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De la introducción

«Derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e
hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños
proféticos» (Hch 2, 17). Esta es la experiencia que hemos hecho en este Sínodo,
caminando juntos y disponiéndonos a la escucha de la voz del Espíritu. (1)

Numerosas intervenciones nos han conmovido y nos han llenado de compasión


evangélica: nos hemos sentido como un único cuerpo que sufre y se alegra.
Queremos compartir con todos la experiencia de gracia que hemos vivido y
transmitir a nuestras Iglesias y al mundo entero la alegría del Evangelio. (1)

La fuerza de esta experiencia supera toda fatiga y debilidad. El Señor sigue


repitiéndonos: No teman, yo estoy con ustedes. (1)

[…] como en el relato de los panes y los peces: Jesús ha podido realizar el
milagro gracias a la disponibilidad de un joven que ha ofrecido con generosidad
todo lo que tenía (cf. Jn 6, 8-11). (2)

Jesús resucitado desea caminar junto a cada joven, acogiendo sus anhelos,
aunque se hayan visto decepcionados, y sus esperanzas, aunque sean
inadecuadas. Jesús camina, escucha, comparte. (5)

De la conclusión

[…] solo a partir de la única vocación a la santidad se pueden articular las


diferentes formas de vida, sabiendo que Dios «nos quiere santos y no espera
que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada»
(Francisco, Gaudete et exsultate, 1). (165)

Condición fundamental para toda renovación es recuperar en la pastoral


ordinaria de la Iglesia el contacto vivo con la bienaventurada existencia de Jesús.
(165)
Los jóvenes necesitan de santos que formen a otros santos, mostrando así que
«la santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (Francisco, Gaudete et exsultate,
9). (166)

A través de la santidad de los jóvenes, la Iglesia puede renovar su ardor


espiritual y su vigor apostólico. El bálsamo de la santidad generada por la vida
buena de tantos jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y del mundo,
devolviéndonos a aquella plenitud del amor al que desde siempre hemos sido
llamados: los jóvenes santos nos animan a volver a nuestro amor primero (cf. Ap
2, 4). (167)

Instrumentum Laboris

[…] como el Señor Jesús caminó con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24, 13-35),
también la Iglesia está invitada a acompañar a todos los jóvenes, sin excluir a
ninguno, hacia la alegría del amor. (1)

Es una invitación a buscar nuevos caminos y seguir con audacia y confianza,


teniendo la mirada fija en Jesús y abriéndose al Espíritu Santo. (1)

La característica sintética y unificadora de la vida cristiana es la santidad, porque


«el divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos
y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de
vida, de la que Él es iniciador y consumador» (LG 40). (212)

Convencido que «La santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (GE 9), antes
de proponerla a los jóvenes, todos estamos llamados a vivirla como testigos,
convirtiéndonos así en una comunidad “simpática”, como narran en varias
ocasiones los Hechos de los Apóstoles (cfr. GE 93). (213)
[…] la vida de los jóvenes santos es la verdadera palabra de la Iglesia, y la
invitación a emprender una vida santa es la llamada más necesaria para la
juventud de hoy. (213)

Jesús invita a cada uno de sus discípulos al don total de la vida, sin cálculos ni
intereses humanos. Los santos acogen esta invitación exigente y se ponen con
humilde docilidad en el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. (214)

En su capacidad de guardar y meditar en su corazón la Palabra (cfr. Lc 2,19.51),


María es para toda la Iglesia madre y maestra del discernimiento. (214)

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