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LEAD

Certificación en Liderazgo de
Equipos de Alto Desempeño

Módulo 1
Construyendo una
Nueva visión del Líder
CONTENIDOS
1. RECONOCIMIENTO DE LA CEGUERA 3
Alfonso Espinosa S. y Carla Zarlenga

1.1 Identificando nuestra ceguera:


el observador y la distinción. 6

1.2 La “verdad”, un relato de nuestras vidas 11


1.3 Filtros de nuestra percepción Límulus 12
1.4 ¿Existe la verdad? 16
1.5 Reconociendo mi ceguera 20
2
2. LAS CREENCIAS 29
Alfonso Espinosa Serrano
2.1 Creencias y probabilidades 31

3. CAMINANDO POR LA RUTA DE KAIROS:


EL OBSERVADOR 41
Alfonso Espinosa Serrano
4.1 El enfoque único 43
4.2 La tolerancia ¿Un antivalor? 46
4.3 El “poder” desde el enfoque único 46
4.4 ¿Es necesario el enfoque único? 49
4.5 El enfoque múltiple 51
4.6 Impacto del enfoque múltiple en las organizaciones 53
4.7 La escucha en el enfoque múltiple 54
4.8 El observador Kairos 56
6.5 La capacidad de influenciar en otros 102
RECONOCIMIENTO DE LA CEGUERA
Alfonso Espinosa S. y Carla Zarlenga
(Punta Blanca, septiembre 2016)

Una foto: mil historias

Fotografía de Robert Capa. Inicialmente la revista Vu, que la publicó en 1936, aseguró que la foto capta el instante en que un miliciano
muere durante la Guerra Civil Española. Sin embargo, esa versión luego fue cuestionada.

La fotografía que observas, fue captada el 5 de septiembre de 1936 por el fotógrafo húngaro
Robert Capa, ésta muestra el instante en que un soldado se desploma tras recibir una bala
de un enemigo, durante la Guerra Civil Española.

Desde que la foto se publicó el 23 de septiembre de 1936 en la revista francesa Vu y,


posteriormente el 12 de julio de 1937 en la estadounidense Life, ha levantado un sinnúmero
de polémicas e interpretaciones.
El texto que acompañó a la imagen, en la publicación de Vu, hace referencia a un soldado
caído: "De repente, su avance fue interrumpido, una bala silbó y su sangre fue derramada
en su suelo nativo"(cit. en Alonso, 2008).

Sin embargo, Aymá (2016), relata que el periodista británico Phillip Knightley publicó en
1975, en el periódico Sunday Times, un artículo en el que asegura que la foto fue un montaje.
Según su versión, los oficiales republicanos le organizaron a Capa una sesión de fotos en
una mañana despejada de combates.

Knightley quería demostrar que el sentido otorgado a la imagen por el fotógrafo autor y por
el editor – el que colocó un texto explicativo en la publicación de la revista VU- puede cambiar
totalmente la interpretación del público.

Pero, para Aymá (2016), hay más interpretaciones. Robert L. Franks, jefe de homicidios del
departamento de policía de Memphis, analizó la composición de la foto, por pedido del
historiador Richard Whelan que lo entrevistó. Franks concluyó que la foto es real: “El miliciano 4
abatido se encontraba de pie, con las plantas de los pies apoyadas en el suelo, cuando le
dispararon. Es evidente que no estaba caminando cuando recibió el disparo, la mano del
soldado que asoma bajo su pierna izquierda se encuentra en posición semicerrada. Si
hubiera escenificado la caída, la palma debería de estar abierta para amortiguar el golpe” (cit
en Aymá, 2016).

Capa, quien falleció en 1954 luego de aplastar una mina durante una cobertura en la Guerra
de Indochina, solía hablar poco de la polémica que generó su foto (denominada ‘Muerte de
un miliciano’). En una entrevista que, en 1937, le otorgó al New York World-Telegram, dijo
que nunca le hizo falta trucar nada en España porque los instantes estaban ahí, dispuestos
para ser captados por él. Hasta hoy se discute la veracidad de la foto.

¿Cuántas interpretaciones puede generar una imagen?

La profesión del fotógrafo es una perfecta analogía de lo que ocurre con nuestras vidas, a
diario captamos con nuestros sentidos estímulos externos que son interpretados por nuestro
cerebro. A diario construimos narrativas que nos permiten relatar lo que acontece a nuestro
alrededor. Con estas narrativas ocurre exactamente lo mismo que con la fotografía de Capa:
según quien las observa o escucha, variará la interpretación otorgada.

Nuestra interpretación influirá en la manera de observar de los otros, sobre todo si los demás
nos perciben como líderes y valoran nuestra forma de mirar el mundo. Lo que les estamos
mostrando en estos momentos es una de las bases fundamentales del liderazgo. Cuestionar
las narrativas puede provocar nuevas interpretaciones.

¿Cuál es el alcance de estas interpretaciones? La respuesta a esta pregunta ustedes la


develarán por sí solos, poniendo en práctica los contenidos ontológicos sugeridos en estas
páginas.

Identificando nuestra ceguera: el observador y la distinción.

Lo primero que haremos será introducirlos en lo que llamamos una “distinción”: ese es un 5

término que repetiremos a lo largo de esta certificación.

Según el diccionario de la Real Academia Española (2014), una distinción es “la diferencia
por la cual una cosa no es otra, o no es semejante a otra”. Pero desde la mirada ontológica
-que implica el estudio del ser- es el lenguaje el que, en este proceso, nos permite y capacita
para distinguir aquello que nombramos. Son las construcciones lingüísticas las que nos
permiten diferenciar un fenómeno o un objeto de un todo. Si no realizo ese ejercicio se me
dificultará como ser humano observarlo, referirlo o intervenir sobre él. El lingüista austriaco
Ludwig Wittgenstein decía: “El límite de mi mundo es el límite de mi lenguaje” (cit. en
Reguera, 2002, p. 285).

Cada vez que distinguimos algo nuevo, ganamos un aprendizaje, ampliamos nuestro
repertorio lingüístico, extendemos nuestra mirada del mundo, nuestra capacidad de acción.
El momento que adquirimos una nueva distinción, logramos ponerle un nombre a lo que
observamos. Al denominarlo, estamos proclamando que existe.
Llevemos el uso de las distinciones al plano laboral. Piensen en lo que necesitan conocer
(distinguir) para cumplir de mejor manera sus roles e intervenir con eficacia. Los líderes que
buscan nuevas distinciones logran ver más que la mayoría.

En los últimos años se ha desarrollado en el mundo de los negocios el neuromarketing, el


mismo que toma prestadas técnicas de la neurociencia para aplicarlas en el ámbito
del marketing; se analizan cuáles son los niveles de emoción, atención y memoria que
poseen los diferentes estímulos percibidos de forma consciente o subconsciente en el
consumidor. Sirve, entre otras cosas, para optimizar los resultados de las campañas y
diseños de los productos.

Distinciones como éstas abren posibilidades de acción, permiten a los ejecutivos diferenciar
e intervenir en espacios que antes no estaban siendo evaluados. Toda profesión requiere de
profesionales que conozcan determinadas distinciones. Los arquitectos, los médicos, los
abogados, los astronautas y los futbolistas necesitarán de distinciones para intervenir en el 6
espacio en que se desenvuelven.

Podemos concluir, entonces, que solo somos capaces de observar aquello que podemos
distinguir y nominar con el lenguaje. Imposible reconocer aquello que no podemos denominar
con el habla; por lo tanto, mientras más distinciones tengamos mayor será nuestra capacidad
de intervenir con acciones efectivas. Esta premisa, aunque simple en su estructura, resulta
compleja cuando la aterrizamos sobre el asfalto de la práctica diaria (incluso, a ratos, agota
ejecutarla). El reto es estar abiertos al aprendizaje de manera permanente y buscar nutrirnos
de nuevas distinciones en todos los ámbitos que estén a nuestro alcance.

Capaces de saber “distinguir”, podemos introducirnos en la distinción del “observador”.


Conocerla abre un gigantesco de posibilidades. El sociólogo y filósofo chileno Rafael
Echeverría (2001, p. 40) nos dice sobre el observador que somos cada uno de nosotros:

“No sabemos cómo las cosas son.


Solo sabemos cómo las observamos
o cómo las interpretamos.
Vivimos en mundos interpretativos”

Esas afirmaciones de Echeverría, ¿tienen implicaciones en nuestra vida? ¿Quiere decir él


que lo que vemos tan solo es una interpretación?

Después de acercarnos más a este concepto del “observador”: la forma particular en la que
cada uno de nosotros ve el mundo, es decir, la manera determinada, única y exclusiva que
empleamos para mirarlo, entendemos que a partir de ese modo de ver el entorno, lo
interpretamos, nos movilizamos en él. Resulta imposible que dos personas vean el mundo
de igual manera. Imposible interpretarlo igual que el otro.

A Maturana (2008), fundador y colaborador del Instituto Matríztico de Santiago de Chile, se


le atribuye, entre otras contribuciones a las ciencias humanistas, la distinción de la “ontología
del observador”. Maturana nos dice al respecto, en su libro ‘Del ser al hacer: los orígenes
de la biología del conocer’ (2008, p. 35): 7

“El que piensa que sus supuestos son verdaderos en un sentido absoluto, comete un error
decisivo: confunde creer con saber, se atribuye por lo tanto cualidades que como ser vivo
simplemente no puede tener”.

¿A qué alude Maturana?


Nuestra biología, nuestros sentidos, son limitados. Dado que con esas condicionadas
herramientas sensoriales registramos nuestro entorno, captar lo que realmente ocurre en el
mundo es imposible.

Todo el tiempo solo estamos mostrando el tipo de observadores que somos. ¿Cómo lo
mostramos? A través del lenguaje hacemos descripciones lingüísticas de lo que apreciamos
y para generar esas descripciones, esas narrativas, usamos, a manera de filtro, nuestro
historial personal: el pasado influye en nuestra particular manera de observar. Al observar
generamos interpretaciones de lo que vemos. Esos esquemas que como observadores
generamos de nuestro entorno no representan a la realidad, tan solo son una interpretación
de ella. Una interpretación que intenta, sin éxito, acercarse a la “verdad”. En ontología
decimos que la “verdad” resulta inalcanzable: nuestra condición humana no nos permite
atraparla.

Maturana (2008), también asegura que, en la cotidianidad, solemos expresarnos con tal
seguridad que parecía que aquello que observamos, aquello que materializamos, aquello
que visualizamos con los sentidos, existe independientemente a nosotros.

También solemos hablar de nosotros como si tuviésemos la capacidad de observarnos desde


algún lugar externo.

“El observador es alguien que distingue algo – incluso la propia persona – como si
fuera separable de él. Vale decir que el observar es una experiencia que trata también
de la existencia supuestamente separada de las cosas” (2008, p.39) dice Maturana
en su libro ‘Del ser al hacer: los orígenes de la biología del conocer’.

8
Se acaba de presentar un problema. El observador, asentado en ese escenario en el cual
está excluido, podría preguntarse: “¿De dónde sé que todas esas cosas están ahí?”. “¿Qué
tipo de afirmación hago cuando digo que el mundo que se despliega ante mis ojos existe
independientemente de mí?”.

Respecto a esto, Humberto Maturana asegura: “No podemos decir nada que tenga sentido
en relación con lo que llamamos realidad o lo real como algo que existiría de manera
independiente de nuestro operar al distinguirlo… Sin embargo, el observador vive su
distinguir como si lo distinguido preexistiese a su distinción (…)”. (cit. en Rolando, 2007, p.
31).

Entonces podemos afirmar que el observador somos cada uno de nosotros junto a las
interpretaciones que hacemos del mundo. Cada vez que buscamos describir el mundo, lo
único que seremos capaces es describirnos a nosotros mismos.
Hay una dualidad inseparable: no existe el mundo sin el observador. Somos uno solo.
Cuando transitamos la vida nuestra capacidad de observar siempre se verá comprometida
por nuestras percepciones, por nuestras interpretaciones. Sin embargo, la ceguera que
tenemos frente a esto nos hace pensar que lo que observamos nos precede, como si siempre
ha estado ahí. Somos incapaces de reconocer el impacto que tiene nuestra presencia -
nuestro historial- en la descripción que sobre lo observado generamos.

