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ESPAÑOL COLOQUIAL.

PRAGMÁTICA DE LO COTIDIANO

1. IDENTIFICACIÓN DEL ESPAÑOL COLOQUIAL EN EL CONTINUUM DE VA-


RIEDADES DE USO DE LA LENGUA
No existen lenguas uniformes y estáticas. Toda lengua histórica está sujeta a
continuos cambios que tienen que ver con su propia manifestación como activi-
dad social. De la propia manifestación de la lengua como uso lingüístico se
deriva, así pues, la denominada variación lingüística: de este modo, una deter-
minada lengua nunca se nos presenta como un único sistema lingüístico, sino
como un diasistema, esto es, como un conjunto más o menos complejo de
manifestaciones que cuenta con distintos ejes de variaciones: variaciones dia-
tópicas, que obedecen a cambios según el espacio geográfico, variaciones
diastráticas, según los estratos socioculturales, y variaciones diafásicas, en
función de las modalidades expresivas. A estos tres tipos de diferencias les
corresponde tres tipos de unidades lingüísticas, según E. Coseriu (1981: 301):
las denominadas por él unidades sintópicas o dialectos, las unidades sinstráti-
cas o niveles de lengua y las unidades sinfásicas o estilos de lengua.1

1.1. VARIACIÓN Y VARIEDADES LINGÜÍSTICAS


Defendemos, en correspondencia con el lingüista rumano, que una lengua
histórica no es nunca un solo sistema lingüístico, sino un diasistema compuesto
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por un conjunto más o menos complejo de dialectos, niveles y estilos de len-


gua.2 Distintas disciplinas como la dialectología o la sociolingüística se han
ocupado desde hace ya muchos años de las dos primeras perspectivas y noso-

1
Aunque la creación de los conceptos de diatopía y diastratía y de los puntos de vista sintópico y
sinstrático corresponden a L FIydal (1951), la aparición de un tercer eje, el diafásico y el punto de
vista sinfásico, y el desarrollo de estos elementos en el ámbito de la teoría lingüística se los debe-
mos a la figura de E. Coseriu (1981). Junto a estos, habría que tener en cuenta la existencia de un
cuarto eje de variación, igualmente importante, que tiene relación con la propia evolución histórica
de las lenguas o, en otras palabras, con los cambios que toda lengua experimenta a lo largo del
tiempo. A esta variación se le conoce bajo el nombre de variación diacrónica.
2
Algunos autores han apuntado válidas apreciaciones para los distintos tipos de variaciones que
constituyen este diasistema. M. Seco (1972: 231-233), por ejemplo, establece una diferencia entre
las variaciones diatópicas y diastráticas, que se sitúan en un nivel de lengua (cada persona emplea
una variedad de lengua que está marcada por su circunstancia geográfica y social), y las variacio-
nes diafásicas, que se manifiestan a nivel de habla (el hablante tiene a su disposición una serie de
registros de los cuales elige uno y rechaza otros según la circunstancia en que se produzca la
comunicación). Esta misma idea es también compartida por G. Berruto (1986: 28-29) al comentar
que las variables diatópicas y diastráticas (él también habla de las diacrónicas) son inherentes al
hablante y sirven para caracterizar su pertenencia a un grupo dado. Por último, G. Salvador (1987:
42) sostiene que no hay que agrupar todas las variaciones en un mismo conjunto, puesto que,
mientras que las diferencias estilísticas dependen de una elección por parte de los hablantes, a los
dialectos o sociolectos se pertenece de manera involuntaria y, desde el momento en que un
hablante tiene capacidad para decidir si usarlos o no, es porque se utilizan no como tales dialectos
o sociolectos, sino como estilos de lengua.

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tros en este trabajo no pretendemos abordar aquellas cuestiones que tienen


que ver con sus tradicionales objetos de estudio. Dentro de este conjunto de
dialectos, niveles y estilos de lengua que constituyen cada diaslstema, nuestro
interés se centra en las ya denominadas variedades dlafásicas, que se mani-
fiestan como resultado de las diversas situaciones y contextos en que los
hablantes emplean una lengua concreta, lo que supone la presencia de distin-
tos registros o estilos en las lenguas. Todos los hablantes de una lengua to-
mamos rápidamente conciencia de la adecuación o no de determinados usos
lingüísticos a las situaciones comunicativas concretas, de modo que según
cada contexto comunicativo, seleccionamos unos usos y desechamos otros, en
virtud de la mayor o menor adecuación de estos. En esta línea es en la que
toma importancia el concepto de registros, que -como afirma A. Briz (1996a:
17)- vienen determinados por cada situación de uso.

