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Los posmodernismos y nosotros

Juan Acha
Juan Acha, Maestro de la División de Estudios de Posgrado de la ENAP.
Escritor e investigador de las artes. Ha pubiicaoo libros y artículos
sobre problemas de la plastica.

Principiemos por lo obvio: cualquier fenómeno


genera múltiples lecturas. Con mayor razón una
reciente, como el histórico que hoy estamos viviendo
con el rótulo de pasmodernismo. Sus principales
estudiosos penetran en la complejidad fenoménica
-embrionaria para nosotros- y cada cual construye un
posmodernismo diferente. Pasará mucho tiempo
hasta que el pensamiento sepa digerir la pluralidad
de sus intimidades. Pero nunca sabrá captar a
cabalidad y a priori la orientación definitiva de sus
cambios; pues esta requiere las virtudes de una
Casandra.
Inevitablemente son varias las teorías y definiciones
del posmodernismo y éste irá dejando atrás sus
diferentes versiones de sí misma que son sus etapas
evalutivas, por constituir un proceso de constantes
cambios. Nos asisten, pues, muchas razones válidas
para referirnos a los posmodernismos, así en plural;
máxime si pensamos en la posibilidad de tener uno a
más para el Tercer Mundo y para América Latina, de
mado exclusivo. El fenómeno entraña constantes y
algún día sabremos -a posteriari, desde luego cuál o
cuáles de ellas han devenido las resultantes que le
dan unidad.
Una manera de enfocar al posmodernismo, consiste
en escrutar cada una de los textos que la teorizan,
con el fin de compararlas entre sí de modo crítico y
tratar de sacar conclusianes definitivas. Pero los
constantes cambios del posmodernismo y de sus
teorizacianes nos abligan, de hecho, a seguir girando
en torno a la escrito, hasta que la búsqueda se
convierte en un mero ejercicio intelectual sin vínculos
can la realidad. Principian consecuentemente a
desfilar autores ilustres, coma Nietzsche y
Heidegger, Adarno y Lyotard, Foucaul y Habermas,
Baudrillard y Vattimo, etcétera, etcétera.
Los posmodernismos resultan así, envueltos en un
culto y erudito vacabulario académico. A nuestro
juicio, estamos en la más persuasiva de las trampas
que la cultura occidental oficial tiende a nuestras
catedráticos. Es cuando los proclives al
academicismo caen subyugados por atractivos
intelectualismos, que los alejan de la realidad
concreta y que les imponen los exhibicionismos auto-
rremunerativos: vocear las virtudes del instrumento
sin el propósito de usarlo. Definitivamente, no espara
los del Tercer Mundo este uso suntuario de las
teorizaciones del posmodernismo. Para ser precisos,
se trata de un pensamiento analítico interesado en
conocer realidades y no en transformarlas.
Preferimos el pensamienta pragmático con fines
amantes de los cambios.

Tomar el fenómeno que nos ocupa como el


camplejo y embrionario proceso que realmente es,
para estudiar su apretado y profuso haz de
componentes, sería el otro en-foque a seguir.-
Propiamente las posmodernismos constituyen un
proyecto, cuyas protaganistas -con sus teorías o sus
prácticas-, apenas si conocen los inconformismos o
fobias de sus impulsos. Pero nada saben ellos del
futuro desarrollo ni de cuáles serán sus renovaciones
culturales tácitas en las fobias. Los madernismos
también constituyeron versiones de un mismo
proceso, algunos de cuyos componentes son y serán
continuados por los posmaodernismos y otras tantos
venían de los premodernismos. Naturalmente, si
desde hace tiempo venimos dejando atrás
premodernismos y modernismos, lo mismo sucederá
con los posmodernismos.

Los latinoamericanos tenemos la obligación de


sujetarnos a este segundo enfoque, por convenir a la
buená marcha de nuestras realidades colectivas.
Nuestras mentalidades colonizadas -como es harto
sabido- nos impulsaron siempre a reducir las
fenómenos a sus productos, pues así nos llegaron y
llegan de las países avanzados. Ignoramos los largos
y complejas procesos fenoménicos de tales
productos y consecuentemente nunca los tomamos
por el espíritu que presuponen Y que generan. Nos
atenemos exclusivamente a su letra y la remedamos;
casi siempre reduciéndola a una o dos de sus partes,
que arbitrariamente consideramos fundamentales.
Como corolario, identificamos al posmodernismo con
su antiracionalismo, anti-funcionalismo o su
eclecticismo que confundimos con el "vale tado".

