeza artística de su iconografía, llegándose a utilizar, después de un tiempo en
circulación, como adorno personal en joyas. Estas podían ser utilizadas como colgantes, pendientes,
partes de anillos, fíbulas. Normalmente se escogían aquellas de emisión extraordinaria o que
resultaban importantes a su portadora por el valor ideológico o simbólico. Eran elementos de un
valor excepcional pues, dependiendo del tipo de moneda y del uso de esta, la joya adquiría una
mayor importancia y eran una indudable marca de prestigio y status social.
Según las evidencias arqueológicas, a partir del siglo III d.C. este tipo de adorno se utilizó con mayor
frecuencia.

Tipos de joyas en el Imperio Romano

Los tipos básicos de la joya romana son bastante uniformes desde los últimos dos siglos de la
República hasta el ocaso del Imperio: anillos, brazaletes, aros, collares, diademas, camafeos,
amuletos, horquillas. El período final del Imperio constituye una excepción, durante el cual
predomina el afán de llamar la atención por medio de objetos exóticos.
Argollas en los tobillos y pesadas canilleras de plata en las piernas se incorporan a la moda
femenina, y a la costumbre femenina, muchos hombres usan por ejemplo, diademas engarzadas
con piedras preciosas.

Coronas y diademas
En la antigua Roma, una corona de laurel era generalmente entregada como recompensa a poetas,
deportistas, guerreros y generales romanos victoriosos. Consistía en un cerco de ramas, siendo en
un primer momento de laurel y más tarde de oro. Los orígenes no son del todo precisos pero parece
indiscutible su relación con una corona vegetal semejante: la de olivos, que se otorgaba a los
ganadores griegos de las Olimpiadas (el olivo era la planta consagrada a Atenea y era el símbolo de
sabiduría).
Los primeros emperadores romanos de la familia de los césares no usaban coronas sino hojas de
laurel, no sólo por ser instituidas como corona “triunfal”, sino también por la creencia de que las
hojas de laurel no eran tocadas por el rayo de Júpiter.
Al principio, las coronas se hacían de diversas flores y hierbas del lugar, como mirto, roble, olivo,
además del laurel, que simbolizaban sabiduría, paz, triunfo, fertilidad, virtud. Luego, las coronas
comenzaron a imitar estas hierbas y árboles naturales en metal.
En el mundo romano hubo diferentes tipos de coronas, que se entregaron honoríficamente como
premios triunfales, recompensas por éxitos militares o por excelencia, y también como decoraciones
festivas y fúnebres.

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En tanto, las diademas no fueron especialmente abundantes en los tocadores de las romanas, pero
a juzgar por las evidencias arqueológicas parece que las pocas que hubo seguían la moda
helenística. Estaban formadas por un hilo o venda con el que sostenían el cabello, a las que luego
les fueron agregando flores y hojas.

Aros y pendientes
Los aros (estructura formada por una o dos piezas fijas o poco articuladas) eran muy raros en la
época republicana, a pesar de la influencia etrusca. Recién en el periodo imperial aumenta su
importancia, ya que proporcionan otra posibilidad de exhibir tesoros. Al principio fue muy importante
la influencia helenística y egipcia, de donde tomaron las formas de serpiente, cabezas humanas y
animales, incluyendo pequeños bustos de sus cabezas en los pendientes que usaban las mujeres.
Se realizaron aros de metal con o sin piedras preciosas, perlas o incrustaciones en vidrio, según el
estatus social. El granate fue una piedra muy usada en aros y pendientes. También se combinó el
uso de perlas con esmeraldas, y se incluyeron camafeos y monedas como parte del diseño.

Los pendientes (estructura formada por más de dos piezas articuladas), en cambio, comenzaron a
utilizarse en el siglo III d.C. y eran muy populares entre los miembros de alto rango de la sociedad
romana. Con frecuencia eran muy decorados y aparatosos, e incorporaban gran cantidad de
materiales, desde el vidrio, hasta piedras (zafiro, topacio, azabache, aguamarina, calcedonia, ágata,
crisocola, granate, cornalina, amatista, ámbar, variscita), perlas y metales (oro, plata, cobre y
bronce). También había variedades de pendientes de los que colgaban formas de gota o lágrima.
Una de las variedades más frecuentes fue la crotalia: pendientes compuestos de varios colgantes
suspendidos de una barra horizontal o eje que los une. La denominación proviene del griego y
significa sonajero o castañuelas, porque los colgantes producían un tintineo cuando se usaban. Los
pendientes de este tipo eran extremadamente populares entre las damas romanas. Numerosos
ejemplos se han encontrado en Pompeya y Herculano y se utilizaron hasta el final del Imperio.