El observador cambia con el tiempo, dado que nunca está exento de ceguera ni de errores.
La historia del tabaco muestra uno de los errores médicos más gigantescos del siglo XX.
Entre 1920 y 1950, aquella frase que hoy vemos en letras mayúsculas en los empaques de
cigarrillos - “FUMAR MATA”-, acompañada de una imagen potente que evidencia el daño en
la salud (un pulmón deteriorado, por ejemplo), no existía. De hecho, los médicos
recomendaban fumar. Sí, difícil de entender, ¿no? Consideraban a los cigarrillos como un
tratamiento paliativo para curar algunas patologías médicas. Marcas como Camel, y tantas
otras, utilizaron a médicos y deportistas de la época para hacer publicidad y promocionar su
uso: “Cuida tu salud, fuma Chesterfield”, “L&M, justo lo que el médico te mandó”. 9

Una anécdota. Observen esta publicidad de Lark. Ahí consta un ciclista argentino radicado
en Ecuador. Está promocionando el consumo del
tabaco. La leyenda muestra el placer que genera
fumar luego de entrenar. El hombre que aparece
en la fotografía es Anselmo Zarlenga, campeón
Panamericano de ciclismo, creador - en 1966 - de
la Vuelta Ciclística del Ecuador y nunca fumó.

Llegaron los años 50. Cada vez más estudios


médicos revelaban la gran mentira que se vendió
respecto al cigarrillo. Para muchos, ya fue tarde:
pagaron el precio de esta fiebre tabacalera. Hoy,
escuchar a un médico recomendar el consumo de
tabaco es raro, cuando no imposible. En este caso
podemos decir que el observador, que implica a un
colectivo (toda la sociedad), cambió a medida que se adquirieron nuevas afirmaciones y
distinciones.

La “verdad”: un relato de nuestras vidas

Recapitulemos: nadie ve el mundo igual; nuestro entorno está sujeto a interpretaciones y


percepciones; lo que vemos posee filtros: el de nuestra biología; el nuestro lenguaje y el de
nuestras emociones. Cuando buscamos describir el mundo, lo único que seremos capaces
es describirnos a nosotros mismos; y el observador cambia con el tiempo a medida que
adquiere nuevas distinciones.

En determinados contextos, y dependiendo de los costos asociados, solemos (como


personas, como sociedades o como países) ajusticiar a los otros solo por pensar distinto, por
cometer el delito de no alinearse a nuestras necesidades, a nuestra visión de futuro. Nos
sumergimos en eternas discusiones sobre quién tiene la razón. ¿Por qué lo hacemos?
¿Somos capaces de reconocer que el otro es un observador distinto? Existen tantos mundos 10

como observadores, pero parecería que la complejidad que exhibe esta premisa -pues nos
obliga a considerar al “otro” como un legítimo “otro”- nos impide verlo como el observador
distinto que es. Hacerlo significaría romper con años de creencias, con años de trazar una
línea entre el bien y mal (lo correcto y lo incorrecto) y de ubicarnos de un lado de la “verdad”.
Una “verdad” cuya existencia hoy ponemos en duda.

¿Y por qué poner en duda la existencia de la “verdad”? No significa que neguemos que
exista. Podemos hablar de la “verdad” como un concepto abstracto, complejo de definir,
engorroso para describir. La “verdad”, como todo lo abstracto, conserva ciertas cualidades
que buscan describir un algo. La “verdad” ontológica, por ejemplo, busca la correspondencia
entre el sujeto y el objeto. En el caso del comportamiento humano, la “verdad” nos permite
mostrar la coherencia entre lo que pienso, hago y siento. En base a eso, sentenciamos con
palabras aquello que reconocemos como verdaderas. Consideramos a la “verdad” como algo
de nuestra propiedad.
Podemos referirnos a la “verdad” como una necesidad del hombre frente a lo que le hace
falta y debe satisfacer. Nos sentimos perdidos, incapaces de avanzar sin ella… por eso
necesitamos que exista. La “verdad” tiene el poder de llenar ese vacío existencial y nos
permite conectarnos con la seguridad y con la aceptación.

El pensamiento es el proceso que ponemos en marcha para conseguir la “verdad” que


necesitamos. Por lo tanto, podemos decir que el principal objetivo del pensamiento es llegar
a la “verdad”. Caso contrario, ¿para qué pensaríamos? La existencia del error, por otro lado,
se fundamenta en la búsqueda de la “verdad”. Su presencia nos permite saber que estamos
rumbo a lograr ese hallazgo.

Rafael Echeverría llama “Modelo Metafísico” a la necesidad de transitar esa búsqueda.


Muestra, de una manera didáctica, que este fenómeno está presente por siglos enteros en
nuestro mundo, incluida la escolarización que recibimos. En las universidades y en las
organizaciones nos han programado para basar nuestras vidas en la insaciable búsqueda
de la “verdad”. Constantemente buscamos la “verdad” en nuestro acontecer. Solemos 11
sentenciar frases como “¡Sé lo que está pasando!”, aunque en realidad desconozcamos eso:
somos incapaces de acercarnos a la “verdad”. Sin embargo, pensamos que sí y en base a
esa certeza tomamos decisiones.

Filtros de nuestra percepción: Límulus

Para explicar este fenómeno les presentamos una nueva distinción: ‘límulus’ (“sesgar”, en
latín). Reconocemos tres distintos límulus: el biológico, el lingüístico y el emocional.

Antes de introducirlos en ellos, hacemos un corto paréntesis para compartir un extracto del
ensayo “El observador y sus filtros” de la psicóloga Nicole Espinosa (2017 p. 1) que
consideramos explica de forma sencilla y con bases neurocientíficas, los aspectos propios
de la biología del observador.
De acuerdo con lo que hemos mencionado, cada uno de nosotros observamos e
interpretamos el mundo de diferentes maneras. Uno de los filtros más importante que
impactan en la forma en que cada uno percibe el mundo es la biología. Es importante
recalcar que con el concepto del observador no negamos que exista una verdad. Si
decimos que nuestra bilogía, sentidos y percepción no tienen la capacidad de captar,
procesas y hacer consciente esa realidad sin alterarla. Por muchos años, me
preguntaba: ¿cómo era eso posible? Ahora, gracias al desarrollo y la fuerza que ha
tomado la neurociencia dentro del área de la psicología humana, resulta más sencillo
comprender este acontecimiento.

Según Santos (2015), neurológicamente hablando, para percibir, primero se necesita


una sensación. Con sensación nos referimos a un estímulo, sea externo o interno,
que modifique nuestros receptores sensoriales y transfieran la información del
estímulo a la corteza cerebral para ser procesada. Este es el primer paso para
recaudar la información necesaria para la construcción consciente de un objeto o idea.
Luego de la sensación viene la percepción, es decir, el proceso que construye el
observador que somos. La percepción es el proceso de generar conciencia y dar 12

significado al estímulo sentido. Para esto, el cerebro junta toda la información que
recibe desde los sentidos y la integra con otra data para darle un mayor sentido y así
construir el objeto o la idea concreta. Para otorgar el significado al estímulo de forma
rápida y precisa, las áreas del cerebro que se encargan de la percepción buscan la
ayuda de otras estructuras cerebrales que dan soporte a la interpretación con distintos
tipos de información como, por ejemplo, memorias de experiencias pasadas,
emociones asociadas y relación de datos similares. De esta manera, más allá de la
precisión de nuestra capacidad de sentir, nuestro cerebro altera esta información a
partir de experiencias y conocimientos previos y la emoción que sentimos en ese
momento, para darle mayor sentido a lo que estamos percibiendo.

A partir de lo anterior, podemos afirmar que el observador que somos puede ser
influenciado tanto por nuestra capacidad de sentir, como la de percibir. Si lo
analizamos desde la sensación y su impacto en el observador, según Santos (2015,
pág. 6), “de la calidad de la sensación depende la calidad de la construcción del objeto
completo por parte de la percepción”. Es decir, nunca podremos percibir mejor de lo
que sentimos, ya que la percepción se ve influenciada de la calidad de la sensación.
De esta forma, dependiendo de mi capacidad biológica de sentir, mi percepción y
sentido del mundo se verán limitados o expandidos.

Nuestro observador se verá alterado por nuestra capacidad de percepción. Ojo: no estamos
diciendo que es una percepción equivocada (no lo es). Simplemente es diferente. Los
humanos captamos la luz de una forma tal que se generan colores en nuestros cerebros.
Otras especies de animales perciben los colores de una manera totalmente diferente.

El límulus biológico hace referencia al alcance que tiene nuestro sistema anatómico para
percibir lo que ocurre en el entorno. Tanto nuestra biología como las distinciones lingüísticas
que poseamos influirán en cómo interpretamos el acontecer.

El “límulus” biológico es un factor relevante en la percepción del entorno. Si una persona no


acostumbra con frecuencia a utilizar uno de sus sentidos puede atrofiarlo. Por el contrario,
individuos que suelen intensificar el uso de alguno de sus sentidos marcan una gran
diferencia profesional con personas que denominaremos “normales”. Un hermoso ejemplo 13

de esto: los chefs. Sus sentidos del gusto y del olfato están tan desarrollados que pueden
percibir la presencia o ausencia de un condimento en una comida. Y lo logran tan solo con
tomar un pequeño bocado o simplemente oliéndolo.

El ‘límulus’ lingüístico puede generarse desde dos puntas. La primera se generará si el


individuo tiene la distinción lingüística de aquello que busca observar. Resulta complejo
pedirle a una persona que pueda percibir e interpretar aquello que no sabe lingüísticamente
que existe. Por ejemplo: frente a una evaluación 360 grados, si las personas tienen la
distinción lingüística de lo que es esta, tendrán claridad de las posibilidades que puede abrir.
Para una ama de casa que no tiene esta distinción lingüística posiblemente no genera esta
evaluación ningún tipo de asociación con la posibilidad de mejora que abre para una persona.
Para poder identificar las posibilidades que abre la evaluación 360 grados tendríamos que
haber tenido la distinción de la misma y su vinculación con las posibilidades que abre.
En la otra punta, el ‘límulus’ lingüístico filtra nuestra capacidad de observación a partir de los
juicios que el observador trae consigo sobre el hecho u objeto que busca describir. A lo largo
de nuestra historia personal vamos construyendo juicios sobre lo que es posible, imposible,
atractivo, desagradable, ético, inmoral, un éxito y un fracaso. Esos juicios constituyen un filtro
para la observación. Además, determinan o ratifican lo que se definirá como “verdadero”.

Según la teoría de “verdad” del filósofo prusiano Immanuel Kant:

"Todos nuestros juicios son, primero, JUICIOS de percepción; valen puramente para
nosotros, es decir, para nuestro sujeto, y solo después les damos una nueva relación, a
saber: una relación con un objeto y lo hacemos valer también para nosotros en todo tiempo,
e igualmente para cualquier otro; pues si un juicio concuerda con un objeto, deben todos los
juicios sobre el mismo objeto concordar también, y así, la validez objetiva de los juicios de
experiencia no significa otra cosa que la necesaria validez general de los mismos" . (Cit. en
Laserna, n.d., p. 28)

14
En el entorno empresarial también se puede ver esto. Ocurre, por ejemplo, cuando un jefe
tiene el juicio de que uno de sus colaboradores es un profesional incompetente. En ese
caso, tenderá a observarlo con una mirada que maximizará sus errores. Posiblemente se le
dificulte encontrar fortalezas en su gestión. Entraremos con más profundidad en el mundo
de los juicios en capítulos posteriores.