No se requiere mucha agudeza intelectual, para


aceptar que aun en las sociedades ricas existen
componentes premodernos, modernos y
posmodernos. Todo depende del predominio de unos
o de otros, para que una sociedad pertenezca al
Primero, Segundo o Tercer Mundo. Por lo pronto, son
todavía contadas las prácticas del posmodernismo en
los países ricos. Su arquitectura, por ejemplo, cuenta
can pocos edificios en el mundo. Lo fundamental,
para nosotros, está en sacarle partido a la
complejidad y transitoriedad de los posmodernismos
en favor de nuestras realidades nacionales o
latinoamericanas.

El posmodernismo ha servido a los europeos para


redefinir
-pongamos por caso- los diseños, acentuándoles lo
estético con menosprecio de su funcionalidad,
porque su opulencia actual se los demanda. Nosotros
debemos también redefinirlo, pero de acuerdo con
nuestra realidad y con la de ellos. Y redefinirlos así,
significa dar prioridad a su baratura, a su buena
funcionalidad y después a su belleza. Necesitamos
tomar el camino hacia el diseño total,
esto es, hacia un diseñador que cubra el gráfico y el
industrial, así como también el arquitectónico y el
urbano e incluso pueda disellar herramientas con la
destreza de un tecnólogo. La división técnica de los
diseños como diferentes especialidades
profesionales, resulta contraproducente para nuestra
pobreza.

Otro ejemplo: el eclecticismo bien razonado nos


ayudaría a revisar la historia de nuestras
arquitecturas. Como resultado, encontraríamos la
unidad de algunas hibridaciones estilísticas o
mestizajes estéticos con las hoy denominadas "citas"
por los posmodernistas; unidad cuya justipreciación
fue imposibilitada por nuestros eurocentrismos.

Personalmente seguimos el criterio de algunos


estudiosos europeos, como Wolfgang Welsch, que
conceptúan el posmodernismo, no como un
antimodernismo ni como un ultramodernismo. Lo
toman por un modernismo rico en autocritica Para
completar el perfil de nuestro criterio, agregaremos
el hecho de ser partidarios de una posmodernidad
que continúa siendo modernidad (o reconozca la
necesidad de cambios), pero que rechaza al
modernismo (o al cambio por el cambio) y al
posmodernismo (a la permanencia por la
permanencia; a la regresión por la regresión). Por
último, si la autocrítica es lo sustancial de la
posmodernidad, entonces el curso de ésta
dependerá del lugar y época. así como del terreno
cultural o estético. Después de todo, varía de país en
país, de año en año y de la arquitectura a la novela o
a la danza.

Pave. Rugirá aún en el tintero de mis ansías. 70 x 50 cms. 1982.

1 La necesidad de cambios

Resulta evidente que nuestro Tercer Mundo necesita


cambios de toda índole, ya que éstos son
indispensables para los diferentes proyectos
requeridos por nuestras colectividades. Quiérase o
no, seguiremos creciendo, evolucionando o
cambiando como hombres y como países. Abundan
en nosotros las causas internas y las homeoestáticas.
Fuera de lugar quedan, por consiguiente, las
neomanías de los modernismos y los misoneismos de
los posmodernismos. Si bien desde 1945 vienen
recrudeciendo nuestras tecnofobia, no por esto
desaparecerán los avances tecnológicos libres de
ecocidios y orientados hacia el logro de una mayor
cohesión cultural y social en nuestros países. Han
cambiado mucho nuestras ideas acerca de las
realidades históricas, pero éstas no desaparecerán.
La toma de conciencia de la necesidad de cambios
que tipificó a la modernidad, se desbocó a instancias
de intereses subalternos y hoy exige un
encauzamiento por parte de nuestro pensamiento
lógico y crítico, vale decir, científico. Proseguirán
asimismo las utopías o, lo que es lo mismo, los
proyectos altruistas y de largo alcance.

