Basándose en postulados de Lucien Lévy-Bruhl y otros historiadores, el profesor Guillermo
Páramo hace un paneo antropológico de cómo ha cambiado la percepción que se tiene de los mitos en Colombia. En La lógica de los mitos, se habla de la consistencia, verosimilitud e inconsistencias en las historias que contaban los aborígenes; se les compara con la creencia religiosa de las personas ‘naturales’ y cómo consideran que puede ser o dejar de ser sustentable dicha creencia o un mito. Aparece definido el mito como “Un lenguaje de signos en términos de los cuales se manifiestan los alegatos a los derechos y al estatus…”; esto quiere decir que los mitos son el principio y el fin de la sociedad que los defiende (indígenas en este caso), que define su identidad, sus valores y derechos propios consistentemente. Lévy-Bruhl defiende la tesis de que “el pensamiento ‘primitivo’ es ‘prelógico’” y de que “los mitos son ‘fluidos’, pues en ellos puede ocurrir cualquier cosa y la emoción reemplaza a la lógica y hace imperceptibles las inconsistencias”; para él, el mito es por esencia contradictorio y “la naturaleza paradójica de las historias míticas es parte de su mensaje. Lo que no es natural, es sobrenatural”; por medio de esto, podemos darnos cuenta de que “mito y lógica siguen apareciendo como antónimos”, pues aquello que no es común ni científicamente verificable, se le atribuye a un ser superior que actúa por medio de algo o alguien terrenal designado, y es esto, básicamente, lo que le da la verosimilitud que completa el puzle. “Así como hay situaciones fantásticas consistentes, también hay situaciones fantásticas inconsistentes, y ambas formas de fantasía pueden coexistir en un mismo corpus narrativo”, diciendo esto que, sustentándose en un fondo real, la forma de alcanzar ese algo real puede ser por un medio absolutamente fantástico y no perder su credibilidad. Es así como los indígenas daban explicaciones a sus dudas más primitivas (la vida, la muerte, la fertilidad, la fecundación, etc.) Leon Festinger ha llegado a concluir que, “si un hombre tiene una convicción profunda que traduce en acciones, se ha comprometido con esa creencia hasta el grado de renunciar a algo importante por ella y cuenta con el soporte social de un grupo que comparte su actitud; ese hombre, al enfrentarse con acontecimientos que refutan su creencia, se aferra a su fe con mayor fervor que antes, cuando se esperaría que la dejase”; esta afirmación es fácilmente encasillable a la cuestión de los mitos por parte de los Indígenas: Los mitos tienen como característica principal ser producto fantástico, empleado para explicar lo inexplicable, y los creadores de esos mitos aluden a lo que han aprendido, compartido y enseñado a lo largo de sus vidas para justificarlo. Siendo objetivos, los mitos son inverosímiles (desde el punto de vista físico y biológico), pero esto hace parte del argot, de la cultura y la sociedad que los crea: los identifica, los define y los caracteriza; es allí donde radica su riqueza: en la fluidez que vuelve consuetudinario a un hecho filosófico inexplicable, resumido con una maestría propia de las mentes aborígenes y sus tradiciones orales. La invitación real que subyace al ensayo de Páramo es a la aceptación, la tolerancia y el hecho de dejar ser al mito per se, pues de él se desprende todo lo que conocemos como literatura; en un sentido taxativo, los mitos son el principio de nuestras letras y por ello merecen ser estudiados deslindándolos del plano de la verosimilitud y la condición de credibilidad.