El ‘límulus’ emocional está muy relacionado con lo lingüístico, los juicios que tenemos sobre
el acontecer gatillan emociones, y a su vez, estados de ánimo (emociones que se instalan
en el cuerpo y afecta nuestra capacidad de percibir). Generarán juicios que buscarán explicar
el entorno y los resultados que obtenemos. Esta convivencia impactará en las decisiones
que tomemos. El amor que sentimos por nuestros hijos nos puede llevar a interpretar que
sus faltas no son tan graves comparadas a las de otros. El odio que sentimos por una
tendencia política puede generar que todo lo que haga ese colectivo lo vinculemos con
ineficacia, con corrupción. Mientras más intensa sea la emoción o estado de ánimo que
sentimos ocurrirá que, al momento de describir e interpretar el entorno, nuestros juicios serán
más categóricos, más extremos.
Es común escuchar las frases: “¡Tienes que ser objetivo!” “¡No te dejes llevar por las
emociones!”. ¿Es posible no sentir? Como seres humanos, ¿podemos impedir que las
emociones influyan en el observador que somos? ¿Tenemos esa capacidad? La respuesta
es no. Somos organismos vivientes dotados de sentidos lo que nos inhibe de la posibilidad
de no vernos afectados por los estímulos externos. Esos estímulos gatillan en cada uno de
nosotros una emoción diferente que no seremos capaces de evitar. Y si en algún momento
uno de nosotros toma la decisión de “dejar de sentir” el costo será desconectarnos de la vida
y ser esclavos de los días que nos toca vivir.

Los ‘límulus’ conviven con nosotros, sesgan nuestra capacidad de percibir el entorno. Al
mostrarlos buscamos que cada uno de ustedes reflexione y se abra a la posibilidad de
entender que el mundo es solo el mundo de cada uno de ustedes: es decir, un concepto
particular y no universal. Con esa premisa, los posibles mundos a explorar serán tan bastos
como nuestra imaginación colectiva. ¡Bienvenidos a ser un observador más!

15
¿Existe la verdad?

Partiendo de la definición
kantiana sobre “fenómeno”
(hecho o suceso que se
manifiesta y puede percibirse a
través de los sentidos) y la de
“noúmeno” (objeto pensado
por la razón) , el conocimiento
es concebido como una
construcción mental (Beade,
2016). Todos los tipos de experiencia se convierten en experiencias subjetivas, particulares,
únicas. Aunque existan razones para creer que las vivencias de una persona son similares
a las de otra, no existe forma alguna para resolver si en realidad son exactamente iguales.
Podemos decir que la “verdad”, tal como la conocemos, es una construcción lingüística del
pensamiento que se hace cargo de nuestras inquietudes, de nuestros temores como
individuos, como sociedad. Nos permite sentirnos seguros, nos otorga el piso que requerimos
para caminar, para avanzar, para tomar decisiones que impactan en nuestro presente y
futuro. Requerimos de una “verdad”: por eso la construimos. La “verdad”, aparentemente, es
una roca sólida. Sobre ella nos paramos. Pero esa roca sólida tan solo es una apariencia, un
espejismo, una ilusión que, sin embargo, nos dota de la fuerza necesaria para tomar
decisiones.

Pero ¿cómo hemos construido la “verdad” que gobierna nuestras vidas? ¿Cómo ha llegado
ahí, de qué manera existe? ¿De qué está constituida? ¿Con qué criterio puedo identificarla?
¿Es relativa o absoluta? ¿Subjetiva u objetiva? A lo largo de la historia de la humanidad,
estas preguntas han sido planteadas por varios pensadores, afanados en conceptualizar el
fenómeno de la “verdad”.

16
Basándonos en algunas de sus teorías resumiremos el proceso de edificación de una
“verdad”. Nuestro planteamiento no puede ser tomado como algo único ya que seguro
existen más elementos involucrados en la construcción de una “verdad”.

• La “verdad” por consenso, o también llamada el “consensus gentium” (“acuerdo del


pueblo”, en latín) promulga que “lo que es universal entre los hombres lleva su parte de
verdad”. Nuestras sociedades construyen consensos universales, conviven con ellos.
Cuando el acuerdo es mayoritario el grupo que lo acordó se encarga de validar su grado de
“verdad”. Para llegar a ese punto, se requiere de un procedimiento, de un acuerdo previo de
carácter mayoritario y unánime. Un grupo determinado, en el contexto de un diálogo, resolvió
considerar algo como “verdad”. Y son ellos mismos -quienes integran la sociedad- los que le
otorgan credibilidad. Por ejemplo, nadie podría estar en desacuerdo con el hecho de que
robar es malo. Es una “verdad” socialmente aceptada que no admite contrarréplicas (incluso
si la regla se pasa por alto hay consciencia global de que está mal hacerlo). Cuando existen
acuerdos en común, la premisa consensuada se convierte en una “verdad” absoluta que no
admite cuestionamientos.
• La “verdad” por efectividad, o también conocida como teoría pragmática, afirma que una
proposición es verdadera si resulta útil en la práctica. Debe corroborarse su efectividad en la
acción; si cumple ese objetivo se convierte en una premisa verdadera. Es importante
entender que el criterio de efectividad es algo relativo y cambiante: se adapta a la necesidad
del momento. Lo que funciona en una época puede no marchar en otra. Por eso decimos
que suelen ser verdades relativas y mutables en el tiempo.

• La “verdad” como coherencia (teoría formulada por el filósofo alemán Hegel). En este
caso, la “verdad” dependerá de la posibilidad o imposibilidad de la proposición para encajar
en el espacio contextual e histórico que existe en el momento de su aparición. Contextual
porque nada es aislado: existe una relación con el contexto de conocimientos al que está
integrado. Histórico ya que los saberes se dan en el marco de un proceso de desarrollo donde
nuevas verdades surgen y buscan integrarse.

• La “verdad” como arte. Frente a una obra artística se experimenta una “verdad” que otras 17
expresiones no pueden alcanzar. Para Hegel, el arte es una aptitud propia del hombre que
tiene como objetivo imitar la belleza de la naturaleza, trascenderla y verse a sí mismo
reflejado en ella. En “la verdad como arte” la experiencia se genera durante la contemplación
artística. Lo esencial de ella radica en su capacidad de generar una ruptura social que
promueve el cambio de observador. No solo hablamos del arte como pintura; esta incluye a
la literatura, filosofía, música, fotografía, etc. Sin la “verdad” como arte no serían viables los
cambios radicales que nuestro mundo suele experimentar, de tiempo en tiempo, gracias a
ella. Además, en esta tipología de “verdad” se reta a la ciencia a que reconozca sus propios
límites.

• La “verdad” como fe. Es una “verdad” que se afianza en el sentir, en la revelación de lo


divino. No existen criterios para verificarla, para validarla. El filósofo alemán Hans-Georg
Gadamer hablaba de la existencia de una “verdad” que es siempre “para mí”, inseparable de
mis condiciones, tradiciones y experiencias. Las vivencias propias siempre serán verdaderas
para quien las vive. Serán interpretadas desde la propia situación del individuo (su
observador). El sentir es un espacio de experiencias personales, privadas; por eso los
observadores externos no pueden cuestionar el fenómeno ni poner en duda su existencia.
La “verdad” como fe no admite discusión, no admite los análisis racionales. Existe porque
proporciona seguridad, esperanza, compañía y le otorga sentido a la vida.

• La “verdad” como posesión. Esta tipología de “verdad” le pertenece a un solo individuo. A


uno solo los demás le adjudican el título de “acreedor de la verdad”. Este tipo de personas
a quienes se les otorga eso producen respeto y admiración, provocando que se confíe en él.

Todas las categorías de “verdad” (la que es por consenso, por efectividad, por coherencia y
la basada en fe) se integran a la “verdad” como posesión. Esa confianza que se destina a
una persona fácilmente puede ser fracturada si existe incoherencia o se incumplen las
expectativas que el personaje, con su discurso y acciones, generó en nosotros.
Todas estas teorías sobre la construcción de la “verdad” son relativas: se ajustan al tiempo
histórico, a las necesidades de cada momento. También evidencian la incesante necesidad
humana de explicar el sentido de la vida mediante el empleo de verdades. 18
Reconociendo mi ceguera

“La mente que se abre a nuevas ideas jamás volverá a su tamaño original”
Albert Einstein (cit. en Esquivias, 2009, p. 1)

19
Históricamente nuestra especie ha estado en permanente expansión demográfica,
geográfica e intelectual. El crecimiento científico se ha logrado gracias a que hemos
interpretado de manera distinta los acontecimientos de la naturaleza. Eso nos ha empujado
a un terreno de aprendizaje continuo. Para lograrlo, el lenguaje ha tenido un rol protagónico.
A través de él somos capaces de crear interpretaciones, de cuestionar.

Sin embargo, pese a que tenemos la capacidad de aprender ilimitadamente, en ocasiones


somos intelectualmente arrogantes y nos negamos a seguir asimilando el conocimiento que
otros pueden aportarnos. Ciertas personas, sobre todo aquellas que han recibido una
educación técnica de avanzada, desestiman a los individuos que no tienen el mismo rango
de formación. Con esa actitud le restan valor a la posibilidad de aprender de ellos, a través
de conversaciones que podrían cuestionar sus conocimientos formales.

La experiencia se adquiere luego de reiterar muchas veces un aprendizaje práctico. Presumir


de tener “mucha experiencia”, y convivir con la certeza de que se sabe más que los demás,
obstruye la posibilidad de adquirir nuevos conocimientos. En las empresas y en las familias
ocurre este escenario: quienes poseen más años de pericia menosprecian a los que recién
aprenden a caminar, pese a que, precisamente por esa distancia generacional, ambos
podrían nutrirse, ambos tienen material para aportar.

Todos estos fenómenos a los que hacemos referencia se sustentan en el lenguaje. Inclusive
la experiencia. Para adquirir destreza en un área se requiere del lenguaje. Cuando alguien
se cierra a la posibilidad de -mediante una conversación- aprender del otro, llamamos a esto
“ceguera cognitiva”, distinción que escuchamos por primera vez de Rafael Echeverría.

El término “ceguera” hace referencia a la imposibilidad de ver; lo “cognitivo”, en cambio, hace


alusión a lo que se conoce. “Ceguera cognitiva”, por lo tanto, puede ser entendida como la
imposibilidad de conocer. Quien cae en este estado es incapaz de visualizar grandes áreas
de desarrollo, es decir, de aprendizaje. Un individuo con ceguera cognitiva cree tener acceso
a la verdad de aquello que le inquieta y ocupa; sin embargo, desconoce que no sabe.

Solemos constantemente distinguir lo que “sé que sé” de aquello que “sé que no sé”. 20
Aunque también existen, según Echeverría (2010), una tercera y una cuarta categoría: el
instante en que “no sé que sé”; y el momento en que “no sé que no sé”. Parece un
trabalenguas desafiante, pero en unos párrafos más adelante profundizaremos sobre estas
distinciones y tendremos mayor claridad.

Como humanos, solemos creer que hemos llegado a un límite en el que ya no necesitamos
aprender nada más respecto a un tema que dominamos. Hans-Georg Gadamer (2002) dice
que los conocimientos son ilimitados, por lo tanto, no existe posibilidad de alcanzar un techo.

En palabras de él:

“Ser experimentado no significa que uno sepa algo de una vez para siempre y
se rigidice en tal conocimiento, más bien, uno se abre a nuevas experiencias. Una
persona experimentada es no dogmática. La experiencia en el pensamiento tiene el
efecto de dejar libre para nuevas experiencias… En nuestra experiencia, nada queda
clausurado; constantemente aprendemos nuevas cosas a partir de nuestra
experiencia... A esto lo llamo "el carácter inacabado de toda experiencia” (cit. en
Torres, 2016, p. 112).

Las reflexiones filosóficas de Gadamer- aportan poderosamente a la revisión de una


metodología tradicional sobre búsqueda de la “verdad”.