2 Las pluralidades

He aquí el nudo de la posmodernidad y también de


las realidades colectivas de América Latina: las
pluralidades. Seguramente, el contacto con las
diferencias intramundiales hoy a la vista, fue el que
impulsó a rechazar los monismos y a exaltar,
consecuentemente, las pluralidades, tanto tiempo
olvidadas. Pero pronto la exaltación produjo un
eclecticismo que no supo ser selectivo, para tornarse
un integracionismo verdadero, cuyo espíritu es
dialéctico, cayó, más bien, en mezcolanzas o
acumulaciones indiscriminadas. De aquí que muchos
posmodernistas nunca vieran la diversidad de
pluralidades y cayeran en el perezoso "vale todo".

Al ignorar la pluralidad de avances diferente a la de


las regresiones y a la de las detenciones, se
desencadenó un relativismo libertino que por
oponerse a lo absoluto y eterno, no paró mientes en
la instancia de la objetividad: que en un determinado
lugar y tiempo y con un instrumental dado, unas
verdades y utilidades son mayores y más completas
que otras.

Cuando la pluralidad reina, imperan las disensiones,


en lugar de los añorados consensos. Sin embargo,
nuestros países no fueron capaces de asimilar sus
palmarias pluralidades. Estábamos obnubilados por
los monismos y consensos de los europeos; ausentes
e imposibles entre nosotros. Antepusimos la unidad
criolla y parcial, con cuyos raseros quisimos
materializar la integración nacional, para con dicha
unidad suplantar la verdadera integración: la
dialéctica de nuestras concretas pluralidades
raciales, sociales y culturales. Total: seguimos y
seguiremos margi- nando a nuestros indígeneasy
afrolatinos.

El interés posmodernista por la pluralidad, nos


puede ayudar a destruir la eufemística denominación
identidad nacional o latinoamericana, tan útil a las
manipulacion nuestros actuales Estados. Estos
insisten hoy en la identidad de lo idéntíco que es
propio de los criollos, para hacerla pasar por la real
identidad de todos los habitantes de nuestros países.
Se trata, además, de una idea de identidad colectiva
que reduce a ésta a lo ontológico. Dejan, así, a un
lado sus contexturas epistemológicas, teleológicas y
axiológicas, igualmente sustanciales.

Pave. Tus pasos fueron caminos de música. 60 x 40 cms. 1977.

3 Racionalidad e irracionalidad

A unestros paises les urge la racionalidad científica y


la empírica, para compensar la abundante
irracionalidad o intuición de unestras
manifestaciones estéticas. No creemos equivocarnos,
si identificamos unestros subdesarrollo nacional con
un desequilibrio a favor de los intuicionismo y demás
irracionalismos, mientras los países más
desarrollados muestran un desequilibrio a favor de
los racionalismos. De tal suerte, que el equilibrio
deseable entrelos conocimientos científicos y los
empíricos, por un lado, y los sentimientos estéticos,
por otro, pueda ser encarrilado con la sensatez (el
Vernunf alemán que unestros filósofos unnca
consideraron). En definitiva, precisamos hermanar la
sensatez con una pragmática guiada por los
intereses de nuestras mayorías demográficas, hacia
la integración de nuestras pluralidades, para que
éstas dejen de ser miradas como heterogeneidades
perjudiciales y vergonzosas.

