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1. El sermón escrito
Hay profesores elocuentes que vedan el escribir literalmente un discur-
so; a lo sumo admiten como lícito apuntes al principio y al final. Señalan el
peligro de que el manuscrito represente un obstáculo para la palabra libre
y viva. Un manuscrito puede transformar una alocución en un ensayo, y
puede representar una pared de papel entre locutor y oyente. Este peligro
es real y atañe a los predicadores.
El texto escrito determina un estilo que no es el propio de la lengua
hablada, y la diferencia entre ambos es mayor de lo que se supone. El que
tenga ocasión de grabar un discurso y trasladarlo al papel descubrirá la
diferencia. Sin embargo, no debemos dejar de escribir cada semana con
afán y fidelidad.
259. Este capítulo forma parte del libro La predicación, de C. Trimp, traducido y publi-
cado por la Iglesia Cristiana Reformada, Madrid s/f. Usado con permiso.
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del mundo bíblico con el actual. En este sentido, predicar es igual a inter-
pretar, o sea, trasladar un horizonte conceptual a otro261.
261. El Dr. James Denney, gran teólogo, predicador y maestro escocés, decía que el
ministro necesitaba una triple preparación para cumplir su sagrada vocación. Primero,
conocer tan bien la Biblia como para encontrar en ella el evangelio; segundo, estar tan
familiarizado con el pensamiento de su época que sea capaz de adecuar su predica-
ción a sus necesidades y cuestiones; y tercero, dominar tanto su estilo literario como su
modo de predicar, de manera que pueda recomendar su mensaje tanto por su forma
como por su contenido (Citado por Alfred Ernest Garvie, A guide to preachers, Hodder
and Stoughton, London 1907, 2) [N.E.].
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Elaboración del sermón
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Homilética bíblica. Estudios sobre la predicación
determinaciones del tiempo y del espacio. Caminó entre los hombres, pero
su vida escapa a toda circunscripción. A Él están unidos los creyentes, y
con el poder de su nombre y de sus palabras, su revelación se salvaguarda
del desgaste y pérdida de poder de expresión. Esto confiere al predicador
el derecho y la obligación de aprovechar las palabras de las Escrituras.
La manera con que tratamos las palabras de la fe cristiana queda al am-
paro de la libertad cristiana y la protección del Espíritu Santo262. Dios sabe
conectar con cualquier clase de estilo individual, y cada cual aprovecha las
propias posibilidades otorgadas por el Creador. El Señor ante todo quiere
penetrar en nuestras vidas comunes, y esto requiere de sus ministros un
estilo adecuado, en la transcripción de las palabras fundamentales de la
fe. Creer no es asunto de ayer o del siglo pasado y esto debe proyectarse
también en nuestra expresión. Finalmente no deseará que nuestro estilo
deje en la cuneta el mensaje, o se desvíe por causa del predicador, que “tan
bien” puede “decir”.
Hablar bien nace del amor, y este se dirige hacia la palabra revelada
de Dios, expuesta en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La palabra no tiene que estar ligada a una imagen judía del mundo o a
una fase cultural, y debe estar lista a quebrar en todo momento nuestras
visiones limitadas del mundo. También en este siglo llega el amor de Dios
a la comunidad. En la predicación se asienta gran parte del cuidado de las
almas. Quien predica pastoralmente ha de conocer y hablar la lengua de
sus oyentes. Tiene que esforzarse por hablar clara e inteligiblemente, pro-
curando interpretar algo del poder del mensaje de Dios y transmitirlo a la
congregación. Nadie necesita a tal efecto hablar el lenguaje de la calle, pero
sí el vigente. Popular y vulgar son dos cosas distintas. Es por esto que de-
bemos luchar contra el estereotipo, los arcaísmos, los hábitos, porque estos
matan el espíritu y son enemigos de la predicación. Tenemos que buscar la
palabra más aguda y la significación más rica. Mucho hemos de corregir en
nuestros manuscritos, como cuidar los adjetivos, ya que el estilo sobrio y re-
alista vence al barroquismo. También con este estilo sobrio y real se puede
transmitir a la congregación una emoción plena de contenido. El que con-
tamina con sus palabras, irrita al buen oyente y, cuando menos, lo embota.
4. Predicando de «memoria»
Hemos considerado la exégesis del texto bíblico, hemos meditado, pre-
parado un bosquejo y escrito un sermón. ¿Qué hacer ahora con el texto
escrito? Quien nada tiene que hacer se limita a subir al púlpito y proceder
262. Cf. Klaas Schilder, Kerktaal en leven (Lenguaje eclesiástico y vida). U.M. Holland,
Amsterdam 1923.
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la gente de cierta educación tiene derecho a quejarse cuando descubren que el pastor
emprende la labor pública de enseñar y predicar sin este indispensable requisito. Al
lado de esto, es necesario que posea un buen sentido de la lógica, porque cada ser-
món puede ser considerado como la exposición de la predicación de lo que ha venido
a ser un complejo sistema de teología, un sistema que, en muchos aspectos, es contro-
vertido en cada punto» (F. Barham Zincke, On the Duty and the Discipline of Extemporary
Preaching, Rivingtons, London 1866, 9). [N.E.].
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