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La abolición del lector

Por Jaime Alberto Vélez


Una prueba incontrovertible de la supervivencia del libro, por encima de todas las crisis que
periódicamente amenazan con destruirlo, se manifiesta en un invento reciente de la
industria editorial: el libro sin lector.
El problema del libro tradicional consistía en que, para cumplir su cometido, requería de un
lector que, primero, lo comprara y, luego, lo leyera de principio a fin. Hoy en día tal
exigencia no es necesaria. El libro sin lector, como su nombre lo indica, repele la sola
presencia del que lee y solo requiere, a duras penas, de un simple propietario. Ni siquiera
necesita, en sentido estricto, de un comprador, pues la función de este llega a ser, por lo
general, indirecta o efímera. Y ello ocurre porque este libro ha sido pensado casi de modo
exclusivo como regalo. La gran mayoría de sus propietarios lo han recibido en calidad de
donación, canje, dádiva, o pago indirecto, y solo unos pocos lo han adquirido
expresamente. Pero aun en el caso de que alguien llegara a comprarlo como un libro
cualquiera, su intención recóndita sería la de regalárselo a sí mismo. Se trata pues, en todo
caso, de un libro que carece del tradicional lector comprador. De este modo, la actual
industria editorial ha logrado por fin suprimir ese estorboso escollo representado por el
buen lector, que, como se sabe, más que suscitar las compras, se convertía en un obstáculo
para las ventas. ¿Qué críticas, además, puede generar un libro recibido por quien no lee?
Este invento moderno resulta maravilloso porque cura, por una parte, el complejo de culpa
frente a la lectura; pero, por otro lado, no obliga a nadie a leer. Aunque un mal lector, como
es obvio, no lee, jamás soportaría que por culpa de un simple libro fuera tildado de inculto.
Así que este libro llena todas sus aspiraciones y expectativas: está en casa a la vista de
todos, sin reclamar la lectura, y le confiere a su propietario un toque de intelectualidad sin
exigirle nada a cambio. El libro sin lector podría ser promocionado, en el lenguaje actual de
la publicidad, como aquella amante silenciosa y bella que no crea conflictos con la esposa
legítima. ¿Podría exigírsele más perfección?
A diferencia de lo que ocurre con un libro pesado y estorboso, nadie se deshace
subrepticiamente de este en una de esas campañas anuales en favor de una biblioteca
desvalida. Poseerlo, además, resulta tranquilizante para cualquiera, pues es de fácil
comprensión y no exige de su propietario ninguna sustentación intelectual. El libro sin
lector se adapta con callada sumisión a la biblioteca, a la mesa de noche o a la sala de la
casa, donde algunos suelen exhibirlo como un objeto de buen gusto que armoniza con la
decoración. En realidad, no desentona entre el lujo excesivo, y en algunos casos llega a
suplir con eficacia el papel de la obra de arte. El tamaño, el formato, el lujo de la edición
(pero, sobre todo, su inutilidad), hacen que este libro, a diferencia de los demás, no se tome
jamás en préstamo y, por tanto, no corre el riesgo de desaparecer en la biblioteca de un
amigo remoto. Todo aquel que expresa su deseo de poseerlo entrega a sus allegados un
indicio cuya utilidad puede verificarse en el siguiente cumpleaños. Y es que este libro
agrada por igual al consumado lector y al intelectual sedicente. Tanto las visitas pesadas
como los cobradores de cuentas vencidas lo hojean desprevenidamente, pero también
podrían interesarse con morosidad en él, como si se tratara de uno de esos viejos libros que
convocaban la presencia de un lector.
Puesto que el libro sin lector no es un artículo necesario, puede alcanzar el costo de
cualquier objeto de lujo, aunque su máximo efecto se logra –como ocurre casi siempre– si
la mayoría considera que su precio al público es inferior a su valor real. Comparado con las
mercancías de su mismo género, tiene la ventaja de que repele las ediciones piratas, y
causaría la máxima irrisión si alguien se atreviera a fotocopiarlo. Como se deduce, por
tanto, carece de los principales enemigos que socaban la existencia del libro tradicional. Y
como si lo anterior no fuera suficiente, tiene la pasta dura para resistir trasteos y
reacomodos, excesos y confianzas inconcebibles.
Pero quizá lo más importante de todo es que, para complacer el gusto actual de todos los
públicos, el libro sin lector es ecológico, ese tema que no crea resistencias. De modo que a
la facilidad intelectual de este libro se añade una realidad impoluta, artística, que intenta
hacer olvidar la brutalidad y el prosaísmo de un país que, por fortuna, queda lejos del
propietario del libro. Ante la crisis de la industria editorial, y ante la inminente abolición
del lector, lo que nadie se alcanza a explicar es cómo el libro sin lector se ha convertido,
hoy por hoy, en un rotundo éxito de ventas. Tal vez algún viejo y desusado libro podría
contener la explicación.

Jaime Alberto Vélez


El Malpensante n°12, 1998
Recuperado de: https://www.elmalpensante.com/articulo/4172/la_abolicion_del_lector el 04 de
junio de 2019

RESUMEN
Se ha hecho un invento reciente de la editorial: el libro sin lector, para evitar la extinción del
libro. El libro tradicional requería de un lector y un comprador. El libro sin lector requiere
sólo la presencia del que lee; no necesita de un comprador. Este libro ha sido pensado
exclusivamente como regalo; la mayoría de sus propietarios lo han recibido como donación,
canje, dádiva o pago indirecto y sólo unos pocos lo han adquirido. Es un libro que carece del
tradicional lector comprador. Este maravilloso invento cura el complejo de culpa frente a la
lectura y no obliga a nadie a leer, llena todas las aspiraciones y expectativas de un mal lector,
está en casa a vista de todos sin reclamar lectura y confiere a su propietario un toque de
intelectualidad sin ofrecerle nada a cambio. El libro sin lector es aquella amante silenciosa y
bella que no crea conflictos con la esposa legítima.
Este libro resulta tranquilizante para cualquiera, pues es de fácil comprensión y no exige e su
propietario ninguna sustentación intelectual. El libro sin lector se adapta a todos los
ambientes de la casa, no desentona ante el lujo excesivo y llega a suplir con eficacia el papel
de la obra de arte. Este libro no se toma en préstamo; por eso no corre el riesgo de desaparecer
y agrada por igual al consumado lector y al intelectual. Este libro puede alcanzar el costo de
cualquier objeto de lujo, aunque su máximo efecto se logra si la mayoría considera que su
precio al público es inferior al valor real. Este libro repele las ediciones piratas y fotocopiarlo
causaría mucho irrisión y por tanto crece de los principales enemigos que tenía el libro
tradicional; y por último tiene la pasta dura para resistir cualquier trasteo y reacomodo; y,
además, es ecológico, y lo que nadie se alcanza a explicar es como el libro sin lector se ha
convertido en un rotundo éxito de ventas. Tal vez algún viejo y desusado libro podría
contener la explicación.

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