4 Nuestras culturas estéticas

Después de haber esbozado algunos aspectos


generales del posmodemismo respecto a los países
latinoamericanos, entremos al terreno de nuestras
preocupaciones profesionales: la cultura estética de
América Latina. ¿Cuáles son sus expectativas
posmodemas?
La cultura estética de cada uno de nuestros países,
se halla escindida: la hegemónica, que es
prolongación de la estética occidental oficial, y la
popular, que combina elementos de la estética
autóctona con los de la medieval ibérica y/o con los
de la africana venidos con los esclavos durante
nuestra Colonia y que actualmente se identifica con
un catolicismo popular. El sistema de valores de la
hegemónica, tiene por ideales la belleza y el
naturalismo, provenientes del Renacimiento y
cuestionados, desde hace tiempo, por la cultura
occidental auténtica. El sistema de la estética
popular se halla, en cambio centrado en la
dramaticidad
(o sentimentalidad), comicidad y lo sublime que
expresan sus oralidades y músicas, bailes y
canciones. Sus manifestaciones estéticas transcurren
hoy dentro de condiciones precapitalistas, aún
subsistentes en unestros países.
En otras palabras, mientras la estética hegemónica
actúa en pro de nuestros procesos de
occidentalización, la popular resiste y nacionaliza las
importaciones, Si bien ésta no tiene contacto con la
hegemónica, se encuentra sometida hoy a las
persuasiones de la industria cultural controlada por
los países ricos.
En el panorama de la cultura estética de Occidente,
es notorio el cambio de sensibilidad y el consecuente
ocaso de la estética renacentista, de origen
grecorromano y de desarrollo italiano, mediterráneo
y francés sucesivamente. En su reemplazo, está hoy
surgiendo una estética de corte anolosajón. El
proyecto occidental de embellecer la vida diaria del
hombre común, mediante los diseños, ha fracasado
en cuanto al diseño gráfico y el industrial, el
arquitectónico y el urbano. La injusticia social impidió
que éstos llegaran a las mayorías demográficas.
Tuvieron éxito -eso sí- los diseños audiovisuales y los
icónico-verbales, con sus persuasivos
entretenimientos de alcances masivos y
pertenecientes a la industria cultural.
Tales persuasiones masivas, no colmaron de belleza
el tiempo libre del hombre común, su estetización
fue y es de otro orden: exaltar la violencia y el terror,
como versiones de la categoria estética que
denominamos lo sublime. Los desastres ecológicos,
los desenfrenos tecnológicos y las amenazas
atómicas contribuyen a ello. La presencia de estas
infamias no justifica ninguna alusión a la belleza ni a
la armonia. Ellas generan terror. No es. pues
ninguna curiosidad que los artistas occidentales más
avanzados,
hayan venido renunciando -durante este siglo- a las
bellezas y armonías. Los vanguardismos fueron
desmantelando la estética renacentista.
Algunos cambios vanguardistas o radicales fueron
denominados posmodernistas, tal como los no-
objetualismos de las artes visuales en los años
sesenta, que abandonaron a la pintura de caballete,
uno de los mayores exponentes del Renacimiento. En
1980, sin embargo, la posmodernidad fue reclamada
por la pintura de la transvanguardia, cuyo
neoexpresionismo nos resulta neoconservador,
aunque repudiaba las bellomanías y las modosidades
formales. Entonces la pintura de caballete ya era el
aparato autosuficiente que comenzó a ser a partir de
1945. Sus componentes -museos, publicaciones,
artistas, galerías, coleccionistas y aficionados- no
necesitaban vinculos con la colectividad. Su pérdida
de anclaje social era evidente. No en vano sus
artistas habían venido renunciando -desde 1850- a
todo compromiso con su colectividad, en nombre de
una ilusoria libertad. Otras eran y son las
circunstancias de la escultura y arquitectura.
Penetrando un poco más en la actual cultura
estética de los países más evolucionados de
Occidente, veremos la ausencia de manifestaciones
estéticas de raigambre rural y religiosa; ausencia
justificada, por ser ellas propias de las condiciones
precapitalistas. Su estética popular es mesocrática,
urbana y producto, en gran parte, de los medios
masivos. En comparación, nuestra América todavía
muestra condiciones precapitalistas y obviamente
subsisten sus correspondientes manifestaciones
estéticas, aunque estén en camino a devenir meras
tecnologías manuales. Las artesanías auténticas se
encuentran en lugares muy apartados.
Ahora bien, precisemos las posibilidades
posmodernistas del sistema de valores de nuestras
culturas estéticas, la hegemónica y la popular, y
luego pasemos a las de nuestros sistemas estéticos
de producir imágenes, acciones y objetos, que
rotulamos separadamente artesanías (o artes
prerrenacentistas), artes (las renacentistas) y
diseños (o artes tecnológicas).