1.2. LOS REGISTROS LINGÜÍSTICOS. CARACTERIZACIÓN DEL ESPAÑOL


COLOQUIAL
Como ya apuntaba Ma J. Tejera (1989: 197), no parece que por ahora conte-
mos con una clasificación consensuada de los distintos registros que podamos
encontrarnos en las lenguas;3 aunque todos los lingüistas están de acuerdo en
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que corresponden a variedades en base al parámetro de la situación de uso, no


hay coincidencias en el establecimiento de estos distintos registros, de sus
límites, ni tan siquiera de sus denominaciones. Quizás una de las distinciones
más respetadas es la que defiende la presencia de dos tipos de registros, el
formal y el informal, que "podrían ser entendidos como dos extremos imagina-
rios dentro del continuum de habla, extremos no entendidos tanto como límites
a uno y otro lado del continuum, sino como cortes más o menos arbitrarios en
el mismo" (A. Briz, 1996a: 16). Con respecto a ellos, aun reconociendo que el
trazo de la frontera que separa lo coloquial de otras modalidades siempre tiene
sus límites borrosos (cf. A. Narbona, 1986: 230), podemos afirmar que, frente a
otros estilos planificados que están en la órbita de la modalidad formal, el es-
pañol coloquial se situaría en la modalidad informal, donde se lleva a cabo un
uso espontáneo de la lengua. El propio W. Beinhauer (1963: 9) ya le adjudicó
en su prefacio al habla coloquial esta misma característica de espontaneidad:
"Entendemos por lenguaje coloquial el habla tal y como brota natural y espontánea en la
conversación diaria, a diferencia de las manifestaciones lingüísticas conscientemente formula-

3
Mucha culpa de esto la tiene el hecho de que las variantes diafásicas hayan sido para muchos un
auténtico cajón de sastre en el que se han incluido todas aquellas características no diatópicas y no
diastráticas.

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das, y por tanto más cerebrales, de oradores, predicadores, abogados, conferenciantes, etc., o
las artísticamente moldeadas y engalanadas de escritores, periodistas o poetas".

Pero como la espontaneidad no puede medirse fácilmente por medio de las


propias secuencias lingüísticas con que nos topamos en las conversaciones
coloquiales, es necesario que tengamos en cuenta aquellas condiciones que la
favorecen. En esta línea, los trabajos de A. Briz (1995a: 30-31), (1996a: 30-31)
y (1998: 41) suponen un punto de partida necesario al respecto. Podemos de-
fender que la aparición de la espontaneidad está propiciada por una serie de
rasgos coloquializadores, entre los que destacamos los siguientes4:
- Relación de igualdad social o funcional entre interlocutores, que establece
una relación de no poder entre iguales, creada por la propia situación comuni-
cativa. A. Briz (1995a: 31) pone de ejemplo de este rasgo la situación en la que
se encuentran un catedrático y un peón de albañil que comparten la misma
habitación en su ingreso en un hospital que, aunque quizás socialmente no
desempeñen los mismos papeles, funcionalmente ahora son enfermos y están,
por tanto, en una relación de igualdad.
- Relación vivencial de proximidad: en las conversaciones con amigos, los
interlocutores interactúan libremente y tienen experiencias y conocimientos
compartidos. Este cierto grado de complicidad e información de base no se da
en otro tipo de discursos, como una presentación en público, por ejemplo, en la
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que el hablante no interactúa con su público ni tiene por qué compartir con él
una información personal. Esta última situación propicia un mayor uso de for-
mas elaboradas.
- Marco discursivo familiar: se trata de la relación concreta de familiaridad
de los participantes de una conversación con un espacio físico determinado.
Cuanto más cotidiano se considere el espacio en que se desarrolla la comuni-
cación, más probabilidades existirán de que los participantes se sientan cómo-
dos y se manifiesten coloquialmente.
- Temática no especializada: el contenido enunciativo está constituido por
temas al alcance de cualquier individuo, sin especializaciones ni tecnicismos
concretos.
En relación con estos, destacamos también los denominados por A. Briz
(1995a: 27-29) y (1996a: 31) rasgos primarios del registro coloquial:
- Inmediatez comunicativa, que hace referencia al carácter actual de la co-
municación.
- Toma de turno no predeterminada.

4
Basamos nuestra propuesta de rasgos en los ya defendidos por A. Briz para la caracterización de
la conversación coloquial.

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- Ausencia de planificación: las Intervenciones no están previamente prepa-


radas. El texto se crea sobre la marcha, de manera espontánea.
- Dinamismo conversacional entre los Interlocutores, de manera que los pa-
peles de emisor y receptor cambian continuamente con alternancias de turno.
- Retroalimentación, que actúa sobre los temas tratados, con continuas
vueltas atrás a temas abordados. El hilo temático va avanzando y retrocedien-
do, por medio de una conducta cooperativa entre los interlocutores.
- Finalidad interpersonal: la finalidad de las intervenciones es simplemente
la comunicación. La conversación tiene un propósito afectivo, ya que los parti-
cipantes se implican más en la relación personal que en el mensaje informativo.
Frente a ella, una entrevista o un discurso en público favorecen el uso de for-
mas elaboradas.
- Tono informal: resultado de todas las características anteriores.5
El cumplimiento de estas reglas nos conduce a la presencia de una mani-
festación coloquial prototípica, lo que no implica que aquellas conversaciones
que no cumplan alguno de estos rasgos no puedan ser calificadas de coloquia-
les (pueden serlo, si bien no prototípicas). A. Briz (1995a: 31-35) explica muy
claramente cómo en la ausencia de alguno de los rasgos anteriores o en la
presencia de algún rasgo no coloquial, puede producirse un proceso de colo-
quialización según el cual se realiza una acción niveladora por medio de otros
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rasgos coloquializadores presentes. Un ejemplo de esta situación podría darse


en la conversación entre un jefe y un empleado que habitualmente almuerzan
en un bar cercano al trabajo cuando hablan sobre la jornada de liga de fútbol
del fin de semana. Entre estos existe una clara relación de desigualdad (jefe -
empleado). Sin embargo, es posible que entre ellos se produzca una conversa-
ción coloquial en función de la acción niveladora que llevan a cabo otros aspec-
tos como la relación vivencial de proximidad, el marco de interacción familiar o
la temática no especializada de la conversación.

1.3. ESPAÑOL COLOQUIAL, ORALIDAD Y ESCRITURA


Aunque en la práctica solemos hablar de manera sinonímica de español colo-
quial y conversación coloquial, convendría que tuviéramos claro que no existe

5
No nos parece oportuno incluir en el listado de rasgos la interlocución en presencia (conversación
cara a cara) porque -como el propio A. Briz (1995a: 29)- admite, no delimita la manifestación
coloquial, sino exclusivamente el canal de comunicación. Nada obsta para que consideremos como
coloquial una conversación por teléfono, por ejemplo. En esta misma línea, J. J. de Bustos (1995:
17) defiende que no es el canal de transmisión el que condiciona en modo alguno la forma del
enunciado, sino la no presencia visual entre los interlocutores, que, en sustitución de los signos
gestuales, incorpora otros mecanismos de comunicación.

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una Identificación directa y biunívoca de la manifestación coloquial con las con-


versaciones coloquiales: aunque el español coloquial es un registro que apare-
ce fundamentalmente en ciertas conversaciones que reciben por ello el nombre
de coloquiales6, este puede aparecer como tal no sólo en otros tipos de discur-
so hablado no estrictamente conversacionales (A. Briz, 1995a: 23 menciona
por caso un debate o un concurso, entre otros), sino también en ciertas modali-
dades escritas en las que se cumplan dichas reglas (cf. A. Briz, 1996a: 21-23):
tradiclonalmente, la lengua escrita ha gozado de mayor prestigio que la oral y
su uso se ha presentado socialmente como una fórmula usada en contextos
fundamentalmente formales (un examen, una solicitud oficial, etc.), pero no hay
ningún obstáculo para que tanto un registro formal como uno informal puedan
presentarse en las lenguas como usos manlfestables tanto en el canal oral
como en el escrito. Así, pues, la vinculación de la informalidad con el habla y la
de la formalidad con la escritura es un perjuicio del que hay que deshacerse
rápidamente si queremos tener una visión real de la manifestación coloquial
que, como tal, puede aparecer en escrituras informales como la lista de la
compra, una carta a un amigo, una nota personal, etc.; en el lado opuesto, el
discurso oral que pueda emitir un político sería un ejemplo de manifestación
oral formal. A pesar de esto, parece que aún perdura en los estudios coloquia-
les el prisma de la oralldad para el análisis de ciertos fenómenos que, aunque
frecuentemente aparecen en el terreno de la denominada conversación colo-
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quial, pueden también estar presentes en la escritura informal. Tanto es así que
de estos casos afirma A. Briz (1996a: 20) que son manifestaciones de lo oral
sobre lo escrito, idea con la que no estamos del todo de acuerdo, ya que cuan-
do hablamos de escritura coloquial no nos estamos refiriendo a una mimesis de
lo oral realizada desde el ámbito de la escritura para recrear la conversación
coloquial (en tal caso, estaríamos de acuerdo con las consideraciones críticas
realizadas por A. Narbona Jiménez, 1989: 150-152), sino a un nuevo modo de
comunicación coloquial en el ámbito escrito (pensamos en este momento en
las numerosísimas conversaciones 'escritas' por chat o msn que se desarrollan
diariamente gracias al aprovechamiento de las condiciones y circunstancias
que actualmente nos aportan las nuevas tecnologías). Es cierto que hasta un

6
A. Briz (1995a: 27-31), (1996a: 30-33) y (1998: 40-43) y A. Briz y Grupo Val.Es.Co. (2002: 17-19)
y (22004: 51-52) delimitan la conversación como un tipo de discurso que se caracteriza, fundamen-
talmente, por los siguientes rasgos: es oral (se emite y recibe por el canal fónico), dialogal (se
suceden los intercambios, en oposición al diálogo), inmediato (se desarrolla en la coordenada de
un aquí-ahora-ante ti) y cooperativo (se obra juntamente con otro y su intervención), dinámico y no
predeterminado (por la alternancia de turnos conversacionales). A continuación, matizan que una
conversación es coloquial cuando presenta además los rasgos no planificado, no transaccional e
informal. Estos rasgos vienen favorecidos por el cumplimiento de parámetros como la relación de
igualdad social y funcional, la relación vivencial de proximidad, el marco de interacción familiar y la
temática no especializada.

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tiempo relativamente cercano, el uso de la escritura como fórmula de uso in-


formal era extraordinariamente escaso y quedaba reducido apenas a la redac-
ción de notas o la escritura de cartas a amigos o familiares. No obstante, no
puede obviarse que, en la actualidad, el auge de las nuevas tecnologías, en el
que juega un papel primordial Internet, ha provocado que la escritura haya pa-
sado a ocupar en nuestra vida social un aspecto cotidiano, con el que ya no
solemos enfrentarnos, sino convivir cada día de una manera familiar. Todos los
indicios que hace unos años apuntaban hacia este hecho han ido poco a poco
confirmándose y aportando datos suficientemente reveladores, hasta el punto
de que hoy día puede afirmarse que la evolución de los nuevos medios tec-
nológicos ha modificado nuestros modelos tradicionales de comunicación y de
relaciones sociales. Quizás los continuos esfuerzos que a lo largo de años
hemos realizado en muchos estudios por intentar deslindar la coloquialidad de
lo meramente hablado son la razón más importante de la restricción de lo colo-
quial al terreno de la oralidad. Si bien la relación entre coloquialidad y oralidad
(y, por otra parte, entre formalidad y escritura) estuvo siempre presente en la
mente, tanto de los usuarios de las lenguas como de sus estudiosos, lo cierto
es que en la actualidad es absolutamente insatisfactoria. Con ello no negamos
la existencia de ejemplos en las sociedades de grupos de personas que, por
carencia de una formación académica o falta de contacto con la escritura, sólo
se expresen en una variedad coloquial manifestada exclusivamente en el canal
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oral. Sin embargo, desde un punto de vista social, el modelo de comunicación


coloquial actual abarca tanto la vertiente oral como la escrita y tiene como ras-
go primario característico la espontaneidad.7

1.4. INTERSECCIÓN ENTRE LAS VARIANTES DIAFÁSICAS, DIATÓPICAS Y


DIASTRÁTICAS
Aunque en teoría lo hasta ahora defendido podría servirnos para una delimita-
ción correcta de la coloquialidad con respecto a otros registros, tenemos que
aceptar la existencia de otros factores que, en intersección con esta variedad
diafásica, otorgan a las personas diferentes niveles de competencia lingüística
y dificultan, en cada caso, el establecimiento entre lo coloquial y lo no coloquial
(V. Gaviño, 2002: 346-347): si entendemos por español coloquial una unidad
de uso espontánea, familiar, afectiva y carente de planificaciones y formaliza-
dones, estaremos todos de acuerdo en que la delimitación del español colo-
quial y el estudio de un corpus de conversaciones coloquiales se verá tremen-
damente dificultado, ya que lo puramente lingüístico no nos dará información

7
Esta misma ¡dea ya fue defendida en V. Gaviño (2006: 311 -322).

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total sobre los usos que los hablantes realizan dependiendo de los valores con-
textúales y la finalidad perseguida por ellos mismos. Con esto queremos decir
que ante dos enunciados cualesquiera, tomemos por caso, Café, no tomo yo,
por lo menos desde hace cinco días, pero whisky, todos los días tres y Hace
por lo menos cinco años que yo no tomo café, pero whisky bebo tres al día, no
basta con caracterizar uno de ellos como coloquial frente al otro, pues ello no
depende directamente de tales formas lingüísticas, sino de la situación comuni-
cativa y las condiciones pragmáticas que envuelven el acto comunicativo, de la
capacidad de registros que posean los interlocutores, del nivel sociocultural de
los hablantes, de la procedencia geográfica, entre otros rasgos, que dan lugar a
distintos modos de 'hablar'. J. J. de Bustos (1995: 16) defiende al respecto que
lo coloquial resulta de la situación comunicativa y pragmática que se establece
entre los interlocutores.8
Las variables de sexo, edad, procedencia o clase social han sido anterior-
mente rechazadas para caracterizar el español coloquial. Ello no implica, de
todos modos, que en su intersección con lo coloquial, debamos desdeñar el
papel de estas categorías en la producción lingüística resultante, fundamental-
mente en la producida en situaciones comunicativas que presenten desequili-
brios en relación con estos aspectos. Así, podemos destacar la manifestación
lingüística de un hombre en una conversación con mujeres o la de una mujer
entre hombres, donde la situación de inferioridad del individuo puede provocar
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que modele sus expresiones.9 Por otro lado, son obvias las diferencias de pro-
ducción que se dan entre un joven de 25 años y un adulto de 55 en todos los
niveles (quizás en el terreno léxico son muy obvias)10 o las distintas variaciones
lingüísticas que puedan estar presentes en las producciones lingüísticas de un
hablante de Bilbao y otro de Cádiz. Por último, nos topamos con el problema de
la clase social, pues, como sabemos, es muy frecuente que el nivel sociocultu-

Como argumenta G. Berruto (2000: 71), "in genérale e per ogni data variabile, a quella della dife-
renziazione diastratica, e che ogni variabile stilistica sia anche una variabile sociale (no non vice-
versa), dobbiamo constatare che la variazione di registro, anche se é all'aparenza intuitiva assai
evidente, é spesso la piü sfuggente da cogliere e descrivere con esattezza".
9
A lo largo de nuestra larga tradición de trabajos dialectales se ha estudiado la incidencia de la
categoría 'sexo' en la manifestación lingüística y las posturas al respecto de si existen diferencias o
no entre el habla de mujeres y hombres no están claras. Aunque aún hoy día muchos siguen sin
estar de acuerdo en aspectos como quiénes son más innovadores, quiénes se alejan más de la
norma o quiénes hablan más deprisa, etc., parece que -así lo indica M. Alvar (1969: 74)- las dife-
rencias entre el habla de mujeres y hombres no depende tanto del sexo, sino del tipo de vida que
llevan las personas.
10
En líneas generales, las generaciones más jóvenes son más innovadoras que las mayores, que
aceptan más fácilmente los modelos de prestigio establecidos y tienden a un mayor conservadu-
rismo lingüístico con el seguimiento de los usos tradicionales.

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ral influya de manera determinante en el dominio de los distintos registros de


habla.11
El resultado de la confluencia de todos estos factores nos revela -como
muy bien ha puesto de relieve E. Cascón (22000: 10)- que no es fácil estable-
cer límites entre lo coloquial y lo no coloquial, ya que entran siempre en juego
numerosos factores que otorgan a las personas distintos niveles de competen-
cia lingüística. Hay que tener en cuenta que
"la actuación lingüística no refleja nunca toda la competencia de un hablante. Los distintos nive-
les de utilización de un sistema responden a un sinfín de factores y circunstancias que condi-
cionan o influyen en la organización y emisión de las secuencias" (cf. A. Narbona, 1989: 154).

Por ello, si lo puramente lingüístico no nos da tales informaciones, el estudio


de lo coloquial de manera aislada se ve enormemente dificultado, pues obliga a
que el lingüista posea un conocimiento pragmático de cada uno de los actos
comunicativos que van a ser estudiados, tarea imposible si tenemos que traba-
jar con un amplio corpus y si consideramos que las variantes pragmáticas
están muchas veces interiorizadas en los propios conocimientos y saberes
compartidos por los interlocutores.
La conclusión clara de todo lo anterior es que cualquier realización lingüísti-
ca que nosotros llevemos a cabo en nuestras comunicaciones nunca es reflejo
único de un determinado estilo de lengua. Aunque la coloquialidad es una va-
riación que depende exclusivamente de las distintas situaciones comunicativas,
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ello no impide que en su descripción podamos aludir a la relación que mantiene


con el resto de variedades de tipo geográfico o sociocultural, pues es de mane-
ra interrelacionada como estas se manifiestan en las comunidades lingüísticas.
Precisamente porque hemos defendido que toda lengua es un diasistema com-
puesto por un conjunto más o menos complejo de dialectos, niveles y estilos de
lengua, habrá que tener en cuenta que, aunque delimitamos la coloquialidad
como una variedad de estilo (diafásica) frente a otro tipo de variedades presen-
tes en las lenguas que se manifiestan en los dialectos (variedades diatópicas) o
en los sociolectos (variedades diastráticas), una manifestación lingüística con-
creta nunca puede ser vinculada a una situación de uso exclusivamente, sino
que ha de ser examinada igualmente en función de las peculiaridades dialecta-
les y sociolectales del hablante concreto que la emite. Esto se hace muy evi-
dente en el terreno fonético, ya que, como comenta M. Alvar (1982: 228), la

11
El estudio de la categoría 'nivel sociocultural', que ha sido caracterizada tradicionalmente por
medio de dos variables, el nivel socioeconómico y el grado de Instrucción o nivel cultural, no está
exento de problemas, pues con frecuencia su delimitación provoca la creación de grupos de Infor-
mantes excesivamente heterogéneos. Ello provoca que en ocasiones se opere en sociolingüística
con otros conceptos como el de redes sociales, entre otros. Por medio de las redes sociales, es
decir, de las relaciones sociales directas que se dan entre Individuos, se accede mejor al estable-
cimiento de fenómenos generales a un grupo.

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fonética de un hablante nos da información directa acerca de su procedencia


geográfica y su condición social. E. Coseriu (1981: 307) anuncia que cada uno
de estos sistemas es homogéneo sólo desde un único punto de vista, ya que
"en cada dialecto pueden comprobarse diferencias diastráticas y diafásicas (y, por tanto, nive-
les y estilos de lengua); en cada nivel, diferencias dlatópicas y diafásicas (dialectos y estilos), y
en cada estilo, diferencias dlatópicas y diastráticas (dialectos y niveles)".

Si aceptamos esta idea, convendrá advertir que difícilmente nos encontra-


remos en español con manifestaciones coloquiales homogéneas y que al igual
que cualquiera de nosotros (como hablantes de nuestra lengua) podemos evi-
denciar diferencias entre el español de un andaluz y el español de un madrile-
ño, o el español de un hablante de nivel sociocultural alto respecto al de otro de
nivel bajo, un lingüista no puede ni tampoco debe pasar por alto las diferencias
que también existirán en las manifestaciones coloquiales de cada uno de ellos.
Pues bien, en la intersección de las variedades diatópicas y diastráticas en
algún punto del continuum de registros de uso (donde los registros formal e
informal pueden ser considerados como puntos extremos y contrarios de ese
eje imaginario) resultan modalidades de habla más específicas: por ejemplo, el
español coloquial de un gaditano de nivel sociocultural alto, varón y menor de
30 años, o el español culto de una madrileña, mujer y mayor de 40 años, entre
otros tantos casos que podríamos aquí señalar. Este cruce de variedades nos
obliga a que, para lograr una adecuada caracterización del registro coloquial,
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tengamos que aludir en ocasiones al resto de parámetros de variabilidad, como


señala G. Rojo (1986: 34).
Ya hace años, G. Salvador (1987: 61) defendió que no hay ningún rasgo
que caracterice diatópicamente en exclusividad al andaluz o que sea comparti-
do por la totalidad de los hablantes andaluces. Esa idea, que en principio no
tiene que ver con el estudio coloquial, nos puede servir de punto de origen para
llevar a cabo una afirmación similar, pero ahora en el ámbito de la variación
diafásica: no hay ningún rasgo diafásico que caracterice al español coloquial en
su totalidad. La confluencia de las distintas variedades de estilos con los facto-
res diatópicos o diastráticos hacen imposible, por un lado, encontrar un único
rasgo que sea compartido en el habla coloquial por todos los hablantes del
español y, por otro lado, que podamos determinar con absoluta seguridad que
un determinado fenómeno lingüístico sea privativo del registro coloquial y no de
otro registro o nivel de lengua. A pesar de que tradicionalmente se ha señalado
la tipicidad de algunos rasgos coloquiales, no podemos afirmar con rotundidad
que en todas las manifestaciones coloquiales se presenten forzosamente las
mismas características. Contrariamente, nos encontramos ante una cuestión
gradual, desde aquellas características que pueden ser consideradas más ge-
nerales hasta las más específicas: hay fenómenos coloquiales que se hallan en
distintas variedades diatópicas, pero no son pocos los casos de fenómenos

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propios de una determinada modalidad dialectal y no de otra. Este hecho se


manifiesta, quizás de una manera mucho más palpable, en el terreno de la
fonética. Así, por ejemplo, la fonética coloquial de Andalucía comparte con
otras modalidades del español peninsular, canario o el español de América una
marcada entonación; sin embargo el andaluz tiene una pronunciación separada
de la castellana por un ritmo entonativo más rápido y variado, por una diferente
distribución de la fuerza espiratoria y por una posición generalmente más ade-
lantada de los órganos articulatorios, que provocan una impresión palatal y
aguda que "contrasta con la gravedad del acento castellano" (cf. R. Lapesa,
9
1986: 509-510 y A. Narbona, R. Cano y R. Morillo, 1998: 125). El andaluz se
caracteriza porque, al ser un dialecto en el que todos los procesos han sido
llevados al grado extremo, en él se concentra gran cantidad de rasgos que
aunque quizás individualmente se hallen también en otros dialectos, en su tota-
lidad no se encuentran en ningún otro. Sin embargo, si intentamos caracterizar
el habla coloquial de un andaluz tendremos que tener en cuenta además de la
interferencia del registro coloquial con la variedad diatópica, la presencia de
otra serie de condicionantes que desde el punto de vista sociolectal pueden
también condicionar los resultados lingüísticos finales. Todos los hablantes de
una lengua somos conscientes, cuando hablamos, de nuestra desviación foné-
tica por ser hablantes de un dialecto o sociolecto concreto y, en algunos casos,
tratamos de acercarnos, en la medida de lo posible, a los hábitos del resto de
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interlocutores con los que nos comunicamos. Esta tendencia tiene, claro está,
diferencias según grupos de hablantes, hasta el punto de que podríamos hablar
de una tensión entre los hablantes de dialectos y sociolectos menos prestigio-
sos o hablantes de capas más bajas y el de dialectos o sociolectos más presti-
giosos, ya que cuando se plantea una conversación coloquial este último no
imita al de menos, pero sí al contrario.
Con esto queremos dejar claro que el habla coloquial no está constituida por
un conjunto de rasgos independientes de este registro; los rasgos coloquiales
del español se hallan directamente vinculados a otra serie de factores de varia-
ción que influyen en cada pronunciación concreta y que hacen sumamente
difícil -ya lo hemos comentado- la elaboración de una única lista de rasgos
coloquiales que sean comunes a todos los hablantes de nuestra comunidad.
Quizás si tuviéramos que señalar una característica generalizada en el registro
coloquial tendríamos que hablar de una marcada tendencia a la economía y la
comodidad, características que en términos lingüísticos suelen estar relaciona-
das con una mayor velocidad en las emisiones verbales. Esta mayor velocidad
de producción en la emisión de sonidos, es, sin ser una característica puramen-
te lingüística en sí misma, la causante directa de múltiples fenómenos en el
habla coloquial que, en líneas generales, pueden ser recogidos en distintas
tendencias: así, por ejemplo, en el terreno fonético, destacan fenómenos como