Pulseras y brazaletes
Los brazaletes en la Roma antigua fueron muy escasos al principio, y solo los hombres los llevaban.
Hacia fines de la República, ya se habían generalizado para ambos sexos y pronto cubrieron el
brazo entero hasta llegar a los hombros.
Eran de oro, hierro o bronce, y podían llevar piedras preciosas incrustadas en discos, y animales en
los extremos de la pieza. La forma predilecta era el brazalete en espiral con cabeza de serpiente en
los extremos, que representaba un símbolo de la fuerza vital.
También eran utilizados los brazaletes con el símbolo del nudo de Hércules (formado por dos
cuerdas entrelazadas) o nudo matrimonial, que tenía un gran significado en la unión de dos vidas,
este era utilizado como amuleto.
En el siglo lll d.C., aparecen brazaletes con discos en el centro de la pieza, que eran decorados con
piedras preciosas, y hacia el siglo IV, comienzan a realizarse pulseras (llevadas alrededor de la
muñeca) caladas con la técnica del opus interrasile.

Collares
El collar, un adorno en forma de sarta (serie de piezas pasadas o ensartadas una tras otra en un hilo
o cuerda) o cadena que rodea el cuello, podía contener elementos decorativos en toda la pieza o
solo en una parte de ella. Algunos tenían uno o varios colgantes, que podían estar constituidos por
monedas, piedras preciosas, camafeos o metal tallado. Las cuentas podían ser de muy diferente
tipo, destacando las realizadas en cristal de esmeralda, y la cadena podía estar constituida de nudos
de Hércules.

Las mujeres utilizaban collares tipo “monile”, que no llevaban en público, sino en banquetes y
danzas que se celebraban en el interior de sus casas. Ej: collares decorados con perlas y piedras
preciosas, de oro y plata.
En cambio, los hombres podían utilizar torques, un collar rígido, abierto, con forma de herradura
circular, que premiaba el valor y podía estar realizado de cuerdas de metal entrelazado,
normalmente oro, bronce o cobre, y en algunos casos, plata. Los extremos presentaban ornamentos
esculpidos con esferas, formas zoomórficas o figuras humanas.

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Amuletos
Los amuletos tienen mucha importancia y se los fija donde es posible, en diademas, broches,
collares, anillos, fibulas. El efecto simbólico se intensifica por el poder atribuído a ciertos materiales,
como el ámbar y el coral negro. Los romanos eran fieles creyentes de las propiedades mágicas,
medicinales y curativas de las piedras. Otra piedra muy utilizada era el azabache, mineral orgánico
que procede de la madera de árboles fosilizados, una variedad dura y negra del lignito de alto valor
económico y artesanal que, una vez pulida, adquiere un brillo aterciopelado. En la época romana
extraían este material en grandes cantidades y se utilizaba con frecuencia en amuletos y colgantes,
debido a sus supuestas cualidades protectoras y la capacidad de desviar la mirada del mal de ojo.

Uno de los amuletos preferidos es la bulla o bullae, un objeto redondo u ovalado formado por dos
láminas usualmente metálicas (oro, bronce, pero también marfil o cuero) unidas por los bordes, que
en su interior contenía amuletos contra el mal de ojo. Este objeto, típico de la cultura etrusca, pronto
se convierte en Roma en el distintivo del hombre nacido libre e integra el ropaje infantil, llevándose
exclusivamente suspendido de un collar. Los niños la usan hasta que reciben con su virilidad la toga
virilis, y la consagran entonces, en un ritual, a los lares, a los dioses del hogar o a Hércules. Las
niñas las guardan hasta su boda, consagrándola entonces a Juno (equivalente a la Hera griega,
diosa del matrimonio y reina de los dioses). También los animales llevan muchas veces una bulla
contra el mal de ojo.

Otro amuleto es la falera (phalarae), una pechera en forma de disco, también de origen etrusco, que
es amuleto, adorno y a la vez condecoración militar. Usualmente consistía en nueve discos
dispuestos en filas de tres, enganchados sobre un linothorax que se superponía sobre la armadura.
Reservada en un principio tan sólo a los nobles, desde el siglo IV pertenece a las condecoraciones
menores de los centuriones, junto con el torques, el garbeo (brazalete de oro) y la armella.
Numerosas lapidas de combatientes romanos luciendo estas insignias ilustran la manera cómo ha
sido llevada esta condecoración.

También se podían encontrar figas o higas (objetos que representan un puño cerrado con el dedo
pulgar entre el índice y el dedo corazón), fascinus o fascinum (personificación del falo divino),
efigies protectoras del mal de ojo, adoptados de la cultura celta-ibérica.