5 Nuestros valores estéticos

Si hemos señalado una cultura estética hegemónica


y otra popular, ha sido porque existen como
paradigmas. Pero en realidad, nuestros países
contienen amplios sectores demográficos que las
mezclan y comienzan a generar una estética popular
urbana y profana, como resemantización de los
mensajes masivos de la industria cultural. La estética
hegemónica se irá nacionalizando y la popular
occidentalizándose. Pero ambas no entrarán en
contacto directo ni se fusionarán entre sí. Los valores
de la popular, se trans- formarán a fuerza de las
persuasiones masivas, pero conservarán su
tendencia a la sentimentalidad, comicidad y
sublimidad. Los valores de la hegemónica, mientras
tanto, se irán nacionalizando. con el tiempo y por
presiones o conveniencias politicas, pero tardarán en
renunciar a los ideales renacentistas para adoptar,
en su lugar, la dramaticidad, lo sublime o cualquier
otra categoría estética nueva postulada por los
actuales artistas de avanzada.
No cabe duda: los cambios se sucederán por
necesidades nacionales y mundiales del momento.
No se trata de conservar puros nuestros ingredientes
occidentales.ni los nacionales, sino de encauzar sus
cambios y mestizajes en beneficio de nuestras
colectividades. Algún día renunciaremos a seguir
adoptando valores occidentales y catalogándolos
superiores donde quiera que los encontremos.
Todavía somos incapaces de producir los nuestros.
mediante la valoración de las cosas de nuestro
entorno, de acuerdo con nuestras realidades
nacionales concretas. Las razones son palmarias y
deplorables: desconocemos tales realidades y
desconfiamos de nosotros mismos. Corolario: lo que
es valioso para París, Londres o Nueva York, tiene
que serlo para nosotros. Falta mucho para que
nuestros valores sean primero nacionales y luego
internacionales.
En buena cuenta, nuestras actitudes
posmodernistas, de suyo desmanteladoras de los
restos renacentistas, han de centrarse en las
actitudes que acabamos de ver: la necesidad de
cambios, la revalidación de nuestras pluralidades y el
equilibrio sensato entre-1as teorías y las prácticas
estéticas. La utilización de estas actitudes en el
encauce de nuestros sistemas de valores estéticos,
se concreta en el curso que vayan tomando nuestros
sistemas de producir bienes estéticos, esto es,
imágenes, acciones y/u objetos de efectos estéticos.

