Durante el último siglo, los tres primeros líderes de la Unión Soviética han sido sepultados, exhumados, apropiados y condenados por todo tipo de políticos. Desde 1917, sus figuras, al igual que el comunismo, rondan como fantasmas alrededor del mundo. ¿En qué consiste su legado?
Desde hace casi 170 años, cuando salió el Manifiesto comunista,
su ideología política se viene tomando como un asunto de fantasmas, quizás a partir de su primera frase: “Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del comunismo…”. Se trata de algo al mismo tiempo tan poco conocido como temido, tergiversado, rechazado o relanzado como inminente y de providencial aparición, es decir, como derivado de una sobrenaturalidad histórica que ante todo expresa una profunda religiosidad de sus enemigos, pero también de sus propios amigos a pesar de haber estado ligada a una época y a un empeño intelectual en los cuales se intentó la crítica de la religión como punto de partida de la política.
Lo que nunca imaginaron aquellos panfletarios era que a lo largo
del siglo siguiente iban a convertirse ellos mismos, y sus seguidores, y no solo su causa, en unos verdaderos fantasmas para el mundo pero también para ellos mismos, pues han sido una y otra vez sepultados y exhumados por imaginaciones febriles en los momentos de crisis social, política o personal en la mayor parte de los países del mundo. Aquellos jóvenes, que en ese momento apenas rondaban los 20 años, y que habían nacido en diferentes provincias del entonces imperio zarista ruso, nunca imaginaron que serían los dirigentes de una colosal transformación social que se proyectó al mundo entero y en menos de 70 años llevó a un conjunto de países desde el arado de madera hasta el sputnik; ni que como fantasmas serían convertidos en héroes o villanos por propios y ajenos durante un siglo que no ha dejado de convocarlos en un extraño juego de güija política para condenarlos o reafirmarlos desde la evanescencia de sus figuras. Támara Deustcher escribió en 1970 en un prólogo a uno de los libros de su esposo: “(Isaac) decía, parafraseando a Carlyle, que su labor de biógrafo de Trotski consistía en extraer a su personaje principal ‘de debajo de una montaña de perros muertos, de una inmensa carga de calumnia y olvido’; y en su biografía de Lenin, Isaac, que detestaba todas las ortodoxias, concibió que su tarea consistía en extraer a su personaje principal de debajo de una inmensa carga de iconografía y de ortodoxia asfixiante”.
Así aquellos fantasmas se proyectaron hasta el final de siglo. Y
cuando en los años sesenta y setenta un joven aspirante a participar en la política contemporánea quería conocer a los clásicos, ya no solo debía abordar a Maquiavelo, a Locke o a Hobbes, sino también aquel Manifiesto, y los libros de Lenin El Estado y la Revolución o Las tesis de abril; de Trotski, Historia de la revolución rusa, o La Revolución permanente; y debía revolcar los estantes para encontrar una escasa referencia de Stalin como autor, con un texto mediocre sobre La cuestión nacional.
Ahora, cuando la humanidad enfrenta una verdadera crisis
civilizatoria, con guerras antes que revoluciones permanentes instaladas en sus rutinas de poder y de riqueza, afronta tragedias similares detrás de aquellos héroes afortunadamente develados, pero cuenta con la agudeza del pensamiento crítico y de la historia como disciplina, que dejan aflorar las vidas de seres humanos concretos detrás de esos fantasmas que en realidad no son más que nuestros propios fantasmas. NOMBRES Y APELLIDOS: