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C a sa lla
AMERICA LATINA
EN PERSPECTIVA
Dramas del pasado,
huellas del presente
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M a r io C. C a s a l i ,a
N otas
N A C IÓ N Y P U E B L O E N P E R S P E C T IV A L A T IN O A M E R IC A N A
1. A m é r ic a y E uropa : l o s d if e r e n t e s p r o c e s o s d e f o r m a c ió n
DE SUS NACIONALIDADES
les, las latinoamericanas, por caso. De aquí que sea menester mos
trar esas peculiaridades para luego poder contrastarlas con las
nuestras, lo que puede hacerse a través de tres diferentes pla
nos: el económico, el político y el ideológico, ya que en estos tres
registros las diferencias son notables.
En el orden económico y tal como lo han señalado todos los
historiadores importantes del período, el nacimiento de las nacio
nalidades'europeasestá indisolublemente unido a la decadencia del fe u
dalismo y de su sistema económico-social. Aquella economía estáti
ca de las corporaciones m edievales -e n la que el comercio y la
producción eran considerados un provecho para la sociedad, con
una ganancia limitada al servicio prestado- cede paso al sistema
capitalista de producción que revoluciona la sociedad y sus ins
tituciones.
Ahora se trata de acumular riqueza e invertirla para obtener
nuevos beneficios individuales. Este nuevo sistema -q u e desa
rrolla materialmente a Europa como nunca había ocurrido en los
siglos anteriores- supone elem entos cualitativam ente nuevos,
como son: la iniciativa privada; la competencia despiadada por
los mercados y los recursos naturales; la obtención creciente de
beneficios; el sistema de salarios para los obreros y un sinnúme
ro más de elementos que renuevan por completo el panorama
social. La Nación europea es así hija de la nueva riqueza que
todo eso genera -au n con notorios contrastes e injusticias en su
interior- y esto la marca con caracteres propios frente a otras
experiencias que no siguieron ese m ismo camino de desarrollo
histórico^ ___________
\En el nivel político) es preciso advertir que el desarrollo de
las nacionalidades europeas está indisolublemente imido a dos
singulares luchas sociales. En prim er lugar, la de las noblezas
locales en contra del viejo señorío feudal y ecuménico y, al calor
áe~éllas7el reagrupam iento de pueblos enteros dentro de nue
vas fronteras geográficas, sobre la base de la afinidad de lenguas
y de parecidas tradiciones culturales y raciales. Sé\:óñs ti luyeron ^
asílósp rim eros «territorios» y monarquía nacionales europeas.
En segundo lugar, y terminadas ya aquellas luchas de las mo
narquías nacionales contra los señores feudales y los viejos im-
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
mente por esto -¡pequ eño d etalle!- las numerosas «copias» que
se hacen aquí de su original (a partir del siglo xix y las indepen
dencias criollas), resultan siempre de una irremediable pobreza
e inestabilidad, com paradas con el ideal europeo que buscaban
imitar.
Es que una cosa era aquel rom anticism o y aquel republi
canismo metropolitanos (sostenidos en Europa por la riqueza que
generaba el sistema capitalista de producción y la experiencia
de sus clases dirigentes en el manejo del Estado) y otra esta imi
tación de segundo orden que, aun con sus buenas intenciones
en muchos casos, de poco serviría al separarse de esa base mate
rial y política. Nuestras jóvenes cabezas «llenas de ideas», no se
asentaban por cierto sobre pies tan firmes com o los de la bur
guesía y la nobleza europea. Y ese desajuste estructural entre lo
político y lo económ ico, acarreará consecuencias y delimitará
nuestra propia historia en materia de construcción de nacionali
dades.
La misma Europa era ya en cierta m edida consciente de su
diferente posición en relación con las realidades coloniales ame
ricanas, aun cuando vistiera su discurso público con ropajes
universalistas. Tomemos por ejem plo aquel rom anticism o re
publicano que la Revolución Francesa de 1789 elevara a la ca
tegoría de nueva religión universal: cóm o olvidar que cuando,
por el tratado de Amiens, les devuelven a esos m ism os france
ses sus colonias am ericanas, el decreto napoleónico del 20 de
mayo de 1802 rezaba textualm ente en su artículo prim ero: «En
las colonias restituidas la esclavitud será mantenida conforme a las
leyes y reglamentos anteriores a 1789». ¡O sea, había «libertad,
igualdad y fraternidad» para toda la Hum anidad, m enos para
los haitianos! Singular forma «nacional» que suponía el m an
tenimiento, en el N uevo M undo, del feudalism o que ella m is
ma rechazaba en el Viejo, en aras por cierto de sostener la ren
tabilidad colonial.
Más sutilmente que Herder, expresará Fichte aquel ideal na
cionalista ecuménico (es decir, imperial) afirmando, respecto de
la guerra: «[...] y ya que es necesario que la práctica de la guerra
no cese, a fin que la humanidad no resulte dormida y corrompí-
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
2. C a r a c t e r e s d e l a n a c ió n y d e l n a c io n a l is m o
en A m é r ic a l a t in a
lidad independiente sigue siendo más una tarea que una reali
dad vivida y consolidada, en la mayoría de nuestros países lati
noam ericanos. A sí el m andato de construir y consolidar una
Nación, de form ular lo que suele denominarse un «proyecto na
cional» independiente, atraviesa gran parte del discurso político
latinoamericano, aun después de haberse organizado los respec
tivos Estados. Y se trata de construir la Nación precisamente
porque, a contram ano de las secuencias usuales, los otros dos
elementos fundamentales de lo político sí existen (hay Estados y
hay sociedades), pero queda ese hiato histórico, indispensable
para que el Estado nacional tenga un sentido real y pleno, y sus
sociedades gocen de una razonable dosis de libertad y capaci
dad de decisión soberanas. Por el contrario, Europa ya ha con
solidado esos procesos básicos hace más de un siglo e incluso
hasta los ha agotado; por eso puede plantearse ahora nuevas for
mas de in tegración p olítica y económ ica (lo continental, lo
transnacional, lo global).
Y estos últimos ámbitos agregan precisamente un nuevo in
grediente al problema: el de la mundialización del poder y de la
política. Las sociedades latinoam ericanas siguen teniendo por
delante de sí la tarea de com pletar el cicló de construcción y con
solidación de sus respectivas nacionalidades cuando ya sus vier
jas metrópolis están en otro estadio. Sin embargo, dicha etapa
no puede saltearse por más que muchos cantos de sirena se diri
jan en dicha dirección. El hecho dé que este proceso deba darse
ahora en un escenario internacional por completo diferente y en
una era histórica de abierta «globalización», no la releva de esa
tarea política básica sino que le otorga marcos, desafíos y opor
tunidades totalmente diversos. Evidentemente el modelo de na
ción del siglo xix no es el del xxi, ni el proyecto nacional de aque
llas épocas puede ser el de éstas, pero se confundiría largamente
quien creyera qtie, por azar de la «globalidad», la tarea nacional
ya no es necesaria. A no ser que se siga pensando para América
latina su incorporación satelital al nuevo orden internacional,
para lo cual sí no sería necesario más que continuar con su pasa
do colonial, convenientem ente m aquillado de acuerdo con la
paleta de los tiempos.
M a r io C. C a sa lla
3. S o b r e l a c a t e g o r ía «pueblo » en l a c o m p r e n s ió n d e l o s
f e n ó m e n o s p o l ít ic o s y s o c ia l e s l a t in o a m e r ic a n o s
M a r io C . C a sa lla * 'I«-"'
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
(
«pueblo», «individuos» y «clases sociales», lejos de excluirse se
complementan mutuamente.
Lo importante que recogemos de esa primera aproximación
son dos cuestiones: en primer lugar, el sentido histórico del tér
mino, pueblo (un pueblo se hace, se amalgama y se realiza en el
tiempo común de la historicidad); en segundo lugar, el carácter
conflictivo de su ser histórico ya que, sobre la base de ese destino
y esa memoria en común, un pueblo siempre recrea pluralmente
ese ser histórico y busca concretarlo en instituciones, las que a
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
Cs-vN c í j , o ) ú¿> w \ A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
y una de las armas más efectivas y económicas con que los im
perios contaron para triunfar y «aminorar costos». Se trata de
utilizar en contra de lo popular vina parte de su propia energía,
de su propia vida: de ocupar la nación -paradójicam ente- con una
porción de sus propios hijos. En la transición colonial del brutal ca
pitalismo salvaje de los prim eros tiempos a uno más «democrá
tico» y hasta participativo, ese sector local específico (el deno
minado «antipueblo») desempeñó siempre un papel fundamen
tal. Por eso no podemos ni debem os ignorarlo ni minimizarlo,
aunque su denominación teórica pueda chocar a oídos más fi
nos o despierte tantas inquietudes como el término que niega
(pueblo). Sin embargo, con ese u otros nombres, todos aquí sa
bemos (o sospechamos) de qué se trata.