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los alargamientos de sonidos, cambios de sonidos, pérdidas o adiciones de


sonidos, debilitamientos, etc.;12 en el terreno morfosintáctico contamos con
creaciones léxicas propias, recursos de intensificación y atenuación, recursos
propios de cohesión, etc. No obstante, habrá que apreciar que los resultados
lingüísticos de estas tendencias no han de ser siempre forzosamente únicos y
homogéneos para todos los hablantes de nuestra lengua. Así, por ejemplo,
aunque en el terreno fonético la pronunciación puede variar en función del re-
gistro en que nos encontremos y, desde esta óptica, las intervenciones colo-
quiales pueden diferir de otras formales, no es menos cierto también que la
pronunciación coloquial de las personas de una determinada zona geográfica
se distingue de la de los hablantes de otras zonas y, del mismo modo, factores
personales como el sexo, la edad o la clase social (a pesar de que esos rasgos
no caractericen ningún registro) también influyen en el comportamiento lingüís-
tico de los individuos. Son demasiadas, por tanto, las variables geográficas y
sociales que influyen en el habla coloquial como para que en un trabajo de esta
índole podamos proporcionar una imagen perfecta de la situación actual. Inten-
taremos, en cualquier caso, a lo largo de nuestra descripción, señalar algunos
de los fenómenos que, en función de las tendencias anteriores, van ganando
cada vez más terreno en el habla coloquial, especialmente en la variante pe-
ninsular.
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1.5. MODELOS ESTÁTICOS Y MODELOS DINÁMICOS


Parece obvio, después de lo afirmado, que nuestro modelo de explicación de lo
coloquial debe escapar de los modelos estáticos que intentan considerar la
lengua como un código único independiente de sus condiciones de emisión-
recepción. Se hace necesario, para nuestro objeto de estudio, un nuevo enfo-
que en el que se tenga en cuenta el aspecto comunicativo y social de la lengua.
Cuando hablamos de este nuevo enfoque no hacemos referencia simplemente
a un cambio de unidad del análisis ni a una mera extensión del objeto:
"De centrarse en realizaciones contempladas como monólogos [...] y dar por sentado que
se debía adoptar como base y tope máximo la noción de oración, abstracta y estática, se ha
pasado a reconocer que son las distintas clases de discursos, en cuanto interacciones que se
dan en situaciones diversas, las que han de ser consideradas globalmente y en cuanto proce-
sos" (cf. A. Narbona, 1995: 33).

El estudio del registro coloquial no ha de centrarse en el de una secuencia


de signos relacionados con una realidad. Hay que incluir en este proceso la

12
Para la revisión de algunos estudios en los que se han puesto en relación las variantes fonéticas
con la velocidad de habla, cf. J. W. Harris (1969: 24) o M. J. Canellada y J. Kuhlmann Madsen
(1987: 18).

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Importancia del lenguaje como medio de comunicación social, por medio del
cual los signos no sólo significan de manera aislada, sino que adquieren vida y
poseen distintos y diferentes sentidos cuando nos adentramos en su dimensión
pragmática, dentro de la cual hay que tener en cuenta el análisis del la lengua
como uso lingüístico, esto es, en su contexto de comunicación, que puede
ofrecernos una perspectiva más completa y válida para nuestro estudio. Desde
este punto de vista, no nos interesan exclusivamente los enunciados emitidos
(la mera cadena lingüística), sino también aquellos otros factores que entran a
formar parte de la comunicación y que pueden jugar un papel muy importante
para la interpretación de los enunciados, como son los interlocutores (que in-
tercambian constantemente sus papeles de emisor y receptor), el código com-
partido, el canal de comunicación o el contexto. Este enfoque dinámico no es,
sin embargo, incompatible con los tradicionales enfoques de la lingüística está-
tica o interna, pues lo que se pretende desde esta perspectiva no es partir de la
lengua para hablar de las comunidades lingüísticas o de sus individuos; lo que
a ambos enfoques interesa es, finalmente, la lengua y sus mecanismos de
funcionamiento.
Habrá que tener presente la distinción entre estos dos niveles funcionales
de indagación lingüística, un nivel que podríamos denominar nivel oracional
(donde no son pertinentes factores de la interacción comunicativa como
hablante, oyente, entonación, etc., y las unidades estudiadas sólo interesan en
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tanto signos estáticos entre los que se establecen distintos tipos de relaciones),
y un nivel textual (en cuyo ámbito intervienen factores propios de la considera-
ción de las unidades lingüísticas en el dinamismo lineal del discurso, como son
hablante, oyente, entonación, etc.) en el que el abordamos el estudio de enun-
ciados como unidades dinámicas no aisladas, en relación con otras unidades, y
como elementos pertenecientes a un proceso global de comunicación.
La falta de delimitación de las unidades lingüísticas halladas en cada uno de
estos dos niveles funcionales (las expresiones textuales o enunciados, por un
lado, y las oraciones, por otro) es la que ha provocado numerosas confusiones
e imprecisiones en muchos estudios a lo largo de la historia de la lingüística.
Conviene no confundir tampoco el nivel textual o discursivo con el hablar
como manifestación lingüística. El nivel textual es en sí mismo un nivel abstrac-
to que se corresponde en parte con ese estadio intermedio que E. Coseriu
(1967a) establece entre el hablar como actividad concreta y el sistema como
nivel de máxima abstracción: la norma lingüística. En este nivel no nos encon-
tramos con las realizaciones individuales, momentáneas y ocasionales de
hablantes concretos, sino con las realizaciones sociales, normales y constantes
que manifiestan los miembros de una comunidad lingüística de manera más o
menos amplia. Al prescindir de lo concreto tampoco hacemos referencia en
este nivel de la norma a hablantes, oyentes, lugares, momentos y entonaciones