La ‘Ventana de Johari’ es la primera herramienta en referirse a las áreas de ceguera. Nace


de la psicología cognitiva. Según Fritzen (1997), fue creada por los psicólogos Joseph
Luft y Harry Ingham (“Johari” es un término compuesto: se utilizaron, de los nombres de los
autores, las primeras letras). Este modelo describe la existencia de espacios o de
“habitaciones” -como las bautizó el pensador irlandés Charles Handy-. Las “habitaciones”,
según la concepción de Handy, son sitios donde un individuo puede estar ubicado. Él clasificó
cuatro tipologías habitacionales. La “Habitación Uno” o también llamada “Área Libre” es
aquella parte de nosotros a la que también los demás tienen acceso. La “Habitación Dos” o
“Área Ciega” abarca lo que los otros perciben, pero nosotros no. La “Habitación Tres” o “Área
Oculta” concentra al espacio privado, el espacio personal que cada uno de nosotros tiene. Y 21
la “Habitación Cuatro” o “Área Desconocida” es aquella que guarda el misterio que ni uno
mismo, ni su entorno, logra percibir.

Este gráfico ilustra el proceso de dar y recibir feedbacks. Fue ampliamente utilizado para
entender y entrenar la autoconciencia, mejorar la comunicación en grupos, desarrollar
equipos y ampliar las relaciones interpersonales. Una propuesta que nos permite visualizar
nuestros espacios conocidos y desconocidos, situados en zonas que interactúan
continuamente.

Lo que les vamos a presentar a continuación busca ampliar la distinción de lo que conocemos
como “ceguera cognitiva”. Siempre desde una mirada ontológica. Es decir, centrada en el
ser.

22

Antes de mirar fuera de nosotros al fenómeno de la ceguera cognitiva, hay que reconocer
que ésta habita en nosotros. La ceguera cognitiva está dentro de nosotros, orgánica y
biológicamente, aunque no seamos capaces de verla. El espacio de lo que “no sé que sé”
es donde comienza nuestra ceguera. Es menos visible y, por eso en ocasiones negamos su
existencia. Agrupa las posibilidades de acción que tenemos como seres vivos. Por eso, en
el gráfico la ubicamos en la zona del cerebro: el órgano responsable de dictaminar nuestras
funciones orgánicas más vitales.

Para entender mejor el tema, revisemos el rol vital de la sangre, es decir, la función que tiene
sobre nuestro cuerpo para mantenerlo con vida. Este fluido que circula por el complejo
sistema cardiovascular llega a todas las células del cuerpo. Es el encargado de la respiración
celular, recoge el oxígeno pulmonar, lo distribuye por todo el cuerpo y entrega el dióxido de
carbono a los pulmones. También recolecta los nutrientes disgregados por el sistema
digestivo y los lleva a las células. Al pasar por el hígado y el riñón realiza una función
depurativa, permitiendo que salgan sustancias nocivas de nuestro cuerpo. Al transportar
células del sistema inmunitario, actúa como defensa frente a los microbios. Su función
transportista no acaba aquí: también lleva las hormonas de un lugar a otro. Además, actúa
en la regulación de la temperatura: logra que el calor generado en el cuerpo se traslade hacia
la superficie y se disipe.

No somos médicos. Obviamente tuvimos que nutrirnos de lecturas sobre la biología humana
para conocer sobre este sistema. En realidad, dado que nuestro cuerpo conoce el
funcionamiento sanguíneo, nosotros también lo sabemos, aunque desconocíamos que tenía
insertado ese conocimiento. En otras palabras: ese es un ejemplo biológico de lo que “no
sé que sé”. Lo explicaremos mejor: dado que mi cuerpo y yo son uno solo, yo sí sé cómo
la sangre circula por el sistema cardiovascular humano: lo sabe mi corporalidad y al saberlo
lo sé yo también (recuerden que “mi cuerpo soy yo”). Yo no sabía que mi cuerpo –es decir:
que yo- sabía. Como éste, existe un sinnúmero de conocimientos que desconocemos que
sabemos.

Dirijamos nuestra atención a otras áreas de aprendizaje donde el reconocer que “no sé que 23
sé” puede generar cambios importantes en nuestras vidas.

Visualicemos las acciones que podemos realizar y que, algunas veces, dejamos de hacerlas
porque las consideramos imposibles. Como líderes solemos escuchar en nuestro entorno
profesional: “¡Yo no puedo lograrlo! ¡No se cómo coordinar acciones para el cumplimiento de
compromisos! Quienes niegan esas posibilidades, basados en juicios o creencias,
experimentan “ceguera cognitiva”. Y aún peor: sufren. Desconocen que el ser humano tiene
la capacidad de hacer todo eso a la vez: de alcanzar metas, coordinar acciones, cumplir
compromisos, generar reclamos frente al incumplimiento de promesas. ¿Existe la posibilidad
de que esas personas con ceguera cognitiva logren ver algo distinto? Creemos que sí.

Revisemos, ahora, las zonas de ceguera que están fuera de nosotros. La primera es la de
los conocimientos individuales a la que llamamos lo que “sé que sé”. Aquí se encuentra
toda la información que aprendemos con la educación formal y la que hemos logrado a través
de nuestras experiencias. Generalmente, estos conocimientos los utilizamos para manejar
nuestro entorno sin mayores sobresaltos, para controlarlo sin riesgos. Es lo que se conoce
como la “zona de confort”.

La segunda zona, mucho más grande que la primera, es lo que “sé que no sé”. Aquí
encontramos toda la información que sabemos que no poseemos. Por ejemplo: yo sé que no
sé hablar japonés; tampoco sé programar computadoras. Visualizar esas dos primeras zonas
-lo que “sé que sé” y lo que “sé que no sé”- son totalmente claras para cada uno de
nosotros. No hay mayor sorpresa: son zonas de posibilidades muy asequibles.

Finalmente llegamos a la tercera zona: lo que “no sé que no sé”. Es un área para admirar.
Aquí descubrimos que existen grandes posibilidades de desarrollo, de aprendizaje. Cuando
abrimos la puerta e ingresamos a esta zona podemos trazar nuevos caminos de acción
¡Nuestros ojos se expanden! Es el territorio de los grandes descubrimientos científicos, así
que vale la pena recordar uno de ellos.

El moho es un tipo de hongo. No todos los mohos son perjudiciales, aunque la sola mención 24
de la palabra lo parezca. El Penicillium notatum es el moho del que se obtiene la penicilina:
importante antibiótico que revolucionó el tratamiento contra las bacterias. Según Audesirk,
Audesirk y Byers (2008), fue descubierto, en 1928, por el médico escocés Alexander Fleming.
Ocurrió cuando notó que en una cápsula de Petri (recipiente redondo utilizado en
microbiología para almacenar células) había un cultivo bacteriano. Accidentalmente un moho
se introdujo en el envase creció y se multiplicó. A su alrededor no había bacterias. “Qué raro”,
seguro pensó, “parece como si una sustancia las logró eliminar”. Para comprobarlo, Fleming
recogió el moho y lo cultivó en un caldo. Y ocurrió lo que sospechaba: las propiedades de
este tipo de hongo destruyeron las bacterias. Después, a fin de ver si era inofensivo para los
animales, les dio este caldo a unos ratones de laboratorio que no sufrieron daño alguno. Este
moho permitió a Alexander Fleming ver algo que “no sabía que no sabía. El descubrimiento,
en esa zona en la que se desconoce que no se sabe, fue sorprendente. En ese territorio no
existen límites para el aprendizaje: es un área infinita. Cada vez que un individuo se atreve
a entrar a este espacio se generan nuevos desarrollos de productos, de mercado, incluso
avances tecnológicos y científicos. La emoción que se siente al llegar a esa zona - pocas
veces explorada - es la pasión. La pasión nos permite sentir la energía del cambio, la energía
del crecimiento. Preguntémonos: ¿cuánto bien nos haría visitar esta zona para evaluar y
explorar nuevas formas de amar, de educar a nuestros hijos y de fortalecer nuestros
matrimonios? El ser humano, que tiene la capacidad de buscar nuevos caminos, se
convierte, al llegar a este sitio, en alguien poderoso.

Volvamos a las dos primeras zonas: “lo que sé que sé” y “lo que sé que no sé”. Esas son
áreas de ceguera por las que todos circulamos la mayor parte de nuestro tiempo. Sin
embargo, el problema radica en cómo se normaliza el asunto. Suele ser aceptable no querer
salir de ahí, de ese terreno. Algunas frases evidencian el bloqueo:

- “¡Eso ya lo sé!”
- “¡No puedo!”
- “¡Quienes deben aprender son ellos!”
- “¡Está bien, pero lo haré a mi modo!”
- “¡Ok, pero que sea rápido!”
- “¡No voy a poder aprender!” 25
- “¡Esto es aburrido!”
- “¡No puedo mostrar que no sé!”

Detrás de estas frases se encuentran emociones: la arrogancia, el egoísmo, la resignación,


el miedo. Entonces, ¿cuál es el camino hacia el conocimiento?

Avanzar hacia las dos zonas de descubrimiento: lo que “no sé que sé” y lo que “no sé que
no sé”. Pero, para lograrlo, primero debemos pronunciar la declaración de ignorancia,
aquella que reconoce nuestra ceguera. Tan solo son dos palabras cortas, pero significativas.
¿Se atreven a pronunciarlas? Aquí van:

- ¡No sé!
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LAS CREENCIAS
Alfonso Espinosa Serrano
(Mindo, enero 2018)

29

Las creencias son construcciones lingüísticas que enlazan definiciones que le permiten al
ser humano decidir -con mucha rapidez- la utilidad, el fin, la necesidad o el camino a tomar.
Su carácter tiende a ser universal: usamos las creencias para generalizar una explicación,
para proyectar sus resultados. Nos ayudan a dar sentido rápidamente a lo que observamos;
por lo tanto, nos habilitan a tomar acciones. Tomaré como referencia la concepción que,
sobre las creencias, elaboró el filósofo español Gustavo Bueno: “Creencias son sistemas
socializados de conceptos e ideas que organizan la percepción de partes del mundo y su
totalidad”.

Las creencias impactan e influyen en la forma en que percibimos el mundo. Se crean desde
que somos pequeños y las seguimos incorporando a lo largo de nuestras vidas. Un ejemplo:
supongamos que tengo la creencia de que “Soy incompetente”. Posiblemente, esa
interpretación la adquirí luego de escuchar que personas relevantes para mí - como mi padre,
mi madre - se refieren a mí de esa forma (y repetidas veces). De tanto recibir ese mensaje,
yo les creí: instalé esa explicación sobre mi mundo y así se formó una poderosa creencia.
Una creencia, que en adelante, estará presente en distintos momentos y entornos.
Los juicios, a su vez, se generan en las creencias. Se apalancan en las creencias para, en
base a ellas, explicar el entorno y tomar decisiones. Nuevamente el ejemplo anterior: si
albergo la creencia de que “Soy incompetente”, puedo producir estos juicios: “No soy bueno
en la administración del hogar”, “No soy lo que mi jefe espera de mí”, etc.

Las creencias pueden ser compartidas por un grupo determinado de individuos, por familias,
por habitantes de una ciudad (o de una nación), por razas. Incluso se instalan en instituciones
sociales como la religiosa. Si observamos las creencias a través de una lupa, encontraremos,
dentro de ellas, algunos componentes microscópicos: hallaremos valores y principios de
comportamiento.

Las creencias también pueden pertenecerme únicamente a mí, es decir, ser propiedad
exclusiva de una persona. Son ellas las que explican los juicios que podemos tener respecto
a ciertos acontecimientos de nuestro entorno, de nuestra vida. Comenzamos a usarlas en
algún momento de nuestras vidas sustentando gran cantidad de nuestras decisiones en ellas. 30
Su impacto es extremadamente amplio; hemos construido caminos enteros a partir de
creencias, y cuando alguien busca cuestionarlas, solemos cerrar las puertas, poner un fuerte
candado que nos proteja de dicha posibilidad.

Piensen esto: ¿cuántas de las creencias que hoy tienes le pertenecen, además de a ti, a un
gran grupo de personas cercanas? Incluso, cuando la creencia es compartida por varios, su
relevancia y certeza es, para nosotros, más visible. “¡Es imposible que tantas personas
piensen lo mismo y todas estén equivocadas!”, solemos decir y, así, fortalecemos nuestras
creencias. Muchas de ellas las valoramos como verdades por el consenso y apoyo social
que conseguimos.