Anillos
El anillo, de todas las joyas romanas, es el único en recibir particulares significados y nuevas
funciones. En tiempos más antiguos, los romanos las llevaban en el dedo anular de la mano
izquierda, cuyo nervio, según decían, va directamente al corazón.
En el transcurso de la República, el anillo de oro fue un distintivo de clase. Primeramente solo los
nobles tenían derecho de llevarlo, pero más tarde se extendió el mismo privilegio también a los
equites (caballeros). A los embajadores se les entregaba un anillo de oro a modo de credencial, que
representaba un privilegio temporario, por lo que no les estaba permitido llevarlo después de haber
terminado su misión, pero podían conservarlo en su poder.
También era común que los hombres llevaran anillos de hierro para sellar.
Los anillos que eran un distintivo de la nobleza se colocaban en el índice, por ser más visibles. Por
lo demás, no parecía ser el índice apropiado para el uso de anillos, como tampoco lo eran ni el
meñique ni el dedo medio.

Ya en los primeros años de la era imperial, el derecho a llevar anillo de oro fue concedido a personas
de rango inferior, pues los procónsules los podían otorgar como condecoración por servicios
militares o civiles. En consecuencia, su uso se extendió y el romano llegó a cubrirse todos los dedos
con anillos e incluso todas las falanges, en el afán de ostentar el mayor número posible de piezas.
Las piezas más costosas se llevaban sobre todo en la mano izquierda, porque estaban allí menos
expuestas al daño y se las podía cuidar mejor. Para el verano, había anillos más livianos y como
signo de luto, se estilaba quitarse los anillos de oro. Es interesante ver que el material determina no
solo el valor efectivo de la joya, sino la jerarquía del portador.

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Hacia el final del Imperio, todos los ciudadanos libres podían llevar un anillo de oro, los libertos de
plata y los esclavos uno de hierro.

Para el romano, el anillo es aún mucho más que un mero adorno, es documento y privilegio.
Había anillos cerrados o abiertos, con diferentes funciones, y algunos podían estar adornados con
monedas, gemas y camafeos, lo que llevó a la fabricación de piezas con un gusto muchas veces
excesivo por la ostentación. La predilección por las piedras artísticamente talladas determinó que se
rompiera con la tradición de llevar solo anillos lisos, y la sortija con piedras talladas se transforma
entonces en una alhaja de gran valor.

* Tipos de anillos:
-Anillos de compromiso: Entregados entre enamorados como símbolo de fidelidad y recordatorio de
amor eterno, costumbre heredada del antiguo Egipto, pero con la diferencia de que en la época
romana se establecieron los requisitos legales para instituir compromisos y bodas, por lo que
entendían la aceptación del anillo como un hecho vinculante para la mujer que lo aceptaba.
Entre los anillos de compromiso, el más popular fue el llamado anillo de fede (fe, confianza), con un
diseño en el que aparecen talladas dos manos entrelazadas. Este motivo también se llevó a otras
piezas de joyería, como broches.

-Anillos portadores de llaves: Los romanos supieron darle una función puramente práctica al
combinarlo con una llave, que les servía para encerrar sus caudales: cofres, ánforas e incluso
graneros. La parte interna del anillo es lisa, mientras que la externa es arqueada y posee un engaste
en forma de llave, con distintos largos y cantidad de incisiones según la función de la llave. De esta
manera, en la argolla del anillo se fijaba la llave, de tal modo que ésta iba paralela al dedo y se
adaptaba al mismo sin molestia. Solían ser de hierro o de bronce y lo llevaban los miembros de
mayor jerarquía de la familia, en la mano izquierda. También podían utilizarse en ceremonis
nupciales, como símbolo de confianza entre los novios.

-Anillos retrato: El desarrollo del retrato individual es uno de los principales logros del arte romano.
La reproducción de un rostro en una gema o una moneda para incorporarla a un colgante o anillo
permitía su difusión entre sus contemporáneos. Por eso, el hecho de que un individuo eligiera la
efigie de su emperador para llevarla en un anillo mostraba admiración hacia su figura. Además,
estos anillos podían conceder el derecho al portador de ser admitido ante el monarca en cualquier
instante sin previa autorización.

También encontramos anillos en piedra tallada con el diseño del ojo apotropea, que funcionaban
como amuletos; anillos huecos; anillos dobles o triples, unidos por un chatón; anillos abiertos con
forma de serpiente; y anillos con un receptáculo para almacenar medicamentos e incluso veneno.

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