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concretos, sino a hablantes, oyentes, lugares, momentos y entonaciones abs-


tractos, esto es, a representaciones esquemáticas de esos hablantes, oyentes,
etc. Así pues, ante distintas expresiones como Paula pinta soles, ¿Pinta Paula
Soles?, Soles pinta Paula, ¡Pinta Soles!, Los pinta, etc., podemos afirmar que
todas y cada una de estas son distintas expresiones o enunciados de nuestra
lengua, en tanto que realizaciones normales del español.13
Habrá que tener en cuenta además que el concepto de norma tradicional
como 'lo correcto' no tendrá cabida en un estudio de este tipo. Como advierte
A. Ma Vigara (1992: 21), el español coloquial es la modalidad en que con más
frecuencia difieren norma y uso, y ejemplos claros de ello son las continuas
presencias de participios en -ao e -io, los casos de dequeísmo, los tradicio-
nalmente denominados anacolutos, los enunciados abiertos, el uso de le < les,
etc., que, aunque están alejados de ese concepto de norma que se vincula con
lo correcto (y reconoce si hablamos bien o mal), forman parte de una norma
social que nosotros como hablantes seguimos de manera necesaria por perte-
necer a una determinada comunidad lingüística. Este concepto de norma es el
manejado por E. Coseriu (1967a: 90) cuando advierte que
"al comprobar la norma a la que nos referimos, se comprueba cómo se dice y no se indica
cómo se debe decir: los conceptos que, con respecto a ella, se oponen son normal y anormal, y
no correcto e incorrecto".
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Esta visión social de la norma es, claro está, sumamente compleja, pues la
vinculación social nos lleva sin remedio a aceptar la existencia de una plurali-
dad de normas, adecuadas a las distintas modalidades de habla. Cada uso
lingüístico posee una adecuación funcional a cada situación comunicativa y por
ello no existen manifestaciones absolutamente homogéneas en el estudio colo-
quial, pues este es inseparable de las condiciones que envuelven sus realiza-
ciones.

1.6. LENGUA COLOQUIAL Y LITERATURA


Desde siempre ha existido en la literatura española -como señala L. Cortés
(1994: 37-38)- intentos de reproducción del habla coloquial. Son muchos los
autores contemporáneos (podemos citar a Benavente, Álvarez Quintero, Calvo
Sotelo, Baroja, Cela, Mihura, Aldecoa, Sánchez Ferlosio, etc.) que, con mayor
o menor acierto, han intentado incorporar en sus obras el estilo del habla colo-
quial, configurando así entre todos una base de obras literarias que durante

13
Una cosa es la consideración de los ejemplos anteriores como hechos fenomenológicos únicos e
irrepetibles (como productos de los actos de habla), y otra su consideración como distintas posibili-
dades comunicativas del español, es decir, como expresiones textuales o enunciados. Sólo desde
esta última perspectiva podrán ser estos elementos estudiados.

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años ha sido aprovechada para el estudio lingüístico del español coloquial. Hoy
día, sin embargo, todo aquel que quiere llevar a cabo un estudio lingüístico del
español coloquial con mínimas garantías de éxito rechaza este tipo de acerca-
mientos por razones obvias. En principio, hay dos razones, que ya fueron seña-
ladas por A. Narbona (1989: 151), y que nos llevan a no aceptar el estudio del
español coloquial por medio de la literatura: la primera de ellas, está relaciona-
da con el hecho de que en las reproducciones coloquiales literarias siempre
nos encontramos con una transposición de niveles, del coloquial al literario, y
resulta evidente que las condiciones y circunstancias comunicativas de uno y
otro nivel son radicalmente distintas, empezando por el hecho de que en la
literatura se intenta imitar un uso lingüístico que cuenta con contextos reales
por medio de otro uso que se produce en una dimensión imaginaria; en segun-
do lugar, contamos con un problema añadido para esta incorporación, ya que,
precisamente por lo ya afirmado, esta transposición de niveles nunca se consi-
gue con autenticidad: desde el momento en que la adaptación del habla colo-
quial a la literatura forma parte de la acción subjetiva de un solo individuo (el
autor de la obra), habrá que contar en este proceso con una necesaria simplifi-
cación, reducción o manipulación de esta manifestación.
Pero la razón fundamental del rechazo al estudio coloquial por medio de la
literatura no hay que buscarlo tanto en las limitaciones de las fuentes literarias
como en la proliferación y amplio desarrollo que en los últimos años han expe-
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rimentado los medios audiovisuales, que, sin duda, contribuyen de manera


efectiva a la investigación del habla coloquial en su contexto real hasta el punto
de que todo aquel que hoy día quiere llevar a cabo un estudio lingüístico del
español coloquial no acepta otro tipo de acercamientos. El auge de los medios
audiovisuales en los últimos años nos ha facilitado la labor a aquellos que
hemos intentado desarrollar nuestras investigaciones en el terreno del habla en
general; nadie pone en duda hoy día la facilidad con que podemos configurar
un corpus de textos coloquiales reales, orales o escritos.

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