Las creencias nos ayudan a comprender quiénes somos. Le dan sentido a nuestra existencia,
nos permiten explicar los caminos -a veces los atajos - que tomamos en nuestra vida. Cuando
logramos reconocerlas - a las creencias, me refiero - podemos ensayar una posible respuesta
a una de las preguntas irresolutas sobre la existencia del hombre: ¿Quién soy?
El impacto de las creencias en la construcción del ser es tal que, al modificarlas, también
cambia la respuesta a la pregunta “¿Quién soy?”. Dado que cuando hablamos del ser
hacemos referencia a una trilogía (Ser = cuerpo, emociones y lenguaje), podemos concluir
que, al cambiar nuestras creencias, cambiamos esa estructura del ser y sus tres dominios.
¡Ese es el poder trasformador que posee el mundo de las creencias!

Me atrevo a decir - y lo digo por experiencia - esto: la mayoría de las creencias que tenemos
provienen de otros, las heredamos de ellos y las trasladamos a un tercero, viajan por varias
generaciones, pese a que los contextos cambian. ¿Cómo las transmitimos? Una de las
modalidades: el miedo. Narramos nuestras experiencias insatisfactorias (las que nos
generan temor) con el fin de evitar que otros pasen por lo mismo y que sufran (sobre todo si
se trata de personas amadas). Sin embargo, al hacerlo les estamos transmitiendo nuestras
creencias. Mientras más intensa es la emoción que nos genera una creencia, más relevancia
tendrá para mí. Como consecuencias: difícilmente estaré dispuesto a cuestionarla y más
posibilidades de que queramos transferirlas. Las traspasamos a otros mediante una
narración que tiene una tonada a “esto terrible me pasó a mí y no quiero que te pase a ti”. 31
Utilizamos al miedo como engrudo potente y la creencia queda impregnada en otros.

Creencias y probabilidades

Si esto fuese informática, se diría que los seres humanos estamos compuestos por un gran
ordenador; y su programación básica: las creencias.

Son las creencias las que condicionan lo que podemos realizar o alcanzar con nuestro
cuerpo, con nuestras relaciones familiares y profesionales, con nuestra educación y
alimentación. Les pido esto: escriban las creencias que poseen y podrán evidenciar la
relación coexistente entre las creencias, la cultura, la ciencia y la religión. Ese listado
personal les permitirá entender la complejidad humana y responder, por qué no, la pregunta
de Kant: “¿Qué es el ser humano?”.

La fe y la confianza que tenemos sobre nuestras creencias las consolida o debilita en el


tiempo. La historia se ha encargado de ejemplificar esta condición. Cristóbal Colón inició su
viaje a las Indias movido por una creencia que mostró repetidamente: “Yo vivo para
descubrir”. Copérnico formuló las ecuaciones necesarias y escribió un libro para difundir la
hipótesis de que la Tierra gira alrededor del Sol (y no el Sol alrededor de la Tierra, como
aseguraba la Iglesia), una de sus principales creencias fue que “admitir el desconocimiento
abre el conocimiento”. Estos personajes lograron, con sus acciones y resultados, validar sus
juicios y creencias. ¡Necesitamos tener creencias que nos abran posibilidades!

El concepto de fe no necesariamente está ligado, únicamente, a la religión. Las creencias


también pueden ser parte de la fe. Existe una estrecha relación entre fe y creencia. La fe no
exige justificación ni afirmaciones para promulgar su existencia. Las creencias nos alimentan
a lo largo de la vida: nos hacen entender el fenómeno de la fe de manera particular, es decir,
tal como cada uno la necesita e interpreta. Entonces, las creencias subyacen a la fe ¿Acaso
con esta declaración desvalorizamos a la religión o a la ciencia? No, claro que no.
Necesitamos generar creencias que marquen nuestro camino, que delimiten nuestras
acciones humanas: aquellas que la sociedad determina como adecuadas y necesarias.
Somos quienes somos y estamos en donde estamos por las creencias que nos definen 32
como sociedad, como especie.

Podemos, también, decir que las creencias entran en el plano de las probabilidades. Mientras
más efectivas las considero, mayor será mi deseo de sostenerlas.

El inglés Frank Plumpton Ramsey (1903- 1930) es


considerado uno de los matemáticos más prominentes
del siglo XX, pese a que murió a los 26 años. Fue
docente e investigador de la Universidad de Cambridge.
También un destacado ensayista en materia económica.
Sus teorías, investigaciones y ensayos lo han
consolidado como un personaje respetado en distintos
ámbitos, entre los que se incluyó las matemáticas, la
filosofía y la economía. Sus desarrollos son la base de
nuevos alcances en materia económica.
Frank Ramsey constantemente sentía la necesidad de tomar riesgos, de llegar más lejos que
otros. ¿Acaso algo mejor, para saciar sus incontrolables deseos de aprendizaje, que el
mundo de los números, la lógica y el pensamiento humano?

Sus reflexiones sobre las creencias y su impacto en los resultados están contenidas en
algunos de sus textos, entre esos ‘Verdad y Probabilidad’ (1926). En este escrito muestra el
fenómeno de las creencias como un conjunto de probabilidades. Además, analiza la conexión
entre las creencias que tenemos respecto a una proposición y la probabilidad de que pueda
ocurrir, todo desarrollado en un ámbito subjetivo. Busca la manera conductual de medir el
nivel de nuestras creencias y, así, obtuvo la siguiente demostración: “El grado de efectividad
y resultado que esta probabilidad (creencia) podría tener para el sujeto, se reduce a lo que
el sujeto otorgaría en una apuesta por ese mismo resultado”.

Según las conclusiones de Ramsey, a través de la valoración que damos en la apuesta


medimos las creencias y deseos de un individuo. Llegó a demostrar, incluso, que el grado
de fe que las personas entregan a una creencia está relacionada a la probabilidad de que 33
ocurra. Las creencias individuales se forjan a partir de una experiencia personal pasada.
Cada vez que ocurre nuevamente lo mismo, valido y fortalezco la creencia.

En un trabajo suyo, titulado ‘Knowledge’ (1929), Ramsey analiza, mediante la teoría


pragmática, lo que significa tener conocimiento: “Yo considero que una creencia se torna en
conocimiento si ésta es verdadera, cierta, obtenida mediante un proceso confiable” (pág.
110).

Es decir, según Ramsey, la creencia P de una persona X es un caso de conocimiento solo


si ha sido obtenida mediante un proceso confiable. No termina de ser suficiente que
tengamos evidencias para creer en P; la forma en que adquirimos esa creencia debe tener
características de confiabilidad. Debemos asegurarnos de que lo que pensamos que ocurre
en determinadas condiciones, realmente pasa.

Entonces, en lo que a valoración de la creencia respecta, para Ramsey es importante su


origen. El cómo surge. Además, considera que una creencia es completa cuando es
conocimiento que nos ayuda a evitar errores y nos guía hacia el futuro. La creencia se
convierte en conocimiento siempre y cuando nos conduzca al éxito.

Las creencias individuales que desarrollemos


como consecuencia de ese conocimiento
individual, gobiernan nuestras posibilidades.
Podemos concluir, a partir de las profundas
reflexiones de Ramsey, que mientras más
arraigada es la creencia para el sujeto, mayor
será su apuesta por ella y mayor, también, los
grados de efectividad y veracidad que les
otorgo.

En los años veinte del siglo pasado, Frank


Ramsey hacía estas reflexiones. Hoy, la
Neurociencia, de manera más sofisticada y 34
basando sus afirmaciones en argumentos
científicos, busca demostrar el impacto que tienen las creencias en las decisiones que
tomamos. Por ejemplo, hoy sabemos que las creencias tienen la capacidad de afectar
nuestra mente. El Neuromarketing, también conocido como “neurociencia del consumidor”,
muestra, a través de distintos experimentos, el vínculo existente entre lo que creemos y la
manera en que estas creencias activan nuestro cerebro, moviéndonos a tomar determinadas
decisiones.

Recientemente revisaba videos realizados por Jonah Berger (2013), reconocido profesor de
marketing en Wharton School, de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos. En esos
audiovisuales muestra cómo nuestras creencias influyen en nuestras decisiones diarias.

Revisemos, por ejemplo, la creencia socialmente aceptada de que “lo barato sale caro”.
Berger propuso a un grupo degustar dos pasteles y que elijan el más rico. Mostraban precios
distintos: el pastel A (que cuesta $15) y el B (valorado en $55). Se pidió a los participantes
que califiquen cuál es el mejor. La gran mayoría respondió que el de $55 es mucho más rico
y de mejor calidad. Sin embargo, se ocultó una información: ambos pasteles fueron
elaborados con los mismos ingredientes y tenían la misma calidad. De hecho, eran el mismo
pastel con distintas etiquetas de precios (un sabio engaño). La creencia de que “lo barato
sale caro” activó en el cerebro el sentido del placer vinculado al valor monetario: eso hizo
que se eligiera, como “mejor”, el pastel más caro. Inclusive, muchos de los encuestados
declararon que el pastel de mayor precio tenía mejor sabor para su paladar y, por ende,
dijeron que disfrutaron más de su experiencia culinaria. En mercadeo se utiliza la
comparación de los precios para activar en nosotros la parte del cerebro vinculada con el
deleite. Así que la próxima vez que elijamos un producto en base a la creencia de que lo
más costoso es lo mejor, cuestionémonos: “¿En verdad es así?”.

Otro experimento de Berger (2013) nos permite ver la relación entre las creencias y el miedo.
En esta prueba, se coloca una billetera en una calle repleta de gente. Se simula que se le
cayó a su propietario. Segundos después, la billetera es divisada por los transeúntes y
devuelta a su dueño. Pero, ¿qué ocurrió cuando le pusieron una variante a esta prueba?
¿Qué ocurrió cuando colocaron la misma billetera en la misma calle, pero a su alrededor, 35
dibujaron un círculo rojo? Pasó que el círculo rojo activó la alarma de peligro en la mente de
las personas: las hizo alejarse. Fue la creencia socialmente aceptada de que el rojo significa
riesgo: eso impidió a las personas agarrar la billetera del suelo. Es que “¡si está en rojo, es
peligroso!” es lo que solemos decir de manera silenciosa. La mente recoge esta creencia
como verdadera y nos moviliza a alejarnos de aquello que, supuestamente, nos pone en
riesgo.

Las creencias podrían convertirse en estados mentales dotados de contenidos


representativos, que son asimilados a lo largo de nuestras vidas. Les damos formas
semánticas, les conferimos el valor de ser verdaderos o falsos y, a partir de ahí, actuamos o
dejamos de hacerlo. Si llevamos estos comportamientos al plano personal -a aquellas
decisiones que tomamos o dejamos de tomar - me pregunto: “¿Qué tan conscientes somos
de aquello que estamos haciendo o dejando de hacer por nuestras creencias?”. “¿Qué nos
impide ver la dirección de nuestras decisiones?”.
A la suma de creencias se la conoce como “sistema de creencias”. Todo ese conjunto las
acepto como verdaderas y pueden ser modificadas por elementos exógenos a lo largo de mi
vida. Frente a la posibilidad de cambiarlas, puedo proceder voluntariamente el momento que
siento el poder para modificarlas. La edad, la capacidad de independencia y la educación
formal recibida son factores que me habilitan a modificar estos sistemas.

Nuestras creencias buscan algún beneficio propio o comunitario; caso contrario, de no


aspirar a un provecho, difícilmente estarían enraizadas. ¿Qué implica esto? Que no existen
creencias limitantes o expansivas. Toda creencia aspira a ser positiva (por eso la sostengo),
pero podría generar un resultado negativo que, en muchas ocasiones, lo suelo minimizar o
ni siquiera lo distingo. Por ejemplo:

Imaginemos que poseo la siguiente creencia: “Exponerme es riesgoso”. Amparándome en


ella puedo decidir, por ejemplo, no hablar en público. La creencia, en este caso específico,
evita que ingrese a un espacio que me resulta incómodo (sortear de esa manera algo que
me molesta puede ser considerado, para algunos, como algo bueno). Pero, por otro lado, la 36
misma creencia me resta posibilidades de crecer. Me puede paralizar e impedir que me
muestre en espacios públicos. Ahí se revela la cara negativa de la creencia. Las creencias,
por lo tanto, no son ni buenas ni mala. ¡Solo son, existen! Están ahí con la intención de
movilizarnos a tomar decisiones. La valoración que le otorguemos al resultado de esas
decisiones es lo que puede determinar la bondad o perversidad de la creencia que habita en
nuestras vidas. Cuidaré de la creencia porque siento que me protege y me genera provecho.

Existen creencias que fueron construidas


socialmente a lo largo de décadas o
siglos y que explican los problemas de
las naciones y sus logros. Margaret
McGavin en su artículo “6 valores latinos
que debes enseñarle a tus hijos” (n.d.),
nos describe creencias que definen la
capacidad de los oriundos de
Latinoamérica para generar comunidades integradas. Estas son las seis creencias que
debemos cuidar, según McGavin:

• El amor hacia la familia. Los latinos buscan estar conectados con sus familiares a lo largo
de sus vidas.

• La hospitalidad. “Mi casa es tu casa”, asegura el dicho. Los latinos abren sus hogares: no
existen restricciones para los visitantes.

• La amistad. Los latinos otorgan a sus amigos los mismos derechos que a sus hermanos.

• La fe. Los latinos suelen creer en alguien más grande que ellos: se conectan con Dios para
darle sentido a lo bueno o malo que les ocurre.

• La alegría. Los latinos suelen ser alegres y espontáneos. Buscan generar momentos
memorables. 37

• La generosidad. Los latinos invitan a sus amigos, a los visitantes. Y si no se les permite
pagar una comida, eso equivale, para algunos, a un insulto.

Aterricemos en otro continente, en otro país.


¿Cuáles son las creencias que tienen en
Japón? Contexto histórico: esa nación fue
devastada durante la Segunda Guerra
Mundial, pero a los pocos años se convirtió
en una potencial mundial. Gloria García, en
su estudio “Valores culturales japoneses en
las relaciones empresariales” (2015),
menciona estos valores de la cultura japonesa:
• Priorizan las relaciones interpersonales. Los japoneses han generado un sistema de
formas sutiles para cada circunstancia social.

• Autocontrol de los sentimientos y autodisciplina. En momentos críticos, los japoneses


suelen mantener el control de sus emociones y decisiones. Enfocan sus esfuerzos hacia el
logro, evitan rendirse.

• Perfeccionismo. Se enfocan en los detalles: que todo esté en su justo lugar y que sea bien
elaborado.
• Se adaptan a los cambios. Son conscientes de lo cambiante que es el mundo, por eso ellos
son flexibles a las modificaciones y promueven la ausencia del apego.

• Pertenencia de grupo y cooperación dentro de él. Priorizan siempre a la comunidad.


Buscan que cada persona encuentre su espacio y rol dentro de ella.

Quizás estén preguntándose: “¿A partir de las creencias que tenemos podemos obtener 38

resultados diferentes?”. La respuesta es contundente: “¡Sí!”. Por eso la importancia que


tienen los líderes de los países, de las organizaciones y de sus familias. Ellos pueden adquirir
la capacidad de intervenir en las creencias y modificarlas para que un conglomerado humano
pueda construir caminos hacia nuevas metas y logros.

En su conjunto, las creencias muestran la historia del ser humano. Por ese motivo,
modificarlas no es tarea sencilla.

Algunos líderes organizacionales piensan que con el miedo se puede transmitir creencias en
su personal. Podría dar esa impresión, sobre todo si luego de implementar medidas
coercitivas se generan los resultados deseados. Sin embargo, ocurre que cuando se retiran
los castigos, las personas vuelven rápidamente a sus comportamientos originales, salvo que,
nuevamente el mismo caso, observen un beneficio en modificar sus creencias.
Los líderes constantemente buscan instalar creencias en su gente. Es frecuente que, en el
intento de imponer una nueva creencia, se frustren, se enojen. Podría mencionar, a manera
de ejemplo, al gerente general que anhela que todo su personal venda sus productos, pues
“todos somos vendedores” (esa también es una creencia). Aquellos que creen que no son
buenos vendiendo, no estarán dispuestos a hacerlo, sin importar cuántas veces el gerente
general lo ordene.

Las creencias no solo definen nuestros caminos; también, las brechas por las que
caminamos. Son el abono para el florecimiento de cientos de juicios que conforman nuestro
entorno: le dan el color, olor y sensaciones. Nos señalan si estamos llegando a nuestro
destino. Los juicios matizan nuestra vida y definen si esta ha valido la pena ser vivida.

39
Bibliografía física:

Blanca M. (2005). El cóndor de la pluma dorada. Barcelona, España: Editorial Viceversa.

Díaz de Betanzos, J. (1987). Suma y narración de los incas. Madrid, España: Ediciones Atlas.

Echeverría, R. (2001). Ontología del Lenguaje. Santiago de Chile, Chile: Ediciones Granica.

Martínez, C. (1999). El sudor del sol y las lágrimas de la luna. Espacio, tiempo y forma. Serie
VII, 12, 11-25.

Páez, R. (1960). Cronistas Coloniales. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado


de http://www.biblioteca.org.ar/libros/132425.pdf.

Ramsey, F. (2005). Obra filosófica completa. Granada, España: Editorial Comares.

40
Ramsey, F. (2013). Knowledge. Inglaterra: Routledge

Bibliografía virtual:

García, G. (2015) Valores Culturales Japoneses en las Relaciones Empresariales. Real Instituto
Alcano -ARI 37/2015

McGavin, M. (n.d.). 6 valores latinos que les debes enseñar a tus hijos. Recuperado de:
http://hijos.about.com/od/Valores/tp/6-Valores-Latinos-Que-Les-Debes-Ense-Nar-A-Tus-Hijos.htm
CAMINANDO POR LA RUTA DE KAIROS: EL OBSERVADOR

Alfonso Espinosa
(Quito, octubre 2016)

41

¿Se han preguntado por qué vemos lo que vemos?

¿Por qué para él es “bueno” lo que para el otro es “malo”?

La respuesta la encontrarán en la distinción: el ‘observador’. Eso somos: observadores particulares


de nuestro entorno. Siento decepcionar a los que confiaban en una verdad absoluta. Ni enteramente
blanco ni completamente negro: no existen los absolutos. Y eso ocurre porque somos incapaces de
captar lo que verdaderamente ocurre en nuestro entorno. Algo sí podemos hacer: interpretarlo. Y de
hecho lo hacemos.

Como observadores que somos, constantemente estamos escogiendo maneras de observar y de


interpretar lo que nos rodea. Nuestra mirada estará influenciada por el filtro de nuestras creencias (ya
sean religiosas, culturales, éticas o relacionales). También por nuestra historia, por la educación
formal e informal recibida, por nuestras limitaciones, habilidades biológicas y otros factores que
determinarán cómo percibimos el mundo.

Entonces, cada que intentamos describir lo que vemos, nos revelamos como un tipo particular de
observador. La manera en que observo dice más de mí, que del resto. Recaigan en un aspecto del
relato que a continuación les comparto. La manera en que yo interpreto ciertos fenómenos (una
llamada de un cliente, un “Te amo” de un hijo) no necesariamente coincide con las interpretaciones
que otros podrían darles a los mismos hechos:

42

“Comenzamos tarde la reunión del lunes destinada a revisar las ventas, porque Juan tiene que
atender unas llamadas por entregas realizadas dos semanas anteriores a esta fecha, y asocio este
hecho con la excelente posibilidad de que los clientes extiendan sus pedidos por el éxito de las
ventas”

Cada que mi hijo me dice: “Te amo”, me emociono. Sé cuán escasa ha sido esa palabra en nuestra
relación.

Cada acontecimiento que ocurre en nuestro entorno tiene una interpretación particular que la
construimos y damos vida a través de nuestro lenguaje. Por lo tanto, esa descripción que hago con
palabras habla de mí, de mis experiencias, de mis distinciones, de mis emociones, de mis
expectativas. Ontológicamente, la forma particular en que vemos y describimos el mundo es lo que
llamamos ‘observador’.
De la capacidad de cuestionar y de abrirse a una nueva manera de observar que tenga un líder,
dependerá su aprendizaje, en un espectro más amplio, también en la vida. A mayor capacidad de
cuestionamiento, mayor capacidad para aprender.

La velocidad en la que nuestra civilización


adquiere conocimientos y descubre nuevas
tecnologías es abrumadora. Descubrir, en el
siglo que corre, no solo equivale a hallar
espacios inéditos. También implica redescubrir
temáticas previamente abarcadas y
sentenciadas como “inmutables al cambio”.
Nuestra era nos obliga a reinterpretar el
pasado, relativizar la ciencia y posicionar la
necesidad de transmitir el concepto ontológico
del “observador”.

La manera en que escogemos observar también tiene sus matices. Quiero mostrarles nuevas 43
distinciones al respecto que nos permiten identificar el fenómeno y aterrizarlo a la acción. Si bien toda
clasificación es arbitraria, clasificamos para facilitar el estudio. La siguiente tipología de los tipos de
enfoques que proponemos, de ninguna manera busca anular o negar la existencia de otras formas
de clasificar el enfoque que puede tener un observador. En la primera parte de esta propuesta,
explicaré dos tipos de enfoques del observador que descubrí por primera vez con Rafael Echeverria:
el único y el múltiple. He incluido un tercer tipo de observador que nace de años de búsqueda y
experiencias personales. Estoy seguro de que este novel desarrollo conceptual les resultará
extremadamente fascinante y útil. ¿Con qué nombre bauticé a este observador y su enfoque?
¡Tengan paciencia! Se los revelaré en breve.

El enfoque único

Internet es un país sobrepoblado de fotos. Pero, hace algunos años, yo encontré una especial,
diferente. Una que, desde que la vi, lo supe: “¡Es perfecta para ejemplificar lo que significa el enfoque
único!”.
En esta imagen aparecen dos hombres ciegos,
y lo sé porque así consta en el pie de foto que
hallé en la web. Es curioso que, a pesar de la
ceguera, uno de ellos coloca una tela sobre el
rostro de su compañero, quizás para que no
vea (aunque sabe que, aún sin la tela, no ve).

Mi interpretación: quien cubre busca que su


historia no pueda ser cuestionada por su
compañero. Ese modo de actuar -el querer neutralizar o eliminar al ‘otro’ diferente- caracteriza a un
observador que utiliza el enfoque único.

Un observador único agarra una certeza, una única forma de ver el mundo y de interpretarlo, y se
sostiene en ella. No admite otras observaciones y si otros intentan imponerlas, buscará la manera de
opacarlas, ridiculizarlas, eliminarlas. O colocarle una tela sobre el rostro. Uso la palabra ‘certeza’
44
porque eso es lo que experimentan los observadores únicos: se aferran con el alma, con los dientes,
con la vida, a ciertas creencias que consideran ciertas. Se aferran a ellas, como un pulpo con mil
brazos, y se convencen que esas interpretaciones son apropiadas. En efecto, esas certezas en el
pasado les han servido para obtener resultados determinados y, por eso, están dispuestos a jamás
soltarlas, sin importar quién se cruce en el camino.

Quienes emplean el enfoque único no dan cabida a ideas o propuestas diferentes a la de ellos
porque las consideran inefectivas. Para que algo sea calificado como “efectivo” o “inefectivo” es
necesario analizar varias posibilidades, contrastarlas, compararlas y determinar la mejor. Si el líder
no es hábil en este ejercicio, si no sabe cómo escoger entre las múltiples posibilidades que están
frente a él, tenderá a quedarse con un enfoque único que le quitará efectividad en algunas ocasiones.

¿Por qué el líder puede desarrollar un alto nivel de enfoque único? Si hay evidencias de buenas
decisiones tomadas en el pasado, tenderá a fortalecer sus creencias y juicios: argumentará que sus
interpretaciones han sido eficaces a lo largo de su historia personal y eso parece difícil de refutar. En
situaciones extremas (crisis económicas o calamidades físicas, por ejemplo), que ameritan tomar
decisiones emergentes, se pueden presentar dos alternativas: que se intensifique el enfoque único,
o que ante la imposibilidad de enfrentar y resolver la crisis basados en la forma como hemos resuelto
los problemas en el pasado (experiencias), la persona se abra a escuchar otros puntos de vista.