Al mismo tiempo apuntemos que de su recuperación para la
causa popular (o sea, de su posible reintegro al proyecto de la
mayoría), o bien de su neutralización política, económica y cul
tural, dependió y depende en buena medida el triunfo de los
proyectos auténticamente populares y democráticos latinoame
ricanos.
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
4. H a c ia u n a l e c t u r a c u l t u r a l m e n t e s it u a d a
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a
A m é r i c a l a t i n a e n p e r s p e c t iv a
N otas
del ingreso total, 19 veces mayor de la que recibe el 40% de los hogares más
pobres (Fuente, CEPAL).
9 Vicenzo Vitiello ha desarrollado una singular «topología» inspirado -e n
p arte- en ese rico concepto platónico de kóra y ha revisado con ella la his
toria del pensamiento occidental. Resultan m uy sugestivas sus obras To
pología del moderno. Marietti, Génova, 1992; y Elogio dello spazio. Ermeneutica
y topología. Bompiani, Milano, 1992. (En Platón mismo cf. Timeo, 52 A y ss.)
10 Cf. Husserl, E. Die Krisis der europäischen Wissenclwften und die trascendentale
Phänomenologie. Husserliana, tomo VI, 1954, ca p .l, parágrafo 2. Citamos
según traducción de A. Podetti. La crisis de la ciencia europea y lafenomenología
trascendental. Mimeo, Buenos Aires, 1965.
11 Hemos acuñado el concepto de «universal situado» en nuestro libro Razón
y liberación. Notas para una filosofía latinoamericana. Siglo XXI, Buenos Aires,
1973, precisamente para dar cuenta de una m anera diferente de entender
esa expresión («filosofía latinoamericana»), dentro de lo que -d esd e en
tonces- se conoció genéricamente com o Filosofía de la Liberación. Cuatro
años m ás tard e fo rm u lam o s y a p lica m o s el m éto d o de la «lectu ra
culturalmente situada», en nuestro libro Crisis de Europa y reconstrucción
del hombre. Un estudio sobre M. Heidegger. Castañeda, Buenos Aires, 1977;
realizando nuevas aplicaciones del mismo en nuestras obras Tecnología y
pobreza. La modernización vista en perspectiva latinoamericana. Fraterna, Bue
nos Aires, 1988, y América en el pensamiento de Hegel. Admiración y rechazo.
Catálogos, Buenos Aires, 1993.
12 Ciertamente, en esta noción nuestra del pensam iento com o pro-yecto se en
lazan -m odificados por cie rto - conceptos aparentemente antitéticos pro
venientes de la tradición d ialéctica (H eg el), de la fen om en ológica-
existencial (Husserl-Heidegger), así com o de su prolongación hermenéu
tica (Gadamer-Ricoeur). Piénsese en el concepto hegeliano de Auflieben («su
peración»), pero también en la noción fenomenológica de trascendencia, en
las nociones heideggerianas de proyecto y Ereignis («acontecimiento»), así
como en la idea hermenéutica de círculo interpretativo. Todas ellas apun
tan, en nuestro entender y cada una a su m anera, hacia la idea central de
un pensamiento «situado», topológicamente enraizado y, a la vez, crítico
y trascendente de todo punto de partida.
13 Quienes crean ver aquí una impronta de Paul Ricoeur, no se equivocan.
Siempre me pareció m uy sugestivo aquel breve artículo suyo, «La estruc
tura, la palabra, el acontecimiento», incluido en El conflicto de las interpre
taciones. Quizás sea una de las mejores críticas -e n pleno a u g e - a cierto
estructuralism o form alista que ren egab a d e la tem poralid ad y de la
historicidad.
14 Así como hace un momento recordábam os a Ricoeur, hagam os ahora jus
ticia con Sartre. Debemos reconocer que sus Cuestiones de Método (1957)
-insertadas luego como prefacio al prim er volumen de la Crítica de la ra
zón dialéctica. Losada, Buenos Aires, 1 9 6 0 - resultaron una crítica pionera,
implacable y sugestiva a ese marxism o (esclerosado en «materialismo dia
léctico») que terminó por sacrificar toda especificidad de la situación, ope
rándola reductivamente. Su crítica a Lukácz, com o paradigm a de eso que
A m é r ic a l a t in a e n p e r s p e c t iv a