6 Nuestros sistemas de producir bienes


estéticos

Principiemos por las artesanías, en su concepto más


alto. Decimos esto, porque los latinoamericanos
somos proclives a identificar a lo mejor de los bienes
estéticos de la cultura popular, con sus objetostos
que en realidad son sus más débiles manifestaciones
estéticas. Sean los productos práctico-utilitarios
-como la ebanistería o la platería- para consumo de
las clases medias y altas o bien sean los de fines
religiosos y que fueron de autoconsumo y que hoy
son consumidos por el turismo, fungen de símbolos
nacionales y son producidos por los desocupados del
campo y provincias. Su fuerte está, sin duda, en la
oralidad y música, baile y canción manifestaciones
que hoy son "urbanizadas" por presiones de la
industria cultural y no de las artes cultas. Las
versiones rurales se van quedando atrás, y avanzan
los mestizajes estéticos generados por los cinturones
de miseria de unestras principales ciudade.
Los diseños siguen a las artesanías en ineficacia
social, en cuanto el gráfico y el industrial, el
arquitectónico y el urbano, no llegan a beneficiar a
nuestras mayorías demográficas, a causa de su
analfabetismo y de su pobreza. Todo lo contrario
sucede con el audiovisual y el icónicoverbal : copan
el interés popular y no podemos competir con los de
los países ricos. Ya hemos señalado dos posibles
caminos posmodernistas de los diseños: el del
diseñador total y el de la prioridad, en el producto
diseñado, de su precio y de su funcionalidad, en vez
de sus atractivos estéticos.
Por último las artes. Quiérase o no ellas siguen
conservando cierta eficacia en nuestras minorías
nacionales de productores de bienes culturales.
Pertenecen a la cultura hegemónica y necesitamos
encauzar sus cambios. Para esto no nos bastan, sin
embargo, las tres actitudes antes descritas. Hemos
de echar mano también de los rebeldes reacomodos
de la desconstrucción, el eclecticismo y el
costumbrismo crítico, más la sensatez reguladora del
binomio Teoría/Práctica; todos recursos
posmodernistas.
Con sus atractivas letras y notorias singularidades
estilísticas, el posmodernismo suele tender trampas
a los artistas latinoamericanos. Ellos caen en éstas,
cuando toman por actitudes posmodernistas algunos
de nuestros vicios endémicos, como el barroquismo y
la torpeza compositiva el desaliño formal y los
sentimientos viscerales las ingenuidades
expresionistas y el Kitsch los costumbrismos y
pasadismos reaccionarios. Indudablemente, no basta
el oportunismo de las deficiencias prerrenacentistas,
para ser posrenacentistas.
En cambio, el espíritu posmodernista nos dice que
los cambios más urgentes de nuestras artes
plásticas están en deseconstruir, primero, la creencia
de que el arte es expresión y no creación. Después
de todo, los tres caminos lícitos de nuestros
productores de bienes culturales (los
internacionalismos, los localismos y las síntesis de
éstos y ésos), han de conducir a la creatividad y no
únicamente a una de las partes de ésta que es la
expresividad. Son caminos y no soluciones.
Otro de los cambios que nos hace falta, es
enrumbar hacia un equilibrio sensato entre las
prácticas estéticas y sus teorías. Es Imperativo que
nuestra crítica, historia y teoría de arte, más
museografía, se desarrollen conceptualmente y nos
liberen de los eurocentisrnos y monestecismos,
articentrismos y bellomanías. Esto, aparte de que
estas disciplinas cumplan con las siguientes tareas:
produzcan conocimientos de nuestras realidades
estéticas; profundicen en el eclecticismo para
revalidar la importancia de unestros mestizajes y de
la pluralidad, tanto la inierna de los bienes estéticos
que produzcamos como la del panorama estético
nacional; establezcan los vinculos de nuestras obras
de arte entre sí y los de éstas con nuestras
realidades nacionales.
El encauce sensato de todas estas teorizaciones
tendrían dos finalidades: Una, aclarar mediante la
polifuncionalidad de los bienes estéticos, que
nuestros postulados artísticos (pictóricos,
escultóricos, arquitectónicos, etcétera) son
occidentales -que podemos subvertir-, pero no
necesariamente sus temas ni su carga estética. Otra,
promover la gestación de proyectos estéticos
nacionales de envergadura. Hasta ahora en nuestra
America, han brotado solamente el Muralismo
Mexicano y el Universalismo
constructivo de J . Torres García, como nuevas
tendencias artísticas.
En la pintura de caballete, que permite a un
individuo aislado proponer cambios a su colectividad,
vemos como funciones aún vigentes, la tarea de
indagar en el color, buscar innovaciones formales
para abastecer a los medios masivos y abordar una
temática ligada a los problemas que preocupan a
nuestros productores de bienes cutturales. Esta
pintura. ya no puede servir de portadora de
mensajes populares. Si quiere beneficiar a nuestras
mayorías. debe hacerlo a través de tales productores
y éstos puedan traducir las innovaciones pictóricas
en mensajes populares. El camino directo a las
mayorías. devino equivocado cuando aparecieron los
dérivados audiovisuales de la fotografía.
El curso de la pintura de caballete hacia nuestros
productores de bienes culturales. depende del
comercio del arte, vale decir. del gusto de sus
coleccionistas.
Otra cosa con la pintura mural. Lo mismo con el
dibujo con la y el grabado, que tienen por delante la
teorizaicón de la naturaleza gráfica de sus imágenes,
para enseñar a apreciarla y a diferenciarla de la
pictórica. Así el aficionado al arte se enrriquecería
con una uneva experiencia: la gráfica Despues de
todo, la pictórica no es la única. Por añadidura, el
vigor artístico de un país no puede hoy descansar en
la pintura de caballete.
Por otra parte, la escultura y la arquitectura, se
ocupan de los espacios concretos (los transitables y
los habitables respectivamente), que tanto
perocupan al pensamiento actual. Además, sus obras
pueden ser públicas. Mantienen, pues, vínculos con
sus colectividades y pronto enrriquecerán con las
experiencias escultóricas y arquitectónicas, una vez
roto el despotismo de la vivencia pictorica, con la
cual se confunden. No olvidemos, por lo demás, a las
instalaciones y a los no-objetualismos, como
manifestaciones artísticas que desde hace poco
obedecen a un espíritu posmodernista o
posrenacentista.

Diciembre de 1990

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