Rafael Echeverría, en su libro Ontología del Lenguaje (2001), nos muestra que esta tipología de
observador procura imponer a los demás su forma de ver el mundo. Ellos creen tener acceso a la
verdad y en sus relaciones interpersonales utilizan algunas acciones para lograrlo. Como estas:

➢ Convencen. Insisten (permanentemente) con argumentos que validan su punto de vista. No dan su
brazo a torcer.

➢ Subordinan. Para convencer al otro, hacen gala de un rango jerárquico superior y muestran mayor
experiencia en el tema discutido. Se sitúan en un escalafón más alto para subordinar al otro.

45
➢ Neutralizan. Minimizan o ridiculizan la manera de observar del otro.

➢ Eliminan. Buscan la manera de evitar el contacto con el otro que piensa diferente, ya sea dando fin
a una relación, despidiendo a alguien de la organización o, inclusive, en casos extremos, quitándole
la vida.

En su lenguaje, el observador con enfoque único suele utilizar frases como:

- “¡Eso no es así!” (generalmente moviendo la cabeza o el dedo de un lado a otro).


- “¿Cómo? ¿No entiendes?” (mirando al cielo).
- “¡Cállate!” (expresión categórica que le permite conseguir su propósito).
La tolerancia, ¿un anti-valor?

Una persona con un marcado enfoque único desarrollará -a manera de ideal ético- la tolerancia.
Para definir lo que significa este término, me remito a la descripción que Rafael Echeverría hace
sobre el termino tolerancia:

“Lo que la otra persona piensa y observa, no es lo apropiado o real comparado con lo que yo pienso
y observo. Sin embargo, acepto el vivir junto a él o ella pues no tengo más opción. Al menos, por el
momento”.

Convivir con otra persona, pero no legitimar su forma de ver el mundo: eso es tolerar. Cuando no
valoramos las interpretaciones del otro, estamos cerrando la posibilidad de observar su mundo, nos
perdemos la posibilidad de aprender de él.

46

Las emociones, y también los valores, pueden ser percibidas como negativas o positivas,
dependiendo del tipo de observador que seamos. Para los que observan el mundo con un enfoque
único, ser tolerantes es un reto. En ocasiones, pensarán que realizan un sacrificio o ceden espacios
de decisión cuando conviven -ya sea en el trabajo o en otros espacios- con alguien que tiene una
mirada tan errónea del mundo.

El “poder” desde el enfoque único

Cuando tienen el poder en sus manos, los observadores de enfoque único lo usan para imponer su
manera de interpretar el mundo. En el mundo empresarial, jefes, supervisores y gerentes con enfoque
único suelen marcar el ritmo de la organización, sin distinguir otros posibles caminos. Detengámonos
un instante aquí. Reflexionemos sobre estas preguntas:
- Dentro de la organización, ¿qué cantidad de decisiones pasan diariamente por mis manos?
- ¿Cuántas decisiones no se toman pues se espera que yo las apruebe?
- ¿Cuánto valoro las aportaciones de quienes reportan directamente a mí?
- ¿Qué tan dispuesto estoy a construir las soluciones operativas en conjunto con mi equipo?
Con sus respuestas podrán tener una idea de qué tanto utilizan el enfoque único en sus actividades
empresariales. Imaginemos algunas de las respuestas posibles:

- Si no tomo yo la decisión, ¿quién la toma?


- El personal que está a mi cargo no tiene la experiencia ni el conocimiento para tomar decisiones
asertivas.

Los líderes con enfoque único se toparán con dilemas de este tipo. Ok, analicemos estos juicios. Si
las decisiones no se toman porque, supuestamente, el personal se encuentra poco preparado para
manejar la información y no puede proyectarse hacia el futuro, si eso ocurre, entonces yo pregunto,
les pregunto a ustedes:
47

- ¿Quién contrató a estas personas sin estar preparadas?


- ¿Quién no fortalece al equipo para que puedan tener mayor análisis y velocidad de acción?
- ¿Quién no los entrena y capacita para que puedan desarrollar sus áreas de mejora?
Y, por último:

- ¿Quién se acostumbró a trabajar de esta manera?


- ¿Quién siente que teniendo el control es más útil para la organización?
- ¿Quién tiene un enfoque único?

Las argumentaciones que un líder escoge para justificar y adoptar un enfoque único con su equipo
son entendibles. Sin embargo, permanecer en el tiempo manejando esta modalidad consolida un
estilo de observar y liderar que no genera nuevas oportunidades de acción.
Un líder con enfoque único, frecuentemente, invalida –a veces con ofensas- las observaciones de los
integrantes de su equipo. Esto genera miedo en ellos: se sienten neutralizados e incluso perciben
que podrían ser eliminados, en caso de no ceder a la manera de observar del jefe. El miedo
desencadena en modos de trabajo silenciosos. Dicho mejor: el silencio es el escudo que el ser
humano escoge para protegerse cuando siente miedo. De producirse esa emoción, las reuniones de
trabajo serán silenciosas, serán monólogos en los que el líder de enfoque único reafirmará su
importancia: validará su juicio de que él es el camino de la organización. El único. Esto genera un
ciclo continuo que, gráficamente, se representa así:

48

Esta gráfica de Chris Argyris (2009), psicólogo y economista estadounidense, es lo que se conoce
como el modelo de rutinas defensivas (aquellas que obstaculizan el aprendizaje del individuo). Argyris
hace una diferenciación entre las rutinas defensivas individuales y las organizacionales. Las primeras
las describe como una manera habitual de actuar para protegernos de aquello que, como sujetos,
nos resulta amenazante o bochornoso. Las organizacionales son aquellas políticas rutinarias que
tienen como fin evitar experiencias amenazantes: son acciones que tienen por objetivo abandonar
las situaciones que provocan escenarios peligrosos.

Anular, callar, temer, silenciar y frustrar: esas son las acciones vinculadas al enfoque único. Una
persona con pocos conocimientos y reducida capacidad reflexiva tendrá menos posibilidades de
cuestionar sus certezas. Sesgará, de manera polarizada, su forma de interpretar el mundo. Sobre
todo, en temas que le generan soberbia o resentimiento. Esas dos emociones impiden a los seres
humanos abrirse para la escucha y el aprendizaje. Por este motivo, es relevante mejorar el nivel
educativo de los equipos (y de todo grupo humano). Así construiremos -de manera conjunta-
interpretaciones que permitan avanzar hacia soluciones consensuadas.

Recuerdo un caso en particular. Hace algunos años, una empresa argentina tenía serios problemas
con el sindicato de sus empleados. Luego de algunas conversaciones con los principales gerentes,
logramos convencerlos de la importancia de dotar a los líderes del sindicato de herramientas
conversacionales, las que ustedes están aprendiendo en esta Certificación.

Si los representantes del sindicato lograran aprender que la verdad no es única, si entendieran lo
destructivo que es el resentimiento, si fuesen capaces de visualizar un mundo nuevo; y si descifran
el impacto de las interpretaciones del entono, si consiguen todo eso, entonces, podrían llegar a un
consenso entre las dos partes afectadas. En una negociación compleja, romper el enfoque único
aporta a la construcción de propuestas que, a largo plazo, resultan beneficiosas en tantos sentidos.
El resultado fue muy claro, la empresa logró llegar a acuerdos más transparentes, entendibles para
las partes. Pudieron separar los pedidos generados por emociones de aquellos que se requerían 49
como una necesidad imperiosa para mejorar la calidad del trabajo y la vida de los empleados. El
acceso al conocimiento abre conversaciones, genera discusiones. En muchas ocasiones, el enfoque
único se sustenta en el poder que da el acceso a la información o conocimiento, pero también
encontramos situaciones en las que un grupo tiene una emoción común (como el resentimiento) por
el cual se interpretan y filtran las decisiones.

¿Es necesario el enfoque único?

No puedo -no debo, no debería- decir que el enfoque único es negativo en todos los contextos. En
determinadas circunstancias, nos habilita a ser efectivos en la ejecución de una tarea. Hay decisiones
que deben ser tomadas con prisa. Ahí llega nuestro héroe: el observador de enfoque único. En
emergencias, quienes gozan de ese perfil son requeridos. Pondré un ejemplo: trasladémonos a un
quirófano. Un cirujano interviene un tumor. En medio de la operación, el paciente sufre una
hemorragia. El médico deberá tomar una decisión rápida para salvarlo. No hay tiempo para llamar a
una junta médica y lograr un consenso grupal.

Vale aclarar: el observador de enfoque único deberá tener las distinciones necesarias para que las
decisiones que tome sean asertivas. Así aumentarán sus probabilidades de éxito. Es decir, el médico
deberá tener los conocimientos que lo habiliten a actuar, con serias opciones de acertar, en
momentos críticos. La vida tiene un montón de instantes inesperados y más vale que nos sorprenda
preparados.

En ocasiones, los líderes se sienten solos: todas las decisiones son tomadas por ellos. Todas. Esa
dinámica buscamos retar, confrontar y reivindicar con este programa. Es verdad que algunas
decisiones, por su nivel de impacto, por la premura del tiempo, por el rol que ejercen algunas
personas dentro de las organizaciones, es mejor que sean exclusivas de los jefes de alto rango. Sin
embargo, debe existir un equilibrio. También hay que construir resoluciones de manera conjunta
(cuando la situación lo permita, claro). Eso enriquecerá el resultado. El líder tiene la responsabilidad
50
de preparar al equipo para que emplee afirmaciones (datos, pruebas, demostraciones, evidencias)
en las reuniones. Esto no requiere un largo período de preparación. Basta con comunicar la
necesidad de usar afirmaciones a la hora de generar acuerdos en el equipo.

Las empresas (tanto las medianas como las grandes) que poseen líderes con enfoque único suelen
ser lentas en su desempeño. Todo depende de la decisión de una sola persona. El líder suele
acumular resoluciones pendientes, pasan a una lista de espera que crece y crece. Esto se ve en
equipos gerenciales que no toman decisiones sin la presencia del gerente general: sin su aprobación
directa, no se atreven. O no pueden atreverse.

Cada vez que un líder utiliza el enfoque único, debe ser consciente de que emplearlo tiene costos.
Estos pueden ser:

• Su interpretación no necesariamente es la más potente para el resultado que se requiere.


• La responsabilidad del éxito o del fracaso de la decisión será exclusivamente suya.
• Pierde la oportunidad de desarrollar a las personas que dependen de él.
• Baja el nivel de compromiso de sus seguidores.
• Tiende a quedarse solo.
Aclaro: el enfoque único no es exclusivo de los directores, gerentes de las empresas o líderes
sociales. Todos gozamos, en algún momento de la vida, de cierto poder de decisión y recurrimos a
ese enfoque, con las ventajas y desaciertos que eso implica. Entonces, el enfoque único está
presente en todos los entornos del ser humano. En las escuelas también están presente este enfoque
y los niños lo aprenden. En los hogares, algunos padres no están dispuestos a escuchar a sus hijos:
les imponen su manera añeja de ver el mundo, sus aspiraciones, sus metas e inclusive sus miedos.
Y para asegurar su punto de vista usan frases de este tipo (léase con enfurecido tono
materno/paterno): “¡Esto es así porque yo lo digo!”, “Mientras estés en esta casa, ¡las cosas se hacen
como yo digo!”. Suelen neutralizar y castrar la manera de interpretar de sus hijos, generando miedo
en ellos y un ciclo de silencio en el seno de la familia. Las organizaciones a veces son una extensión
de las familias, así que ocurre lo mismo.

51
Seguramente a alguien con esos rasgos ustedes han rotulado con adjetivos poco condescendientes:
“impositivo”, “agresivo”, “draconiano”, “capataz”. Pero como, gracias a esta lectura, han tenido acceso
a distinciones ontológicas, les propongo mayor amabilidad: ¿qué tal si los categorizamos como
observadores de enfoque único?

El ganar consciencia sobre el impacto del uso del enfoque único es el primer paso hacia una
convivencia abierta y colaborativa que nos define como seres humanos y nos aleja de la temible
soledad.

El enfoque múltiple

Antes de profundizar sobre el observador de enfoque múltiple, hay que tomar en cuenta dos principios
básicos. El primero: nuestra capacidad biológica es limitada, eso nos impide percibir con asertividad
nuestro entorno. El segundo: es imposible encontrar dos seres humanos que perciban el mundo de
la misma forma, imposible hallar dos personas iguales. En ese contexto, resulta coherente incorporar
percepciones de otros, sumarlas a las nuestras. Así conseguiremos nuestros objetivos de manera
más asertiva. A la capacidad de integrar interpretaciones de diversos observadores la llamamos:
enfoque múltiple.

¿Cómo reconocer a alguien que actúa desde este tipo de enfoque? Se lo reconoce porque, antes de
tomar una decisión, escucha explicaciones que difieren de la suya. Hace eso para validar las
opiniones propias, reformarlas, cotejarlas con los argumentos del otro. Finalmente, el resultado: se
obtiene una resolución expandida, híbrida y, por eso mismo, enriquecedora. Una nueva versión
complementada, pues se incorporó, a la voz propia, una opinión ajena.

Las personas que utilizan el enfoque múltiple saben reconocer las diferencias que existen en las
observaciones de los demás. Observan estas divergencias como legítimas, las respetan, las acogen
para complementar su propia visión y obtener un mejor resultado, minimizando los posibles riesgos
52
que implica cualquier decisión.

En las reuniones públicas suelen escuchar los puntos de vista de las otras personas, recogen esas
opiniones, las integran. Es común escuchar, en ellos, frases como:

- ¡Vaya! Yo pienso distinto ¿no te parece interesante eso?


- Explícame más lo que estás diciendo.
- ¿Cómo podemos enriquecer esta propuesta?

Dado que el observador con enfoque múltiple valora las observaciones del otro, su gente cercana
se siente en confianza. No existe una emoción de temor. En las reuniones se respira apertura. Eso
permite desarrollar un vínculo social y favorece los procesos de consolidación. Genera, por lo tanto,
un impacto positivo en el campo emocional en los equipos.
Impacto del enfoque múltiple en las organizaciones

¿Quieren conocer más beneficios? Aquí van. Los equipos formados en un entorno de enfoque
múltiple tienden a ser rápidos en su accionar. Es que no dependen de la presencia de su líder para
tomar decisiones apropiadas. Recordemos que con el enfoque único surgía el efecto contrario: las
decisiones se traban, como goma espesa viajando en embudo. Esto ocurre porque la decisión
depende de una sola persona. En cambio, en ambientes donde prevalece el enfoque múltiple el
personal no espera órdenes para operar. Todos se animan a tomar decisiones porque entienden la
visión del líder y de la organización. Las empresas que se enfrentan a crecimientos agresivos
necesariamente deben incorporar este enfoque entre sus integrantes. Su futuro no puede depender
de pocos individuos.

Otro beneficio para los líderes que emplean el enfoque múltiple: desarrollan las competencias y
habilidades de su personal. Eso ocurre porque se invita a los subalternos a discutir, a construir
conjuntamente caminos y soluciones a inquietudes operacionales. Eso genera un espacio de
53
aprendizaje grupal. Son espacios conversacionales en los que, ¡con mucha confianza!, se comparten
distintas posturas, análisis e interpretaciones que aumentan la capacidad de observación de los
participantes.

En los talleres públicos que realizamos con gerentes, solemos pedirles que identifiquen el tipo de
enfoque que más utilizan. Generalmente, la mayoría concluye que, con mayor frecuencia, usa el
enfoque múltiple. Luego les pedimos, que reconozcan cuál es el enfoque que más emplea su
compañero del taller. Al cambiar de observador, la percepción también cambia: ahora el resultado
más identificado es el enfoque único. ¿Por qué ocurre eso? El uso del enfoque único pasa
desapercibido en la mayoría de quienes lo practican. Es una ceguera entendible pues al reconocer
su uso se pueden generar cuestionamientos. Después de todo, ¿a quién le gusta ser percibido como
un individuo incapaz de respetar al otro?
La escucha en el enfoque múltiple

El tema de la escucha requiere de un tratamiento especial y será abordado en toda su extensión en


un módulo posterior. Por ahora, es importante identificar la relación que existe entre el tipo de
enfoque y la escucha. Cuando hay una escucha activa, las personas que se sienten escuchadas
interpretarán que su interlocutor usa un enfoque múltiple.

Entonces, si un jefe pregunta a su grupo: “¿Qué opinan?”, ¿implica eso que está utilizando el enfoque
múltiple? ¡No necesariamente! Así que, ¡mucho cuidado! Esa es la trampa en la que muchas
personas tropiezan: piensan que, por el hecho de abrir un espacio conversacional, esto las constituye
en individuos de enfoque múltiple. Las acciones que se requieren para formar parte de este enfoque
son más – ¡mucho más! – que una simple pregunta. Buen punto

Se necesita integrar el punto de vista de los otros a nuestra manera de interpretar, mostrar interés 54
por lo que tienen para exponer y entender por qué esa otra persona puede ver algo diferente. Todo
eso es escuchar de manera activa: una capacidad necesaria en quien practica el enfoque múltiple.
No está demás que te preguntes:

- ¿Qué tanto valoras el aporte de los otros?

- ¿Los tomas en cuenta?

- ¿Te interesas por entenderlos?

- ¿Les permites hablar?

- ¿Validas lo que te están diciendo?


Cuando seamos capaces de responder afirmativamente estas inquietudes, podremos jactarnos de
ser observadores de enfoque múltiple.

Visto así, el enfoque múltiple parece un ideal a conseguir. Pero, claro, todo exceso es negativo. Hay
un riesgo: exagerar en el uso de este enfoque. Mucho enfoque múltiple transmite debilidad a los
demás. Quienes abusan de este enfoque, posiblemente busquen apoyo y aceptación de los otros.
Inclusive, se puede llegar al extremo de –por miedo- no proponer un punto de vista propio y limitarse
a recibir el de los otros. Eso genera una interpretación que en nada los representa. Una interpretación,
por lo tanto, escasa de identidad.

El ideal ético del enfoque múltiple es el respeto. Este enfoque tiene una vinculación emocional con
la humildad: reconocemos que no tenemos la capacidad de saber, con exactitud, lo que ocurre en
nuestro entorno. Reconocemos nuestra ceguera y eso nos abre a la posibilidad de aprender
permanente.

55

Suele ocurrir que algunos no se percatan de que respeto y tolerancia no son sinónimos. En la
tolerancia, si bien reconozco las diferencias en cuanto el punto de vista del otro y aun así estoy
dispuesto a convivir con el otro, en el fondo yo quisiera que el otro viera las cosas como yo las veo.
En el respeto, hay una aceptación del otro como legítimo otro y no hay ese deseo de mi parte de que
el otro cambie y vea las cosas como yo las veo.

Puedo sentir que, en la cabeza de algunos de ustedes, tienen este pensamiento rondándolos:

Escucho las propuestas de otros con un enfoque múltiple. Sin embargo, al momento de tomar la
decisión final siempre usaré el enfoque único.

Existen dos caminos posibles. El primero, que la decisión final sea tomada de manera unánime, con
lo cual no saldría a relucir el enfoque único del líder, pero sí del grupo. Una segunda opción: que en
un momento dado, luego de escuchar, el líder construya una decisión final que contemple los
diferentes aportes. Sea cual sea el camino, el enfoque múltiple y el único estarán permanentemente
en convivencia.

El observador Kairos

Por años, me mantuve brincando entre el enfoque único y múltiple.

Afortunadamente, y de manera iluminada, aparece en mi vida la imagen del dios Kairos, y con él la
respuesta a mi agotadora travesía brincado de un enfoque a otro. El dios del instante efímero, con su
velocidad e ímpetu, me mostró la existencia de un tercer enfoque al que terminé bautizando en su
honor (era lo menos que podía hacer por Él…no podría ser ingrato) como: El observador Kairos.

56

Kairos es mi propio desarrollo conceptual, probado, enseñado y practicado en centenares de


organizaciones donde he tenido la oportunidad de mostrar su efecto multiplicador. Una vez
distinguida la diferencia entre los dos enfoques antes abarcados, nos podemos preguntar:

• ¿Cuál debo usar?

• ¿Cómo debo usarlo?

• ¿En qué situación específica es correcto emplear cada uno?

Seremos capaces de responder esas inquietudes cuando podamos construir un particular


tipo de observador: el “Kairos”.
Kairos es una habilidad: la de determinar el momento oportuno y justo para usar uno u otro enfoque.
Implica entender el riesgo. El riesgo de emplear en exceso alguno de ellos y no percatarnos de que
lo hacemos. Implica comprender los costos de quedarnos con uno y no con otro.

El observador Kairos tiene la destreza de distinguir situaciones que precisan que el camino sea
marcado rápido y asertivamente por él. Sabe que habrá circunstancias así y deberá ser él quien, con
un enfoque único, tome una decisión. Sin embargo, también sabe que eso deberá ocurrir pocas
veces, caso contrario, los miembros de su equipo no podrán desarrollar sus capacidades de acción.
El observador Kairos entiende que el uso del enfoque múltiple construye comunidades y equipos
fuertes para el mediano y largo plazo. Por eso sustenta la mayor parte de sus decisiones en esta
herramienta.

En un momento de crisis, tomar una decisión con enfoque único es lo que esperaría nuestro grupo
de trabajo. En cambio, para entender a profundidad la problemática de un equipo laboral o de una
familia, seguramente lo que se espera es una respuesta con enfoque múltiple.
57

El ideal ético del observador Kairos es la trasparencia. Un observador Kairos debe mostrar la
intencionalidad de sus palabras. ¿Cuántas veces han visto a un líder pidiendo la opinión de su equipo
sobre un determinado tema, pero en vano porque la decisión ya está tomada? Aplicando el
observador Kairos, siendo transparentes, nuestra invitación puede ser verbalizada así:

-Ya tengo tomada una decisión y quiero exponerla aquí, ¡les pido que me respalden!

El observador Kairos sabe que, si usa el enfoque único, puede generar rechazo y resentimiento
en los miembros de su equipo o de su familia. Por eso se encargará de generar conversaciones que
le permitan hacerse cargo del posible daño emocional o material. Se preocupa por los costos que,
cuando no hay otra opción, podría generar el uso del enfoque único.
También suele comunicar abiertamente cuando busca soluciones grupales:

- “Necesitamos llegar a una solución potente en este caso, así que les pido a todos que aporten ideas,
cuestionen lo que tenemos, incorporemos puntos de vista hasta que logremos una alternativa que
nos sorprenda”.

El plato ya está listo. La invitación a convertirnos en observadores Kairos está puesta sobre la mesa.
Ahora les toca determinar el momento oportuno para utilizar uno u otro enfoque… sí, eso se los dejo
a ustedes. Se trata de elegir. Y qué es la vida, sino un cúmulo de elecciones, una más determinante
que otra.

Seamos seres conscientes de la importancia y el aporte que otros humanos pueden hacer a
nuestras vidas. Seamos personas preocupadas por la formación de equipos y familias integradas,
fortaleciendo siempre la individualidad: un elemento fundamental para la construcción de
comunidades sanas. 58

Bibliografía física:

Argyris, C. (2009). Conocimiento para la acción. Argentina: Granica S.A.

Echeverría, R. (2003). Ontología del lenguaje. Santiago de Chile.: Editorial JC Sáez Editor.

Echeverría, R. (2007). Por la senda del pensar ontológico. Santiago de Chile.: Editorial JC Sáez
Editor.

Guo, R. (2018). Cross-Border Resource Management. Amsterdam: El Sevier.


Bibliografía virtual:

Belli, Gioconda. Kairos, el dios del instante efímero. Recuperado el 10 de octubre en el URL:
http://www.giocondabelli.org/diary-2/

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